El republicano al que cuatro balas no consiguieron matar

El anarquista navarro José Méndez sobrevivió incólume, incluso, al tiro de gracia en un fusilamiento franquista sufrido en septiembre de 1936 en Oteitza

Un reportaje de Iban Gorriti

Sobrevivió de forma sorprendente a cuatro descargas de un pelotón de fusilamiento el 7 de septiembre de 1936, casualmente en la víspera de las fiestas de su pueblo. Fue el único de los diez disparados que no se confesó ante el cura presente. Permaneció, a continuación, escondido como un topo durante 14 meses. Logró cruzar la frontera francesa. En París, la Gestapo le persiguió durante la Segunda Guerra Mundial y tras años sin saber nada de su familia, cuando se volvieron a reunir, tuvo noticia de que su hija Noemí había muerto con solo nueve años. Migrado a Argentina, José Méndez Arbeloa trató de empezar de cero hasta que al fallecer su otro hijo en el país americano, decidió retornar a su Andosilla natal junto a su mujer, María Francés.

José Méndez Arbeloa y su esposa, María Francés, tras su regreso a Andosilla. Editorial Altaffaiya

José era secretario del sindicato CNT de Andosilla (Nafarroa). Tenía 35 años cuando estalló la Guerra Civil. Para entonces, ya era padre con María de dos hijos: Laureano y Noemí. Era hijo de un jornalero y pescador en barca en el río Ega. Vendían por las calles lo capturado. Más adelante, la familia abrió una yesería.

En este marco, los andolenses supieron que grupos de requetés estaban entrenando a escuadrillas en el valle días antes del golpe de Estado dado por militares españoles no republicanos en julio de 1936. Un cabo de la Guardia Civil animó a José y a otros cinco compañeros cenetistas a que “desaparecieran” por unos días. Uno de los huidos fue su cuñado Agustín Francés. Sin embargo, el sexteto pensó que no había hecho nada. Volvieron el 24 de julio, cuando Andosilla ya era territorio del bando sublevado contra la Segunda República.

Los apresaron y acabaron en la cárcel de Lizarra. En el penal, José vio al cura de su pueblo, Cayo de Luis, que se escondió al reconocerle. El ácrata manifestó siempre que el religioso fue el culpable de que acabaran en el paredón. La saca se produjo el 7 de septiembre. Los diez pensaron que les llevaban al fuerte San Cristóbal. Sin embargo, les conducían en un ómnibus a matar en Oteitza.

Ataron a José con su cuñado Agustín. Un cura confesó a todos menos al dirigente anarquista. Se negó. “Venís a asesinar a inocentes”, le espetó, según testimonio propio recogido en el libro Navarra, de la esperanza al terror, 1936 (Editorial Altaffaiya). Consultado al respecto, un sobrino-nieto de José Méndez, Eduardo Murugarren, evoca las palabras del libertario. “Decía que el cura le pegó con el crucifijo en la boca y que menos mal que lo llevaba atado al cuello que si no se la reventaba. De hecho, siempre dijo que le dolió más el dolor del crucifijo que el impacto de las balas que le esquivaron”.

Fueron un total de cuatro, incluido el de gracia. Él, en todo momento, se hizo el muerto. “El primer tiro me cruzó el hombro, caí. No sé si mi cuñado me arrastró o me caí yo. Había un poquico de cuesta y caí de perfil. Yo no sabía lo que pasaba pero a mí no me pasaba nada”, testimoniaba. Cuando se iban, un ejecutor dijo para darles el de gracia. “Vi el cañón del fusil a un palmo de mi cara. El aire de la bala me pasó entre la nariz y la boca, salpicándomela de tierra”.

Al irse los homicidas, José se desató de su cuñado y vio su roce en el hombro. Asimismo, que otra bala le había atravesado la ropa por delante del pecho, y una tercera por debajo del vientre. La cuarta cruzó un mechero que portaba dentro del bolsillo.

Escondido como un topo

Un día y medio después llegó a Andosilla. Se escondió en una cabaña familiar y fue hallado por un sobrino, hijo de Agustín, de 14 años. Méndez le pidió que no dijera nada a nadie y que le llevara comida, pero la abuela del joven supo que algo pasaba y le acabaron escondiendo en una casa con dos puertas. “Más fácil para poder escapar en caso de verse mal”, agrega Murugarren. Pasó más de un año allí “como un topo”.

Transcurrido este tiempo, tuvo dos intentos de exiliarse tras viajar hasta Iruñea vestido de falangista. Primero, sufrió un chivatazo y saltó del camión en el que iba. En el segundo, llegó a Iparralde. Aún así, decidió sumarse a un batallón republicano e ir a luchar a la Batalla del Ebro cuando casi estaba ya perdida. Ingresó en un campo de refugiados y regresó a Iparralde. Allí, le dijeron en dos ocasiones que fuera a la frontera que estaba su mujer y no pudo hacerlo. Años más tarde, conoció que su compañera nunca estuvo allí. “José tuvo la sospecha de que volvió a ser el cura de Andosilla” quien intentó localizarlo, explica Murugarren.

En 1941, sí pudo abrazarse con María y su hijo Laureano. Faltaba Noemí. Lo supo en ese momento. Su hija había muerto cuatro años antes. Juntos partieron a París y trabajaron para la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial. Consiguió escapar de la Gestapo, la policía secreta nazi.

En 1953, migraron a Argentina con varios familiares. “Con la guerra fría pensó que a ver si iba a sufrir una guerra más”, enfatiza Murugarren, quien valora que “ha sido una familia de CNT muy castigada. De hecho, sus hermanos Eugenio y Félix, así como tres cuñados, fueron fusilados”.

Desde Argentina, voló Méndez en una ocasión a su tierra para un homenaje antifranquista en Sartaguda. Y tras su regreso a América, acabaría retirándose en Andosilla junto a su mujer, no sin antes sufrir una muerte más: la de su hijo en la república sudamericana.

Pablo Neruda y los refugiados vascos

El literato americano garantizó el viaje del barco francés ‘SS Winnipeg’ a Valparaíso, odisea de la que el 4 de agosto se cumplen 80 años

Un reportaje de Iban Gorriti

EL barco SS Winnipeg zarpó el 4 de agosto de 1939 desde el puerto fluvial francés de Pauillac con 2.074 refugiados de campos de concentración al acabar la Guerra Civil española, entre ellos numerosos vascos. 80 años después se celebrarán actos de recuerdo en el destino del navío, Chile. En concreto, arribaron un mes después, primero a Arica y en la tarde del 2 de septiembre en Valparaíso, donde efectuaron el desembarco al día siguiente. En ese periplo nacieron dos niños.

La trayectoria de Pablo Neruda estuvo vinculada a Euskadi. Foto: DEIA


La epopeya humanitaria fue posible gracias al literato de fama mundial Pablo Neruda, que se llegó a reunir con delegados del lehendakari Aguirre. Por su parte, el exembajador español en Chile, el donostiarra Rodrigo Soriano, del Partido Republicano Radical, salió a recibir al Winnipeg acompañado por un joven político socialista, Salvador Allende, por entonces ministro de Salubridad, Previsión y Asistencia Social.

El escritor Julio Gálvez Barraza (Santiago de Chile, 1949) es uno de los investigadores que más ha estudiado este viaje. De hecho, ha publicado el volumen Winnipeg, testimonios de un exilio, ya a la venta. Desde el país andino, Gálvez mantiene en declaraciones a este periódico que “jamás hubo un derroche de talentos como el experimentado en España después de la Guerra Civil. Los españoles libres y pensantes de ese tiempo tuvieron tres alternativas: Enmudecer allí para siempre, adherirse al nuevo régimen o emprender el camino del éxodo e intentar desarrollarse en otra tierra. Chile fue uno de los pocos países de acogida de esos transterrados, y tuvo la fortuna de recibir a parte de ese admirable éxodo”.

Sabido esto, las preguntas se solapan haciendo mención a la figura de Pablo Neruda y su relación con los vascos. En marzo de 1938, quien según el Premio Nobel Gabriel García Márquez fue “el poeta más grande del siglo XX en cualquier idioma”, viajó de Chile a Francia con la misión de rescatar republicanos españoles de los campos de concentración establecidos en el país galo. Durante el trayecto, quien realmente se llamaba Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto hizo escala en Montevideo y Buenos Aires. “Dos ciudades fundamentales en las que consolidaría el respaldo económico para financiar la empresa de rescate”, enfatiza Gálvez.

Chile sufría los efectos del terremoto de Chillán de 1938 y la derecha criolla se resistía a acoger a tanto republicano “rojo”. El país no podía asumir todo el gasto económico de la inmigración. En Buenos Aires, entre la colonia española residente y la solidaridad de los trabajadores argentinos, encontraría parte de los recursos necesarios. Y en Montevideo, el Congreso Internacional de las Democracias constituyó la ocasión ideal para exponer la situación de los refugiados. En el Teatro Mitre de Montevideo, Neruda impartió la conferencia España no ha muerto, en la que reconoce todo lo que le debía a España y lo que los hispanoamericanos podían aprender de su literatura.

El proyecto de asilo político a los refugiados, que había cuajado en Chile, necesitaba de la colaboración de otros americanos. Neruda lo planteó a los delegados al Congreso con el lema “¡los españoles a América!”. En Buenos Aires se entrevistó con los delegados del lehendakari Aguirre, exiliado ya en París. “Logró con ellos un principio de acuerdo -explica Gálvez- para el viaje a Chile de los pescadores vascos refugiados en Francia, que constituían una flota pesquera de excepción por su calidad técnica y la capacidad de sus hombres”.

El poeta no perdía de vista las necesidades de Chile en este proyecto masivo de inmigración. Además, según afirma Neruda en una carta al ministro de Relaciones Exteriores de Chile, “tienen planos de construcción y propuestas extranjeras para barquitos de pesca que se harían en Chile”. Dio un importante paso más: “El presidente Pedro Aguirre Cerda -de ascendencia vasca- me había encargado especialmente traer pescadores y gente vasca, y ya ve usted, ministro, qué bien se presentan las cosas”.

En otra carta escribe a su amigo Víctor Puelma sobre sus viajes a Buenos Aires, Montevideo y Rosario. Que las cosas van “bastante bien” y la proposición de Chile ha sido ya aprobada en la Conferencia Interamericana de Ayuda. “En Montevideo se lanzará una emisión de bonos y se proyecta cuidadosamente el trabajo de traer niños españoles y establecerlos en escuelas-granjas en Chile, pagando la construcción de los pabellones y el mantenimiento de las escuelas. Buenos Aires torcerá pues a Chile su río de ayuda y creo que ya tendré en París dinero para mandar los primeros”.

Semana vasca Pero no fue Neruda el único en el país andino que protagonizó una plausible labor hacia los vascos. Bien lo sabe Gálvez: “Un año antes, en 1938, la poetisa chilena Gabriela Mistral, autodenominada La india vasca, por su férrea defensa de todo lo indígena en América y por su ancestro vasco dado por su segundo apellido (Lucila Godoy Alcayaga), había donado los derechos de su libro Tala en beneficio de los niños vascos, inocentes víctimas, huérfanos o heridos, durante la Guerra Civil”, aporta quien el pasado miércoles impartió la conferencia 80 aniversario, los mitos del Winnipeg en la Semana Vasca en el Estadio Español de Santiago de Chile. “Tuve ocasión de saludar a algunos pasajeros del mítico Winnipeg, entre ellos una señora que tenía cinco años de edad cuando viajó con su familia a Chile, la vasca Ana María Ortuondo”, agradece. En unos días, se recordará con honores aquella odisea.

Las pistolas de Gernika

Una de las 1.153 armas cortas que la Legión Cóndor compró en la villa foral tras bombardearla en abril de 1937 fue un regalo para el mariscal nazi Göring

Un reportaje de Iban Gorriti

Gernika-Lumo, villa foral y también armera. Cuando irrumpió la Guerra Civil en 1936, la localidad ya era el mayor núcleo de fabricación de material bélico en el Estado español. Hoy sorprende saber datos documentados que destapan cómo el nazismo compró en el municipio un revolver al número 2 de su régimen genocida y fundador de las Gestapo, el mariscal Hermann Göring. O, incluso, que una carambola hiciera que una de las pistolas adquiridas por Hitler en el municipio que su Legión Condor bombardeó el 26 de abril de 1937 acabara en manos del miembro de ETA Francisco Javier (Txabi) Etxebarrieta Ortiz y, según datos confirmados, acabara con la vida del guardia civil José Pardines en 1968. Fue el primer atentado de la organización.

Secuelas del bombardeo. En la imagen inferior.DEIA

“La gente al hablar del bombardeo de Gernika solo tiene en mente el 25 y 26 de abril. Parece como que no hay más… Y el ataque continuó después con la presencia de los pilotos nazis y otros mandos en la villa para ver cómo quedó, y la compra de pistolas como souvenirs de su ataque”, asegura José Ángel Etxaniz Txato, de Gernikazarra Historia Taldea en declaraciones a este diario.

Las investigaciones de Etxaniz llevan a saber que la Legión Cóndor compró en el municipio un total de 1.153 pistolas. De ellas, 769 del Modelo 200 calibre 6,35; y 384 del Modelo 300 de calibre 9 mm. “A mí me sorprenden los debates sobre quién sería el culpable del bombardeo: si Franco, Mola o quien fuera que dio la orden. Mientras, sus autores más directos, los pilotos que tenían nombres y apellidos, son desconocidos popularmente”, subraya.

Y para ello también tiene respuesta con un listado de, al menos, 30 nazis. Un ejemplo es Karl von Knauer, capitán y jefe de la Primera Escuadrilla del Grupo de Combate K/88 (Junkers 52) en abril de 1937 y que llegó a teniente coronel del Ejército del Aire de la República Federal Alemana. Dejó escrito: “El 1 de mayo de 1937 fui enviado con otros a Guernica (en camión por mandato del teniente coronel Von Ricthofen y el general Sperrle) a fin de constatar los efectos en Guernica”.

Otro de los visitantes fue el primer teniente Hans-Henning von Beust, jefe en abril de 1937 del Segundo Grupo de ataque y que en el año 1973 era coronel de aviación de la RFA. Detalló que los pilotos eran conocedores de cuál era la situación del frente de guerra el día 26 de abril; de cuál fue la composición de las escuadrillas, de la altura de vuelo y del número de aviones; y de cómo ya el mismo día 26 después del ataque “las tripulaciones fueron animadas a no hablar del ataque y desmentirlo, llegado el caso”.

También estuvieron, entre otros, el Coronel Jaenecke, miembro del Estado mayor de la Legión Cóndor. Veinte años después regresó a la villa armera. “Los primeros testimonios -matiza Etxaniz- de los pilotos fueron recogidos por el Ejército de los Estados Unidos. Posteriormente, el Instituto de Historia Militar alemán recogió de nuevo los testimonios de estos aviadores participantes en la Guerra Civil española y que habían sobrevivido a la Segunda Guerra Mundial”.

En 1937, Von Knauer, general de la RFA, viajó junto con otros compañeros -hay testimonio gráfico en una fotografía realizada frente a la puerta de las fábricas de armas- y tras visitar los talleres, “hicieron turismo por la localidad, visitando la Casa de Juntas y el Árbol, lugar en el que dejaron constancia de su presencia al firmar en el libro de visitas ilustres, tomo que desgraciadamente está perdido, pero del que tenemos afortunadamente una copia”. Además de a la Legión Cóndor, también surtían a la Aviazione legionaria -coejecutora de bombardeó Gernika y, antes, Durango- o a Franco, directamente. “Las compras efectuadas por los alemanes, como souvenir de su participación en la Guerra Civil española generaron un serio problema administrativo a la empresa que trató de resolver en Burgos”, subraya Etxaniz.

La guía del arma consultada corrobora que las unidades compradas fueron enviadas a Corella, Alfaro, Utebo, Lleida y Morella: “Armas guerniquesas habían combatido en lugares como la Primera Guerra Mundial, en el desmoronamiento del imperio turco o en la guerra chino-japonesa de finales de la década de los años veinte”.

Compra de armas

La compra más curiosa se produjo el 18 de mayo de 1942. En Gernika se registró la venta de una pistola damasquinada y marcada con el nº 533869 con destino a la Embajada alemana en Madrid para ser enviada al jefe de la Lufttwaffe, la aviación alemana, el mariscal Hermann Göring. “También se fabricaron, aquí, miles de armas para Hitler. Una de ellas, que perteneció a la policía de aduanas, cuando se vendió a un contrabandista, llegó a manos de ETA y, sabiendo su número de fabricación, resultó ser con la que Etxebarrieta mató a Pardines”, confirma Etxaniz, a quien le llamaron desde Berlín para ratificar el número de aquel revólver.

El hombre de Aguirre en Venezuela

Se cumplen 80 años de la llegada del primer navío del exilio vasco a Venezuela coordinado por el Delegado del Gobierno vasco en el país americano, Ricardo de Maguregui

Un reportaje de Iban Gorriti

Fue delegado del Gobierno vasco, el hombre del lehendakari Aguirre en Venezuela, país al que llegó en el primer navío que buscó el exilio desde Euskadi. De hecho, fue también el delegado de los hacinados en aquel buque que viajaban con la ikurriña por bandera. El PNV confió en él, en Ricardo de Maguregui, según se conserva escrito en una carta de Luis de Arredondo datada el 23 de junio de 1939 en Anglet (Lapurdi).

“El PNV desea que esta primera expedición de vascos a Venezuela lleve un buen orden, y necesita tener conocimiento de todas las incidencias de lo misma, tanto durante el viaje como a la llegada a Venezuela y mientras van colocándose en los diferentes puestos nuestros compatriotas expedicionarios. Para este fin delega el PNV en usted la representación provisionalmente en tanto se establezca alguna delegación definitiva para este grupo expedicionario”, aporta en su literalidad el periodista Koldo San Sebastián.

Imagen de la tripulación del primer viaje de vascos al exilio venezolano desde Francia, portando la ikurriña. Fotos: Familia Maguregui

Gracias a su tesón se pudo garantizar la permanencia del Gobierno vasco en el exilio. De todo ello atesora recuerdos uno de sus hijos, Iker Maguregui Munitxa. “Nuestro padre nació por partida doble el 9 de julio”, destaca, y detalla que en aquella fecha de 1915 llegó al mundo en Algorta -se cumplen 104 años de ello- y que el 9 de julio de 1939 arribó “sin visa a Venezuela que le extendió sus brazos”. Son 80 años redondos desde entonces.

Amigo del lehendakari Aguirre, colaboró durante la Guerra Civil en el desalojo de heridos y refugiados. Para entonces tenía estudios de marino mercante, comenzó su singladura como oficial a temprana edad y se certificó como capitán de Altura,navegando luego por Europa y América.

Maguregui se vio, como otros, en la tesitura de buscar nuevos horizontes ante el avance de las tropas golpistas que cercaban Euskadi. Logró para su exilio un Igarobide, como detalla el pasaporte euskaldun que poseía “expedido en París el 2 de octubre de 1938 por el Gobierno vasco en el exilio”, subraya Iker.

Fue a principios del verano de 1939 cuando concluyeron las negociaciones entre el Gobierno vasco en el exilio y el Ejecutivo venezolano, que permitiría la migración de los primeros tres contingentes de vascos que arribaron al país caribeño. Una vez acordada la partida por el general Eleazar López Contreras, presidente de Venezuela de la época, tuvo lugar el éxodo del primer grupo.

“A este se sumó mi padre, joven oficial de la Marina Mercante, exiliado entonces en Francia tras la caída del Norte. Durante algún tiempo, había esperado un contrato para navegar en una compañía naviera filipina. Decide ir a Venezuela. Era el único del grupo vasco que aún no había recibido visado”, apostilla su heredero. Sin embargo, en el tren que le lleva a Le Havre para embarcar, Jesús Iraragorri, médico contratado por Venezuela, le entrega una carta del Euzkadi Buru Batzar del PNV nombrándole responsable de la expedición.

Tras atracar en Venezuela, Maguregui envió un telegrama a Villa Endara, sede del PNV, informando de la llegada a puerto. “Como curiosidad, se lee en el pasaporte que el Gobierno venezolano le da el visto bueno de entrada, sin embargo en Francia no ocurrió lo mismo: Nuestra autoridad consular en Le Havre no otorga el visto bueno correspondiente”. Aún así, partió.

Fueron 66 los pasajeros y sus respectivos familiares que conformaron aquel primer grupo de expedicionarios vascos que llegó a Venezuela. “Nuestro padre amó por igual a Euskal Herria y a Venezuela, pues si bien nació en Euskadi, Venezuela lo acogió en esa difícil contingencia, en su condición de exilado al igual que los demás miembros de la diáspora vasca, brindándoles la posibilidad de surgir empezando de cero y formar una familia junto a nuestra madre Iñese Municha”, asevera Iker Maguregui.

Clases en la Armada Vivió 65 años en ese país y falleció en Caracas en 2005. En aquellas décadas, vio la necesidad de crear una sociedad de beneficencia para atender a los heridos, enfermos y demás vicisitudes de los primeros inmigrantes, lo que constituyó el germen de Socorros Mutuos, primera entidad vasca que se creó en el país. Con el Gobierno de Eleazar López Contreras impartió clases en la Armada venezolana y después fundó la Escuela de Marina Mercante, contando con el título número 1 de capitán de Altura.

Como delegado en Venezuela del Gobierno vasco, sucedió a José María Garate. Fundó y dirigió en 1940 la Escuela Náutica de Maiquetía y le fue otorgada la Orden Francisco de Miranda, aportada por el presidente Rafael Caldera en 1997. “El sentimiento de amor por Euskadi y por Venezuela lo heredamos sus hijos y nieto, quienes no estamos dispuestos a olvidar nuestros orígenes. La historia de los Maguregui, al igual que la que no han difundido muchos protagonistas de la diáspora vasca, alimenta el placer por conocer la historia verdadera”, enfatiza Iker.

Centenario de ‘El Obrero Vasco’, el órgano de Solidaridad

El 31 de julio de 1919 nacía el semanario ‘Euzko Langillia-El Obrero Vasco’. Mario Aurrekoetxea fue su primer director, sustituido después por Manuel Robles Arangiz, pero el verdadero artífice del órgano de ELA-SOV fue Adolfo de Larrañaga, un poeta que imprimió carácter a la publicación

Un reportaje de José Ignacio Salazar Arechalde

la fiesta de San Ignacio representa para el nacionalismo vasco todo un símbolo que acoge varios de sus acontecimientos fundacionales. Como sabemos, el 31 de julio de 1895 funda Sabino Arana el Euzkadi Buru Batzar y el 31 de julio de 1919 sale, por vez primera, el órgano de prensa del sindicato vasco ELA-SOV, Euzko Langillia-El Obrero Vasco. Se cumple, por tanto, este año el centenario de aquel semanario que recogía la voz del primer sindicato nacionalista vasco fundado en 1911 y que, en buena medida, nos permite conocer la forma de actuar de aquella ELA en sus primeros años de vida.

Manu Robles Arangiz fue el segundo director del semanario.

El primer director del que tenemos noticias es Mario Aurre-koetxea que es sustituido en septiembre de 1920 por Manuel Robles Arangiz. El que fuera más tarde secretario general del sindicato, ejerció la dirección durante tres años, tiempo en el que se consolida la frecuencia semanal y su carácter batallador, especialmente con el sindicalismo socialista de la UGT. A raíz del matrimonio de Robles Arangiz y de sus obligaciones laborales y familiares se ve obligado a dejar la dirección del semanario.

Le sustituye Adolfo de Larrañaga. El abogado y poeta portugalujo se convierte desde el 19 de octubre de 1923 no solo en el director de El Obrero Vasco sino en el más importante de sus articulistas. Editoriales, poesías, artículos firmados, anónimos o con seudónimos, conforman un trabajo enorme para una sola persona, hasta el punto de que el historiador Ignacio Olabarri llega a afirmar que en 1925 y 1926 casi lo escribe él solo.

Aunque puede parecer exagerado, no nos cabe duda de que, no ya solo durante esos dos años, sino prácticamente hasta 1932, la pluma de Larrañaga es la principal del semanario y es la que le imprime un carácter constante a lo largo de toda su historia. Sin faltar a la verdad, podemos afirmar que El Obrero Vasco es el semanario de Adolfo Larrañaga.

Dictadura de Primo de Rivera No fue el mejor de los momentos el elegido por Larrañaga para dirigir un periódico. Desde la Capitanía General de Barcelona el 13 de septiembre de 1923 el general Miguel Primo de Rivera da un golpe de estado que hace suyo el rey Alfonso XIII. La prensa vasca lo recibe de muy distinta manera. El Liberal protesta por el levantamiento. El Pueblo Vasco lo saluda sin disimulos y Euzkadi denuncia la falta de libertad para escribir sobre el nuevo régimen.

Adolfo de Larrañaga escribe un artículo en Aberri de título inequívoco: ¿El ejército contra el pueblo? Allí expresa sin rodeos su posición contra el golpe militar: Nuestro corazón protesta con toda la santa indignación contra los atropellos de la soberanía civil.

La posición de Larrañaga ante lo que se viene encima parece clara. Por ello no podemos compartir, en absoluto, la opinión de Saiz Valdivielso en su Triunfo y tragedia del periodismo vasco cuando afirma, ni más ni menos, que El Obrero Vasco fue portavoz del apoyo de Solidaridad al nuevo régimen. Para argumentar su opinión, cita únicamente un artículo titulado Separatismo antivasco y español. Y aunque es cierto que allí, en un solo punto, se muestra el apoyo al directorio, en lo que se llama su orientación regional y la unidad de las cuatro provincias vascas, también se dice que se carece hoy como es sabido de la libertad necesaria para juzgar en público todas las decisiones que el nuevo régimen en el Gobierno del Estado español ha establecido. Por ello callamos sus defectos y equivocaciones.

A las dificultades políticas se suman las económicas. Lo dice sin ambages el propio semanario. Tirada ridícula y vida lánguida. Era preciso, sin embargo, superar esa situación porque Larrañaga está convencido de que el periódico es la mayor arma de combate en la vida social moderna. El 14 de febrero de 1925 lo dice con un deje de solemnidad: El Obrero Vasco se fundó con el anhelo de unos obreros que sin presumir de intelectuales (esos rastacueros de la inteligencia pseudofilosófica y narcisos de sus ideas) hicieron que se oyera su plegaria. Gracias a su periódico pudo gritar y decir su verdad sin temor a intereses creados de capitalistas sin amor, de nacionalistas sin sentido de responsabilidad histórica.

La República Cuando se proclama la República el 14 de abril de 1931, sigue siendo director Adolfo de Larrañaga. Sin saber cómo se iban a desarrollar los acontecimientos, escribe Larrañaga un artículo titulado Nuestra posición. Allí fija de manera clara y rotunda la postura de Solidaridad. Saluda la llegada de la República porque el vasco, dice, es esencialmente republicano. Es verdad, añade, que la república también puede ser dictatorial y aun despótica, pero si ésta respeta los derechos de los vascos, éstos demostrarán su nobleza. Finaliza con dos rotundos ¡Viva la República federal española!, ¡Gora la República Vasca!

Cuestiones candentes No faltaron en las páginas del periódico las disputas con otros medios de comunicación o el análisis de cuestiones complejas que suscitaban opiniones enfrentadas. El periódico acogerá la polémica sobre la propiedad de la tierra. La cuestión social y agraria suscitaba en aquel tiempo grandes controversias e interés indudable. Ramón Belaustegigoitia escribirá en 1918 La cuestión agraria en el País Vasco. El controvertido libro será el eje sobre el que se plantea la pregunta clave: ¿De quién es la propiedad de la tierra? Larrañaga entra en liza con un artículo en el que básicamente apoya las ideas de Belaustegigoitia. La tierra, era obvio, debe ser de quien la cultiva. No todos se mostraban de acuerdo y así surgirá el debate con el colaborador de Euzkadi C. de Elgezabal.

Un asunto de enorme trascendencia en la vida social se convertirá casi en una cruzada en las páginas del semanario. El alcoholismo era un grave problema especialmente entre los obreros. La vida en la taberna generaba situaciones de tensión en la familia y en el trabajo que había que atajar. A las charlas que daba, por ejemplo, Diego de Mazas en el sindicato, se añadían muchos artículos como los de Larrañaga en los que, con su inconfundible estilo, afirma sin tapujos que: La taberna es una calle peligrosa por la cual se puede ir a tres partes: al hospital, al manicomio y a la cárcel.

Euzko Langillia acogerá en sus páginas colaboraciones sobre la difícil situación de la mujer trabajadora. Si bien es cierto que en ocasiones se enfoca el papel de la mujer básicamente como madre, no lo es menos que se denuncia las condiciones laborales en sectores como el de las costureras. Véase lo que ocurre en talleres de costura. Abuso de maestras es evidente, jornales irrisorios, exigencias, servidumbre. Doblada la cabeza, inmóviles, oyendo la música de las Singer en locales faltos de ventilación y de luz… sin esperanza de mejoras.

Para dar solución a tan lamentable estado, se propugna desde el semanario la necesidad de organización y conformar agrupaciones femeninas solidarias en defensa de sus derechos laborales y contra la explotación patronal.

El mundo laboral Como no podía ser de otra forma, el grueso de cuestiones de El Obrero Vasco, un semanario sindical, se refiere a la situación laboral de los trabajadores vascos. Y entre ellas, la jornada laboral legal es acaso la que mayores inquietudes despierta. Los interminables días de trabajo de 10, 12 y hasta 14 horas, fueron combatidos por Solidaridad, como por otros sindicatos, hasta llegar a las 8 horas diarias y 48 semanales. Aunque formalmente desde 1920 ya se había legalizado esa jornada de 8 horas en la mayoría de los sectores laborales no faltan artículos en los que se exige su cumplimiento.

En enero de 1925 defiende la jornada de 8 horas frente a los que les acusan de filosocialistas, argumentando que la limitación de la jornada laboral es una reivindicación de los sociólogos que militan en el campo demócrata-cristiano. Todavía en 1930 reivindica El Obrero Vasco la jornada legal como la conquista del proletariado del mundo sobre la burguesía, conquista de la que el obrero no debe ceder jamás porque es esencial para la defensa de su bienestar moral.

También el problema de la vivienda obrera, especialmente en Bilbao, es calificado de pavoroso. Se expone la dura situación de familias necesitadas que se ven obligadas a pernoctar en los lavaderos municipales para sobrevivir. Para atajar situación de tal injusticia, propugna El Obrero Vasco la intervención decidida del Ayuntamiento y la Diputación.

La situación de los mineros se aborda en una colaboración de Larrañaga con título tan significativo como La esclavitud de los mineros. Con gran fuerza narrativa describe su presencia en Ortuella en 1925, invitado por la Agrupación de Obreros Vascos, para dar una conferencia sobre las ventajas del cooperativismo.

Lo que allí vio fue ciertamente deprimente. Trabajadores pálidos, flacos, cabizbajos, recelosos y sin esperanza. Y a lo lejos el hospital de Triano como un palacio del dolor, esperando siempre con las puertas abiertas para heridos, ancianos, suicidas.

El problema del paro, los despidos de los obreros, el retiro obrero obligatorio, la escasez de subsistencias son algunas de las cuestiones sociales que se abordan con frecuencia en el semanario.

Un espacio para la cultura La presencia de un escritor en la dirección del semanario, aportó un espacio poco común en la prensa sindical. Los poemas de Adolfo Larrañaga y un prisma lírico en muchos de sus artículos, es una peculiaridad que no conocemos en este tipo de prensa. Escribirá también sobre pintura, escultura, música, literatura o poesía.

No son escasas sus narraciones literarias que nos acercan a pueblos como Bergara, Mondragón, Olite, Ortuella o Eibar. En ellas bucea, con maestría, en el espíritu del lugar y de sus gentes. También lo hará en diarios como Aberri, Excelsior o Excelsius, en donde recoge, con igual tensión literaria, la vida de Bilbao en sus lugares más emblemáticos.

El interés por la cultura lo expondrá de manera vigorosa en su artículo La fuerza de la cultura:

Dime qué bibliotecas tienes y te diré quién eres, dime qué sitios frecuentas y te diré a dónde irás a parar, dime qué concepto tienes de tu dignidad y te diré qué esclavo eres; todo es pues un problema de cultura, y concluye: Maldita ignorancia que hace andar en las tinieblas, luz más luz, fe más fe, patria y libertad.

Vamos concluyendo. Euzko Langillia-El Obrero Vasco fue, es cierto, un semanario modesto que termina su vida en 1932 a raíz del II Congreso de Vitoria, sustituido por Lan Deya. Tres páginas de texto y una de propaganda cada semana y, en ocasiones, cada 15 días, puede parecer escaso bagaje en el mundo de la prensa vasca. Tampoco tuvo demasiados colaboradores y hubo épocas de muy pocos lectores. Pero seríamos injustos si lo analizamos solo bajo ese prisma. Si lo examinamos desde el punto de vista de los escasos medios con los que contó y de la compleja época vivida, El Obrero Vasco es un ejemplo único de entusiasmo y de voluntad por extender unos ideales sociales y nacionales en los que, pensamos, brilla con luz propia Adolfo de Larrañaga. Solo un poeta fue capaz de llevarlo a cabo. Un poeta que además conocía el valor de la prensa en la vida social moderna.