Patria vasca y Libertad: 120 años de la ikurriña

La ikurriña ideada por los hermanos Sabino y Luis de Arana y Goiri en 1894 ha trascendido su significado inicial, pasando de ser símbolo de la Patria vasca a ser, también, símbolo de la Libertad.

Un reportaje de Luis de Guezala. Fotografías Sabino Arana Fundazioa.

La ikurriña izada en la sede de Euskeldun Batzokija en el segundo piso de la calle Correo, esquina con El Arenal. (Sabino Arana Fundazioa).
La ikurriña izada en la sede de Euskeldun Batzokija en el segundo piso de la calle Correo, esquina con El Arenal. (Sabino Arana Fundazioa).

Este próximo lunes, 14 de julio, se cumplirán 120 años de vida de la ikurriña. Fue el sábado 14 de julio de 1894 cuando se izó por primera vez, con motivo de la inauguración de la primera formación nacionalista vasca, el Euskeldun Batzokija, en Bilbao, en el segundo piso del edificio de la calle Correo que hacía esquina con El Arenal, entonces numerado 34.

A las seis de la tarde tuvo el honor de izar por primera vez la ikurriña Ciriaco de Iturri y Urlezaga, por ser el socio de más edad, con 50 años, de entre los 94 fundadores del naciente Euskeldun Batzokija. Esta primera ikurriña correría la suerte de tantas de sus hermanas posteriores y el 12 de septiembre de 1895 sería incautada por las autoridades españolas al clausurar el Euskeldun Batzokija. Vivió poco más de un año. Pero ahora celebramos sus 120 años de existencia.

La ikurriña había sido ideada por Sabino de Arana y Goiri y su hermano Luis. En el proceso de construcción nacional que ambos emprendieron, como movimiento político y de defensa de la identidad vasca en peligro, consideraron que era muy importante la adopción de unos símbolos propios. Nombre del País, escudo, bandera e himno. Y el primero de estos símbolos fue, precisamente, la bandera, en principio imaginada solo como bandera de Bizkaia.

En el Archivo de Sabino Arana Fundazioa conservamos el boceto original de la ikurriña, dibujado posiblemente por Luis, arquitecto. Adelantándose a la moderna vexilología, los dos hermanos entendieron que la bandera de Bizkaia debía ser una traslación a ese tipo de emblema del que ya tenía históricamente, su escudo.

Así, sobre fondo rojo, que consideraban el original del escudo, y en representación de los habitantes del Señorío, iría un aspa verde, como cruz de San Andrés, verde como el Árbol y en referencia también a una semilegendaria batalla que sostuvieron en el siglo IX, en la festividad de este santo, los vizcainos en defensa de su independencia. Sobre todo ello una cruz blanca ocuparía un lugar más predominante que en el escudo, como expresión de la importancia suprema que Sabino de Arana daba a la trascendencia de la religión católica y los valores que le atribuía.

Los lobos del escudo, que el fundador del Partido Nacionalista Vasco consideraba representaban a los Señores de Bizkaia y, desde su republicanismo, consideraba exóticos y perjudiciales para Bizkaia, no tuvieron traslación a la bandera. Como en el diseño original se puede apreciar, los autores de la ikurriña realizaron desde un primer momento una versión para colgadura en balcones, con franjas horizontales con los mismos colores, rojo, verde y blanco.

Las dimensiones de la cruz y el aspa de esta primera ikurriña eran más estrechas que en la actual. El cambio vendría con ocasión de otro acontecimiento muy posterior, cuarenta y dos años después, también clave en el proceso de construcción nacional vasca: la Guerra Civil y la constitución del primer Gobierno vasco. El Gobierno vasco presidido por José Antonio de Aguirre, adoptaría el 19 de octubre de 1936 como su bandera oficial la ikurriña, a propuesta de su consejero de Industria, el socialista Santiago Aznar.

POR TIERRA Y MAR. La mayor anchura de aspa y cruz tuvieron como motivo que la ikurriña fuera distinguible a mayor distancia, en el contexto terrible de la guerra por tierra y mar. La bandera ideada en un principio para Bizkaia se había popularizado como la bandera de todos los vascos ya mucho antes de alcanzar rango oficial. En contra del criterio de Luis de Arana, que seguía entendiéndola solo para Bizkaia. El símbolo superó a sus propios creadores al popularizarse. En 1925 Euskaltzaleen Biltzarra ya la había adoptado para presidir sus actos. Y en 1931, cuando el Ayuntamiento de Durango consultó a Eusko Ikaskuntza qué bandera podía considerarse como nacional vasca o representativa del País Vasco, esta respondió que la exhibición de la ikurriña “no puede suponer en nuestros días idea alguna partidista, sino una expresión de la unidad espiritual de los vascos”.

La utilización en libertad de la ikurriña en Hegoalde duró lo poco que pudo resistirse al avance del ejército sublevado franquista. Tras la victoria militar del nacional-catolicismo español, quedó, como tantas cosas, fulminantemente proscrita. Las ikurriñas no capturadas fueron escondidas como se pudo, para evitar una represión despiadada sobre sus poseedores. En ganbaras o emparedadas. Dentro de colchones o disimuladas entre sábanas u otras ropas. O enterradas, como tesoros cuyo emplazamiento secreto llegó a transmitirse de generación en generación.

Muchas de ellas consiguieron sobrevivir a la guerra y a la dictadura y, hoy en día, las conservamos en Sabino Arana Fundazioa gracias a las numerosas donaciones de aquellos que consiguieron preservarlas en tan difíciles situaciones. Estas viejas ikurriñas, supervivientes de mil peripecias y desgracias, batallas y persecuciones, tienen el corazón de quienes las dibujaron y cosieron, las izaron y ondearon, defendieron y escondieron. Llevan el alma de los vascos que fueron, somos y seremos.

Pero no solo la ikurriña fue proscrita durante la larga dictadura franquista. Lo fue incluso la conjunción de sus colores. Que podían aparecer más o menos tímidamente en muy diferentes situaciones. Por poner un ejemplo, cuando el grupo de danzas vascas Dindirri volvió a bailar tras la guerra, sus dantzaris, vestidos de blanco, llevaban una txapela roja y un gerriko, no verde, sino azul… verdoso. Para evitar multas, sanciones, detenciones, palizas. Quedaba el argumento ante la Policía franquista de que el gerriko era azul. Y la imaginación para ver rojo, verde y blanco cuando los dantzaris actuaban.

A lo largo de la dictadura la ikurriña acabo siendo un elemento fundamental en su resistencia. Se pintaba en paredes o montes. Aparecía de mil maneras en actos públicos o eventos deportivos. Llovían diminutas ikurriñas de papel lanzadas con volanderas. Se colgaban ikurriñas de tendidos eléctricos para dificultar su retirada. Y también se colocaban de noche en las torres de las iglesias, para alegría popular hasta el momento de su retirada.

Incluso la catedral de Burgos amaneció un día adornada por la ikurriña, imagen que luego se difundiría en panfletos y publicaciones clandestinas. Llegó un momento, en aquellos oscuros y tristes años, en el que la ikurriña volvió a trascender sobre su significado inicial. Y pasó de ser símbolo de la Patria vasca a ser, también, símbolo de la Libertad. Ojalá que nunca deje de serlo.

Del Irurac-bat al Zazpiak-bat

Bandera, himno y festividad son símbolos que identifican a una nación; a estos habría que añadirles el emblema heráldico, que en el caso vasco se plasma en el Zazpiak-bat.

Un reportaje de Juan José González Sánchez.

Cabecera del periódico 'Euzkadi'. Fotos: Sabino Arana Fundazioa
Cabecera del periódico ‘Euzkadi’. Fotos: Sabino Arana Fundazioa.

En todo proceso de construcción nacional, los símbolos juegan un papel fundamental y cuya manifestación visual es un emblema. El emblema no es más que un objeto que cargado de determinado significado por un colectivo, más o menos amplio, va a simbolizar y representar sus ideales políticos, sociales o culturales. En una reciente publicación se puede leer: «Tres son los símbolos que mejor identifican una comunidad nacional: bandera, himno y festividad», pero al que añadiría un cuarto elemento: el emblema heráldico o escudo de armas. El pueblo vasco no es una excepción, a lo largo de todo el siglo XIX, quizás motivado por la crisis que va a vivir a causa de las dos guerras civiles (1833-39 y 1872-1876) y la consecuente pérdida de los fueros, dará lugar a que desde diferentes sensibilidades políticas se construya un proceso de identidad colectiva, que comprende tanto al ámbito territorial como a elementos de carácter social, histórico y cultural.

Irurac-bat

Las Conferencias forales se inician a finales del siglo XVIII y, como dice el profesor Agirreazkuenaga, «a partir de 1800 se transformaron en un organismo público de coordinación política, sancionado por la máxima autoridad real». Tomarán como emblema, a partir de 1816, el de la Sociedad Bascongada de Amigos del País (1764): «…será un escudo con tres manos unidas en símbolo de la amistad, enlazadas con una cinta, en que se leerá este mote Bascongado Irurac-bat, que significa las tres hacen una». El Irurac-bat pasó a simbolizar la unión política de las tres. Este sentido político del emblema no solo fue visto por los propios, sino que desde fuera también se percibió así. El inglés Richard Ford (1796-1858) escribió: «This federal association is expressed in their national symbol of three hands joined together, with the motto Irurac-bat which is equivalent to the tria juncta in uno of the Bath order of our united kingdoms».

Laurac-bat

El 18 de agosto de 1866 es enviado por la Diputación de Navarra un documento a las otras tres que comienza así: «La historia y la tradición de las provincias Vascongadas y Navarra, su carácter y su fisonomía, sus costumbres y sus creencias, sus sentimientos y sus intereses, son idénticos. Unos mismos son los rasgos de su territorio y uno mismo el aspecto que presenta. El idioma Vascongado que es su lenguaje primitivo y general, se conserva y se conservará perpetuamente en este país…». Lo que permite entender los pasos siguientes de Ramón Ortiz de Zarate que en 1867, entre los meses de febrero a junio, publicará una serie de artículos, bajo el epígrafe Laurac-bat, en los cuales perfila un programa de actuación conjunta de los cuatro territorios, lo que Ortiz de Zarate define como «confraternidad vasco-navarra». El 17 de mayo escribe: «…su escudo y sello constase de cuatro manos unidas y el lema Laurac-bat, en lugar de tres manos y el Irurac-bat de otros tiempos». No podemos saber si esa idea de las cuatro manos unidas fue enteramente suya, pero fue el primero que dejó constancia de ello.

Pedro de Aguerre ‘Axular’ concreta en su obra ‘Gero’, en 1643, los siete territorios vascos que se agrupan en el emblema ‘Zazpiak-bat’.

El 21 de marzo de 1881, el periódico El Noticiero Bilbaíno se hacía eco de la manifestación que en homenaje a Víctor Hugo se había celebrado en París el domingo 27 de febrero, en la que se pudieron ver numerosos estandartes y banderas, en el artículo firmado por Francisco Javier Godo se puede leer: «pero el que más llamó la atención del gran poeta del siglo XIX , el día de su apoteosis, fue el vasco-navarro, como varias veces les (sic) repetía al Sub-Director de La Correspondencia de París, dado a conocer por la profesora Rubio Pobes en su artículo La primera bandera de Euskal-Erria (2004) y que llevaba el siguiente escudo: En el centro el escudo del Laurak-bat sobre fondo oro, cuatro manos de guerreros formando cruz. En cada cuartel una cabeza de reyes moros en recuerdo del Lau-buru… «. Este escudo será todavía usado a principios del siglo XX.

La Sociedad Euskalerria (Bilbao), con motivo de las Fiestas Euskaras de 1882, creará una medalla que se describía en la revista Euskal-Erria: «…cada uno de cuyos cuatro cuarteles está formado por las armas de las provincias hermanas: Bizcaya, Guipúzcoa, Alaba y Navarra. En un pequeño escudete se ven las cuatro manos entrelazadas, símbolo del Lauburu…», único caso donde «las cuatro manos unidas» y los escudos de las «cuatro provincias hermanas» convergen en el mismo emblema. Lo habitual es que apareciesen por separado. Sirva de ejemplo: «La sociedad bilbaína Euskal-Erria adornó sus balcones el día de San Ignacio (1881) con preciosas colgaduras de raso blanco, en cuyo centro se ostentaba el simbólico árbol de Guernica, y en sus cuatro ángulos hermosos escudos de Álava, Guipúzcoa, Vizcaya y Navarra».

Lo que se va a configurar en los años 80-90 del siglo XIX, es un escudo donde van a figurar las armas de Álava, Guipúzcoa, Navarra y Vizcaya. Al constituirse el primer Gobierno de Euzkadi (7 de octubre de 1936) en el decreto de 19 de octubre relativo a los emblemas decía en su artículo primero: «El emblema del Gobierno de Euzkadi consistirá en un escudo de cuatro cuarteles, circundado de una corona de hojas de roble e integrado, por su orden, por las armas de Araba, Bizkaya, Gipuzkoa y Nabarra, en sus propios colores…». Tras la derrota de 1937 y la posterior dictadura, será recuperado para la vida pública el 2 de noviembre de 1978, cuando el Consejo General Vasco así lo acuerda. Esta composición no ha estado exenta de polémica. Como generalmente se atribuye al nacionalismo vasco la modificación de los escudos, quiero dejar constancia del hecho de que José Múgica (1894-1981) que se convirtió, con la entrada de las tropas facciosas en San Sebastián, en su primer alcalde, en el pleno del día 7 de octubre de 1936 conseguía que se aprobase por la corporación el acuerdo de solicitar a la Diputación de Gipuzkoa la supresión de los cañones del escudo provincial: «4.- Rogar a la Exma. Diputación de Guipúzcoa que acuerde hacer desaparecer del blasón de Guipúzcoa el cuartel de los doce cañones, recuerdo de pasadas discordias que deben olvidarse en la santa hermandad actual de las dos provincias». Por su abierta oposición a la represión franquista fue cesado como alcalde y desterrado por orden de José Mª Arellano, gobernador civil de Gipuzkoa. La supresión definitiva de los cañones no se producirá hasta el 2 de julio de 1979 al ser aprobada en las Juntas Generales la moción que había sido presentada en la primera sesión de las mismas por el juntero José Antonio Ayestaran.

Zazpiak-bat En el año 1643, Pedro de Aguerre Axular en su obra Gero nos concreta qué territorio abarca dicha denominación: «Ceren anhitz moldez eta differentqui minçatcen baitira euscal herrian, Naffarroa garayan, Naffarroa beherean, Çuberoan, Lappurdin, Bizcayan, Guipuzcoan, Alaba-herrian eta bertce anhitz leccutan». La idea estará presente en Larramendi (1690-1766) cuando en su obra sobre los fueros de Gipuzkoa habla de crear la «República de las Provincias Unidas del Pirineo», o en 1836 cuando se publica Études grammaticales sur la langue euskarienne, obra de Antonie d´Abbadie y Joseph-Augustin Chaho, que está dedicada a «zazpi Uskal-Herrietako uskalduner». En el año 1863 ve la luz el mapa de Louis Lucien Bonaparte (1813-1891) que define el territorio vasco y la extensión de los diferentes dialectos del euskara, pero lo más interesante es el texto que acompaña al mapa: «Carte des Sept Provinces Basques, montrant la délimitation actuelle de l´euscara…», el proceso que llevará al nacimiento del lema Zazpiak-bat suma un pilar más.

La Asociación Euskara de Navarra creada el 23 de octubre de 1877, nace con el objeto de velar «por la conservación de la lengua e historia vasco-navarra».

Juan Iturralde y Suit, alma mater del nacimiento de la misma, será el creador del emblema que la va a identificar: «… se halla grabado el roble de Guernica, coronado por la Cruz ó Lau-buru, sosteniendo en el tronco el escudo de Nabarra con corona real, y divisándose en el fondo del cuadro siete montañas, representación de las siete provincias euskaras de uno y otro margen del Bidasoa…» Vemos cómo queda reflejado este concepto de «las siete, una» a través de una representación gráfica por medio de «siete montañas». Como escribió Arturo Campión, en la revista La Avalancha (25 de abril de 1910): «Ella (Asociación Euskara), modernamente, fue la primera que proclamó el dogma de la fraternidad euskariana, substituyendo el raquítico Irurak-bat, no con el incompleto Laurak-bat, sino con el lema definitivo de Zazpirak-bat».

En 1892 con motivo de las Grandes Fêtes Internationales du Pays Basque, organizadas por la municipalidad de San Juan de Luz y el mecenazgo de Antoine d´Abbadie, aparecerá por primera vez el escudo con las armas de los siete territorios y el lema Zazpiak-bat, siendo reproducido en los carteles y programas de mano que anunciaban el evento y cuyo diseño fue obra de Jean de Jaurgain (1842-1920), historiador y crítico literario.

Colofón

El patriota polaco Karol Libelt en 1844 es el primero en introducir el término intelligentsia para definir a la élite intelectual de las minorías, encargada de formar y educar al pueblo y conseguir así la liberación nacional. En nuestro caso, la segunda mitad del siglo XIX conoció esa intelligentsia vasca que va a sentar las bases de la evolución futura del pueblo vasco en todas sus facetas: políticas, culturales, sociales, etc.

Todo un siglo de diferentes aportes que consolidarán una identidad vasca, que adoptó diferentes emblemas para simbolizar en cada momento su realidad, y en la medida que fue un proceso dinámico dio lugar a que unos desapareciesen para dejar paso a otros que expresaran mejor esa nueva concepción de la propia identidad. En suma, un proceso de construcción nacional que fue configurando unos emblemas que van a perdurar en el tiempo y que hoy en día son los que de una forma visual y gráfica sirven para identificarnos como miembros de esa comunidad nacional: Euzkadi.

La calle que Bilbao arrebató al franquismo

SE CUMPLEN 50 AÑOS DE LA MUERTE DEL COMANDANTE DE GUDARIS AGUIRREBEITIA, A QUIEN EL PNV QUISO TRIBUTARLE UNA VÍA LOCAL.

UN REPORTAJE DE IBAN GORRITI

El comandante Carlos Aguirrebeitia falleció repentinamente en su domicilio el 3 de septiembre de 1964. (Foto: Archivo de Iñaki Anasagasti).
El comandante Carlos Aguirrebeitia falleció repentinamente en su domicilio el 3 de septiembre de 1964. (Foto: Archivo de Iñaki Anasagasti).

EL 3 de septiembre se cumplirán 50 años del fallecimiento de Carlos Aguirrebetia, quien fuera comandante de gudaris y quien, por unos días, tuvo una calle oficiosa a su nombre en el callejero de la villa de Bilbao. Por aquel entonces existía la vía de nombre fascista Comandante Velarde que daba a la Plaza Nueva y, en un acto de clandestinidad, afiliados del PNV, en una operación reivindicada por EGI, la rebautizaron colocando una placa en honor al comandante Aguirrebeitia.

Ocurrió el 1 de enero de 1965. «La revista Gudari se hizo eco del suceso e incluso publicó una fotografía de la acción», subraya el senador Iñaki Anasagasti. Aguirrebeitia era amigo del padre del jeltzale, y el hombre que preparó y dirigió la voladura del monumento erigido en el Arenal de Bilbao al golpista general Mola, el que amenazó con el pasquín «arrasaré Vizcaya, tengo medios sobrados para hacerlo». Carlos Aguirrebeitia fue uno de los jefes de la Resistencia Vasca en el interior. Afiliado al PNV desde muy joven, al iniciarse la guerra en Euskadi se alistó en el Ejército Vasco, partiendo para el frente de Lekeitio en el batallón Mungia, con el grado de teniente. Ascendió a comandante cuando no tenía más que 23 años. «A la cabeza de los batallones Mungia y Larrazabal, intervino brillantemente en las operaciones más sangrientas de la contienda», valoraban en la publicación Alderdi, según se puede consultar en Sabino Arana Fundazioa.

El mismo medio informó en 1964 de que «el día 3 de septiembre falleció repentinamente en su domicilio de Bilbao el comandante de gudaris don Carlos Aguirrebeitia, quien tuvo también una intervención decisiva en la preparación y desarrollo de las huelgas de 1947 y 1951. Por sus cualidades de organizador fue incorporado en 1958 al Bizkai Buru Batzar, y poco después al Euzkadi Buru Ba-tzar», ampliaban.

«Era -aporta Anasagasti- un reducido número de compatriotas el que, por medidas de seguridad, conocía a fondo su doble personalidad de hombre aparentemente apacible, dedicado exclusivamente a sus negocios y familia, tras la cual ocultaba la verdadera personalidad de activo Jefe de la Resistencia Vasca». A juicio del senador, Aguirrebeitia pertenecía, por su edad, a aquella generación de hombres jóvenes del 36, «y no de jóvenes a secas, que con concepto de responsabilidad y disciplina, obedeciendo órdenes de sus burukides, dejaron a un lado en el momento preciso las comodidades y conveniencia personal para lanzarse a defender Euzkadi en las trincheras, escribiendo con su sangre y heroísmo la página más concluyente de la historia de Euzkadi, la que logró alcanzar, bajo los postulados del PNV, las angulares piedras de un Gobierno y un Ejército propio reconocido por todos», observa.

Anasagasti recordó la acción antifascista de EGI cuando en un rastro vio que se vendía la placa original de la calle que enaltecía al fascista Comandante Velarde. Desde el Ayuntamiento de la villa capitalina confirman a DEIA que, en 1980, el Consistorio procedió a eliminar el nombre de las calles que se habían rebautizado por orden dictatorial el 23 de noviembre de 1940.

«En 1983, se quitaron algunas de las placas que quedaron, y una de ellas fue la de Comandante Velarde. Hoy esa calle lleva el nombre de Mitxel Labegerie», corroboran desde el Consistorio. Mitxel Labegerie murió precisamente en 1980, el 28 de julio, y está considerado como «el padre de la nueva canción vasca», así como «el primer diputado nacionalista de la Asamblea francesa». Nació en Uztaritze el 4 de marzo de 1921.

ACCIÓN DE LA RESISTENCIA Entre el cambio de nombre oficial de Comandante Velarde a Mitxel Labegerie, un día se llamó tras la citada matxinada Comandante Aguirrebeitia, como quedó publicado en la revista Gudari, editada en Caracas, Venezuela, bajo el titular «En homenaje al Comandante Aguirrebeitia, la Resistencia cambió el nombre a una calle de Bilbao». Ocurrió el primero de enero de 1965, como «sencillo pero emotivo acto de homenaje a la memoria del que, en vida, fue valeroso Jefe de la Resistencia Vasca, Comandante Aguirrebeitia», quedó impreso.

Para la elección del lugar -apuntaba la publicación-, se estableció previamente contacto con la Sección de Estadística del Ayuntamiento de Bilbao, cuyos funcionarios, conscientes de su misión al servicio del pueblo de quien dependen, prestaron las máximas facilidades y actuaron con diligencia, señalando que la calle más indicada a tal fin era la denominada hasta el momento calle del Comandante Velarde, personaje este totalmente desconocido en la villa y desligado en episodios históricos de Bilbao y Euskadi.

La placa con el nombre del Comandante Aguirrebeitia fue colocada a primera hora de la madrugada en presencia de representantes de EGI, PNV y Euzko-Gudarostea. A mediodía hubo misa en San Antón en euskera. Al acabar se fue a la Calle del Comandante Aguirrebeitia (transversal de la Calle Correo), desfilando en silencio ante la placa que le da nombre.

«Al siguiente día la placa continuaba puesta, y ya con las primeras luces, nuestros fotógrafos hicieron unas instantáneas, para la historia», escribían en Gudari. La noticia se extendió por todo Bilbao «hasta llegar a conocimiento de La Falange, que exigió al Ayuntamiento de la capital vizcaina que fuera inmediatamente retirada».

Guadalajara, la tierra de los Arrazola

Unos 170 titulares de este apellido, entre ellos varias decenas de guipuzcoanos y belgas, se reunieron en la villa alcarriense de Checa; Arrazola es el apellido más extendido en este pueblo al que fue un vecino de Oñati hace 492 años.

Un reportaje de Mikel Mujika.

Encuentro de los Arrazola de la región belga de Flandes con los de Checa, en 1999. (Foto: DEIA)
Encuentro de los Arrazola de la región belga de Flandes con los de Checa, en 1999. (Foto: DEIA)

EN un lugar de La Mancha…, un guipuzcoano apellidado Arrazola oyó hablar hace poco más de un año de una pensión con este mismo nombre. Y se preguntó el por qué. Sucedió en una pequeña localidad de Cuenca, Beteta, muy próxima a la provincia de Guadalajara. A José Mari, donostiarra afincado en Pasaia, le picó la curiosidad. Activó sus armas y se puso a tirar del hilo. El mismo hilo del que ya estaban tirando algunos, como Joseramon Arrazola, un vecino de Oñati que lleva quince años estudiando el origen de los Arrazolas en Guadalajara, la segunda provincia del Estado español, tras Gipuzkoa, donde más extendido está este apellido originario de Gipuzkoa.

Se da la circunstancia de que en esta región de Castilla La Mancha hay más Arrazolas que en todo Bizkaia y Araba juntos. Así lo indica el padrón. Sus pesquisas llevaron a Joseramon a un pequeño pueblo alcarrense, Checa, en la provincia de Guadalajara, tierra de los Arrazola.

Era cuestión de tiempo que Joseramon y José Mari coincidieran y se pusieran a trabajar juntos.

Este último es precisamente el impulsor del encuentro que este fin de semana llevan a cabo en Checa unas 170 personas que lucen este apellido. Allí está también Joseramon. En total han viajado decenas de Arrazolas de Gipuzkoa; también de la región belga de Flandes, así como de otros tantos puntos de la geografía española, desperdigados sobre todo entre Madrid, Zaragoza, Barcelona, Valencia y Tarragona, después del declive vivido a finales del siglo XIX en el pueblo guadalajareño de Checa, en otros tiempos convertido en un pujante núcleo económico creado en torno a la extracción del hierro y las ferrerías.

un presidente del gobierno Arrazola es allí el apellido más extendido. Así se apellidaba el personaje más ilustre de esta villa, Lorenzo Arrazola, nacido el 10 de agosto de 1873 en una familia humilde y criado por un tío materno. Este Arrazola, político, abogado y catedrático de universidad, se convirtió en toda una eminencia en tiempos de Isabel II. Fue presidente del Gobierno, en seis ocasiones ministro de Gracia y Justicia, presidente de la Real Academia de Legislación y Jurisprudencia, presidente del Consejo de Ministros de España y también del Tribunal Supremo.

En Oñati, Joseramon llevaba años preguntándose si aquel gran jurista y político de la historia española tenía RH negativo. ¿Cómo habría adquirido un apellido tan de Oñati? Hasta que descubrió que era de los Arrazola de Checa de toda la vida. La pregunta surgió sola. ¿Cómo llegó allí este apellido?

La historia se remonta al siglo XVI. Concretamente a 1.522, cuando un vecino de Oñati, Sancho Arrazola, se subió a un carro con su mujer y puso rumbo a Castilla La Mancha, donde creó una ferrería. A él le siguieron otros muchos vascos que fueron a trabajar el hierro.

La Ferrería de Sancho Arrazola duró hasta la Revolución Industrial y se quedó fuera del mercado al quedar lejos de la vía del tren. Así comenzó el declive de Checa. Al pueblo llegó la miseria, la gente se fue a las capitales; sobre todo Zaragoza, Madrid y Barcelona; otros a América. En la actualidad la villa cuenta con poco más de 300 habitantes censados. Sin embargo, el pueblo recobra en verano parte del esplendor que tuvo y reúne a 3.000 personas.

2016, cita en oñati Según explica José Mari Arrazola, «Checa tiene mucho tirón. Es un lugar precioso. El Tajo nace allí. Es un paraje maravilloso lleno de montañas, bosques y ríos». Ya lo conocía de antes. Cuando oyó hablar de los Arrazola de Checa, que eran multitud, no pudo controlar su impulso y se puso a buscarlos. No le iba a costar mucho.

Se puso en contacto con el alcalde y resulta que su propia esposa es una Arrazola; el primer edil acogió encantado la idea de este encuentro; también el presidente de la asociación cultural San Bartolomé, otro Arrazola. En la guía de teléfonos, los Arrazola son mayoría también.

Los actos centrales tuvieron lugar ayer, con mesas redondas y charlas en torno a los orígenes, historia y distribución del apellido, así como otras actividades que solo se perderán los Arrazola de Colombia, «que este año no han podido venir, pero esperamos poder contar con ellos en la próxima cita», explica José Mari.

La expedición guipuzcoana trasladó al pueblo de Checa una «cariñosísima carta del alcalde de Oñati, invitando a los presentes a conocer sus lugares de origen, en una nueva concentración en Oñati en 2016».

Los vascos se ven en el mapa

El ‘Civitates Orbis Terrarum’ recogió en 1572 las primeras imágenes cartográficas de enclaves de Euskal Herria.

Un reportaje de Marian Álvarez.

Imagen de Bilbao recogida en el 'Civitates Orbis Terrarum' realizado por Franz Hogenberg a partir de un dibujo original de Johannes Muflin.
Imagen de Bilbao recogida en el ‘Civitates Orbis Terrarum’ realizado por Franz Hogenberg a partir de un dibujo original de Johannes Muflin.

El Museo Guggenheim Bilbao, el festival de cine de San Sebastián y el de jazz en Vitoria-Gasteiz, la cocina vasca… son sólo algunos ejemplos de lugares, acontecimientos o realizaciones a los que comúnmente se asocia la expresión poner en el mapa, queriendo indicar con ello la relevancia y repercusión a nivel internacional que alcanzan y su contribución a divulgar a los cuatro vientos quiénes somos y dónde estamos los vascos. Y, sin ningún género de dudas, podemos afirmar que efectivamente así es. Su excelencia es la mejor tarjeta de visita que podemos emplear, pero no conviene olvidar que ésta no es sino una tarjeta renovada, modernizada, para un espacio, Euskal Herria, presente desde antiguo en los mapas del mundo. Y mostrar aquella presencia es, precisamente, el objeto de este artículo.

Hace ahora 442 años, en 1572, en la ciudad alemana de Colonia, ve la luz la obra titulada Civitates Orbis Terrarum, primer volumen de una serie de seis, aparecidos sucesivamente en 1575, 1581, 1588, 1598 y 1617, que conformaron lo que cabe calificar como el primer gran atlas de las ciudades del mundo y al que la Editorial Taschen, en una moderna reedición, no duda en publicitar como el Google Earth del año 1600.

Este gran proyecto editorial nace de la mano de Georg Braun (1541-1622), canónigo de la catedral de Colonia, y de Franz Hogenberg (1535-1590), correspondiendo al primero la recopilación de datos geográficos y estadísticos para la redacción de los textos y la promoción editorial de la obra; y al segundo la responsabilidad de grabar la mayoría de las representaciones, vistas y plantas de ciudades que un numeroso plantel de pintores y dibujantes, a modo de corresponsales, realizaban sobre el terreno. El resultado fue una notabilísima colección compuesta por 363 planchas, grabadas con una o dos imágenes, alcanzando el conjunto un número superior a 500 representaciones de ciudades de todo el mundo, en su mayoría europeas, aunque contando también con una importante presencia de localidades de Oriente Medio, África, las costas del Índico y Latinoamérica.

Las imágenes publicadas respondían en general a dos diferentes modelos de representación, las plantas o vistas cenitales y las vistas de pájaro, una suerte de visión aérea que mostraba la ciudad desde un lugar elevado y reconocible, próximo a la urbe, siendo indudablemente estas últimas las que mayor éxito cosecharon entre el público dada su fácil lectura y comprensión. Precisamente para acrecentar su popularidad las vistas se presentaban adornadas con orlas y escenas de carácter costumbrista, con tipos y personajes que recreaban ambientes e indumentos característicos, proporcionando al lector informaciones adicionales sobre lugares que podía visitar y conocer sin salir de casa.

Finalidad militar

No era, sin embargo, la curiosidad científica renacentista la razón única de estas publicaciones. En un momento de continuas tensiones entre los grandes Estados en su lucha por el dominio del mundo, los atlas constituían una magnifica fuente para el conocimiento del territorio, que podían emplearse como herramienta para el diseño de estrategias en campañas militares. En relación con esa posible utilización militar, es el propio autor del Civitates, Georg Braun, quien en la introducción de la obra explica que el propósito de las escenas costumbristas a que aludíamos más arriba, no era otro que el de impedir que los turcos, en su avance por Europa, pudiesen valerse de las informaciones sobre la forma y estructura de las ciudades que las vistas proporcionaban, y ello porque como musulmanes les estaba vedado tanto la representación como el uso de dibujos con figuras humanas.

Las vistas del Civitates se acompañaban de textos en latín que describían aspectos históricos, sociales y económicos de las ciudades, redactados en tono ciertamente elogioso, puesto que, conviene no olvidar, la finalidad primera de la obra era la comercial y convenía, por tanto, estimular a la posible clientela. Su éxito fue enorme, reimprimiéndose y reeditándose en numerosas ocasiones, no sólo en la versión latina, sino también en francés y alemán, lenguas más accesibles a la pujante burguesía mercantil de la época. Sus vistas se convirtieron en arquetipos, imágenes copiadas con ligeras variaciones y reutilizadas en publicaciones posteriores, hasta bien entrado el siglo XVIII.

En este gran mapa de las ciudades del mundo del siglo XVI, el País de los Vascos ya tenía su lugar. Eran tres, concretamente, las imágenes de nuestra tierra allí reproducidas, dos de ellas (Bilbao y Donostia) en cierta medida lógicas y más sorprendente la tercera, centrada en una vista del túnel de San Adrián. Todas ellas se convertirán en estereotipo mil veces repetido, pero también en referente ineludible para cualquier estudio relacionado con la fisonomía y el aspecto de las urbes, en tanto en cuanto ellas son las primeras imágenes impresas de nuestro territorio de que tenemos noticia.

Donostia, sin el Urumea

La vista de San Sebastián aparece publicada en el tomo primero del Civitates, compartiendo la plancha con una vista de la ciudad de Burgos. Tomada desde el cerro de San Bartolomé, donde, a mano izquierda, se sitúa la figura martirizada del santo que da nombre a la ciudad, la panorámica fue dibujada por Joris Hoefnagle, ofreciendo una bella imagen de las bahías de La Concha y la Zurriola, con la ciudad amurallada al cobijo del monte Urgull y algunos detalles que nos hablan de su dedicación comercial y marinera: naos en construcción, mástiles en el puerto, lancha de pesca… Si bien, a rasgos generales, la morfología de la villa resulta correcta, son evidentes algunos errores en la representación (el más notorio, sin duda, la ausencia del río Urumea) y en el texto que la acompaña. En él se dan datos ciertos, que hablan de su gran pujanza mercantil (frecuentado por gran número de mercaderes germanos, aunque sobre todo cántabros, que allá transportan diversos géneros de mercancías y de allí las exportan a otras partes del mundo), combinados con otros más cuestionables, relativos a la absoluta seguridad de su puerto (muy espacioso, en el que las naves obtienen refugio seguro y resguardadísimo de las enfurecidas olas y del soplo inclemente de los vientos) o a la riqueza agrícola de su entorno (un campo rico en vino, trigo y lana), debidos quizás a la inexactitud de las fuentes empleadas o a la confusión con lugares más o menos próximos (podría ser el caso de, este sí, seguro puerto de Pasajes) que, desde la distancia y para un no iniciado, pueden acabar siendo lo mismo.

La villa de Bilbao, grabada por Hogenberg a partir de un dibujo original de Johannes Muflin, se ofrece a la vista tomada desde el alto de Mirivilla y fechada en el año 1544, si bien su publicación no tendrá lugar hasta 1575, formando parte del volumen segundo del Civitates. La imagen presenta una perspectiva que alcanza todo el curso de la ría hasta la desembocadura, mostrándonos a ésta como la gran arteria vital de la villa, surcada por embarcaciones de alto porte que testimonian su carácter eminentemente comercial, como bien se describe en el texto que la acompaña: Por aquí pues, por lo común, suele importarse cualquier cosa que Inglaterra, o Bélgica o Galia manda. Y cuanto España con otros comunica, por aquí mismo suele exportarse. Entre las demás cosas que son transportadas está la lana (…) cada año se cargan cincuenta naves, en las cuales confirman que son transportadas cincuenta mil sacos y más. Puerto, pues, de salida de la lana castellana, embarcada en navíos construidos también en el territorio, Bilbao es todavía el pequeño núcleo de las siete calles, rodeado por las anteiglesias de Abando, Begoña y Deusto, terrenos de huertas y caserías dispersas a las que Braun describe, como ya lo hiciera en Donostia, como un paraíso agrícola y ganadero, rico en grano, vinos, frutas y carnes. Muestra, en cambio, su sorpresa, y no será ni la primera ni la última vez a lo largo de la historia, por el aspecto de las jóvenes vascongadas que avanzan con la cabeza alta y desnuda, y con el pelo cortado y sin embargo, no sin elegancia. Aquí es costumbre que las doncellas antes de casarse no cultiven ni cubran sus cabellos.

Tipos, trajes y tocados

Quizás fuera esta singularidad del peinado y tocado de las mujeres vascas la que despertó la curiosidad y el interés de los autores y la que explicaría la tercera estampa que en el Civitates se nos dedica, una anomalía para la obra, ya que no se trata de la vista de una ciudad, sino de una colorista galería de tipos femeninos que enmarcan un paraje natural de nuestra geografía, la Sierra de San Adrián. Publicada en 1598 en el quinto tomo de la obra, responde también a un dibujo de Joris Hoefnagle fechado en el año de 1567. La imagen central de la estampa, el túnel de San Adrián, situado entre las sierras de Aizkorri y Altzania y enlace entre el Goierri guipuzcoano y tierras de Araba, nos acerca a un camino que, desde época romana y hasta entrado el siglo XIX, fue la vía de comunicación entre Francia y Castilla, lugar de tránsito de reyes y ejércitos, bandoleros y prófugos, peregrinos en ruta a Santiago y, por supuesto, naturales de la zona. Es este trajinar de viandantes lo que sirve de excusa al autor para deleitarnos con una extraordinaria panorámica de costumbres sociales y civiles, de tipos, trajes, tocados, armas y enseres varios, representativos de un marco geográfico que va de Gasteiz a Baiona, que, por sí sola, merecería un artículo completo en esta sección. Será en otra ocasión. Este ha sido el momento de divulgar, recordar y valorar, una vez más, nuestra presencia en la historia, a través si se quiere de un hecho menor pero que en su día constituyó el gran proyecto editorial del siglo XVI. Y allí también estuvimos presentes.