Centenares de sociedades, firmas y compañías llevan el nombre Bilbao en el mundo

Amaia Mujika Goñi 

Un amplio abanico de sociedades, firmas y compañías de los más variados sectores económicos y sociales ha tomado a lo largo de la historia reciente el nombre de la capital vizcaina para remarcar su procedencia

Bilbao es el nombre de nuestra Villa y urbe y, por extensión, el patronímico de sus hijos pero también de ciertos lugares públicos y privados que, repartidos por el mundo, pudimos conocer hace algunos meses. Hoy lo que aquí traemos es una relación de entidades que, a partir de mediados del siglo XIX con el desarrollo del registro de marcas, incorporan el nombre Bilbao a su denominación. Un amplio abanico de sociedades, firmas y compañías de muy diversa índole que han querido remarcar su procedencia, entronque o incluso su vocación de bilbainía.

Un listado abierto, más diverso que amplio y que no pretende ser exhaustivo y menos desde la creación en 1997 del Museo Guggenheim Bilbao, así denominado por el interés de las autoridades vascas en entroncarlo con la ciudad, que lo acogía asegurándose así la proyección internacional de la misma y su hinterland. Desde entonces, tanto las entidades públicas como las privadas han utilizado con desmesura y reiteración Bilbao como nombre o apellido de sus sociedades y empresas. Valgan de ejemplo Bilbao Turismo S.A., Metro Bilbao, Bilbao Air, Bilbao International Exhibition Centre, Bilbao City Council, Limpiezas Bilbao, Área Bilbao, Creaciones Bilbao, Bilbao, Bilbao Golf o Bilbao Arte… saltando incluso a la red con portales como bilbaoweb, bilbaomarket, florbilbao o el foráneo bilbaoriginal, lo que obliga, aún más, a hacer una selección siempre subjetiva y limitada en el tiempo con el fin únicamente de dar unas pinceladas sobre la marca Bilbao con anterioridad a la década de los 90.

El Bilbao empresarial

Bilbao como marca societaria tendrá sus primeros exponentes en pleno periodo de industrialización con la explotación de las minas de hierro de Somorrostro, cuyo mineral bajo en fósforo era codiciado por la pujante industria europea del acero para alimentar sus hornos Bessemer. Así, en 1871 se constituye la Bilbao Iron Ore & Cº. con un capital de 500.000 libras suscrito por dos de los grandes industriales del acero inglés, Brown y Fowler, y Simón de Ochandategui, dueño de concesiones mineras en la ladera oeste del monte Triano, construyendo tras la 2ª Guerra Carlista un ferrocarril de vía estrecha de 22,236 km. que, a finales de siglo se llamó Bilbao River and Cantabrian Railway Co. Ltd., enlazando la cuenca minera con la dársena de la playa de Sestao (La Benedicta), donde se situaron cinco cargaderos para embarcar el mineral con destino a Inglaterra.

Paralelamente la ría de Bilbao, tradicional puerto comercial y en este fin de siglo también industrial, verá proliferar a las compañías navieras que a raíz de la subida de los fletes y la ley proteccionista de 1909 se harán con el tráfico internacional de altura y cabotaje. Entre las dedicadas al transporte de hierro y carbón estará la Compañía Marítima Bilbao S.A. fundada en 1917 y propietaria de una flota mercante constituida por el Sendeja, Indauchu, Zabalbide y el Achuri, éste último uno de los pocos buques que durante la Guerra Civil siguió transportando mineral de hierro a Inglaterra hasta su apresamiento por el acorazado España. Durante la 1ª Guerra Mundial este tráfico marítimo, beneficiado por la neutralidad española, propició la creación de empresas dedicadas al seguro marítimo como Bilbao Compañía Anónima de Seguros, conocida popularmente como Seguros Bilbao que, tras la crisis económica de los treinta, amplió y diversificó su ámbito de actuación, siendo en la actualidad una compañía líder en el sector.

Un poco más al interior, en el corazón de las Siete Calles origen de la tradición comercial bilbaina, se situó a principios de siglo el Bazar Bilbao de Lorenzo Larrinaga, un comercio de quincalla cuyos escaparates se llenaban en época navideña de muñecas y trenes con sus locomotoras movidas a cuerda o vapor ante la admiración de niños y grandes. Un establecimiento que, además del rótulo con el nombre Bilbao, lucía en sus persianas metálicas Sigue leyendo Centenares de sociedades, firmas y compañías llevan el nombre Bilbao en el mundo

Emakumes y andereños, exilio en Gran Bretaña


Todo comenzó cuando el 21 de mayo de 1937 salió de Santurtzi, en el Habana, rumbo a Southampton, una nutrida expedición vasca, en la que los niños era el grupo más numeroso, cerca de 4.000 en total, con edades comprendidas entre los 7 y 15 años. Les acompañaban más de 200 emakumes, entre jóvenes maestras y auxiliares, amén de quince sacerdotes y varias enfermeras y médicos vascos. Este personal adulto salió con la promesa de un pequeño sueldo mensual por parte del Gobierno vasco, promesa que después no se cumplió con la debida regularidad.

Ya en el destino, y después de pasar un tiempo en un campamento establecido en Stoneham, Eastleigh, sur de Inglaterra, todos fueron trasladados gradualmente y en grupos a las diferentes colonias y casas de acogida que las organizaciones británicas les habían preparado por toda la geografía del país, en más de cien colonias. Todo se hizo bajo la supervisión del Comité central inglés, en el que destacaban dos grandes figuras, Leah Manning (socialista) y la duquesa de Atholl (conservadora).

Los alojamientos que les prepararon se pueden calificar de excelentes, en ocasiones en buenos colegios, grandes edificios y mansiones. Eran también buenas las condiciones sanitarias y alimentarias, en términos generales.

Pero no sucedió lo mismo en el aspecto educativo, que dependía en gran manera del Departamento de Cultura del Gobierno vasco y, en su caso, de los adultos destacados en el extranjero. Los niños estaban en edad escolar, pero el tema educativo no funcionó en la medida de lo esperado, por diferentes motivos. Para empezar, a algunos grupos de niños les costó acostumbrarse a la nueva vida, les costó acostumbrarse a la rutina diaria y a la exigente disciplina de los internados (las colonias eran unos internados), seguramente por haber vivido en la etapa anterior sin apenas una escolaridad regular durante los meses que duró la guerra en Euskadi. Las andereños, por su parte, ocupadas en mil quehaceres docentes y no docentes todo el santo día de Dios, hacían lo que podían en materia de enseñanza. Estaban señaladas cinco horas de clase diarias (tres por la mañana y dos por la tarde), pero al decir de las propias protagonistas, unas veces por falta de medios didácticos y libros de texto, y otras por otros motivos, era bastante poco lo que podían hacer sobre todo con los chicos de más edad (de 15 y 16 años para arriba); a lo sumo, repasar lo ya aprendido antes de la salida de Bilbao. Aisladas en sus colonias, las maestras estaban desconectadas del Departamento de Cultura del Gobierno vasco, cuyas máximas figuras educativas residían mayormente entre París y Barcelona. Tampoco se había previsto el establecimiento de algún tipo de coordinación o inspección educativa en Inglaterra, a pesar de existir allí una población infantil tan numerosa. Al final, muy al final, algo se enmendó la situación, con el nombramiento de un representante de Cultura.

Vicente de Amezaga, director general de Primera Enseñanza, reconoce en sus informes el mal funcionamiento de la educación y subraya el desigual rendimiento de las maestras, por diversas causas: la mala distribución del personal adulto al servicio de los niños; la extrema juventud de las maestras y su falta de experiencia para tratar a los chicos y chicas mayores, con los que no sabían qué hacer; su casi total desconocimiento del inglés les impedía comunicarse directamente con las direcciones y comités respectivos, y por último -a juicio de Amezaga-, había que tener en cuenta el excesivo trabajo del personal femenino y la natural depresión causada por el destierro, que hacían que, a pesar de su capacidad y buena voluntad, no rindieran «lo que en un estado normal habría derecho a esperar de ellas». Ya nos imaginamos lo que puede suponer el exilio en la vida de las personas. La realidad del exilio ha sido definida a menudo como un espacio dominado por el dolor, la impotencia y el desvalimiento; en ocasiones, equivalía a tener que comenzar de nuevo, sobre todo en tierras de lengua ajena y desconocida.

Pero en el balance final de su estancia en el extranjero no todo fue negativo, ni mucho menos. Había también aspectos muy positivos, sobre todo en actividades como el desarrollo del folklore vasco, a través de cantos y danzas; e incluso se atrevieron con algunas pequeñas piezas teatrales. Sus actuaciones en público eran muy del agrado de la gente inglesa; y de paso servían para recaudar unos fondos extra para el mantenimiento de los residentes. Lo mismo ocurrió en otros países de acogida.

En esta mención de aspectos más gratificantes, no se puede olvidar que, excepcionalmente, algunos grupos de niños tuvieron la oportunidad de estudiar en las escuelas públicas de la correspondiente localidad (al lado de alumnos ingleses), progresando mucho en el conocimiento del inglés. También son dignos de mención el ejemplar comportamiento y las atenciones de las familias inglesas del entorno, que, deseosas de hacer más felices a los niños, no dudaban en sacarlos fuera de los internados, llevarlos a menudo a sus casas a tomar el té o lo que fuera, haciéndoles igualmente regalos de todo tipo. Bien que lo recuerdan los que estuvieron en Inglaterra.

Entre los años 1937 y 1940 regresó la mayor parte de los menores, quedando en Inglaterra solo unos 500 chicos y chicas (unos años después bajarían a la mitad aproximadamente); estos últimos tenían muy fundadas razones para quedarse: porque eran huérfanos y porque sus padres y familiares estaban en prisión o en paradero desconocido.

Con la vuelta de los niños, se cerraron la mayor parte de las colonias y casas de acogida, por lo que las andereños quedaron sin colocación, prácticamente en la calle. Lo mismo sucedió con algunos sacerdotes. Muchas maestras y auxiliares regresaron entonces a su tierra, otras reemigraron a los países americanos, y un cierto número de ellas (cerca de 50) quedaron en Inglaterra por el momento, empleadas en ocupaciones diferentes, en oficios bastante humildes, como empleadas de hogar, en hospitales y algunas fábricas. A pesar de su formación pedagógica, esto era lo que les ofrecieron, no había más. Fue el momento también de algunos enlaces matrimoniales, con jóvenes vascos o ingleses.

La Asociación ‘Euzko Emakumiak’

Pasando ahora al otro punto (que hemos dicho puede ser algo distinto), nos preguntamos cómo y por qué surgió entre las que quedaron (maestras y auxiliares en su mayoría) la idea de unirse con otras mujeres y trabajar conjuntamente en tareas de asistencia y solidaridad. La respuesta es que, con la llegada de la Guerra Mundial, cambiaron mucho las circunstancias, cambiaron mucho las exigencias y necesidades de los refugiados.

En la primera mitad de los años 40 (en plena Guerra Mundial), se constituyeron en Inglaterra varias organizaciones de tipo social, cultural y político, creadas por los propios exiliados; eran unas entidades de muy diferente tendencia ideológica -incluso dentro de una misma organización-, pero todas ellas tenían en principio el mismo objetivo: servir a los emigrados (jóvenes y adultos) en todos los aspectos de la vida: en lo humano, social y cultural, e incluso en materia de alojamiento. Juan Negrín y los refugiados españoles que se hallaban en Londres -y disponían de medios económicos-, crearon muy pronto el llamado Hogar Español primero y después el Instituto Español Republicano y la Fundación Juan Luis Vives, ésta para otorgar becas para hacer los estudios. Los catalanes crearon el Casal Catalá de Londres. Y los vascos se lanzaron a constituir las dos entidades de Euzko Etxea y la asociación Euzko Emakumiak, inauguradas ambas en la capital inglesa en torno al año 1942.

Por estos años de que hablamos (principios de los 40), muchos de los niños vascos se convirtieron en unos verdaderos jóvenes, y las anteriores organizaciones españolas y vascas trabajaban para lograr su adhesión, a toda costa. Se consideraba necesaria la presencia de gente joven en las organizaciones, porque tras la dispersión los adultos vascos propiamente dichos eran relativamente pocos en Inglaterra, andarían en torno a unas 200 personas en total, la mayoría de ellos en Londres.

Euzko Etxea, creada sin distinción de matices políticos, sociales o religiosos, era una casa que debía servir de lugar de reunión y solaz para la emigración vasca, además de impulsar el conocimiento de la cultura, costumbres y características fundamentales del País, ante la opinión inglesa.

La asociación Euzko Emakumiak, por su parte, algunas de cuyas componentes figuraban también como socias de Euzko Etxea, retomó de alguna manera el espíritu y la tradición de la primera Emakume-Abertzale-Batza, a pesar de que ahora había dentro de la organización mujeres vascas de todas las tendencias ideológicas, especialmente emakumes de filiación nacionalista, republicana y socialista. Después de pasar un tiempo en la Delegación de Euzkadi, establecieron su domicilio en uno de los pisos de Euzko Etxea.

No eran muchas las mujeres asociadas, unas 50 en total (la mayoría, antiguas maestras y auxiliares), pero se esperaba mucho de ellas, especialmente en lo que respecta a la situación educativa de los niños y jóvenes, la situación de los soldados, los enfermos y los refugiados en general.

Las ayudas a los refugiados

No es fácil contar en unas palabras todo lo que fueron capaces de hacer estas emakumes en el tiempo en que estuvo activa la asociación, es decir, entre 1942 y 1947.

Una de sus primeras actuaciones fue ponerse en contacto con la Delegación vasca y el Comité central inglés para mejorar la asistencia a los niños vascos, que en ese momento se encontraban distribuidos en familias, el hogar y la escuela. Las emakumes se preocuparon de visitarlos y establecer relaciones con sus padres o parientes. Existe, al respecto, una amplia correspondencia entre estos niños y las mujeres vascas. Se preocuparon igualmente de buscar alojamiento y colocación a las chicas en edad de trabajar, y fueron al hospital donde había vascos que sufrían. Las emakumes organizaron las celebraciones de las fiestas de Navidad y de Reyes, porque era una de las formas más satisfactorias y efectivas para relacionarse con los chicos, sobre todo con los menores de 16 años.

La asociación femenina creó en 1944 la llamada Institución de asistencia a los vascos, con miras no solo a los vascos de Inglaterra, sino también a los refugiados que vivían en Francia en muy difíciles circunstancias. En los años siguientes se hizo un gran esfuerzo, y se enviaron a Francia muchas cajas de ropa y comida, todo según sus posibilidades económicas existentes que no eran muy grandes. En el destino, las emakumes de San Juan de Luz y Biarritz, presididas por Concha Azaola, se encargaron de la recogida y distribución del cargamento recibido.

Fue en este proyecto común de asistencia a los refugiados vascos de Francia, donde se unieron las emakumes de Inglaterra y de América. Como se amplía más y mejor en el mencionado libro sobre los vascos en Inglaterra, desde Venezuela, Argentina y otros países americanos se enviaron grandes cantidades de dinero, ropas y medicinas, con destino a los refugiados y enfermos de Francia. En los informes de las emakumes de América se habla de cantidades valoradas en muchos miles de francos. Aparte estaban, naturalmente, las ayudas enviadas directamente al Gobierno vasco.

Artículo escrito por Gregorio Arrien

El Estado vasco de Joseph-Dominique Garat

 

Una imagen arquetípica de la Revolución Francesa en la que se puede contemplar una ejecución pública

La propuesta de creación de un estado vasco impulsada por Joseph-Dominique Garat, senador del Imperio, a Napoleón Bonaparte, es uno de los capítulos más sugerentes de la historia decimonónica del País Vasco. A pesar de ello, se ha mantenido relativamente oculto para el gran público, lo que no parece responder a ningún tipo de interés con trasfondo político o ideológico, sino al hecho cierto de que se trató de uno de tantos planes que el Gran Corso contempló y finalmente desechó, quedando relegado al limbo de las realidades que pudieron ser pero nunca fueron. No trascendió, quedando recluido al ámbito de la alta política y la diplomacia como una especie de proyecto de salón en el que, precisamente por esta causa, nada terminó de concretarse del todo.

Sin embargo, su importancia es crucial, no únicamente porque prevé la constitución de un ente administrativo capaz de fundir en una unidad política los territorios vascos de ambos lados del Bidasoa -un planteamiento que no era estrictamente novedoso-, sino por la ideología y el modelo de estado que su proyecto llevaba implícitos. Lejos de la profunda impronta provincialista que caracterizó a propuestas como la de las Provincias Unidas del Pirineo propugnado por Manuel de Larramendi o la propia Euzkadi que Arana ensalzará como patria de los vascos casi cien años después de la era napoleónica, Garat hablaba de un estado uniforme y centralizado. El respeto a los fueros e instituciones de cada una de las provincias vascas no era para Garat una base de partida esencial, sino la propia identidad vasca vista desde un punto de vista rigurosamente moderno, en perfecta consonancia con los ideales políticos que propugnó la Revolución Francesa.

Su propuesta aparece como un calco del sistema administrativo y de gobierno aplicado en Francia durante la revolución y el Imperio: la nación moderna, distribuida administrativamente siguiendo criterios de pura racionalidad y no identitarios, se apropia de los recursos de un estado que llega a encarnar, correspondiéndole un solo gobierno y administración centralizada, una única lengua y una única identidad nacional. En este sentido, Garat se muestra partidario de diluir las provincias vascas siguiendo el mismo proceso que aconteció con las francesas, basándose en criterios puramente administrativos, mezclando buena parte de Bizkaia, Gipuzkoa y Laburdi en una nueva y homogénea provincia, dada su común dependencia del mar. Igualmente propuso para el resto del territorio, llegando a hablar de la provincia de Nueva Fenicia, de Nueva Tiro y, en caso de ser necesario, una tercera llamada Nueva Sidón, todas ellas sin rastro alguno de la tradicional división provincial. En este sentido, Garat puede considerarse como el primero que propugnó un modelo de nacionalismo moderno, basado en los postulados de la Revolución, para el País Vasco.

Llama la atención la modernidad de algunos de sus postulados, como la concienciación acerca de la necesidad de una lengua vasca unificada, así como de escuelas en las que se imparta la formación en euskera a partir de los textos de Larramendi y Ohienart, entre otros autores clásicos. Sin embargo, pecó de cierta ingenuidad al creer a pies juntillas en las teorías acerca del origen hebrero de la lengua vasca, a partir de la lectura de varios estudios poco rigurosos, entre los cuales el más conocido es la obra escrita en 1785 por Matthieu Chirinac de Labastide, titulada Dissertation sur les basques, obra mediante la que el autor francés pretendía demostrar la semejanza entre ambas lenguas. Garat también conocía la teoría vasco-iberista, tan en boga en aquellos momentos merced a los estudios de Astarloa o Wilhelm von Humboldt, quien difundió la idea por todo el mundo.

El antecedente de Moncey

El senador no partía de cero cuando pretendió interesar a Napoleón. El general Moncey prefiguró una solución parecida cuando se apercibió de la actitud de las autoridades guipuzcoanas ante la penetración de las tropas de la Convención en 1794.

Basándose en la teoría del pacto secular, los guipuzcoanos recibieron con simpatía a los franceses, ofreciéndoles la adhesión de la provincia a cambio del respeto a sus fueros e instituciones. Se trataba de la ejecución del derecho de soberanía que mediante pacto les había unido secularmente a Castilla, girando esta vez hacia Francia. Los representantes de la provincia, que negociaron con Francia por boca de José Fernando de Echave Asu, Joaquín Barroeta, Francisco Javier Leizaur y José Hilarión, no ocultaban su malestar por la política crecientemente nacionalista de Carlos IV, tras de quien se encontraba la sombra de Godoy, y creyeron ver en la república francesa a un posible garante de las libertades vascas. Sin embargo, los altos representantes convencionales, Jacques Pinet y Jean-Baptiste Cavaignac, se cerraron a la posibilidad de ningún acuerdo a excepción de la anexión pura y simple a Francia.

Fue entonces cuando Moncey, dándose cuenta de que la república estaba perdiendo unos aliados providenciales, sugirió la posibilidad de crear un estado formado por las tres provincias de Bizkaia, Gipuzkoa y Álava, cuya supervivencia vendría garantizada por las fuerzas de la república. La idea no prosperó, a pesar de que estuvo presente en las conversaciones de Basilea (1795) que restauraron la paz entre Francia y España y devolvieron la frontera a su trazado anterior, a cambio de la entrega de parte de la isla de Santo Domingo y un buen desembolso económico por parte del gobierno de Carlos IV.

Garat conoció el plan de Moncey, lamentó su fracaso y pergeñó un nuevo proyecto a partir de esta idea, pero ampliándolo a los territorios vascos del estado francés y a Navarra. Si bien sus estudios histórico-etnológicos le llevaron a reclamar en el último de sus escritos las poblaciones de Laredo o Santoña como territorios vizcainos, el proyecto de Garat tiene el privilegio de ofrecer una imagen insólita en cuanto que, basándose en cuestiones étnicas y no tanto históricas, propone la conformación de un estado nuevo, respondiendo así a los postulados del moderno nacionalismo y abriendo una alternativa nacionalista o prenacionalista diferente a la que finalmente, y de forma más bien tardía, se impuso en el país.

Nueva Fenicia, país de corsarios

Cuando en 1807, las fuerzas francesas rebasaron nuevamente el Bidasoa, Garat, como Moncey en su día, no perdió la oportunidad para ofrecer su plan a Napoleón. Su primer informe -hubo otro anterior, pero en él únicamente se refiere a Iparralde-, data de 1808. Se tituló Exposé succint d´un Project de reunión de quelques cantons de l´Espagne et de la France dans la vue de rendre plus fáciles et la soumission de l´Espagne et la creation d´une marine puissante, y surgía de una doble toma de conciencia: por un lado, sabía que era el momento idóneo, que Napoleón había tomado España y se hallaba indeciso sobre qué hacer con ella. Por el otro, era una oportuna contramedida para contrapesar la fuerza del viejo proyecto de secesión de los territorios situados entre el Ebro y los Pirineos y su anexión al Imperio Francés.

Talleyrand no veía con malos ojos esta medida, y varios informes, como el que escribió el subcomisario de Marina francés solicitando la unión del puerto de Pasajes a Francia, empujaban al emperador a liquidar de una vez por todas el viejo contencioso ebropirenaico. El senador Garat aprovechó las circunstancias políticas para presentar el proyecto neofenicio como un compendio de ventajas para el imperio, a fin de llamar la atención del emperador.

Consciente de que tras la derrota de la armada combinada franco-española en Trafalgar (1805) Napoleón contaba con la hegemonía terrestre pero se hallaba en seria desventaja frente a los británicos en el mar, el laburdino presentó Nueva Fenicia como un estado eminentemente marítimo, capaz de generar flotas corsarias a fin de imposibilitar el tráfico militar y comercial del Reino Unido, organizando una especie de guerrilla del mar: tripulaciones de corsarios que se lanzarían sobre los mares de las dos Vizcayas, situados precisamente en la ruta de Inglaterra a las dos Indias. Se volvería a ver sobre el océano lo que no se ha visto desde hace un siglo; una verdadera guerra de filibusteros que desolaría la marina mercante inglesa y formaría tripulaciones que, en nuestras escuadras y flotas, no tardarían en combatir y vencer a la marina militar de esos insolentes dominadores de los mares.

Joseph-Dominique Garat fue un abogado, periodista y orador laburdino que tomó parte en los acontecimientos que conformaron el proceso revolucionario francés desde sus prolegómenos hasta su culminación imperial. Como tal, estaba profundamente imbuido por estos ideales, tanto que llegó a votar, junto a su hermano mayor Dominique y no sin reticencias, la derogación de los fueros vascos en la noche del 4 de agosto de 1789. Cuando llegó el Imperio, creyó ver en Napoleón la figura que sería capaz de hacer realidad sus aspiraciones. No en vano, el emperador había creado estados de nueva planta a lo largo y ancho de Europa desde antes de su ascenso al trono imperial -en tiempos del Directorio (1794-99) reorganizó prácticamente sin oposición el mapa política italiano-, lo que animó a Garat a proponerle la constitución de un estado vasco adherido al Imperio. La idea pareció atractiva a Napoleón, que solicitó a Garat que profundizara en ello, fruto de lo cual resultó un extenso informe sobre los vascos y otros pueblos antiguos de España, pero para entonces el rumbo de la guerra le aconsejó un control directo de los territorios situados entre el Ebro y los Pirineos. Con fecha 8 de febrero de 1810, un decreto imperial desgajó unilateralmente estos territorios de los dominios de José Bonaparte, cuyas protestas no lograron revertir la decisión. Se formaron cuatro gobiernos -Vizcaya, Navarra, Aragón y Cataluña-, cuyos responsables, todos ellos militares, respondían directamente ante París, rompiendo toda vinculación con la España josefina y formando una especie de administraciones transitorias que en el caso catalán derivaron en la anexión (1812). La derrota napoleónica truncó estos designios, retornando la situación al estatus quo anterior a 1807.

(Artículo de  Iñigo Bolinaga)

El primer golpe de Estado en la historia de América

Retratos del mariscal Pedro de Garibay, izquierda, y del virrey José de Iturrigaray Aróstegui, derecha. (SABINO ARANA FUNDAZIOA)

Nuestro personaje, Gabriel Joaquín de Yermo y Bárcena, vino al mundo en Sodupe el 10 de septiembre de 1757, en el seno de una familia y de una comarca con fuerte tradición migratoria. Como era habitual entre los jóvenes vascos con ciertos recursos de la segunda mitad del siglo XVIII, Gabriel recibió una básica formación en letras y números suficiente para poder contribuir a los negocios de familiares y paisanos que se encontraban en las principales plazas comerciales de España y América.

Hacia México

Así, cuando cumplió los 18 años y acompañado de su hermano Juan José, cinco años mayor que él, zarpó del puerto de Cádiz en la fragata La Soledad rumbo a la casa comercial de sus tíos Juan Antonio y Gabriel de Yermo en la Ciudad de México.

Estos últimos habían llegado a San Miguel el Grande (Guanajuato) alrededor de 1755 en donde se vincularon a la poderosa colonia vasca (fundamentalmente compuesta por encartados y ayaleses). En pocos años sus tíos se convirtieron en unos de los almaceneros más importantes de la capital, perteneciendo al poderoso Consulado de comerciantes de Ciudad de México, en donde su tío José Antonio Yermo llegó a desempeñar el cargo de cónsul del partido vasco en 1786. Asimismo, participó de manera significativa en la Cofradía de Aránzazu, patrona de los vascongados, y en la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País desde 1773. Es digno de señalar cómo Juan Antonio Yermo apostó claramente por aplicar el pensamiento ilustrado que abogaba la institución vasca, fundamentado en el libre comercio, la desvinculación y desamortización de la propiedad y en el fomento de la producción e innovación agrícola-ganadera.

Gabriel contrajo matrimonio con su prima, María Josefa de Yermo y Díez de Sollano, hija de su tío José Antonio. Tras el fallecimiento de su suegro y tío, acaecido en 1791, heredó el giro comercial de la capital y un conjunto de propiedades entre las que destacaban la hacienda de Nuestra Señora de Temixco, la estancia de San Vicente el Chisco y el rancho de Tlatempa, así como las negociaciones de abastos de carne, con ganados menores de pelo y lana, en la jurisdicción de Cuernavaca.

De este modo Gabriel de Yermo se convirtió en uno de los representantes más comprometidos de los hacendados, mineros y comerciantes que conformaban el selecto Consulado de comerciantes de México.

Sus razones

¿Qué llevó a Yermo a destituir por la fuerza al representante del rey en Nueva España? Durante los últimos años del gobierno de Carlos IV, los habitantes de la Nueva España padecieron el arbitrio del aciago gobierno de Godoy, representado en México por su hombre de confianza, el virrey José Joaquín Vicente de Iturrigaray y Aróstegui (1742-1815), gaditano de originen navarro, quien se encargó de agraviar los intereses de los agentes más activos de la economía novohispana y especialmente a Gabriel Joaquín de Yermo. La explotación de la colonia como fuente de ingresos para la metrópoli, sin respetar a las fuerzas productivas de la Nueva España, hacía que se resintieran los pilares de la economía de México y despertó en la incipiente elite criolla un sentimiento de profundo agravio que influirá decisivamente en los acontecimientos posteriores.

A partir de marzo de 1808, empezaron a llegar noticias de la península, tales como la entrada de las tropas napoleónicas en territorio español, la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando, su posterior renuncia de la Corona a favor de José Bonaparte y el levantamiento popular de las gentes de Madrid el 2 de mayo, que crearon un profundo estado de miedo e incertidumbre en la población de Nueva España. El debate jurídico e ideológico que surgió entre los representantes de la Real Audiencia (cuerpo vinculado a los intereses de los españoles en la colonia) y el Ayuntamiento de la Ciudad de México (representante de la ascendente burguesía mexicana) por determinar quién debería gobernar la colonia en el interregno provocó que ambas partes fueran radicalizando su discurso a lo largo de los meses estivales.

Para los peninsulares, la convocatoria de la celebración de un congreso de ciudades por el virrey Iturrigaray, tal y como defendían los criollos, derivaba irremediablemente en la independencia de la Nueva España, y con ello la imposibilidad de enviar las remesas de plata tan necesarias en España para frenar el avance francés.

Yermo pudo comprobar que la presunción de que la colonia se podía perder era un sentimiento más extendido de lo que se imaginaba. Pronto comenzó a percatarse de que los españoles europeos de la capital estarían dispuestos a aventurarse en una asonada que destituyera al sospechoso virrey.

En la medianoche del 15 de septiembre y detrás de la catedral de México se dieron cita más de trescientos jóvenes (la mayor parte de ellos, empleados españoles de comercio, junto a algún empleado de Correos y unos pocos criollos) con la intención de asaltar la residencia virreinal. Yermo recuerda cómo se produjeron los acontecimientos y señala que «reunidos, pues, en los pasajes señalados entraron en el palacio del virrey a los tres cuartos para la una de la mañana del día 16, y se apoderaron de los guardias, del virrey y de toda su familia, sin que hubiera más desgracia que la muerte de un granadero del Regimiento del Comercio». Controlada la situación, se procedió a dar aviso al arzobispo y a los oidores de la Audiencia del triunfo del golpe de Estado y de la reclusión del virrey.

Los promotores intelectuales del golpe acudieron prestos a oficializar la separación del virrey y a proceder a nombrar al viejo mariscal de campo Pedro de Garibay como su sustituto. El nuevo gobierno procedió urgentemente a encarcelar a los opositores del partido criollo y a repatriar a la península al destituido virrey para que fuera juzgado. La urgencia de estos movimientos resultaba vital si querían evitar cualquier conato de resistencia en la colonia.

El golpe de Estado -sostiene Lorenzo Zavala- dividió la nación entre adictos al partido caído y seguidores del nuevo cambio. Para los primeros había miedo de expresar en público lo que pensaban por el temor a ser reprimidos por los Voluntarios, mientras que los funcionarios, los comerciantes y sus empleados y la jerarquía de la Iglesia novohispana tomaron partido por los golpistas.

Luis Villoro escribió a su vez que, después de la asonada de Yermo y la destitución de Iturrigaray, todo volvió aparentemente al mismo estado en que antes se encontraba, con el mismo código legislativo y con las mismas instituciones, aunque en el fondo todo había cambiado. El orden existente ya no se sostenía en la estructura jurídica tradicional que respetaba al criollo; sus representantes legales -el virrey y el Ayuntamiento- habían sido derrocados por la fuerza. El resto, autoridades de gobierno -Audiencia, Arzobispado, Inquisición y posteriormente la Regencia española-, no solo aplaudieron esta medida, sino que además se hicieron responsables de ella. Con este golpe se destruyó la legalidad existente.

Lo que en un principio pareció un triunfo realista, con el paso del tiempo, demostraría que la destitución del virrey por la fuerza y la consiguiente detención de los líderes criollos partidarios de un cierto autonomismo en la colonia se convertirán en la chispa que haría prender el fuego de la libertad en las colonias españolas en América.

2013, el Bicentenario  

Gabriel de Yermo demostró su compromiso con su patria creando el cuerpo de los Lanceros de la Hacienda de San Gabriel, también conocido como los negros de Yermo, a finales de 1810 cuando se pensaba que las hordas del padre Hidalgo, líder de la insurgencia mexicana, acabarían asolando la capital mexicana. Su decisiva participación en la batalla del Monte de las Cruces, provocará el cambio de rumbo del ejército independentista. Los insurgentes abandonarán el valle de México a pesar de su triunfo, y su determinada resistencia contra los enemigos hasta su muerte, en 1813, serán recompensadas por la Regencia quien ofrecerá a Yermo un título de Castilla, que el encartado rehusará porque «nunca apeteció más lustre o condecoración que su cuna de nobleza ejecutoriada, y sus propias acciones».

Pocos meses antes de fallecer escribió a la Corte reclamando el derecho de igualdad de negros, indios y castas fieles a la corona: «Por eso la constitución (1812) dejó aun a los descendientes de África abierta la puerta del merecimiento, para que puedan ser ciudadanos después de haberlos declarado españoles, y los que obren bien, como los beneméritos defensores que elogiamos (los empleados de sus haciendas), tendrán los mismos derechos que los demás ciudadanos desde que se les expida la carta que ha ofrecido la nación. Nosotros deseamos que llegue este día y que una educación más cuidadosa los prepare para todos los empleos a que ya tienen derecho en proporción de su mérito y virtudes…».

Sin duda estamos ante un personaje a simple vista contradictorio, hijo de una época convulsa en donde choca lo viejo con lo nuevo de donde nacerá una nueva era.

El 7 de septiembre de 1813, Gabriel Joaquín de Yermo falleció de pulmonía, dejando ocho hijos y un noveno que nacería pocos días después. Ordenó que su cuerpo fuera amortajado con el hábito de Nuestro Padre San Francisco y que se le diera sepultura en la capilla de Nuestra Señora de Aránzazu, en el atrio del convento de San Francisco de la capital mexicana.

Nadie como Gabriel de Yermo representa el conflicto político surgido en el verano de 1808 entre los intereses de los ricos españoles europeos y las ilusiones criollas que anhelaban la autonomía política y económica de la colonia. Además de esta característica, Yermo pertenece a ese grupo de hombres «ilustrados», avanzados en lo económico e incluso en lo social, pero que no transigieron ni un ápice en ceder poder político a la emergente burguesía criolla.

La prensa abertzale vivió dos intensas décadas hasta la aparición de ‘Euzkadi’, hace cien años

Por Luis de Guezala

La prensa abertzale vivió dos intensas décadas hasta la aparición de ‘Euzkadi’, ayer hace cien años

SE cumplió ayer el centenario del primer gran diario nacionalista vasco, el Euzkadi, que vio la luz el 1 de febrero de 1913. Hace un par de años mi compañero Iñaki Goiogana dedicó un artículo a este acontecimiento en esta misma sección de Historias de los vascos, por lo que hoy pretendo esbozar el relato de los veinte años de prensa abertzale que precedieron a esta efeméride.

No cabe duda de que la labor periodística fue la actividad más destacada del nacionalismo vasco desde sus inicios. Su primer acto público, en un txakolí de Begoña en el que Sabino de Arana pronunció su discurso conocido desde entonces como Juramento de Larrazabal, vino seguido inmediatamente, tan solo cinco días después, el 8 de junio de 1893, por la publicación del periódico Bizkaitarra. La importancia de este órgano de prensa en el naciente nacionalismo vasco sería tal que sus miembros acabarían siendo conocidos como bizkaitarras, lo mismo que su bandera.

Los primeros abertzales comenzaron desde este periódico a realizar su más importante actividad, la difusión de su ideario y pensamiento entre sus compatriotas, que compartían sentimientos pero que todavía no tenían desarrollada y asumida su conciencia nacional vasca.

La Patria vasca, comenzó así, siendo de papel. El material en ocasiones más débil, pero que puede resistir, a diferencia de otros soportes, funcionando perfectamente, el paso de los siglos.

Con el Bizkaitarra, pionero de la prensa abertzale, se vivieron muchas de las características que definirían el desarrollo de este periódico y de sus sucesores. Quizás la más destacable pueda ser la represión que sufrió por parte de las autoridades españolas la expresión del pensamiento político vasco. En un marco legal que si ya era poco democrático en 1893 lo sería aún menos en los años posteriores aplicándose a los vascos la legislación ex-profeso contra la libertad de expresión que se desarrolló en España en defensa de la unidad del reino sobre el que no se ponía el sol independientemente de la voluntad de sus habitantes.

La forma en que las autoridades españolas combatirían la publicación de las ideas nacionalistas por vía gubernativa y judicial supondría numerosas multas e incluso cárcel para los escritores y responsables de sus periódicos, además del secuestro de sus ejemplares y su prohibición y clausura.

Prohibición y secuestro

Los dos primeros números del Bizkaitarra fueron saludados con su denuncia, prohibición y el secuestro de sus ejemplares. El suplemento del nº 2 sería también denunciado, al igual que el nº 6, que lo sería antes incluso de su publicación. El nº 14 sería objeto de otra denuncia que acabaría suponiendo una multa gubernativa de 500 pesetas de la época y otra judicial de 125, además de la pena de un mes y once días de arresto mayor para el director del semanario, Sabino de Arana.

El nº 25 sería objeto de la sexta denuncia, por los artículos titulados Ellos y nosotros y La Bandera española, siendo secuestrados sus ejemplares. Gobernador civil y judicatura competían en la represión al semanario, imponiendo una multa el gobernador de 500 pesetas que serían devueltas al conocer que se había iniciado un proceso judicial que estableció una multa y fianza de 2.000 pesetas.

La séptima denuncia correspondió al suplemento IV del Bizkaitarra, del 24 de julio de 1895, por los artículos Abolición y reconquista y Vengan escobas. Sabino de Arana no era su autor, pero, como siempre, se hizo responsable de ellos, lo que le supondría su ingreso en prisión preventiva.

El 16 de septiembre de 1895, en el solemne acto de Apertura de los Tribunales, el ministro de Gracia y Justicia anunció la reforma del Código Penal para poder poner fuera de la ley al Bizkaitarra, dado que la legislación vigente le parecía insuficiente para ello, posiblemente por la sacrificada resistencia vasca a tantas denuncias, secuestros, multas y cárcel.

La octava denuncia al Bizkaitarra, que supuso la apertura de dos procesos, civil y militar, se realizó por un artículo publicado en el que sería su último número, el 32, del 5 de septiembre de 1895. Sabino de Arana, en prisión, fue convencido por su familia y amigos para no intentar sacar a la calle el número 33 que ya tenía redactado, muriendo así Bizkaitarra, al igual que la primera organización abertzale, el Euskeldun Batzokija, clausurado también en esta ocasión. Sabino de Arana sufrió por la publicación de este semanario un total de 8 denuncias, 7 procesos, 3 multas y 3 encarcelamientos.

No sería tan fácil para las autoridades españolas acabar con los nacionalistas vascos, cuyo ideario se había extendido notablemente entre sus compatriotas gracias, precisamente a la difusión y lectura del Bizkaitarra, y a partir de entonces continuarían apareciendo publicaciones abertzales a pesar de la represión y persecución gubernativa y judicial.

El siguiente órgano de prensa nacionalista vasco fue Baserritarra, del que se pudieron publicar 18 números entre el 2 de mayo de 1897 y el 29 de agosto del mismo año, en que corrió la misma suerte Sigue leyendo La prensa abertzale vivió dos intensas décadas hasta la aparición de ‘Euzkadi’, hace cien años