Cuentan que «todos los caminos conducen a Roma» y, en concreto, la Vía Francígena es uno de ellos; comienza en el Reino Unido en la Catedral de Canterbury y finaliza en la plaza de San Pedro del Vaticano. Este es un camino de 86 etapas y 2.014 kilómetros de recorrido, atravesando 4 países (Inglaterra, Francia, Suiza e Italia), que puede durar unos 3 meses, aunque también se puede realizar escogiendo tramos como, por ejemplo, fue nuestro caso entre Siena y Roma en 12 etapas, en agosto de 2011. En estas específicas fechas, viajamos en avión a Roma y luego en tren a Siena, donde nos encontramos con la celebración del Palio, una carrera de caballos, que festeja en la «inclinada» Piazza del Campo una competición entre los clanes de los barrios de la localidad, que se remonta a la Edad Media, por el prestigio y orgullo de inscribir su nombre en la historia de Siena.
La historia del Palio de Siena se remonta al siglo IX cuando cada barrio forma su agrupación local llamada contrada, que eran grupos de familias conviviendo en una barriada de Siena, bajo la protección de una familia noble, la cual tenía su propia organización política y vida social, distinta de los demás distritos. Hoy en día, estas ancestrales prerrogativas jurídicas todavía se mantienen en vigor entre los miembros de estas agrupaciones, que contraen el compromiso de pertenencia al clan como un deber indisoluble de identidad personal para siempre. Un contradaiolo lleva su contrada «grabada a fuego en su corazón».
La carrera del Palio de Siena dura cuatro días de julio y otros tantos en agosto, aunque durante la mayor parte del año los contradaiolos vigilan las actividades y novedades de los adversarios, porque para ganar el Palio no sólo hay que saber escoger al mejor jinete sino que, también, hay que tener una estrategia para el torneo y, además, suerte, mucha suerte. En principio los caballos no son propiedad de la contrada, sino que es el ayuntamiento de Siena quien los asigna mediante sorteo entre los diez clanes, que participan en la peligrosa galopada, de un total de diecisiete existentes. Los caballos se montan «a pelo» y, además, los fantinos (jinetes especialistas en este tipo de carreras) pueden golpear a los rivales con el nerbo, una vara hecha con el miembro viril de un ternero. Los fantinos están vigilados en todo momento por los contradaiolos por si alguno de los contrincantes intenta sobornarles.
Cinco minutos, tan sólo, es el tiempo de la carrera mientras las multicolores contradas cantan, animan y gritan a sus representantes. La clave de la victoria es, únicamente, para el caballo que llega en primer lugar después de las tres vueltas a la plaza, con o sin fantino, pues es la montura de la contrada la que se lleva el trofeo al museo del barrio. Entonces, los contradaiolos vencedores se arrojan sobre la Piazza del Campo para exigir el drappellone, que es conducido a la catedral de Santa María Assunta y a la colegiata de Santa María in Provenzano, las dos vírgenes, patronas del Palio de Siena.