‘Tiragomas’, el gudari de hierro clave en la liberación de París

Se cumplen este mes 47 años de la muerte de este vizcaino de Arrazola, en el mismo año que se conmemora el septuagésimo aniversario de la liberación de la capital gala

Un reportaje de Iban Gorriti

tiragomas’’, un hombre de hierro, “el vasco que más valor demostró en la liberación de París de los alemanes”. Así lo definió José Miguel Romaña Arteaga en su libro La Segunda Guerra Mundial y los vascos (Bilbao, 1988). La figura de este vizcaino ha sido una de las que han podido caer en el olvido cuando las crónicas y los testimonios de quienes lucharon junto a él contra el fascismo y el nazismo le ensalzan como héroe. El gudari del batallón Arana Goiri y del Rebelión de la Sal es recordado por ejemplo porque durante la liberación de París de los alemanes, “durante el ataque a la Cámara de los Diputados, dio pruebas de un gran espíritu combativo matando a seis alemanes y apoderándose del armamento”, queda impreso en el libro de Romaña Arteaga. Por otra parte, el secretario y responsable del grupo de recreación histórica de la asociación Sancho de Beurko, Guillermo Tabernilla, también tiene palabras taxativas sobre esta figura histórica: “A gudaris como Tiragomas no los paraba nadie”.

Emeterio Soto Campesino, ‘Tiragomas’, rodeado con un círculo junto a otros gudaris del batallón Arana Goiri.Foto: Juan Bilbao Yarto
Emeterio Soto Campesino, ‘Tiragomas’, rodeado con un círculo junto a otros gudaris del batallón Arana Goiri.Foto: Juan Bilbao Yarto

El acta de nacimiento de Tiragomas, al que ha tenido acceso el apasionado de hechos históricos vascos Juan Luis García, le pone nombre y apellidos. La partida de nacimiento de la anteiglesia de Arrazola -valle de Atxondo- deja constancia de que el 3 de marzo de 1909 nació Emeterio Soto y Campesino en el enclave vizcaino. Hijo de Robustiano Soto (30 años), jornalero llegado a Arrazola de un pueblo de Palencia, y casado con María Nieves Campesino (23 años). Euskaldun desde niño, a pesar de que su madre y padre eran castellanos, Emeterio residió años más tarde en Santurtzi y falleció el 6 de octubre de 1967, por lo que se cumplen este mes 47 años de su defunción.

Durante la Guerra Civil, Emeterio Soto Campesino fue gudari del batallón Arana Goiri, de la compañía Kortabarria. Además, en la Sabino Arana Fundazioa cuentan con una nómina de junio de 1937 a su nombre del Batallón Rebelión de la Sal, compañía Urtusaustegi, la cuarta del citado grupo. El libro de Romaña Arteaga señala que Emeterio Soto era un “ferviente abertzale” que se alistó en 1936 a las filas del batallón Arana Goiri, “donde dio sobradas pruebas de su arrojo. Era un vasco de hierro, indomable como Lezo de Urreztieta, alto, fuerte y muy bragado”, según testimonio de Juan José Arriola Ugalde.

Guillermo Tabernilla, de Sancho de Beurko, aporta, por su parte, datos que contextualizan la presencia en la Resistencia de Tiragomas en Francia. Así, explica que cuando el Consejo Nacional de Euzkadi firmó el pacto con la Francia Libre de Charles De Gaulle para incorporar voluntarios vascos a una unidad de combate en mayo de 1941, “quizás ni se imaginasen las dificultades que ello supondría”, valora; unas de orden político -la negativa del Gobierno británico por las presiones de las autoridades franquistas-, y otras de orden práctico, pues fue muy difícil la recluta de hombres para esa nueva unidad y tuvo que recurrirse en gran medida a sudamericanos -soldados de fortuna y aventureros, no necesariamente de origen vasco-, frustrándose lo que podía haber sido una realidad: el 3º Batallón de Fusileros Marinos Vascos, que no pasó de la fase de organización al ser disuelto en 1942.

Tabernilla precisa que dos años antes De Gaulle ya había experimentado “la enorme dificultad” de crear un ejército que combatiese a los nazis al margen de la Francia del armisticio, y se tuvo que conformar con poco más de 1.200 voluntarios, de los que la mitad eran antiguos republicanos españoles que combatían en la 13ª Demi Brigade de la Legión Extranjera.

Tras la guerra civil Tras la que califica como “durísima” Guerra Civil, con los miembros del Ejército de Euzkadi “en la cárcel o en vías de ser liberados, no pocos de los mejores muertos y todos ellos sometidos a feroces represalias, el vasco se había desmovilizado psicológicamente y ya no tenía mentalidad de combatir en una guerra lejana, aunque fuese contra un enemigo común, salvo aquellos más irreductibles e indomables, gran parte procedentes de la izquierda, que estaban repartidos por todo el mundo, no pocos de ellos malviviendo en la Francia ocupada y otros en las filas de la Legión Extranjera. Tiragomas era uno de esos irreductibles”.

El secretario de Sancho de Beurko adjetiva a Emeterio Soto, Tiragomas, como un “nacionalista vasco, gudari voluntario que luchó en los más feroces combates” de la campaña de Bizkaia formando parte de la compañía Kortabarria del batallón Arana Goiri. Superviviente del Saibigain.

“Su recuerdo -agrega Tabernilla- nos ha llegado a pinceladas y, en mi caso, a través de su compañero, el gudari de Trapagaran Juanito Bilbao Yarto, que siempre me habló con admiración de su valentía. Ese es el gran mérito de Tiragomas, formar parte de ese núcleo de irreductibles que no se rindieron nunca. Si el Consejo Nacional de Euzkadi hubiese contado con ellos en 1941 quizás la historia hubiese sido diferente, pues tuvieron que pasar casi cuatro largos años hasta que se hiciese realidad el batallón Gernika. Lo que sí estaba claro es que a gudaris como Tiragomas no los paraba nadie”.

En el libro La Segunda Guerra Mundial y los vascos, de José Miguel Romaña Arteaga, se cita un testimonio aportado por Juan José Arriola Ugalde, gudari y compañero de este guerrillero en la compañía Kortabarria del Arana Goiri de Felipe Bediaga. “Tiragomas fue el máximo exponente del heroísmo vasco en la conquista de la capital francesa, fue un tipo irrepetible: era un valiente y un buen compañero, muy apreciado por todos”.

El 25 de agosto de 1944, día de la liberación de París, Tiragomas estaba allí, “un curtido gudari que se batió como un león”. Pons Prades escribió en su libro Republicanos españoles en la II Guerra Mundial: “En los combates de Luxemburgo, fuertemente fortificado por los alemanes, luchan codo con codo hombres de Fabien, entre los que se encuentran los españoles Huet, Pachón, Zafón y Tiragomas, y soldados de la Novena”. El vizcaino ayudó a poner en libertad a guerrilleros españoles presos de los nazis en la Ópera y en la entrada a la Cámara de los Diputados, en el cuerpo a cuerpo, dio muerte a seis alemanes. “Y se apoderó de su armamento”, agregan.

En la referencia bibliográfica citada de Romaña Arteaga lamentan que el vizcaino, ya residente en Santurtzi, falleciera en 1967, tan pronto para la memoria histórica, “pues podía haber aportado sin duda valiosos datos de las Resistencia y de otros vascos que lucharon junto a él”.

Abbadia, templo del conocimiento y embajada universal

Antoine d’Abbadie vivió con pasión sus facetas de explorador, geógrafo, astrónomo y lingüista, con una especial atención al euskera, pero muchos le recuerdan sobre todo por el castillo que mandó construir hace 150 años

Un reportaje de Viviane Delpech

150 años ya, o mejor, 150 años solo, que fue solemnemente implantada la primera piedra del castillo de Abbadia por su extravagante propietario, Antoine d’Abbadie. Solo, porque, a pesar de su apariencia de recuerdo medieval perdido en unos acantilados oceánicos, este fascinante edificio es de verdad una construcción moderna, que refleja las preocupaciones de una época de búsqueda identitaria y de progreso de la industria en Francia.

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La construcción del castillo de Abbadia abarcó veinte años, de 1864 a 1884. Foto: C. Rebière-Balloïde Photo

Pero, ¿a quién le surgió esta idea loca de edificar un castillo neogótico, decorado con un extraño bestiario de piedra, compuesto por salas islámicas, pinturas etíopes, un observatorio astronómico y una capilla medieval y orientalista? Interesarse en Abbadia implica obligatoriamente conocer a su emblemático creador, Antoine d’Abbadie (1810-1897), quien fue un protagonista de ámbito internacional tanto por sus centros de interés como por sus orígenes.

De hecho, la historia empieza durante la Revolución Francesa de 1789. Oriundo del pueblo de Arrast, en Xiberoa, su padre Arnauld-Michel, hijo de un notario real monárquico, huyó a Andalucía y luego a Inglaterra para escapar del requerimiento militar revolucionario. En el Reino Unido, esposó a una irlandesa católica, llamada Elizabeth Thompson, en 1807. La pareja tuvo seis niños, de los cuales Antoine, nacido en 1810 en Dublín, era el mayor.

El restablecimiento de la monarquía en 1815 favoreció la vuelta de Arnauld-Michel a Francia. Su familia y él se instalaron entonces en Toulouse, en 1818, y en París, nueve años más tarde. Su doble nacionalidad de facto proporcionó a Antoine una cultura rica y diversificada. Ya de niño, sus principales rasgos de carácter eran la curiosidad y la apertura al mundo. Tenía como libro de cabecera el relato de viajes del explorador escocés James Bruce, quien había descubierto en 1790 la fuente del Nilo azul en Etiopía. También era un apasionado de la literatura clásica y moderna, en particular de los autores románticos como Chateaubriand o Walter Scott.

Leyenda del Nilo, un motor de vida Cuando finalizó el bachillerato en el colegio real de Tolosa en 1827, decidió realizar su valiente sueño de toda la vida, que, por vergüenza, solía esconder: descubrir la fuente del Nilo blanco. Efectivamente era un desafío tan viejo y mítico como el mundo, en el que fracasaron numerosos exploradores, algunos tan legendarios como Alejandro el Grande o Ciro II de Persia. También representaba una pugna de política internacional contemporánea que oponía especialmente a Francia y a Gran Bretaña e implicaba el progreso industrial, el ascenso científico y el control -y el poder- de territorios desconocidos. Desde ese momento, su vida cotidiana de joven romántico se vio condicionada por sus clases de Derecho y de Ciencias en la Sorbona. También preparó su ambiciosa expedición con ejercicios físicos, corriendo por ejemplo decenas de kilómetros en las montañas vascas. Y encontró a exploradores experimentados que le relataban sus peregrinaciones arriesgadas a través del mundo.

Así, después de una primera expedición a Brasil, d’Abbadie se reunió con su hermano Arnauld (1815-1891) en Egipto en 1837. Durante once años permaneció en África oriental y en la región del mar Rojo, recorriendo los montes, las selvas y las sendas etíopes, negociando con los soberanos locales y mezclándose con la población indígena. Se le puede imaginar deambulando descalzo, vestido con ropa oriental, la cabeza cubierta con un turbante, hablando fluidamente cuatro idiomas etíopes, y, al contrario de sus congéneres europeos, rechazando las armas en favor de un bastón.

Los principios de su expedición se apoyaban en valores e intereses que ilustran fielmente la personalidad de fuertes contrastes de d’Abbadie. Se dedicó simultáneamente al estudio etnográfico y lingüístico del pueblo, a la práctica cartográfica y también, dando un aspecto político-religioso a su estancia, al desarrollo de misiones católicas y a la expansión diplomática francesa en esta parte estratégica del mundo. Por todo eso, la población local le consideraba a la vez como un sabio y un monje, un tanto extraño porque se movía siempre con sus instrumentos de astronomía y de cartografía.

Sus años de investigación acabaron por llevarle a una ubicación hipotética de la fuente mítica en el centro de Etiopía, donde su hermano y él plantaron la bandera francesa en 1846. D’Abbadie empezó entonces su vuelta a Europa, que completó tres años después.

Así, al principio de los años 50 del siglo XIX, tuvo que familiarizarse de nuevo con el modo de vida occidental. Procedió a la valoración de sus extractos etnográficos y geográficos, por ejemplo trazando el primer mapa de Etiopía o redactando el primer diccionario amárico-francés. Pronto recibió premios prestigiosos por su descubrimiento -erróneo- del Nilo, como la Gran Medalla de Oro por la Société de Géographie de Paris o la Legión de Honor por el Estado francés. Además, la Académie des Sciences, a quien ulteriormente legó su castillo, le eligió corresponsal en 1852 y miembro titular en 1867.

El renacimiento vasco Paralelamente, d’Abbadie supo situar en primera línea sus propios orígenes, siguiendo sin duda el ejemplo de su padre quien había contribuido en las primeras publicaciones sobre el euskera. Un año antes de su viaje, d’Abbadie publicó, en colaboración con su amigo xiberotarra Agustín Xaho, un estudio gramatical del idioma vasco.

Tras el paréntesis africano, volvió con mucha más fuerza y motivación para reavivar el interés por su cultura paterna. En pleno contexto de emergencia de los regionalismos, se encontró con una audiencia particularmente receptiva. Organizó a partir de 1851 en Urrugne sus famosos concursos de poesía y de pelota, donde entregaba premios. Esos juegos, llamados Lore jokoak, se diversificaron rápidamente incluyendo bertsolaris, irrintzina, ezpata-dantza, aurresku, carreras de portadoras de agua o de natación… y se exportaron a los dos lados de los Pirineos. En resumen, se convirtieron en lo que Pierre Bidart calificó de “fiestas totales” celebrando la identidad y el alma vascas. En 1892, los euskaldun rindieron homenaje a d’Abbadie ofreciéndole un makila de honor y el afectuoso apodo Euskaldunen aita, durante las fiestas de San Juan de Luz organizadas bajo su famoso lema Zazpiak bat.

A esta valoración social y tradicional se asoció una dimensión intelectual, que concretó d’Abbadie con su estudio filológico y su colección de 1.136 obras en euskera, porque defendía la tesis de que idioma, cultura y biología son interdependientes, como lo formularon más eficientemente Aranzadi y Barandiaran. Lógicamente intentó identificar, aunque vanamente, los orígenes del euskera, usando extractos antropológicos y comparaciones con idiomas etíopes, ya que se adhería a la hipótesis usual de la época, la que tomaba partido por sus raíces africanas.

El castillo, encarnación artística Además de su sacerdocio científico, d’Abbadie tenía supuestamente planes personales, que comenzaban por la construcción de una burguesa residencia de veraneo en la cornisa oceánica de Urrugne. Este símbolo de estatus social le metía igualmente en una búsqueda más impresionante que, desde su punto de vista, los cocodrilos del Nilo, y que era el matrimonio…

Tras nueve años de tramitaciones complicadas por su perfil de explorador y su edad mayor, encontró a Virginie Vincent de Saint-Bonnet, oriunda de la zona de Lyon, con la que se casó en 1859. Desde entonces, organizaron sus vidas entre ciencias y formulismos mundanos. De esta manera persiguieron el proyecto de residencia ya empezado por el arquitecto Clément Parent en 1858 con un observatorio astronómico en forma de torre almenada.

Ante la despedida de sus dos primeros arquitectos, la pareja recurrió urgentemente, en 1864, a Eugène Viollet-le-Duc, el líder carismático del movimiento neogótico, quien, de entrada, tomó cartas en el asunto. Bajo la égida de las teorías arquitectónicas del racionalismo nacionalista, las obras se compartieron entre el genial maestro, autor del plan, de las elevaciones y del bestiario esculpido, y su talentoso discípulo, Edmond Duthoit, quien atendió las obras y concibió la decoración, el mobiliario y el nuevo observatorio.

D’Abbadie decidió bautizar su imponente mansión El castillo de Abbadia en homenaje a la casa de sus ancestros en Arrast. El castillo vincula sus gustos y sus valores como si fuera una fantasía biográfica y arquitectural. Eso se manifiesta en primer lugar en el plan funcionalista organizado entre tres alas, dedicadas a la devoción, la acogida y la ciencia, haciendo coexistir singularmente el observatorio con una amplia capilla y apartamentos burgueses.

Por lo que se refiere al formidable mestizaje de fuentes geográficas e históricas, se inscribe en la moda del eclecticismo expandida bajo el Segundo Imperio francés. No impide la originalidad de ciertas influencias, como las escenas etnográficas etíopes del vestíbulo, o al contrario, explica el conformismo con otros estilos en boga, como el fumadero o el salón árabe. Pero la inclinación del neogótico y la organización casi-feudal de la propiedad, con su trentena de aparceros, revela una posición política reaccionaria, idealizando el Antiguo Régimen, que a menudo trasparece en la correspondencia de d’Abbadie. Por fin, su retrato se lee poderosamente en las innumerables inscripciones sembradas en el edificio, declinadas en los catorce idiomas que controló el explorador, tanto más cuanto que realzan sus valores morales fundados en una austera filosofía católica y una sorprendente apertura a la alteridad.

Entre aquellas virtudes, una sentencia destaca la humildad; la del erudito frente al conocimiento y la del hombre frente a la existencia. Diciendo Ez ikusi, ez ikasi, se refería a un experimento desafortunado, en que d’Abbadie había literalmente perforado las paredes del castillo para construir un telescopio desde el que observar el monte Larrun y que nunca pudo funcionar. Un fracaso desastroso que quiso asumir públicamente con esta sabia inscripción. Como un compendio literario, Abbadia recopila así montones de cuentos insólitos, al igual que Las mil y unas noches que alimentaron en parte el imaginario de sus propietarios.

Martin de Ugalde, el gran escritor del exilio y la transición

Hoy hace diez años murió el escritor de Andoain Martin de Ugalde, un abertzale que dedicó toda su vida a la causa y la cultura vascas

Un reportaje de Iñaki Anasagasti

eL franquismo en 1974 iniciaba su recta final. El decrépito dictador estaba enfermo y lo que decía no era entendible. Se vislumbraba un cambio histórico y la oposición se movilizaba mientras ETA actuaba y los estados de excepción se sucedían. En ese clima el Aberri Eguna, como fecha simbólica, tenía mucha importancia.

En Caracas, el Aberri Eguna era, asimismo, el gran día del Centro Vasco. Esa jornada, tras la misa, el izamiento de la ikurriña, el acto político y la comida popular, era el día de encuentro de todos los vascos. Y ese 14 de abril, nos dijeron que desde el Gobierno vasco, nos iban a llamar.

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Y la llamada se produjo, desde Donibane Lohitzune. Era el vicepresidente del Gobierno vasco en el exilio, Martin de Ugalde. “Iñaki, te transmito una gran noticia para que la deis en Radio Euzkadi y la divulguéis. El lehendakari Leizaola acaba de volver de Gernika donde ha pronunciado un mensaje dirigido a los jóvenes y a todo el pueblo vasco, diciendo que está presto en dar cuenta de lo hecho en estos cuarenta años por la Institución que preside y que la antorcha pase a una nueva generación”.

Fue aquella una acción arriesgada, pero había que romper el muro de silencio y enviar un mensaje claro que el nacionalismo no era solo ETA, que existía un Gobierno vasco en el exilio y un lehendakari que representaba una institución que había sido aherrojada. Y detrás de esa operación de presencia estaba Martin de Ugalde, que había sustituido a Joseba de Rezola como vicepresidente tras su fallecimiento. A él le sustituyó Mikel Isasi.

Yo tuve la suerte de conocerle en Caracas y viajar con él a Cumaná a la inauguración de su Centro Vasco. Había sido el primer presidente de Euzko Gaztedi del Centro Vasco y casualmente yo fui el último. Y en aquellos años había creado una influyente publicación, Euzko Gaztedi, así como dirigido la revista Euzkadi. Más tarde colaboró con revistas venezolanas como Momento y fue el jefe de redacción de la revista Elite donde siguió muy de cerca los viajes del lehendakari Aguirre y el secuestro de Galíndez, con gran incomodidad y protestas de la embajada franquista. Había llegado, asimismo, a ser presidente del Centro Vasco de Caracas y presidente de la Junta Extraterritorial del PNV en Venezuela. Escribió en la revista Nacional de Cultura así como cientos de artículos, cuentos, reportajes, tanto en euskera como en castellano. Sus colaboraciones en Euzko Deya, Tierra Vasca, Alderdi y Zeruko Argia eran habituales.

El trabajo y la dedicación del joven Ugalde se vio refrendado por el reconocimiento, ya que ganó el primer premio de El Nacional (1964) y obtuvo el premio Sésamo de Madrid con el cuento Las manos grandes de la niebla (1961).

El exiliado Martin de Ugalde había nacido en Andoain en 1921. Estudiaba en La Salle, pero la guerra le estalló con 15 años. Abandonó con su familia Andoain para dirigirse a Mundaka y Bilbao y más tarde saltó a Francia a través del puerto de Santander y llegó a Chateau Chinon (Nievre) para recalar en Donibane Garazi (Colonia de la Citadelle) y en Donibane Lohi-tzune. Durante este período estudió en las Escuelas organizadas por el Gobierno vasco. Allí termina el Bachillerato. Contó con excelentes profesores: Barandiaran, Adrián de Ugarte, Dorronsoro…

En 1940 con la ocupación de Francia por parte de los alemanes volvió a Andoain donde vivía su ama. Su aita estaba exiliado en Venezuela y el hermano menor, Joseba, después del bombardeo de Gernika, había sido evacuado a Rusia. La guerra había deshecho una familia. Tuvo que hacer tres años en Tetuán de servicio militar obligatorio.

En 1947, viajó en compañía de su ama y lograron reunirse en Caracas con su padre y hermano. En 1948 fue elegido primer presidente de Euzko Gaztedi de Caracas. En Venezuela empezó a publicar sus primeros libros muy pegados a la realidad venezolana.

Pero Martin Ugalde no solo irrumpió en la literatura venezolana con un estilo propio, sino que también mantuvo militantemente el euskera. En 1961 su libro Iltzalleak ganó el primer premio otorgado por el Gobierno vasco en el exilio. Iltzalleak fue el primer libro de cuentos de la historia de la literatura en euskera. En 1997 el jurado del Premio Ricardo Arregui de Periodismo de Andoain decidió darle una mención honorífica por su labor en favor del desarrollo del periodismo en euskera. Publica igualmente la obra teatral Ama gaxo dago, en 1964, y en 1966 da a conocer un nuevo libro de cuentos para niños Umeentzako kontuak y con afán polemista publica en la editorial Ekin de Buenos Aires su Unamuno y el vascuence (1966).

En lo que se refiere a sus novelas en euskera, Itzulera baten istorioa tiene un trasfondo autobiográfico claro, pues narra el exilio y el desarraigo cultural de una familia vasca tras la guerra civil. La siguiente novela, Pedrotxo, está situada en los años 1948-1950 y narra la vida de un joven nacido en 1933 que vive en la Casa de la Misericordia donde se muestra lo que fue la represión contra lo vasco del régimen franquista. Su última novela Mohamed eta parroko gorria, tiene como protagonista un chaval todavía más desfavorecido, un marroquí que trabaja en una granja de cerdos que abastece a un cuartel y que cuando estalla la guerra en 1936 se ve obligado a tomar posición en el conflicto. Martin de Ugalde escribió ésta novela aquejado ya de la enfermedad de Parkinson.

En Estados Unidos En la década de los 50, Martin de Ugalde completó su formación en Estados Unidos. Tras regresar a Caracas, dos años después, volvió a Nueva York para seguir sus estudios de literatura. No hay que olvidar que trabajó en la petrolera Creole donde dirigió la revista El Faro y que la Creole le becó en 1960 para cursar una especialidad de Periodismo. Se especializó en Opinión Pública y Comunicación de Masas en Northwester University y, posteriormente, impartió clases en la Universidad Católica de Caracas.

El regreso en 1969 Con todo este bagaje cultural y de experto en comunicación regresó definitivamente a Hondarribia en 1969. El PNV le encargó la dirección de la revista mensual Alderdi que se hacía en el viejo caserón de Beyris y tenía un formato de revista. Él transformó Alderdi en una publicación de bolsillo tipo Reader’s Digest e incorporó una serie de firmas y temas muy interesantes y firmas rompedoras como la de Xabier Arzalluz que escribió bajo el seudónimo de Peru Egurbide.

Esos años tuvo que refugiarse nuevamente en Baiona donde vivió entre 1971 y 1973. Sus libros fueron censurados por la represión franquista por lo que se vio obligado a escribir entre líneas. Recuerdo aquellos años de gran actividad de Martin su magnífico libro Hablando con los Vascos donde entrevistaba a personalidades vascas de todo tipo como Ramón de la Sota, José Miguel de Barandiaran, Koldo Mitxelena, Agustín Ibarrola, el padre Pedro Arrupe (le censuraron varias respuestas) e Isidoro Fagoaga. Con sus entrevistas intentó demostrar diferentes dimensiones de lo vasco y del ser vasco recuperando personalidades silenciadas durante cuarenta años. Participa asimismo en la controversia en torno a la unificación del euskera y a la polémica cuestión de la h, solicitando opinión al respecto a diversos especialistas para, mediante el diálogo, dar una respuesta lo más adecuada y consensuada posible. Le recuerdo pidiéndome documentos sobre los lehendakaris Aguirre y Leizaola para las obras completas de los dos primeros lehendakaris que él coordinó. Preocupado, asimismo, por la historia vasca y tratando de que se respete la misma escribió Síntesis de la Historia del País Vasco, en 1974, y Hablando con Chillida, escultor vasco (1975). Escribió, asimismo, Las Brujas de Sorjin, donde analiza la problemática de Euzkadi en cuarenta años, sus luchas, la resistencia vasca, la creación y el porqué de ETA. “Se trata de un libro fundamental para entender mi vida y poder comprender la problemática, la cultura y las raíces del pueblo vasco”, decía de esta novela el propio Martin de Ugalde.

En los años inmediatos posteriores a la muerte de Franco trabajó en El Libro Blanco del Euskera y a la salida del periódico DEIA, en junio de 1977, fue nombrado subdirector y responsable de euskera en este diario. En 1978 publicó su Herri baten deiahadarra/El grito de un pueblo y en 1980 El Problema Vasco y sus profundas raíces culturales y políticas, etc. Todos estos títulos y algunos más ilustran sobre la dedicación de Martin de Ugalde a la literatura, al estudio de la historia vasca y de su cultura. En 1986, tras la división del PNV, optó por afiliarse a Eusko Alkartasuna, del que fue uno de sus militantes más significados y respetados.

Los últimos años, como le ocurrió en Venezuela, los reconocimientos se suceden: Vasco Universal, doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco… y él, sin alardes, ni vanaglorias termina sus días rodeado del respeto unánime, salvo de la justicia española, ya que siendo presidente honorario de Egunkaria y ya con mucha edad fue irrespetado por el juez Baltasar Garzón. El juez bloqueó sus cuentas bancarias dentro de la actuación contra el periódico Euskaldunon Egunkaria, del que fue fundador. Falleció el 4 de octubre de 2004 a los 83 años. Se cumple, pues, una década de su fallecimiento.

A recuperar Martin de Ugalde es una personalidad puntera a recuperar. “Este momento es para mí muy emotivo”, dijo en la presentación el escritor Anjel Lertxundi, impulsor de la reedición de los cuentos que Martin de Ugalde escribió en castellano en su exilio en Venezuela. “Cuando cerraron Egunkaria, la mayor parte de los euskaldunes nos sentimos heridos y particularmente sentimos dolor al ver cómo injuriaron a una persona de la talla de Martin. Pensé que había que reaccionar ante ese insulto y que una de las mejores maneras era mostrar una faceta bastante desconocida de este gran escritor”. Y es que la democracia vasca sigue en deuda con este gran escritor del exilio y de la vida vasca que encendió varias llamas de dignidad y ética cuando tan difícil era hacerlo.

Mariano Luis de Urquijo, entre la Ilustración y los fueros

Las gestiones que Mariano Luis de Urquijo hizo ante Napoleón Bonaparte permitieron el reconocimiento y mención a los fueros vascos por primera y única vez en un texto constitucional español del siglo XIX

Un reportaje de Aleix Romero Peña

eN el ensanche bilbaino encontramos una alargada vía de más de cien portales y dilatada historia llamada Alameda Urquijo. Su nombre se debe a un estadista vasco, Mariano Luis de Urquijo, que vivió a caballo entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. A pesar del magno reconocimiento que le tributó su villa natal, la vida de este no es muy conocida, y eso que en su día concitó los elogios de personalidades tan políticamente divergentes como Camilo de Villavaso o José Félix de Lequerica. El primero, foralista liberal, le asoció a la defensa de los fueros. El segundo, en cambio, relacionado el nacionalismo español, le reconoció un empeño patriota como secretario de Estado de la Monarquía española. Dos realidades, dos lealtades discordantes, que Urquijo compatibilizó arrostrando las contradicciones inherentes. Veámoslo.

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Según Javier Fernández Sebastián, los ilustrados tenían una concepción patriótica de la nación-estado basada en la identificación entre la patria y el rey, apoyando ideológicamente la extensión de las estructuras administrativas a todo el territorio donde el monarca ejercía su soberanía. La patria grande. Armonizaban este sentimiento con otro de afección a la patria pequeña, encarnada por la villa, la ciudad o la provincia. En este orden de cosas, los ordenamientos e instituciones forales constituían la prosperidad de las entonces llamadas provincias vascongadas, es decir, eran útiles para su provecho e interés general. Para Urquijo el amor a la patria chica y el respeto a los fueros iban inexorablemente unidos.

Nacido en Bilbao en 1769, nuestro personaje acompañó con ocho años a su padre, un abogado alavés natural de Zuhatza que esperaba medrar en Madrid. Desde niño comprobó cómo el elemento de paisanaje jugaba un papel relevante en las relaciones de poder, plasmado en la abultada presencia de vascos -bastantes de ellos oriundos como su progenitor de Aiaraldea- ocupando empleos en la corte. En la Universidad de Salamanca fue consiliario de la nación vizcaina, que agrupaba a los estudiantes procedentes de los obispados de Pamplona y Calahorra, así como a parte de los que provenían de los de Osma y Tarazona y del arzobispado de Burgos. Al no poder proseguir los estudios universitarios por las estrecheces económicas, regresó a Madrid con una nutrida agenda de contactos ilustrados.

Neoclasicismo A finales de 1791 se atrevió a traducir una obra de Voltaire insertando un prólogo donde abogaba por la adopción del neoclasicismo. Gracias a sus amistades conseguiría al año siguiente que el conde de Aranda lo incluyera en la lista de candidatos a oficiales en la Secretaría de Estado. Mientras Bizkaia y el resto de las provincias vascas sufrían los diversos avatares de la Guerra de la Convención, la carrera de Urquijo como burócrata progresaba. El 13 de agosto de 1798 -después de una breve experiencia como secretario de embajada en Londres- fue habilitado para despachar los asuntos de la Secretaría de Estado, entonces el ministerio más importante de la Monarquía hispánica. Se ha descrito a su labor de gobierno, que se dilataría por dos años, como la más ilustrada del siglo XVIII. Trató de impulsar todos aquellos proyectos de reformas que habían sido frenados bien por miedo o esperando un contexto más idóneo. Como el otorgamiento a los obispos españoles de la facultad de otorgar dispensas matrimoniales, una nacionalización expropiadora con la que se enajenaba al Papa un privilegio que costaba cada año varios miles de ducados a las arcas españolas. Censuró los abusos de celo de la Inquisición, en la idea, seguramente, de suprimir el odiado tribunal. Impulsó la investigación científica y las actividades culturales con la pretensión de instrumentalizarla al servicio de la Monarquía, como quedaría suficientemente demostrado en su patrocinio de la expedición de Alexander von Humboldt por las Américas españolas. En política exterior estuvo con las manos atadas por las aspiraciones dinásticas de los reyes, que justificaron el mantenimiento de la alianza militar con Francia.

Además, se convirtió en protector de los intereses del Señorío de Bizkaia. Prometió a la Diputación que su «entrañable afecto patriótico» se verificaría en «promover por cuantos medios sea posible la conservación, aumento y prosperidad de los leales vasallos que S. M. tiene en ese Señorío». No solo protegió los intereses vizcainos, sino que también consiguió disipar la amenaza que se cernía sobre las Conferencias Forales -las reuniones que celebraban los representantes de las tres provincias vascongadas y Navarra para tratar asuntos de carácter político, económico e institucional-, como recuerda Joseba Agirreazkuenaga. Por ello recibió como premio el nombramiento de diputado y Padre de la Provincia de Bizkaia. Caído en desgracia a finales de 1800, Urquijo fue confinado en Bilbao, donde asistió con preocupación a las polémicas y parcialidades que se desataron como consecuencia de la construcción del Puerto de la Paz en Abando. Predicó la paz y la unión general, advirtiendo que de lo contrario «el país se perdería», pero sus palabras no fueron escuchadas. Tras las juntas generales celebradas en julio de 1804 se desató una matxinada que fue extendiéndose por los pueblos y anteiglesias vizcainas, conocida como el motín de la Zamacolada. Nuestro personaje adoptó ante la rebelión una postura clara: «Soy un español, soy un vizcaíno y no quiero que el país se pierda por cuatro cabezas infelices». Arriesgó su vida rescatando a los miembros de la Diputación que se hallaban retenidos en Abando y albergándolos en su casa. Abogó por la convocatoria de unas juntas generales extraordinarias en Gernika, que revocasen el plan militar contrario al fuero adoptado en las ordinarias, evitando la intervención de la corona. Aunque aquellas cumplieron todos los requisitos formales, como recalca Luis de Guezala, los ejércitos reales terminaron invadiendo el Señorío y Urquijo fue denunciado por la facción zamacolista como instigador del tumulto. Había conseguido evitar un derramamiento de sangre, pero este servicio no fue óbice para que, con otros prohombres vizcainos, fuese condenado en una clara muestra de despotismo. Aun reducido a la clase privada, sus enemigos en Madrid temían su ascendiente e influencia.

Napoleón le pidió consejo En 1808, con la crisis política y dinástica desatada en España, Urquijo volvió a cobrar protagonismo. Después de intentar evitar que Fernando VII viajara a Baiona, Napoleón le pidió consejo sobre las reformas constitucionales necesarias para el reino. Aunque había condenado el «edificio gótico», repleto de fueros, que era España, en sus reflexiones señaló que los derechos vascongados y navarros debían ser considerados. A diferencia de otros ordenamientos particulares, destacaba en estos su labor histórica positiva al propiciar la división de la propiedad y su comercio, evitando la amortización de la tierra. Pero además, si se suprimían poniéndolas «al nivel de las demás», era de temer alguna agitación. Con estos argumentos, Urquijo, con la complicidad de los diputados vascongados y navarros, defendió el reconocimiento de los fueros en la Constitución de Baiona tratándolo directamente con los Bonaparte. Fue una gracia del emperador la que permitió insertar en una Constitución de tono centralista un artículo, el 144, que remitía a las siguientes Cortes su destino. Es la primera y única mención a los fueros en un texto constitucional español del siglo XIX. Fue una victoria pírrica.

De 1808 a 1813 colaboró desde su posición de ministro de Estado en la instalación de la Monarquía josefina, estimulando la adopción de medidas antifeudales y anticurialistas. Su empeño, con un país desgarrado por el conflicto, tuvo un aire quijotesco, a la vez que el apego de las provincias vascas disminuía como consecuencia de las frecuentes exacciones de los ejércitos napoleónicos. En 1810 Napoleón desgajó los territorios situados a la orilla izquierda del Ebro, causando un hondo pesar en nuestro personaje, quien envió varias misiones diplomáticas a París para convencer al emperador de que desistiera de su empeño expansionista. En vano. Urquijo descubrió demasiado tarde que Bonaparte le había engañado con sus promesas de no injerencia política. En 1817 Urquijo moría precozmente en el exilio, en París. Terminaron los días de un ilustrado que, pese a mantener la pretensión de universalidad y de uniformidad, defendió el particularismo como excepción, siempre que supusiera un elemento de progreso. Incapaz de vislumbrar las consecuencias últimas del liberalismo, o tal vez aminorándolas, su modelo territorial es el de una Monarquía centralizada -patria grande-, donde unas pocas provincias mantendrían su propio estatus jurídico como garantía de lealtad y buen gobierno -patria pequeña-. Un legado que posteriormente sería retomado por el fuerismo liberal.

Goazen gudari danok…: El batallón Arana Goiri frente al fascismo

En septiembre de 1936 varias compañías de gudaris consiguieron detener en la muga entre Gipuzkoa y Bizkaia a las tropas sublevadas, lo que permitió la aprobación del Estatuto de Autonomía y la creación del Gobierno vasco

Un reportaje de Iñaki Goiogana

Cuando los soldados del ejército sublevado llegaron a Elgoibar el 21 de septiembre de 1936, el pesimismo ya había echado raíces entre las fuerzas leales a la República. Todo hacía indicar que la suerte estaba absolutamente de parte de los que pronto serían conocidos como franquistas. En efecto, solo hacía una semana que los soldados de Mola habían ocupado San Sebastián, una ciudad por lo demás vacía en más de la mitad de su población que optó por huir de la segura represión que se adueñaría de todos los territorios ocupados por las tropas formadas por requetés, falangistas, regulares coloniales y soldados profesionales. En esos escasos 8 días los sublevados apenas tuvieron resistencia a la hora de cubrir todo el ancho de la provincia guipuzcoana y no había razón para pensar que pudiera ocurrir algo diferente cuando entraran en Bizkaia. El desastre en el frente vasco parecía inminente.

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Hacía dos meses que la guerra había comenzado. Al inicio de la contienda, los sublevados se hicieron fuertes en Nafarroa y Araba, en el primer territorio citado prácticamente sin resistencia, en Araba se declaró la huelga general pero la indecisión del gobernador civil, la acción de las fuerzas derechistas, especialmente tradicionalistas, bien organizadas y decididas a favor de la sublevación, además de la postura partidaria al golpe de los jefes militares hizo que rápidamente la provincia alavesa se decantara contra las autoridades legítimas. En Bizkaia y Gipuzkoa el golpe fracasó. En Bizkaia desde el primer día, en Gipuzkoa después de dominar a los militares acuartelados en Loiola.

Aunque los leales a la República lograron dominar la situación en su capital, los sublevados empezaron a asomar en Gipuzkoa a finales de julio y primeros días de agosto. El 27 de julio entraron en Beasain y el primero de agosto en Ordizia. Sin embargo, los combates más fuertes y encarnizados, a la vez que los que decidieron la suerte del territorio, se desarrollaron a lo largo del Bidasoa, en la frontera interestatal. Lograr el aislamiento del territorio leal fue una conquista estratégica de primer orden, tanto desde el punto de vista material como moral. El 5 de septiembre fue ocupada Irun y, consiguientemente, cerrado el paso internacional, el 8 Errenderia y el 13 Donostia. Durante dos meses en Gipuzkoa los milicianos y gudaris lucharon denodadamente y con determinación, pero prácticamente sin armas adecuadas para la guerra. La política de No Intervención, auspiciada por el Reino Unido y secundada por Francia, privó a la República de los mercados legales de armas, mientras que los sublevados fueron en todo momento surtidos de todo tipo de material de guerra por parte de sus aliados nazi-fascistas, teóricamente partidarios y suscriptores de la No Intervención. No es de extrañar pues, que a la altura de mediados de septiembre los sublevados se hallaran eufóricos y llegaran a hacer planes para repartirse el botín del que se iban a incautar cuando, en pocos días, entraran en Bilbao.

Aglutinar esfuerzos En la capital vizcaina funcionaba la Junta de Defensa de Bizkaia, un organismo dirigido por el gobernador civil, José Echeverria Novoa, que integraba en su seno a todas las fuerzas políticas y sindicales que apoyaban a la República, desde el PNV hasta la CNT, pasando por socialistas, comunistas y republicanos de todo signo. Sea por la personalidad de Echeverria Novoa, por el peso de socialistas y nacionalistas o porque el frente se hallaba más lejos que en Gipuzkoa, en Bizkaia los intentos de revolución social no se dieron, no al menos con la intensidad que se dieron en Gipuzkoa donde las fuerzas republicanas más extremas tuvieron mayor protagonismo. Por lo demás, la carencia de armas de guerra en Bizkaia era similar a la que se daba en Gipuzkoa. Ello hacía que la ayuda que de Bizkaia podía llegar a Gipuzkoa fuera más simbólica que realmente efectiva.

En esta tesitura, casi a la puerta del desastre, las fuerzas republicanas empezaron a aglutinar esfuerzos. Se sucedieron los encuentros para formar un gobierno de unidad además de una dirección de los asuntos públicos vascos más coordinada. Francisco Largo Caballero, el dirigente socialista encargado de formar el que se conocería como el Gobierno de Victoria ofreció al PNV entrar en el ejecutivo republicano. El partido jeltzale exigió la aprobación del Estatuto de Autonomía y la formación de un Gobierno vasco.

Iniciada la guerra las distintas formaciones políticas y sindicales crearon sus propias unidades militares para hacer frente a los sublevados y, según los casos, para hacer la revolución o para defenderse de ella. El PNV, con el fin de conocer su poder de convocatoria, convocó para el 4 de agosto en Artxanda a sus seguidores. La convocatoria fue un éxito. Para entonces unos cientos de jóvenes habían acudido a Sabin Etxea secundando otras llamadas similares pero de menor intensidad y con estos jóvenes se inició la formación de las primeras unidades jeltzales en Bilbao, en el amplio edificio del Patronato que se hallaba en la calle Iturribide. Esta fue la semilla de Euzko Gudarostea en Bizakia, pero hubo dos cuarteles importantes que funcionaron en Gipuzkoa, uno, el más importante, en el santuario de Loiola, y otro, menor, localizado en Eskoriatza.

Una vez que llegaran los sublevados a la muga entre Bizkaia y Gipuzkoa era cada vez más claro que la suerte se podía decidir en muy pocas jornadas. Prueba de ello es la octavilla que el general sublevado Mola hizo lanzar sobre Bizkaia, donde daba margen hasta el 25 de septiembre para su rendición a “vascos y montañeses”, en caso contrario no repararía en medios hasta conquistar todo lo que se le resistiera. No hubo tal rendición y Mola cumplió lo prometido. Ese día fueron bombardeados Bilbao, Barakaldo y Durango con innumerables víctimas. La reacción popular también se cobró sus vidas pues a raíz de los bombardeos fueron asaltados los barcos prisión y la cárcel de Durango siendo asesinados a decenas de presos. Horas antes de que se cumpliera la hora del ultimátum de Mola, se obró un pequeño milagro. Lezo de Urreiztieta, santur-tziarra miembro de Jagi-Jagi, demostró estar bien preparado para actividades especiales. Lezo logró llevar al puerto de Bilbao un cargamento de armas después de trasbordar el material en alta mar de un barco a otro. Los pertrechos militares habían sido adquiridos en Checoslovaquia, transportados a Hamburgo y de allí a Bilbao después del intercambio marino en el Golfo de Bizkaia. Para que esta operación clandestina de adquisición de armas se desarrollara con éxito, el consejero de Hacienda de la Junta de Defensa de Bizkaia, el jeltzale deustuarra Eliodoro de la Torre, se había incautado, previo inventario, del oro depositado en el Banco de España de Bilbao. El metal se había trasladado a Francia en vapores de pesca de Ondarroa, donde había sido convertido en moneda fuerte e ingresado en una cuenta corriente.

Estas armas llegaron a Bilbao el 23 de septiembre. Rápidamente fueron distribuidas entre las unidades del frente y las de la retaguardia. Entre las unidades a las que llegaron estas armas estaban las cuatro compañías nacionalistas acuarteladas en el Patronato Kortabarria, Etxebarria, Garaizabal y Zubiaur. Nada más hacerse con el nuevo material estos gudaris supieron que en cosa de horas serían llevados al frente a reforzar las líneas que iban a ser atacadas por los sublevados. El 24 de septiembre, una vez reunida, la tropa fue arengada por las autoridades del PNV y se les comunicó que partían al frente unidos todos ellos bajo la denominación de Batallón Arana Goiri. Cuando llegaron a Eibar, la compañía Garaizabal y dos secciones de la compañía Zubiaur fueron separadas del grupo principal. Mientras el núcleo más numeroso continuó viaje hacia Elgeta, las unidades separadas fueron llevadas a Markina y de aquí, atravesando Etxebarria, al alto de San Miguel. En Aiastia sustituyeron a compañeros suyos del cuartel de gudaris de Loiola y junto a unidades de otras ideologías se aprestaron a resistir la embestida del enemigo.

Freno al avance La lucha de las unidades nacionalistas se prolongó desde el amanecer hasta el mediodía del 25 de septiembre. Los gudaris no pudieron mantener sus posiciones iniciales pero sí frenaron el avance franquista. La ofensiva franquista del 25 de septiembre se prolongó hasta los primeros días de octubre, cuando los franquistas definitivamente desistieron de continuar. Para entonces la línea de frente había retrocedido entre unos centenares de metros y unos pocos kilómetros, fijándose entre Asterrika, en la costa, hasta Elgeta. Pero el significado de aquella batalla va más allá del mero hecho de armas. La detención del arrollador avance franquista hizo posible que el Estatuto de Autonomía aprobado en la Cortes republicanas el 1 de octubre de 1936 pudiera tener un territorio y población sobre el cual ejercer su jurisdicción. De esta forma el lehendakari José Antonio Agirre pudo jurar su cargo en Gernika, a escasos kilómetros del frente, formar un Gobierno de concentración y ejercer una labor transformadora como nunca antes se había conocido. Se creó un ejército unificado con su marina, se erigió una universidad, se oficializó el euskara, etc. Con razón se ha dicho que el ejecutivo de Aguirre entre octubre de 1936 y junio de 1937 aprovechó el Estatuto hasta donde no estaba escrito dejando claro que la transformación radical de la sociedad era posible desde la democracia y el orden. Aquel Gobierno si no hizo más fue probablemente porque no pudo, no porque no se lo propusiera.

Hay que reconocer que todo aquello se logró gracias al esfuerzo que desplegaron miles de jóvenes, que en la mayoría de los casos antes de la guerra jamás habían empuñado un fusil, en los montes y en la mar luchando contra el ejército sublevado y en especial los que lucharon en el frente que se dibujó entre el mar y Elgeta a finales de septiembre y primeros de octubre de 1936. Nuestro recuerdo especial a los caídos en la acción desarrollada en Zirardamendi el 25 de septiembre, en representación de todos los que cayeron tanto entonces como antes y después en los frentes y en la retaguardia en defensa de la libertad.