El frío regreso de la URSS a Santurtzi

Los niños de la guerra exiliados a Rusia testimonian en el documental ‘Huérfanos del olvido’ el trauma de volver a un país distinto al que soñaban. “Costó mucho”, afirman .

Un reportaje de Iban Gorriti

EL regreso a Euskadi de aquellas personas que fueron exiliadas durante la guerra de 1936 fue un trauma que muchas aún no han superado. Es el caso de las protagonistas del nuevo documental Huérfanos del olvido, del realizador burgalés Lino Varela, quien recoge testimonios vivos y desgarradores de mujeres y hombres del Estado que fueron evacuados a la URSS en barcos como El Habana.

Palabras directas de su corazón a la boca, enfatizan que cuando volvieron no se encontraron el país que esperaban, aquella patria de la que les hablaban. No existía. Era un Estado totalmente distinto y de hecho, matizan algunas, aguantaron por sus familias. “Fue dura la adaptación” o “costó mucho”, señalan.

Niños exiliados a Rusia en 1937 en una imagen del documental ‘Huérfanos del olvido’, del realizador Lino Varela.Foto: Archivo Guerra y Auxilio

Una de ellas es Vitori Iglesias Martínez, de Santurtzi, actualmente de jóvenes 87 años. “Yo llegué 20 años después y me dijeron que aquella era mi madre. No sentí nada. Yo no la reconocía. Ni amor ni cariño. Nada”, detalla a este medio. De hecho, en el transcurso de la película se derrumba -“soy muy llorona”, advierte- y atestigua que “nos querían cuando estábamos lejos. Cuando estábamos cerca ya no nos querían”.

Iglesias zarpó de su villa marinera junto a su hermano, Francisco. Este último acabó luchando junto al ejército ruso contra los alemanes en el cerco nazi de Leningrado, episodio del que se han cumplido 75 años a finales de enero. “Hemos estado en San Petersburgo, nos invitaron y hasta Putin estuvo en el acto de conmemoración”, agradece.

Pero volvamos al puerto de Santurtzi. 1937. Fueron unos 3.000 niños y niñas los que desde diferentes puntos del Mediterráneo y del Cantábrico acabaron atracando en la Unión Soviética, en una acción solidaria que trataba de apartar a los menores de los frentes de batalla, de salvarlos de los horrores de una guerra en la que, por primera vez en la Historia la retaguardia, las ciudades alejadas de los frentes y la población civil habían acabado siendo objetivos militares -luego se reprodujo una situación parecida por activa y por pasiva durante la Segunda Guerra Mundial-.

De este modo lo detalla Pelai Pagès i Blanch, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Barcelona: “Los niños y niñas siempre eran las víctimas inocentes de la guerra y en el caso de la guerra civil no faltan episodios dramáticos de niños muertos en injustos bombardeos protagonizados por la aviación fascista. De los casi 33.000 niños que fueron acogidos en diferentes países de Europa y México para salvarlos de los horrores de la guerra, casi el 10% llegó a una Rusia pletórica en demostrar su solidaridad con la España republicana”.

Estreno en Moscú Vitori, nacida el 12 de febrero de 1932, recuerda que a su salida de Santurtzi les bombardeaban desde el aire. Llegaron a Francia y allí subieron al vapor galo Sontai. “El viaje duró como una semana”. A sus cinco años, les dijeron que estarían fueran de casa “tres o cuatro meses, y fueron 20 años”, subraya la coprotagonista de Huérfanos del olvido, filme que pudo materializarse con el apoyo a la asociación Archivo Guerra y Exilio (AGE) de Madrid con motivo de un viaje a Rusia por el 80 aniversario del exilio en 2017. Una exposición de este comprometido colectivo y la película itinera estos días por el Estado. Está a falta de fecha de proyección en Euskadi, según confirma a este diario Dolores Cabra, de AGE. El director Lino Varela aporta que “la película se estrenó el pasado mes de noviembre y actualmente está en fase de explotación comercial tanto en festivales como en cines y televisión. El próximo 30 de marzo la estrenamos en Moscú”.

Llegado a suelo en paz, en un principio todo fueron alegrías y agradecimientos. Hasta que estalló la Segunda Guerra Mundial. Sufrieron un segundo exilio. “De vivir como reyes en Leningrado y Moscú”, les evacuaron por el río Volga a Saratov, a 850 kilómetros de la capital. “Del 41 al 45 fueron los peores años de mi vida. No llegaba comida, los inviernos eran durísimos. Morían algunos de los españoles”, lamenta Iglesias y va más allá: “Había hórreos con trigo, cebada, avena… pero lo primero era para el ejército. Nosotros robábamos haciendo un agujero y podíamos comer pequeños talos”.

Les faltó alimento, pero no educación. “Aún estando enfermos, venían a darnos clase a la misma cama, de la que no nos podíamos levantar por el frío que hacía”. Ella acabaría sacando el título de Técnico Agrónomo. “Se nos educó en español en todos los aspectos. De hecho, el gobierno pagaba un sueldo por estudiar, ya que lo consideraban un trabajo mental”, matiza.

Al acabar la guerra les enviaron a Moscú y se encontraron con una encrucijada para volver a casa. “Stalin dijo que solo nos devolvería cuando España fuera una república, ya que de una república habíamos llegado a la URSS. Y por el otro lado, Franco no nos quería porque nos consideraba espías. Al final, el regreso se dio por la Cruz Roja en 1956”. Entretanto, cartas las justas y a través de personas en terceros países. “Yo mandaba una carta a Francia y de allí la enviaban a casa”.

Críticas a Vox Y tocó el reencuentro. Frío. “Me fui con 5 años y volví con 25. Llegué a un mundo totalmente distinto. De hecho, ni nos daban DNI, solo una tarjeta amarilla y en la de mi hermano ponía prófugo. Fue muy dura la vuelta”. Su padre había fallecido cuatro años antes. “Murió con las ganas de volver a verme después de dos décadas de sufrimientos”, explica quien el viernes tomó parte en la manifestación por el Día internacional de las mujeres en Bilbao. “No podía faltar tal y como están las cosas. Lo de Vox es una vergüenza. Con tantas mujeres que están matando y que digan lo que dicen. A ratos quito la tele. Es indignante. Quieren llevarnos a los tiempos que sufrimos”, señala.

Las variedades del euskara y la dialectología vasca en el centenario de Euskaltzaindia

Desde su creación hace ahora cien años, Euskaltzaindia ha desarrollado una exhaustiva labor de investigación en torno a los dialectos y las variedades del euskera, recogida en el ‘Atlas dialectal general de las hablas vascas’

Un reportaje de Adolfo Arejita

Casi desde los inicios de la literatura en euskera son frecuentes las referencias a la variedad lingüística que adopta el autor al redactar su texto, siendo el caso más frecuente que cada cual escribe en su propio dialecto o variedad próxima, pero no en el registro de habla, sino en su forma literaria o culta. En el siglo XVI el bajonavarro Bernat Etxepare escribe su poesía en su dialecto (1545), así como el alavés Lazarraga en su variedad de la parte oriental de La Llanada alavesa. Durante ese mismo siglo los romances, colecciones de refranes, poesías, plegarias, que recogen Esteban de Garibay y otros escritores conocidos o anónimos, representan una variedad del vizcaino oriental, vizcaino occidental, guipuzcoano occidental, etc. Progresivamente irán emergiendo, y consolidándose, algunos de los dialectos como modelos literarios, principalmente: el labortano en el siglo XVII (Gero, de Axular), el guipuzcoano en el XVIII bajo el impulso de Larramendi, y el vizcaino a partir de finales del mismo siglo, de la mano de Moguel y Añibarro.

Mapa dialectológico del príncipe Bonaparte (1863).

Axular expone ya tempranamente el problema de la gran variedad dialectal del euskara: Badakit halaber ezin heda naitekeiela euskarako minzatze molde guztietara. Zeren anhitz moldez eta diferentki minzatzen baitira euskal herrian. Nafarroa garaian, Nafarroa beherean, Zuberoan, Laphurdin, Bizkaian, Gipuzkoan, Alaba-herrian, eta bertze anhitz lekhutan. Tradicionalmente nuestros escritores han tomado como base la variedad propia, elevándola al nivel literario. Y en este sentido, el número de variedades escritas del euskera supera al de los dialectos literarios consolidados como tales. Dentro del guipuzcoano conviven al menos dos variedades (oriental y occidental), dentro del vizcaino otras dos principales, siendo aún mayor la fragmentación en las hablas navarras.

Manuel de Larramendi, en su Diccionario Trilingüe (1745) distingue o reconoce tres dialectos literarios, así como sus continuadores (Moguel y Añibarro entre otros): el vasco (referido al labortano y variantes próximas), el guipuzcoano y el vizcaino. El dialecto navarro se presentaba más difuso, dada su mayor fragmentación en un área tan extensa: las hablas más septentrionales se asignan al vasco (labortano), las más próximas a Gipuzkoa a este dialecto, quedando la zona central (cuenca de Pamplona) y parte de meridional (por encima de Tafalla) como de dialecto específicamente navarro. La producción de Sebastian Mendiburu refleja una especie de fusión de las hablas navarras y guipuzcoanas orientales, mientras que la de Joakin de Lizarraga de Elkano, el habla de la cuenca de Pamplona.

Larramendi hace un esfuerzo en representar las tres modalidades lingüístico-literarias del euskera, tanto en su diccionario como en su gramática. Así, traduce el término viernes en tres formas dialectales, y en este orden: ostirala, orzirala, barikua; guipuzcoano (dialecto central, el suyo propio), vasco (labortano u oriental) y vizcaino (u occidental).

El ‘vuelco’ de Bonaparte Dentro del vizcaino, Moguel impulsa un modelo basado en el habla de las villas orientales del Señorío y de la zona oriental de Gipuzkoa: cuando el nombre o el participio de pretérito termina en u se añade una b al artículo: como en buru-ba, esku-ba, zuzendu-ba, okertu-ba. Estos tales acaban los nombres en ia, cuando terminan en e, y en ua, cuando en o. Neure, neuria; zeure, zeuria; maite, maitia; zoro, zorua; gaisto, gaistua. Tal es la costumbre en Markina, Lekeitio, Elorrio y sus circunferencias, y también en buena parte de la Gipuzkoa que no diste de Bizkaia sino cuatro o cinco leguas. Pero al mismo tiempo reconoce que la morfología regular empleada tradicionalmente por los escritores vizcainos resulta más simple y práctica: Yo he de confesar que es más expedito, menos embarazoso y al parecer más arreglado, cuando sin variación alguna se terminan las voces con sola la adición articular: argia, ogia, zuria, gorria, burua, eskua, zuzendua, okertua.

Es el príncipe Luis Luciano Bonaparte quien durante la segunda mitad del siglo XIX, dando un vuelco a los estudios lingüísticos precedentes, afronta la descripción de las hablas y dialectos del euskara desde el punto de vista científico. Partiendo de una amplia formación lingüística y conocimiento de diferentes lenguas, y una dedicación e interés inusitados al conocimiento de la diversidad de las hablas vascas, logra un grado de descripción más próxima y detallada de los diferentes dialectos, aplicando una metodología más moderna para la descripción lingüística. Se reunió de un selecto grupo de informantes y colaboradores que representaban las diferentes hablas, a quienes encomendaba traducciones y recogida de materiales lingüísticos de su entorno, sobre cuya base elaboró una nueva clasificación de los dialectos vascos: basándose primordialmente en la flexión verbal distingue ocho dialectos, que se subdividen en 25 subdialectos y cincuenta variedades dentro del euskera hablado en su época. Confeccionó durante la década de los 60 varios mapas clasificatorios de los dialectos, que nos dan información detallada de la extensión territorial del euskera hablado, bajo un título muy sugerente: Cart des sept provinces basques montrant la delimitation actuelle de l’Euskara, y diferenciando con diferentes colores la delimitación de cada dialecto.

Las versiones dialectales de textos previamente seleccionados -fundamentalmente fragmentos de la Biblia- que Bonaparte encomienda a sus colaboradores están a medio camino entre el lenguaje oral y la tradición escrita. Generalmente recogen formas más próximas al habla de un lugar, pero sin llegar a una transcripción fonética de lo pronunciado. Nunca se había conseguido anteriormente una producción de textos en euskara tan extensa y que representara a tantas variedades, muchas de las cuales tampoco conocían representación escrita de su habla. Ello supone un mérito y un logro muy importantes desde el punto de vista lingüístico y literario.

Resurrección María de Azkue recogerá el testigo de Bonaparte a partir de la primera década del siglo XX en el estudio de los dialectos vascos. Su Diccionario vasco-español-francés (1905-1906) en dos volúmenes recoge el repertorio lexicográfico de los siete dialectos que reconoce como tales, especificando en muchos casos la localidad de recogida del término en cuestión. Tratándose de una obra mayor -más de mil páginas de gran formato a tres columnas-, fue confeccionado por una única persona, si bien con la ayuda de numerosos informantes y recopiladores. Se trata de un diccionario dialectal, en el sentido más amplio del término. Tanto las fuentes escritas -obras literarias o repertorios lexicográficos- como las fuentes orales -informantes de todos los dialectos- que maneja el autor pretenden recoger el repertorio de voces y variantes que se usan en las diferentes zonas -regiones, comarcas, pueblos- del territorio de habla vasca. Algunas de esas hablas han desaparecido posteriormente, como las de Roncal, Baranbio o de comarcas de Araba y Nafarroa…. Bien es cierto que el autor aplica un criterio de selección lexical un tanto restrictivo, de carácter purista, discriminando muchos préstamos absolutamente naturales en el habla (ailegau, bentana, fundatu o nezesidade), a los que no reconoce validez literaria.

Poco después de crearse la Academia, Azkue, como presidente de la misma, impulsó la recogida sistemática de materiales gramaticales y lexicales mediante una encuesta confeccionada ad hoc, titulada Erizkizunde Irukoitza (Triple cuestionario). Se trata de un atlas dialectal incipiente, realizado con medios limitados y personal poco profesionalizado. Pero esfuerzo y ambición no le faltaron a don Resurrección. Y si bien los materiales recogidos en diferentes puntos del área vascófona en la década de los 20 no fueron publicados hasta sesenta años después por Euskaltzaindia (Iker-3, 1984), sus resultados han quedado para investigaciones posteriores.

Atlas Lingüístico A comienzos de la década de los 80 la propia institución académica, y bajo el impulso de Koldo Mitxelena, pone las bases para el Atlas Lingüístico de Euskal Herria, del que actualmente llevamos diez tomos publicados -el último, a presentar dentro de los programas del centenario de Euskaltzaindia, al inicio de las Jornadas Internacionales de Dialectología, el proximo día 13 en el Euskal Museoa de Bilbao-, y que ha supuesto un salto cualitativo muy importante respecto a los trabajos anteriores.

El estudio de los dialectos y variedades de habla del euskara ha sido uno de los pilares de la investigación de Euskaltzaindia, desde su creación hasta la actualidad. El primer presidente de la Academia, Resurrección María de Azkue, no habría acometido sus trabajos de recogida y sistematización de materiales lexicográficos y gramaticales, de no haber existido un precursor fundamental durante el siglo XIX, Bonarparte. Y la Academia Vasca de la posguerra no habría emprendido seguramente un plan tan ambicioso de un atlas dialectal general de las hablas vascas (Euskararen herri hizkeren atlasa), que implicaba la confección de un cuestionario de 2.857 preguntas, destinadas a recabar información en 145 puntos geográficos del área del euskara y que conllevaría la recogida de 830.000 respuestas, directas o indirectas, y supondría un total de 4.000 horas de grabación sonora de voces, frases y locuciones. La labor sistemática y exhaustiva de recogida, sistematización y elaboración de materiales de las hablas del euskara supone una infraestructura sólida y segura para la Academia, junto con los corpus de la tradición escrita, a la hora de determinar las pautas de normativización y recomendaciones para el uso correcto de la lengua vasca.

La doble pena de las presas con hijos

En 2020 se cumplirán 80 años de la apertura y posterior cierre de la cárcel franquista de Durango, en la que agonizaron menores junto a sus madres presas
Un reportaje de Iban Gorriti

Madres presas con sus hijos, algunas mujeres de Durango y autoridades locales en la entrada de la cárcel. Foto: Gerediaga Elkartea
Madres presas con sus hijos, algunas mujeres de Durango y autoridades locales en la entrada de la cárcel. Foto: Gerediaga Elkartea

ACABADA la Guerra Civil y en los primeros compases del régimen bélico de Franco, la villa de Durango recibió a las primeras mujeres presas a alojar en la cárcel habilitada en la casa colegio de las Damas de Nevers. Fueron 350. Algunas de ellas arribaron al municipio con bebés en su seno aquel 30 de diciembre de 1939. Cabe anticipar que los menores recibieron el mismo “rancho infame” que sus madres y que solo podían tomar agua durante las tres únicas horas en las que los encargados de la prisión lo permitían al día.

A ello, agregar otro dato terrorífico: una epidemia de encefalitis letárgica que se registró el año que duró abierto aquel almacén de personas sin garantías humanitarias. “Los niños que un día jugaban alegremente al siguiente empezaban a adormilarse y ya no despertaban entre los gritos desgarrados de sus madres”, le consta al responsable del Archivo Municipal del Ayuntamiento de Durango, José Ángel Orobio-Urrutia. El próximo año se cumplirán 80 años de esta barbarie.

Seis días antes de que se designara a Leonardo Tristán como alcalde franquista de la localidad tuvo lugar la llegada de las presas procedentes de la prisión de Las Ventas, en Madrid, que se encontraba saturada tras el fin de la guerra. Entre ellas, la histórica guerrillera Rosario Sánchez Dinamitera. Y mujeres embarazadas. “Alguna presa narra que su embarazo estuvo motivado porque la violaron en comisaría”, agrega el archivero. Había presas políticas, pero también prostitutas y ladronas que “compartían espacio a veces a regañadientes”.

El hoy inexistente edificio antiguo del colegio de Las Francesas -Villa María- fue cárcel durante el calendario de 1940. No se conoce con exactitud el número de presas que llegaron a estar en Durango. Algunos de los testimonios hablan de dos mil mujeres. Según relata Orobio-Urrutia, las condiciones higiénicas del convento-prisión eran pésimas. “Las presas se quejan, sobre todo, del hacinamiento, el frío y la comida escasa y de malísima calidad”, asevera. Según narra Carlos Fonseca en el libro que escribió sobre Rosario Dinamitera, “el mayor problema era el agua. La daban solo tres horas al día, que las internas aprovechaban para recogerla en todo tipo de recipientes de los que bebían, se lavaban y utilizaban en los váteres. La comida era también infame. La mayoría de los días, arroz hervido durante horas para que los granos adquiriesen más volumen y formasen una masa”.

Docenas de mujeres se veían obligadas a compartir el suelo de una misma habitación. A los tres meses de abrir, se denunciaron los primeros problemas con el saneamiento. En abril, el jefe de la prisión comunica estar a la espera de una orden de la Dirección General de Prisiones para hacer obras de saneamiento, pero en septiembre aún no se han materializado y para entonces han surgido casos de “tifoideas”.

Masa de niños y mujeres La situación de los niños y niñas era “espantosa”. Según testimonia la presa Nieves Waldemar Santisteban, “las madres estábamos separadas con nuestros hijos en una habitación que tendría 14 metros cuadrados donde había un váter estrictamente para nosotras. Durmiendo éramos una masa de niños y mujeres, lo que tenía uno, el otro lo cogía; granos, sarna, todas esas enfermedades que se contagiaban por la aglomeración en que nos tenían”. Agrega, como gran “privilegio”, que no las encerraban como a las demás reclusas y que les permitían salir al patio a coger agua y lavar a los menores.

Una orden ministerial emitida en marzo de ese año limitaba a tres años la edad máxima hasta la que las niñas y niños podían convivir con sus madres en prisión. El resto de menores debían ser entregados de forma obligada a otros familiares o ingresados en un hospicio.

Muchas de las mujeres, presas políticas, tenían a sus familiares muertos o encarcelados, la mayoría provenían de Castilla y Andalucía y no tenían a nadie con quien dejar a esos niños. Según relatan las propias presas, “la gente de Durango se portó muy bien, vinieron a hablar con el director de la cárcel y le dijeron que los niños se los llevaban a sus casas hasta que sus familias vinieran a recogerlos, y sacaron a todos los mayores de dos años”.

“Alguno incluso no había cumplido los dos años -agregan-, pero merecía la pena aprovechar la ocasión de que aquella gente buena quería ayudarnos. Los vistieron y los alimentaron muy bien. Les llevaban el día de la comunicación a ver a sus madres, hasta que poco a poco fueron desapareciendo del pueblo porque las familias o amigos venían a buscarlos”. Concluyen que “alguno quedó por aquellas tierras porque no tenían a nadie, porque la familia estaba en la cárcel y nadie había podido ir a buscarles, pero de todas formas siempre estuvieron en contacto con su madre”.

Los bebés que se quedaron con sus madres solo tenían el rancho igual que cada recluso, sin más leche, sin nada más. “Al poco tiempo se murieron dos”. Y a ello hay que agregar la citada “encefalitis letárgica”. Orobio-Urrutia ha consultado el libro de exhumaciones de la época que se guarda en el Archivo Municipal y “se encuentran seis casos de niños enterrados en la calle Santo Tomás del Cementerio, ignoro por qué razón, y en algún caso como causa del fallecimiento figura bejez”, cita.

Cierre y traslado A finales de 1940 el Estado acuerda la devolución del Convento de Nevers a sus propietarias que llevaban varios meses reclamándolo para la enseñanza, como había sido hasta julio de 1936. El cierre de la prisión de Durango en los últimos días de diciembre de 1940 obligó a trasladar a las presas a lugares cercanos a la villa, sobre todo a Orue en Amorebieta, Santander y la cárcel más conocida de Saturrarán, en Mutriku. “El año que viene se cumplirá el 80 aniversario de esta prisión. Podría ser un buen momento para volver a recordar y homenajear a aquellas luchadoras”, propone el archivero municipal.

Los ‘vascos de Dowlais’, emigrantes del carbón y el hierro en Gales

La historia de Gales y Euskadi tiene muchos elementos en común, entre ellos la presencia en aquel país a principios del siglo XX de una comunidad llegada desde Bizkaia para trabajar en la industrial del hierro y el acero
Un reportaje de Óscar Álvarez Gila

Trabajadores de la ORconera. FOTO:SAF
Trabajadores de la ORconera. FOTO:SAF

Son muchos los paralelismos que podemos encontrar entre Gales y Euskadi. Ambas son dos naciones históricas que han estado integradas, desde mucho tiempo atrás, en estructuras imperiales más poderosas, pero que no por ello han perdido su identidad. Ambas poseen sus lenguas propias, minorizadas, pero que han resistido el empuje de idiomas con mayor presencia y número de hablantes. Cuentan ambas con una larga historia de reivindicación del autogobierno y, por ello, han alcanzado hoy en día niveles de autonomía en el seno de los Estados a los que pertenecen. Proyectan ambas, igualmente, una imagen extrañamente contradictoria hacia el exterior: al tiempo que nos evocan estampas rurales de verdes campos, han sido desde el siglo XIX dos regiones europeas en las que se hicieron evidentes la industrialización y la modernidad, al ser dos polos donde se desarrolló la industria del hierro y el acero. Y, más recientemente, también fueron ambas golpeadas por la crisis de la siderurgia, teniendo que enfrentarse a una reconversión y reinvención de su tejido económico.

Pero la vinculación entre Gales y Euskadi no se queda, simplemente, en todos esos paralelismos de su historia, cultura, política y economía. Desde épocas muy tempranas, las conexiones marítimas a través del océano que une ambos pueblos establecieron entre ellos flujos de mercancías, personas e ideas. Y es en este contexto en el que se sitúa la pequeña colonia de inmigrantes procedentes de Bizkaia que se instaló, a comienzos del siglo XX, en la pequeña localidad fabril de Dowlais, en el condado galés de Merthyr Tydfil.

Merthyr Tydfil es un condado situado al sur de Gales, aproximadamente a unos sesenta kilómetros de Cardiff. Cuenta hoy con una población de poco más de 60.000 habitantes, lejos de los que se concentraban allí en los momentos de esplendor de su principal industria: los ironworks (altos hornos). Por su proximidad a yacimientos mineros de carbón y hierro, en un valle con abundante agua, madera y otras materias primas necesarias para la siderurgia, la comarca tenía una tradición de producción de hierro desde la Baja Edad Media, en forma de pequeñas ferrerías cerca del cauce de los ríos. Pero la Revolución Industrial vino a transformar radicalmente el paisaje natural y humano de Merthyt Tydfil. Desde el segundo tercio del siglo XVIII, con la instalación de factorías en el condado, comenzó un proceso de crecimiento, que atrajo a nuevos pobladores procedentes, no solo de otras zonas de Gales, sino también de diversas regiones de la vecina Inglaterra. En 1759 se había creado la compañía Dowlais Ironworks, que se convertiría en una de las más importantes empresas siderúrgicas de Gales y de Europa. Fue esta compañía la que introdujo en Gales el sistema Bessemer, que permitía producir acero de gran calidad y bajo precio. Fue entonces cuando comenzaron a importar hierro de los yacimientos de Bizkaia, por las características de su mineral. Diversas compañías navieras se dedicarían a transportar mineral de hierro desde Bilbao hasta Cardiff. Entre ellas destacó la Cardiff Shipping Company, cuyos vapores portaron nombres que vinculaban Bizkaia con Gales: Dowlais o Cyfarthfa, pero también Galdames o Portugalete (que naufragó frente a las costas de Devon en 1882, con gran repercusión en la prensa británica).

En este empeño se aunó el capital local vasco con empresas internacionales. De este modo, en 1873 se creaba en Londres la que sería una de las más importantes de estas empresas: la Orconera Iron Ore Company Limited, en la que participaron la sociedad Ybarra Hermanos, junto con la alemana Krupp, y las británicas Dowlais Ironworks y Consett, cada una con una cuarta parte del capital. Orconera buscaba implantar el mismo sistema de integración vertical que ya desarrollaba Dowlais Ironworks en Gales, incluyendo en la misma estructura empresarial todas las fases de la producción: la extracción en las minas, un ferrocarril minero y un cargadero naval en la ría desde el que se exportaba el mineral que seguía abasteciendo a la central en Merthyr Tydfil. Subsidiariamente, también abastecía de mineral a empresas siderúrgicas locales, como la factoría del Carmen o, más tarde, Altos Hornos de Vizcaya.

La empresa Orconera pronto atrajo -al igual que en Dowlais- una creciente afluencia de inmigrantes, que llegaban para cubrir las necesidades de mano de obra. Procedentes tanto del propio Euskadi como de regiones españolas próximas, la revolución demográfica que experimentaría Bizkaia trajo consigo otras transformaciones radicales en el paisaje cultural e ideológico de la zona. A las necesidades de alojamiento y la presión urbanizadora se le unieron, posteriormente, los conflictos laborales y sociales y del desarrollo de movimientos ideológicos de clase, entre ellos el socialismo y el anarquismo, que echaron raíces entre los obreros de Orconera y otras compañías de la zona. En todo caso, Orconera se mantendría durante varias décadas como la principal productora vizcaina de mineral de hierro.

Obreros vascos a Gales Fueron las guerras coloniales británicas las que acabarían llevando a los obreros desde Bizkaia a Gales. A fines del siglo XIX el Reino Unido intentaba crear su imperio en África desde El Cairo a El Cabo. Para ello, necesitaban conquistar dos pequeños estados creados en Sudáfrica por los afrikáner o bóer. El reclutamiento de jóvenes en edad militar afectó profundamente a las factorías de Dowlais Ironworks, que se encontraron con una carencia de mano de obra especializada. Irlandeses y judíos polacos llegaron atraídos por la oferta de trabajo, como recogían los periódicos galeses. Sin embargo, su falta de experiencia en la industria siderúrgica llevó a la empresa a encargar el reclutamiento de obreros especializados a su representante en Orconera, E. P. Martin, quien pronto acordaría un sistema para reclutar y enviar los obreros solicitados con H. Worton, quien era entonces miembro de la junta directiva de la Sociedad de Altos Hornos y Fábricas de Hierro y Acero de Bilbao. En mayo de 1900 salía hacia Cardiff el primer contingente de obreros, doce en total, transportados en uno de los vapores de la compañía que llevaba el mineral hacia Gales. La mayoría iban solos, aunque unos pocos, según parece, iban acompañados de su familia. En expediciones posteriores se fue incrementando el número de obreros que aceptaban trasladarse a Dowlais desde Bizkaia: para fines de 1900, algunas fuentes cifran en “varios cientos” los miembros de la incipiente colonia que se estaba formando allí, compuesta de “empleados y sus familias”. Se esperaba que fuera una emigración con ánimo de ser permanente, y no una aventura temporal. El movimiento de nuevos trabajadores con dirección a Gales se mantuvo durante, por lo menos, un lustro.

Se nos plantean varias cuestiones respecto a los intereses que tenían los diversos actores implicados en esta emigración. Por parte de los directivos de las empresas siderúrgicas de Bizkaia, se aventura un posible deseo de librarse de aquellos sectores de sus empleados más movilizados ideológicamente. Cierto es que muchos de los que emigraron a Gales acabaron participando activamente en los sindicatos galeses, siendo especialmente activos en la promoción de asociaciones de corte anarquista, pero la documentación existente no parece demostrar este interés. Para la empresa receptora, por el contrario, el interés era conseguir una mano de obra que fuera estable: fue este el motivo por el que en la recluta de los obreros, se alentaba a que los obreros reclutados estuvieran casados y tuvieran familia, a la que se ofrecía ventajas para el traslado y el alojamiento en Dowlais.

Y de hecho, este parece ser el perfil mayoritario de los emigrantes, y posiblemente, la principal razón que les animó a aceptar la propuesta de trasladarse a Gales. El único nexo de unión que tenían todos ellos era que procedían del entorno económico y social de la industria siderúrgica vizcaina. Por este motivo, entre los emigrantes que marcharon a Gales se mostraba toda la diversidad de orígenes sociales, geográficos y culturales de las nuevas zonas urbanas de la Bizkaia industrial y minera. Entre ellos, por lo tanto, no solamente había vascos, sino también obreros y familias procedentes de regiones españolas vecinas a Euskadi que habían inmigrado atraídas por las posibilidades laborales. La colonia que se establecería en Dowlais sería así un muestreo del laboratorio social que era, por aquellos años, esta comarca de Bizkaia. Buen ejemplo de ello es la familia formada por Sabino Gallo y Victoriana de las Heras. Naturales de Burgos, se conocieron y casaron en 1897 en La Arboleda, donde ambos habían emigrado. Residieron en Trapagaran, Bilbao y Getxo, donde nacieron sus hijos, hasta que en 1904 toda la familia se trasladó a Dowlais.

Retazos de una comunidad En Dowlais la compañía se encargó del alojamiento de las familias vizcainas que iban llegando. Para ello edificó un pequeño barrio de casas unifamiliares, en una calle bautizada como Alphonso Street. La calle y las casas aún existen. Como también existen, hoy en día, los restos de lo que fue una vibrante comunidad. Durante la primera mitad del siglo XX, los vascos de Dowlais mantuvieron un sentimiento de comunidad, y al tiempo que se integraban en la vida política y social de Gales, mantenían el contacto con su patria y se informaban de la situación política en Bizkaia y en el resto del Estado. En plena Guerra Civil, la comunidad vasca de Dowlais se movilizó para apoyar con su dinero y ofrecimiento personal a los niños exiliados enviados por el Gobierno vasco a Gran Bretaña. Posteriormente, antropólogos e historiadores comenzaron a acercarse al estudio de esta comunidad, el eco de cuyo origen aún mantienen vivos sus descendientes. Recuperar su memoria es recobrar una parte, también, de nuestro pasado.

Manuel Lekuona y la literatura oral en euskera antes de 1936

En la prolífica trayectoria de Manuel Lekuona con el estudio de diversas facetas de la cultura vasca destacan sus trabajos para visibilizar y prestigiar la literatura oral en euskera

Un reportaje de Jabier Kaltzakorta

Manuel Alejandro Lekuona Etxabeguren nació en el caserío Etxetxiki de Oiartzun el 9 de febrero de 1894 y murió el 30 de julio de 1987. En sus 93 años de vida recorrió gran parte del siglo XX. Investigador infatigable, poseedor de una bonhomía y carisma poco comunes. Fue historiador, etnógrafo, académico numerario de Euskaltzaindia y presidente de la misma institución entre 1967 y 1970, estudioso y divulgador de la literatura oral vasca. En su extensa obra hay estudios sobre historia, etnografía vasca, traducciones interdialectales (del labortano al guipuzcoano), etc. En el aspecto creativo fue sobre todo poeta y dramaturgo. Publicó en diferentes revistas poesías religiosas de corte popular y varias obras teatrales. De la rica y fecunda personalidad de Manuel Lekuona ofreceremos en este breve trabajo unas notas aproximativas sobre la vinculación que tuvo con la literatura oral en euskera.

Lekuona y Piarres Lafitte, en 1983.

Tuvo importancia relevante en la vida de Manuel Lekuona su tío sacerdote, Miguel Antonio Iñarra Mitxelena (1864-1898), que además de catedrático de euskera por oposición en la Diputación de Nafarroa -que no pudo ejercer por su temprana muerte-, fue escritor euskérico contemporáneo de Resurrección María de Azkue (1864-1951) y colaborador tanto de la revista Euskalerria, de Manterola, como de la revista Euskalzale, de Azkue. A pesar de que Manuel Lekuona no lo conociera (Miguel Antonio Iñarra murió cuando Manuel Lekuona contaba 4 años) tenía en el caserío Etxetxikilos libros y papeles de su tío escritor que fueron decisivos para que, desde muy joven, se interesara en la lengua y cultura vascas.

Seminario de Gasteiz (1914-1936) Hacia 1904, desde muy jóvenes, las vidas de Manuel Lekuona y José Miguel de Barandiaran se cruzaron en el seminario de Baliarrain, Tolosaldea, cuando Manuel Lekuona contaba con 10 años y José Miguel de Barandiaran (1889-1991) con 14 o 15. A partir de entonces fueron amigos y colaboradores, en palabras de Lekuona “mi entrañable amigo y antiguo amigo de correrías don José Miguel de Barandiaran”. Juntos estudiaron en Baliarrain y después continuaron sus estudios en el Seminario de Gasteiz. Manuel Lekuona ingresó en el seminario en 1914, fue profesor desde 1916 hasta 1936, mientras que Barandiaran, tras licenciarse en Teología, fue profesor desde 1917. Manuel Lekuona y José Miguel de Barandiaran, por lo tanto, estudiaron, fueron profesores y protagonizaron los estudios vascos del Seminario de Gasteiz.

Como apunta Ander Manterola en un trabajo de 2012, el seminario de Gasteiz contaba hacia 1918 con más de medio millar de seminaristas, muchos de ellos euskaldunes provenientes de diferentes provincias vascófonas. Manuel Lekuona desde 1916 impartió una hora semanal de euskera a los alumnos de Humanidades que cursaban los primeros años de Filosofía. Además de catedrático de Euskera, académico correspondiente desde 1917, fue profesor de lengua hebrea, de griego bíblico y de Arqueología Cristiana (Historia del Arte). Según cuenta Barandiaran, fue un profesor respetado y querido: oso irakasle errespetatua zen. Errespetu handia zioten ikasleek, eta horren arrazoia hauxe da: berak ere ikasleak asko errespetatzen zituela. En 1936, en plena Guerra Civil, José Miguel tuvo que exiliarse a Francia, a Sara, en donde vivió la mayoría de sus 17 años de exilio. Manuel Lekuona no cruzó la frontera y estuvo escondido cuatro años en el Convento de las Brígidas de Lasarte.

Dos ‘grecos’ Provisto de una intuición y de lo que Pascal denominaba esprit de finesse, según sus propias palabras “espíritu de observación” o “nativa curiosidad”, desde joven estuvo interesado en las artes plásticas y en todo aquello relacionado con el arte, sobre todo en la pintura. Uno de sus hallazgos más sorprendentes fue el descubrimiento en Gipuzkoa de dos grecos desconocidos y, por lo tanto, no catalogados hasta entonces; dos pinturas del maestro candiota Doménikos Theotokópoulos (1541-1614), denominado El Greco.

El primer descubrimiento lo hizo en Gatzaga-Salinas de Leniz, siendo seminarista, en una excursión con otros 300 seminaristas -entre ellos se encontraba José Miguel de Barandiaran─, en el curso académico de 1916-1917- en junio de 1917, cons 22 años, en el Santuario de Nuestra Señora del Castillo o Santuario de Dorleta. Una vez de llegar al santuario y terminadas las devociones subió al coro. Un cuadro que estaba colgado en la pared derecha llamó poderosamente su atención: se trataba de una pintura de El Greco, un San Francisco. El hallazgo fue confirmado por pintores como Uranga y Zuloaga.

El segundo descubrimiento es parecido al primero. En una excursión con otros seminaristas a Markina, Elgoibar, Azkoitia y Azpeitia pararon en una ermita de Iraeta, una barriada de Zestoa. Después de rezar empezó a observar los cuadros que había debajo del coro. Uno de ellos, un cuadro pintado en tabla, tenía todas las características del pintor de Candía, El Greco. A modo de firma tenía unas letras griegas: se trataba de un San Pablo de El Greco.

Euskal Pizkundea Unas de las figuras cimeras del renacimiento cultural vasco, Euskal Pizkundea, que tomó nuevo impulso a partir de la Segunda República, fueron José Ariztimuño, Aitzol, y Manuel Lekuona. Una de las fechas claves anterior a la guerra de 1936 fue 1918, fecha en la que se celebró el Congreso de Estudios Vascos de Oñati. En este congreso Manuel Lekuona conoció, entre otros, a José Ariztimuño, Aitzol (1896-1936), Nemesio Etxaniz (1899-1982) y Jose Markiegi (1895-1936). Sin embargo, la fecha en que participó activamente fue en el Quinto Congreso de Estudios Vascos de Bergara, en 1930 -el segundo se celebró de Iruñea, en 1920; el tercero, en Gernika, en 1922; el cuarto en Gasteiz, en 1926-, en la sección de Arte Popular Vasco, con un extenso trabajo titulado La poesía popular vasca, de 42 páginas de gran formato. El libro de actas del congreso se publicó en agosto de 1934.

Antes de este trabajo había publicado diversos artículos en diferentes revistas: Gymnasium, Anuario de Eusko Folklore, Euskalerriaren Alde, etc. En 1929, publicó Brabante’ko Jenobeba: bertso berriyetan obra del bertsolari errenteriarra Juan Cruz Zapirain (1867-1934), un librito de 163 estrofas que relata la popular historia medieval de Genoveva de Brabante. El librito de Zapirain está basado en una adaptación en prosa de una de las obras más difundidas en Gipuzkoa, de mediados del XIX, 1868, Santa Genovevaren vicitza Antziñaco demboretaco condairen ederrenetaco bat, de Gregorio Arrue. Este a su vez lo tomó de una obra del escritor alemán Cristóbal Schmid.

Las 163 estrofas en verso de Zapirain fueron compuestas hacia 1899 y se habrían perdido para siempre si Manuel Lekuona no las hubiese publicado en 1929, en una esmerada edición. Tanto las conferencias del Quinto Congreso de Estudios Vascos como su texto publicado tuvieron gran importancia. La primeras conferencias del congreso se pronunciaron en enero y febrero de 1931 y Lekuona habló de las toberas, “canciones, coplas de ronda para los recién casados”, y de los koplaris, “sujetos activos en la transmisión de las kopla zaharrak”. La segunda conferencia, que trataba sobre los bertsolaris, la pronunció en la Diputación de Gipuzkoa. Uno de los oyentes de esta conferencia fue José Ariztimuño, Aitzol.

Esta conferencia fue fundamental para que Aitzol, según le comunicó a Lekuona, se interesase más sobre el bertsolarismo e incluyera a los bertsolaris en su proyecto para promover la lengua y cultura vasca. Con esa intención organizó Aitzol las primeras Bertsolari guduak (Batallas de bertsolari), los primeros concursos o campeonatos de bertsolaris, con ayuda del médico y promotor cultural Teodoro Hernandorena (1898-1994). Estos primeros concursos, mutatis mutandis, bien podrían ser una especie de institucionalización de los desafíos del siglo XIX, como los de Billabona de 1801 y Tolosa de 1802. El primer concurso organizado por Aitzol se celebró en El Gran Kursaal de Donostia, en 1935, y lo ganó un jovencísimo Iñaki Eizmendi, Basarri (1913-1999). El segundo concurso se celebró en el teatro Victoria Eugenia de Donostia, el 19 de enero de 1936, y lo ganó, en su ancianidad, José Manuel Lujanbio, Txirrita, unos meses antes de morir, en junio del mismo año.

A partir de este trabajo del congreso de Bergara La poesía popular vasca, matizándolo y enriqueciéndolo, publicó en 1935 un manual de literatura oral vasca bajo el título Literatura oral euskérica, influenciado, entre otros, por la obra Style oral de Marcel Jousse. Esta obra es fundamental para conocer, valorar, apreciar y estimar la literatura oral vasca.

Manuel Lekuona con esta obra dio prestigio al bertsolari. Con gran respeto y admiración -y también amor, que sobre todo profesa el verdadero erudito que lo conoce desde dentro- el bersolari era para Lekuona, además de un grandísimo y genuino conocedor de la lengua vasca, un verdadero artista de la palabra, capaz de repentizar, de crear en unos pocos segundos, con gran capacidad dialéctica, una o varias estrofas y cantarlas para asombro y disfrute de todos aquellos que lo escuchan. Las composiciones de los bertsolaris -verdaderos vates queridos y admirados por el pueblo-, según demostró Lekuona, están provistas de ironía, y de una fuerza verbal que solamente lo pueden imprimir unos pocos creadores.

Los ejemplos que presenta en la obra citada son de Iparragirre, de Bakallo y Xenpelar, de Pello Errota, etc. La imagen de los bertsolaris, de unos sujetos un tanto bohemios y desastrosos, iletrados y por tanto ágrafos, frecuentadores de tabernas y sidrerías no hacía justicia a la minerva de los genuinos vates vascos. En palabras de Antonio Zavala en el libro-homenaje de 1977: “Izan ere, bertsolaritzari zor zaizkion errespeto ta izen onak Euskalerrian galduta zeuden, eta Lekuona’k atzera xuxpertu zituan. Besterik egin ez balu ere, gure esker ona merezia luke orregatik bakarrik”.

Manuel Lekuona en sus diferentes estudios y sobre todo en Literatura oral euskérica supo separar el grano de la paja; supo distinguir claramente en la batea la reluciente pepita de oro del barro y de la piedra, de igual forma que supo distinguir los cuadros de El Greco de otros cuadros menos significativos.

Quizá no sea casualidad, sino más bien causalidad, fruto de la lectura de Literatura oral euskérica, que un escritor tan admirado como Roberto Arl -contemporáneo y coterráneo de Borges y maestro, entre otros, de Julio Cortazar- en su viaje al País Vasco, en 1936, hablando de los bertsolaris que conoció en un batzoki de Portugalete, titulara uno de sus aguafuertes del diario argentino El mundo: Los bertsolariz. Improvisaciones a la manera de las payadas. La ironía cruel.