37 años del adiós de todo un pueblo a ‘Txiki’ y ‘Ruso’

El 11 de mayo de 1978, la Guardia Civil acabó con la vida de los durangueses Arrazola y García Mármol, miembros de ETA

Un reportaje de I. Gorriti

una impactante foto sorteó el franquismo. Casi cuatro décadas después se mantiene viva. En el papel positivado en blanco y negro aparece un joven de Durango muerto por balas de la Guardia Civil de Gernika-Lumo hace 37 años. Se llamaba Jesús María Arrazola Ania, de 19 años, y conocido por todos como Txiki.

Aquel 11 de mayo de 1978, ese cuerpo policial dejó sin vida, además, a un compañero suyo de (ETA-pm): Alberto García Mármol, Ruso, también de Durango y de 21 eneros. Sus familias y amigos les tienen presentes. Recuerdan cómo todo un pueblo, tres años después de la muerte del dictador Franco, se echó a la calle a protestar por las dos muertes. “Allí estuvimos todos, no hubo diferencias de ideologías. Todo el municipio quiso estar arropando a las familias”, valoran.

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Un amigo de la cuadrilla de ambos rememora aquel momento en el que resultaron muertos cuando iban a subir al coche Seat 850, matrícula BI-158.783, color gris oscuro, y fueron sorprendidos por guardias civiles. “A Ruso lo abatieron corriendo en la calle de la Cruz Roja en dirección a Durango. La pipa no la llevaba en la mano, como dijo la versión oficial y algunos medios de comunicación, sino detrás. La Guardia Civil le pegó un tiro en la espalda”, rememora.

El tomo número cinco de la enciclopedia Euskadi eta Askatasuna. Euskal Herria y la libertad (Txalaparta) agrega que fue atendido por sanitarios de la Cruz Roja y que Ruso les dijo moribundo “no sé hablar euskera”. Minutos más tarde, fallecía entrando al hospital de Cruces.

Txiki se escondió tras unos setos. Los vecinos, testigos del suceso, relatan que el activista “tiró la pistola que portaba por encima de los setos”. Fue entonces, cuando a juicio de los amigos de Arrazola, la Guardia Civil “le fusiló, así de claro. Y así lo demuestran el tiro que tenía que le entró por debajo de la mandíbula, y otro le atraviesa el zapato en sentido de la suela del zapato hacia arriba. Vamos, que se ensañaron con él”, subrayan.

La madre de un polimili, Andoni Campillo, se ocupó de asear el cuerpo sin vida de Txiki. “Como anécdota, le puso una pegatina de su hijo en la que se lee Andoni, y se ve su cara sobre un mapa de Euskal Herria. Así quedó en el depósito de cadáveres”, aportan quienes estuvieron allí.

La hemeroteca del periódico El País tiene archivado lo que publicó el rotativo al día siguiente bajo el título de Tensión y disparos en Durango. “En la localidad de Durango -de donde eran naturales los dos presuntos etarras muertos en Guernica– pudo observarse un clima de gran tensión por la noche, con la casi totalidad de los bares cerrados”, citaban y daban a conocer que a medianoche se celebró una asamblea en el interior de la parroquia de Santa María, donde se informó de los hechos acaecidos en la villa foral y se hizo un llamamiento de huelga general para el día siguiente. “Los asistentes abandonaron precipitadamente la iglesia al oírse cinco disparos, cuya procedencia se desconoce”, queda impreso.

Como curiosidad, el entonces titular de la cartera del Interior del Consejo General Vasco, Txiki Benegas, difundió el mismo día del asesinato de los dos durangueses un comunicado en el que dijo: “Condeno el clima de violencia que en los últimos días está viviendo el pueblo vasco”. Esto ocurría escasos nueve meses antes de que entrara en vigor la Constitución Española de 1978.

Los dos féretros llegaron a Durango y allí se les rindió homenaje. “¡Fue una pasada! Todo el mundo quería llevar las cajas, y las portamos por ratos los amigos. Es ver las fotografías y te quedas frío. Todo el mundo quiso salir a denunciar sus muertes, todo el pueblo”, valoran.

Familia humilde En Euskadi eta Askatasuna. Euskal Herria y la libertad, se afirma que Txiki era natural de un caserío que lleva su apellido, Arrazola, y que con posterioridad se fue a vivir al barrio de San Fausto. Era un euskaldun zaharra de 19 años que “solía fumar cigarros Celtas”.

De familia humilde, ya con 13 años buscó tener un trabajo y lo encontró como soldador en una empresa pequeña de Tabira, el barrio de Durango. En su juventud, comenzó a viajar a Iparralde a tomar parte en reuniones clandestinas del PCE y del Movimiento Comunista (MC).

De Ruso, la citada enciclopedia comunica que había nacido en Durango el 2 de enero de 1957 y que era el menor de seis hermanos. A él fue al único que su padre Jacinto vio nacer. “Con los otros siempre le coincidió durmiendo en un hotel de los franquistas”, en referencia a la cárcel. Alberto era hijo de Jacinto García, un gudari, sargento del batallón Amuategi de UGT, de Eusko Gudarostea. El padre apareció en la lista de deportados que dio el Gobierno en 1976.

Marcelino Usabiaga: adiós a uno de los últimos soldados del Eusko Gudarostea

EL PCE-EPK rindió e sábado un homenaje en Donostia al miliciano del Batallón Luxemburgo marcelo usabiaga, fallecido el pasado jueves a los 98 años de edad

El miliciano del batallón Luxemburgo Arrosa del Partico Comunista Marcelo Usabiga (Archivo familiar)

 

Un reportaje de Iban Gorriti

el paso del tiempo nos priva de los últimos combatientes del Eusko Gudarostea. Ocurre al tiempo que en la actualidad nuestra prisa cotidiana nos distancia de una necesaria reflexión sobre sus pérdidas. Así de injusto lo primero, igualmente inaceptable lo segundo. La vida nos priva de sus vidas, de todas y cada una de sus verdades contrarias al fascismo. Nos distancia, de su luchar único, de su plenitud casi centenaria provista de inigualables bagajes que mal pese a algunos es historia colectiva. El jueves falleció uno de ellos: Marcelo Usabiaga (Ordizia, 30 de octubre de 1916), miliciano del Batallón Luxemburgo Arrosa del PC. Era un afiliado a las organizaciones PCE-EPK y Ezker Anitza-IU. Tenía 98 años. La Guerra Civil y el franquismo no pudieron con su vitalidad ni lucha; lo que sí logró un inesperado virus contraído en un hospital donostiarra que puso en jaque mate a su delicada salud de las vías respiratorias.

El libro Maizales bajo la lluvia (Alberdania, 2011), de Aitor Azurki (Donostia, 1983) escudriña su biografía -como la de otros diez soldados vascos del 36- y le resume en una frase como fusilero del Batallón Rosa Luxemburgo (PC), delegado de las Juventudes Socialistas Unificadas en el Frente Popular y teniente de una batería antiaérea republicana. Aunque ha fallecido a los 98 años, vivió en libertad durante 77, ya que 21 años los sufrió dispersado en cárceles del genocida Franco de todo el Estado, de alguna, incluso, llegó a fugarse.

Ayer su familia, sus amigos y camaradas le rindieron un emotivo homenaje en un monumento contrario al franquismo existente en las cercanías del Ayuntamiento de Donostia. La convocatoria llevaba las siglas PCE-EPK. La familia se emocionó en este encuentro de despedida civil. Minutos antes, a las 11.00 horas, y en la intimidad, procedieron a la incineración de su cuerpo en Polloe.

Los referentes históricos, quienes se sienten eternos a la vista de quienes les admiran, cada vez, por ley natural, son menos. El pasado abril, la asociación memorialista Intxorta 1937 logró el mayor de los esfuerzos: reunió a una quincena de combatientes por la democracia y las libertades, entre los que estaba el propio Usabiaga. Los corazones antifascistas bombean en Antonio Telleria Bilbao (Batallón San Andrés, de ELA-STV), José Moreno Torres (Batallón San Andrés, de ELA-STV), Manuel Sagastibeltza Negrete (Batallón Abellaneda, del PNV), Regino Biain Guridi (Batallón Itxarkundia, del PNV); Inazio Ernabide Ecenarro (Batallón Loyola, del PNV); Benito Martín Barrioso (Batallón Cultura y Deporte, de las Juventudes Socialistas Unificadas); Gerardo Bujanda Sarasola (Batallón Saseta, del PNV), Luis Ortiz Alfau (Batallón Casero, de Izquierda Republicana), Juan Azkarate Araucua (único vivo de la Marina Auxiliar de Guerra), Baltasar Delgado Aguado (Batallón San Andrés, de ELA-STV), o Gregorio Urionaguena Arriaga (Batallón Eusko Indarra, de ANV). También, se muestran en primera línea de vida Miguel Soreasu, Fructuoso Pérez Arrospide (ambos del Batallón Otxandiano), Antonio Izagirre (Batallón Abellaneda, de 102 años), Iñaki Errekabidea (Batallón Itxarkundia) y, esperemos, poder llegar a tiempo a conocer y difundir la verdad de alguno más. Por desgracia, no hay constancia de milicianas vivas, ejemplos como el de Julia Hermosilla de las Milicias Antifascistas de la CNT fallecida en Baiona en 2009, según deja constancia Azurki en su libro.

La última baja tras las de Félix Padín (de los batallones Isaac Puente u CNT-5 Durruti, de la CNT), Mikel Garmendia Olaziregi (Batallón Itxarkundia, del PNV), Sebastián Mendívil Urquijo (Batallón Bakunin, CNT), Juan Larrinaga Atxabal Txarri (Batallón número 40 Mungia del PNV) o Marcelino Bilbao (Batallón Isaac Puente, de la CNT) ha sido la de Marcelo Usabiaga Jáuregui.

El gudari José Moreno Torres (Deusto, 10 de noviembre de 1918), conocía ayer la triste noticia por este medio. “¿Marcelo Usabiaga? El comunista que no faltaba a actos de memoria. Lo siento mucho y envío el pésame más sentido a su hijo y mujer, a su familia. ¡Cada vez vamos quedando menos! Y los medios de comunicación no nos hacéis tanto caso como antes”, reivindica este afiliado al PNV expresidente de la asociación Aterpe 1936, quien este otoño cumplirá 98 años.

Condolencias

Gazte Komunistak ha lamentado la muerte de Usabiaga, combatiente defensor de la República en la Guerra Civil. “Izan zirelako gara, garelako izango dira. Camarada, no has muerto, tu corazón late en nuestros puños. Adiorik ez!”, difundieron. El periodista Aitor Azurki, escudero de Usabiaga en incontables viajes durante 8 años, concluía ayer en una columna de opinión publicada en Mugalari.info de la siguiente manera: “Sé y estoy convencido de que después de muerto también seguirás luchando en forma de recuerdo, ejemplo, referente en la memoria de centenares de personas; y aunque hayan pasado años, décadas, y la sociedad cambie, la memoria se esquine más aún, la gente evolucione, el olvido se apodere todavía más de nosotros y la indiferencia nos coma la vida, por último que me quede, seguiré desde nuestras trincheras, ya más vacías que llenas, disparando palabras, enarbolando la bandera de lo que eres: un eterno luchador”.

La familia de aquel a quien fusilaron a su hermano Bernardo en Pikoketa, por medio de su hijo el arquitecto y premiado escritor Miguel Usabiaga, da las gracias por las innumerables muestras de admiración y cariño recibidas hacia Marcelo.

 

 

El bombardeo de Otxandio según el general Salas

Más de medio centenar de personas, muchas de ellas niños, murieron el 22 de julio de 1936 en el bombardeo sobre Otxandio de aviones cuyos pilotos las atrajeron a la plaza. El general Salas manipularía luego la realidad de la masacre.

Un reportaje de Xabier Irujo

EL 22 de julio de 1936, miércoles, dos Breguet Br.19 con insignias republicanas procedentes del aeródromo de Recajo, situado a unos diez kilómetros al este de Logroño, aparecieron sobre Otxandio. Tal como expresó un testigo del bombardeo, citado por Gabriel Otalora, “era el cuarto día del levantamiento militar franquista. Estando el pueblo en plenas fiestas de la patrona, volaron sobre él a eso de las nueve de la mañana unos aviones a regular altura, más bien baja, ya que casi tocaban la torre de la iglesia. Dieron varias vueltas al pueblo. Los pilotos saludaban con las manos a la gente que absorta les contemplaba y aclamaba”.

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Carmelo Bernaola corroboró que, volando a la altura del campanario de Santa Marina, los pilotos atrajeron mediante gestos a un nutrido número de niños que, como había ocurrido en días anteriores, esperaban una lluvia de cuartillas gritando “Papelak die!, papelak die!” (“¡Octavillas, octavillas!”). Tras practicar varias vueltas a unos setenta metros de altura, bombardearon y ametrallaron el centro urbano. Si bien los menores desconocían el significado de la guerra ni sabían en qué consistía un bombardeo de terror, a esa altura los pilotos eran conscientes de que las víctimas eran civiles porque los veían perfectamente. Lo hicieron durante unos 25 minutos, ejecutando repetidas pasadas y lanzando todas las bombas que portaban.

José Antonio Maurolagoitia, médico de Otxandio, fue uno de los primeros en llegar al lugar: “Salí a la calle dirigiéndome a la plaza Andicona. Nada más terrible a pesar de haber asistido, dado el carácter de mi profesión, a episodios dolorosísimos, que la visión de la plaza Andicona. No eran los tejados desvencijados, ni las líneas eléctricas derribadas. Era algo más grave y más terrible; era el dolor humano. Gente despedazada, niños mutilados, mujeres decapitadas. Eran los gritos de los aldeanitos, en euzkera, suplicándome que los curara; era el torrente de sangre que corría hacia el agua de la fuentecilla que se levanta en la mitad de la plaza. Requerí el auxilio de algunos, que me fue prestado urgentemente y con toda solicitud. Con sábanas, con tiras de sábanas, procedí a realizar curas urgentes. Había algunos, muchos, que por desgracia, no necesitaban nada. Habían perecido segados por la metralla bárbara de muchas bombas arrojadas dos veces. Otros niños y niñas, con extremidades colgando, recurrían a mí con frases euzkericas que todavía tengo clavadas en mi corazón”.

Diversos testimonios lo corroboran: “Cuando se alejaron los aviones, pasamos por el lugar del bombardeo. Sin poder reconocer a los familiares, muy desfigurados, vimos muertos aplastados contra la pared, algunos cortados por la cintura, otros sin cabeza”. También el corresponsal del diario Euzkadi escribió: “Unos grandes charcos de sangre que nadie se ha preocupado de hacer desaparecer y varios restos humanos: un trozo de cabeza, unos dedos, masa encefálica pegados a las piedras y a la fuente, dan macabra impresión a un lugar que es de suyo alegre y reidor”.

Éste fue el primer bombardeo aéreo sobre suelo vasco de la guerra, y de la historia de Euskadi. El rotativo Euzkadi ofreció una primera lista de víctimas: 39 muertos, 27 identificados y doce sin identificar, además de un número indeterminado de fragmentos humanos. El Liberal, El Nervión y El Noticiario Bilbaíno publicaron un día más tarde el registro de las víctimas mortales del hospital de Basurto: ocho muertos y 24 heridos. Dos años más tarde, el Gobierno de Euskadi cifró en 57 las víctimas mortales del bombardeo de Otxandio. La cifra era muy precisa. Tras estudiar los registros de Otxandio y Mañaria, el archivo del hospital civil de Bilbao, el archivo municipal de Durango, el archivo Irargi, la prensa de la época y, diversos testimonios orales y escritos, Jon Irazabal dio en 2006 la nómina de 57 personas fallecidas en su obra Otxandio Gerra zibilean (Durango: Gerediaga Elkartea, 2003 & 2006). Cinco años más tarde, Zigor Olabarria en su libro Gerra Zibila Otxandion (Donostia: Eusko Ikaskuntza, 2011) registró la nómina de 61 víctimas mortales.

Tal como expresó Olabarria, 45 de las víctimas eran civiles; cinco, milicianos; cuatro, soldados, y no existen datos sobre los otros siete. Esto es, al menos un 73,77% de las víctimas eran civiles. 24 eran menores de edad, un 39% del total. 16 de los muertos eran de menos de 10 años (26%).

Así describió el episodio Jesús Salas en la página 96 de su obra Guerra aérea: 1936/39: “El 22 de julio los Breguet XIX de Logroño destruyeron la moral combativa de las columnas bilbaínas que pretendían acercarse a Vitoria. El capitán [Ángel] Salas despegó por la mañana de Agoncillo con la misión de reconocer Bilbao y San Sebastián, y a su paso por Ochandiano descubrió varios camiones llenos de soldados y milicianos, a los que bombardeó; logró varios impactos directos y causó un gran descalabro y una total confusión. Salieron después de Agoncillo nuevos Breguet, entre ellos los pilotados por Álvarez Pardo y Muñoz y por los capitanes Gregorio Gómez Martín y Jesús Calderón, que remataron la acción de Salas. La prensa de Bilbao publicó listas de bajas en las que figuran siete muertos y 23 heridos. De los muertos citados, uno era soldado y tres probablemente milicianos, completando la relación una mujer y dos niñas; en cuanto a los heridos, uno era teniente, cinco soldados, quince varones entre 16 a 30 años (probablemente milicianos), tres de más de 35 años y dos mujeres (una joven y una niña). A partir de este ataque aéreo no volvería a oírse hablar de la toma de Vitoria hasta el mes de noviembre” (Madrid: Instituto de Historia y Cultura Aeronáuticas, 1998).

Toda una lección de poesía épica Sí que es cierto que el 22 de julio el piloto Ángel Salas partió del aeródromo de Recajo para bombardear Otxandio, pero no lo hizo solo. El autor no precisa quién dio la orden de ataque y no describe un único bombardeo sino que lo divide en dos, pero no establece con precisión cuántos aviones participaron en el segundo ataque -que nadie ha registrado sino él- ni explica si fueron cuatro aparatos tripulados por un único piloto cada uno o dos aparatos gobernados por dos tripulantes. Tampoco establece qué significa exactamente “salieron después”. No aclara cómo sabe que los citados camiones estaban llenos de soldados y milicianos ni cómo, habiendo tantos combatientes, Salas voló tan bajo. Y, fundamentalmente, reduce drásticamente la cifra de víctimas mortales dando a entender que la mayor parte de las mismas fueron soldados, desdibujando así la naturaleza del ataque. Esto es algo a lo que el autor nos tiene acostumbrados cuando escribe sobre Durango, Gernika y otros bombardeos. Llama la atención, no obstante, la forma en que lo hace: no afirma que fueran siete los muertos, aunque ésa es la impresión que quiere dar al escribir que la prensa publicó “listas de bajas en las que figuran siete muertos”. Deja a otros la responsabilidad de afirmar que los muertos fueron siete. Asimismo, exime a su hermano Ángel de la masacre al indicar que fueron los Breguet del segundo grupo los que “remataron” la “acción” de aquél.

El autor evita dar detalles del ataque porque, tal como explicó a Southworth en cierta ocasión, considera que se trata de datos “tremendistas”. En general, omite advertir al lector de que:

A) Los pilotos sobrevolaron varias veces Otxandio atrayendo con sus gestos al mayor número de civiles que esperaban la lluvia de panfletos.

B) Habiendo congregado en Andikona a un buen número de gente, atacaron desde menos de 70 metros, conociendo perfectamente que en su mayoría eran civiles, muchos de ellos menores de edad.

C) A pesar de todo, atacaron durante cerca de 25 minutos, lanzando todas las bombas (el Breguet podía cargar hasta 472 kgs. de explosivo).

D) Tras la masacre, los pilotos dieron una vuelta más sobre Otxandio porque no existía fuego antiaéreo ni tenían nada que temer.

Afirmando que a partir de “ese ataque aéreo” (evita la palabra “bombardeo”) “no volvería a oírse hablar de la toma de Vitoria hasta el mes de noviembre” da la impresión de que en efecto existía un plan para conquistar la capital alavesa, pero no aporta documento alguno que lo avale.

En suma, Jesús Salas disfraza la atrocidad de acción táctica de gran calado estratégico. Y, a fin de evitar caer en el tremendismo, afirma que el bombardeo “causó un gran descalabro y una total confusión” pero evita explicar cuál es el significado de esas palabras en este contexto. Y ésta es una grave omisión. Significa que todos los miembros de la familia Aldai Kapanaga murieron aquel 22 de julio: junto con Bixente y Feliciana, murieron sus hijos Juan, Francisco Javier e Irene. Con nueve, siete y cinco años de edad, los hermanos Sabin, Iñaki y Justo Lasuen murieron en el bombardeo. Jon y Miren Lasuen, primos de los anteriores, perdieron a sus dos hermanos y a su padre. Nikolasa Belakortu y Tomas Aspe dejaron seis hijos huérfanos. Sabina Oianguren quedó viuda. El reportero del diario Euzkadi afirmó que Sabina tenía la mirada perdida. Había perdido a su marido, Emeterio Garces, y a cuatro de sus cinco hijos: Pedro, Juan Manuel, Teodoro y María Mercedes. El mayor tenía 13 años.

La descripción de Salas es errónea y también equívoca, propia de una corriente historiográfica reduccionista heredera de las corrientes negacionistas de la dictadura. Pero, más allá de la cruzada historiográfica que contra los mitos de la historia han emprendido este y otros autores de muy diversos colores bajo el denominador común de revisionistas, se esconde una deontología corrompida: negando, reduciendo o desdibujando el pasado se sepulta la memoria de las víctimas de éstas y otras atrocidades, negándoseles de este modo el derecho a la memoria, a ser recordadas después de haber sido asesinadas y de que muchas veces sus restos fueran inhumados en fosas sin nombre. Esto, que en algunos países constituye un delito, en otros se premia.

Elorrio y su lauburu único

Investigadores señalan como “única” una verja con una ikurriña que un alcalde del PNV de Elorrio construyó en su empresa, que sorteó la censura franquista hasta hoy y que, por cese de actividad de la fábrica, podría desaparecer

Un reportaje de Iban Gorriti

LA empresa de Elorrio en proceso de abandono Fytasa, la misma que hace justo un siglo se constituyera como Burdiñola, dejará de ser historia viva en próximos tiempos. El Ayuntamiento de la villa vizcaina prevé para ese solar un nuevo polideportivo. Con el paso de los tiempos, la evolución social, histórica e, incluso, identitaria no presta la atención necesaria a los vestigios que son únicos. El caso a conocer a continuación es un ejemplo. Particulares de Elorrio, personas de a pie sensibilizadas con la historia, con la tan reivindicada memoria colectiva en actos políticos que minutos después vuelven a diluirse en la cotidianeidad, han advertido a diferentes autoridades de Elorrio de que uno de los símbolos nacionalistas de la villa está a punto de perderse. Curiosa paradoja: la democracia podría acabar con aquello que, de forma sorprendente, consiguió sortear a diario la censura franquista a pesar de ser un lauburu y una ikurriña.

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Al grano. A día de hoy la liquidada firma Fytasa mantiene en pie parte de su estructura industrial y junto a la carretera está la pequeña casita que fue zona de administración y también dispensario, según investigaciones de Andoni Esparza Leibar o de Román Berriozabal Azpitarte. En la misma acera, se levantan aún varias vallas que esconden en su diseño una ikurriña y en su punto central un lauburu, de los que en los años 30 tenían forma de esvástica y que el PNV utilizó hasta que el nazismo lo tomó como suyo, tiempo en el que en Euskal Herria se optó por el lauburu de formas redondeadas.

“Son varios los alcaldes a los que les hemos hecho saber que sería una pena que se pierdan esas vallas, un ejemplo de resistencia antifranquista. Pocos símbolos de este tipo habrán pasado la Guerra Civil y el franquismo en pie”, explican vecinos de Elorrio que lamentan que en la próxima demolición de los inmuebles desaparezca este vestigio.

En un estudio de Andoni Esparza, descendiente de abuelo de Elorrio, el investigador cita este lugar. “Hay una verja en Elorrio que aún conserva un lauburu en forma de esvástica junto a una casita situada a la entrada de la antigua fábrica Berrio-Otxo Burdiñola. En aquellos tiempos se ubicaba allí el despacho de la gerencia y, posteriormente y durante años, albergó el dispensario médico”.

A juicio de Esparza, “como puede verse, intenta representar una ikurriña con la esvástica en el centro y tiene además otros elementos. Pero el conjunto resulta un tanto recargado. Ello, ayudado tal vez por el hecho de que esté a ras de suelo, explica que los motivos pasaran desapercibidos y la verja no fuera destruida durante el franquismo”, escribe el autor, quien asegura que “el hecho de que la cruz gamada estaba también presente en el sello de la empresa, desde una fecha tan temprana como el año 1926, abría una nueva perspectiva”.

Como Esparza relata, le “picó la curiosidad”, por una parte, esa repetición que califica de obsesiva del símbolo y, por otra, el hecho de que él no conociera entonces ninguna representación más antigua en Euskadi. Por aquel entonces, Elorrio registraba alrededor de 3.000 habitantes. El propietario de la fundición -algunos estiman que es la primera que hubo en la villa- era Julián Ariño Salazar. La empresa había sido creada en 1915 y tres años después adoptó el nombre de Berrio-Otxoa. En 1921 se disolvió y quedó como único titular Ariño, con alrededor de un centenar de trabajadores en la firma.

Dentista, inventor y alcalde El empresario era un dentista, inventor del licor Ariño, quien afiliado al PNV llegó a ser alcalde de Elorrio. Por ser el integrante de mayor edad de todos los alcaldes de Euskadi, inició un mitin celebrado en Gernika el 12 de julio de 1931 para rendir homenaje a los diputados de las Cortes recién elegidos. Habla Esparza: “Se trataba de uno de los pocos empresarios afines a las ideas abertzales”.

Según palabras de descendientes de este dirigente, Ariño fue amigo de Sabino Arana, fundador del PNV. En 1935, un año antes de la Guerra Civil, la firma Berrio-Otxoa Burdiñola (que escribía su grafía ya entonces con una tilde sobre la r para hacerla de sonido doble y con tx) ya había cambiado el lauburu en su papelería, ahora bien, en las verjas continúa intacto hasta el día de hoy.

Tras el golpe de estado militar español, en octubre del 1936 se creó el Comité local de defensa de la República en Elorrio, presidido por el propio alcalde Julián Ariño, y formado por cuatro jeltzales y dos socialistas. Con el tiempo la empresa se llamó Fytasa, es decir, fundiciones y talleres Ariño, Sociedad Anónima. Concluye Esparza: “Hoy la verja sigue instalada en su primitivo emplazamiento, junto a la calle, a la que con la restauración de la democracia el Ayuntamiento le dio el nombre de Julián Ariño”.

Ahora el futuro se le echa encima a un vestigio que como queda demostrado es único. Es labor de las instituciones decidir si lo conservan siguiendo la apuesta del alcalde Ariño o hacerlo desaparecer de la memoria de los vascos.

Javier Ciga, pintor de esencias y verdades

Javier Ciga fue un pintor y maestro de pintores muy ligado a su país, tanto en su obra como en su compromiso con el nacionalismo vasco

HISTORIAS DE LOS VASCOS

El autor Pello Fernández Oyaregui
El Museo Vasco y de la Historia de Baiona, acoge una gran exposición, del pintor Javier Ciga Echandi, figura fundamental en el panorama pictórico navarro de la primera mitad del siglo XX y máxima expresión de la aportación de la pintura navarra a la pintura vasca. La muestra permanecerá abierta durante todo el verano entre el 3 de julio al 4 de octubre y consta de 40 óleos, una litografía y 18 dibujos de la cárcel.

Javier Ciga Echandi, (Pamplona-Iruñea, 1877-1960), por su ascendencia materna y matrimonio quedará ligado a Baztan, pintando una y otra vez, su paisaje, sus tipos y sus costumbres. Su obra hunde sus raíces en el posromanticismo y en el realismo. Del primero tomará su amor a la tierra y a las gentes que inspiraron su obra; del segundo, su obsesión por plasmar la realidad y llegar a la perfección, superando el academicismo.

La pintura de Ciga parte del rigor técnico y del oficio bien aprendido y trasciende a una Pintura con mayúsculas, equilibrada, serena sin estridencias. De su estancia parisina incorporaría los nuevos usos del impresionismo y posimpresionismo: constructivismo.

Él, conscientemente, se mantuvo fiel a su ideal estético ligado a la perfección realista y a los grandes valores de la pintura, mientras en Europa se sucedían las vanguardias, y el arte caminaría por derroteros insospechados. Ciga fue un pintor de amplio espectro que trató géneros y técnicas muy diversas: retrato, pintura etnográfica, paisaje, desnudo, bodegón, pintura religiosa, temas históricos, alegóricos, simbólicos y alusivos a leyendas vascas, etc.

En lo que respecta a las técnicas, sobre todo óleo, dibujo (lápiz, carboncillo, aguada), acuarela y cartel. La pintura de Ciga se fundamenta en la verdad, parte de ésta y conecta con el espectador, al que le hace partícipe de la realidad que está contemplando, le devuelve a un mundo ya perdido, pero que gracias a su pintura puede conocerlo como si de un documento sociológico y etnográfico se tratara.

PRIMERAS OBRAS (1892-1908) Desde muy pequeño mostró gran facilidad para el dibujo. A partir de 1892 comenzó su etapa de formación en la Escuela de Artes y Oficios de Pamplona. Asimismo, entró en contacto con notables maestros que influyeron en su obra como Carceller, Zubiri y García Asarta. En 1908, 1909 y 1910 consiguió tres primeros premios en el concurso de carteles de San Fermín, renovando esta técnica y dotándola de valores pictóricos. De la misma manera, inició sus primeros retratos, género en el que adquirió gran maestría y que constituyó uno de sus pilares de su carrera pictórica.

ETAPA DE MADRID (1909-1911) En esta época la carrera de Ciga dio un giro inesperado gracias al mecenazgo de sus parientes, los Urdampilleta, indianos de origen elizondarra, lo que le permitió instalarse en Madrid y París. Entre 1911-12 se desarrolla la etapa madrileña. Ingresó en la Academia de San Fernando entrando en contacto con sus profesores  Moreno Carbonero y Garnelo. Aquí obtuvo el título de profesor, con cinco diplomas de primera clase y dos de segunda, además la medalla de oro. Asimismo, frecuentó el museo del Prado, donde aprendió de los grandes maestros del Barroco y en especial de su admirado Velázquez y de Goya.

De esta etapa podemos reseñar obras importantes como los dibujos para la Academia de San Fernando, tipos populares, etc. A partir de 1911, con su gran maestro y amigo Garnelo inició un viaje por Europa, que fue muy fructífero en su aprendizaje artístico.

París: FORMACIÓN Y CONSOLIDACIÓN Entre 1912 y 1914 se inició la etapa parisina una de las más fecundas tanto por el número como por la calidad de sus obras. De aquí incorporaría a su técnica las influencias impresionistas en su pincelada suelta y las posimpresionistas del geometrismo cezaniano tanto en la arquitectura de sus caseríos como en el bodegón.

Ejemplo de todo ello son las pequeñas tablitas de paisajes parisinos, donde captó las variaciones atmosféricas y el efecto transformador de esa tamizada y sugerente luz parisina.

Además de sus visitas al Louvre, meca del arte clásico y realista, Ciga se formaría como alumno libre en las academias más importantes del momento, Grand Chaumiére, Colarossi y sobre todo en la academia Julian, donde recibió clases del famosísimo maestro Jean Paul Laurens, último de los grandes maestros del academicismo francés, de la pintura histórica y religiosa.

El hecho más relevante fue su inclusión en el Salón de Primavera y su nombramiento como miembro del Gran Salón de París en 1914 con su cuadro El mercado de Elizondo. En este mismo año  pintó cinco obras de gran formato de carácter narrativo y decorativo para el Centro vasco de Iruñea basadas en Amaya o los vascos en el siglo VIII, obras donde se mezcla la temática histórica y costumbrista en la línea de exaltación de la etnia vasca de acuerdo con los postulados estéticos e ideológicos de la época. Ejemplo de ello son Bajo el árbol de Jauregizar, Proclamación del Primer rey de Navarra, etc.

El estallido de la I Guerra Mundial y la ruina de sus mecenas truncó su carrera parisina para volver a Pamplona, donde inició una etapa muy fructífera.

ETAPA DE PLENA MADUREZ (1915-1936) Entre 1915 y 1936, se inicia su etapa de madurez, realizando una importante y fecunda labor artística, donde destacan, La yunta, Txakoli, Sagardian. Sus obras maestras, la anteriormente citada, El mercado de Elizondo, y Viático en Baztan, son auténticos testimonios de su tiempo, donde se recogen las costumbres y esencias del pueblo vasco que tan vivas se encontraban en Baztan. Desde el punto de vista artístico constituyen el punto álgido de su carrera, tanto por su dominio del dibujo, alarde compositivo y perspectiva como por el tratamiento de la luz y del color. Al igual que Velázquez, conseguirá introducir la atmósfera y el espacio real dentro del cuadro.

Participó en las Exposiciones Nacionales de Madrid de l915 y 1917 y en los eventos artísticos, más relevantes de aquella época.

Entre los distintos géneros abordados en esta etapa, merece ser destacado el paisaje, pintura religiosa y sobre todo retrato, elevando este género a su máxima categoría, convirtiéndose en el retratista oficial de la burguesía navarra. Continuando con la tradición romántica, le interesaron los fondos neutros pero matizados, la dignificación de sus modelos y la captación física y psicológica del retratado, resaltando por medio de la luz, rostro y manos.

COMPROMISO POLÍTICO (1936-1939) Otro aspecto importante fue su compromiso político, fiel a su ideario nacionalista. Fue defensor de la lengua y cultura vasca y participó activamente en prácticamente todas aquellas instituciones afines a esta causa. Entre 1920 y 1923 y 1930 y 1931, desempeñó el cargo de concejal en el Ayuntamiento de Pamplona por el Partido Nacionalista Vasco al cual estaba afiliado. A sus 61 años, en 1938 es detenido, torturado y encarcelado, durante año y medio. Esta experiencia tan dura en un hombre de su edad, le marcaría para el resto de su existencia. Esta situación cruel, tan sólo fue mitigada por las sesiones de dibujo, donde recoge escenas de la vida carcelaria. Después de dos juicios sería liberado el 23 de septiembre de 1939. En el segundo, se le impuso una multa de 2.500 pesetas, que pagó con El Calvario encargado por los PP. Escolapios y que a partir de entonces es conocido como El Cristo de la Sanción.

ÚLTIMA ETAPA (1939-1960)  En esta misma última etapa Ciga continuó con su meritoria labor didáctica en la academia que llevará su nombre, rememorando las academias parisinas por él frecuentadas. Instauró un método libre donde el primer paso era el dominio absoluto del dibujo para pasar luego a controlar el color, la luz, perspectiva, composición, etc.

Prácticamente la gran mayoría de los grandes pintores de la siguiente generación fueron sus discípulos.

El trato vejatorio, el encarcelamiento, la larga dictadura franquista, la vejez, y sus problemas de salud como la hemiplejía y problemas de visión, serán factores que dejarán profunda huella en nuestro artista y que mermarán aquella creatividad. Ciga se refugió en su mundo y repitió aquel ideal estético que el mismo había creado, aunque en algunas obras se aprecie calidad desigual, todas ellas conservan gran dignidad.

Paralelamente a su actividad artística, realizó una gran labor didáctica en su afamada academia Ciga durante cuarenta años, siendo el maestro de la siguiente generación de pintores.

Este hombre esencialmente bueno, referente de la pintura navarra de la primera mitad del siglo XX, maestro de maestros, intelectual de trato llano, idealista y comprometido con sus ideas, murió en su vieja Iruñea el día 13 de enero de 1960.

SIGNIFICADO DE LA PINTURA DE Ciga Ciga es el mejor exponente y la mayor aportación a la pintura vasca desde Navarra, constituyendo un genuino nexo de unión de estas dos maneras de pensar y de ser.

La obra de Ciga posee una dimensión ontológica, ya que, ante todo, en su obra late el ser, superando la mera representación de figuras y objetos para llegar a la esencia, entendida como verdad misma. El ser conforma e impregna su obra, dándole un carácter existencialista que nos lleva a calificar su pintura como Realismo Trascendente o Metafísico, en su acepción literal del término. Por encima de todo, Javier Ciga fue pintos de esencias y verdades e intérprete del alma y de la sociedad de su tiempo.