Una quincena de miembros de este cuerpo formó a batallones como el Amayur o la Ertzaña en Euskadi.
Un reportaje de Iban Gorriti
Hay datos históricos que pueden hacernos abrir los ojos más de la cuenta cuando tratamos de informarnos. ¿Pudo ser el primer jefe de la Ertzaña de 1936 un guardia civil? ¿Pudo ser un miembro de ese cuerpo el mando supremo del batallón Amayur del PNV? Las dos preguntas tienen una respuesta común: sí.
Se estima que una quincena de miembros de la Guardia Civil participó en el bando republicano vasco entre julio de 1936 y el 24 de agosto de 1937. Una de las personas que mejor ha matizado ese maridaje que a día de hoy puede parecer paradójico es José Luis Cervero, escritor, periodista y parte del cuerpo de la Guardia Civil desde 1965. Consultado al respecto, este redactor de las desaparecidas Diario 16 e Interviú estima que “la labor de la Guardia Civil en el País Vasco fue muy importante porque fueron algunos de los que formaron a unas milicias y un ejército vasco que no tenía nociones militares”, aporta a DEIA.
A juicio de este profesional de la información que suma premios como el Ortega y Gasset de Periodismo, fue el Gobierno Provisional de Euzkadi quien solicitó instructores al Ejecutivo de la República. “El Gobierno central envía tropas a los cuerpos del Ejército del Norte. Es la Comandancia de Madrid quien manda militares y algunos se incorporan en él y dirigen aquellos cuerpos”, agrega el autor del libro Los rojos de la Guardia Civil. Su lealtad a la República les costó la vida, de 2006.
El primer jefe de la Ertzaña de 1936 fue Saturnino Bengoa, guardia civil de Orduña. Germán Ollero, por su parte, fue un comandante que acabó al frente del batallón Amayur del PNV. Como curiosidad, los dos hijos de este jefe del Estado Mayor de la 2ª División del Ejército de Euzkadi, también militares, se posicionaron con el bando golpista. Los tuvo enfrente.
El conocido jefe del sector de Elorrio durante la guerra fue otro guardia civil: José Bolaño, que murió fusilado en Santander. Y a estas recordadas figuras históricas cabe añadir a Juan Colina, Antonio Naranjo o Carlos Tenorio. Entre el resto, brilla además el tricornio de un alavés, Juan Ibarrola Orueta (Laudio, 1900-1976). Fue un militar y guardia civil que también se mantuvo fiel a la Segunda República. Alcanzó el grado de teniente coronel y ocupó el mando de una de las divisiones del Euzkadi’ko Gudaroztea en el sector de Otxandio. Tomó parte en la famosa batalla de Saibigain en la que el comandante del batallón Arana Goiri del PNV, Felipe Bediaga Aranburu, le llamó “cobarde” por no querer atacar una vez más a los fascistas; él cumplió la orden y falleció en el intento. Es más, a día de hoy su cuerpo aún no ha aparecido.
Al estructurarse el Ejército de Euzkadi en Divisiones, Ibarrola fue nombrado Comandante de la 1ª y bajo su dirección tuvo reconocimientos por su actuación en los frentes de Bizkaia y Santander. Posteriormente fue jefe del XXII Cuerpo del Ejército de Maniobras, tomando Teruel. “Tras la guerra, Ibarrola acabó vendiendo perfumes, era comercial de colonias”, explica Cervero.
Represaliados Si todos estos datos llaman la atención, hay uno más que quizás también lo haga. Según el interlocutor invitado, “con el golpe de Estado militar, la mayor parte de la Guardia Civil se posicionó en contra de la sublevación. Fueron contados los que se sumaron a los rebeldes”, explica, y pone como ejemplos “el caso de Barcelona, Madrid o ahí donde ustedes, en Bilbao”.
El libro hoy agotado Los rojos de la Guardia Civil. Su lealtad a la República les costó la vida detalla este punto. “Durante los años de la guerra española, fueron muchos los mandos y agentes de la Guardia Civil que no sucumbieron a los cantos de sirena de la nueva España. El mismo Franco pudo constatar que, en muchos lugares donde creía indudable el triunfo de su golpe militar, le salían al paso guardias civiles dispuestos a defender la legalidad del Gobierno al que servían, como siempre había aconsejado el duque de Ahumada, fundador del cuerpo”, expone.
Con todo, estos profesionales “rojos” acabaron siendo represaliados. Tuvieron que comparecer ante los piquetes de ejecución formados por los franquistas, pasaron a poblar las cárceles y los campos de concentración creados por las autoridades para eliminarlos. Desde la checa Spartacus a la comandancia de Marruecos, desde Córdoba a Legutio o Catalunya, Cervero, perteneciente a los Servicios Secretos de Información del cuerpo durante muchos años, dejó impreso que considera “brutal” la represión sufrida por sus compañeros de entonces. “Es una demostración de que a veces la lealtad impone un alto precio que hay que pagar”, concluye
El debate entre el canónigo antiforalista Juan Antonio Llorente y el consultor foral Francisco de Aranguren llega a nuestros días con la obra ‘Bizkaia en la Edad Media
Un reportaje de José María Gorordo
Bizkaia en la Edad Media es una obra dividida en dos tomos. Contiene un debate inédito entre las tesis antiforalistas del canónigo Juan Antonio Llorente (Rincón de Soto, 1756, Madrid, 1823) quien escribió por encargo de Godoy las Noticias históricas de las tres provincias vascongadas, y las respuestas del consultor perpetuo de la Diputación Foral de Bizkaia, Francisco de Aranguren y Sobrado (Barakaldo, 1754, Madrid, 1808) y del benedictino fray Domingo de Lerín y Clavijo (Cádiz, 1748, San Millán de la Cogolla, 1808), en relación con la historia de Bizkaia y el origen y naturaleza de sus derechos históricos e instituciones forales.
Hace años que investigo el origen y naturaleza jurídica de los derechos históricos vascos. Enfrascado en tan apasionante tarea, leía la Discusión sobre los fueros de las Provincias Vascongadas, obra editada por la Diputación de Araba, que recoge lo tratado en una larga sesión del Senado español de junio de 1864.
En ella, en respuesta al discurso antiforal del senador Sánchez- Silva, intervinieron los senadores vascos Egaña y Barroeta Aldamar. Egaña, tras diversas manifestaciones de réplica, no se anduvo por las ramas y denunció la utilización de los trabajos de Llorente como fuente de los argumentos antiforales y añadió: “Todo el mundo sabe que a poco fue reducido a la emigración por haber seguido el partido francés, y todo el mundo conoce un librito del mismo señor, impreso en Burdeos, deshaciendo la mayor parte de su trabajo antiforal”.
Por su parte, Barroeta Aldamar dijo: “Más tarde el mismo Llorente, estando emigrado, ofreció a las Provincias Vascongadas reunir los documentos necesarios para producir una obra que combatiese la que antes había escrito, y no se aceptó la oferta”.
Si se probase que esta información relatada por Barroeta Aldamar ante el pleno del Senado fuese cierta, o si apareciese el libro anunciado por Egaña, la credibilidad de Llorente quedaría muy deteriorada y, en consecuencia, su obra descalificada. Pero las versiones de los senadores vascos, cincuenta años después de que hipotéticamente ocurrieran los hechos a los que se referían, no estaban acreditadas: ni la edición en Burdeos del libro de retractación ni la presunta oferta de Llorente de escribir un nuevo libro “que combatiese lo que antes había escrito”. Aunque no fueron rebatidos por nadie, los senadores vascos tampoco aportaron pruebas ni dieron más detalles.
“Traición a sí mismo” Novia de Salcedo aseguraba en 1829 que “el hombre dirigido por innoble fin, con el cambio de circunstancias, se hace traición a sí mismo y mudada la faz de España con los sucesos que tuvieron principio en 1808, sentía ya Llorente pesar de haber aseverado contra las Provincias Vascongadas lo contrario de lo que percibía su mente. Revolvía en sí mismo el medio de contradecirse menos indecorosamente y pudiéramos citar testigos respetables de esta disposición de su ánimo explayada en comunicaciones confidenciales; mas no llegó a tener efecto”.
Antonio Trueba también intervino en la polémica. En un librito publicado en 1865 da por cierta la oferta para escribir la retractación, que, según manifiesta, “no se aceptó por un sentimiento de dignidad e hidalguía”. Y, para aclararlo, cuenta que en 1859 tuvo un contacto con el entonces “anciano” Eulogio de la Torre, que había sido diputado general y a cortes, quien le aseguró que “tenía pruebas” de que en los últimos años de su vida, el canónigo Llorente “nos ofreció refutar su propia obra”. Tres años más tarde, en 1862, con motivo de que se le nombra archivero, Trueba vuelve a Bilbao y es cuando pretende reunirse de nuevo con Eulogio de la Torre para pedirle las pruebas que tenía, tal y como le había manifestado en 1859, lo que no pudo ser por el fallecimiento del político De la Torre.
Con esta información de partida, inicié la búsqueda del hipotético libro de retractación de Llorente, trabajo al que dediqué muchos meses visitando monasterios, archivos y bibliotecas, así como consultando a expertos en Llorente, como es el caso del hispanista francés Gérard Dufour y otros.
A lo largo de estos años no he localizado el supuesto libro de retractación ni he podido acreditar que Llorente hiciera un ofrecimiento expreso para escribir un nuevo libro y desautorizarse a sí mismo. Sin embargo, fruto de las innumerables pesquisas y averiguaciones tras las pistas de las dos líneas de investigación citadas en torno a la obra de Llorente, tuve conocimiento casual de la existencia de unos manuscritos del benedictino fray Domingo de Lerín y Clavijo, depositados en el monasterio de San Millán, tras no haberse podido encontrar los originales de los archivos de la Diputación de Bizkaia. Con el material se editó el libro, Obras de fray Domingo de Lerín y Clavijo (2015), en el que se incluye un Estudio introductorio del autor de este artículo en el que se muestran aspectos desconocidos de la vida y obra del benedictino. A partir de dicha publicación, ya se puede estudiar el contenido de los conocidos como papeles de Lerín, tantas veces echados en falta por la generalidad de los historiadores especializados. Por otra parte, el año 1994, el servicio editorial de la UPV/EHU publicó el libro Francisco de Aranguren y Sobrado, Demostración de las autoridades de que se vale el doctor don Juan Antonio Llorente, edición de los profesores Portillo y Viejo, que incluye la obra completa de Aranguren.
Los trances centrales de la polémica tuvieron lugar entre los años 1806 y 1808, aunque Llorente había dedicado varios años antes al desarrollo de sus Noticias históricas. Desde las fechas en las que tanto Aranguren como Lerín conocieron los textos de Llorente (1806-1807) hasta que redactaron sus trabajos (1807-1808) transcurrió poco más de un año y, además, ambos fallecieron el año 1808 (Aranguren en julio, Lerín en noviembre). Ello les impidió estudiar y replicar con suficiente tiempo y sosiego a Llorente y tampoco pudieron conocer las últimas aportaciones de este. Bizkaia en la Edad Media pone en comparación, de modo crítico, las versiones de los tres escritores coetáneos. No es una historia general de Bizkaia ni se pretende ejercer de árbitro en las posiciones divergentes. Además de analizar la disputa mencionada, también se pretende aclarar si se dio o no un supuesto plagio de Aranguren a Lerín, sospecha esbozada por varios escritores como Arguinzoniz y Delmas; también Mañaricua, quien dejó escrito que “cuando se hallen los papeles de Lerín podremos ver si dependen de ellos los escritos de Aranguren”.
En el tomo I de Bizkaia en la Edad Media hago un análisis pormenorizado de los apéndices documentales aportados por Llorente, y se detecta, y acredita, la existencia de interpolaciones y manipulaciones arbitrarias del canónigo en documentos sustanciales de su tesis, como es el caso de la copia del diploma de ingenuidad del rey don García de Navarra de 30 de enero de 1051 que se encuentra en el archivo catedralicio de Calahorra (sobre el que muchos cuestionan la autenticidad), y los documentos del arbitraje del rey de Inglaterra entre Castilla y Navarra (1176-1179), entre otros muchos.
Irreconciliables Las posiciones son irreconciliables. Llorente defiende que las Vascongadas siempre estuvieron sujetas a los reyes de Asturias, León, Castilla o Navarra y, por tanto, sus fueros y cuantas prerrogativas gozaron los vascongados eran consecuencia de gracias y mercedes hechas por los reyes, mientras que Aranguren y Lerín sostienen todo lo contrario. Para ellos, los señores tenían un doble rol: mediante pacto con los vizcainos, eran soberanos de Bizkaia, “territorio aparte”, y también desempeñaban el papel de vasallos de los reyes, pero solo de los territorios de fuera de Bizkaia sobre los que ejercían encomendaciones, mandaciones o tenencias, en los que mandaban “por mano de rey”.
Por lo que respeta al ordenamiento jurídico-constitucional, en el tomo II de Bizkaia en la Edad Media se aprecia igualmente que las posiciones ideológicas son absolutamente incompatibles. Llorente niega la singularidad de Bizkaia y la existencia de pactos entre los vizcainos y los señores. A su juicio, Bizkaia nunca tuvo leyes propias; los vizcainos se gobernaron por las leyes de los romanos, godos, asturianos, leoneses, castellanos y navarros, sucesivamente, y se pagaban pechos y tributos como en Castilla. Por el contrario, para Aranguren, los vizcainos siempre tuvieron leyes propias, bien un ordenamiento jurídico no formulado, basado en usos y costumbres, es decir, derecho consuetudinario, bien ordenamientos escritos (cartas de fundación de las villas otorgadas por los señores, no por los reyes, el cuaderno de Juan Núñez de 1342, la Hermandad de Gonzalo Moro de 1394, el Fuero Viejo de 1452 y el Fuero Nuevo de 1526). Los vizcainos eran todos hijosdalgo y dispusieron de tribunal propio y exclusivo para resolver las cuestiones de vizcainías (Sala de Vizcaya de la Chancillería de Valladolid); eran libres y exentos, quitos y franqueados de todo pedido, servicio, moneda y alcabala. Lerín defiende que el señorío de Bizkaia fue estado soberano e independiente y su jefe o señor ejercía todas las facultades, preeminencias y jurisdicciones en calidad de soberano. Se debe considerar que los acontecimientos a los que se refiere la investigación tienen lugar en una época feudal, por lo que resulta de imposible o muy difícil encaje tratar de explicarlos con los valores actuales; de ahí que se planteen dudas interpretativas en cuanto a la legitimidad de las confiscaciones o tomas del poder del territorio en diversos momentos: unos, como Llorente, lo justifican por la soberanía de los reyes; otros, como Aranguren y Lerín lo achacan a situaciones de fuerza que no generan ningún derecho.
Con el apasionante debate historiográfico que estudio en Bizkaia en la Edad Media pretendo suscitar el interés de otros investigadores en la búsqueda de nuevas aportaciones o nuevos enfoques.
El geógrafo francés Élisée Reclus publicó en 1867 en la Revue des Deus Mondes un artículo con el expresivo título Los vascos, un pueblo que desaparece (Les Basques. Un peuple qui s’en va). El destacado anarquista constataba como científico una realidad debida, sobre todo, al proceso de nacionalización de los Estados francés y español, los cuales, como Estados nacionales, pretendían eliminar toda la diversidad existente en sus territorios reduciéndola a la única nación con la que se identificaban, la francesa o la española.
Las pequeñas naciones que sobrevivían bajo la administración de la República francesa o el reino de España eran tildadas de atrasadas y no merecedoras de seguir existiendo. Se les aplicaba por los intelectuales y las academias de estos Estados el argumento del darwinismo social, traslación a la política de la teoría científica de la evolución de las especies basada en que solo los individuos y las especies más aptas sobrevivían.
El darwinismo social sirvió de argumento político para el imperialismo europeo sobre el resto del mundo, justificando el sometimiento por una raza blanca superior de los países y naciones atrasadas de los otros continentes. La superioridad técnica y militar europea servía no solo para la dominación por la violencia sino que era en sí misma el argumento que la fundamentaba.
Este darwinismo social no fue solo una teoría perversa para defender el colonialismo fuera de Europa sino que también sirvió para justificar la eliminación de las pequeñas naciones de este continente que no habían podido constituir sus propios Estados.
El bilbaino Miguel de Unamuno, destacado miembro de la intelectualidad y la academia españolas, ofreció un claro ejemplo de esta ideología supremacista y genocida cuando en su ciudad natal llegó a propugnar la desaparición del pueblo vasco y el euskera: “Eres un pueblo que te vas;(…) estorbas a la vida de la universal sociedad, debes irte, debes morir, transmitiendo la vida al pueblo que te sujeta y te invade.” “(…) esa lengua que hablas, pueblo vasco, ese euskera desaparece contigo;no importa porque como tú debe desaparecer;apresúrate a darle muerte y enterrarle con honra, y habla en español”.
Todo apuntaba a que se cumpliría el pronóstico científico de Reclus pero, afortunadamente, no sucedió así. Dos años antes de que se publicara su mencionado artículo había nacido en Bizkaia, en la anteiglesia de Abando, actual Bilbao, Sabino de Arana y Goiri. Un niño que cuando llegó a ser adulto reflexionó: “Pueblo mío, ¿acaso he nacido yo para verte morir?”.
Los acontecimientos históricos no pudieron ser más negativos en este sentido tras el nacimiento de Arana. La última Guerra Carlista estalló cuando tenía siete años de edad y se desarrolló y asoló sobre todo el País Vasco. Tras cuatro años de guerra, en 1876, la derrota carlista supuso la ocupación militar del territorio vasco peninsular por el ejército español y la eliminación de sus instituciones, sustituidas por otras designadas desde la capital del reino. Al proceso de españolización de Álava, Bizkaia, Gipuzkoa y Navarra, político y cultural, sus habitantes ya no tenían capacidad de oponerle ningún freno. Derrotados, ocupados, condenados y señalados como obstáculo y estorbo a la vida de la universal sociedad por el país que los había vencido militarmente y demostrado así, una vez más, su supremacía y superioridad. ¿O no?
Cita en Begoña
Pasaron algunos años hasta el acontecimiento del que ahora hace 125, que sucedió en un txakoli de la anteiglesia de Begoña, actual Bilbao, conocido como de Larrazabal. Sabino de Arana y Goiri había cumplido ya 28 años y acudió allí invitado por un grupo de amigos interesados en conocerle como autor de su libro titulado Bizkaya por su independencia. Hombres vinculados a la sociedad foralista liberal Euskal Herria liderada por Fidel de Sagarminaga, último diputado general de la Diputación Foral de Bizkaia antes de su abolición. Iban a asistir, sin imaginarlo antes y, posiblemente, tampoco en el momento, al primer acto de lo que hoy en día podríamos considerar como la primavera vasca, el final del declive de un país que parecía ya condenado a su desaparición y el comienzo de su resurgimiento, a pesar de las mayores dificultades y obstáculos.
Sabino de Arana y Goiri se presentó públicamente en esta ocasión con un discurso terrible y tremendo, que se ha conocido posteriormente como el Juramento de Larrazabal. Sus convidantes esperaban probablemente una tertulia amena tras una afari-merienda como a las que estaban muy bien acostumbrados y se encontraron con un joven Arana rotundo y apocalíptico, grave y nada amable. Entre otras cosas porque echaba la culpa de la lamentable situación que se padecía a toda la sociedad vizcaina de la que eran muy destacados componentes algunos de ellos, como el empresario y naviero Ramón de la Sota o el artista Adolfo Guiard.
Arana les relató que hacía diez años que había adquirido conciencia nacional vasca y que desde entonces se había dedicado al conocimiento de su Patria por medio del estudio de su idioma (que ignoraba), de sus leyes y de su historia.
Expuso su ideario político nacionalista vasco, su lema Jaungoikua eta Lagizarra (JEL = Dios y Leyes viejas) y anunció su idea de organizar un partido que lo defendiera. Arana limitaba todavía su iniciativa a Bizkaia, aunque pronto la extendería a todo el País Vasco. La parte más solemne de su discurso, que ha dado pie a conocerlo como Juramento, la expresó en la siguiente frase:
“Yo no quiero nada para mí, todo lo quiero para Bizkaya: ahora mismo, y no una sino cien veces, daría mi cuello a la cuchilla sin pretender ni la memoria de mi nombre, si supiese que con mi muerte había de revivir mi Patria”.
Sabino de Arana y Goiri moriría apenas diez años después de pronunciar esta frase. Sabemos que cumplió lo que en ella dijo, incluso en la parte relativa a su memoria, ya que no le importó ponerla en cuestión, en el último año de su vida y cuando ya sabía que estaba próximo su final, con el objetivo de la supervivencia del País Vasco, con el proyecto que se conocería como su evolución españolista.
Aquella tarde del 3 de junio de 1893 Sabino y su hermano Luis que le acompañaba no encontraron la comprensión que esperaban. El tono y contenido de su discurso no gustaron a sus convidantes y se comenzó una discusión cada vez más acalorada que estuvo a punto de acabar muy mal. Seguramente en aquel momento no pudieron llegar a imaginar que casi todos los asistentes en poco tiempo acabarían adhiriéndose a su proyecto político.
Manu Egileor recordaría así este momento:
“Bajo el cielo estrellado de aquella noche cruelmente bella, Sabino y Luis de Arana volvieron solos y en silencio por las veredas dormidas a la orilla de los campos en fecundación, volvieron a su casa de Abando a reanudar sus paseos y pláticas, rebosantes de unción patriótica, en el jardín forjador de empresas generosas, en la galería abierta al despertar del sol (…)”
Cinco días después por las calles de Bilbao se escuchó por primera vez vocear el nombre del primer periódico nacionalista vasco: Bizkaitarra. Hace ahora 125 años, a principios de junio de 1893, comenzaba así la primavera vasca. Y en gran parte gracias a ello, y contra todo pronóstico, el Pueblo Vasco no ha desaparecido. Y seguimos existiendo.
Izan zirelako gara eta garelako izango dira = Porque fueron somos y porque somos serán.
La ya acuciante falta de testigos que sufrieron la guerra civil abre una nueva revolución de la arqueología para ahondar en la memoria histórica.
Un reportaje de Iban Gorriti
Día a día van falleciendo los últimos vascos testigos de la guerra del 36 surgida tras un fallido golpe de Estado militar. Ocurre mientras Europa vive un boom sobre memoria histórica. También Euskal Herria está asistiendo a esa revolución y, según las personas especializadas, desde una atalaya privilegiada, ya que las políticas existentes en este territorio, a diferencia del resto de ellos en el Estado, posibilitan la investigación de los materiales, la exhumación de restos de los paisajes de represión.
Esta nueva revolución es la investigación de aquel episodio cruel a través de la arqueología. Es decir, en pocos años ya no habrá testigos directos de aquel trienio bélico y del franquismo, pero sus materiales serán los nuevos protagonistas y quienes ayudarán a la ciencia a seguir interpretando la historia.
El alavés Josu Santamarina Otaola (Urrunaga, 1993) es historiador y becario predoctoral de la UPV que se encuentra inmerso en la elaboración de una tesis sobre memoria histórica, paisajes y patrimonio. “En Euskal Herria el interés por la memoria está creciendo. Se nota que lo hay y se hacen, por ejemplo, más documentales. En el resto del Estado siguen en el punto uno de investigar sí o no, mientras que aquí ya estamos en el investigar sí, ¿cómo? Seguimos en ese punto referencial”, enfatiza.
A su juicio, el afán, por ejemplo, de recuperar cuerpos de asesinados se dio en la década de los años 70 del siglo pasado. “Se comenzó a estudiar la materialidad de la guerra en los 70 con la búsqueda de personas en fosas en Sartaguda, por ejemplo. Los familiares revisitaron los lugares de represión de la guerra para buscar a parientes que habían perdido. No era un estudio científico, académico. Era recuperación familiar. Con la Transición se puso fin a esta ola de exhumaciones. Y en el año 2000 se volvió y el Gobierno vasco marcó cierto compromiso en recuperar espacios de la represión”, resume Santamarina.
A su juicio, con el nuevo siglo XXI la investigación comenzó a recibir una atención a nivel material, arqueológico. “Ahí está Paco Etxeberria con la Sociedad de Ciencias Aranzadi y ahora desde la universidad también más grupos de trabajo o asociaciones como Intxorta 1937 Kultur Elkartea en Elgeta”, enumera quien estima, por experiencia, que en la CAV y Nafarroa son los territorios que se dan mejores posibilidades y oportunidades de investigar.
Santamarina ha tenido la suerte de formar parte de equipos de trabajo en Madrid, Aragón, Galicia o Castilla La Mancha. “Te das cuenta de que las connotaciones políticas pueden llegar a parar tu trabajo. En Belchite mismo nos pasó que el alcalde nos echó del pueblo. Aquí hay cierto consenso en que hay que estudiarlo. El cómo aún sigue en debate y es lo que hay que plantear”.
Otro ejemplo que pone el historiador de la UPV/EHU es la situación vivida (o sufrida) por la arqueología en Nafarroa. “Quien gobierne marca mucho el trabajo. Es decir, según estadísticas, con UPN en Navarra no había casi casos de exhumaciones y al haber cambio de política se disparó, hay una mayor sensibilidad”.
cartografías y espacios El historiador continúa con sus trabajos tanto académicos como a pie de paisajes históricos. “Es curioso, pero ahora que ya casi no tenemos a quién preguntar su testimonio, ahora nos falta por ejemplo reconstruir cómo aquellas personas sencillas pasaron de ser persona a soldado. No eran militares”, y se deberá lograr a través de lo que denomina “mirada arqueológica”. “Va a ser necesario poner unas nuevas gafas, como metáfora de aportar una nueva forma de mirar aquello que heredamos de aquel evento tan importante del siglo XX, la cultura material”. Así, mediante la geolocalización, confrontar el pasado con el presente y apoyados, por ejemplo, en cartografías.
Quien fuera profesora de Santamarina en la UPV/EHU, la duranguesa Belén Bengoetxea, también pone en valor esta ciencia “reciente” y “la visión distinta” que es necesaria para investigar a través de los medios materiales. “La patrimonialización ayudará a interpretar lo que nos queda, como compromiso social”, subraya Bengoetxea.
Santamarina también reconoce la importancia de patrimonializar lugares que fueron de batalla. “La recuperación arqueológica de los espacios puede implicar en ocasiones la patrimonialización, su puesta en valor y que se conviertan en lugares públicos de acceso a toda la ciudadanía”, valora, y va más allá con una comparación al respecto: “Digo esto porque los archivos históricos, por ejemplo, donde consultamos los documentos de la guerra del 36 suelen tener más restricciones al público. Incluso a la propia investigación. Los archivos pueden estar cerrados; en cambio, los paisajes están abiertos a todo el mundo como debe ser. Son buenos lugares para la intersubjetividad”.
Con todo, según estos historiadores, la arquelogía acerca al conflicto de una forma “más cruda” en los campos de batalla con sus casquillos, sus latas de comida, botellas con las que trataban de hacer frente a sus nervios, y también la exhumación de fosas: “no solo son esqueletos, sino testimonios vivos de una represión brutal”, concluye.
Hace ochenta años, el pintor Javier Ciga fue detenido, torturado y encarcelado; en su cautiverio realizó numerosos dibujos
Un reportaje de Pello Fernández Oyaregui
EL pensamiento que mejor define la trayectoria política de Ciga, es el aforismo que Unamuno escribió a Bergamín: Existir es pensar y pensar es comprometerse. Así pues la vida de Ciga, fue compromiso tanto con la pintura y su ideal estético, como con sus ideas políticas.
Durante toda su dilatada existencia, Ciga fue fiel al ideario nacionalista y como expresaba en su carta a su amigo Pueyo en 1918, se encontraba laborando por Basconia y por el arte. Desde sus años más jóvenes, constituyó con otros amigos la Cuadrilla de Cildoz, aglutinante de las primeras ideas vasquistas. Este proceso de concienciación experimentó un gran impulso al entrar en relación con la Asociación Euskara, con los que compartía la defensa de la lengua y esencias vascas de Navarra. A algunos de ellos, los inmortalizó con excelentes retratos como es el caso de Olóriz, Aranzadi, Etayo y Campión.
Javier Ciga aparece como uno de los primeros afiliados al Partido Nacionalista Vasco (carnet número 36). Así mismo desempeñó distintos cargos, siendo los más relevantes el de tesorero-contador en 1921 y vicepresidente en 1936 en el Centro Vasco o Euzko Etxea, así como su vinculación proactiva con el periódico nacionalista La Voz de Navarra .
El año 1918 fue clave por el avance, tanto de la idea de Reintegración Foral, como del nacionalismo vasco, que por primera vez logró representación en el Ayuntamiento de Pamplona con tres concejalías en las elecciones de 1917, tras los anteriores intentos frustrados.
En las elecciones realizadas el 8 de febrero de 1920, salen elegidos ocho concejales nacionalistas. Entre ellos Ciga, que no era un político profesional, sino un hombre esencialmente bueno que en un momento determinado tuvo que comprometerse, entendiendo la política como servicio al ciudadano.
ACTA DE CONCEJAL Como consecuencia de la Alianza Foral (coalición entre jaimistas y nacionalistas) en las elecciones municipales de 1922, pasaron a controlar el consistorio pamplonés con mayoría. Así pues, Ciga desempeñó el cargo de concejal entre 1920 y 1923 y entre 1930 y 1931 (con el paréntesis 1923-1930), correspondiente a la dictadura de Primo de Rivera, y una vez caída esta, el restablecimiento de la corporación municipal anterior. Aún volvería a presentarse a las elecciones del 12 de abril de 1931, en el distrito 3 en el que obtuvo 245 votos. En estos comicios, que darán paso a la II República, los nacionalistas obtuvieron muy malos resultados, perdiendo así su representación.
Con el comienzo de la Guerra Civil, se iban a vivir circunstancias muy difíciles para todos aquellos que discrepaban con la política oficial y que, según su clasificación sui géneris, serían considerados como desafectos al Glorioso Movimiento Nacional.
MALOS TRATOS Y cárcel La casa de Ciga se iba a convertir en un ir y venir de desterrados en busca de ayuda. Esta situación se agravaría a partir del 19 junio de 1937 con la toma de Bilbao. Al mismo tiempo, desde Elizondo, la familia Ariztia continuaba con la labor humanitaria de proporcionar medicinas procedentes de Francia, para ser distribuidas entre los presos del fuerte de Ezkaba. Muchas fueron las voces que aconsejaron a Ciga que lo más prudente sería cruzar la frontera, ente ellos su amigo José Aguerre, compañero de partido, periodista, intelectual y euskaltzale. La respuesta siempre era la misma: “Yo no me voy, ya que no he hecho nada malo, nos podrán quitar la vida pero jamás la dignidad”.
La detención de Javier Ciga, se produjo el 13 de abril de1938, y fue conducido al Depósito Municipal o Perrera. Los agentes del Servicio de Información de la Policía Militar procedieron al interrogatorio, acusándole de facilitar la huida a Francia del comandante de la UGT Abásolo.
Contaba con 60 años, y ni siquiera la edad ni su delicado estado de salud sirvieron de atenuantes para la tortura física y psíquica que se le infligió, y que queda reflejada en la propia denuncia presentada y manuscrita por Ciga y firmada por otros encausados. En ella se describe cómo fueron insultados, vejados, golpeados con vergas, una de ellas metálica, y pateados en el suelo. Esto ocurrió a partir de las 15 horas del día de la detención y se repitió a las dos de la madrugada del día siguiente. Del estado lamentable en el que salió Ciga del Depósito Municipal, poseemos varios testimonios oculares, como los de María Iturralde, otra de las detenidas, el del oficial del Depósito, Bernardino Vidaurre, y el de Pello Mari Irujo, una vez en la prisión provincial, a donde fue conducido pasados los tres días de incomunicación.
DIBUJOS DE LA CÁRCEL Ciga, pintor vocacional, también ejerció su actividad en un recinto tan poco propicio como era la celda carcelaria, pero que le sirvió para evadirse y sublimar la cruda y absurda realidad que vivió. Con la falta de medios que imponía la circunstancia, es decir, una libreta y un lápiz, realizó la serie que conocemos como Dibujos de la cárcel, compuesta por 18 dibujos con formato vertical y horizontal de 15 x 19 centímetros. Once de los cuales representan retratos de sus amigos entre los que destacan los hermanos Irujo, Aquiles Cuadra y algunos baztandarras encarcelados.
Aparecen representados en todas sus modalidades: cabezas, bustos, medio cuerpo, tres cuartos, de cuerpo entero, de perfil, de frente, ladeados, etc. Los otros seis dibujos representan distintas escenas de la vida carcelaria en la que los presos pasaban su tiempo. Son dibujos minimalistas, ejecutados con unas pocas líneas, con la corrección y el rigor dibujístico que le caracterizaban y con dominio absoluto de las anatomías. Por medio del sombreado y escorzos, consigue interesantes efectos de volumetría y perspectiva. Ciga se revela como un fiel cronista de la vida carcelaria, dejándonos un documento de gran valor histórico.
CONSEJO DE GUERRA Tras la instrucción del sumario se celebra la vista del Consejo de Guerra, en la cual, a los detenidos en la redada del Catachú, se añaden el propio Javier Ciga y otros; acusados de la organización de evasiones y, en concreto, de la mencionada evasión de José Abásolo.
El delito se tipificó como auxilio a la rebelión. El fiscal, en las conclusiones del sumarísimo, copiadas en el informe 3137 de FET y de las JONS, acusa a Ciga “de ser uno de los separatistas más contumaces de la ciudad, de haber contribuido con 25 pesetas a la suscripción nacionalista al Día de la Patria Vasca, de haber sido concejal nacionalista del Ayuntamiento de Pamplona, de que en su casa se reunían significados separatistas, con fines de conspiración contra el Glorioso Movimiento Nacional”, aunque no se pudieron probar estos hechos. Se defendió de todas las acusaciones de evasión y negó que hubiera facilitado nombres, recomendaciones e itinerarios.
En esta fase de instrucción del sumario, defendieron a Ciga, mediante sendos informes, el alcalde de Pamplona Tomás Mata, calificando de intachable su conducta pública, y el director de la Congregación de Esclavos de María Santísima. Como abogado defensor ejerció el eminente José María Iribarren Rodríguez, secretario particular del general Mola y alférez del Cuerpo Jurídico Militar, llamó a declarar en defensa de Ciga a Hilario Castiella, a José Martínez, presidente del Bloque de derechas durante la II República y de la Junta de Guerra Carlista de Navarra, y a Joaquín Baleztena, jefe regional carlista. Todos refrendaron el moderantismo, la bondad, la religiosidad del defendido y si bien reconocían su ideología, no lo consideraban como un nacionalista de acción, ni separatista. Iribarren recalcó, cómo Ciga se negó a facilitar fugas y ayudar a que otros las realizaran y volvió a enfatizar el carácter formal, religioso, trabajador y moderado, incluso cuando era nacionalista. Ciga fue absuelto del delito de auxilio a la rebelión, aunque se le imponía una multa de 50 pesetas por no haber denunciado las evasiones. Ciga sale de la cárcel el 23 de septiembre de 1939, a punto de cumplir 62 años, después de soportar un largo periodo de año y medio. De todas formas, no acabaría aquí el calvario judicial para nuestro pintor, que tendría que hacer frente a un nuevo juicio.
SENTENCIA EN CONTRA Y SANCIÓN El caso pasó al Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas, según ordenaba la ley de febrero de 1939, por la que se debía castigar la participación subversiva en política. Ciga es acusado de ostentar cargos en el Partido Nacionalista Vasco y de no haberse adherido incondicionalmente al Alzamiento Nacional. Todo ello supuso la inmovilización de bienes, tanto los suyos (depósito de valores de 11.500 pesetas) como los de la funeraria, que estaban a nombre de la Sociedad Ciga y Compañía. El Tribunal falló en su contra, condenándole como responsable político al pago de 2.500 pesetas de multa, que pagó con el Calvario encargado por los PP. Escolapios y que a partir de entonces es conocido como el Cristo de la Sanción.
El trato vejatorio, el encarcelamiento, la larga dictadura franquista, la vejez, problemas de salud como la hemiplejía, pérdida de visión y de pulso, serán factores que dejarán huella negativa en nuestro artista y su obra. Ya nada sería igual, podemos dar por finalizada su fase creativa iniciando una recreación del rico imaginario estético e iconográfico de sus etapas anteriores.
La verdad y la coherencia marcaron su trayectoria vital, artística, así como su compromiso político. Todos estos aspectos nos dan una visión poliédrica que enriquecen la figura de Ciga, que haciendo suya la idea unamuniana, unió en su vida: existencia, pensamiento, arte y compromiso.
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