El gudari que resistió al interrogatorio de Melitón Manzanas

Francisco Pérez, uno de los últimos gudaris del Batallón Gernika que luchó contra los nazis en la II Guerra Mundial, sufrió en 1943 una semana y media de suplicio al que le sometió el policía torturador

Iban Gorriti

EL 1 de agosto cumplirá 96 años. Francisco Pérez, Paco, es uno de los últimos gudaris vivos de aquel especial Batallón Gernika que creado por el Gobierno Provisional de Euzkadi luchó en el exilio -una vez concluida la Guerra del 36- contra el nazismo en Francia en la II Guerra Mundial.

La edad no le amilana. “¡No! ¡Yo tengo muchas cartas que jugar aún!”, enfatiza quien día a día vive anónimo y sonriente a dos fotos en blanco y negro que conserva con especial cariño. Una, caminando junto a su esposa; la segunda junto a compañeros del Batallón Gernika y su perro. “Mi mujer falleció hace seis meses”, lamenta este hombre que sufrió los interrogatorios del temido Melitón Manzanas, policía donostiarra durante la dictadura de Franco y colaborador de la Gestapo nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Este jefe franquista de la Brigada-Político Social de Gipuzkoa acabaría asesinado por ETA en el que se considera primer atentado premeditado de la organización armada el 2 de agosto de 1968.

“A mí Manzanas me hizo un interrogatorio que duró semana y media. No me dejaba en paz. Era acoso constante. De mí querían que dijera quiénes pasaban armas por la frontera”, explica y aporta que “junto a él, vino otro policía especial de San Sebastián”.

Corría el año “1943 o 1944”, rememora. Eran días en los que se prohibió, por ejemplo, la fiesta de Carnaval y el considerado primer franquismo proseguía el proceso de fascistización iniciado en la guerra para asemejarse a la Alemania nazi y, sobre todo, a la Italia fascista, abortado en 1945 por la derrota de las potencias del Eje: Alemania, Japón, Italia y otros apoyos.

Ante Melitón Manzanas, Pérez, no soltó información alguna. “Por eso, me dijo que yo era el tipo más cínico que había pasado por allí. Es que yo nunca me he acojonado por nada”, subraya con voz firme. Cuando Manzanas acabó con sus interminables sesiones de interrogatorio en una villa de Irun le intentó chantajear. “Me dijo que diría a los republicanos que allí él no había tocado un pelo a nadie, pero ya le dije que cuando el río suena…” Acabó en la cárcel de Ondarreta donde pasó tres meses.

Y es que Paco no pasaba armas, pasaba personas al otro lado del Pirineo. Era mugalari. “Pasé a ocho o diez, todos de mi cuerda, es decir, de ANV. Lo hacía por el río Bidasoa que lo conocía mejor que nadie. Para mí era un juego de niños y nunca cobré a nadie por ello; yo ya tenía mi dinerito de trabajar en la Fábrica de Armas de Hendaia”.

Francisco llegó al mundo en el Roncal, en Jaurrieta, Nafarroa, cosecha de 1922. Era hijo de la ama de casa Manuela, y de Marcelino, militar republicano guarda de fronteras. Tuvieron cinco hijos. Paco fue el benjamín. Al estallar la guerra del 36 y con el avance de los fascistas, la madre con algunos hijos pasó la frontera y se exiliaron en Poitiers. El padre y su hermano Eladio son enviados a campos de trabajadores y África.

El resto de la familia viaja de Francia a Barcelona. “Al acabar la guerra fuimos a Irun. Pero fuimos recibidos como apestados”, denuncia. Con su padre y hermano libres, le tocó a Paco la mili del Ejército de Franco. “Me suscribí a Aviación, en Zaragoza, donde Sanjurjo… Siempre he sido rebeldillo y al destinarme a Tudela me ingresaron en un hospital por una afección a la columna vertebral y al sentirme tan vigilado y viendo que a la mínima torturaban, me las arreglé para escapar e irme a Pau”, rememora.

En la ciudad se encontró con el comandante Ordoki, que “era de ANV como yo y con un grupo de vascos que estaban formando una unidad para luchar contra los nazis e intentar recuperar la República. ¿Cómo lo íbamos a conseguir?”, se pregunta quien participó en batallas históricas.
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“El Batallón Gernika participó en la liberación de la comarca de la Pointe de Grave, en el Médoc, cerca de Burdeos. Durante los combates que tuvieron lugar en abril de 1945, pocos días antes del armisticio, cinco gudaris murieron y una veintena resultaron heridos”, resume el periodista Franck Dolosor, coautor de un documental sobre esta unidad.

“Me siento muy orgulloso -enfatiza Pérez a DEIA- por haber participado en aquellas batallas, por ejemplo, en la ocupación de un pueblo. Es un orgullo terrible. Y te voy a decir más: Moriré sintiéndome un héroe; el resto que me vea como quiera. Quizás soy el último del batallón vivo, pero nunca me he escondido. Cuando te escondes es más fácil que te den un tiro”, apostilla.

La inédita de integrantes de la brigada Gernika es una maravilla. “Entre otros están el capitán Intxausti y nuestro perro, mi perro Asta. Él siempre iba en cabeza de nuestros desfiles. La miro y pienso en reconocimientos. Me han hecho tres homenajes, pero las esferas superiores de la política nos acaban dejando tirados…”

Solo también se ha quedado hace medio año. Por ello, guarda con tanto calor la otra foto, en la que pasea junto a María Agirre, de Deusto, por las calles de Irun. Hoy, vive en una residencia en Bera y es visitado por destacados fotógrafos como Mauro Saravia. “Nosotros -concluye Paco- fuimos aquellos hombres que nos dejamos la piel, que hemos sido buenos y participamos en la eliminación de aquellos que trataron de hacerse con todo el mundo, un imperio. Podemos decir orgullosos, que conseguimos que la cosa no fuera a más”.

De la cripta franquista a la dignidad republicana

La familia del navarro Valentín Romeo Sagües visita Gernika-Lumo para recuperar los restos de su antepasado, fallecido en la batalla del Bizkargi en 1937

Un reportaje de Iban Gorriti

José Mangado, María Luisa Rebolledo y Maru Mangado, familiares de Valentín, junto a la cripta del cementerio de Gernika.Fotos: Hedy Herrero
José Mangado, María Luisa Rebolledo y Maru Mangado, familiares de Valentín, junto a la cripta del cementerio de Gernika.Fotos: Hedy Herrero

CASI lo han logrado! Ya tienen más cerca los restos de su familiar, aquel joven de 20 años de Mendavia que el bando golpista excarceló para llevarlo a luchar con ellos y que acabaría perdiendo la vida en el monte vizcaino Bizkargi. Resta menos tiempo para poder concederle la dignidad republicana que sentía Valentín Romeo Sagües, fallecido hace 81 años, y que su familia además ansía para preservar su memoria.

Casi lo han conseguido porque cuando esta semana todo estaba ya en sus manos, resulta que en la cavidad número 57 de la cripta franquista del cementerio de Gernika-Lumo no había un cuerpo sino dos. “Han tomado muestras de ADN para saber cuál de los dos era mi tío abuelo Valentín. Ahora hay que esperar”, detalla Maru Mangado tras días de emociones a flor de piel.

El sueño se acerca a aquel familiar del que no quedan fotografías porque sus allegados “por miedo” las quemaron cuando se mudaron de hogar. Los restos de Romeo Sagües se conducirán de la cripta franquista dedicada a los Caídos por Dios y por España de Gernika-Lumo a un mausoleo republicano de Mendavia. “Quiero sacar una foto a mi tía con los restos de su hermano, porque fueron sus lágrimas las que me dieron fuerzas para buscarlo”, agrega emocionada Maru, activista de la memoria que encontró la historia de su familia de forma fortuita, investigando para otras familias.

“Supe de su existencia por una lista de Juanjo Casanova, de los reclusos de la cárcel provincial de Pamplona, porque en ese momento yo estaba buscando presos de mi pueblo, Lerín, y leí los apellidos de mi abuela”, explica. Agrega que “entonces le pregunté a mi padre y me dijo que le sonaba que a un tío lo mataron en la guerra”.

Aquel tío era Valentín Romeo Sagües. Nació en Mendavia (Nafarroa) el 26 de mayo de 1916. Fue el octavo hijo y benjamín del matrimonio formado por Fermín Romeo Rada y Francisca Sagües Zalduendo. Cuando el niño sumaba 7 años, la madre y el padre se mudaron con cinco hijos a vivir a Iruñea, a la calle San Gregorio, número 40, cuarto piso, según el padrón del Ayuntamiento del año 1930.

Cuatro días después del golpe de estado de julio de 1936, Valentín fue encarcelado junto a otros compañeros republicanos en la Cárcel Provincial de Iruñea. “Un pariente nos contó que Valentín solía dormir con su hermano Córdulo y que debajo de la cama tenía un arma”, asevera. Fue ingresado el día 22 de julio de 1936 y permaneció recluido hasta el 27 de enero 1937. “Ese día le dieron la libertad para incorporarlo a la mili e ir obligado a la guerra con el bando golpista. Su salida fue firmada por el gobernador militar”, relata Iom Rodríguez Mangado, hijo de Maru.

Así las cosas, fue enviado como soldado del Regimiento América 23, 2º batallón, destinado a primera línea de combate en los frentes de Bizkaia. Murió en la batalla del Bizkargi el 10 de mayo de 1937 a los jóvenes 20 años: “Sabemos la fecha de la muerte por una publicación del BOE de 1940, donde sale una pensión que le pagaban a su padre. Está inscrito en los caídos de Pamplona y en el libro de los caídos de Navarra”.

De hecho, la familia va a solicitar que se le borre de los listados franquistas. “Es lo próximo que, si se puede, queremos hacer para que Valentín quede ya como republicano, darle esa dignidad. No queremos por nada que quede como un Caído por Dios y España, que fue forzado a ir con ellos. Para empezar en Mendavia lo van a inscribir en el listado de represaliados de la guerra”, enfatiza Maru.

Apellido cambiado Valentín fue enterrado en el cementerio de Gernika-Lumo, y más adelante sus restos fueron depositados en la cripta del mismo camposanto, pero con el apellido cambiado, “como Valentín Romero”. Angelita Mangado Romeo, sobrina de Valentín, recuerda ver “en mi casa a mi madre y a mi abuela, preparando la comida para llevarle al joven cuando estaba preso en la cárcel. Yo les acompañaba, hasta que un día nos dijeron que Valentín ya no estaba, que lo habían mandado a Bilbao de soldado”, relata. “Por ese motivo -continúa Maru- creemos que lo sacaron en libertad y sin dejarle ir a su casa lo enviaron a Bizkaia”.

El cuñado de Valentín, Antero Mangado Mangado, trató de ir a Bilbao a buscarlo. “Él tenía un camión que los que se autocalificaban como nacionales requisaron con chófer y todo, y los franquistas le mandaban ir a recoger muertos al campo de Ezkaba… Y en una de estas se fue a Bilbao a buscarlo, pero le dijeron que había muerto en batalla sin darle más datos se su paradero”, agregan. Una de sus credenciales informa de que “prestó servicio de lucha en el frente hasta Elorrio”.

La familia perdió el hilo de la investigación meses atrás. “Perdí la pista en la batalla del Bizkargi y ya no sabía por dónde seguir, hasta que hablando con dos amigos se lo comenté y me dijeron que mirarían. Estaban haciendo alguna investigación de los cementerios y al poco me dio su paradero”, sonríe Maru.

Ahora falta esperar con algún nervio de más. “Nervios porque tememos que se pueda dar el caso de que los dos cuerpos no sean el suyo porque la cripta la hicieron muy mal. Hasta eso hicieron mal”, subraya y va más allá: “Si no es uno de los dos, vamos al Ayuntamiento a que levanten toda la pared porque sé de más familias republicanas que quieren sacar a los suyos, por ejemplo una de Olite a la que los fascistas se llevaron a dos hijos a la guerra forzados”.

Los guardias civiles ‘rojos’ del Euzkadi’ko Gudarostea

Una quincena de miembros de este cuerpo formó a batallones como el Amayur o la Ertzaña en Euskadi.

Un reportaje de Iban Gorriti

Hay datos históricos que pueden hacernos abrir los ojos más de la cuenta cuando tratamos de informarnos. ¿Pudo ser el primer jefe de la Ertzaña de 1936 un guardia civil? ¿Pudo ser un miembro de ese cuerpo el mando supremo del batallón Amayur del PNV? Las dos preguntas tienen una respuesta común: sí.

Se estima que una quincena de miembros de la Guardia Civil participó en el bando republicano vasco entre julio de 1936 y el 24 de agosto de 1937. Una de las personas que mejor ha matizado ese maridaje que a día de hoy puede parecer paradójico es José Luis Cervero, escritor, periodista y parte del cuerpo de la Guardia Civil desde 1965. Consultado al respecto, este redactor de las desaparecidas Diario 16 e Interviú estima que “la labor de la Guardia Civil en el País Vasco fue muy importante porque fueron algunos de los que formaron a unas milicias y un ejército vasco que no tenía nociones militares”, aporta a DEIA.

A juicio de este profesional de la información que suma premios como el Ortega y Gasset de Periodismo, fue el Gobierno Provisional de Euzkadi quien solicitó instructores al Ejecutivo de la República. “El Gobierno central envía tropas a los cuerpos del Ejército del Norte. Es la Comandancia de Madrid quien manda militares y algunos se incorporan en él y dirigen aquellos cuerpos”, agrega el autor del libro Los rojos de la Guardia Civil. Su lealtad a la República les costó la vida, de 2006.

El primer jefe de la Ertzaña de 1936 fue Saturnino Bengoa, guardia civil de Orduña. Germán Ollero, por su parte, fue un comandante que acabó al frente del batallón Amayur del PNV. Como curiosidad, los dos hijos de este jefe del Estado Mayor de la 2ª División del Ejército de Euzkadi, también militares, se posicionaron con el bando golpista. Los tuvo enfrente.

El conocido jefe del sector de Elorrio durante la guerra fue otro guardia civil: José Bolaño, que murió fusilado en Santander. Y a estas recordadas figuras históricas cabe añadir a Juan Colina, Antonio Naranjo o Carlos Tenorio. Entre el resto, brilla además el tricornio de un alavés, Juan Ibarrola Orueta (Laudio, 1900-1976). Fue un militar y guardia civil que también se mantuvo fiel a la Segunda República. Alcanzó el grado de teniente coronel y ocupó el mando de una de las divisiones del Euzkadi’ko Gudaroztea en el sector de Otxandio. Tomó parte en la famosa batalla de Saibigain en la que el comandante del batallón Arana Goiri del PNV, Felipe Bediaga Aranburu, le llamó “cobarde” por no querer atacar una vez más a los fascistas; él cumplió la orden y falleció en el intento. Es más, a día de hoy su cuerpo aún no ha aparecido.

Al estructurarse el Ejército de Euzkadi en Divisiones, Ibarrola fue nombrado Comandante de la 1ª y bajo su dirección tuvo reconocimientos por su actuación en los frentes de Bizkaia y Santander. Posteriormente fue jefe del XXII Cuerpo del Ejército de Maniobras, tomando Teruel. “Tras la guerra, Ibarrola acabó vendiendo perfumes, era comercial de colonias”, explica Cervero.

Represaliados Si todos estos datos llaman la atención, hay uno más que quizás también lo haga. Según el interlocutor invitado, “con el golpe de Estado militar, la mayor parte de la Guardia Civil se posicionó en contra de la sublevación. Fueron contados los que se sumaron a los rebeldes”, explica, y pone como ejemplos “el caso de Barcelona, Madrid o ahí donde ustedes, en Bilbao”.

El libro hoy agotado Los rojos de la Guardia Civil. Su lealtad a la República les costó la vida detalla este punto. “Durante los años de la guerra española, fueron muchos los mandos y agentes de la Guardia Civil que no sucumbieron a los cantos de sirena de la nueva España. El mismo Franco pudo constatar que, en muchos lugares donde creía indudable el triunfo de su golpe militar, le salían al paso guardias civiles dispuestos a defender la legalidad del Gobierno al que servían, como siempre había aconsejado el duque de Ahumada, fundador del cuerpo”, expone.

Con todo, estos profesionales “rojos” acabaron siendo represaliados. Tuvieron que comparecer ante los piquetes de ejecución formados por los franquistas, pasaron a poblar las cárceles y los campos de concentración creados por las autoridades para eliminarlos. Desde la checa Spartacus a la comandancia de Marruecos, desde Córdoba a Legutio o Catalunya, Cervero, perteneciente a los Servicios Secretos de Información del cuerpo durante muchos años, dejó impreso que considera “brutal” la represión sufrida por sus compañeros de entonces. “Es una demostración de que a veces la lealtad impone un alto precio que hay que pagar”, concluye

Bizkaia en la Edad Media: origen y naturaleza jurídico-constitucional de los derechos históricos y de las instituciones feudales

El debate entre el canónigo antiforalista Juan Antonio Llorente y el consultor foral Francisco de Aranguren llega a nuestros días con la obra ‘Bizkaia en la Edad Media

Un reportaje de José María Gorordo

Bizkaia en la Edad Media es una obra dividida en dos tomos. Contiene un debate inédito entre las tesis antiforalistas del canónigo Juan Antonio Llorente (Rincón de Soto, 1756, Madrid, 1823) quien escribió por encargo de Godoy las Noticias históricas de las tres provincias vascongadas, y las respuestas del consultor perpetuo de la Diputación Foral de Bizkaia, Francisco de Aranguren y Sobrado (Barakaldo, 1754, Madrid, 1808) y del benedictino fray Domingo de Lerín y Clavijo (Cádiz, 1748, San Millán de la Cogolla, 1808), en relación con la historia de Bizkaia y el origen y naturaleza de sus derechos históricos e instituciones forales.

Hace años que investigo el origen y naturaleza jurídica de los derechos históricos vascos. Enfrascado en tan apasionante tarea, leía la Discusión sobre los fueros de las Provincias Vascongadas, obra editada por la Diputación de Araba, que recoge lo tratado en una larga sesión del Senado español de junio de 1864.

En ella, en respuesta al discurso antiforal del senador Sánchez- Silva, intervinieron los senadores vascos Egaña y Barroeta Aldamar. Egaña, tras diversas manifestaciones de réplica, no se anduvo por las ramas y denunció la utilización de los trabajos de Llorente como fuente de los argumentos antiforales y añadió: “Todo el mundo sabe que a poco fue reducido a la emigración por haber seguido el partido francés, y todo el mundo conoce un librito del mismo señor, impreso en Burdeos, deshaciendo la mayor parte de su trabajo antiforal”.

Por su parte, Barroeta Aldamar dijo: “Más tarde el mismo Llorente, estando emigrado, ofreció a las Provincias Vascongadas reunir los documentos necesarios para producir una obra que combatiese la que antes había escrito, y no se aceptó la oferta”.

Si se probase que esta información relatada por Barroeta Aldamar ante el pleno del Senado fuese cierta, o si apareciese el libro anunciado por Egaña, la credibilidad de Llorente quedaría muy deteriorada y, en consecuencia, su obra descalificada. Pero las versiones de los senadores vascos, cincuenta años después de que hipotéticamente ocurrieran los hechos a los que se referían, no estaban acreditadas: ni la edición en Burdeos del libro de retractación ni la presunta oferta de Llorente de escribir un nuevo libro “que combatiese lo que antes había escrito”. Aunque no fueron rebatidos por nadie, los senadores vascos tampoco aportaron pruebas ni dieron más detalles.

“Traición a sí mismo” Novia de Salcedo aseguraba en 1829 que “el hombre dirigido por innoble fin, con el cambio de circunstancias, se hace traición a sí mismo y mudada la faz de España con los sucesos que tuvieron principio en 1808, sentía ya Llorente pesar de haber aseverado contra las Provincias Vascongadas lo contrario de lo que percibía su mente. Revolvía en sí mismo el medio de contradecirse menos indecorosamente y pudiéramos citar testigos respetables de esta disposición de su ánimo explayada en comunicaciones confidenciales; mas no llegó a tener efecto”.

Antonio Trueba también intervino en la polémica. En un librito publicado en 1865 da por cierta la oferta para escribir la retractación, que, según manifiesta, “no se aceptó por un sentimiento de dignidad e hidalguía”. Y, para aclararlo, cuenta que en 1859 tuvo un contacto con el entonces “anciano” Eulogio de la Torre, que había sido diputado general y a cortes, quien le aseguró que “tenía pruebas” de que en los últimos años de su vida, el canónigo Llorente “nos ofreció refutar su propia obra”. Tres años más tarde, en 1862, con motivo de que se le nombra archivero, Trueba vuelve a Bilbao y es cuando pretende reunirse de nuevo con Eulogio de la Torre para pedirle las pruebas que tenía, tal y como le había manifestado en 1859, lo que no pudo ser por el fallecimiento del político De la Torre.

Con esta información de partida, inicié la búsqueda del hipotético libro de retractación de Llorente, trabajo al que dediqué muchos meses visitando monasterios, archivos y bibliotecas, así como consultando a expertos en Llorente, como es el caso del hispanista francés Gérard Dufour y otros.

A lo largo de estos años no he localizado el supuesto libro de retractación ni he podido acreditar que Llorente hiciera un ofrecimiento expreso para escribir un nuevo libro y desautorizarse a sí mismo. Sin embargo, fruto de las innumerables pesquisas y averiguaciones tras las pistas de las dos líneas de investigación citadas en torno a la obra de Llorente, tuve conocimiento casual de la existencia de unos manuscritos del benedictino fray Domingo de Lerín y Clavijo, depositados en el monasterio de San Millán, tras no haberse podido encontrar los originales de los archivos de la Diputación de Bizkaia. Con el material se editó el libro, Obras de fray Domingo de Lerín y Clavijo (2015), en el que se incluye un Estudio introductorio del autor de este artículo en el que se muestran aspectos desconocidos de la vida y obra del benedictino. A partir de dicha publicación, ya se puede estudiar el contenido de los conocidos como papeles de Lerín, tantas veces echados en falta por la generalidad de los historiadores especializados. Por otra parte, el año 1994, el servicio editorial de la UPV/EHU publicó el libro Francisco de Aranguren y Sobrado, Demostración de las autoridades de que se vale el doctor don Juan Antonio Llorente, edición de los profesores Portillo y Viejo, que incluye la obra completa de Aranguren.

Los trances centrales de la polémica tuvieron lugar entre los años 1806 y 1808, aunque Llorente había dedicado varios años antes al desarrollo de sus Noticias históricas. Desde las fechas en las que tanto Aranguren como Lerín conocieron los textos de Llorente (1806-1807) hasta que redactaron sus trabajos (1807-1808) transcurrió poco más de un año y, además, ambos fallecieron el año 1808 (Aranguren en julio, Lerín en noviembre). Ello les impidió estudiar y replicar con suficiente tiempo y sosiego a Llorente y tampoco pudieron conocer las últimas aportaciones de este. Bizkaia en la Edad Media pone en comparación, de modo crítico, las versiones de los tres escritores coetáneos. No es una historia general de Bizkaia ni se pretende ejercer de árbitro en las posiciones divergentes. Además de analizar la disputa mencionada, también se pretende aclarar si se dio o no un supuesto plagio de Aranguren a Lerín, sospecha esbozada por varios escritores como Arguinzoniz y Delmas; también Mañaricua, quien dejó escrito que “cuando se hallen los papeles de Lerín podremos ver si dependen de ellos los escritos de Aranguren”.

En el tomo I de Bizkaia en la Edad Media hago un análisis pormenorizado de los apéndices documentales aportados por Llorente, y se detecta, y acredita, la existencia de interpolaciones y manipulaciones arbitrarias del canónigo en documentos sustanciales de su tesis, como es el caso de la copia del diploma de ingenuidad del rey don García de Navarra de 30 de enero de 1051 que se encuentra en el archivo catedralicio de Calahorra (sobre el que muchos cuestionan la autenticidad), y los documentos del arbitraje del rey de Inglaterra entre Castilla y Navarra (1176-1179), entre otros muchos.

Irreconciliables Las posiciones son irreconciliables. Llorente defiende que las Vascongadas siempre estuvieron sujetas a los reyes de Asturias, León, Castilla o Navarra y, por tanto, sus fueros y cuantas prerrogativas gozaron los vascongados eran consecuencia de gracias y mercedes hechas por los reyes, mientras que Aranguren y Lerín sostienen todo lo contrario. Para ellos, los señores tenían un doble rol: mediante pacto con los vizcainos, eran soberanos de Bizkaia, “territorio aparte”, y también desempeñaban el papel de vasallos de los reyes, pero solo de los territorios de fuera de Bizkaia sobre los que ejercían encomendaciones, mandaciones o tenencias, en los que mandaban “por mano de rey”.

Por lo que respeta al ordenamiento jurídico-constitucional, en el tomo II de Bizkaia en la Edad Media se aprecia igualmente que las posiciones ideológicas son absolutamente incompatibles. Llorente niega la singularidad de Bizkaia y la existencia de pactos entre los vizcainos y los señores. A su juicio, Bizkaia nunca tuvo leyes propias; los vizcainos se gobernaron por las leyes de los romanos, godos, asturianos, leoneses, castellanos y navarros, sucesivamente, y se pagaban pechos y tributos como en Castilla. Por el contrario, para Aranguren, los vizcainos siempre tuvieron leyes propias, bien un ordenamiento jurídico no formulado, basado en usos y costumbres, es decir, derecho consuetudinario, bien ordenamientos escritos (cartas de fundación de las villas otorgadas por los señores, no por los reyes, el cuaderno de Juan Núñez de 1342, la Hermandad de Gonzalo Moro de 1394, el Fuero Viejo de 1452 y el Fuero Nuevo de 1526). Los vizcainos eran todos hijosdalgo y dispusieron de tribunal propio y exclusivo para resolver las cuestiones de vizcainías (Sala de Vizcaya de la Chancillería de Valladolid); eran libres y exentos, quitos y franqueados de todo pedido, servicio, moneda y alcabala. Lerín defiende que el señorío de Bizkaia fue estado soberano e independiente y su jefe o señor ejercía todas las facultades, preeminencias y jurisdicciones en calidad de soberano. Se debe considerar que los acontecimientos a los que se refiere la investigación tienen lugar en una época feudal, por lo que resulta de imposible o muy difícil encaje tratar de explicarlos con los valores actuales; de ahí que se planteen dudas interpretativas en cuanto a la legitimidad de las confiscaciones o tomas del poder del territorio en diversos momentos: unos, como Llorente, lo justifican por la soberanía de los reyes; otros, como Aranguren y Lerín lo achacan a situaciones de fuerza que no generan ningún derecho.

Con el apasionante debate historiográfico que estudio en Bizkaia en la Edad Media pretendo suscitar el interés de otros investigadores en la búsqueda de nuevas aportaciones o nuevos enfoques.

Larrazabal: 125 años de la ‘primavera vasca’

El geógrafo francés Élisée Reclus publicó en 1867 en la Revue des Deus Mondes un artículo con el expresivo título Los vascos, un pueblo que desaparece (Les Basques. Un peuple qui s’en va). El destacado anarquista constataba como científico una realidad debida, sobre todo, al proceso de nacionalización de los Estados francés y español, los cuales, como Estados nacionales, pretendían eliminar toda la diversidad existente en sus territorios reduciéndola a la única nación con la que se identificaban, la francesa o la española.

Un mapa de Euskal Herria con el lema ‘Euzkadi es la patria de los vascos’.
Un mapa de Euskal Herria con el lema ‘Euzkadi es la patria de los vascos’.

Las pequeñas naciones que sobrevivían bajo la administración de la República francesa o el reino de España eran tildadas de atrasadas y no merecedoras de seguir existiendo. Se les aplicaba por los intelectuales y las academias de estos Estados el argumento del darwinismo social, traslación a la política de la teoría científica de la evolución de las especies basada en que solo los individuos y las especies más aptas sobrevivían.

El darwinismo social sirvió de argumento político para el imperialismo europeo sobre el resto del mundo, justificando el sometimiento por una raza blanca superior de los países y naciones atrasadas de los otros continentes. La superioridad técnica y militar europea servía no solo para la dominación por la violencia sino que era en sí misma el argumento que la fundamentaba.

Este darwinismo social no fue solo una teoría perversa para defender el colonialismo fuera de Europa sino que también sirvió para justificar la eliminación de las pequeñas naciones de este continente que no habían podido constituir sus propios Estados.

El bilbaino Miguel de Unamuno, destacado miembro de la intelectualidad y la academia españolas, ofreció un claro ejemplo de esta ideología supremacista y genocida cuando en su ciudad natal llegó a propugnar la desaparición del pueblo vasco y el euskera: “Eres un pueblo que te vas;(…) estorbas a la vida de la universal sociedad, debes irte, debes morir, transmitiendo la vida al pueblo que te sujeta y te invade.” “(…) esa lengua que hablas, pueblo vasco, ese euskera desaparece contigo;no importa porque como tú debe desaparecer;apresúrate a darle muerte y enterrarle con honra, y habla en español”.

Todo apuntaba a que se cumpliría el pronóstico científico de Reclus pero, afortunadamente, no sucedió así. Dos años antes de que se publicara su mencionado artículo había nacido en Bizkaia, en la anteiglesia de Abando, actual Bilbao, Sabino de Arana y Goiri. Un niño que cuando llegó a ser adulto reflexionó: “Pueblo mío, ¿acaso he nacido yo para verte morir?”.

Los acontecimientos históricos no pudieron ser más negativos en este sentido tras el nacimiento de Arana. La última Guerra Carlista estalló cuando tenía siete años de edad y se desarrolló y asoló sobre todo el País Vasco. Tras cuatro años de guerra, en 1876, la derrota carlista supuso la ocupación militar del territorio vasco peninsular por el ejército español y la eliminación de sus instituciones, sustituidas por otras designadas desde la capital del reino. Al proceso de españolización de Álava, Bizkaia, Gipuzkoa y Navarra, político y cultural, sus habitantes ya no tenían capacidad de oponerle ningún freno. Derrotados, ocupados, condenados y señalados como obstáculo y estorbo a la vida de la universal sociedad por el país que los había vencido militarmente y demostrado así, una vez más, su supremacía y superioridad. ¿O no?

Cita en Begoña

Pasaron algunos años hasta el acontecimiento del que ahora hace 125, que sucedió en un txakoli de la anteiglesia de Begoña, actual Bilbao, conocido como de Larrazabal. Sabino de Arana y Goiri había cumplido ya 28 años y acudió allí invitado por un grupo de amigos interesados en conocerle como autor de su libro titulado Bizkaya por su independencia. Hombres vinculados a la sociedad foralista liberal Euskal Herria liderada por Fidel de Sagarminaga, último diputado general de la Diputación Foral de Bizkaia antes de su abolición. Iban a asistir, sin imaginarlo antes y, posiblemente, tampoco en el momento, al primer acto de lo que hoy en día podríamos considerar como la primavera vasca, el final del declive de un país que parecía ya condenado a su desaparición y el comienzo de su resurgimiento, a pesar de las mayores dificultades y obstáculos.

Sabino de Arana y Goiri se presentó públicamente en esta ocasión con un discurso terrible y tremendo, que se ha conocido posteriormente como el Juramento de Larrazabal. Sus convidantes esperaban probablemente una tertulia amena tras una afari-merienda como a las que estaban muy bien acostumbrados y se encontraron con un joven Arana rotundo y apocalíptico, grave y nada amable. Entre otras cosas porque echaba la culpa de la lamentable situación que se padecía a toda la sociedad vizcaina de la que eran muy destacados componentes algunos de ellos, como el empresario y naviero Ramón de la Sota o el artista Adolfo Guiard.

Arana les relató que hacía diez años que había adquirido conciencia nacional vasca y que desde entonces se había dedicado al conocimiento de su Patria por medio del estudio de su idioma (que ignoraba), de sus leyes y de su historia.

Expuso su ideario político nacionalista vasco, su lema Jaungoikua eta Lagizarra (JEL = Dios y Leyes viejas) y anunció su idea de organizar un partido que lo defendiera. Arana limitaba todavía su iniciativa a Bizkaia, aunque pronto la extendería a todo el País Vasco. La parte más solemne de su discurso, que ha dado pie a conocerlo como Juramento, la expresó en la siguiente frase:

“Yo no quiero nada para mí, todo lo quiero para Bizkaya: ahora mismo, y no una sino cien veces, daría mi cuello a la cuchilla sin pretender ni la memoria de mi nombre, si supiese que con mi muerte había de revivir mi Patria”.

Sabino de Arana y Goiri moriría apenas diez años después de pronunciar esta frase. Sabemos que cumplió lo que en ella dijo, incluso en la parte relativa a su memoria, ya que no le importó ponerla en cuestión, en el último año de su vida y cuando ya sabía que estaba próximo su final, con el objetivo de la supervivencia del País Vasco, con el proyecto que se conocería como su evolución españolista.

Aquella tarde del 3 de junio de 1893 Sabino y su hermano Luis que le acompañaba no encontraron la comprensión que esperaban. El tono y contenido de su discurso no gustaron a sus convidantes y se comenzó una discusión cada vez más acalorada que estuvo a punto de acabar muy mal. Seguramente en aquel momento no pudieron llegar a imaginar que casi todos los asistentes en poco tiempo acabarían adhiriéndose a su proyecto político.

Manu Egileor recordaría así este momento:

“Bajo el cielo estrellado de aquella noche cruelmente bella, Sabino y Luis de Arana volvieron solos y en silencio por las veredas dormidas a la orilla de los campos en fecundación, volvieron a su casa de Abando a reanudar sus paseos y pláticas, rebosantes de unción patriótica, en el jardín forjador de empresas generosas, en la galería abierta al despertar del sol (…)”

Cinco días después por las calles de Bilbao se escuchó por primera vez vocear el nombre del primer periódico nacionalista vasco: Bizkaitarra. Hace ahora 125 años, a principios de junio de 1893, comenzaba así la primavera vasca. Y en gran parte gracias a ello, y contra todo pronóstico, el Pueblo Vasco no ha desaparecido. Y seguimos existiendo.

Izan zirelako gara eta garelako izango dira = Porque fueron somos y porque somos serán.