Todo comenzó cuando el 21 de mayo de 1937 salió de Santurtzi, en el Habana, rumbo a Southampton, una nutrida expedición vasca, en la que los niños era el grupo más numeroso, cerca de 4.000 en total, con edades comprendidas entre los 7 y 15 años. Les acompañaban más de 200 emakumes, entre jóvenes maestras y auxiliares, amén de quince sacerdotes y varias enfermeras y médicos vascos. Este personal adulto salió con la promesa de un pequeño sueldo mensual por parte del Gobierno vasco, promesa que después no se cumplió con la debida regularidad.
Ya en el destino, y después de pasar un tiempo en un campamento establecido en Stoneham, Eastleigh, sur de Inglaterra, todos fueron trasladados gradualmente y en grupos a las diferentes colonias y casas de acogida que las organizaciones británicas les habían preparado por toda la geografía del país, en más de cien colonias. Todo se hizo bajo la supervisión del Comité central inglés, en el que destacaban dos grandes figuras, Leah Manning (socialista) y la duquesa de Atholl (conservadora).
Los alojamientos que les prepararon se pueden calificar de excelentes, en ocasiones en buenos colegios, grandes edificios y mansiones. Eran también buenas las condiciones sanitarias y alimentarias, en términos generales.
Pero no sucedió lo mismo en el aspecto educativo, que dependía en gran manera del Departamento de Cultura del Gobierno vasco y, en su caso, de los adultos destacados en el extranjero. Los niños estaban en edad escolar, pero el tema educativo no funcionó en la medida de lo esperado, por diferentes motivos. Para empezar, a algunos grupos de niños les costó acostumbrarse a la nueva vida, les costó acostumbrarse a la rutina diaria y a la exigente disciplina de los internados (las colonias eran unos internados), seguramente por haber vivido en la etapa anterior sin apenas una escolaridad regular durante los meses que duró la guerra en Euskadi. Las andereños, por su parte, ocupadas en mil quehaceres docentes y no docentes todo el santo día de Dios, hacían lo que podían en materia de enseñanza. Estaban señaladas cinco horas de clase diarias (tres por la mañana y dos por la tarde), pero al decir de las propias protagonistas, unas veces por falta de medios didácticos y libros de texto, y otras por otros motivos, era bastante poco lo que podían hacer sobre todo con los chicos de más edad (de 15 y 16 años para arriba); a lo sumo, repasar lo ya aprendido antes de la salida de Bilbao. Aisladas en sus colonias, las maestras estaban desconectadas del Departamento de Cultura del Gobierno vasco, cuyas máximas figuras educativas residían mayormente entre París y Barcelona. Tampoco se había previsto el establecimiento de algún tipo de coordinación o inspección educativa en Inglaterra, a pesar de existir allí una población infantil tan numerosa. Al final, muy al final, algo se enmendó la situación, con el nombramiento de un representante de Cultura.
Vicente de Amezaga, director general de Primera Enseñanza, reconoce en sus informes el mal funcionamiento de la educación y subraya el desigual rendimiento de las maestras, por diversas causas: la mala distribución del personal adulto al servicio de los niños; la extrema juventud de las maestras y su falta de experiencia para tratar a los chicos y chicas mayores, con los que no sabían qué hacer; su casi total desconocimiento del inglés les impedía comunicarse directamente con las direcciones y comités respectivos, y por último -a juicio de Amezaga-, había que tener en cuenta el excesivo trabajo del personal femenino y la natural depresión causada por el destierro, que hacían que, a pesar de su capacidad y buena voluntad, no rindieran «lo que en un estado normal habría derecho a esperar de ellas». Ya nos imaginamos lo que puede suponer el exilio en la vida de las personas. La realidad del exilio ha sido definida a menudo como un espacio dominado por el dolor, la impotencia y el desvalimiento; en ocasiones, equivalía a tener que comenzar de nuevo, sobre todo en tierras de lengua ajena y desconocida.
Pero en el balance final de su estancia en el extranjero no todo fue negativo, ni mucho menos. Había también aspectos muy positivos, sobre todo en actividades como el desarrollo del folklore vasco, a través de cantos y danzas; e incluso se atrevieron con algunas pequeñas piezas teatrales. Sus actuaciones en público eran muy del agrado de la gente inglesa; y de paso servían para recaudar unos fondos extra para el mantenimiento de los residentes. Lo mismo ocurrió en otros países de acogida.
En esta mención de aspectos más gratificantes, no se puede olvidar que, excepcionalmente, algunos grupos de niños tuvieron la oportunidad de estudiar en las escuelas públicas de la correspondiente localidad (al lado de alumnos ingleses), progresando mucho en el conocimiento del inglés. También son dignos de mención el ejemplar comportamiento y las atenciones de las familias inglesas del entorno, que, deseosas de hacer más felices a los niños, no dudaban en sacarlos fuera de los internados, llevarlos a menudo a sus casas a tomar el té o lo que fuera, haciéndoles igualmente regalos de todo tipo. Bien que lo recuerdan los que estuvieron en Inglaterra.
Entre los años 1937 y 1940 regresó la mayor parte de los menores, quedando en Inglaterra solo unos 500 chicos y chicas (unos años después bajarían a la mitad aproximadamente); estos últimos tenían muy fundadas razones para quedarse: porque eran huérfanos y porque sus padres y familiares estaban en prisión o en paradero desconocido.
Con la vuelta de los niños, se cerraron la mayor parte de las colonias y casas de acogida, por lo que las andereños quedaron sin colocación, prácticamente en la calle. Lo mismo sucedió con algunos sacerdotes. Muchas maestras y auxiliares regresaron entonces a su tierra, otras reemigraron a los países americanos, y un cierto número de ellas (cerca de 50) quedaron en Inglaterra por el momento, empleadas en ocupaciones diferentes, en oficios bastante humildes, como empleadas de hogar, en hospitales y algunas fábricas. A pesar de su formación pedagógica, esto era lo que les ofrecieron, no había más. Fue el momento también de algunos enlaces matrimoniales, con jóvenes vascos o ingleses.
La Asociación ‘Euzko Emakumiak’
Pasando ahora al otro punto (que hemos dicho puede ser algo distinto), nos preguntamos cómo y por qué surgió entre las que quedaron (maestras y auxiliares en su mayoría) la idea de unirse con otras mujeres y trabajar conjuntamente en tareas de asistencia y solidaridad. La respuesta es que, con la llegada de la Guerra Mundial, cambiaron mucho las circunstancias, cambiaron mucho las exigencias y necesidades de los refugiados.
En la primera mitad de los años 40 (en plena Guerra Mundial), se constituyeron en Inglaterra varias organizaciones de tipo social, cultural y político, creadas por los propios exiliados; eran unas entidades de muy diferente tendencia ideológica -incluso dentro de una misma organización-, pero todas ellas tenían en principio el mismo objetivo: servir a los emigrados (jóvenes y adultos) en todos los aspectos de la vida: en lo humano, social y cultural, e incluso en materia de alojamiento. Juan Negrín y los refugiados españoles que se hallaban en Londres -y disponían de medios económicos-, crearon muy pronto el llamado Hogar Español primero y después el Instituto Español Republicano y la Fundación Juan Luis Vives, ésta para otorgar becas para hacer los estudios. Los catalanes crearon el Casal Catalá de Londres. Y los vascos se lanzaron a constituir las dos entidades de Euzko Etxea y la asociación Euzko Emakumiak, inauguradas ambas en la capital inglesa en torno al año 1942.
Por estos años de que hablamos (principios de los 40), muchos de los niños vascos se convirtieron en unos verdaderos jóvenes, y las anteriores organizaciones españolas y vascas trabajaban para lograr su adhesión, a toda costa. Se consideraba necesaria la presencia de gente joven en las organizaciones, porque tras la dispersión los adultos vascos propiamente dichos eran relativamente pocos en Inglaterra, andarían en torno a unas 200 personas en total, la mayoría de ellos en Londres.
Euzko Etxea, creada sin distinción de matices políticos, sociales o religiosos, era una casa que debía servir de lugar de reunión y solaz para la emigración vasca, además de impulsar el conocimiento de la cultura, costumbres y características fundamentales del País, ante la opinión inglesa.
La asociación Euzko Emakumiak, por su parte, algunas de cuyas componentes figuraban también como socias de Euzko Etxea, retomó de alguna manera el espíritu y la tradición de la primera Emakume-Abertzale-Batza, a pesar de que ahora había dentro de la organización mujeres vascas de todas las tendencias ideológicas, especialmente emakumes de filiación nacionalista, republicana y socialista. Después de pasar un tiempo en la Delegación de Euzkadi, establecieron su domicilio en uno de los pisos de Euzko Etxea.
No eran muchas las mujeres asociadas, unas 50 en total (la mayoría, antiguas maestras y auxiliares), pero se esperaba mucho de ellas, especialmente en lo que respecta a la situación educativa de los niños y jóvenes, la situación de los soldados, los enfermos y los refugiados en general.
Las ayudas a los refugiados
No es fácil contar en unas palabras todo lo que fueron capaces de hacer estas emakumes en el tiempo en que estuvo activa la asociación, es decir, entre 1942 y 1947.
Una de sus primeras actuaciones fue ponerse en contacto con la Delegación vasca y el Comité central inglés para mejorar la asistencia a los niños vascos, que en ese momento se encontraban distribuidos en familias, el hogar y la escuela. Las emakumes se preocuparon de visitarlos y establecer relaciones con sus padres o parientes. Existe, al respecto, una amplia correspondencia entre estos niños y las mujeres vascas. Se preocuparon igualmente de buscar alojamiento y colocación a las chicas en edad de trabajar, y fueron al hospital donde había vascos que sufrían. Las emakumes organizaron las celebraciones de las fiestas de Navidad y de Reyes, porque era una de las formas más satisfactorias y efectivas para relacionarse con los chicos, sobre todo con los menores de 16 años.
La asociación femenina creó en 1944 la llamada Institución de asistencia a los vascos, con miras no solo a los vascos de Inglaterra, sino también a los refugiados que vivían en Francia en muy difíciles circunstancias. En los años siguientes se hizo un gran esfuerzo, y se enviaron a Francia muchas cajas de ropa y comida, todo según sus posibilidades económicas existentes que no eran muy grandes. En el destino, las emakumes de San Juan de Luz y Biarritz, presididas por Concha Azaola, se encargaron de la recogida y distribución del cargamento recibido.
Fue en este proyecto común de asistencia a los refugiados vascos de Francia, donde se unieron las emakumes de Inglaterra y de América. Como se amplía más y mejor en el mencionado libro sobre los vascos en Inglaterra, desde Venezuela, Argentina y otros países americanos se enviaron grandes cantidades de dinero, ropas y medicinas, con destino a los refugiados y enfermos de Francia. En los informes de las emakumes de América se habla de cantidades valoradas en muchos miles de francos. Aparte estaban, naturalmente, las ayudas enviadas directamente al Gobierno vasco.
Artículo escrito por Gregorio Arrien