Individuas Peligrosas

El relato de las mujeres republicanas presas en Amorebieta durante el franquismo

Un reportaje de Ascensión Badiola Ariztimuño

ES un día lluvioso y hace frío en el norte. Un grupo nutrido de mujeres, que se aprietan la ropa contra el pecho para no tiritar, desciende de los vagones de mercancías del tren en la estación de Amorebieta y se sumerge en la nube de lluvia. Ha sido un viaje duro en esos vagones que son para transportar ganado. Vienen de la estación del norte en Bilbao, pero antes de eso han sido obligadas a subir al tren en otros lugares de la península. De este primer grupo, la mayoría procede de Madrid, pero pronto llegarán muchas más de otros sitios.

Taller de costura de las presas en Amorebieta; a la derecha, expediente de Antonia Torres y Orden por la que se reconvirtió el penal en prisión central de mujeres.

Las mujeres forman en fila de a dos, con disciplina casi castrense y atraviesan el pueblo hasta un edificio situado en la plaza del Kalbario nº 4, custodiadas por guardias civiles y militares. Están flacas, demacradas, desgreñadas, con los vestidos sucios y los zapatos de barro y algunas llevan un bebé en brazos o están embarazadas.

“¿Quiénes son?”, se preguntan los pocos viandantes que circulan por el pueblo a esas horas tan tempranas y alguien contesta: “Creo que son rojas”. “¿Para qué las traen aquí?” -pregunta otro-. “No lo sé, pero parece que las llevan al antiguo seminario, que ahora es cárcel de mujeres”.

Así comienza el periplo de las republicanas enviadas a Zornotza a partir de septiembre de 1939, cuando ya ha acabado la guerra. Llegan desde todos los puntos de la España franquista y el primer grupo procede de la cárcel de Ventas de Madrid, donde ya no caben más presas. Las envían a las cárceles del norte, donde todavía hay sitio y pueden repartirse entre Amorebieta, Durango y Saturraran. La mayoría pasará por las tres cárceles y por otras muchas más, de entre las que integran el circuito carcelario creado por el Régimen para encerrar a todas las individuas peligrosas, que hayan sido calificadas como tal en el correspondiente consejo de guerra y condenadas a cadena perpetua o a penas desde seis hasta veinte años.

La de Amorebieta será solo una prisión más del entramado carcelario que se reparte por toda la península, desde la cárcel de mujeres de Girona, la de Oblatas de Tarragona; Les Corts en Barcelona; Santa María del Puig en Valencia; Can Sales en Palma de Mallorca, la prisión de mujeres de Málaga, la de Guadalajara; Las Ventas y La maternal de San Isidro, ambas en Madrid; otras cárceles castellanas, gallegas, asturianas… hasta las cárceles vascas: Saturraran, Amorebieta y Durango.

Todas ellas tienen en común el ser prisiones centrales o de cumplimiento de pena, diferenciadas de las prisiones provinciales existentes en todas las capitales de provincia y de las prisiones habilitadas, figura esta última recurrentemente utilizada durante la guerra para recluir a hombres y mujeres republicanos o sospechosos de serlo, que ya no caben en las prisiones oficiales, pero que a partir de 1940 serán sustituidas por las prisiones centrales, creadas por la Dirección General de Prisiones.

‘Hospital prisión’ Es el caso de la de Amorebieta que, instalada en el edificio carmelita construido entre 1931 y 1933 con el fin de servir como seminario sin que llegue a funcionar como tal por estallar la guerra, es en 1939 Hospital prisión de mujeres, una cárcel habilitada creada para descongestionar la provincial bilbaina, hasta que el 13 de marzo de 1940, el director general de prisiones, Esteban Bilbao Eguía, recibe la orden de reconvertir la prisión habilitada de Amorebieta en prisión central de mujeres que funcionará hasta su cierre en 1947.

A partir de ese momento, empezarán a llegar mujeres de todos los rincones del Estado español. Mujeres activas, políticamente hablando, como Tomasa Cuevas, afiliada comunista, pero también mujeres campesinas que no saben leer ni escribir y cuya única relación con el marxismo tiene que ver con haber llevado comida a un hermano que pelea en el bando republicano en la zona de Santander, como es el caso de Palmira Marcos Abascal, acusada de auxilio a los guerrilleros de Cabárceno y enviada a Amorebieta. También habrá andaluzas que han robado los mantos de la Virgen en su iglesia para confeccionarse vestidos con los que ir guapas a visitar al marido a la cárcel, o han saqueado objetos eclesiásticos de valor, como cálices, cruces, portacirios, para revender y alimentar así a la prole, que tiene hambre.

Muchas son analfabetas, pero las hay enfermeras y maestras republicanas, que serán las encargadas de alfabetizar a sus compañeras dentro del programa de redención que se establece para reducir condena por día de trabajo, como es el caso de Marina, la madre de la entonces niña Marina García, encarcelada en Amorebieta.

El sistema carcelario franquista pone especial énfasis en la moralidad y la reeducación en prisión con arreglo al modelo de mujer defendido por el Régimen. Se acabó lo de no oír misa, o lo de ir vestida de miliciana o lo de intentar equipararse al hombre en el trabajo y en la calle. A partir de esta reeducación moral, las mujeres encarceladas aprenden los nuevos valores, los nuevos cantos, los nuevos gestos, como el del saludo brazo en alto, las oraciones… La nueva moralidad consistirá básicamente en ejercer las tres obediencias: al padre, al esposo, y al sacerdote.

De todo esto se encargarán las monjas, que usarán los malos modos, con favoritismos para las reclusas que rezan en misa y castigos crueles para las presas que se niegan a rezar. La madre superiora de las Hermanas de San José, Simona Azpiroz, forma parte de la Junta de Disciplina y de ella dependen los castigos y las propuestas de libertad condicional de las presas a su cargo.

Simona Azpiroz censurará las cartas de algunas presas, su única vía de comunicación con el mundo exterior. Los motivos que argumenta en uno de los casos es: Antonia Díaz trabaja bien formando a las reclusas, dada su calidad de maestra, pero últimamente, dado su nerviosismo la hemos tenido que retirar, hasta tal punto de que algunas cartas de la citada reclusa han sido rotas sin ser enviadas (…) la deficiencia que muestra la reclusa es típicamente izquierdista, se niega a que su cuñado sacerdote meta a su hijo en un hospicio y de ahí las malas relaciones con su familia.

Y es que la reclusa Antonia Díaz tiene a su hijo fuera de la cárcel, seguramente es mayor de tres años, la edad reglamentaria en la que los hijos son separados de sus madres para entregarlos en adopción bien a la propia familia, bien a una familia del régimen o si no para quedar bajo la tutela del Estado. Hasta esa edad, los hijos permanecen con sus madres dentro de la cárcel, algunos incluso han nacido entre cuatro paredes, sobre el suelo donde da a luz la madre sin ningún tipo de asistencia.

El testimonio de Trinidad Gallego, una de las presas de esta cárcel, madrileña y matrona de profesión dice: En Amorebieta las madres solo ven a sus niños un ratito al día (…) Los oyen llorar, pero las monjas no les dejan ir. Y si los niños están enfermos, tampoco. Y la que pare va cinco minutos a darle el pecho, pero nada más.

Lo peor es cuando los bebés enferman y mueren. La cárcel dispone de un médico, pero este solo acude a certificar la muerte para solicitar asistencia de enterramiento de beneficencia al ayuntamiento de la localidad. Así le ocurrió a la presa Julia Manzanal, una cigarrera madrileña, que llega a Amorebieta por haber sido miliciana comunista, cuando ve morir a su hija de nueve meses, sin que acuda nadie a remediarlo y tras haber pedido auxilio a gritos durante toda la noche. El médico certifica muerte por sarampión y las monjas le prohíben dar el último adiós a su hija muerta por ser “de las que no comulgan”.

Los niños ‘no existen’ Los niños solo adquieren identidad si están muertos y solo al ser registrados en el Juzgado de Paz, si no, no existen. Están junto a sus madres, pero no están inscritos en ningún sitio. Sus nombres ni siquiera figuran en el oficio que la superiora de la cárcel redacta para permitir la salida del cadáver del edificio ni en la solicitud al ayuntamiento para el enterramiento. El cuerpo anónimo es llevado en un carro con una mula hasta el cementerio. Alguna de las presas, como Tomasa Cuevas, cuando sale de Amorebieta y es conducida de nuevo a Ventas, llama a esta cárcel del norte El cementerio de las vivas.

No tienen nada que perder. El tiempo pasado en Amorebieta es un tiempo huero, desafortunado. El sufrimiento y la disciplina les ha hecho perder peligrosidad, como quien muda de piel y algunas han aprendido a leer y escribir, incluso han recibido instrucción elemental y educación religiosa básica. Cuando salen son menos peligrosas, aunque habrá que vigilarlas.

Cuando se clausura la cárcel en 1947, las mujeres regresan al tren, algunas para volver a sus casas en libertad vigilada; otras para ir al destierro y el resto, con destino a otra prisión, la de Segovia, más nueva y moderna, pero también más fría y hostil.

El castigo aún no habrá terminado para la mayoría.

Nicolás María de Urgoiti, el gran dinamizador de la industria cultural en la Edad de Plata

Nicolás María de Urgoiti protagonizó el despegue de la industria editorial en el Estado español en el inicio del siglo XX e impulsó numerosos proyectos periodísticos

Un reportaje de Juan Miguel Sánchez Vigil

ha pasado siglo y medio desde que Nicolás María Urgoiti viera la luz por primera vez y casi siete décadas desde su fallecimiento sin que la sociedad haya reconocido todavía su aportación a la cultura. Este intelectual, cuya vida podría ser novelada por entregas -llegó a batirse en duelo con un magnate de la prensa por defender sus principios-, debería tener espacio específico en los libros de texto y ser estudiado en las universidades como ejemplo de empresario y modelo en la dinamización de la cultura. El editor Gonzalo Losada, creador de la magna colección Austral en los primeros meses de exilio bonaerense y de la editorial de su nombre, escribió sobre él en 1948: “Urgoiti es uno de los hombres de más auténticos valores que ha tenido España en lo que va de siglo. Estamos todavía tan cerca del bosque que no lo podemos ver, pero a medida que nos vayamos alejando, es decir, a medida que vaya transcurriendo el tiempo, se empezará a verlo en su conjunto, en sus contornos y en sus detalles, y los que tengan la suerte de contemplarlo se llenarán de respeto y admiración”.

Nicolás María de Urgoiti Achúcarro.

“Auténticos valores”, términos difíciles de conjugar y que definen la personalidad de quien dirigió La Papelera Española y puso en marcha el grupo Prensa Gráfica, modificando las estructuras mediante proyectos aún no superados.

Urgoiti nació en Madrid el 27 de octubre de 1869, hijo de Nicolás Urgoiti Galarreta y de Anacleta Achúcarro. Quedó huérfano de madre a los 8 años y pasó parte de su infancia en París antes de ser internado en las Escuelas Pías de Tolosa. Se licenció en Ingeniería de Caminos en 1892 en la Universidad Central de Madrid y se casó con su prima María Ricarda Somovilla Urgoiti, con quien tuvo ocho hijos: José Nicolás, Gloria, Graziella, Ricardo, María Luisa, Álvaro, Gonzalo y Nicolás.

En 1893 fue contratado por la Papelera Vasco-Belga de Renteria y en 1894 pasó a la de Cadagua, presidida por el conde de Aresti. Estas empresas se fusionaron el 25 de diciembre de 1901 para formar La Papelera Española y Urgoiti fue el elegido para dirigirla. Con la producción y venta de papel como objetivo, se instaló en la calle Barquillo de Madrid en 1905 y comenzó a expandir el negocio.

En esos años, la industria editorial española cobró auge gracias a la celebración en Madrid del sexto Congreso Internacional de Editores, organizado por la Asociación de Librería de España en 1908 con el objetivo de defender los derechos de autor y promocionar el asociacionismo.

La gestación de un imperio mediático

El proyecto de Urgoiti fue global, basado en la creación de empresas consumidoras de materia prima, pero con la premisa de generar contenidos de calidad. Así, en 1913 adquirió la revista Mundo Gráfico, que daría origen al grupo mediático Prensa Gráfica, competidor directo de Prensa Española, fundada por Torcuato Luca de Tena y de la que dependían el diario ABC y la revista de actualidad Blanco y Negro, además de otras especializadas. A Mundo Gráfico añadió La Esfera, que salió al mercado en enero de 1914, y el 26 de marzo de 1915 compró la Compañía Editorial Nuevo Mundo, editora de la revista del mismo nombre. En tres lustros hizo realidad su ambicioso plan empresarial, garantizando la producción y venta de papel además de ocupar un espacio clave en el sector informativo a través de las publicaciones periódicas.

Desde la fundación de La Papelera Española hasta el comienzo de la Guerra Mundial, en 1914, modernizó las instalaciones de la empresa para conseguir precios competitivos. La contienda provocó la escasez de papel y en consecuencia la intervención del Gobierno para la regularización de su consumo. El 7 de diciembre de 1915 pronunció una conferencia en el Ateneo de Madrid sobre la situación de la prensa española, culpando de los problemas a los intermediarios y en especial a los vendedores por las altas comisiones.

Esta falta de materia prima y la dificultad de importar pasta de celulosa de los países del norte de Europa, reactivó las papeleras españolas. Urgoiti renovó las plantas de trabajo de los talleres de Renteria y Arrigorriaga y el resultado fue el aumento de la producción, que pasó de 2.000 kilos de pasta diaria en 1917 a 8.000 un año después. También recurrió al reciclaje, recuperando papel viejo y de recorte mediante la instalación de depósitos de recogida de material.

La proa del cuarto poder en la prensa española

El proyecto de fundar un diario estuvo en la mente de Urgoiti durante años, siempre con la idea de producir y vender papel. Su primer movimiento fue relanzar El Imparcial, pero el acuerdo con su propietario, Rafael Gasset, no fue posible y se abrieron las puertas hacia El Sol. Dos años antes de que saliera a la calle, el 11 de junio de 1915, Ortega y Gasset reclamaba la necesidad de un periódico moderno: “Bastaría que frente a ABC surja otro periódico con los mismos elementos técnicos y un espíritu más alto para que le pase lo que a Blanco y Negro frente a Mundo Gráfico y a Nuevo Mundo. Un periódico que podría titularse XYZ para dar a entender que en materias de educación e interés público no quiere ser el alfa sino el omega”.

El 1 de diciembre de 1917 El Sol comenzó a venderse al precio de 10 céntimos, el doble de lo que costaban los demás; en esto y en sus contenidos sería siempre distinto. Surgió en plena guerra y sus páginas fueron plataforma publicitaria de toda la producción de Prensa Gráfica. Urgoiti, desde la presidencia, diseñó un equipo compuesto por Manuel Aznar, consejero; Félix Lorenzo, director, y Eduardo Ruiz de Velasco, redactor jefe, a los que se sumaría más tarde Ortega y Gasset. El objetivo fue relanzar la prensa desde la perspectiva empresarial y al tiempo renovar la política del país. Para ello contó en plantilla con intelectuales y periodistas de prestigio: Lorenzo Luzuriaga, Luis de Olariaga y Adolfo Salazar, y con colaboradores expertos: Mariano de Cavia, Nilo Fabra, Luis Bagaría, Corpus Barga, Salvador de Madariaga, Julio Álvarez del Vayo, Federico de Onís o Joaquín Montaner (Barcelona). Madariaga escribiría en sus memorias: “El aire estaba lleno de renovación. Esta palabra llegó a ser un santo y seña, casi una palabra mágica. Hizo de ella su divisa El Sol, nuevo diario fundado en Madrid por un industrial inteligente e intelectual, don Nicolás María Urgoiti, con una política limpia, ilustrada, generosa y liberal, libre de prejuicios y de compromisos. Rompiendo valientemente con el pasado”.

Un modelo editorial jamás superado

1918 fue un año de convulsiones sociales y políticas. La falta de materia y el elevado precio que el Gobierno alemán puso al papel, cartón, pasta de madera y celulosa redujo la exportación de libros españoles hacia América. El 14 de marzo La Papelera Española envió una circular a los consumidores notificándoles que la escasez de productos y la dificultad para adquirirlos obligaba a suspender los pedidos para fabricar papel. Meses después Urgoiti creó Calpe (Compañía Anónima de Librería, Publicaciones y Ediciones) con el objetivo de publicar y editar por cuenta propia y ajena toda clase de libros, obras literarias, artísticas, pedagógicas, científicas y profesionales que contribuyeran a la difusión del saber. Con la editorial activó una corriente ideológica laicista y progresista, representada por intelectuales como José Ortega y Gasset, Manuel García Morente o Ramón Menéndez Pidal, responsables respectivamente de los ensayos, las obras literarias y el primer diccionario. Además amplió el mercado del papel, introdujo las corrientes culturales del extranjero y abrió la exportación a América. El primer catálogo fue publicado en 1919 y el 12 de agosto de ese año lanzó la colección Universal, definida por José Carlos Mainer como una “creación editorial de La Papelera Española que, al enjugar excedentes de fabricación, se constituía así en pionera del paper back o libro de bolsillo en el mundo”.

En abril de 1919 Antonio Maura le propuso ocupar el Ministerio de Abastos, que no aceptó, y a finales de ese año dejó la dirección de La Papelera para dedicarse a la editorial y al periódico. En junio de 1920, la política de precios de la prensa originó un enfrentamiento con Miguel Moya, director de El Liberal, que le obligó a batirse en duelo con su hijo. Apenas dos semanas más tarde, el 1 de julio, presentó el diario La Voz, dirigido a un público general. Fue su director Enrique Fajardo, con Javier Bueno como redactor jefe, y en el que colaboraron Antonio Machado, Ramiro de Maeztu y Azorín. Su función fue contrarrestar las pérdidas económicas de El Sol. Lo consiguió durante una década con una tirada diaria media de 100.000 ejemplares.

Entre 1923 y 1925, Urgoiti tomó las riendas de Calpe y lanzó un conjunto de extraordinarias colecciones sobre diversas materias que engrosaron el catálogo. En otro golpe de efecto abrió la Casa del Libro en la Gran Vía madrileña, puso en marcha delegaciones de la editorial en Barcelona y Buenos Aires, y cerró el ciclo con la fusión con Espasa en diciembre de 1925, editora de la popular Enciclopedia Universal Ilustrada.

Durante la dictadura de Primo de Rivera se distanció de La Papelera Española por motivos políticos y se dedicó a la difusión de la industria editorial. En 1924 creó la agencia de noticias Febus, en 1927 organizó junto al director de La Vanguardia la delegación española del Congreso Mundial de Prensa de Ginebra y presentó en la Oficina Internacional del Trabajo el informe La organización de la industria papelera en España desde los años 1894 a 1926. En 1928 participó en la Exposición Internacional de Prensa de Colonia y en 1929 fue nombrado presidente honorario de la Federación de Prensa Española. En diciembre de 1930 el conde de Aresti, presidente del Consejo de Administración de La Papelera, le exigió que “respetara a la monarquía y a la Iglesia”, lo que provocó que Urgoiti abandonara El Sol, y con él sus fieles, entre ellos Félix Lorenzo, Ramón Gómez de la Serna y José Ortega y Gasset.

En abril de 1931 comenzó una nueva etapa al frente de Fulmen, editora del periódico Crisol, que pasó a titularse Luz en 1932. Militó en la Agrupación al Servicio de la República y en las elecciones generales fue candidato por Gipuzkoa, pero no fue elegido. A finales de aquel año un brote depresivo le llevó a ingresar primero en un centro de los alrededores de Madrid y luego en una clínica suiza, donde pasó la Guerra Civil. Los últimos años de su vida los dedicó a ordenar su archivo personal.

Además de las empresas citadas, creó otra docena: Tipográfica Renovación, Gráficas Reunidas, Sociedad Cooperativa de Fabricantes de Papel, Ibys (Instituto de Biología y Sueroterapia), Telas Metálicas Perot, Almacenes General de Papel, Sociedad Arrendataria de Manipulado, Onena, revista Voluntad y la agencia de publicidad Urgoiti, Salas y Porrero. Murió en Madrid el 8 de octubre de 1951.

El miliciano preso al que liberó Goicoechea

Epifanio Guridi relata en su diario cómo tras ser apresado por los franquistas logró coincidir con el famoso comandante republicano pasado al enemigo

Un reportaje de Iban Gorriti

nO son muchos los diarios de gudaris y milicianos que han trascendido o que aquellos soldados del Euzkadiko Gudarostea llegaron a escribir. Contados han sido los que han acabado impresos como libro y otros reposan en la memoria familiar. Un ejemplo de estos últimos es el Diario de Epifanio Guridi, antifascista del batallón 8 de la UGT durante la Guerra Civil. Su relato ha sido estudiado por Jon Ander Ramos, profesor de la UPV/EHU.

Fue en estas 120 páginas de los años 80 donde el antifascista de Eskoriatza relató una paradoja. El guipuzcoano se mostró en todo momento un ferviente defensor de la fortificación del Cinturón de Hierro que comandó Alejandro Goicoechea. Este último, el 27 de febrero de 1937, se pasó al bando golpista en Arlaban, a la IV Brigada de Navarra. Años después, fue el inventor del tren Talgo.

Guridi narra con entusiasmo los planes del Cinturón de Hierro de Bilbao. “Todo el País Vasco confiábamos en la enorme fortificación. Todos los alrededores de Bilbao se encontraban con nidos de ametralladoras, construidos por el afamado Goicoechea. Pero de nada sirvió. Una noche, este comandante se fugó con todos sus planos al enemigo cruel fascista”, denunciaba molesto.

La singularidad de este hecho es que, sin embargo, Epifanio acabaría libre tras ser apresado por el bando sublevado. La curiosa razón fue que coincidió con el propio Alejandro Goicoechea y este le aseguró que conocía a su familia y que, incluso, había una casa en común, por lo que le quedaban pocos días de guerra. Y así fue a raíz de la intermediación del de Elorrio.

El diario entregado por una hija del miliciano a Ramos describe que esta noticia aconteció un lunes. Epifanio, “conductor desde los 18 años y acordeonista que tocaba en romerías” -como narra el investigador- situó su camión para que lo cargaran los soldados del bando golpista. Entonces apareció Goicoechea. “Preguntó por el chófer del camión y le contestaron que estaba en su casa, y mandó que me presentara. Me preguntó si de verdad era yo de Eskoriatza y si vivía en la casa. Contesté que sí, que vivían mis padres desde cuando se casaron. Me dijo que era la casa de sus primas. ¡Qué coincidencia! Estará usted contento. Me estrechó la mano y me dijo: suerte que ya te quedan pocos viajes…”.

Sin embargo, hay que recordar que meses antes, cuando Epifanio militaba en el bando republicano que defendió desde el primer día en el comité de defensa de su Ayuntamiento, detestaba el golpe de Estado. Denunció en su diario el paso de bando de Goicoechea porque, según sus palabras, “para Euskadi fue una desmoralización tremenda”. Y va más lejos. Asegura que el 18 de junio de 1937, un día antes de la ocupación de los ya franquistas de Bilbao, el lehendakari “José Antonio Aguirre se presentó en Artxanda gritando y animando a todos los gudaris para que se resistiera, que en término de pocas horas íbamos a recibir cantidad de aviones y material necesario, y que lucháramos en defensa de Bilbao. Pero nos fue imposible resistir. Por las Arenas, Getxo, entraron los italianos con sus tanques orugas, y coparon Bilbao muy fácilmente”, valoró. “La desilusión invadió a las tropas republicanas”, concluía al respecto.

Echando la vista atrás, el capítulo de sus primeros días de guerra es propio de una secuencia cinematográfica. Tras el golpe de Estado fue uno de los últimos en abandonar Eskoriatza, pueblo en el que se crió en el seno de una familia humilde a la que llegó procedente del hospicio donostiarra. A pesar del estallido del conflicto y tras poner su camión a disposición del bando democrático, actuó en fiestas de Marín con su acordeón. Ese día, una mujer bajaba del monte “llorando, y nos dijo que suspendiéramos la fiesta, que estaban bombardeando Otxandio”. Guridi testimonia que el día 21 de septiembre se desalojó Eskoriatza, “excepto los cuatro del comité y yo”. Pasaron la noche en un coche, en un frontón. Haciendo guardias.

Al repique de las campanas de un convento indicando la entrada en Arrasate de las tropas enemigas, Epifanio se dirigió con el coche hacia Bizkaia por Kanpazar. En Elorrio vio un mitin de Pasionaria. Se afincó en Abadiño. Tuvo el valor de volver a trasladar a una persona a Arrasate. Acabaría en Bilbao e incluso con su batallón ugetista en Gijón o Cangas de Onís. Fue apresado por los sublevados en Comillas.

APRESADO “Aparecieron 60 aparatos alemanes e italianos. Me metí en una alcantarilla dejando mi moto en una cuneta. Oía ruidos de cadenas, asomándome a la entrada de la alcantarilla vi 25 carros de combate, con la bandera en lo alto, la bandera cruel, fascista”. Guridi se sintió vendido. Al anochecer, cogió nuevamente la moto y se dirigió a Comillas para entregar el parte. La comandancia había sido abandonada. Se dirigió al puerto donde vio zarpar un barco en el que iban los directivos de la comandancia. Solo en mitad de la noche, viendo cómo nadie más quedaba, “no le quedó más remedio a Epifanio que entregarse”. En ese momento comenzaría su largo periplo en el bando enemigo hasta dar con Alejandro Goicoechea y obtener su pasaporte a la libertad.

El mugalari de Felipe González

El bilbaino juan iglesias escondió en el exilio en Francia durante la dictadura de franco al que años después sería presidente del gobierno español aprovechando la red de paso de frontera del PNV

Un reportaje de Iban Gorriti

UN bilbaino fue quien posibilitó que el socialista Felipe González, a la postre presidente de España entre 1982 y 1996, alcanzara el exilio durante los años de clandestinidad antifranquista. Se llamaba Juan Iglesias Garrigos. y desde su base en Baiona daba cobertura al abogado sevillano llamado a liderar España aprovechando las redes del PNV.

Juan Iglesias, junto al lehendakari Aguirre, en el Congreso Mundial Vasco en París en 1956.

Los años sesenta llegaban a su fin y el joven abogado había finalizado sus estudios de derecho. Ya militante socialista, viajaba a Francia para reunirse con sus camaradas en el exilio y participaba en manifestaciones contra la dictadura de Franco. Este hecho le llevó a ser detenido en Madrid en 1971. Tres años después, González participó en el histórico Congreso de Suresnes, bautizado como el cónclave del “PSOE renovado”, encuentro vivido cerca de París del que salió nombrado secretario general. En aquellos años fue cuando su camarada vizcaino Juan Iglesias le posibilitaba “el pase de frontera que tenía organizado el PNV en la muga”, señala Iñaki Anasagasti, militante histórico de la formación jeltzale y buen conocedor de la historia reciente de Euskadi.

Juanito, como era conocido por todos, fue presidente del PSE, consejero del Gobierno vasco en el exilio y miembro destacado del Consejo General Vasco. Durante la Guerra Civil, fue hecho preso en el mítico barco cárcel Altuna Mendi, junto a Ramón Rubial y Santiago Meabe, y sufrió, además, el penal navarro de San Cristóbal, donde fue uno de los pocos que salieron con vida en su fuga, aunque en el intento perdió su brazo izquierdo. “Merece la pena sacar de las tinieblas su figura”, enfatiza Anasagasti.

Iglesias nació en Miraflores, Bilbao el 13 de marzo de 1915. Era hijo de castellanos de Pajares de la Lampreana (Zamora). A los seis meses, se mudaron a la calle Cantarranas. Su padre era un funcionario municipal, sastre y fundador del partido Izquierda Republicana. Juanito y sus cinco hermanos estudiaron en las escuelas de Urazurrutia. Con catorce, contaba que se hartó de los maestros. Así, sin que en su casa lo supieran, comenzó a hacer labores de recadista en el estanco del Teatro Arriaga, donde cobraba una peseta al día. Después trabajó con los Ruiz, propietarios del ultramarinos La Blanquita, en Colón de Larreátegui. Pero los Ruiz se arruinaron y pasó a la competencia: Sebastián de la Fuente. “De allí me echaron -narraba Juan- por malo, por rojo; sindiqué a toda la plantilla. Teníamos entonces el sindicato en la calle Jardines. Yo me había afiliado a UGT en marzo de 1930, con quince años”.

Participó en las revueltas de octubre de 1934. La revolución no triunfó en Asturias y pronto llegó la orden de Largo Caballero para que no se ejecutara ninguna acción armada. Detuvieron a Juan. Pasó siete días en el cuartelillo de la Guardia de Seguridad en Elcano. Le procesaron, pero la cárcel de Zabalbide estaba repleta. Por ello le encerraron en un viejo barco de carga fondeado en Axpe.

Antes de que estallara la guerra, Juan ya sabía que algo se cocía. “Ya conocíamos lo que estaba pasando en Garellano, donde se reunían los fachas. Había unos capitanes, militares muy famosos, sobre todo un tal Samaniego. Hasta que llegó la noticia de que se habían sublevado en Melilla”.

El domingo, 19 de julio de 1936, estaba programado un desfile por la Gran Vía. Se creía que, aprovechando su paso, parte de las tropas de Garellano tomarían la Diputación y se apoderarían de las autoridades. Por ello, narraba Iglesias, “a nosotros nos dieron unos revólveres tremendos, larguísimos, del calibre 38. Esperamos en la Diputación y no pasaba nada. Por lo visto, los falangistas no se atrevieron a dar el golpe, o ya habían tenido noticias de que en Garellano habían entrado los mineros y habían tomado el cuartel. Yo salí a volar los puentes de Orozko y Orduña…”, agregaba.

Iglesias fue detenido, conducido a Gasteiz y condenado a muerte. Le destinaron al fuerte de San Cristóbal de Ezkaba. Los presos prepararon la fuga más populosa que se haya conocido en el Estado y los funcionarios aquel 22 de mayo de 1938 acabaron matando a 206 esclavos de Franco en su huida. Pocos sobrevivieron. Uno fue Iglesias, quien a resultas de un balazo, perdió un brazo.

baiona Tiempo después recobró la libertad y colaboró en la organización del PSOE. Sin embargo, debió exiliarse por su militancia, y comenzó a trabajar en la delegación del Gobierno vasco en Baiona. En 1963 al fallecer Paulino Gómez Beltrán, fue propuesto por el PSE como consejero sin cartera del Gobierno vasco, cargo que ocupó hasta la disolución del Gobierno vasco en el exilio en junio de 1979.

Un año antes, fue propuesto como consejero de Trabajo en el Consejo General Vasco (órgano preautonómico del País Vasco), presidido por su correligionario Ramón Rubial primero y por Carlos Garaikoetxea después. Cesa en el cargo tras la constitución del primer Gobierno vasco posterior al Estatuto de Gernika en 1980. Fue igualmente presidente del PSE entre 1977 y 1982 y miembro del comité federal del PSOE.

“Juanito, como le llamábamos, y eso significa que era un tío cercano y familiar, fue un socialista muy leal al Gobierno vasco en el exilio y presidente del PSE cuando el PSOE de Nafarroa se salió del PSE, algo que le pareció muy mal”, apostilla Anasagasti, quien concluye con una anécdota: “Iglesias fue con el Consejo General Vasco a Madrid a presentar sus respetos al rey y como Juanito era manco, Juan Carlos le preguntó a ver qué le había pasado y él le respondió: Me lo quitaron en el fuerte San Cristóbal durante la guerra. Fue algo muy comentado”.

Murió en 2001 a los 86 años y tras 30 años de vida en el exilio francés. El día de su entierro, el PSE destacó de su figura “su lucha por la democracia, la libertad, la igualdad y las ideas socialistas”.

El logro del Estatuto de Gernika, una historia de éxito

Lo que acabaría siendo la herramienta fundamental para el desarrollo del país nació en un momento político extremadamente convulso

Un reportaje de Eugenio Ibarzabal

han pasado cuarenta años y me toca escribir un artículo a propósito del aniversario de la aprobación del Estatuto de Autonomía del País Vasco, entonces popularmente llamado Estatuto de Gernika.

Y lo primero es traer hasta aquí los datos.

Estitxu, en la campaña a favor del Estatuto de Gernika.

El 25 de octubre de 1979 se puso a referéndum. PNV, PSOE, UCD y EE propugnaron el sí. Alianza Popular, origen del PP actual, pidió el no, pues el Estatuto atentaba, decían, contra la unidad de España. HB, que eran las siglas entonces de la izquierda aber-tzale actual propugnó tanto la abstención como el no. En su argumentación, que era varia, vino a destacar el siguiente eslogan: Si Navarra no vota, nosotros tampoco.

Los resultados fueron los siguientes: el sí representó el 53,1%; la abstención, el 41,1%; el no, el 3%, y los nulos y blancos, el 2,7%. El Estatuto se aprobó, pues, cabe así decirlo, muy justito.

¿Qué es luego lo que llega a mi cabeza a propósito de aquellos meses? La respuesta es una sensación de que, en aquel momento, todo parecía cogido con alfileres. Ahora tal vez sorprenderá lo que digo, pero lo recuerdo exactamente así.

Desde el 15 de junio de 1977, fecha de las primeras elecciones democráticas, habían pasado algo más de dos años, un período que, al menos para mí, resultaría eterno. El 5 de octubre de 1977 se produjo el primer atentado, que fue, para sorpresa hoy de algunos, obra de la extrema derecha, efectuada contra la revista Punto y hora de Euskal Herria. Tres días después, el 8 de ese mismo mes, ETA mataba a Augusto Unceta, presidente de la Diputación de Bizkaia, al tiempo que, días después, dicha organización afirmaba en su comunicado que “no ha cambiado nada. Aunque la amnistía fuera total, seguiremos practicando la lucha armada en tanto no se consiga la alternativa KAS y, más adelante, hasta que no se consiga un Estado socialista e independiente”.

El 14 de octubre se dictó, por fin, la ley de Amnistía en el Congreso y el 9 de diciembre salió el último preso, Aldanondo, ya que los presos históricos más señalados habían salido ya en junio a través de una estratagema legal, llamada extrañamiento, porque, si a la derecha española le interesa, siempre sabe encontrar los recovecos legales oportunos. Luego vino por parte de ETA lo que vino, con meses como el de mayo de 1978, con veinte muertos en sus atentados. La cifra media de muertos en los años 78, 79 y 80 fue de unos cien tan solo por parte de ETA. A no olvidar que, mientras tanto, ETA Político Militar se dedicó a atacar a empresarios, no se sabía ya muy bien por qué, y que la extrema derecha seguía haciendo de las suyas cuando y como quería, pues sus acciones siempre quedaron impunes.

Los antecedentes políticos del Estatuto no eran precisamente sólidos desde el punto de vista del apoyo popular. El debate constitucional previo salió como salió, de modo que la Constitución fue aprobada en el País Vasco tan solo con el 30,9% de los votos, con una abstención del 55,3%; un no, del 10,5%, y un porcentaje de nulos, del 3,3. Ha de saberse que el PNV optó por la abstención, por lo que una gran parte de esa abstención era activa. El 15 de junio dicho partido había logrado el 29,8%. Hagan la proyección que quieran, que es libre, y obtengan las consecuencias del grado de crispación y rechazo que, por lo que sea, existía en ese momento en nuestro país hacia la Constitución.

Difícil salida Y, sin embargo, el Estatuto había de acogerse a esa Constitución. Trato ahora de situar a los lectores de hoy en el enorme esfuerzo político que había que realizar para encontrar una salida a la autonomía vasca. ¿Cómo trabajar en aras a lograr un Estatuto que había de acomodarse a una Constitución aprobada por menos de la tercera parte de los vascos?, decían algunos, y no sin parte de razón. Pero si no se adoptaba ese camino, ¿qué alternativa quedaba?, pues la Constitución era un hecho aprobado y definitivo. Es verdad que no existía aún, como ocurre hoy, una interpretación cerrada y sesgada en contra de los nacionalismos vascos y catalán, pero, dentro de una cierta flexibilidad, el marco era el que era. Ahora bien, caso de no aceptar, ¿cuál era el camino a seguir? ¿Tratar de cambiar a tiros la Constitución y, mientras tanto, renunciar a un Estatuto, mejor o peor? En ese contexto tuvo que abrirse paso el Estatuto.

No voy a traer hasta aquí con detalle las vicisitudes de los debates y pasos que se dieron. Tan solo diré que, tras ser aprobado un proyecto por parte de la asamblea de parlamentarios vascos que contó desde el principio con voces discrepantes, UCD, la voz del Gobierno central de entonces, dijo aquello de “nos veremos en la Carrera de San Jerónimo”, es decir, que hacía saber que el verdadero debate se iba a producir en Madrid, no en Gasteiz. La derecha se opuso a 43 de los 46 artículos presentados. Eso era el 27 de junio de 1979. Al tiempo, Telesforo de Monzón afirmaba que “la aprobación de este Estatuto no va a parar la guerra”. En la calle se empezaba a gritar “Con el Estatuto, más represión”. No trato de hablar, por favor, de buenos y malos. Cada uno puede pensar hoy lo que considere oportuno; lo que trato de reflejar es el clima en el que nació y el enorme músculo político que fue necesario poner en marcha para aprobar lo que es la base sobre la que se mueve nuestro día a día de hoy.

Pero había una realidad aún más grave. Por primera vez desde hacía treinta años, en 1981, el PIB de este país presentaba un crecimiento negativo del 2%. El 50% de las empresas vascas estaban en quiebra. Pedro Luis Uriarte llegaría a afirmar entonces “que el País Vasco está en bancarrota y levantarlo va a costar Dios y ayuda”. Se estaban hundiendo las joyas de la corona de la industria vasca: la naval y el acero.

Y para arreglarlo, en ese mismo tiempo, había senadores de la izquierda abertzale que declaraban sin ambages que “hay que colapsar la industria vasca”. Dos explosiones interrumpieron el 90% del suministro de Iberduero, que paralizó a más de 25 grandes industrias y dejó sin luz a 100.000 personas. La cifra de paro era superior al 22% y el País Vasco había perdido más de 100.000 puestos de trabajo desde 1976. Digámoslo claro: era un panorama de caos.

Para terminar de contarlo todo, se podía ya observar el germen de futuros enfrentamientos en el seno del propio PNV, que entonces se plasmaba, simplificando mucho, entre partidarios de Xabier Arzalluz y los de Antón Ormaza.

Así se abrió paso el Estatuto, hasta que, finalmente, se aprobó.

Pero apenas lo celebramos en ese momento. Habíamos saltado a la calle por la amnistía, el Estatuto de autonomía, la legalización de todos los partidos políticos y contra el terrorismo. Sin embargo, una vez conseguido el Estatuto, la amnistía y la legalización de los partidos políticos, nunca lo llegamos a celebrar, en especial el Estatuto, con una auténtica fiesta en la calle. Es verdad que hubo mítines de campaña del referéndum en su favor, pero lo terminamos de asumir como si se tratara de un mal menor. Fueron tales las críticas, los juicios negativos, las barbaridades que tuvimos que escuchar en su contra por parte de ETA y HB, y tal su influjo, que terminamos pensando que el Estatuto de Gernika “no era para tanto”, que se trataba de una herramienta para salir adelante, pero “tan solo por el momento”. Eso es, solo un mal menor. Lo importante siempre parecía ser no lo que teníamos, sino lo que nos faltaba aún por alcanzar. ¿No decimos a nivel personal que hay que disfrutar de lo que se tiene? Pues algo de eso nos ocurrió con el Estatuto. Seguimos recordando y ansiando lo que nos faltaba. Si lo defendías a fondo, parecías escuchar: “Sí, está bien, pero eso no es de verdad lo nuestro, no hay que olvidarlo”. Parecía que nos estábamos defendiendo de las críticas que la izquierda abertzale y ETA nos hacían en ese momento.

Hostilidad de la derecha Al tiempo, la derecha vasca que tiene como origen Alianza Popular, que se opuso al Estatuto, jamás ha reconocido su actuación hostil y la impronta que su influencia tuvo en la opinión pública española a través de los medios de comunicación que controlaba. Seguía hablando de un contubernio entre el PNV y ETA. ¿Hay alguien en su sano juicio, visto lo visto, que podría justificar lo que entonces se dijo y escribió? Las hemerotecas están ahí. Son ahora cuarenta años de Estatuto. Sabemos ya muy bien lo que ofrece y lo que no. ¿Se puede seguir manteniendo las barbaridades que ha habido que escuchar y que aún se escuchan, tanto por la derecha como, en ocasiones, desgraciadamente, por la izquierda española?

Se me ocurren varias preguntas.

-En estos momentos se exige que algunos pidan perdón, pero la petición va dirigida tan solo exclusivamente a unos. ¿Alguien hasta el día de hoy ha pedido perdón por las barbaridades cometidas por la extrema derecha en aquellos años tan difíciles? ¿Quién purgó por todo lo que hicieron? Si todos nos pusiéramos a exigir a los demás lo que algunos exigen hoy a la izquierda abertzale, ¿hubiera habido Transición?

-¿Cabe imaginar lo que hubiera sido de este país si, lejos de decidir lo que decidieron, ETA Militar hubiera optado exclusivamente por la política en aquel aciago momento? ¿Cabe imaginar el sufrimiento que se hubiera evitado? Hay quien sigue pensando que el terrorismo coadyuvó al logro de un mejor Estatuto. Imposible comprobarlo. Caso de ser así, ¿compensó?

-Al margen de aspectos morales, sin duda claves, ¿cuándo va asumir la izquierda abertzale que, caso de seguir por el camino que entonces propugnaba, este País hubiera terminado en el caos? Y no pido que lo hagan en alta voz, no soy nadie para exigirlo, sino tan solo que hagan esa reflexión, y actúen en consecuencia, porque, en ocasiones, muy a pesar de tomar parte hoy, con absoluta normalidad, en las instituciones que nacieron con el denostado Estatuto, da a veces la impresión de que siguen pensando lo mismo.

El Estatuto es una historia de éxito. Algunos pensarán que de mucho éxito; otros de menor éxito. No entraré en ese debate. Pero si se mira bien, ya no tanto lo logrado, mucho o poco, allá cada cual, sino las circunstancias que hubo de superar para nacer, creo que no se puede menos de reconocer que aquello fue poco menos que un milagro. El mismo hecho de lograr, por horas, gracias al viaje en aquella avioneta, ser los primeros en presentarlo en el Congreso, le da incluso un toque de aventura, ya que hizo que ningún otro Estatuto, y más en concreto el catalán, lo condicionara luego en su tramitación. Hay, pues, razones para estar orgullosos, unos y otros, al menos por un día. Reconozcamos los hechos, aunque nos duelan, porque es la única manera de reconciliarnos los unos con los otros. Y mañana seguiremos trabajando, cada cual por su camino. Ahora que se habla tanto de disfrutar, no hubo oportunidad, ni por un momento, de disfrutar entonces del Estatuto. Siempre me quedé con esa pena.