Guatemala, la República española y el Gobierno vasco en el exilio

La presencia en Guatemala de exiliados que huyeron del franquismo pasó desapercibida en comparación con la de otros países latinoamericanos, y vivió momentos de tensión por la situación de aquel país y la política de Estados Unidos

Un reportaje de Arturo Taracena Arriola

EN Sabino Arana Fundazioa cuentan ya con un libro que acabo de publicar en México bajo el auspicio de la Universidad Nacional Autónoma y El Colegio de Michoacán con el título de Guatemala, la República Española y el Gobierno Vasco en el exilio, 1944-1954. No sólo ha sido la amistosa relación de mi abuelo materno, Jorge Luis Arriola, embajador de Guatemala en Lisboa y Roma, con Manuel de Irujo, Teodoro Aguirre y otros dirigentes vascos lo que me animó a esta investigación, sino además el deseo de hacer de dominio público un olvidado papel de solidaridad de mi país con los republicanos españoles. Muestro aquí un difícil resumen de un libro lleno de datos, nombres y circunstancias que debería interesar a los vascos que aspiren a conocer parte de la intensa actividad que desplegaron sus dirigentes y los de la República en el exilio en tiempos muy difíciles para la gran mayoría de sus partidarios.

Carta de inmigración a Guatemala de Antonio Arregui Azcárate firmada por el escritor Luis Cardoza y Aragón, embajador de Guatemala en Francia, 1948.
Carta de inmigración a Guatemala de Antonio Arregui Azcárate firmada por el escritor Luis Cardoza y Aragón, embajador de Guatemala en Francia, 1948.

Guatemala estableció tardíamente relaciones diplomáticas con la República española debido a que la dictadura del general Jorge Ubico solamente fue derrocada en vísperas del fin de la segunda Guerra Mundial por medio de la revolución cívico-militar del 20 de octubre de 1944. Ello permitió que este país entrase en el relevo de México en materia de proyectos de inmigración de refugiados españoles. Sin embargo, la marginalidad de la apuesta diplomática guatemalteca en el seno de los intereses diplomáticos del gobierno republicano español, entonces presidido por José Giral, hizo que las relaciones con los guatemaltecos fuesen encargadas al entonces ministro de Industria y Comercio de la República española, Manuel de Irujo y Ollo.

Tal decisión pesaría en el hecho de que al final el Gobierno vasco en el exilio fue el que las capitalizó durante casi una década, motivado por intereses diplomáticos (relaciones con los países centroamericanos y con los comunistas del Este), económicos (café, medicinas) y, en gran medida, de trabajo de inteligencia (papeles falsos, pasaportes, información). En ello sobresale el peso de las buenas relaciones que Guatemala entabló con los países centrales europeos bajo la impronta soviética o con la Yugoslavia de Tito. El triunfo final de la estrategia de Irujo por colocar a sus hombres en el centro de las relaciones republicanas con el gobierno guatemalteco se dio en 1951 con la designación de Antonio de Zugadi como cónsul de la República española, cargo que mantuvo hasta la caída del gobierno de Arbenz en 1954.

Tanto la modesta cifra de aproximadamente 200 republicanos españoles que llegaron a Guatemala entre 1947 y 1952, en comparación con las de otros países latinoamericanos receptores (México, Chile, Venezuela, República Dominicana), como esta capitalización del quehacer diplomático republicano por parte del Gobierno vasco en el exilio es la explicación del profundo desconocimiento que en la historiografía sobre la guerra civil española ha habido del papel jugado por los gobiernos de Juan José Arévalo (1945-1951) y Jacobo Arbenz (1951-1954) en apoyo a la República española en el exilio tanto en Europa como en América, así como de la implementación de un programa guatemalteco de inmigración de refugiados españoles en Europa a partir del año de 1948. Una inmigración que ya no solo incluía a quienes habían huido de España entre 1936 y 1939, sino a aquellos que venían de salir de las cárceles franquistas o habían desertado del ejército al que fueron obligados a servir. Además de ellos, los hijos de los primeros, que para entonces ya eran adultos o tenían la suficiente edad para reunirse con sus padres en el exilio o, simplemente, aquellos españoles que pasaban las fronteras francesa y portuguesa por razones económicas.

El papel de EE.UU. Una relación tardía, en el marco de inicio de la Guerra Fría, que ayuda a explicar cómo en el tablero diplomático de Estados Unidos la presencia de los republicanos españoles en Guatemala fue utilizada por el Departamento de Estado para ejemplificar el apoyo del comunismo internacional a los gobiernos emanados de la revolución octubrina en el país centroamericano. Por ello, no es impropio relacionar la suerte de Guatemala en la Guerra Fría con la de la España republicana al inicio de la confrontación internacional con el bloque socialista, en momentos en que Washington daba un claro paso en el reconocimiento internacional del gobierno de Franco y para que España formase parte de Naciones Unidas. La visión que la administración estadounidense tenía de los republicanos españoles asentados en Guatemala era clara y abarcaba a todos sin calculadas distinciones, tal y como en 1955 dejó constancia el historiador y politólogo norteamericano ligado a la CIA, Daniel James: “Una verdadera brigada internacional, a la cual bien podría atribuirse un parentesco con su original español, funcionaba como parte de la maquinaria del Cominform… Ofrecieron una prueba muy clara de la intervención Soviética en los asuntos de Guatemala”.

Por su parte, la intervención estadounidense en Guatemala escindió a la comunidad republicana española asentada en el país centroamericano, haciendo que un grupo minoritario se reclamase como anticomunista al argüir razones nacionalistas (los vascos) o ideológicas (anarquistas y socialistas), sin poder evitar que la mayoría de los republicanos se viese lanzada a un exilio por miedo a las represalias por su participación durante la guerra civil española como en las administraciones revolucionarias guatemaltecas. De un universo de 200 personas, 145 optaron por abandonar Guatemala asilándose en tres embajadas latinoamericanas, principalmente en la de México. Es más, algunos de ellos fueron encarcelados y luego expulsados hacia este último país por las autoridades golpistas guatemaltecas entre los meses de julio y septiembre de ese aciago año de 1954. Se trata pues de un nuevo exilio republicano español que no forma parte de las historias oficiales que del mismo se han construido en estos países.

El 1 de julio, la Junta Militar declaró indeseables a los republicanos españoles residentes en Guatemala, lo que motivó que ese mismo día el Gobierno de la República en el exilio emitiese desde París un comunicado dirigido a aquella, en el que expresaba “que los españoles residentes en ese país fueron admitidos de forma regular conforme a las leyes en vigor, promulgadas por el Gobierno legal y aplicadas por la autoridades regulares… Por esas razones, el Gobierno Republicano español no puede aceptar que en ningún caso la colonia republicana española sea declarada indeseable por causa de sus gloriosos antecedentes republicanos”.

La violencia del gobierno golpista castrense en contra de la representación republicana en Guatemala fue tal, que el 20 de diciembre de ese año de 1954, ya refugiado en México, Zugadi le escribió a Irujo una larga carta en la que señalaba que se vio abocado a dirigir notas oficiales al triunvirato que tomó el poder luego de la caída de Arbenz, ello en medio del asalto a la embajada de España. Esto le llevó a protestar ante el Ministerio de Relaciones Exteriores guatemalteco, ya se tratase “de ladrones disfrazados de anticomunistas o de anticomunistas disfrazados de ladrones”.

Sólo salieron siete Zugadi había enviado un despacho sobre los sucesos al Ministerio de Estado de la República en París que se imaginaba que Irujo ya conocía. En ese ambiente golpista, también informó de que el número de vascos que salieron hacia México fue de tan sólo de siete, pues la mayoría se quedó en Guatemala. El 3 de enero de 1955, Irujo le respondió a Zugadi: “No se esfuerce Usted en preparar informes de lo ocurrido en Guatemala. No son ahora necesarios”. La contrarrevolución guatemalteca se apuntaba una victoria ideológica, pues los dirigentes nacionalistas vascos no sacrificarían sus excelentes relaciones con el Departamento de Estado norteamericano por la causa revolucionaria guatemalteca con la esperanza de que los Estados Unidos contribuirían a crear un Estado vasco independiente: la apuesta entonces del presidente José Antonio Aguirre.

En el segundo semestre de 1950, el padre Jokin Zaitegui había decidido fundar el Centro Vasco Landíbar en la capital guatemalteca, partiendo de que no existía uno en este país y de la necesidad de estrechar los vínculos de los paisanos residentes en él. A sus ojos, tal impulso partía de la importante herencia cultural vasca a lo largo de la historia colonial y republicana guatemalteca. Por tanto, argumentaba, “prescindiendo de toda política que separa, y caminando por la cultura que nos une, abre sus puertas de oro a todo vasco o guatemalteco amigo del País Vasco…” El acta estaba firmada como socios fundadores por Zaitegui, Valentín Cuartango, Juan Zabala, Leandro Garín Ugarte, Daniel Garín Ugarte, Julián y Ramón Urigüen, Gerardo Andicoechea, Felipe Aberasturi Azcoitia y Ángel Arce Barahona; estando “de acuerdo en principio”, Antonio Arregui Azcárate, Julián Azcárate, Antonio Altuna Gárate, Gerardo Arana y Nicolás Ormaetxea. Arregui, Aberasturi, Azcárate, Arce y Altuna habían llegado a Guatemala desde Francia por medio del programa guatemalteco de inmigración y todos habían participado en la guerra civil, ya fuese en las milicias o en el ejército vascos, aunque pertenecían a diversas organizaciones (ANV, PNV, CNT y UGT). La base organizativa previa a la fundación del Centro Vasco fue la iniciativa de Zaitegui para fundar la revista Euzko Gogoa, la única en ser editada totalmente en euskera del período post republicano y que jugó un papel de primer orden en el renacimiento de la cultura vasca en el siglo XX. Él empezó a prepararla como revista bimestral en la Ciudad de Guatemala a lo largo del año de 1949 y, finalmente, la registró legalmente el 26 de diciembre de ese año, por lo que el primer número salió de la imprenta en enero de 1950. En Guatemala, ésta habría de aparecer (salvo por razones financieras en 1953) hasta el de 1955, cuando Zaitegui buscó asentarse en Gipuzkoa pensando que el franquismo lo dejaría editarla en Euskadi. Imposibilitado, se trasladó a Biarritz, donde la revista vivió su segunda época de 1956 a 1959. El cambio de sede de la Euzko Gogoa de Guatemala a Iparralde en 1956 respondió menos a la dificultades económicas y más a la necesidad de que la revista estuviese más presente en el Estado español. Una lista mecanografiada de abonados del año de 1950 existente en el archivo de Zaitegui en Sabino Arana Fundazioa, muestra que el total de ejemplares distribuidos ese año de aparición era de 332, con destino a 25 países de Europa, América y Oceanía. Para entonces, la lista contaba solo con una dirección en España.

La historia de las trabajadoras de hogar en Bizkaia

La situación de las trabajadoras de hogar ha pasado por diversas fases, siempre bajo el influjo del momento político y social del país. Su movimiento reivindicativo ha simbolizado como ningún otro la lucha por la igualdad

Un reportaje de Eider de Dios Fernández

EL pasado 8 de marzo el Bilbao Metropolitano amanecía con un acto en homenaje a las trabajadoras de hogar frente al Puente Colgante. En el imaginario de todos los vizcainos y vizcainas, el Puente de Portugalete aparece muy ligado a estas trabajadoras. Como observamos a raíz de las reivindicaciones que se llevaron a cabo el Día Internacional de la Mujer, todavía queda camino por recorrer para igualar el trabajo de cuidados y del hogar al resto de sectores laborales. Es por ello por lo que vamos a reflexionar unos minutos sobre la historia reciente de estas trabajadoras.

Con la llegada de la II República, el servicio doméstico empezó a ser contemplado como un trabajo. La Ley de Contrato de Trabajo extendió las relaciones laborales al servicio doméstico. Sin embargo, no se acabaron promulgando disposiciones que regularan su situación. De todas maneras, el hecho de que las empleadas del servicio doméstico pudieran, entre otras cosas, sindicarse, causó un gran impacto en la sociedad, de hecho se convirtió en una metáfora del cambio social.

Cartel, de principios de los 90, de la Asociación de Trabajadoras de Hogar/Etxe Langileen Elkartea en colaboración con otros muchos movimientos feministas. Foto: Centro de Documentación de
Cartel, de principios de los 90, de la Asociación de Trabajadoras de Hogar/Etxe Langileen Elkartea en colaboración con otros muchos movimientos feministas. Foto: Centro de Documentación de

Sin embargo, con la Guerra Civil las expectativas de cambio y de igualación laboral se vieron truncadas. Durante la guerra, en un contexto extremadamente polarizado coexistieron dos imágenes contrapuestas sobre las sirvientas. La primera de ellas la encontramos en la delatora, y es que familias ligadas al bando nacional creían que las sirvientas habían estado detrás de la denuncia y, por tanto, de la depuración de algunos señoritos. Por otro lado, encontramos el reverso de la moneda, la sirvienta que entiende el servicio a una familia como una absoluta abnegación. El régimen ligó la imagen de la delatora a la concepción del servicio doméstico como trabajo y, de esa manera, lo entendió como un símbolo de todos los males que había representado el periodo democrático. En cambio, el segundo modelo constituía la línea a seguir, el servicio doméstico significaría servir y, por lo tanto, debía quedar ajeno a regulaciones laborales.

Durante los primeros años del franquismo, varias circunstancias distorsionaron el horizonte de las mujeres en todos los ámbitos. Junto a las dificultades socioeconómicas de la posguerra, cabe señalar las características propias de un régimen autoritario y conservador. Ante estas circunstancias, quedaron muy reducidos los trabajos a los que las mujeres de clases humildes pudieron optar y, con ello, cualquier posibilidad de promoción y autonomía. El servicio doméstico fue uno de los escasos trabajos femeninos que aumentó tras la contienda hasta dar lugar a una edad de oro. No obstante, antes que los motivos económicos que justifican el incremento de este sector, estaban los motivos políticos: el régimen interpretó el servicio doméstico como un método de reordenación social y de reeducación de las clases humildes, clases vinculadas con quienes perdieron la Guerra Civil. No quiero decir con esto que todas las sirvientas fueran hijas de republicanos, pero todas tenían una característica en común muy ligada a la perdedora de la guerra: la pobreza. Había que mostrar que el orden social que se había quebrantado durante la República debía ser repuesto y, entre otros medios, se iba a hacer gracias al servicio doméstico. De hecho, ellas se convirtieron en el símbolo de la recuperación del orden natural de las cosas.

Seguridad ¿Cómo se hizo esta reordenación? Por una parte, durante la dura posguerra estar de interna en una casa al servicio de una familia, que aparentemente no tuviera un pasado republicano, brindaba a la muchacha cierta seguridad ante la brutal represión que se estaba llevando a cabo. El servicio doméstico constituyó así una forma de huir a la ciudad, en este caso Bilbao, donde se creía que se iba a estar más a salvo. También fue el medio de asegurarse la manutención en un tiempo de escasez y hambruna. Por otra parte, existieron instituciones religiosas que instruían a las chicas pobres para que fueran sirvientas. Además, con esta preparación se las iba formando en los valores que impulsaba la dictadura: la obediencia y el respeto al orden establecido. Durante el primer franquismo (1939-1959), el servicio doméstico se basó en unas relaciones de poder sumamente desigualitarias y a menudo no estuvo remunerado económicamente.

Sin embargo, no debemos pensar que todas las experiencias de las sirvientas en aquella época fueron negativas. La relación con la familia, si bien era jerárquica, se basaba en mutuas obligaciones, de tal manera que la abnegación de la muchacha se recompensaba, entre otras cosas, con que la familia empleadora cuidara de ella en caso de que esta estuviera enferma o que tuviera un problema. Es cierto que había casas donde las condiciones en las que tenían que vivir las muchachas fueron extremadamente duras, sin embargo, el hecho de que hubiera tanta demanda de servicio doméstico favorecía que las muchachas cambiasen de casa con total facilidad para así mejorar su situación.

Hasta la década de los cuarenta, el cuerpo mayoritario de las muchachas estaba formado por mujeres locales y vizcainas de áreas rurales que tuvieron que abandonar el euskera para aprender a marchas forzadas el idioma en el que se servía en la ciudad, el castellano. Aunque en el servicio doméstico siempre hubo una proporción menor de burgalesas, a partir de 1950 la trabajadora tipo será la procedente de provincias lejanas.

Las mujeres que llegaron aquí en la década de los cincuenta ya no lo hicieron huyendo de la miseria o de la represión derivada de la posguerra, sino por el deseo de ampliar sus expectativas de juventud. Estas migraciones se inscriben dentro de la llegada masiva de inmigrantes al área metropolitana de Bilbao en el contexto de la segunda industrialización, que tuvo lugar entre 1950 y 1975. En el caso de las mujeres, el servicio doméstico era una de las mejores fórmulas para emigrar. Las mujeres que empezaron a servir a finales de los cincuenta no lo hicieron, por tanto, en las mismas condiciones que lo habían hecho sus antecesoras: el servicio doméstico estaba convirtiéndose en un empleo. Si bien en el primer franquismo las órdenes religiosas habían servido para encuadrar a las muchachas dentro de los valores del régimen, durante el segundo franquismo (1959-1975) algunas instituciones pertenecientes a la Iglesia trabajaron para que se las equiparara al resto de sectores. La más importante en este aspecto fue la Juventud Obrera Católica (JOC). Con este cambio hacia el empleo no es casualidad que apareciera un nuevo personaje, la interina, la trabajadora que acudía por horas a limpiar una casa y/o a realizar labores de cuidados. El trabajo en régimen interno se redujo a partir de los años sesenta a favor de la interina, la empleada de hogar, y es aquí de donde surge la imagen ampliamente compartida de las mujeres de la Margen Izquierda del Nervión que a diario cogían el Puente Colgante o el gasolino para cruzar a la Margen Derecha, en donde trabajaban.

Siempre corriendo Mujeres que siempre parecían ir corriendo porque debían combinar su vida laboral con el cuidado de su familia en una época en la que el reparto de tareas parecía ciencia ficción.

Con la llegada de la democracia, el testigo de la JOC fue recogido por los sindicatos y algunos partidos políticos que diseñaron proyectos para regular el servicio doméstico. No obstante, ante la incomprensión de sus camaradas varones, la lucha de las trabajadoras del servicio doméstico parecía no poder encauzarse en los sindicatos de clase, debía hacerse desde el feminismo. Y así fue como en 1985 se creó la Asociación de Trabajadoras de Hogar de Bizkaia (ATH-ELE). Como señaló Pilar Gil, una de sus fundadoras, el primer objetivo de la asociación era igualar la situación de estas trabajadoras al resto de sectores. El segundo, más ambicioso, era extinguir el servicio doméstico a través de la colectivización de servicios. Esta organización pionera y referente en todo el Estado, adaptó del feminismo la acción directa y, de esta forma,

Cuando una trabajadora de hogar había sido despedida de malas maneras, no dudaron en realizar escraches para denunciar su situación. Asimismo, el feminismo pudo llevar a la práctica a través de la ATH los presupuestos de la economía feminista, ya que si el trabajo de las trabajadoras de hogar se remuneraba, quería decir que el trabajo del hogar tenía valor monetario. A partir de la década de los 90, con mujeres migradas esta vez extracomunitarias, al movimiento de las trabajadoras de hogar se le sumaron nuevos retos y nuevas conquistas ya que, no nos olvidemos, este movimiento simboliza, más que ningún otro, la lucha por la igualdad.

El ‘niño de la guerra’ de Lutxana amigo de Corbyn

El líder del Partido Laborista invitó a paco robles, un vizcaino-leónes de 91 años, al parlamento de westminster

Un reportaje de Iban Gorriti

Asus casi 92 años, Paco Robles fue uno de los niños exiliados de la Guerra Civil que huyeron de Euskadi a Gran Bretaña a bordo del histórico barco Habana. Originario de León, en 1937 residía con su familia socialista en Lutxana, Barakaldo. 81 calendarios después de zarpar desde Santurtzi a Southampton, el mes pasado recibió una invitación del líder laborista Jeremy Corbyn para tomar parte en una sesión de control en el parlamento británico. El 21 de febrero, este miembro de la asociación Basque Children 1937 se personó en el palacio de Westminster. Acudió junto a otra compañera de la agrupación, Carmen Kilner.

El laborista Jeremy Corbyn, Paco Robles y Carmen Kilner, los dos últimos de la asociación Basque Children 1937. Foto: Deia
El laborista Jeremy Corbyn, Paco Robles y Carmen Kilner, los dos últimos de la asociación Basque Children 1937. Foto: Deia

La experiencia fue “inmejorable”, según relata Robles a DEIA. “La primera ministra Theresa May no paraba de mirarme”, se ríe desde su residencia en Northolt, Londres. Tras el pleno, Corbyn les invitó a pasar a su despacho y desayunar con él. “En ese momento le pedí que, de vez en cuando, le levante la voz él también a May, una mujer que grita mucho y que se cree que posee la razón única. Su partido, los conservadores, son muy insultones”, agrega. Y es que, a juicio de Robles, en Reino Unido ocurre algo similar a lo que acontece en el Estado español. “May era ministra del Interior y está llevando a cabo muchísimos recortes… Como allí, en España, que aún gobiernan los hijos y nietos de los franquistas. ¡Nos dan una fracción de todo lo que nos han robado!”, enfatiza con actitud apasionada.

Pero, ¿quién es Francisco Robles? Nacido el 25 de junio de 1926 en una casa pegada a la histórica catedral de León, su familia se trasladó a vivir a Barakaldo cuando tenía tan solo dos años. Su padre, Germiniano Robles, era “un diputado del PSOE en Bilbao”, asegura Robles, quien agrega que “me han dicho que también somos algo de la socialista Margarita Robles, y que fijo que somos primos del torero Julio Robles”.

años de guerra Germiniano Robles era muy amigo de la comunista Dolores Ibarruri, La Pasionaria: “Eran íntimos. De hecho, yo siempre pensé que Dolores era mi tía. Venía a menudo a casa con su marido. Una vez que iba enganchándome a los tranvías me partí un labio y ella me lo curó. Incluso coincidimos en una ocasión en Checoslovaquia y me reconoció en seguida”.

Su partida de León a Lutxana se debió a que a su padre le ofrecieron un puesto en el departamento de química de Altos Hornos de Vizcaya. “Vivíamos en unas casas hechas por la República que eran muy bonitas y buenas, hasta que empezó la guerra. Mi padre fue al frente. Sé que estuvo en Otxandio. Desconozco el batallón al que perteneció”.

De los días de guerra en Bizkaia recuerda que, viajando en un tranvía, oyó un estruendo superlativo. “Fue como un trueno encima nuestro. Dijeron que tenía que ver con el bombardeo de Gernika, lo recuerdo muy bien, pero no sé dónde estábamos”. Pronto le buscaron al pequeño Francisco una salida al exilio, a tierra en paz. Tenía 9 años. Destino: Southampton, Reino Unido. Salida: Santurtzi. “Nos dijeron que iríamos para tres meses y recuerdo aún lo que sentí al notar las lágrimas de mi madre en mi cara. Todas las madres lloraban, y ya en el barco, nosotros también”, afirma.

Estuvo un mes en el primer puerto al que arribaron y después lo enviaron a otra colonia. “En ocasiones vino Negrín, el presidente del gobierno de la Segunda República, a vernos a las colonias. Le vi en dos ocasiones”, evoca. Pero la paz no duró mucho tiempo al llegar la Segunda Guerra Mundial. “En una colonia, la Luftwaffe -fuerza aérea alemana de Hitler- nos tiró un torpedo aéreo. Eso no se me olvida”.

Su padre, mientras tanto, había vuelto del frente y se encontró con que le habían quitado su casa. “Fue un falangista vestido con su uniforme. Nos quitó lo que nos había dado la República”, enfatiza con garbo. Y va más allá: “Entre eso, tanta pena y tanta muerte con Franco, una vez me arrodillé y dije que no creería nada en Dios, eso son chorradas… Es que los aviones en Barakaldo nos ametrallaban y, cuando oíamos el cuerno de Altos Hornos, íbamos al refugio corriendo con mi madre y ella en sus brazos llevaba a mi hermano”, relata con enfado.

Robles aún mantiene en su retina qué le ocurría a la carretera de Lutxana. “Yo le decía a mi madre que veía que se levantaba el suelo y me explicó que eso era que nos estaban disparando. Un horror. Mataron a muchos niños amigos míos que estaban jugando”.

Paco se quedaría a vivir en Londres. Aunque siempre quiso ser veterinario, acabó trabajando para British Airways. “En ella me jubilé”, detalla quien aún recuerda canciones en euskera. “A los amigos de Lutxana les decía: yo soy más vasco que vosotros, aunque nací en León”. Ocho décadas después de aquello, ha sido invitado por el líder laborista Corbyn y ha quedado tan contento como “cuando en la República vestía yo orgulloso un cinturón con la foto de Pablo Iglesias”.

¿Hubo un feminismo vasco en la Guerra Civil?

El franquismo trabó una emergente liberación de la mujer, que sufrió la represión y participó activamente en la guerra

Un reportaje de Iban Gorriti

POCO se ha escrito sobre la Guerra Civil en Euskadi. Menos de lo que pueda pensar la persona lectora. Todo -a pesar de excelentes trabajos de investigación- está aún por transmitir. Eso sí, de lo poco que hay lo primero que se ha reescrito ha sido el protagonismo del hombre vasco en los días de contienda entre el 18 de julio de 1936 y agosto de 1937. Y poco o nada sobre la mujer, lo que ya se presta a ser un indicador de la sociedad heredada que el pasado jueves salió convocada por el movimiento feminista en masa a las calles a reivindicar el lugar que le corresponde en la sociedad.

La Guerra Civil cortó la expansión de Emakume Abertzaleen Batza y muchas de ellas tuvieron que ir al exilio. Foto: Sabino Arana Fundazioa
La Guerra Civil cortó la expansión de Emakume Abertzaleen Batza y muchas de ellas tuvieron que ir al exilio. Foto: Sabino Arana Fundazioa

Interrogada sobre el concepto de feminismo en la Euskadi del trienio 1936-1939, la profesora de la UPV/EHU e integrante de Durango 1936 Kultur Elkartea María González Gorosarri considera que, en vez de citar ese concepto “sería más justo hablar de la liberación de las mujeres durante la Guerra Civil en Euskal Herria”.

La profesora pone el foco en que el reconocimiento de los derechos de las mujeres en la República (derecho a la educación primaria obligatoria, derecho a cobrar su propio salario, derecho al voto, etc.) obligó a la sociedad a organizarse alrededor de esa nueva situación. “Por ello, incluso los partidos de derecha se vieron obligados a tener oradoras que apelaran al voto femenino. Como consecuencia, el trabajo social y político de las mujeres se visibilizó”, subraya.

A su juicio, la guerra acarrea la eliminación de los límites establecidos y es entonces cuando las mujeres alcanzan mayores cuotas de liberación social, especialmente, cuando ocupan los trabajos de las fábricas que quienes han ido al frente han dejado libres. Y pone un ejemplo: “En el caso de la guerra de 1936, muchas mujeres participaron en la resistencia antifascista”, y cita, por un lado, a las milicianas que lucharon en el frente que eran principalmente anarquistas: “Anita Sainz y Kasilda Hernáez defendieron Irun y Donostia, y otras murieron en combate (María Garmendia Berasategi, Mertxe López Cotarelo y Pilar Vallés), antes de que el Gobierno vasco expulsara a las mujeres del frente”.

Asimismo, recuerda a las muchas mujeres que participaron en la retaguardia táctica (las emakumes de ANV confeccionaban ropas para el frente) y en la clandestinidad (tras la caída de Bilbao en manos de las tropas fascistas, Bittori Etxeberria Agerrebere organizó una red de mugalaris en el valle de Baztán, y un servicio de información entre los presos vascos y los dirigentes del PNV. “La propia Bittori Etxeberria, Itziar Mugika, Teresa Verdes y Delia Lauroba fueron condenadas a pena de muerte en 1941. Un año después, les fue conmutada la sentencia de muerte por la reclusión: treinta años de cárcel para Etxeberria y Mugika, veinticinco para Verdes y veinte para Lauroba”.

La doctora en Historia Contemporánea Julia Monje rebobina hasta el golpe de Estado dado por generales españoles en julio de 1936 contra la Segunda República y destaca que “fue concebido para aplastar los logros conseguidos en la Segunda República, incluido el importante avance que se pretendía en la lucha por los derechos de las mujeres”.

Monje, integrante de la asociación Intxorta 1937 Kultur Taldea, subraya que las mujeres sufrieron una brutal represión durante la contienda ya que fueron encarceladas, violadas, despedidas, rapadas, multadas o desterradas, lo que demuestra que representaban un desafío a la estructura de ese nuevo poder. “Aun así, miles de mujeres resistieron y se rebelaron poniendo en práctica acciones transformadoras a nivel individual y colectivo; pasaron del espacio privado al público en un contexto de discriminación y desigualdad; articularon formas de protesta para sustentar la vida de sus familiares y las suyas propias”.

La doctora en Historia Contemporánea y escritora Asun Badiola también sitúa a la mujer de aquella época histórica donde merece. “Las mujeres vascas fueron tan protagonistas como los hombres, pero de una forma diferente. La mayoría no estuvo en el frente, pero sufrieron persecución, castigo, encarcelamiento en lugares expresos para ellas, incautación de bienes, exilio, rapados de pelo, paseíllos por la calle tras tomar aceite de ricino,…”, enumera.

Acudiendo a datos objetivos, la mujer también murió fusilada. De los últimos listados publicados por el Gobierno vasco sobre mujeres pasadas por las armas en este territorio, se contabilizan 64 desde 1936 hasta 1940: 34 en Gipuzkoa, 22 en Bizkaia y ocho en Araba. “Un libro revela que en Bilbao fueron 19 de 9.000 prisioneros. El periodo de posguerra fue largo y también el encarcelamiento en sus diferentes fases”, afirma Badiola.

A modo de epílogo, González Gorosarri llama a la reflexión: “Que no conozcamos a estas mujeres no solo es consecuencia de la represión fascista, sino falta de reconocimiento político por parte de sus compañeros, que no relataron sus nombres en la historia oral de este pueblo”.

El canje de presos frustrado en Santoña

El Gobierno Provisional de Euzkadi quiso canjear 250 presos después de firmar el Pacto de Santoña; finalmente fueron 17

Un reportaje de Iban Gorriti

LOS investigadores continúan despejando incógnitas del conocido como Pacto de Santoña, acuerdo firmado el 24 de agosto de 1937 durante la caída del Frente Norte en la Guerra Civil española entre dirigentes del PNV y los mandos de las fuerzas del fascio italiano que combatían junto al bando del general Franco tras el golpe de Estado contra la Segunda República en julio de 1936.

Un dato que ha permanecido inédito hasta hoy es que el Gobierno vasco quiso canjear un total de 250 presos en la madrugada del 26 de agosto de 1937, dos días después de la firma entre el jeltzale Juan de Ajuriaguerra, presidente del Bizkai Buru Batzar, y Mancini, seudónimo de guerra del general Mario Roatta, jefe de la División Flechas Negras. Sin embargo, por decisión franquista, el número quedó reducido a solo 17. Estos nuevos datos salen a la luz gracias a un informe de Jesús María Leizaola, que sucedió a José Antonio Aguirre como lehendakari en 1960, al que ha tenido acceso DEIA.

El puerto de Santoña, escenario del que debía haber sido un intercambio de prisioneros políticos. Fotos: Sabino Arana Fundazioa
El puerto de Santoña, escenario del que debía haber sido un intercambio de prisioneros políticos. Fotos: Sabino Arana Fundazioa

El documento histórico es la crónica del paso de las horas desde que Leizaola acude en un barco junto al Comisario de Abastos y Armamento durante la Guerra Civil Gonzalo Nárdiz (ANV) -más adelante consejero de Agricultura y Pesca-, y el teniente coronel franquista Antonio Troncoso, entre otros.

Leizaola data que eran las seis de la mañana del 26 de agosto de 1937 cuando se conoció que el Pacto de Santoña quedaba roto por parte de los italianos y por presión de los generales españoles sublevados contra la democracia. El PNV valora que para el Gobierno vasco habría sido “un gran éxito que hubieran logrado evacuar a 250 responsables”, lo cual equivale a “la casi totalidad de los responsables tanto del ejército como civiles”. Intentaron entonces que fueran 50, pero al final la cifra quedó en los mencionados 17.

Pero no adelantemos acontecimientos. Aquella mañana, habían entrado al puerto de Santoña los buques mercantes ingleses Bobbie y el Seven Seas Spray de Baiona, con el destroyer inglés H.M.S. Keith. Comenzó el embarque de 250 refugiados con pasaporte vasco.

Sin embargo, aquella esperanza se truncó. A las diez de la mañana, enterado el general sublevado Fidel Dávila de esta operación, ordenó la suspensión del embarque y el desembarco. Según el informe de Leizaola, el Pacto de Santoña no llegó a su término en parte debido al retraso en la llegada de los buques de evacuación y al ser desautorizada finalmente toda la operación pactada con las autoridades italianas. Dávila ordenó el internamiento de los gudaris y milicianos en la prisión de El Dueso.

De nada sirvió a Leizaola y Nárdiz llegar a la bahía de Santoña, donde esperaban encontrar embarcaciones ligeras que hubieran trasladado a los prisioneros políticos objeto de canje y a los responsables políticos que el PNV deseaba llevar a Francia. No se hallaban allí.

En ese momento, el franquista Troncoso informó de que iba a enviar una gasolinera a Santoña, a la que se subieron. Se produjeron dos disparos de fusil desde tierra contra la embarcación. Lo narra Leizaola: “El oficial paró y me consultó qué hacer. Le dije: mostrar una bandera de la Marina de guerra inglesa. Yo, debajo del toldo, miré y vi que un bou estaba anclado con bandera, y que era bandera vasca”.

Llegaron al bou y en él solo había como autoridad un vicecónsul. Leizola le informó de que querían exiliar a 250 vascos: “La respuesta fue no y entonces bajé a 50, a lo que ni accedió ni negó”. Saltaron a tierra. Leizaola y Nárdiz se reunieron, primero, con el Comité constituido en Santoña; a continuación, con autoridades del PNV. De allí fueron a Laredo, al domicilio del EBB, y regresaron al puerto. “Informamos del canje de 17 prisioneros y solo había ocho presos en Santoña. Los restantes procedían de Santander. Eran los Eguía, Arambarri… Esto para la cuestión del canje nos colocaba en una situación poco airosa”, valoraba Leizaola en su escrito.

Regresaron al buque a la una del mediodía. Vieron un acorazado inglés así como los bous Araba y Galerna, y un destroyer. Leizaola llevaba a los presos. Los primeros fueron cuatro del EBB; tres de STV y dos funcionarios del Gobierno vasco. Nárdiz eligió los restantes.

Sustos de todo tipo Leizaola describe momentos difíciles: “Los que quedaban sin pasar al destroyer se dirigieron angustiados a nosotros, pidiéndonos que hiciéramos algo por ellos. El momento fue verdaderamente doloroso”. Argumentó que “tenía la seguridad de que el crucero y los navíos franceses iban a recoger a todos. De no haberlo creído, probablemente hubiera obrado de otra manera”, matizó.

Troncoso se comprometió a garantizar el regreso de aquellas embarcaciones que retornaban a Santoña y ellos llegaron a Donibane Lohizune. Concluye Leizaola su informe: “En mis no muy numerosos viajes por mar, solo dos veces he llegado a estar mareado, pero en éste lo estuve en términos increíbles. En San Juan de Luz no me fue posible llegarme hasta Baiona y tuve que quedarme acostado en el Hotel de la Poste aquella noche. La impresión y el nerviosismo de la jornada, con toda clase de sustos, me debieron hacer un efecto terrible”.