El canje de presos frustrado en Santoña

El Gobierno Provisional de Euzkadi quiso canjear 250 presos después de firmar el Pacto de Santoña; finalmente fueron 17

Un reportaje de Iban Gorriti

LOS investigadores continúan despejando incógnitas del conocido como Pacto de Santoña, acuerdo firmado el 24 de agosto de 1937 durante la caída del Frente Norte en la Guerra Civil española entre dirigentes del PNV y los mandos de las fuerzas del fascio italiano que combatían junto al bando del general Franco tras el golpe de Estado contra la Segunda República en julio de 1936.

Un dato que ha permanecido inédito hasta hoy es que el Gobierno vasco quiso canjear un total de 250 presos en la madrugada del 26 de agosto de 1937, dos días después de la firma entre el jeltzale Juan de Ajuriaguerra, presidente del Bizkai Buru Batzar, y Mancini, seudónimo de guerra del general Mario Roatta, jefe de la División Flechas Negras. Sin embargo, por decisión franquista, el número quedó reducido a solo 17. Estos nuevos datos salen a la luz gracias a un informe de Jesús María Leizaola, que sucedió a José Antonio Aguirre como lehendakari en 1960, al que ha tenido acceso DEIA.

El puerto de Santoña, escenario del que debía haber sido un intercambio de prisioneros políticos. Fotos: Sabino Arana Fundazioa
El puerto de Santoña, escenario del que debía haber sido un intercambio de prisioneros políticos. Fotos: Sabino Arana Fundazioa

El documento histórico es la crónica del paso de las horas desde que Leizaola acude en un barco junto al Comisario de Abastos y Armamento durante la Guerra Civil Gonzalo Nárdiz (ANV) -más adelante consejero de Agricultura y Pesca-, y el teniente coronel franquista Antonio Troncoso, entre otros.

Leizaola data que eran las seis de la mañana del 26 de agosto de 1937 cuando se conoció que el Pacto de Santoña quedaba roto por parte de los italianos y por presión de los generales españoles sublevados contra la democracia. El PNV valora que para el Gobierno vasco habría sido “un gran éxito que hubieran logrado evacuar a 250 responsables”, lo cual equivale a “la casi totalidad de los responsables tanto del ejército como civiles”. Intentaron entonces que fueran 50, pero al final la cifra quedó en los mencionados 17.

Pero no adelantemos acontecimientos. Aquella mañana, habían entrado al puerto de Santoña los buques mercantes ingleses Bobbie y el Seven Seas Spray de Baiona, con el destroyer inglés H.M.S. Keith. Comenzó el embarque de 250 refugiados con pasaporte vasco.

Sin embargo, aquella esperanza se truncó. A las diez de la mañana, enterado el general sublevado Fidel Dávila de esta operación, ordenó la suspensión del embarque y el desembarco. Según el informe de Leizaola, el Pacto de Santoña no llegó a su término en parte debido al retraso en la llegada de los buques de evacuación y al ser desautorizada finalmente toda la operación pactada con las autoridades italianas. Dávila ordenó el internamiento de los gudaris y milicianos en la prisión de El Dueso.

De nada sirvió a Leizaola y Nárdiz llegar a la bahía de Santoña, donde esperaban encontrar embarcaciones ligeras que hubieran trasladado a los prisioneros políticos objeto de canje y a los responsables políticos que el PNV deseaba llevar a Francia. No se hallaban allí.

En ese momento, el franquista Troncoso informó de que iba a enviar una gasolinera a Santoña, a la que se subieron. Se produjeron dos disparos de fusil desde tierra contra la embarcación. Lo narra Leizaola: “El oficial paró y me consultó qué hacer. Le dije: mostrar una bandera de la Marina de guerra inglesa. Yo, debajo del toldo, miré y vi que un bou estaba anclado con bandera, y que era bandera vasca”.

Llegaron al bou y en él solo había como autoridad un vicecónsul. Leizola le informó de que querían exiliar a 250 vascos: “La respuesta fue no y entonces bajé a 50, a lo que ni accedió ni negó”. Saltaron a tierra. Leizaola y Nárdiz se reunieron, primero, con el Comité constituido en Santoña; a continuación, con autoridades del PNV. De allí fueron a Laredo, al domicilio del EBB, y regresaron al puerto. “Informamos del canje de 17 prisioneros y solo había ocho presos en Santoña. Los restantes procedían de Santander. Eran los Eguía, Arambarri… Esto para la cuestión del canje nos colocaba en una situación poco airosa”, valoraba Leizaola en su escrito.

Regresaron al buque a la una del mediodía. Vieron un acorazado inglés así como los bous Araba y Galerna, y un destroyer. Leizaola llevaba a los presos. Los primeros fueron cuatro del EBB; tres de STV y dos funcionarios del Gobierno vasco. Nárdiz eligió los restantes.

Sustos de todo tipo Leizaola describe momentos difíciles: “Los que quedaban sin pasar al destroyer se dirigieron angustiados a nosotros, pidiéndonos que hiciéramos algo por ellos. El momento fue verdaderamente doloroso”. Argumentó que “tenía la seguridad de que el crucero y los navíos franceses iban a recoger a todos. De no haberlo creído, probablemente hubiera obrado de otra manera”, matizó.

Troncoso se comprometió a garantizar el regreso de aquellas embarcaciones que retornaban a Santoña y ellos llegaron a Donibane Lohizune. Concluye Leizaola su informe: “En mis no muy numerosos viajes por mar, solo dos veces he llegado a estar mareado, pero en éste lo estuve en términos increíbles. En San Juan de Luz no me fue posible llegarme hasta Baiona y tuve que quedarme acostado en el Hotel de la Poste aquella noche. La impresión y el nerviosismo de la jornada, con toda clase de sustos, me debieron hacer un efecto terrible”.

Santoña, catorce hombres fusilados al amanecer

Por Luis de Guezala

BILBAO. EL lunes se cumple el 75 aniversario del fusilamiento en Santoña de catorce de los miles de prisioneros que se encontraban apresados en el penal de El Dueso. Era el 15 de octubre de 1937. La guerra había concluido en Euskadi pocos meses antes, tras la ocupación total de su territorio por las tropas franquistas a finales de junio. Los restos del Ejército vasco derrotado que pudieron llegar a Cantabria, tras un intento fallido para su evacuación por mar, habían sido capturados y sus componentes distribuidos por las cárceles y campos de concentración organizados por los sublevados.

Comenzaba así el franquismo para los gudaris supervivientes a la guerra. Aquellos hombres y sus familias conocieron pronto uno de los rasgos que más definieron y mejor caracterizaron a la dictadura franquista: la inmisericordia. Algo que, en un principio, podía parecer contrario al ideario de quienes se proclamaban católicos. Pero la inmisericordia se instauró desde el primer momento en que los sublevados lograron hacerse con el poder.

«¡Ha habido, vaya que sí ha habido, vencedores y vencidos!», bramaba en su discurso inaugural como alcalde impuesto a Bilbao, tras su ocupación, José María de Areilza. Y los vencidos no tenían derecho a nada. El fascismo y el totalitarismo negaban a los vencidos su condición humana y todos los derechos correspondientes a esta condición, empezando por el de la vida.

A finales de agosto, tras resultar imposible la evacuación por mar de los cerca de 15.000 gudaris copados en la costa cántabra, en Santoña y Laredo, los dirigentes nacionalistas vascos acordaron un pacto para rendir sus batallones a las tropas italianas, por el que se reconocía a estos combatientes su condición de prisioneros de guerra, con todas las garantías que esto suponía.

Esto era algo que los militares rebeldes españoles no toleraron. Desde el momento en que habían proclamado el golpe de Estado contra las autoridades legítimas republicanas e iniciado la sublevación, que titularon Alzamiento Nacional, todos los que se habían mantenido leales a la legalidad democrática vigente fueron considerados «traidores» nada menos que por «adhesión a la rebelión». En esta lógica, en lo que acabaría desembocando en una trágica guerra civil, no se reconocía por los sublevados otro carácter que el de traidores o criminales comunes a aquellos contra los que combatían, a diferencia de una guerra convencional entre dos Estados soberanos en la que se tiene por referencia la legislación internacional previamente convenida. Esto privaba a los vencidos de cualquier garantía establecida para los prisioneros de guerra, especialmente en lo concerniente a un trato digno y al respeto de sus vidas, máxime cuando uno de los principales objetivos de los vencedores era eliminar a sus enemigos.

El 4 de septiembre de 1937 las tropas italianas que custodiaban más de tres mil prisioneros hacinados en el penal de El Dueso, en Santoña, los abandonaron, entregándolos a militares franquistas. Las condiciones para los prisioneros empeoraron drásticamente con este cambio y, lo que fue aún peor, comenzaron los simulacros de juicios denominados consejos de guerra y los fusilamientos. A las nueve de la noche del 14 de octubre los carceleros Sigue leyendo Santoña, catorce hombres fusilados al amanecer