Matar en Urbasa: el derecho a la verdad no prescribe

El libro ‘¿Qué hicimos aquí con el 36?’ es una cita con la memoria: la de las víctimas y, también, la de los victimarios

Un reportaje de Balbino García de Albizu Jiménez

Homenaje en septiembre de 2012 a los civiles amescoanos represaliados. Foto: Javier Cantera
Homenaje en septiembre de 2012 a los civiles amescoanos represaliados. Foto: Javier Cantera

Ala pregunta que titula el libro ¿Qué hicimos aquí con el 36? cabe responder que, con el 36, hicimos de Urbasa un matadero para ocultar el asesinato de civiles no armados, no combatientes, lejos del frente y, únicamente, por sus ideas. Y la pregunta es procedente porque no tuvieron que venir de fuera para esta tarea. Aquí, en ayuntamientos, concejos, sacristías y cuartelillos, se decidió a quiénes, cuándo y cuánto se les hacía pagar por no ser afectos. Aquí se aplicó la pena y con recursos propios.

No hay que ocultar los hechos, ni las causas, ni las consecuencias. El derecho, individual y colectivo a conocer la verdad no prescribe. Sólo conociéndola se puede evitar la repetición de hechos similares. Placas, diplomas, homenajes… son más baratos y vistosos, pero no suplen a la verdad. Porque la Memoria Histórica o empieza por esclarecer los hechos o no es nada. Conocer lo ocurrido es higiene mental y ética y a nadie ha hecho daño nunca, como el agua y el jabón, salvo a quienes aman la mugre.

Atractivo para el asesinato Desde que se inició el Alzamiento comenzó la represión sobre los no adictos, con muchas variantes, de las que también me ocupo en el libro, y empezaron lo que, más tarde e impropiamente, se llamaron fusilamientos. En Urbasa no los hubo. Todo fueron disparos, uno o dos máximo, de arma corta en el cráneo, hechos a poca distancia.

Un asesinato es un homicidio con agravantes y Urbasa era un lugar propicio para todos los agravantes. Premeditación, alevosía, superioridad armada, discriminación ideológica, ensañamiento, impunidad, nocturnidad y despoblado.

Estos crímenes son delitos de terrorismo, en cuanto a los objetivos perseguidos, y delitos de odio, en cuanto a su motivación. Urbasa era un territorio bien conocido solo por quienes desarrollaban allí alguna actividad -ganadera o forestal-. El tránsito de vehículos por las dos carreteras existentes, construidas solo una década antes, era prácticamente nulo en aquel verano.

Pero esas dos carreteras, que discurren próximas a las simas, facilitaron a los asesinos el traslado, hasta el lugar elegido, de las víctimas, cuyos cadáveres fueron arrojados a su interior tras darles muerte. Profundas las dos utilizadas y en forma de campana una, la de El Raso de Urbasa, y de embudo invertido otra, la de El Dos, que solo se empezó a llamar de Otsoportillo, y por error, a partir de 1980.

Se subía de amanecida o ya echada la noche. Y los disparos a esas horas no incitaban a la curiosidad, sino al miedo de quien pudiera estar próximo.

Hubo dos lugares más de asesinato que añadir. Uno, puramente circunstancial, El Haya de los Maestros, y otro excepcional, El Balcón de Ubaba, sobre el Nacedero del Urederra, usado este por gente foránea para acabar con gente igualmente foránea. Y se usó excepcionalmente, porque los cadáveres caían a términos de Baquedano, lo que obligaba al concejo local a retirarlos a su costa.

Represores y víctimas De las desapariciones forzadas de Urbasa, crímenes en cualquier caso, solo hubo víctimas de dos clases, las que padecieron la pérdida en un instante, el tiro en la nuca, y las condenadas a padecer esa pérdida en lo que les quedaba de vida, los suyos, su familia. A unos y otros, los identificamos.

Los represores hicieron su aportación de forma muy variada. Los hubo entre los alcaldes, concejales, párrocos, jefes de línea de la Guardia Civil, juntas locales carlistas o falangistas, facilitadores de recursos y vehículos (imprescindibles en este caso), grupos de irregulares adictos, vecinos denunciantes. Un día determinado y por alguna circunstancia difícil de precisar, previo aviso y autorización de la autoridad militar local, se pasaba el recado y un grupo de adictos, también local, acababa con la vida de la víctima.

El objetivo no es saber quién apretó el gatillo, sino que hubo voluntades locales que decidieron, colaboraron, aceptaron y consintieron cada uno de estos crímenes. Y hay una responsabilidad retroactiva, porque la historia no se puede cambiar, pero sí se puede y se debe ser crítico con lo ocurrido y condenarlo.

Hubo víctimas de todos los colores políticos (ugetistas, socialistas, nacionalistas, Izquierda Republicana, apolíticos, comunistas, anarquistas). Incluimos a nacidos en ocho comunidades autónomas y catorce provincias, pero residentes en Navarra en su mayoría. Entre 19 y 59 años de edad. Obreros, ferroviarios, labradores, ingenieros, gerentes, rentistas, oficiales de la Guardia Civil, etc. Ningún analfabeto, pero sí cinco maestros.

El rescate de la verdad Han pasado más de siete años desde que empezamos a desarrollar este proyecto, con la participación activa de los ayuntamientos amescoanos. En total, cerca de 150 personas han hecho aportaciones al mismo. Partimos del libro de Marino Ayerra Redín, No me avergoncé del Evangelio (Argentina, 1958). De los materiales de encuesta de José María Jimeno Jurío, maestro y amigo, y de sus informes sobre las simas, personales de la que encontró abierta y obtenidos de los espeleólogos estelleses sobre el resto. De los apuntes de Luciano Lapuente, estudioso y amigo. Y de las informaciones de Eugenio Roa, espeleólogo y amigo, sobre su descenso a la sima de El Raso, en los años cincuenta. Las encuestas hechas a familiares-hijos, nietos, sobrinos y vecinos (unas ochenta personas en total). Los numerosos expedientes instruidos por los alzados que hemos podido consultar, especialmente en el Archivo Real y General de Navarra. En ellos, el represor, preñado de fundamentalismo, señala a los no afectos, con sus informes y sus conclusiones. Establece la represión a aplicar a las víctimas, en escritos, con fecha y firma. Hemos logrado así altas cotas de objetividad dándoles voz, identidad y oportunidad de condenarse a sí mismos con esas afirmaciones que dejan bien probada la inconsistencia de las denuncias y la conducta criminal practicada. Todo ello en documentación, cuyas referencias archivísticas citamos y que es accesible al público.

Y hay que añadir, aunque es obvio, que los autores de estos delitos no fueron juzgados nunca por ellos, no cumplieron pena alguna por haberlos cometido, no resarcieron a las víctimas de los daños producidos, no reconocieron el dolor causado, no mostraron arrepentimiento público, ni pidieron perdón.

Y a los expedientes de Incautaciones, Responsabilidades Políticas y Depuración de Funcionarios se unieron los de Presunciones de Muerte, en los que no se decía que las víctimas habían sido asesinadas, sino “muertas en la lucha nacional contra el marxismo”, circunstancia que los Jueces de Instrucción exigían fuera avalada por los testigos firmantes.

Los objetivos logrados Hemos publicado un libro riguroso y documentado, que contribuye a esclarecer lo ocurrido en Urbasa y en los valles amescoanos. Y lo hacemos, hasta donde ha sido posible, caso por caso, con nombres, apellidos y fechas, víctimas y victimarios, lugares y circunstancias, causas y consecuencias. Creemos haber identificado a la gran mayoría de los asesinados en Urbasa y su localización. Y descrito el desarrollo y resultados de nuestro proyecto.

Esto, reitero, sin subvención alguna del Gobierno de Navarra, ni saliente, ni entrante. Y sin que, en los siete años de tarea que llevamos, ningún partícipe en el proyecto haya sido remunerado.

Hemos demostrado que ese derecho imprescriptible a la verdad puede y debe ser satisfecho desde el poder público. Y que los archivos, los accesibles y los que quedan por abrir, pueden dar mucho de sí.

Hemos denunciado que la Ley llamada de Memoria Histórica de 2007 nació con carencias graves y que, como en todas, basta para incumplirla con no dotarla de presupuestos. Con o sin excusas. Y que el problema no son las leyes, sino la voluntad política de cumplirlas. Con la demostrada hasta el presente, nuestros muertos están próximos a ser considerados obsoletos. Hemos aclarado que, gestos aparte, en lo relativo a Urbasa, tras las encuestas de Jimeno Jurío de 1977-1978, no se había avanzado en absoluto. Y que solo el que sacudiéramos el arbolico con nuestro proyecto de 2010 ha propiciado avances sólidos y objetivos.

Pero resultamos incómodos para algunos. Por haber hecho, y con resultados muy positivos, lo que los poderes públicos no han asumido nunca. Porque a algunos, que no se cansan de vocear eso de Verdad, Justicia y Reparación, les da pereza ponerse a buscar la Verdad, porque la investigación histórica es muy laboriosa, costosa, a veces muy indiscreta y, siempre, muy poco fotogénica.

Porque hemos procurado no acoger en nuestro proyecto ni en nuestros actos, a los que tratan de obtener, de la Memoria Histórica, réditos políticos, mediáticos, económicos o curriculares. No hemos hecho el trabajo para ellos, sino para las víctimas y para los interesados en saber lo ocurrido.

Porque hemos dejado al descubierto algunos errores y falsedades, deliberados y consentidos, tendentes a adjudicar a las víctimas ideologías, afinidades, incluso orígenes, que no tuvieron. En definitiva, a reinventar la historia.

Y, como resulta difícil cuestionar el proyecto y el libro, hay quien ha optado por rodearlo de un biombo de silencio, para que no se visibilicen uno y otro. Luego derramarán lágrimas de cocodrilo por “esos muertos que siguen anónimos en las cunetas”, mientras dificultan que las noticias que damos sobre lo ocurrido y que podrían orientar a sus familiares en la búsqueda, tengan divulgación. Pero cada uno se muestra como es, en sus palabras y en sus silencios.

El periodista jeltzale del exilio

Se cumplen 110 años del nacimiento en Galdakao y 55 años del fallecimiento en Venezuela de Genaro Egileor Arostegi, un hombre que formó parte del gabinete de comunicación del lehendakari José Antonio Aguirre

Un reportaje de Iban Gorriti

Recorte de prensa sobre el funeral de Egileor. Foto: DEIA
Recorte de prensa sobre el funeral de Egileor. Foto: DEIA

la guerra del 36 en Euskadi tuvo insignes periodistas que trataron de sacar a la luz las sombras de la llegada de los sublevados contra la Segunda República que desembocaría en franquistas y sus aliados internacionales. Como la importante labor llevada a cabo por Esteban Urkiaga Lauaxeta o Cecilia G. de Guilarte, así como la de muchos otros escritores de la época, merece la atención el trabajo de ciencias de la información y el periplo vital de Genaro Egileor (Galdakao, 1908).

Diversas investigaciones le sitúan como una figura a poner en valor también en la actualidad, 110 años después de su nacimiento en Galdakao y 55 después de su fallecimiento en San Juan de los Morros, Venezuela a los precisamente 55 años. Todo ello después de 24 años de exilio, prácticamente la mitad de su vida. Y ahí está su posible mejor denominación: periodista jeltzale del exilio.

Así, el investigador de Kortezubi Gregorio Arrien le define en uno de sus impagables trabajos como notable. “Genaro Egileor, por su parte, era un notable escritor y periodista, que tras la Guerra Civil se exilió primero en Francia y después en Venezuela, donde murió en 1963. Él, junto a Monika Lekunberri, fueron los principales promotores de la conocida asociación cultural Euzkerearen Adiskideak y promotores también de la ikastola del municipio”, tal y como relata Arrien.

Hecha esa introductoria radiografía del galdakoztarra, gracias a Merche Acillona se conoce mejor la trayectoria vital de Genaro Egileor Arostegi. En un trabajo de la profesora de Filología Hispánica de la Universidad de Deusto nos ilustramos con que nació en el seno de una familia euskaldun y originaria de la localidad vizcaina, que está próxima a Bilbao. Hijo de Domingo y Martina, tuvo un total de siete hermanos. “Domingo fue un gudari destacado por su actitud heroica y tenaz al que fusilaría el ejército franquista al negarse a abjurar de sus principios abertzales. El Ayuntamiento de Galdakao le ha recordado y reconocido como vecino predilecto poniendo su nombre a una destacada calle del pueblo, la calle Txomin Egileor”, destaca Acillona.

La guerra internacional del 36 en el Estado español, tras el golpe militar de los sublevados, coge a Egileor en Donostia en unos cursos sobre lenguas minoritarias. Desde allí escribiría sus primeras crónicas, siempre bajo el sobrenombre de Atxerre. “Así será conocido entre sus compañeros de partido entre los que se encuentra el propio lehendakari Aguirre”, subraya Acillona.

Labor en prensa

Para entonces, ya de joven se comprometió con el PNV y con el sindicato ELA. Había escrito en La Tarde. Defensor de las repúblicas, hasta la caída de Bilbao, participó en la elaboración del diario Lan Deya, órgano de prensa de ELA, que celebró su primer ejemplar el 30 de diciembre de 1933, durante la Segunda República. En febrero de 1937, transcurrido apenas medio año de guerra, Egileor pasó a ocupar la dirección del citado rotativo.

Aguirre acabará agradeciendo su fidelidad llamando a trabajar a Egileor en su gabinete de prensa con trabajos en prensa y radio. En la salida del Gobierno vasco a Catalunya, Atxerre viaja junto al presidente vasco. De hecho, reside en Barcelona hasta enero de 1939. La Delegación vasca con la entrada de los franquistas debió partir hacia Francia.

Entre 1936 y 1940 se editaba en Francia el boletín de información Euzko Deya. Escrito en francés, se publicaba en París. El mismo boletín se imprimió en Londres en 1938, en Buenos Aires en mayo de 1939 y en México ya sobre el año 1943. Egileor colaboró en Euzko Enda junto a Barandiaran, en la columna titulada ‘Los vascos en América’, “siendo muy crítico con la colonización española”, según valora Acillona.

El 30 de diciembre de 1939 colaboraba en Euzko Deya de Buenos Aires. El 5 de octubre de 1942 Agirre visitó por primera vez el Centro Vasco de Caracas y Egileor vivió así un primer encuentro con el lehendakari. Este centro fue un hervidero social, político y cultural, donde se creó la primera emisora de Radio Euzkadi. Allí retomó sus anteriores trabajos en la radiocomunicación. “En un ambiente crispado y tras reiteradas alusiones personales a su cargo en la revista Euzkadi y a sus intervenciones radiofónicas, cesó en la dirección, siendo sustituido por Martin de Ugalde”, mantiene la docente.

Retorno a Euskadi

Con todo, en el verano de 1942, había salido Euzkadi, el órgano divulgativo del Centro Vasco de Caracas y fue dirigido por Juan Iturbe (1942), José María Barrenechea (1942), Blas Garate (1943-1945), Eusebio Barriola (1945-1946), José Estornés Lasa (1946), José María Bengoa (1947-1948), Genaro Egileor (1949) y Martín de Ugalde (1949- 1950). A partir de entonces, decidió dedicarse a la familia y los negocios cárnicos y ganaderos que poseía en Venezuela. Contrajo matrimonio en 1957 con Concha de Partearroyo, de familia bilbaína. Tuvieron una hija: Begoña Chiquinquirá.

Trató de retornar a Euskadi y rechazó al mismo tiempo la participación activa en política. Con viajes a Canarias y Bilbao, preparó una vivienda en la capital vizcaina para residir de forma definitiva. Sin embargo, no pudo ser. Un primer infarto en Venezuela le dejó tocado de salud y un segundo le despidió de los suyos y de Euskadi. Falleció en San Juan de los Morros en febrero de 1963. Tenía solo 55 años y había vivido la mitad en el exilio.

Su funeral se celebró al otro lado del Atlántico en una tierra, la venezolana, que además de recibirle con los brazos abiertos en su exilio, le despidió con aprecio, como dan fe las crónicas de la época, a un amante de Euskadi y a un buen comunicador.

Vistas antiguas de las ciudades vascas

Bilbao y Donostia fueron las primeras ciudades vascas que aparecieron impresas en el ‘Civitates Orbis Terrarum’, que comenzó a elaborar en 1572 el canónigo de la catedral de Colonia George Braun, en sintonía con Abraham Ortelius

Un reportaje de Jabier Aspuru

Bilbao. Joseph Antonio de Rementería, 1737.
Bilbao. Joseph Antonio de Rementería, 1737.

LA representación de nuestras ciudades o territorios ha sido una necesidad desde tiempos antiguos. La motivación ha sido diferente pero el objetivo ha sido mostrar una visión de nuestro entorno. Las ciudades guardan en su memoria colectiva sus iconos o estampas más representativas y antiguas. Durante el siglo XV y XVI, con la aparición de la imprenta y la cartografía moderna, se extendió la costumbre de dibujar imágenes con vistas de las ciudades más importantes. En un principio eran genéricas o idealizadas, es decir, iconos que podían representar a cualquier ciudad. Después, pasaron a ser vistas “reales”, es decir, con elementos identificativos de la ciudad. Hasta la aparición de la fotografía, todo se fiaba a la destreza e interpretación del dibujante o pintor. Fue en la Crónica de Nuremberg de 1493, un texto de contenido eminentemente religioso, donde aparecieron las primeras vistas de ciudades con un gran grado identificativo; espectaculares y muy reconocibles son las ciudades de Jerusalén, Constantinopla o Roma, entre otras. El primer gran proyecto editorial y estructurado sobre vistas de ciudades corresponde al Civitates Orbis Terrarum. Lo elabora entre 1572 y 1617 Georges Braun, canónigo de la catedral de Colonia, aunque en sintonía con Abraham Ortelius que, a su vez, elabora en Amberes su visión del mundo a través de su Atlas Teatrum Orbis Terrarum.

Si nos circunscribimos al ámbito territorial vasco la incidencia de este gran movimiento ha sido diversa y distinta dependiendo de las ciudades. Son Bilbao y Donostia las dos ciudades vascas que aparecen impresas en el Civitates. Espectacular, precisa y muy descriptiva es la vista de Bilbao que aparece en la segunda edición, en 1575. La vista recoge prácticamente todos los elementos distintivos de la ciudad en su cartela con rotulados añadidos y que perduraron hasta el siglo XIX, en el que las destructivas guerras carlistas y el abordaje de Abando con la irrupción del ferrocarril transformaron la ciudad. Esta vista de 1544 tiene la particularidad de que es anterior a la elaboración y diseño de la obra, para la que se dibujaron, por expreso encargo, la gran mayoría de ciudades.

La imagen anónima la dispone Joannes Mofflin, un capellán real flamenco en la corte de Felipe II, que tenía una buena relación con Plantino, el gran productor cartográfico de la ciudad de Amberes. A la vista le acompaña una descripción de la ciudad tomada de la obra de Pedro de Medina. La otra gran joya cartográfica que también describe Bilbao es la que realiza Gabriel Baudwin en 1739 por encargo de la corona británica, un auténtico tres por uno en el que aparece una gráfica descripción de sus principales edificios, el estuario de la Ría y un escrupuloso dibujo de toda la costa vasca muy en la línea de los recientemente descubiertos en el Atlas de Pedro de Texeira de 1634. Para terminar con Bilbao hay una tercera vista de la villa de 1737 correspondiente a Joseph Antonio de Rementeria, síndico de la Villa de Bilbao que perduró prácticamente hasta la llegada de la fotografía. Se trata de un minucioso dibujo con un enfoque más cercano que la imagen del Civitates y de un realismo cuasi fotográfico. No llegó a la imprenta hasta 1910 de la mano de Carmelo de Echegaray, aunque sí fue muy copiada reproducida y versionada durante todo el siglo XIX. Bilbao en su iconografía siempre tuvo más reconocimiento como villa comercial con su Consulado que como enclave militar.

Donostia, en 1572 La ciudad de Donostia aparece en la primera edición del Civitates, en 1572, en lo que es la primera vista impresa de una ciudad vasca. El dibujo más discreto y con menos precisión que el de Bilbao lo realiza expresamente para la obra Joris Hoefnagel en 1567 y se publica compartiendo página con la ciudad de Burgos. En la vista aparece la ciudad amurallada y fortificada intramuros muy en la línea de la mayoría de las ciudades medievales europeas con las iglesias de Santa María y San Vicente. También se observa el casco de un barco en construcción, testimonio de la existencia de astilleros en la villa. Aparece el marco natural de la bahía de la Concha y la isla de Santa Clara junto a las murallas de Urgull; en la ensenada de la Zurriola no hay rastros de los meandros arenosos del Urumea. Aun así, de Donostia existen vistas anteriores que no llegaron a la imprenta pero que dan una buena imagen de la ciudad. Se ha conservado una vista de 1540 del códice de Francisco d’Ollanda, que se encuentra en la biblioteca de El Escorial, donde se ve el frente de la muralla con su entramado interior. Más extraña pero no menos descriptiva es una vista anónima de 1552 que se conserva en el archivo de Simancas, con una visión en planta del interior de las murallas junto al puerto muy resguardado del exterior. Aparte de estas vistas la aparición de Donostia en la cartografía debido a su carácter de plaza de defensa fortificada y muy próxima a una zona fronteriza es muy frecuente sobre todo en la avanzada cartografía francesa. A destacar que, en su viaje hacia Donostia en 1567, Hoefnagel se detuvo a dibujar el túnel de San Adrián en una pintoresca e inédita vista del Civitates que apareció en la quinta edición de 1598.

Gipuzkoa (Guipuscoa regionis typus) fue el primer territorio peninsular que apareció en el teatrum de Orthelius en 1578 con un detalle y definición que en el resto de territorios vascos no llegó hasta dos siglos después con los mapas de Tomás Lopez. Merece mención aparte la gran cantidad de imágenes en las que aparece la ciudad de Hondarribia como fortaleza militar y fronteriza y punto de atención de cronistas y viajeros. Su protagonismo en el hecho histórico de la firma del tratado de Paz de los Pirineos en 1659 es recogido en una infinidad de documentos gráficos y punto de atención de numerosos pintores.

Gasteiz no despertó la atención de los grandes proyectos cartográficos a pesar de que Boris Hoegnagel sí debió de pasar por allí en su viaje de Burgos a Donostia. La vista más antigua de Gasteiz corresponde a una interesante historia doméstica. En 1838 el concejal del Ayuntamiento de Vitoria Benito Casas recuperó e hizo una copia de un dibujo anónimo y muy deteriorado que se conservaba en un desván municipal. La datación del dibujo por identificación de elementos del convento de San Antonio y la torre de la iglesia de San Miguel se sitúa entre los años 1623-1661 lo que le da un valor incomparable. La imagen expresa magníficamente la ciudad medieval con sus dos recintos amurallados, uno superior en el Campillo y, otro, en la parte baja con sus casas arropadas por sus edificios más emblemáticos, la catedral de Santa María y las diferentes iglesias, conventos y fortalezas. Aparece también ese gran espacio de convivencia y de urbanidad, que corresponde a lo que hoy sería la plaza de la Virgen Blanca y Plaza Nueva como espacio único.

No obstante el icono identificativo de la ciudad antigua corresponde a un dibujo que el pintor romántico escocés David Roberts realizó en el año 1833 en su viaje al sur de la península y que editó Thomas Roscoe en 1837. En el dibujo hecho a lápiz se muestra una vista de la Plaza Mayor, hoy plaza de la Virgen Blanca, con su actividad de plaza de mercado y oficios y sus personajes con los ropajes de la época. Se observa todo el frontal con los entramados de madera y las balconadas de las viejas casas torre y palacios que estaban a la entrada de la ciudad vieja y donde vivían las familias más poderosas de la ciudad. También el viajero y pintor naturalista Henry Fenn dejó un magnífico dibujo de la plaza de la Virgen Blanca en 1874. La ciudad de Gasteiz tiene una gran riqueza iconografía con motivo de las guerras napoleónicas y carlistas durante el siglo XIX.

El territorio navarro por ser un Reino muy asediado por las monarquías francesa e hispana es territorio de disputa cartográfica. Así son muy espectaculares los mapas de los Alduides del cosmógrafo portugués Pedro de Texeira de 1637 con las fortificaciones de la villa de Burguete y el castillo de Amaiur. Interesante es el mapa de Nicolás Sanson D’Abbeville de Royaume de Navarre en six merindades de 1652 en la que se incluye la merindad de ultrapuertos hoy Nafarroa Behera.

Iruñea es una ciudad con una apabullante representación cartográfica, aunque muy restringida a las diferentes fortificaciones de la ciudadela y las murallas. Recibió la atención del gran cartógrafo francés Nicolas de Fer que levantó un plano de la ciudad en 1719. Abundantes son los planos de la transformación del viejo recinto medieval en un recinto abaluartado que incluía además una importante ciudadela pentagonal, la primera de toda la península y que se inspiró en la de Amberes. Descriptivos y precisos son los planos que en 1726 realiza Jorge Prospero de Verboom para las fortificaciones de Iruñea y que marcan la transformación de la ciudad durante todo el siglo XVIII y que culminó Juan Martín Zermeño en 1576 con un innumerable despiece de preciosos mapas y planos. Curiosos y artísticos son los dibujos representativos de los juramentos de los Reyes de Navarra. Como la imagen de la Virgen, rodeada de ángeles, sobre una casa o palacio torreado, se ve al Papa con sus cardenales y a un rey con su séquito de nobles. Lleva dos escudos de Pamplona y la siguiente leyenda: “Por la leche que mamastes, hijo tres cosas quitad: guerra, hambre y mortandad”, estampa impresa en 1555 en Estella por Adrián de Amberes impresor de la doctrina christiana de Sancho Elso, primer catecismo en euskera, hoy desaparecido, que se imprime en un territorio vasco.

Para los viajeros románticos Iruñea está fuera de ruta en su viaje al centro de la península y es difícil encontrar alguna vista recreativa de la ciudad. Hallamos un par de vistas panorámicas en el año 1820, correspondientes a la obra de Alexander Laborde Voyage pittoresque et historique de l’Espagne en las que el general y pintor francés Louis-Francis Lejeune aporta una par de vistas. La primera representa en primer plano el molino de Caparroso, el río Arga, a la altura de las pasarelas y, en segundo plano, las fortificaciones con los baluartes de Labrit y del Redín, el palacio episcopal y las traseras de la Catedral.

También pasó por Iruñea el excelente pintor y viajero Jenaro Pérez de Villaamil en 1850, que publicó tres hermosas vistas del interior del claustro y refectorio de la catedral.

Las antiguas imágenes y planos de las ciudades y territorios aportan información de nuestra historia, en algunos casos desaparecida, truncada o transformada, información complementaria de la que encontramos en los documentos escritos, la propia selección y realce de una imagen o vista nos traslada a un imaginario que existió siglos atrás y que en algunos casos ha desaparecido.

El mito del embarazo de Juana Josefa Goñi que ha durado 80 años

El médico forense de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, Francisco Etxeberria, confirma a DEIA que la mujer arrojada con sus seis hijos a una sima navarra no estaba encinta

Un reportaje de Iban Gorriti

La sima de Gaztelu donde fueron arrojados la madre de los Sagardía-Goñi y seis de sus hijos. En pequeño un cartel que representa a la mujer embarazada. Foto: Itziar Munárriz
La sima de Gaztelu donde fueron arrojados la madre de los Sagardía-Goñi y seis de sus hijos. En pequeño un cartel que representa a la mujer embarazada. Foto: Itziar Munárriz

UN mito heredado oralmente y en la bibliografía memorialista cae por su propio peso. La mujer que arrojaron a una sima en Gaztelu (Nafarroa) con sus seis hijos no estaba embarazada. Ningún libro, ningún testimonio hasta la fecha lo ha dado a conocer. Sin embargo, 80 años después de aquella tragedia, la Sociedad de Ciencias Aranzadi confirma a DEIA que Juana Josefa Goñi no estaba encinta, tal y como se la representa en dibujos de carteles, otras divulgaciones e, incluso, en la escultura metálica instalada aneja a la sima.

Lo argumenta de forma científica el médico forense de Aranzadi, Francisco Etxeberria, a este diario. “No, no estaba embarazada. No existe ninguna razón para poder decir que hubo un feto en la pelvis de la mujer”, constata ahora tras el informe que se redactó en octubre de 2016 al encontrar los restos óseos de esta madre y sus seis hijos el 30 de agosto de 1936 en el territorio del municipio de Gaztelu.

Etxeberria va más allá en su matización: “El laboratorio también descartó que estuviera embarazada”. Con todo, se desmonta una leyenda que, incluso, la familia mantenía y hacía referencia a un embarazo avanzado “de 7 meses”. “La familia ya sabe que no estaba embarazada porque en el informe de la exhumación y análisis de los restos lo indicamos. De hecho, el libro La Sima, de José María Esparza, que relata este episodio, va a tener una segunda edición dentro de poco en la que también se dará a conocer este detalle, además de otros”, desvela el forense quien agrega que la escultura ubicada en la salida de la cueva ya no es real. “No lo es, porque alude a una mujer embarazada con los niños alrededor. Eso sí, los niños sí coinciden en todo, edades incluidas. El laboratorio así lo ha constatado”, apostilla el científico.

Lo que sigue intacto, ocho décadas después, es que no se sabe quién les asesinó, el cómo y el por qué. Todo son hipótesis. Etxeberria el año pasado declaró que a su juicio llevaron a esta familia muerta al lugar. “Yo creo que les mataron y les trajeron hasta aquí. No me imagino trayéndoles a todos vivos y matándolos para arrojarlos”.

A principios de septiembre de 2016 comenzaron las labores de limpieza del lugar durante una semana, a cargo del grupo de espeleología Satorrak. El lugar es una sima vertical de unos 45 metros, catalogada como fosa. A continuación, la Sociedad de Ciencias Aranzadi inició la localización y exhumación de los restos.

El matrimonio Sagardia-Goñi tuvo siete hijos. Joaquín (16 años) fue llevado a la guerra y el resto fue arrojado a la sima: Francisco Javier (14 años), Antonio (11), Pedro Julián (9), Martina (7), José María (4) y Asunción (1 año). “Bajar al fondo del pozo impresiona por sus características, pero imaginar el momento en el que fueron arrojados al mismo una mujer y sus hijos me resulta casi imposible”, valoraba un año atrás al periódico Mugalari.

En Gaztelu, según el libro Navarra 1936, de la esperanza al terror, de Altafaylla Kultur Taldea (2012), se daba cuenta de que a consecuencia de la Guerra Civil fueron movilizados el padre y un hijo de la familia Sagardía, quedando su mujer y otros seis hijos menores en situación muy precaria.

Siempre según la línea de trabajo de esta publicación, finalmente fueron denunciados por otros vecinos ante la Guardia Civil por realizar supuestos pequeños hurtos. Por tal motivo, la familia tuvo que trasladarse al monte a una chabola cercana a la sima desde donde desaparecieron.

Al parecer, estaban emparentados con el general Antonio Sagardía Ramos y ello supuso una investigación oficial con apertura de diligencias judiciales en 1937 sobreseídas en 1946, sin que los hechos fueran esclarecidos. Se interpretó que tras los asesinatos de toda la familia los cuerpos fueron arrojados a la sima con la madre embarazada de siete meses, dato este último que la ciencia ha corroborado que fue mito y que hoy por primera vez ve la luz en un medio de comunicación.

Aquella bomba olvidada

El reciente hallazgo en una casa de Bilbao de una bomba de la Guerra Civil sirve al autor para realizar un relato sobre el nacimiento y evolución de la guerra desde el aire

Un reportaje de José María Tápiz

La casa de Bilbao, en la plaza San Francisco Javier, sobre la que cayó la bomba, en una foto de los años 30. Fotos: Familia Tápiz
La casa de Bilbao, en la plaza San Francisco Javier, sobre la que cayó la bomba, en una foto de los años 30. Fotos: Familia Tápiz

DE todos es sabido que las guerras generan mucha chatarra. Chatarra a veces inofensiva pero en otras letal, como pueden ser bombas sin estallar. Sólo hace poco más de dos meses que en Alemania se ha producido el mayor desalojo de una zona habitada en dicho país desde el final de la Segunda Guerra Mundial. La causa: la aparición durante unas obras de una bomba aliada de casi dos toneladas lanzada sobre la ciudad de Fráncfort durante la citada guerra. La enorme peligrosidad de la bomba hizo que se desalojara a 60.000 personas mientras duraba la desactivación de la misma. Y en zonas de conflictos tanto recientes como antiguos es frecuente que se encuentren restos de este tipo. Y de cuando en cuando salen en la prensa noticias al respecto.

Hace pocas semanas, sin ir más lejos, salió una noticia en las redes sociales que pasó casi desapercibida, sobre la aparición en una casa de Bilbao de uno de estos macabros recuerdos. En este caso se trataba de una bomba del modelo B1E incendiaria de un kilo alemana, desarrollada en los años treinta y probada para su perfeccionamiento en la Guerra Civil española. Fue uno de los modelos que los alemanes lanzaron, entre otras localidades, sobre Gernika. Estos primeros prototipos eran aún, sin embargo, poco fiables, pues en muchas ocasiones no llegaban a detonar, aunque si se lanzaban en racimo -como era lo habitual- explotaban por simpatía, al caer varias sobre una misma zona. En modelos posteriores se solventó esa carencia, siendo utilizadas con profusión durante la Segunda Guerra Mundial, especialmente en los duros bombardeos de Londres durante la Batalla de Inglaterra, en 1940.

A estas alturas, seguramente muchas personas se hagan la misma pregunta: ¿por qué aparecen tantas bombas sobre poblaciones y ciudades indefensas? ¿Por qué se ataca a la población civil, cuando precisamente son ellos los más débiles en un conflicto armado, al no tener capacidad de defenderse? ¿Qué se gana con dicha estrategia?

Los bombardeos sobre la población civil se encuadraban en un nuevo modelo de guerra que se estaba desarrollando en el mundo en los años treinta del pasado siglo. La precedente Primera Guerra Mundial -conocida entonces como la Gran Guerra- había desvelado el enorme potencial que poseía la aviación. No en vano, a principios de esta los aviadores no eran más que simples exploradores aéreos, destinados a vigilar desde el aire las evoluciones de las tropas enemigas.

Con el desarrollo de la tecnología aérea, a los aparatos se les dotó de armamento y, posteriormente, de capacidad de bombardeo. Al final de la Gran Guerra todos los contendientes habían desarrollado numerosos modelos de naves aéreas, principalmente cazas y bombarderos. De esta manera, para 1918 todos los estados mayores reconocían, en mayor o menor medida, los efectos que podía causar una fuerza aérea eficaz y numerosa.

Ejércitos del aire Así, los gobiernos que con mayor claridad vieron las posibilidades de esta nueva herramienta de destrucción se aplicaron a desarrollar nuevos prototipos de aviones. Países como Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania o Italia fueron, paso a paso, desarrollando un ejército del aire capaz de cambiar en un determinado momento el curso de una guerra, como de hecho terminaría sucediendo.

Pero en una Europa en paz en los años veinte, ese esquema de guerra aérea no podía comprobarse sobre el terreno. Hubo que esperar a la siguiente década -los convulsos 30- para ratificar sobre el campo de batalla lo que los estados mayores profetizaban.

Y ese momento llegó desgraciadamente, en primer lugar en la llamada Guerra de Abisinia, que era el nombre de Etiopía entonces. Dicho país era independiente políticamente pero débil militarmente, y había puesto sus esperanzas de mantener su soberanía en la mediación internacional a través de la Sociedad de Naciones, de la que era miembro, y que era el precedente de la actual Organización de Naciones Unida (ONU). Pero la Italia fascista de Mussolini quería ampliar sus colonias en África y puso su mirada sobre Etiopía. No era la primera vez que Italia intentaba invadir Abisinia. La primera vez fue a finales del siglo XIX, pero la entonces joven república italiana fue estrepitosamente derrotada por las fuerzas nativas etíopes en la batalla de Adowa en 1896. Este fracaso alejó a los italianos de Etiopía durante más de treinta años.

Mussolini, al volver a poner en el punto de mira a Etiopía, se aseguró de no volver a repetir los errores de los italianos de décadas antes. Y para ello se apoyó especialmente en la nueva arma arriba citada: la aviación. Y en dos elementos que dicha aviación podía transportar, que eran las bombas de detonación y las armas químicas. De hecho, fue la primera guerra en la que se pudo comprobar sobre el terreno la potencialidad de los bombardeos: los soldados etíopes, mandados por oficiales mercenarios en muchos casos y carentes de armas antiaéreas, poco pudieron hacer contra el bombardeo sistemático de sus posiciones durante la breve guerra -de octubre de 1935 a mayo de 1936- que mantuvieron contra una fuerza italiana bien equipada, tanto desde tierra como desde el aire. Y a ello hubo que añadir el ensayo -luego explotado por la Alemania nazi- de bombardeos sobre la población civil, con el objetivo de quebrar la moral de los soldados que combatían en el frente, que veían que sus esfuerzos en tierra por contener al enemigo no servían para proteger ni a sus familias ni a sus ciudades.

‘Bombardeo de terror’ Nace así el concepto de bombardeo de terror, que tanta importancia tuvo luego en la Guerra Civil española y durante la Segunda Guerra Mundial. Un nuevo concepto de guerra psicológica que trazaron los alemanes en Durango y especialmente Gernika y que acabó siendo perfeccionado por los aliados, ocho años más tarde, en Hiroshima y Nagasaki.

Efectivamente, apenas acabada la Guerra de Abisinia comenzaba la Guerra Civil española. Y los efectos de la aviación se hicieron notar de inmediato: por una parte Franco consiguió trasladar a la península, con aparatos alemanes e italianos, gran parte del ejército de África en pocas semanas, ante la impotencia de los buques de la República estacionados en el Estrecho de Gibraltar que trataban de impedirlo. En una fecha tan temprana como el 22 de julio de 1936 se produce el bombardeo de Otxandio, en Bizkaia, que dejó más de medio centenar de muertos, la mayoría civiles. Este fue el preludio de otros muchos ataques en diferentes zonas de Euskadi. De hecho, la Campaña del Norte, como se definió entonces, tuvo un puntal importantísimo en la intervención aérea tanto en el frente como en la retaguardia vasca: para entonces las tropas de Mola contaban ya con la ayuda de la Legión Cóndor alemana y de la aviación italiana de Mussolini. Los bombardeos sobre poblaciones civiles cercanas o alejadas de frente comenzaron a ser frecuentes.

En algunos casos las incursiones aéreas eran imprevistas, como las de Durango o Gernika, sorprendiendo a la población en días de plena actividad económica o de feria, como ocurrió en ambas localidades. Pero en otros casos la agonía era mayor, puesto que los bombardeos se repetían una y otra vez, con la tensión y exasperación que eso conllevaba.

Así ocurrió en ciudades como Barcelona, Madrid, o entre nosotros, Bilbao. La villa no había sufrido ninguna agresión bélica desde la Segunda Guerra Carlista de 1872-1876, en la que fue sitiada y bombardeada durante febrero y mayo de 1874. Y se había perdido la memoria de aquellos bombardeos terrestres. En 1937 la situación era ya muy diferente. Los primeros ataques aéreos sobre Bilbao habían comenzado en septiembre del año anterior y se fueron incrementando a medida que avanzaba la guerra. Los efectos sobre los habitantes de la ciudad eran muy profundos. A la situación de racionamiento imperante había que sumar la obligación de refugiarse de los bombardeos cada vez que había una alarma antiaérea. En algunos casos eran simples incursiones de reconocimiento -en Bilbao a dichos aviones franquistas que sobrevolaban la ciudad para reconocer el terreno se les llamaba los alcahuetes-, pero otras veces eran ataques en toda regla. La espera, tanto en un caso como en otro, podía llegar a ser interminable.

Los bombarderos eran lentos, iban en formación -por lo que hacían un ruido considerable- y tardaban mucho tiempo en recorrer el espacio a atacar. Los refugiados podían oír los motores de los aviones acercarse más y más y también cómo las bombas caían cada vez más cerca. Al salir la angustia era comprobar si la casa en la que vivían había sido alcanzada o no. O si ese familiar del que no tenían noticias -un hijo que no llega a tiempo al refugio designado, un hermano en un refugio menos seguro- había sobrevivido o no al bombardeo. La tensión acumulada estalló de forma violenta el 4 de enero de 1937 cuando, tras un bombardeo especialmente virulento de la aviación franquista, fueron asaltadas las prisiones de Larrinaga, El Carmelo, Casa Galera y los Ángeles Custodios, dejando un balance de más de 200 presos derechistas muertos.

Los ataques aéreos sobre Bilbao no cesaron hasta la toma de la ciudad, el 19 de junio de 1937, dejando numerosas víctimas entre mutilados y fallecidos, además de múltiples artefactos sin estallar que fueron apareciendo con los años.

En el caso que abría este artículo, sin embargo, la historia tuvo un final feliz, puesto que la bomba cayó sin detonar en un momento indeterminado sobre Bilbao entre septiembre de 1936 y posiblemente, febrero de 1937. Pudo ser incluso uno de los artefactos lanzados por los alemanes en el tristemente célebre bombardeo del 4 de enero de este último año, citado arriba.

La casa de la bomba La casa alcanzada fue el bloque de viviendas de la plaza de San Francisco Javier, en el bilbaino barrio de Indautxu, concretamente el tejado del portal número 3 de dicho inmueble. Este edificio era, en aquel entonces, uno de los más sólidos de la zona -urbanizada en aquella época con muchos chalés y casas bajas- y había sido construido tan sólo un par de años antes, concretamente entre 1934 y 1935, momento en el que comenzó a funcionar como edificio de pisos de alquiler de la empresa Larrea S. L. Esta compañía había sido creada por dos señoras mayores, hermanas y solteras, cuya familia había hecho fortuna en México años antes. Una vez regresaron a Euskadi, decidieron invertir su capital en el negocio inmobiliario, encargando a la constructora Prudencio, José y Compañía la construcción del inmueble. Las obras costaron un millón de pesetas de aquel entonces y como curiosidad, en uno de los pisos de dicho inmueble vivía el destacado dirigente de Acción Nacionalista Vasca Anacleto Ortueta. El edificio, de hormigón armado, fue considerado por los peritos del Ayuntamiento de Bilbao como seguro en caso de bombardeos y fue declarado refugio antiaéreo, sirviendo como tal durante las cada vez más numerosas incursiones de la aviación del bando sublevado. Durante uno de ellos fue cuando cayó la bomba sobre el tejado de la casa, sin llegar a explotar por los defectos en el sistema de detonación antes comentados. La presencia de la bomba en el tejado se descubrió cuando uno de los vecinos de la séptima planta se percató de que tenía humedades en el techo de su vivienda y le comentó a uno de los constructores de la misma, José Tápiz, que precisamente vivía en la misma vecindad, lo que le pasaba. José subió al tejado y se encontró el artefacto incrustado en la techumbre del inmueble. Una vez avisados los artificieros y desactivada la bomba, José Tápiz se quedó con la misma como recuerdo.

Esta bomba, guardada en la casa durante ochenta años en un armario, apareció hace unas semanas durante una limpieza que su nieto José María Tápiz -autor de este artículo- realizaba en la casa con motivo de unas obras. Cuando la vio, José María -que estudió la carrera de Historia- se puso en contacto con la Fundación Sabino Arana con intención de donarla. Y así dicha bomba ha pasado a formar parte del museo de la Fundación con la intención de que no se nos olviden estos pasajes de nuestra historia reciente.