La leyenda de Valverde de Lucerna se cumplió en Ribadelago

Cuentan que en el Camino Sanabrés cerca de la etapa que finaliza en Puebla de Sanabria se localiza un pueblo, llamado Valverde de Lucerna, sumergido en las profundidades del Lago de Sanabria. La verdad, se halla en una leyenda cuyo origen se encuentra en el libro escrito por Miguel de Unamuno titulado San Manuel Bueno, mártir; la historia religiosa de un párroco, lleno de bondad y fe, por encima de su indecisión, la cual no puede evitar, por las dificultades y miserias de los feligreses de su aldea, que viven inmersos en una economía de subsistencia. Unamuno viaja en 1930 a Sanabria y allí descubre la leyenda de un pueblo sumergido en el Lago de Sanabria donde en las noches de San Juan se escucha el tañido de las campanas de la Iglesia bajo las aguas del pantano. La historia, que se remonta al año 1109, termina por convertirse en una premonición, la cual cobra vida en la catástrofe ocurrida el 9 de enero de 1959 en el pueblo de Ribadelago al romperse la presa de Vega de Tera, de la Hidroeléctrica Moncabril, fundada por Javier Martín-Artajo, hermano del ministro franquista de Asuntos Exteriores. 

El origen del mito de Valverde de Lucerna comienza con la llegada de un peregrino pidiendo cobijo y limosna, en una gélida noche de ventisca, al que nadie atendió, excepción de unas mujeres panaderas que le cobijaron y dieron pan. El insólito caminante —cuentan— era Jesucristo, quien como castigo por la falta de caridad de los vecinos haría inundar el pueblo salvo la panadería de las mujeres; personalizada, hoy en día, en una pequeña isla que puede verse en el Lago de Sanabria. En realidad, esta leyenda «llega» trasladada en el siglo X desde el Bierzo  por los monjes cistercienses de Santa Maria de Carracedo, hasta el monasterio de San Martín de Castañeda del pueblo de Galende, a quienes el rey de León, Sancho I «El Gordo», concede a los frailes la propiedad del lago y sus tierras cercanas, además, del derecho exclusivo de pesca; los aldeanos de Sanabria ni siquiera podían capturar truchas para mitigar el hambre.


Miguel de Unamuno tiene así conocimiento de todos estos detalles y escribe:

Ay, Valverde de Lucerna,

hez del lago de Sanabria,

no hay leyenda que dé cabria

de sacarte a luz moderna.

Se queja en vano tu bronce

en la noche de San Juan,

tus hornos dieron su pan,

la historia se está en su gonce.

Servir de pasto a las truchas

es, aun muerto, amargo trago;

se muere Riba del Lago,

orilla de nuestras luchas.

Sin saberlo, el presagio escrito por Miguel de Unamuno se convierte en espantosa riada la noche del 9 de enero de 1959 en Ribadelago aniquilando la vida de 144 vecinos (recordados en un sencillo monumento) de los que sólo se rescataron 28 cadáveres; los restantes terminaron sumergidos en lo profundo de las aguas del lago sanabrés. El embalse de Vega de Tera se quebró por la chapuza realizada durante su construcción, por la mala calidad de los materiales utilizados, porque, en aquellos días había temperaturas de 18 grados bajo cero, y porque el director gerente ordenó llenar la presa hasta los topes a pesar de las continuas filtraciones en el muro de contención. El resultado fue que más de ocho millones de metros cúbicos de agua, junto con árboles, barro, hielo y rocas, descendieron hasta Ribadelago asolando las casas del pueblo donde dormían sus pobladores.

Nunca se juzgó a ningún responsable de la administración franquista y los directivos sentenciados por el desastre resultaron, finalmente, indultados. Las indemnizaciones ofrecidas a los vecinos supervivientes fueron míseras y, además, les intimidaron tachándoles de «avariciosos». Franco ordenó construir una nueva población en una falda de la montaña que los vecinos adjetivan «Peña meada». Por allí, desperdigados, viven unas dos docenas de personas en el pueblo viejo y unas ochenta en el nuevo, a la que se puso por nombre Ribadelago de Franco, La última burla para entronizar la tragedia.