Casquillos, botellas y espacios que hablan por los represaliados

La ya acuciante falta de testigos que sufrieron la guerra civil abre una nueva revolución de la arqueología para ahondar en la memoria histórica.

Un reportaje de Iban Gorriti

Josu Santamarina, en una de sus investigaciones de campo.DEIA
Josu Santamarina, en una de sus investigaciones de campo.DEIA

Día a día van falleciendo los últimos vascos testigos de la guerra del 36 surgida tras un fallido golpe de Estado militar. Ocurre mientras Europa vive un boom sobre memoria histórica. También Euskal Herria está asistiendo a esa revolución y, según las personas especializadas, desde una atalaya privilegiada, ya que las políticas existentes en este territorio, a diferencia del resto de ellos en el Estado, posibilitan la investigación de los materiales, la exhumación de restos de los paisajes de represión.

Esta nueva revolución es la investigación de aquel episodio cruel a través de la arqueología. Es decir, en pocos años ya no habrá testigos directos de aquel trienio bélico y del franquismo, pero sus materiales serán los nuevos protagonistas y quienes ayudarán a la ciencia a seguir interpretando la historia.

El alavés Josu Santamarina Otaola (Urrunaga, 1993) es historiador y becario predoctoral de la UPV que se encuentra inmerso en la elaboración de una tesis sobre memoria histórica, paisajes y patrimonio. “En Euskal Herria el interés por la memoria está creciendo. Se nota que lo hay y se hacen, por ejemplo, más documentales. En el resto del Estado siguen en el punto uno de investigar sí o no, mientras que aquí ya estamos en el investigar sí, ¿cómo? Seguimos en ese punto referencial”, enfatiza.

A su juicio, el afán, por ejemplo, de recuperar cuerpos de asesinados se dio en la década de los años 70 del siglo pasado. “Se comenzó a estudiar la materialidad de la guerra en los 70 con la búsqueda de personas en fosas en Sartaguda, por ejemplo. Los familiares revisitaron los lugares de represión de la guerra para buscar a parientes que habían perdido. No era un estudio científico, académico. Era recuperación familiar. Con la Transición se puso fin a esta ola de exhumaciones. Y en el año 2000 se volvió y el Gobierno vasco marcó cierto compromiso en recuperar espacios de la represión”, resume Santamarina.

A su juicio, con el nuevo siglo XXI la investigación comenzó a recibir una atención a nivel material, arqueológico. “Ahí está Paco Etxeberria con la Sociedad de Ciencias Aranzadi y ahora desde la universidad también más grupos de trabajo o asociaciones como Intxorta 1937 Kultur Elkartea en Elgeta”, enumera quien estima, por experiencia, que en la CAV y Nafarroa son los territorios que se dan mejores posibilidades y oportunidades de investigar.

Santamarina ha tenido la suerte de formar parte de equipos de trabajo en Madrid, Aragón, Galicia o Castilla La Mancha. “Te das cuenta de que las connotaciones políticas pueden llegar a parar tu trabajo. En Belchite mismo nos pasó que el alcalde nos echó del pueblo. Aquí hay cierto consenso en que hay que estudiarlo. El cómo aún sigue en debate y es lo que hay que plantear”.

Otro ejemplo que pone el historiador de la UPV/EHU es la situación vivida (o sufrida) por la arqueología en Nafarroa. “Quien gobierne marca mucho el trabajo. Es decir, según estadísticas, con UPN en Navarra no había casi casos de exhumaciones y al haber cambio de política se disparó, hay una mayor sensibilidad”.

cartografías y espacios El historiador continúa con sus trabajos tanto académicos como a pie de paisajes históricos. “Es curioso, pero ahora que ya casi no tenemos a quién preguntar su testimonio, ahora nos falta por ejemplo reconstruir cómo aquellas personas sencillas pasaron de ser persona a soldado. No eran militares”, y se deberá lograr a través de lo que denomina “mirada arqueológica”. “Va a ser necesario poner unas nuevas gafas, como metáfora de aportar una nueva forma de mirar aquello que heredamos de aquel evento tan importante del siglo XX, la cultura material”. Así, mediante la geolocalización, confrontar el pasado con el presente y apoyados, por ejemplo, en cartografías.

Quien fuera profesora de Santamarina en la UPV/EHU, la duranguesa Belén Bengoetxea, también pone en valor esta ciencia “reciente” y “la visión distinta” que es necesaria para investigar a través de los medios materiales. “La patrimonialización ayudará a interpretar lo que nos queda, como compromiso social”, subraya Bengoetxea.

Santamarina también reconoce la importancia de patrimonializar lugares que fueron de batalla. “La recuperación arqueológica de los espacios puede implicar en ocasiones la patrimonialización, su puesta en valor y que se conviertan en lugares públicos de acceso a toda la ciudadanía”, valora, y va más allá con una comparación al respecto: “Digo esto porque los archivos históricos, por ejemplo, donde consultamos los documentos de la guerra del 36 suelen tener más restricciones al público. Incluso a la propia investigación. Los archivos pueden estar cerrados; en cambio, los paisajes están abiertos a todo el mundo como debe ser. Son buenos lugares para la intersubjetividad”.

Con todo, según estos historiadores, la arquelogía acerca al conflicto de una forma “más cruda” en los campos de batalla con sus casquillos, sus latas de comida, botellas con las que trataban de hacer frente a sus nervios, y también la exhumación de fosas: “no solo son esqueletos, sino testimonios vivos de una represión brutal”, concluye.

La singladura olvidada de los Basterretxea

Se cumplen 130 años del natalicio de Francisco Basterrechea, figura del PNV  y padre del escultor Néstor

Un reportaje de Iban Gorriti

EL 18 de julio se cumplieron 130 años del natalicio de Francisco Basterrechea Zaldibar, a quien se podría presentar de forma resumida -y quizás, poco justa- como el padre del famoso artista vizcaino Néstor Basterretxea. Tanto el perfil del primero -menos conocido por la mayor parte de la ciudadanía- como del segundo guardan estrecha relación con el sufrimiento de la Guerra civil. Ambos, en su exilio, vivieron la terrible singladura del barco Alsina que huyendo del franquismo y del nazismo partió de Marsella con rumbo a la paz de Argentina, y el viaje previsto de quince días duró dos años, con seis meses retenidos en Dakar, Senegal.

Pero, ¿quién era el padre de Néstor? ¿Quién era Francisco Basterrechea Zaldibar? Desde Sabino Araba Fundazioa le reivindican como “una figura importante dentro de la historia del PNV, pero que, sin embargo, ha quedado un poco relegada al olvido”, valoran.

Padre del citado pintor, escultor, diseñador y director de cine vizcaino que nació en Bermeo el 6 de mayo de 1924 y falleció el 12 de julio de 2014 en Hondarribia, Francisco fue abogado, fundó Juventud Vasca en su villa natal, fue diputado junto a José Antonio Aguirre, así como miembro de Eusko Ikaskuntza y de la Comisión de Autonomía surgida del Congreso de Bergara de 1930.

Durante la Guerra Civil se exilió en Francia y colaboró con el Gobierno vasco, hasta que viajó a Buenos Aires incorporándose a las labores de la delegación vasca en la capital argentina, que dirigió desde 1946 y hasta 1952.

En 1945 formó parte del consejo de redacción de la revista Galeuzca, en la que publicó diversos artículos. Junto a Santiago Kuntxillos fue uno de los miembros fundadores del Instituto Americano de Estudios Vascos que dirigió Andrés María de Irujo. En 1952 regresó a Europa. Falleció en Madrid el 9 de diciembre de 1975 y fue enterrado en su pueblo natal, Bermeo.

Un programa de ETB, Creadores vascos, entrevistó a Néstor quien aseguró que “durante mucho tiempo mi vida fue una película. Me habían metido en el reparto”, declaraba a cámara. En el espacio emitido recordó su vida en París cuando su aita trabajaba en la delegación vasca de la capital francesa. Curiosidades como que con 14 años, fue uno de los primeros en ver el Guernica de Picasso. “El gobierno republicano le encargó a través de Ucelay un cuadro a Arteta, el más emblemático del momento, y este no quiso. Es más, se mató de forma tonta en México”, relató y fue más allá: “En ese tiempo, Picasso estaba en París y le enseñó un cuadro en exclusiva a Manuel Irujo. Irujo le dijo que le daba rabia verlo y Picasso le dijo que ese era lo que él quería”.

Según el relato de Basterretxea, Jauregi, que había sido senador, le pidió a Picasso a ver si cedería el Guernica al Gobierno vasco “porque los muertos son nuestros”. Y, al parecer, obtuvo respuesta positiva: “Jauregi fue corriendo a donde José Antonio a decirle: Picasso nos regala el Guernica”. El testimonio del escultor quedó grabado en Creadores vascos.

En aquel programa también habló del barco Alsina, en el que coincidió con el presidente de la segunda República española, Niceto Alcalá-Zamora. “Era un hombre graciosísimo, muy andaluz hablando. Por su experiencia tenía mucho que contar. Era muy comunicativo, muy digno. Él quería dormir como nosotros en el suelo, pero no se lo permitían”.

Pero aquel barco que soltaba amarras en Marsella fue apresado en Dakar. Arantzazu Amezaga Iribarren detallaba la amplia presencia vasca en la nave en un artículo. “La familia Arechavaleta Txintxurreta, él llegaría a ser en Caracas Delegado del Gobierno Vasco; la familia Anuncita; el matrimonio Olivares, él conocido como Tellagorri; la familia Pitaluga; el matrimonio Monzón, el Consejero de Interior del primer Gobierno vasco, escritor y cofundador de Herri Batasuna; la familia Basterretxea; la familia Madariaga, ella, hermana del primer lehendakari vasco, José Antonio Agirre, y el matrimonio Amezaga, él conocido escritor y traductor. Mis padres”, matizaba.

La flota inglesa dominaba todo el frente atlántico y detenía a todo barco no aliado. El Alsina también sufrió esta decisión porque portaba bandera de “la Francia de Vichy”, firma del armisticio con la Alemania nazi.

El barco que ansiaba la libertad no contaba con el Navy Cert. Estuvieron 496 días de peregrinaje. “A veces me pregunto -concluye Arantzazu Amezaga- cómo pudieron sobrevivir con semejante dignidad ante tanta adversidad como la que padecieron. Pero aquellos pasajeros de la libertad fueron el símbolo, dentro de su absoluta indefensión, de la entereza vasca de resistir para sobrevivir”.

Néstor Basterretxea era entonces un chaval. “Todo lo que allí viví se me despertó más tarde, en Buenos Aires. No podía ver una noticia que hablara de guerra. Lo pasaba muy mal y lo fui reflejando. Todo consta en ti”, manifestaba a ETB quien al regresar a Euskal Herria “no quería morirme sin pintar Arantzazu, como me habían prohibido. Y pinté un Cristo de espaldas. El obispo Setién me dijo que pintara un Cristo de espaldas en cualquier lugar de la cripta, pero no en el altar, que eso no podía ser y lo giré, pero le puse furioso, que pide cuentas a quien entra por la puerta con cara de carlista”, concluía quien dejó obra escultórica de memoria histórica en Matxitxako, Gernika u Otxandio.