La Guerra Civil les separó para siempre y su compromiso con el Gobierno legítimo republicano marcó su destino.
Un reportaje de Carlos C. Borra
LOS rigores de la guerra, capaces por sí solos de desgarrar a un núcleo familiar, se dejaron sentir de forma especialmente intensa en la familia Legasa, originaria de Nafarroa pero que se trasladó después a Bilbao, tras el alzamiento militar que impulsó Franco en julio de 1936. La condición de guardias civiles del patriarca, Ángel Legasa Bueno, y el primogénito, Ángel Legasa Bataller, y sobre todo el hecho de que se mantuvieran fieles al gobierno legítimo de la República convierte su caso en digno de atención. Porque se situaron en una especie de tierra de nadie, dejados de lado por los dos bandos en conflicto; por la evolución ideológica que protagonizaron, pasando de militar en el socialismo a abrazar el nacionalismo vasco y a desempeñar incluso un papel destacado en el Gobierno vasco en el exilio, en el caso de Legasa Bueno; y porque el estallido bélico separó para siempre los caminos del padre, la madre y sus tres hijos: nunca pudieron reunirse de nuevo. Como aseguró la matriarca, Adela Bataller, según testimonio de uno de sus nietos: “La Guerra Civil nos partió”.
Este potencial fue apreciado por el investigador barakaldarra, residente en Gasteiz, Aitor Lizarazu. Sumergido desde hace cuatro años en una investigación sobre el batallón UGT-8 que incluye desentrañar el perfil biográfico de sus integrantes, pronto llamó su atención uno de ellos, el propio Legasa Bataller, “cuya relevancia continúa en un segundo plano político por su pertenencia al Gobierno vasco en el exilio”, asegura a este medio. De ahí saltó a su padre, también guardia civil y con un papel destacado en la contienda, hasta completar el perfil familiar con los otros dos hermanos, José María y Luis. Una labor que se va ampliando con nuevos datos prácticamente cada semana y en la que Lizarazu ha contactado con algunos de sus descendientes.
“Los dos Ángel Legasa son personajes históricos de una gran importancia por todo lo que representan: son guardias civiles leales a la República que tuvieron la desgracia de ser dejados de lado por las dos partes”, agrega el investigador, que cuenta en su haber con una novela ambientada en la Guerra Civil, Querida Isabel: Cartas desde el frente, y varios libros de divulgación. A la hora de contextualizar el posicionamiento de esta familia, cita una frase de Legasa Bueno que “le perseguiría toda su vida: hay miembros de la Guardia Civil que tienen el cuerpo en Bilbao y la cabeza, la mente, el corazón en Burgos”, en referencia a la ciudad donde se encontraba el cuartel general del ejército franquista durante la contienda.
Este guardia civil natural de Larrasoaña, al norte de Iruñea, vinculado a la izquierda republicana y que en febrero de 1937 se afilió al Partido Socialista, se pronunció en estos términos durante el juicio que siguió al descubrimiento de que miembros del cuerpo habían escondido una ametralladora en la carbonera del cuartel de la Salve. Según el testigo, buscaban beneficiar al bando sublevado, tal y como recogieron medios como Euzkadi Roja y La Gaceta del Norte en enero de 1937.
Después de que la sublevación en Bilbao se quedara en una mera declaración de intenciones se crearon varias columnas para tratar de sofocar el alzamiento en Gasteiz. En una de ellas se enroló su hijo mayor, que en aquel entonces contaba con 26 años. Legasa Bataller acababa de salir de la academia de oficiales con el grado de teniente y acabó destinado en el batallón UGT-8, que se encontraba en Eibar en plena escalada bélica. Tal y como recoge el trabajo de Aitor Lizarazu, el destino de este batallón, en el que también se encontraba José María Legasa como voluntario, no fue nada halagüeño. Con las hostilidades concentradas en el norte, el UGT-8 trató de lograr la posición de Acondia pero fue repelido por el enemigo con gran número de bajas. El propio Ángel Legasa Bataller sufrió una “herida de metralla en pierna, tobillo derecho y bala antebrazo”. Pese a que fue calificada como herida leve, posteriormente derivó en la amputación de su pierna derecha.
Pese a este terrible resultado, Lizarazu concluye que “de los guardias civiles que participaron en el batallón de la UGT, el mejor parado fue Legasa Bataller porque únicamente perdió una pierna y acabó exiliado”. Efectivamente, el resto recibieron una bala en la cabeza, fallecieron en la batalla de Urkiola o fueron hechos prisioneros y fusilados. El UGT-8 acabó diezmado con más de 100 milicianos muertos y gran número de heridos. José María Legasa se libró de este aciago destino gracias a que se incorporó a la academia militar de Asturias con el objetivo de convertirse en oficial.
Evolución ideológica En tierras asturianas acabó también el progenitor de los tres hermanos, ya con 50 años de edad y plenamente comprometido con el mantenimiento de la legalidad republicana, como miembro de seguridad alejado de la primera línea de combate. Sin embargo, en octubre de 1937 los facciosos rodearon la ciudad y mientras José María logró escapar en primera instancia al esconderse en la casa de una mujer en Mieres, Ángel Legasa Bueno negoció su rendición junto a otros milicianos.
Entonces comenzó su periplo por los tribunales del régimen franquista, una situación agravada por su pertenencia a la Guardia Civil. Según el Archivo Histórico Provincial de Bizkaia, citado por Aitor Lizarazu, el patriarca de los Legasa ingresó en prisión el 28 de abril de 1938; el 11 de octubre se celebró su consejo de guerra y un año después su condena a muerte fue conmutada por 30 años de prisión mayor. Tras el final de la guerra el 1 de abril de 1939, saltó de prisión en prisión hasta acabar en el penal de Pontevedra.
Con su estado de salud cada vez más precario por su propia edad y por las deficientes condiciones de la cárcel, Legasa Bueno, que trataba a toda costa de mantener el contacto con sus familiares por carta, redactó su testamento. Falleció a finales de 1942 sin tener la oportunidad de recibir un indulto para poder reunirse así con sus allegados. Lizarazu apunta que fue enterrado en el cementerio católico de Pontevedra y que estaba previsto concederle la libertad condicional en 1944.
Exiliado en Francia Volviendo a Ángel Legasa Bataller, tras perder una pierna por sus heridas en combate y recorrer diversos hospitales ante el avance de los fascistas, se exilió a Francia el 2 de agosto de 1937 saliendo en barco desde Santander. Allí formó una familia, aunque debido a su imposibilidad de regresar a Euskadi, por el riesgo de ser detenido y entregado, decidieron que fueran su esposa y sus hijos los que pasaran la muga. De forma paralela se produjo su progresiva desafección de los postulados del PSOE y su acercamiento al nacionalismo vasco. La razón: “Las luchas internas por el control del dinero y el poder del gobierno de la República en el exilio”, según Lizarazu.
Esta evolución ideológica se concretó de forma harto explícita con el establecimiento de una delegación del Gobierno vasco en París tras el final de la II Guerra Mundial, donde comenzó a trabajar como secretario. En ese periodo se codeó con personalidades como el lehendakari Aguirre y Manuel de Irujo, y llegó a ejercer labores de “agente de información”, según su hijo Alexis Legasa, citado por Lizarazu. Tras la muerte de Aguirre en 1960 la delegación del Gobierno vasco cerró y el propio Legasa Bataller falleció en 1969, con seis hijos y sin haber logrado regresar a Euskadi.
Aitor Lizarazu resume que la familia Legasa “no hizo lo que más le convenía, sino lo que consideraba más correcto”. A preguntas de DEIA, agrega que “fueron consecuentes hasta el último momento y eso les hizo llevarse los varapalos que se llevaron. Fueron el modelo del fiel republicano, que cree en la legalidad republicana y en la democracia. Solo que a ambos lados se encontraron personas que no estuvieron a la altura de las circunstancias”.