La familia Legasa, guardias civiles fieles a la República

La Guerra Civil les separó para siempre y su compromiso con el Gobierno legítimo republicano marcó su destino.

Un reportaje de Carlos C. Borra

LOS rigores de la guerra, capaces por sí solos de desgarrar a un núcleo familiar, se dejaron sentir de forma especialmente intensa en la familia Legasa, originaria de Nafarroa pero que se trasladó después a Bilbao, tras el alzamiento militar que impulsó Franco en julio de 1936. La condición de guardias civiles del patriarca, Ángel Legasa Bueno, y el primogénito, Ángel Legasa Bataller, y sobre todo el hecho de que se mantuvieran fieles al gobierno legítimo de la República convierte su caso en digno de atención. Porque se situaron en una especie de tierra de nadie, dejados de lado por los dos bandos en conflicto; por la evolución ideológica que protagonizaron, pasando de militar en el socialismo a abrazar el nacionalismo vasco y a desempeñar incluso un papel destacado en el Gobierno vasco en el exilio, en el caso de Legasa Bueno; y porque el estallido bélico separó para siempre los caminos del padre, la madre y sus tres hijos: nunca pudieron reunirse de nuevo. Como aseguró la matriarca, Adela Bataller, según testimonio de uno de sus nietos: “La Guerra Civil nos partió”.

Este potencial fue apreciado por el investigador barakaldarra, residente en Gasteiz, Aitor Lizarazu. Sumergido desde hace cuatro años en una investigación sobre el batallón UGT-8 que incluye desentrañar el perfil biográfico de sus integrantes, pronto llamó su atención uno de ellos, el propio Legasa Bataller, “cuya relevancia continúa en un segundo plano político por su pertenencia al Gobierno vasco en el exilio”, asegura a este medio. De ahí saltó a su padre, también guardia civil y con un papel destacado en la contienda, hasta completar el perfil familiar con los otros dos hermanos, José María y Luis. Una labor que se va ampliando con nuevos datos prácticamente cada semana y en la que Lizarazu ha contactado con algunos de sus descendientes.

“Los dos Ángel Legasa son personajes históricos de una gran importancia por todo lo que representan: son guardias civiles leales a la República que tuvieron la desgracia de ser dejados de lado por las dos partes”, agrega el investigador, que cuenta en su haber con una novela ambientada en la Guerra Civil, Querida Isabel: Cartas desde el frente, y varios libros de divulgación. A la hora de contextualizar el posicionamiento de esta familia, cita una frase de Legasa Bueno que “le perseguiría toda su vida: hay miembros de la Guardia Civil que tienen el cuerpo en Bilbao y la cabeza, la mente, el corazón en Burgos”, en referencia a la ciudad donde se encontraba el cuartel general del ejército franquista durante la contienda.

Este guardia civil natural de Larrasoaña, al norte de Iruñea, vinculado a la izquierda republicana y que en febrero de 1937 se afilió al Partido Socialista, se pronunció en estos términos durante el juicio que siguió al descubrimiento de que miembros del cuerpo habían escondido una ametralladora en la carbonera del cuartel de la Salve. Según el testigo, buscaban beneficiar al bando sublevado, tal y como recogieron medios como Euzkadi Roja y La Gaceta del Norte en enero de 1937.

Después de que la sublevación en Bilbao se quedara en una mera declaración de intenciones se crearon varias columnas para tratar de sofocar el alzamiento en Gasteiz. En una de ellas se enroló su hijo mayor, que en aquel entonces contaba con 26 años. Legasa Bataller acababa de salir de la academia de oficiales con el grado de teniente y acabó destinado en el batallón UGT-8, que se encontraba en Eibar en plena escalada bélica. Tal y como recoge el trabajo de Aitor Lizarazu, el destino de este batallón, en el que también se encontraba José María Legasa como voluntario, no fue nada halagüeño. Con las hostilidades concentradas en el norte, el UGT-8 trató de lograr la posición de Acondia pero fue repelido por el enemigo con gran número de bajas. El propio Ángel Legasa Bataller sufrió una “herida de metralla en pierna, tobillo derecho y bala antebrazo”. Pese a que fue calificada como herida leve, posteriormente derivó en la amputación de su pierna derecha.

Pese a este terrible resultado, Lizarazu concluye que “de los guardias civiles que participaron en el batallón de la UGT, el mejor parado fue Legasa Bataller porque únicamente perdió una pierna y acabó exiliado”. Efectivamente, el resto recibieron una bala en la cabeza, fallecieron en la batalla de Urkiola o fueron hechos prisioneros y fusilados. El UGT-8 acabó diezmado con más de 100 milicianos muertos y gran número de heridos. José María Legasa se libró de este aciago destino gracias a que se incorporó a la academia militar de Asturias con el objetivo de convertirse en oficial.

Evolución ideológica En tierras asturianas acabó también el progenitor de los tres hermanos, ya con 50 años de edad y plenamente comprometido con el mantenimiento de la legalidad republicana, como miembro de seguridad alejado de la primera línea de combate. Sin embargo, en octubre de 1937 los facciosos rodearon la ciudad y mientras José María logró escapar en primera instancia al esconderse en la casa de una mujer en Mieres, Ángel Legasa Bueno negoció su rendición junto a otros milicianos.

Entonces comenzó su periplo por los tribunales del régimen franquista, una situación agravada por su pertenencia a la Guardia Civil. Según el Archivo Histórico Provincial de Bizkaia, citado por Aitor Lizarazu, el patriarca de los Legasa ingresó en prisión el 28 de abril de 1938; el 11 de octubre se celebró su consejo de guerra y un año después su condena a muerte fue conmutada por 30 años de prisión mayor. Tras el final de la guerra el 1 de abril de 1939, saltó de prisión en prisión hasta acabar en el penal de Pontevedra.

Con su estado de salud cada vez más precario por su propia edad y por las deficientes condiciones de la cárcel, Legasa Bueno, que trataba a toda costa de mantener el contacto con sus familiares por carta, redactó su testamento. Falleció a finales de 1942 sin tener la oportunidad de recibir un indulto para poder reunirse así con sus allegados. Lizarazu apunta que fue enterrado en el cementerio católico de Pontevedra y que estaba previsto concederle la libertad condicional en 1944.

Exiliado en Francia Volviendo a Ángel Legasa Bataller, tras perder una pierna por sus heridas en combate y recorrer diversos hospitales ante el avance de los fascistas, se exilió a Francia el 2 de agosto de 1937 saliendo en barco desde Santander. Allí formó una familia, aunque debido a su imposibilidad de regresar a Euskadi, por el riesgo de ser detenido y entregado, decidieron que fueran su esposa y sus hijos los que pasaran la muga. De forma paralela se produjo su progresiva desafección de los postulados del PSOE y su acercamiento al nacionalismo vasco. La razón: “Las luchas internas por el control del dinero y el poder del gobierno de la República en el exilio”, según Lizarazu.

Esta evolución ideológica se concretó de forma harto explícita con el establecimiento de una delegación del Gobierno vasco en París tras el final de la II Guerra Mundial, donde comenzó a trabajar como secretario. En ese periodo se codeó con personalidades como el lehendakari Aguirre y Manuel de Irujo, y llegó a ejercer labores de “agente de información”, según su hijo Alexis Legasa, citado por Lizarazu. Tras la muerte de Aguirre en 1960 la delegación del Gobierno vasco cerró y el propio Legasa Bataller falleció en 1969, con seis hijos y sin haber logrado regresar a Euskadi.

Aitor Lizarazu resume que la familia Legasa “no hizo lo que más le convenía, sino lo que consideraba más correcto”. A preguntas de DEIA, agrega que “fueron consecuentes hasta el último momento y eso les hizo llevarse los varapalos que se llevaron. Fueron el modelo del fiel republicano, que cree en la legalidad republicana y en la democracia. Solo que a ambos lados se encontraron personas que no estuvieron a la altura de las circunstancias”.

Belloc, el olvidado refugio de los vascos

La abadía benedictina de Lapurdi acogió a muchos exiliados vascos que pasaban la muga durante la guerra civil, entre ellos aita Barandiaran, ‘Aitzol’ o el padre de Txiki Benegas o José Luis Anasagasti.

Un reportaje de Iban Gorriti

El Gobierno vasco ha celebrado en los últimos años diferentes actos memorialistas de homenaje y reconocimiento en localidades de Iparralde y Francia como Gurs, Bidart o Burdeos. El exsenador jeltzale Iñaki Anasagasti reivindica uno más para los sacerdotes benedictinos de Belloc, abadía que acogió a una lista interminable de personas exiliadas llegadas de Euskadi y de otros territorios, privadas de paz en días de Guerra Civil y posterior Segunda Guerra Mundial.

Sacerdotes en Belloc, fundada en 1875 y ubicada en Urt (Lapurdi). Fotos: Archivo de Iñaki Anasagasti
Sacerdotes en Belloc, fundada en 1875 y ubicada en Urt (Lapurdi). Fotos: Archivo de Iñaki Anasagasti

“Falta ese reconocimiento que el Gobierno vasco debiera hacer, tal y como el lehendakari Ibarretxe en su día fue al cementerio de Bidart o se va a Gurs”, incide Iñaki, hijo de José Luis Anasagasti, aquel gudari bilbaino comisario del Batallón Larrazabal en representación del PNV que, como otras decenas de ejemplos, encontró compasión, solidaridad y hospitalidad en Belloc. “Al menos un acto en el que se ponga una placa de reconocimiento y agradecimiento”, propone para aquel monasterio benedictino fundado en 1875 y ubicado en Urt (Lapurdi), a escasos 20 kilómetros de Baiona capital.

Listados de la época de la abadía detallan el paso de nombres y apellidos conocidos. “Junto a mi padre estuvieron también Barandiaran o Aitzol, y el padre de Txiki Benegas”, cita Anasagasti, y aporta curiosidades respecto al padre del socialista fallecido en 2015. “Se llamaba José María como él, era un joven letrado donostiarra que, entre otras cosas, era el abogado de los pleitos nacionalistas tras los mítines o los artículos en prensa de los dirigentes del PNV”, afirma. Agrega que “pertenecía con Julio Jáuregui y otros jóvenes inquietos a la AVASC (Asociación Vasca Social Cristiana), creada y dirigida por el sacerdote de Tolosa José Ariztimuño, Aitzol, autor de La Nación Vasca y hombre importante en la difusión de la cultura vasca y la recuperación del euskera”.

Tras la caída de Donostia en 1936, Benegas se refugió en Belloc para ir desde allí a la Universidad de Lovaina, donde estudió Economía. Ante los tambores de guerra en Europa, fue uno de los muchos jóvenes vascos que alcanzó Venezuela y estuvo un año más en Chile para recuperarse de unas fiebres contraídas. “Mi padre le conoció en Belloc y en Caracas, y cuando en 1960 volvió a Donostia le visitó en su casa de Aiete, al lado del palacio de la Cumbre, que se llamaba San Bernardo. Allí aprendí yo, de la mano de las hermanas de Txiki, a jugar al Monopoly, y de él, juegos de magia”, evoca Iñaki.

Junto a los Benegas y Anasagasti, se suceden en fotografías los Aitzol, Barandiaran, Antonio Labayen, Román Laborda, Leonardo Arteaga… Según relato de Anasagasti hijo, el sacerdote Aitzol quiso refugiarse en Belloc, pero el general golpista Mola, “enterado de los intentos de Ariztimuño, envió un mensaje al abad del convento de los benedictinos de Belloc, en el que le amenazaba de que si se le permitía la estancia tomaría represalias contra los también benedictinos del convento de Lazkao, en Gipuzkoa. “Ante semejante chantaje, Aitzol abandonó su residencia en Belloc y decidió partir a Bilbao el 15 de octubre de 1936 en el buque Galerna, que salió de Baiona”, agrega. El navío fue capturado en alta mar y el sacerdote apresado y llevado a Pasaia, y de allí a la cárcel de Ondarreta donde fue torturado. El día 19 de ese mes fue fusilado en el cementerio de Hernani.

“La cruzada católica de Franco reprimía con inusitada dureza a los vascos y no dudó en fusilar a 17 sacerdotes, entre ellos a Aitzol, por considerarlo nacionalista, sindicalista y precursor de la doctrina social cristiana”, enfatiza el exsenador jeltzale.

Txiki Benegas confió a Anasagasti que le impresionó que en los últimos momentos de vida de su padre, ya delirando antes de su muerte, en sus entrecortadas palabras “solo hablaba de que no llegaba el barco de Aitzol”.

Partida en dos El 28 de diciembre de 1936 en Belloc estaban los religiosos Barandiarán, José Ostolaza, Juan María Beobide Juan Aranguren y Justo Mokoroa. También otros jóvenes perseguidos como Francisco Lizarazu, Luis Bereziartua, Cándido Lizarazu, Antonio Aranguren, Julio Ruiz de Oyoaga, Arluciaga, el propietario de autobuses de Lazkao, Victoriano Sarasola y los gudaris Fernando Artola y Faustino Pastor Basurde. “Mi padre aparece en una tercera lista, procedente de Bilbao junto a Ángel Bilbao, que al parecer de allí se fue a Barcelona, y Adrián Urarte que también marchó a Venezuela y está enterrado allí”, apostilla.

En ese grupo también están Joaquín y Rafael Zubiria, Fermín Amundarain y Vicente Iraola, Sabin Estala, Francisco Gutiérrez, Alejandro Valdés y su hijo Imanol Valdés. Además, algunos pasaban a comer o pernoctar, caso de Nicolás Ormaetxea Orixe, Fermín Oñatibia, Alberto Onaindia, León Barrenetxea, Ignacio Eizmendi Basarri, Joseba Elosegui, Antonio Korta, José Alberdi, Belausteguigoitia, Antonio Salaberria, Pedro Goikoetxea y los consejeros José Mari Lasarte y Eliodoro de la Torre.

“En los apuntes a mano aparece que, por ejemplo, el sacerdote Eladi Larrañaga había celebrado su primera misa en Belloc y que quienes más tiempo habían estado habían sido el cura Estolaza, Ruiz de Oyaga, los dos hermanos Zubiria, Artola, Gutiérrez, Iraola, Amundarain, Urarte y mi padre. Lástima del tiempo que ha transcurrido para haber hecho una historia de aquellos años en los que Francia se preparaba, sin saberlo, para ser invadida por los alemanes y partida en dos”, subraya.

Legión de honor La abadía no solo protegió a nacionalistas vascos y a republicanos españoles, sino que también fue solidaria durante la ocupación nazi con resistentes franceses y pilotos enviados por la red Orion. Denunciados por ello en 1943, el prior y el superior fueron detenidos e internados en Dachau hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. El monasterio recibió la Legión de Honor y una estela recuerda este compromiso con la democracia y la libertad de estos monjes.

A partir de 1968 acogió, además, a miembros de ETA, que llevaron a cabo algunas de sus asambleas en esta abadía que fabrica quesos y que completa su economía con el cultivo de viñas, huertas y árboles frutales. “De aquella etapa en Belloc solo recuerdo que una vez me contó mi aita una de las bromas que le hicieron a un recién llegado a la abadía. Le dijeron que era costumbre que cuando llegaban al refectorio por primera vez se tumbaran con la cabeza mirando al suelo ante los benedictinos hasta que estos le diesen la orden de levantarse. Y al parecer uno de ellos picó el anzuelo e hizo toda aquella ceremonia”, sonríe Anasagasti. Agrega que recuerda haber ido con su padre en los 60 a Belloc, “pero llegamos a la hora temprana de la comida y no pasamos de la puerta. Su comentario fue que aquello estaba muy cambiado. Lógicamente, aquel abad de 1937 que le tenía en alta estima y le había redactado sus cartas de presentación para su viaje en 1939, ya había fallecido”.

Concluye solicitando de nuevo reconocimiento oficial del Gobierno vasco hacia aquellos benedictinos que posibilitaron que los exiliados vascos se libraran de campos de hacinamiento como el de Gurs

Un homenaje al trabajo de Joseba Goikoetxea y Gorka Agirre

Joseba Goikoetxea y Gorka Agirre fueron dos protagonistas fundamentales en la larga lucha del pueblo vasco por avanzar en su autogobierno y en la no menos larga por conseguir la paz; ninguno de los dos se rindió nunca

Un reportaje de Iñigo Camino García

Decenas de veteranos ertzainas se reunieron el pasado 17 de noviembre en torno a una mesa para conmemorar, en la intimidad, el 25 aniversario del asesinato de Joseba Goikoetxea Asla, sargento mayor de la Ertzaintza. Joseba fue responsable de información, investigación y operativos de la Policía Vasca contra el terrorismo de ETA en los sangrientos años ochenta. Muchas vivencias de aquellas difíciles décadas habrán sido, con toda seguridad, recordadas estos días por aquellos pioneros y curtidos Ertzainas con motivo del aniversario de la muerte de uno de sus más carismáticos líderes.

Un homenaje al trabajo de Joseba Goikoetxea y Gorka Agirre
Un homenaje al trabajo de Joseba Goikoetxea y Gorka Agirre

Un fin de semana de otro noviembre del ya lejano 1986, la Ertzaintza recibió una llamada con una información que podía tener relación con el secuestro del antiguo ertzaña del 36, industrial y promotor de ikastolas, Lucio Aginagalde. Sin pensárselo dos veces se pusieron en marcha al mando del veterano Genaro García de Andoain, delegado general para asuntos de Ertzaintza. Genaro era un antiguo resistente antifranquista, vinculado desde siempre al consejero de Interior Luis Mari Retolaza. El equipo se acercó desde Altube y se encontraron ante la exigua entrada a una cueva. Detuvieron a un supuesto setero que deambulaba por la zona y Genaro trató de negociar con los miembros del comando secuestrador, pero estos salieron disparando de la cueva y García de Andoain cayó en aquel bosque de hayas. Junto a Genaro se encontraba Joseba Goikoetxea.

A partir de entonces, Goikoetxea asumió el liderazgo de los cada vez más profesionales y mejor formados equipos de información e investigación del Departamento de Interior, así como de los principales operativos de la Ertzaintza contra los comandos de ETA. En las tareas de información y análisis, Joseba contó con la colaboración imprescindible de un equipo de confianza. Recabar información del mundo de ETA era una constante de los primeros equipos del Departamento de Interior que lideraba el veterano Luis Mari Retolaza.

RED CON VETERANOS EXILIADOS Joseba Goikoetxea mantenía una estrecha relación con Gorka Agirre desde los tiempos en que todavía solteros pasaban fines de semana en el apartamento que Gorka alquiló en Donibane Lohitzune. Al final del franquismo, muy joven se había trasladado de Lovaina a Iparralde, donde fue encargado de volver a poner en marcha la imprenta Axular, desde la que el PNV editaba su propaganda clandestina y que había sido destruida por un atentado de la ultraderechista organización ATE. Gorka, sobrino del lehendakari Aguirre, había ayudado a legalizar su situación a numerosos refugiados vascos llegados a Bélgica en los años 60, por lo que se introdujo con facilidad en los ambientes del exilio de Baiona. Conoció a nuevos miembros de ETA e inició una fluida relación con dirigentes de aquellas primeras generaciones como Etxabe, Txomin o Azkoiti.

Al mismo tiempo, Gorka Agirre reconstruía con otros militantes del PNV las cadenas fronterizas para el paso por la muga de la propaganda clandestina antifranquista. En esa labor Gorka contó con la colaboración de veteranos como el bergarés Jokin Intza, el gordo Intza, que había regresado de Venezuela; los hermanos Durañona, con su agencia en Hendaia; Hilario Zubizarreta, gudari del Batallón Gernika, el Dr. Irurita, el irundarra Jose Martin Manterola, o los contactos generados desde Villa Izarra por los Barrutia y un grupo de jóvenes mugalaris navarros. Otro de sus contactos, el irundarra e histórico nacionalista Patxi Sagarzazu, era propietario de una agencia de exportación e importación en la frontera. De aquella época viene también la amistad de Gorka Agirre con el propietario del bar El Faisán, quien a su vez tenía fluidas relaciones con los aduaneros franceses y españoles.

Durante el secuestro de Aingeru Berazadi por ETA político-militar en abril de 1976, el PNV intentó mediar sin éxito para evitar su ejecución. El asesinato de aquel empresario euskaltzale supuso un antes y un después, tras uno de aquellos inesperados saltos cualitativos que se seguirían repitiendo una y otra vez en la permanente huida hacia adelante de ETA.

A pesar de las elecciones democráticas y de la aprobación del Estatuto de Gernika, la violencia de ETA entró en una imparable espiral que causó centenares de muertos. La búsqueda de la Paz, a través del diálogo y de la lucha contra ETA de la Ertzaintza, sería una constante de los equipos del PNV, liderados por Arzalluz y Retolaza en los ámbitos político e institucional, con la colaboración, entre otros, de Gorka Agirre y Joseba Goikoetxea.

NO DEL PNV al sufrimiento Desde el inicio de la violencia de ETA, el liderazgo de Juan Ajuriaguerra había llevado al PNV a una rotunda oposición a los medios violentos. Cuentan que don Juan decía que “con la violencia se sabe cuándo y cómo se empieza, pero nunca se sabe cuándo y cómo se termina”. El PNV no quería volver a iniciar una nueva guerra contra un enemigo superior, no quería generar más sufrimiento. Había aprendido en carne propia. Durante años, jóvenes de EGI habían ido integrándose en sucesivas generaciones de la primera ETA. Uno de ellos primo del propio Joseba Goikoetxea, Ritxi González Goikoetxea, muerto años después, en 1978, en un tiroteo policial en Bilbao. En la frontera de Urdax habían matado en 1972 a Juan Antonio Aranguren Mugika, hijo del jeltzale deustoarra Juanito Aranguren, muy cercano a los burukides Juan Ajuriaguerra y Lucio Artetxe. Antes, en 1969, dos militantes de EGI, Joaquín Artajo y Alberto Azurmendi, murieron en Ulzama, cuando les explotaron en su vehículo las bombas con las que pretendían volar una carretera para boicotear la Vuelta Ciclista a España.

Volviendo más atrás en el tiempo, humanizar la Guerra había sido una constante en la acción de la generación del lehendakari Aguirre. Irujo lo supo expresar al afirmar que “cada atentado contra la vida ajena es más pernicioso que una derrota: más se pierde con un crimen que con una batalla”. Algunas frases de Aguirre ejemplifican bien aquella forma de entender la militancia antifranquista: “La violencia nunca ha sido solución permanente, aunque parezca momentáneamente triunfante” o “El rencor y el odio son mezquindades propias de hombres débiles y cobardes. La generosidad y el perdón son patrimonio de los espíritus fuertes”. Estas ideas fueron cincelando la forma de afrontar la política de los Ajuriaguerra, Arzalluz o Retolaza, y de la siguiente generación en la que se integraban Joseba Goikoetxea o Gorka Agirre.

Cuando murió Franco, Joseba Goikoetxea compartía celda en Carabanchel con dos presos del PNV y otros reclusos de ETA. Aquella mañana de noviembre del 75 los presos políticos de Carabanchel salieron de las celdas fumando unos ostentosos habanos. Ni Joseba ni sus compañeros imaginaron entonces que tendrían que transcurrir cuatro décadas de terror hasta la disolución de ETA.

NÚCLEO DURO DE lA FUTURA POLICÍA La primera ruptura pública del PNV con ETA llegó en noviembre de 1978, con una manifestación de masas que abarrotó las calles de Bilbao, reclamando Paz y Libertad frente al terrorismo de las dos ramas de ETA. Aquella manifestación provocó debate en el seno del PNV, con una tormentosa asamblea regional de Bizkaia en Galdakao. Joseba Goikoetxea fue uno de los organizadores de aquella marcha por la Paz, un paso decisivo para asentar el liderazgo de Arzalluz al frente del PNV.

Tras la abstención en el referéndum constitucional, el PNV se volcó en la negociación y el refrendo del Estatuto de Gernika como instrumento para avanzar en el Autogobierno. Fue entonces cuando Joseba fue llamado por el consejero Retolaza para poner en marcha la parte administrativa del que luego sería cuerpo de escoltas de Berrozi, germen de la futura Ertzaintza. Aquel grupo escogido fue preparado por asesores británicos. Los esfuerzos de Retolaza enlazaban con los sucesivos intentos del PNV y del Gobierno vasco en el exilio para dotarse de un cuerpo de élite que, tras el final de la dictadura de Franco, pudiera preservar en Euskadi el orden público. El mismo objetivo de los grupos de gudaris del Batallón Gernika y de jóvenes huidos de Euskadi Sur instruidos en París por militares americanos en 1945 , entre los que se encontraba el propio Retolaza.

El PNV mantuvo esta misma constante durante la transición con la puesta en marcha de un potente servicio de seguridad para sus actos y manifestaciones, la Ertzaña del PNV con sus característicos kaikus azules. Esta organización se vio fracturada por la crisis interna sabiniana a partir de 1978. Otro jeltzale, José Martin Gardeazabal, fue encargado de organizar con militantes más jóvenes un grupo preparado para cualquier eventualidad y buena parte de ellos terminarían formando parte de la Ertzaintza.

Desde París hasta Berrozi, todas estas iniciativas tenían en común la necesidad de tener activo un núcleo que pudiera ser el germen de una futura Policía vasca democrática. Con Carlos Garaikoetxea como lehendakari, Luis Mari Retolaza se puso manos a la obra con un equipo formado, entre otros, por Eli Galdos, Genaro García de Andoain o Ramón Villalonga Sota. Entre inevitables improvisaciones, el equipo de Retolaza puso en marcha la Ertzain-tza primero con el grupo de berrozis y luego en la Academia de Arkaute.

INFORMACIÓN e INVESTIGACIÓNA La información era imprescindible, entre otros objetivos, para evitar la entrada en la Academia de Arkaute de aspirantes cercanos a ETA e impedir otras infiltraciones interesadas. No siempre se lograron evitar y la más sonora fue la de De Juana Chaos. Retolaza, con personas de su absoluta confianza, puso en marcha un grupo para generar análisis e información sobre el mundo de ETA. Para entonces Joseba Goikoetxea y Gorka Agirre eran más que uña y carne en el campo político, profesional y personal.

En un reciente documental, Arzalluz desvelaba que trataron de enviar a Gorka Agirre a Argel para recabar información directa de las negociaciones entre la ETA de Txomin Iturbe y los representantes socialistas el año 1989. Ni unos ni otros aceptaron la intervención de Gorka, pero Agirre y Goikoetxea lograron activar a informantes alternativos argelinos. Antes habían trabajado para potenciar las vías de reinserción, lideradas por el senador del PNV Joseba Azkarraga con el ministro Rosón, dirigidas a miembros de la antigua ETA política militar. Propiciar la reinserción y la búsqueda de la Paz seguirían siendo constantes de su actividad, mientras la espiral de violencia terrorista de ETA seguía creciendo.

Tras la muerte de García de Andoain, Joseba Goikoetxea asumió nuevas responsabilidades en la Er-tzaintza, centradas en la lucha contra ETA. Al mismo tiempo Gorka Agirre se convertía en uno de los burukides de máxima confianza de Xabier Arzalluz, tanto en las relaciones internacionales como en el conocimiento de ETA y la interlocución con la izquierda abertzale. Gorka cuidó siempre sus fuentes y relaciones en Iparralde. Al equipo de Goikoetxea se había incorporado un joven y preparado ertzaina, el suboficial de información Montxo Doral, yerno del histórico Patxi Sagarzazu, asesinado después por una bomba de ETA en 1996.

Años atrás, acompañados por el gudari Hilario Zubizareta, Goikoetxea y Doral viajaban a menudo a Iparralde para tomar el pulso a los círculos de refugiados.

La Ertzaintza siguió pagando con sangre su lucha contra ETA, una organización que -como vaticinó Ajuriaguerra- no había sabido abandonar su estrategia armada. Díaz Arcocha, García de Andoain, Pacheco, Hortelano, Menchaca, Goikoetxea, Mendiluce, Gonzalez Villanueva, Doral, Agirre, Diez Elorza, Totorika, Uribe, Arostegi y Mijangos fueron asesinados entre 1985 y 2001. El consejero de Interior Juan Mari Atutxa fue, durante años, objetivo prioritario para sucesivos comandos de ETA.

GORKA NUNCA SE RINDIÓ Tras el asesinato en 1993 de Joseba, Gorka Agirre siguió empeñado en la búsqueda de la Paz desde un profundo conocimiento de ETA y de la izquierda abertzale. Este empeño quedó plasmado en los artículos firmados bajo el seudónimo colectivo de J. Txindoki. Gorka siguió participando en los sucesivos y frustrados intentos de diálogo con ETA, se volcó en la negociación del Acuerdo Lizarra-Garazi y en su socialización, llevándose un tremendo disgusto cuando en el verano de 1999 comenzó a observar síntomas en ETA que vaticinaban el fracaso de aquel intento de Paz. A pesar de los reveses, nunca se rindió.

El 22 de noviembre de 2013, veinte aniversario del atentado contra Joseba, su familia y amigos organizamos el homenaje Josebaren bizipoza. El objetivo era celebrar los dos primeros años sin violencia de ETA en Euskadi, tal y como a Joseba le hubiera gustado, con bertsos y música en euskera. En aquel reconocimiento no pudo participar su mejor amigo, Gorka Agirre, fallecido el 20 de marzo de 2009 tras padecer un cáncer y sufrir una injusta persecución.

Al acto en recuerdo de Joseba asistió una representación plural de los partidos políticos vascos, así como familiares de víctimas de ETA y del GAL. Al día siguiente las primeras páginas coincidieron en destacar una fotografía en la que Rosa Rodero, su viuda, era abrazada por Carmen Guisasola, antigua integrante del Comando Bizkaia de ETA. Los hombres de Joseba habían tratado de detener a Guisasola años atrás.

Aquel día realizó su primera intervención pública la joven Leire Goikoetxea, la hija que tenía 18 meses cuando su aita Joseba fue asesinado. Leire aseguró que le hubiera gustado conocer a su aita, quien “estaría muy feliz en una Euskadi sin violencia, en la que no vuelva a haber niños huérfanos que no conozcan a su padre”.

Quienes conocimos y quisimos a Joseba Goikoetxea y Gorka Agirre, a Gorka y Joseba, con sus aciertos y errores, con sus virtudes y defectos, nos los imaginamos entonces y ahora brindando con dos espumosas jarras de cerveza por el logro de la ansiada Euskadi en Paz. Felices al comprobar que, por fin, el terrorismo de ETA es solo parte de una sangrienta historia que nunca debió haber comenzado.

El franquismo y la refundación de Euskaltzaindia

Tras la Guerra Civil y durante las primeras décadas de la dictadura franquista, Euskaltzaindia tuvo que hacer frente a un periodo de refundación que se extendió de 1936 a 1954

Antón Ugarte Muñoz

Cómo pudo la Academia de la Lengua Vasca (ALV) mantenerse en pie en el seno de un Estado dictatorial ultranacionalista español? Creo que las razones principales fueron dos. Por un lado, Euskaltzaindia como corporación no se posicionó a favor del Gobierno de Euzkadi durante la guerra civil española. Parece que hubo intención de tratar ese tema en una reunión en Bilbao a finales de 1936, una vez ocupada Gipuzkoa por las tropas de Emilio Mola, reunión a la que estaban convocados los académicos residentes en Bizkaia. Según testimonio de Bonifacio Echegaray, a la sazón miembro de la Comisión Jurídica Asesora de Euzkadi, el director de Euskaltzaindia -el sacerdote Resurrección Mª Azkue- fue conducido desde su residencia en Lekeitio hasta Bilbao para entrevistarse con el lehendakari José Antonio Aguirre, pero ningún vínculo orgánico y oficial se estableció entre la ALV y el Gobierno de Euzkadi. Este hecho probablemente fue valorado de forma muy positiva por las nuevas autoridades franquistas una vez que todo el territorio autónomo cayó en sus manos en 1937.

La segunda razón, estrechamente unida a la primera, es que los monárquicos maurrasianos que ostentaron el poder en Bizkaia tras la guerra civil consideraron que una Euskaltzaindia depurada de sus académicos abertzales -pues izquierdistas no los había habido nunca- bien podría servir como elemento simbólico para maquillar la política lingüística del falangismo dominante y tratar de arrebatar de esa manera la bandera del euskera al nacionalismo vasco, el cual acusaba al Nuevo Estado de estar llevando a cabo un genocidio cultural.

La ALV había quedado diezmada por la violenta contienda que asoló España entre 1936 y 1939, tras el fallido golpe de Estado contra la República. El erudito navarro Arturo Campión y el sacerdote vizcaino Juan Bautista Egusquiza habían fallecido de forma natural, pero sin ahorrarse el miedo a ser ejecutados por alguno de los bandos enfrentados. A consecuencia de su colaboración personal con el Gobierno de Euzkadi o con el PNV, se habían visto obligados a exiliarse en Francia los siguientes académicos: Bonifacio Echegaray, Severo Altube y el jesuita Raimundo Olabide. El fraile capuchino navarro Dámaso de Inza fue destinado por sus superiores a Chile, junto a otros compañeros de orden sospechosos de ser afines al PNV. Los académicos vasco-franceses se encontraron con una frontera férreamente controlada, primero, por motivo de la guerra civil española; en seguida, por la contienda mundial, y, a continuación, por el bloqueo diplomático antifranquista.

En suma, cuando R. M. Azkue aceptó las condiciones políticas exigidas por el franquismo para reanudar las actividades de su amada Euskaltzaindia, en el País Vasco-Navarro tan solo quedaban otros dos académicos para poder llevar a cabo dicha refundación: el exdiputado carlista Julio Urquijo y el sacerdote donostiarra Ramón Inzagaray. Las exigencias más importantes que el director de la ALV aceptó fueron las siguientes: sustituir a los miembros en el exilio por nuevos académicos de ideología derechista-españolista y dejar de convocar a los vasco-franceses.

Críticas a Azkue ¿Hasta qué punto se identificó el director de Euskaltzaindia con la ideología franquista? Resurrección María de Azkue, desde antes de la fundación de la ALV en 1919, había mantenido una relación conflictiva con el PNV, cuyo sector ortodoxo lo sometía a constantes críticas y desautorizaciones, tanto políticas como académicas. Al igual que muchos otros vasquistas de tradición conservadora e incluso antiliberal, pese a su indudable autonomismo, durante la guerra civil repudió la unión del PNV con el Frente Popular, y se abstuvo de mostrar su adhesión al Gobierno de Euzkadi. ¿Qué decir de Julio Urquijo, cuyo hermano, José María Urquijo, rival ultramontano de las izquierdas y del PNV, había sido ejecutado por sentencia de un Tribunal Popular en Donostia?

Una vez que el Frente del Norte cayó en manos de los sublevados, Azkue y Julio Urquijo acudieron a Salamanca en enero de 1938 como miembros de número de la Real Academia Española (RAE) -lo eran desde 1927, a consecuencia de un decreto de la dictadura primorriverista- a la constitución del nuevo Instituto de España (IdeE), donde juraron, junto al resto de académicos allí reunidos, lealtad al caudillo de España. Está sujeta a interpretación la sinceridad de dicho juramento, pero, así como otro miembro vasco de la RAE presente en Salamanca, el escritor Pío Baroja, se apresuró a refugiarse en París poco después, Azkue y Julio Urquijo participaron activamente -el segundo como secretario provisional- en las sesiones que la RAE realizó durante la guerra civil en Donostia, retaguardia cultural golpista y sede provisional de la RAE y del IdeE.

De esta manera, a pesar de las inevitables sospechas de criptonacionalismo vasco por parte del falangismo militante, Azkue y Julio Urquijo quedaron políticamente habilitados para refundar la ALV. Con el permiso de la Junta de Cultura de Bizkaia -presidida entonces por José María de Areilza-, un nuevo órgano que dependía de la Diputación Provincial, Euskaltzaindia fue autorizada a celebrar su primera sesión de posguerra en abril de 1941 en su sede oficial de Bilbao. Los nuevos académicos nombrados para sustituir a los miembros fallecidos o en el exilio, más allá de su vasquismo cultural, cumplían con las condiciones políticas franquistas: el abogado carlista Nazario Oleaga, quien ejercería de secretario;el sacerdote Pablo Zamarripa, el heraldista Juan Carlos Guerra y el archivero Juan Irigoyen. A propuesta de Resurrección María de Azkue, también fue nombrado académico el furibundo antiabertzale Eladio Esparza, representante oficioso de la Diputación Foral de Navarra.

Precaria vida académica El exiguo apoyo económico que las autoridades franquistas vasco-navarras otorgaron a Euskaltzaindia, la censura constante en lo que al uso público del vascuence se refiere y, por último, el temor a ser tachados de colaboracionistas por el nacionalismo vasco, obligaron a la corporación a llevar una precaria vida académica durante los años 40. Reducida a reunirse alternativamente en Bilbao y en San Sebastián, sin poder publicar su boletín oficial Euskera; su principal cometido fue continuar la elaboración del Diccionario español-vasco, proyecto que quedaría inacabado tras fallecer su principal responsable, Resurrección María de Azkue, en noviembre de 1951.

El enorme vacío dejado por el alma mater de la ALV, y, un año antes, por Julio Urquijo, fundador de la Revista Internacional de Estudios Vascos, se antojaba difícil, si no imposible, de llenar, debido al prestigio que ambos habían conferido a este campo de estudios durante la primera mitad del siglo XX. Uno de los postulantes fue el académico de padre alemán Federico Krutwig, quien entonces apenas contaba 30 años. En el acto público de ingreso del también joven académico Luis Villasante, fraile franciscano y futuro director de Euskaltzaindia, celebrado en Bilbao en mayo de 1952, Krutwig quiso borrar de un plumazo las acusaciones de contemporización franquista. En lugar de atacar directamente a la dictadura, se empleó a fondo en desautorizar públicamente a los Obispados de Bilbao y Donostia, recientemente desgajados del de Gasteiz, por marginar el euskera en sus diócesis. A pesar de que el discurso fue leído en el vascuence arcaizante que Krutwig había aprendido en obras de la Edad Moderna, fue denunciado inmediatamente por las autoridades provinciales presentes en el acto. Exigir públicamente que la Iglesia vasca se separase del Estado en su política lingüística, cuando la España nacional-católica surgida de la guerra civil se basaba en un pacto entre ambos poderes, fue una temeridad y una desastrosa táctica política. El vizcaino Krutwig fue el siguiente académico vasco obligado a marchar al exilio desde la guerra civil. Volvería a hacer gala de su extremismo dialéctico en el ensayo Vasconia (1963), el cual incluye el discurso de 1952 en su apéndice documental.

Con una corporación al borde del colapso y amenazada por el gobernador civil de Bizkaia, Genaro Riestra, el eje principal de la actividad académica se desplazó de Bilbao a San Sebastián hacia 1954 y buscó el apoyo de la Diputación Provincial de Gipuzkoa, presidida entonces por el tradicionalista José María Caballero. La dirección de Euskaltzaindia fue a parar a manos de Ignacio María Echaide, ingeniero provincial donostiarra e integrista católico a macha martillo; se nombraron académicos dos abogados derechistas guipuzcoanos -Antonio Arrúe y José María Lojendio- y se fundó en Donostia el Seminario de Filología Vasca Julio de Urquijo, cuyo origen se encuentra en el valioso fondo bibliográfico adquirido por la corporación provincial a la viuda de Urquijo. Tras superar los obstáculos políticos motivados por su condición de exgudari y expreso antifranquista, la dirección oficiosa del Seminario de Filología Vasca fue confiada a Luis Michelena, un hombre de cualidades extraordinarias, quien desde una posición externa u objetiva respecto del euskera -la de su labor lingüística y académica- como desde una posición interna o creativa -la de ensayista y animador de la revista Egan- supo encarnar la promoción del vascuence a nuevos niveles de relevancia y dignidad cultural.

Euskaltzaindia pudo así recuperar poco a poco su autonomía académica, convocar de nuevo a los miembros regresados del exilio y a los vasco-franceses, renovar sus estatutos, reanudar la publicación de su boletín, iniciar la descripción científica de un patrimonio secular, así como dar los primeros pasos en el proceso de estandarización literaria. Si bien continuaría siendo una entidad sin personalidad jurídica, tan solo tolerada por una dictadura firmemente establecida en el concierto anticomunista internacional, hasta que pocos meses después de la muerte del dictador, Francisco Franco, Euskaltzaindia fue reconocida como Real Academia de la Lengua Vasca por un decreto -preautonómico y preconstitucional- del Ministerio de Educación y Ciencia (1976).

La CNT, ante el horror del nazismo

El sindicato en Bilbao perfila una lista de 24 de sus miembros de Euskadi que sufrieron el terror de los campos de concentración nazis

Un reportaje de Iban Gorriti

Por nuestras mujeres de CNT que combatieron al comienzo de la guerra en batallones vascos en Gipuzkoa; por nuestros hombres que también lo hicieron contra los fascismos y por la libertad y unos ideales”. Las palabras de Iñaki Astoreka continúan como aquellos trenes que llevaban a la muerte. “Muchas de ellas y ellos acabaron en campos de exterminio nazis”, particulariza.

Sabedor de esto, el Comité de Memoria Histórica de CNT Bilbao al que Astoreka pertenece trabaja de forma minuciosa un muy avanzado listado de personas que fueron militantes del sindicato mayoritario en el Estado en 1936 y que acabaron con sus huesos -sin apenas carne ni fuerzas- en almacenes de humanos como Gusen, Dachau, Mauthausen o Feldkich, entre otros muchos.

Hasta la fecha, la Confederación Nacional de Trabajo ha registrado 426 personas afiliadas a sus siglas que fueron hacinadas en campos nazis. De ellas, 24 provenían de la CAV y Nafarroa. Es decir, el 5,63%. “Hay que reconocerles que antes de comenzar la guerra de 1936, antes del golpe de Estado, ya denunciaron que el fascismo estaba en auge, como ocurre ahora en Europa y aquí”, lamenta Astoreka. Agrega que “los cenetistas combatieron hasta el límite de sus fuerzas y muchos se vieron obligados a exiliarse. Continuaron, sin embargo, luchando en Francia en la resistencia. Algunos regresaron a España y fueron represaliados, y otros acabaron en campos de concentración donde muchos conocieron la muerte”.

Ahora, esos hombres y esas mujeres englobados en el término genérico de republicanos del Estado en aquellos barracones han visto rescatados sus nombres, en una lista “siempre sujeta a errores u omisiones, para que permanezcan en la memoria histórica. Queremos rendir homenaje a nuestras compañeras y compañeros de la CNT, víctimas del fascismo europeo”, enfatiza. Hace a su vez un doble llamamiento para que “quien lea este reportaje se ponga en contacto con CNT Bilbao para darnos pistas sobre familiares suyos que estuvieron en aquellos campos. Y queremos colaborar con el banco de ADN del Gobierno vasco por si aparecen exhumados más cuerpos de cenetistas”, lanza el guante Astoreka.

Los cenetistas prisioneros en campos de exterminio nazis fueron diez vizcainos, siete guipuzcoanos, seis navarros y un alavés. Todos fueron hombres. “Estamos seguros de que no son todos, que hubo más. Por eso pedimos la colaboración de familiares”, insiste.

Uno de aquellos vascos fue el vizcaino Marcelino Bilbao Bilbao, con una vida digna de película porque fue trágica desde su nacimiento cuando sus padres lo tiraron al río de Alonsotegi. Acabaría siendo un experimento humano del nazi Aribert Heim, conocido como Doctor Muerte, quien le inyectó benceno en el corazón.

Vicente Moriones Belzunegui era de Sangüesa. Pertenecía a la Red Ponzán. Utilizó pasaportes falsos gracias a la habilidad de compañeros de la organización bajo las identidades de José Luis Márquez Boya o Enrique Martínez. “El 14 de octubre de 1942, debido a la traición de un amigo zaragozano, la Policía irrumpió en la casa de Ponzán, en Toulouse, y detuvo a todos los presentes, entre ellos Moriones y el propio Ponzán”, relata Antonio Téllez en Cultura Libertaria.

EN FRANCIA A juicio de Iñaki Astoreka, estos cenetistas que cruzaron el Bidasoa durante la mal llamada Guerra Civil “huían de las bestias fascistas, tanto nacionales como internacionales, a las que habían combatido. Esos hombres y mujeres intentaron acogerse al país de la libertad y fueron recibidos como diablos que encarnaban una plaga”, valora, y va más allá: “Fueron internados en Francia en campos de concentración inhumanos y tratados como bestias, salvo excepciones. Muchos, además, fueron capaces de engrosar las filas de la resistencia, pagando con su muerte o sufriendo los campos de exterminio de Hitler”.

A pesar de su entrega total en batallones vascos de la CNT y en el resto del Estado, su ideología fue perdiendo adeptos. “Era muy difícil para aquellas personas transmitir unas ideas que estaban muy perseguidas, más con todo lo que había pasado en España con la guerra. Era un handicap, una barrera infranqueable. Por eso, hubo miedo a hablar a los descendientes sobre ello. Fuimos y somos rehenes de quienes firmaron los Pactos de La Moncloa”, analiza Astoreka.

El miembro de CNT Bilbao recuerda a otras personas que engrosan su lista, como el santanderino Luciano Allende Salazar, conocido como Toto, que protagoniza una fotografía que corta la respiración. “Es el hombre que carga en sus espaldas con un compañero exhausto”, subraya. Allende participó en diversas acciones armadas contra las tropas alemanas hasta ser detenido por la Gestapo en marzo de 1944.

“No pudieron sacarle nada y lo deportaron a Neuengamme, una antigua fábrica de ladrillo utilizada como fábrica de horror por las SS”, agrega. Murió en 1983. Tampoco quiere olvidar, por ejemplo, al bilbaino Francisco Foyo, que fue liberado de Mauthausen en mayo de 1945, o a la aragonesa Alfonsina Bueno, que fue condecorada por las autoridades británicas, estadounidenses y francesas por su participación en la resistencia. Falleció en Toulouse en 1979. Astoreka concluye orgulloso de estas figuras ya históricas: “Nuestros compañeros y compañeras fueron personas que nunca se rindieron”.