Vasconia en la cartografía medieval

La evolución de la cartografía a lo largo de la historia ha servido también para recoger las distintas denominaciones que han recibido las tierras vascas y sus puertos

Jabier Aspuru

LA cartografía histórica en el mundo cristiano occidental a partir del siglo VI abandonó las teorías de los sabios griegos y romanos y se alineó con las creencias religiosas. Los manuscritos de esa época se basaron en la mitología y el dogma, alejándose de cartas o mapas que pudieran representar una realidad topográfica.

Hasta el siglo XIV los mapas en Occidente siguieron el esquema del Orbis Terrarum, también llamados T-O, donde la tierra se representaba en un círculo en el que se incluían tres grandes regiones, Europa, Asia y África, rodeadas de agua y separadas por unos brazos que representaban el mar Mediterráneo y los ríos Nilo y Danubio. Estas regiones correspondían respectivamente a los descendientes de los tres hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet. En medio del mapa se situaba Jerusalén como centro del judaísmo y de la cristiandad.

Dentro de este grupo destacan los manuscritos basados en los Comentarios al Apocalipsis, del Beato de Liébana, y que engloban varios manuscritos dibujados en diferentes monasterios entre los siglos X y XII. Entre nosotros, uno de los más conocidos es el del Beato de Saint-Sever, realizado entre los años 1050-1070, donde aparece manuscrito, por primera vez, sobre un mapa el nombre de Wasconia, en referencia a un espacio geográfico en el entorno del monasterio de Saint-Sever. Mucho se ha debatido sobre el significado y lo que abarcaba este topónimo.

Junto a este nombre de lugar aparece otro topónimo, Cantabria. En principio, podemos aceptar que en esos dos términos se englobaba un espacio geográfico de referencia para nuestro territorio actual.

En el mapamundi islámico-normando del siglo XII, del ceutí Al-Idrisi, la visión del mundo se representó muy alejada de la visión teológica cristiana. Para su confección, Al-Idrisi recurrió a las fuentes griegas de Ptolomeo del siglo II, adelantándose en el tiempo a la cartografía occidental. En el citado mapa, con el norte y sur representados en sentido inverso al usado por nosotros, aparece dibujada la costa vasca y los topónimos de Pamplona y de Baiona escritos en grafía islámica. También se puede observar de forma muy marcada la barrera de los Pirineos.

Los mapamundis T-O más conocidos del siglo XIII que han llegado hasta nuestros días son los de Hereford y de Esford. El de Hereford, en Inglaterra, datado hacia 1300, conservado en forma de retablo en la catedral, mide 132 x 162 centímetros y se dibujó sobre una única pieza de pergamino. Por su parte, el mapamundi de Esford es un mapa mural circular, realizado también sobre pergamino, que mide aproximadamente 3,57 metros de diámetro –el mayor de su tiempo– y fue realizado en torno a 1300 en el mismo monasterio benedictino de Ebstorf, en la Baja Sajonia en Alemania, donde fue localizado en 1830. El original resultó destruido en un bombardeo sobre Hannover en 1943 y se ha podido reproducir a partir de fotografías hechas al original.

Visión teológica 

Ambos mapas muestran una visión teológica del mundo propia de la época, más que una realidad geográfica. No obstante, están representados en ellos más de 400 topónimos junto a eventos bíblicos, animales, plantas, personajes y escenas de la mitología clásica. También en estos dos conocidos mapamundis del siglo XIII aparecen los topónimos Wasconia y Vasconia, poniendo de manifiesto la existencia de una realidad cultural y geográfica relevante. Al lado de estas representaciones geográficas de visión teológica, a partir del siglo XIII en el entorno mediterráneo, donde se llevaba a cabo la mayor actividad comercial en Europa, surgieron unos mapas cuya finalidad estribaba en su utilidad en la navegación. Se siguieron dibujando sobre pieles de animales –cordero o cabra– y empezaron a ajustarse mucho a la realidad territorial, sobre todo en el recorte de las costas. Mostraban una información detallada sobre puertos y enclaves marítimos, sin embargo se mostraban mudos sobre geografía de tierra adentro, por lo que se rellenaban estos espacios vacíos con representaciones mitológicas tomadas de los mapas medievales. Estas cartas de navegación, llamadas portulanos, surgieron en el Mediterráneo –en los puertos italianos de Génova y Venecia, además de en las costas catalanas– en el siglo XIV y se utilizaron hasta el siglo XVII, llegando a ser impresos.

El mapa manuscrito más conocido de entre los portulanos es el Atlas Catalán de los judíos catalanes Abraham y Jafuda Cresques, de 1375. Este portulano fue un obsequio del rey de la corona de Aragón Pedro IV al rey Carlos VI de Francia. El Atlas Catalán muestra, además de la información propia para su uso en la navegación, una rica iconografía en su interior heredera de la cartografía medieval, lo que hace de él una joya cartográfica única. Se conserva en la BNF de París. El portulano Atlas Catalán fue de los primeros mapas en los que aparecieron perfectamente ubicados e identificados varios lugares de la costa vasca: Baona de Gascogna Baiona, San Johan Donibane Loitzune, Fontarabia Hondarribia, Figo Cabo Higuer, Vitarza puerto medieval de Oiasso-Huarcha en el río Bidasoa, San Sebastia Donostia, Cataria Getaria, Bremeo Bermeo, Marchiach Matxitxako, Birbao Bilbao y Galleto Portugalete.

En el portulano italiano de Otomano Freducci de Ancona, de 1497, en el que aparecen los reinos cristianos de la península, nuestro entorno geográfico aparece nombrado como Biscallia y Guaschoigna. En el mapa veneciano de Agnese, de 1544, nuestro país aparece denominado como Regnu Navarre y Guasconia.

Otro mapamundi extraordinario es el de fra Mauro, un monje que lo dibujó sin salir de su monasterio en Venecia por encargo del rey de Portugal Alfonso V. Fra Mauro realizó este gran mapa del mundo a partir de informaciones de exploraciones que navegantes chinos y árabes habían realizado en el mar Índico, copiando de mapas del propio Marco Polo. La finalización del mapamundi está datada en 1460 por una inscripción que se halla en la parte posterior de la pieza. El mapa fue coloreado con tintas y pinturas al temple sobre hojas de pergamino pegadas a una plataforma giratoria de madera circular de aproximadamente 196 centímetros de diámetro. La ronda se completa con alrededor de 2.800 nombres de lugares, 200 textos breves en lengua vernácula veneciana y cientos de representaciones icónicas de ciudades, barcos, animales, monumentos arquitectónicos, montañas, carreteras, ríos, etc. El manuscrito se encuentra en la Biblioteca Nazionale Marciana de Venecia.

En este mapa, que es de transición entre los portulanos mediterráneos y los nuevos mapamundi de Ptolomeo del siglo XV, se ven reflejados varios lugares de la costa vasca. Así, aparece escrito Gascogna en la zona de la Gascuña, Auto rauia Hondarribia, Baiona Papaluma Pamplona, Navara Navarra, Todeli Tudela, Estela Estella, Diana Viana, Birbao Bilbao, Bermeo, Vescaia Bizkaia o Ronziuale Roncesvalles.

Ptolomeo, imprenta y américa

Entre los siglos XV y XVI se encadenaron tres hechos transcendentales que cambiaron el rumbo de la cartografía: la recuperación de la obra de Ptolomeo por parte del mundo cristiano occidental, el nacimiento de la imprenta y el descubrimiento de América.

Claudio Ptolomeo fue uno de los últimos grandes astrónomos y teóricos del conocimiento de la Antigüedad y el inspirador de la cartografía moderna. Fue un astrónomo, matemático y geógrafo perteneciente a una familia griega residente en Alejandría, en el Egipto ocupado por los romanos. Nació y vivió entre los años 90 y 168. Su obra llegó a Occidente de manos de los eruditos bizantinos y árabes, pues en la Europa cristiana occidental, donde primó el dogma religioso, se le ignoró casi completamente, al menos hasta los últimos tiempos de la Baja Edad Media. Su recuperación para la geografía occidental llegó cuando los especialistas encargados de traducir del griego original al latín las obras procedentes de Bizancio se instalaron en Florencia. La representación ptolomeica del mundo, realizada con todos los avances conseguidos por la ciencia grecorromana precedente, constituyó el punto de partida de la cartografía moderna. Su obra Almagesto era un tratado de astronomía y matemáticas donde Ptolomeo exponía su creencia de que la Tierra es una esfera que domina el centro del Universo y de que este gira a su alrededor. Su obra Geographia fue traducida del griego al latín por el florentino Jacobo d’Angelo en 1406 cambiando su título por el de Cosmographia.

La invención de la imprenta lanzó a la fama la obra de Ptolomeo. En 1482 se hizo la primera impresión de la Geographia ptolomeica al norte de los Alpes en la ciudad alemana de Ulm. Edición considerada la más importante de entre los incunables, se basa en un códice manuscrito que el cartógrafo alemán Nicolaus Germanus copió de la obra de Ptolomeo. Debido al éxito editorial, se volvió a editar en 1486, siendo esta de una de las ediciones más bellas de la obra de Ptolomeo. Los mapas impresos en esta segunda edición fueron iluminados a mano dando lugar a obras de gran belleza y colorido. La edición de Ulm contiene, además, el primer mapa moderno impreso de la península Ibérica. En este mapa, donde se representan los reinos de la península, nuestro espacio geográfico se expresa con los términos de Gasconia y Regnun Navarie, que aparece como reino independiente.

Con las primeras noticias de los descubrimientos ultramarinos, se confeccionaron revisiones del mapamundi de Ptolomeo en un intento de aunar el viejo conocimiento geográfico con los nuevos hallazgos. Fue el alemán Martín Waldseemüller el que imprimió entre 1507 y 1513, en Estrasburgo, la edición de la Geografía en la que, sin alterar la plantilla ptolomeica original, se incluyeron los primeros mapas de América, lo que lleva a considerar esta obra como el primer atlas moderno. El también cartógrafo alemán Sebastián Munster publicó en 1532 una obra titulada Cosmografía, en la que, a una visión de la Geografía de Ptolomeo, acompañó con hermosas vistas de varias ciudades europeas. En esta obra también aparece una de las tablas Novas de Hispania. Aquí nuestros territorios se ven reflejados como Bizcaia y Navarra y la Gasconia vuelve a su ubicación tradicional al norte de la línea pirenaica.

Miguel Servet corrigió y añadió nuevas secciones al original de la Geografía y lo imprimió en Lyon en 1535. En esta edición todo nuestro entorno aparece bajo el nombre de Bishaia.

En cuanto a los mapas manuscritos autóctonos más antiguos, encontramos un croquis de campo incluido en un pleito de 1493 seguido en la Chancillería de Valladolid. Se representan en él, las principales fortalezas ubicadas al sur de la provincia de Araba, en la zona fronteriza del curso del río Ebro, sobre el que se sitúan varios puentes. En el lado inferior del mapa se dibujaron varios hombres extrayendo hierro para el conde de Salinas, mineral que transportan en barca a las herrerías al otro lado del río. En el texto aparecen los términos Viscaya, Guypuzcoa, Alava, fortaleza de Ocio y lugar de Labastida, Haro, Miranda de Ebro y Puentelarra… entre otros.

El estudio de la cartografía histórica, ya sea medieval o de la época moderna, constituye un elemento más junto con otras disciplinas de la Historia que nos permite conocer o reflexionar sobre nuestro pasado. La historia es compleja y no admite dogmas ni simplificaciones. Somos porque fueron y porque somos, serán: Izan zirelako, gara; garelako, izango dira.

El autor

jabier aspuru

Ha sido profesor de Enseñanza Secundaria en el Instituto Zaraobe, de Amurrio. En la actualidad, se dedica a tareas de investigación y de divulgación, colaborando con diferentes publicaciones.

El portulano Atlas Catalán fue de los primeros mapas en los que aparecieron perfectamente ubicados lugares de la costa vasca

La obra de Ptolomeo, el nacimiento de la imprenta y el descubrimiento de América cambiaron el rumbo de la cartografía

Los vascos en tiempos de mortandades, la Edad Media

La salud era un bien fundamental en la sociedad medieval. No se pudo evitar, sin embargo, la propagación de graves epidemias pese a la perfección de la medicina medieval

Un reportaje de Ernesto García Fernández

LA medicina medieval perfeccionó sus procedimientos diagnósticos y sus técnicas preventivas y curativas durante los siglos XIII al XVI. Los profesionales de la salud aplicaban su saber a los pacientes de acuerdo con los conocimientos teórico-prácticos de esos años. El doctor en medicina Arnau de Vilanova (c. 1240-1311) justificaba la profesión médica en la sociedad medieval por su utilidad social. Afirmó lo siguiente: «Todas las enfermedades que pueden ser en los cuerpos de los hombres y de las mujeres, pueden haber remedio de salud, también para las ánimas como para los cuerpos». La formación universitaria comenzó a ser un requisito de profesionalidad en la sociedad bajomedieval. Disponer de los títulos de médico bachiller, licenciado o doctor en la Universidad fue la antesala de la demanda de servicios a estos titulados por los reyes, nobles, burgueses y las mayores poblaciones europeas.

Grabado de la villa de Bilbao de J. Braun y Fr. Hogenberg de la segunda mitad del siglo XVI. A la derecha de la imagen se dibujan por orden la iglesia de los Santos Juanes, el hospital y el convento de la Encarnación.

La búsqueda de la salud Los gobernantes se preocuparon por mejorar las condiciones higiénicas de sus respectivas poblaciones dictando ordenanzas que impulsaban la limpieza de las calles, la ubicación de las carnicerías en zonas adecuadas y la concentración de las industrias contaminantes al exterior de las zonas residenciales (las tenerías, molinos, etc.). Y, sobre todo, concertaron la contratación de médicos a los que daban un salario por sus servicios profesionales en los hospitales, en domicilios particulares y con los pobres mendicantes. En 1483, el concejo de Vitoria-Gasteiz contrató al licenciado Antonio Tornay, médico cristiano, no judío, formado en la universidad. Lo fue también del duque de Bretaña, del duque de Alba y probablemente de Bilbao, de donde era vecino en 1498. Pero el número de profesionales sanitarios, sin entrar a valorar la eficacia de las medicinas y las prácticas médicas, fue insuficiente. De ahí su mayor valor social en aquellos períodos en que las epidemias hacían su aparición. En el País Vasco hasta 1492 sanitarios judíos y cristianos compartían el ejercicio de la medicina (médicos, físicos, cirujanos o barberos) y en Navarra hasta 1498. A partir de la expulsión de los judíos, todos los sanitarios fueron cristianos.

Los hospitales El sistema asistencial tuvo un pilar clave en los hospitales. No eran propiamente centros de curación, sino de acogida de peregrinos y pobres. Una parte de estas gentes, mayormente mal vestidas e insuficientemente alimentadas, fueron desarrapados que vivían de la mendicidad y casi siempre carne de cañón en épocas de pandemia. En las ciudades medievales vascas y en pueblos pequeños hubo hospitales regidos en última instancia por las autoridades locales. Algunos se concibieron en su origen para atender a los leprosos: los lazaretos. Los gobernantes nombraban a los responsables de los hospitales, uno o dos mayordomos, y al hospitalero. Estos cumplían los acuerdos concejiles concernientes a los residentes en dichos centros. En Vitoria-Gasteiz, Bilbao y otras localidades había «beatas» que por motivos caritativos y de solidaridad atendían a los pobres y enfermos. Para mejorar la asistencia de los hospitales se fundaron cofradías: Nuestra Señora del Cabello, luego del Hospital de Santiago (Vitoria-Gasteiz) y la del Hospital de los Santos Juanes (Atxuri-Bilbao), base del futuro hospital de Basurto. Los hospitales solían pertenecer a la Iglesia, a los Ayuntamientos, a nobles o a comerciantes que los habían financiado con el propósito de contribuir al bien común de las ciudades, al mismo tiempo que dicha circunstancia reforzaba su consideración social. Los reyes financiaron los principales hospitales.

Las pestilencias La salud era un bien fundamental en la sociedad medieval. No se pudo evitar, sin embargo, la propagación de graves epidemias. La más conocida fue la Peste Negra de 1347-1348. El portugalujo Lope García de Salazar, antes de 1476 echaba la culpa de esta mortandad a la carestía, a la falta de pan y a la escasez de carne. Sostuvo que la peste duró unos cinco meses, de febrero a finales de junio y explicó su final con el aumento de la producción agrícola. Lope dijo que murió en Castilla una tercera parte de la población. No conocemos el número de muertes ocasionado por la peste negra en Araba, Gipuzkoa y Bizkaia. Se supone que fue elevado. Se ha escrito que en Navarra la población se redujo más del 50%. Las pestilencias se reprodujeron en la segunda mitad del siglo XIV y a lo largo de los siglos XV y XVI. En 1464 la peste asoló la ciudad de Vitoria-Gasteiz. En la década de los 80-90 del siglo XV y en el XVI se registran epidemias en Bilbao (1490, 1498 y 1507), Azpeitia y Donostia (1484), Vitoria-Gasteiz (1485, 1504, 1505, 1519, 1530), Laguardia (1507), etc. En 1498 los gobernantes de Bilbao se habían percatado de que había carniceros que seguían vendiendo en sus carnicerías, pese a que tenían bubas y también habían constatado que las tenían algunas prostitutas. Inmediatamente las autoridades locales prohibieron a los carniceros que ejercieran dicha actividad, bajo la pena de 50 azotes y mil maravedís por cada vez. A las prostitutas se las expulsó de la villa. Se les dio seis días para salir de la villa, de lo contrario recibirían 200 azotes y se les arrebatarían sus bienes. La preocupación porque se produjera una epidemia pestífera generó una enorme alerta entre la población.

Las epidemias tuvieron efectos económicos y financieros. Hubo personas que se endeudaron o perdieron su puesto de trabajo. Las relaciones laborales y comerciales se enrarecieron por temor al contagio. Las haciendas regias y locales no pudieron recaudar todos los impuestos debidos por los contribuyentes. En Vitoria-Gasteiz la epidemia de 1464 provocó una reacción social que paralizó durante algún tiempo las derramas fiscales aprobadas por el Ayuntamiento. El daño fue mucho mayor para aquellos cuyos medios de supervivencia se hallaban en un estadio que rayaba la pobreza o era propiamente de miseria. La mortandad también formó parte de argumentos discursivos para lograr privilegios. En 1462 Baiona alegó los efectos negativos de la mortandad para conseguir de Luis IX de Francia la celebración de dos ferias anuales.

¿Qué respuestas se dieron para evitar los contagios? Había vecinos que huían de la ciudad a los pueblos, otros emigraban a zonas más lejanas donde las muertes eran menores. Los gobernantes establecieron cordones sanitarios prohibiendo la entrada de pobladores procedentes de zonas infectadas y exigiendo a los vecinos que no se dirigieran a pueblos infectados. Se pregonaba en las villas el nombre de las localidades donde la mortandad había triunfado para impedir la entrada a quienes hubieran estado en las mismas. Los sanos no querían convivir con los infectados. El riesgo de ser contagiados podía costarles la vida a ellos o a sus familiares más queridos. En Vitoria-Gasteiz en 1464 una parte de los regidores huyó de la ciudad y el concejo pensó en 1464 y 1485 que era una buena solución financiar rogativas y procesiones para rogar a Dios con el propósito de que detuviera la epidemia e impidiera la llegada a la ciudad de «extranjeros». En julio de 1504, clérigos y legos acordaron ir en procesión a Santa María de Arantzazu (Oñati) para que la «corrupción» (del aire) desapareciera. Vitoria-Gasteiz ya estaba infectada desde el 14 de junio de 1504. En 1504 y 1505 los ayuntamientos dejaron de celebrarse en Vitoria-Gasteiz para realizarse en Zurbano, Armentia, Betoño, el último en Gamarra Mayor el 24 de abril de 1505. En mayo se decidió levantar una ermita en honor de San Sebastián y realizar una procesión dando gracias a Dios por haber liberado la ciudad de la pestilencia con las imágenes de Nuestra Señora y San Sebastián. En 1505 el concejo de Vitoria-Gasteiz prohibió echar mantas y bultos sobre las sepulturas de las iglesias y que las mujeres llorasen encima, salvo en los tiempos consentidos por las ordenanzas. Paralelamente, se cerraron las puertas de la ciudad a quienes residían en pueblos contagiados (Astegieta, Lasarte, Ariñez, Labastida, Salinas de Añana y otras). Lo mismo aconteció en otros núcleos urbanos.

En Bilbao, sobresale la pandemia de 1507. Se originó en un hospital situado junto a la villa donde residían «más de noventa pobres». Se contrataron médicos, cirujanos y boticarios para curar a los enfermos y dar medicinas a los pobres. Se contrataron enterradores para sepultar a los que morían por la pestilencia y limpiadores para desinfectar las casas con fallecidos. Nadie de la villa quería entrar a limpiarlas. Se utilizó el fuego para erradicar la pestilencia, como a fines del siglo XV en Donostia donde se quemaron maderas aromáticas causantes de un incendio devastador. Al no ser capaces de controlar la enfermedad en el hospital decidieron trasladar a los residentes a los montes cercanos, donde levantaron un «hospital de campaña», es decir, una casa y chozas donde fueron instalados, les llevaron comida y a sus cuidadores lo que necesitaran.

En Vitoria-Gasteiz la documentación de los siglos XV y XVI descubre la importancia de las vecindades en la ejecución de las medidas profilácticas. Las vecindades eran las responsables de la limpieza de las basuras y en 1485 los mayorales de estas vigilaban la procedencia de los residentes para descubrir si habían estado en poblaciones infectadas. En 1530 los mayorales entregaban a los enfermos de cada vecindad, luego confinados en el hospital de la Plaza, pese a la oposición del hospitalero y su mujer, destituidos por el concejo. Unos años más tarde, en 1565, los infectados de la peste más pobres fueron sacados de los hospitales y recluidos en las ermitas de San Juan de Arriaga y Santa María de Olarizu en espera de su recuperación. Para algunos convalecientes se buscó una casa en las afueras y otros se llevaron a la ermita de San Miguel. Una vez curados sus ropas se lavaban solo en el río Zadorra. El aislamiento de los enfermos buscaba una atención específica y la protección de los sanos. Medidas similares se dieron en Navarra y en otras zonas castellanas, aragonesas y europeas.

La Historia es cambio, pero hay cosas que nos recuerdan la Edad Media.

Max Parker, el brigadista que cantaba bilbainadas

LOS VASCOS RECLUIDOS EN EL CAMPO DE CONCENTRACIÓN BURGALÉS DE SAN PEDRO DE CARDEÑA DEJARON EN EL BRIGADISTA MAX PARKER UN RECUERDO EN FORMA DE CANCIONES QUE MUCHOS AÑOS DESPUÉS EL ESTADOUNIDENSE RECOGIÓ EN UN DISCO

IÑAKI BERAZATEGI / BILBAO

ENTRE los testimonios que los combatientes de las Brigadas Internacionales dejaron de su paso por suelo español durante la Guerra Civil, uno de los más atípicos es un disco editado por Folkways, el prestigioso sello discográfico del Instituto Smithsoniano. Se titula Al tocar diana/At break of dawn. Songs from a Franco prison y lo grabó en 1982, un año antes de su muerte, Max Parker, un veterano del Abraham Lincoln, uno de los batallones de la XV Brigada Internacional, formado en su mayoría por brigadistas estadounidenses, aunque también había en sus filas voluntarios antifascistas canadienses, cubanos, argentinos y un pequeño contingente de irlandeses, la legendariaColumna Connolly.

En el disco, el veterano brigadista, nacido en 1912 en el Lower East Side de Nueva York en una familia judía de origen lituano, rememora sus vivencias como prisionero de guerra del ejército franquista y canta un puñado de canciones en castellano, inglés, ruso, hebreo y yiddish, la lengua de las comunidades judías askenazis de Europa Central y del Este. Son las canciones que Max y sus compañeros cantaban durante su cautiverio en el campo de concentración de San Pedro de Cardeña, situado en el antiguo monasterio cisterciense del mismo nombre, a apenas diez kilómetros de Burgos.

Resulta asombrosa la variedad estilística de las canciones interpretadas por Max Parker con su bien timbrada voz, a capela o con un austero acompañamiento instrumental de guitarra, concertina y piano, pero más asombroso aún resulta encontrar en su repertorio varias canciones populares muy cercanas a nosotros: un par de bilbainadas, Un inglés vino a Bilbao y un popurríde Las campanas de la aurora y La taberna de Paloca; dos habaneras, Tú que brillas en elcielo y El pescador; una jota de Raimundo Lanas; Quisiera volverme hiedra, y la conocidísima Asturias, patria querida, canción de la que Max Parker dice en el cuaderno de notas que acompaña al disco que también era «cantada por los prisioneros vascos» con los que compartió cautiverio en el penal de Cardeña.

En esta extraordinaria grabación, Max Parker desgrana sus recuerdos y evoca tanto las penurias sufridas en Cardeña más de cuarenta años atrás como los momentos felices que deparaba a los prisioneros la interpretación de estas canciones. En el disco encontramos también varios cantos de trinchera de la Guerra Civil: Jarama valleyThe Connolly column y Si me quieres escribir; una ranchera norteña, Ya no me vengas; un fandanguillo, Desde Cádiz, o una adaptación del tango Tomo y obligo, popularizado por Carlos Gardel en 1931 y titulado aquí Al tocar diana.

El monasterio de Cardeña había sido habilitado como campo de concentración por el ejército franquista a finales de 1936 con el fin de internar allí a los gudaris y combatientes republicanos hechos prisioneros en el Frente Norte. Según los informes oficiales, tenía capacidad para 1.200 prisioneros, aunque, al igual que el resto de los presidios y campos de concentración franquistas, dicha capacidad fue muy pronto superada, sobre todo a partir de la primavera de 1937, cuando comenzó a desmoronarse el norte republicano y los franquistas comenzaron a hacer miles de prisioneros vascos, santanderinos y asturianos, que fueron hacinados en este y otros campos y presidios de Burgos, como los situados en Lerma, Aranda de Duero y Miranda de Ebro.

Durante esta primera etapa, el campo fue utilizado principalmente para formar batallones de trabajadores que, una vez completados, eran transferidos a otros lugares en los que se requería el concurso de esta mano de obra esclava.

PARA EXTRANJEROS 

La situación cambió a primeros de abril de 1938, cuando el Cuartel General de Franco designó al campo de Cardeña como el lugar donde debían concentrarse todos los presos de nacionalidad extranjera hechos prisioneros por los nacionales, quedando Cardeña oficialmente desde ese momento como único campo para extranjeros de la Península.

Este cambio en la situación del campo se produce prácticamente a la par que la captura de Max Parker por las tropas franquistas en las inmediaciones de Gandesa, donde se había atrincherado la XV Brigada Internacional, y que fue tomada por los nacionales el 3 de abril de 1938.

Max Parker había llegado un año antes a España, en marzo de 1937, movido por su compromiso antifascista después de haberse fogueado en su ciudad natal en la lucha contra el Bund nazi y los seguidores de Mussolini, que crecían como setas venenosas en los barrios alemanes e italianos de Nueva York. Tras recibir entrenamiento durante tres semanas en Figueres y otros dos meses en la albaceteña Madrigueras, fue destinado como chófer de un camión en el segundo escuadrón del Regimiento de Transportes de la XV Brigada Internacional.

Como el propio brigadista indica en las notas del disco, los chóferes solían ser elegidos entre los voluntarios americanos, dado que estos estaban más familiarizados que los de otras nacionalidades en la conducción de vehículos. A bordo de su camión ruso, Parker transportó durante nueve meses suministros y soldados en algunos de los frentes más peligrosos de la Guerra Civil: Brunete, Belchite, Teruel y Gandesa, en cuyas proximidades fue hecho prisionero.

Durante seis días con sus correspondientes noches, sin apenas dormir, Parker había transportado tropas con su camión de un lugar a otro del desorganizado y fluctuante frente de Gandesa con el fin de reforzar las líneas republicanas, que se veían impotentes para frenar la ofensiva lanzada por el ejército franquista a primeros de marzo a lo largo del frente de Aragón en dirección al Mediterráneo para cortar en dos el territorio republicano.

El desconcierto en las líneas republicanas era tal que, en la noche del sexto día, y por una indicación errónea del oficial al mando de las tropas que transportaba, Parker cruzó inadvertidamente con su camión las líneas enemigas y fue hecho prisionero. El brigadista neoyorquino contó que pudo salvar la vida gracias a que el italiano que lo detuvo había vivido una temporada en Nueva York y simpatizó con él tras entablar una breve conversación en inglés. Peor suerte corrieron varios de los soldados republicanos que transportaba, que fueron ejecutados por orden del español que acompañaba al captor del brigadista neoyorquino. Probablemente, aunque Parker no lo indica, el italiano que intercedió por él debía ser un mando de la División Flechas, anteriormente Brigada Flechas Negras, que en 1937 había combatido contra el ejército vasco en diversos frentes de Bizkaia.

Tras pasar la noche encerrado en un establo, fue reagrupado con otros brigadistas prisioneros, la mayoría británicos e irlandeses, entre los que se encontraba el dirigente del IRA Frank Ryan, cuya graduación de capitán le hacía candidato a la pena de muerte. En las horas siguientes los brigadistas, unos 150, fueron trasladados a la prisión militar de Zaragoza, donde –como se esperaba– un Consejo de Guerra sumarísimo condenó a muerte a Ryan, aunque las presiones del gobierno de Irlanda lograron que la pena fuera conmutada. Parker, que había aprendido algo de castellano y ejercía de traductor oficioso de los brigadistas prisioneros tuvo durante este tiempo trato directo con Ryan y lo describió como un hombre «inteligente, equilibrado, incorruptible y fuerte».

Al cabo de unos días, Parker, Ryan y el resto de los brigadistas prisioneros en Zaragoza fueron trasladados de nuevo. En esta ocasión al lugar de su cautiverio definitivo, el campo de concentración de Cardeña, de donde fue conducido a Donostia en febrero de 1939 como paso previo a su repatriación a Estados Unidos.

UN VASCO OCULTO 

¿Quiénes fueron los gudaris anónimos y cantarines a los que, probablemente, hay que atribuir la enseñanza de las canciones que Max aprendió durante su cautiverio? Carl Geiser, comisario político del batallón Lincoln y compañero de cautiverio de Parker en Cardeña, publicó en 1986 Prisoners of the good fight, libro en el que relata su experiencia en la Guerra Civil, como combatiente primero y como prisionero después. El libro de Geiser constituye, junto con el testimonio del propio Parker, una de las principales fuentes de conocimiento de lo que sucedía intramuros del campo de Cardeña durante el periodo en que funcionó como centro de detención de extranjeros.

Su primer recuerdo amable de Cardeña tiene que ver precisamente con un prisionero vasco del que tampoco sabremos su nombre. Relata Geiser que a su llegada a Cardeña, él y el resto de los brigadistas que formaban parte de su expedición fueron introducidos para pasar la noche en una especie de altillo con el suelo cubierto de paja por todo colchón. Cuando trataban de acomodarse para dormir, escucharon unos tímidos golpecitos procedentes del suelo de madera de la estancia. Intrigados, retiraron la paja que lo cubría y, para su asombro, alguien desde el piso inferior levantó varias tablas del piso y asomó su cabeza, tocada con una boina. Tras decirles, puño en alto, «¡Salud, internacionales!», se identificó como vasco, se interesó por su estado de salud y de ánimo y les ofreció su ayuda. La sorpresa de los brigadistas fue mayúscula y tuvieron que insistir al inesperado visitante para que regresara al piso inferior, no fuera a ser descubierto.

En su libro, Geiser dice que los vascos prisioneros en Cardeña en el año que estuvo preso antes de su repatriación a Estados Unidos pertenecían a los batallones Rebelión de la Sal, Saseta y Salsamendi, pero ese dato, por sí solo, no indica que los brigadistas –656, según Geiser– no mantuvieran contactos con otros prisioneros vascos –o asturianos, o santanderinos– pertenecientes a otras unidades militares republicanas.

La canción que da título al valioso documento sonoro que dejó Max Parker es, como se ha dicho, una adaptación del popular tango Tomo y obligo. Fue hecha por los brigadistas cubanos prisioneros en Cardeña y describe con crudo humor algunas de las escenas de la vida cotidiana en el campo. Su letra, transcrita con las mismas incorrecciones fonéticas que aparecen en la interpretación de Max Parker, puede ser un buen colofón para este acercamiento a una página de la historia que no debería ser olvidada nunca:

Al tocar diana, por la mañana, lo dice a gente todos a formar,

entrar en fila, salir al patio, y la bandera después saludar.

Al sopa de ajo, al primer plato, para el almuerzo nos suelen llamar

con desagrado muy bien marcado. Soy prisionero tienes que aguantar.

Hoy nos daban los dos chuscos, que es cosa que no varía

el modo en que envenenaban la comida en el penal.

Las lentejas y judías te las dan todos los días

bajo una lluvia de palos que no te dejan comer

Todas las tardes nos dan sermones. ‘Hermanos míos’ nos suelen llamar

Unos señores que con sotana debajo llevan traje militar.

Si tienes piojos, no te preocupes; en todas partes nos van a encontrar.

Tiene paciencia, mi camarada. Soy prisionero tienes que aguantar.

Javier Brosa, el gudari vasco-mexicano del Batallón Gernika

JAVIER BROSA FUE UNO DE LOS GUDARIS DEL BATALLÓN GERNIKA QUE CONTRIBUYERON A LA DERROTA DE LAS TROPAS NAZIS EN LA COSTA DEL MÉDOC. DESDE MÉXICO RECUERDA AQUELLOS DÍAS

FRANCK DOLOSOR LADUCHE

UNA de la rutinas diarias del donostiarra Javier Brosa, de 94 años, es ir paseando cada mañana hasta la empresa Electro Donosti SA que fundó en México DF. Brosa emigró a América tras la Segunda Guerra Mundial buscando, como tantos otros, asentarse lejos de su tierra natal, aplastada bajo el peso del franquismo. La victoria aliada en Europa no iba a suponer la caída de la dictadura y para Brosa, que combatió en el Batallón Gernika en Francia, como para tantos otros, la esperanza del regreso había terminado.

Nacido en Donostia a finales de 1925, Brosa recuerda con detalle el combate de la Pointe de Grave, en el Médoc, que permitió liberar la entrada del puerto de Burdeos, un paso más hacia el fin de la ocupación nazi en Francia.

Con motivo del 75 aniversario del armisticio, firmado el 8 de mayo de 1945, lo que tampoco olvida Brosa es que el final de una de las mayores tragedias para la humanidad no supuso el final de la dictadura franquista y de la represión en Euskadi.

Miembros del Batallón Gernika, cuya lucha fue ensalzada por el general Charles de Gaulle.

En 1944, el ambiente en Gipuzkoa se le hacía irrespirable al Javier Brosa de 19 años, obligado a seguir los cursos ordenados por la Falange. Ese año decidió escapar junto con dos amigos, Jesús Blanco Urteaga y Vicente Aizpurua Zubizarreta. Los tres cogieron una pequeña lancha y desde el puerto donostiarra atravesaron de noche los kilómetros que les separaban del fuerte de Zokoa en Lapurdi.

«Al llegar allí algunos vecinos nos hicieron gestos para que anduviésemos con mucho cuidado porque toda la costa estaba llena de minas flotantes, desde Hendaia hasta el norte de Francia. Tuvimos la suerte de que ninguno de los tres hiciera estallar alguna de estas minas. Allí nos acogieron y nos pusieron en contacto con las autoridades vascas, que también estaban en el exilio. En aquel momento, estaban creando una brigada para ayudar a los aliados y luchar contra los alemanes. Pensaban que luego los aliados ayudarían para derrocar a Franco». Tras enrolarse en la nueva brigada recalaron en Pau. «Pasamos unos días en Pau con miembros de la Unión Nacional de guerrilleros Españoles, pero luego el irundarra Kepa Ordoki nos propuso participar en la unidad que estaba creando bajo la supervisión del Gobierno vasco y del lehendakari José Antonio Agirre».

Algo más de un centenar de gudaris de Nafarroa, Bizkaia, Araba y Gipuzkoa fueron trasladados de Pau a Burdeos, entre ellos el propio Javier Brosa, Víctor Goñi, natural de Zirauki, o Antonio Arrizabalaga, de Ondarroa, respectivamente tíos abuelos del pelotari Juan Martínez de Irujo y del futbolista Kepa Arrizabalaga. Su primera misión fue proteger depósitos de combustible durante unos días. A partir del 14 de abril de 1945, la única unidad militar vasca que luchó en la Segunda Guerra Mundial fue enviada a la estratégica comarca de Pointe de Grave, donde algo más de cuatro mil alemanes se habían atrincherado en las decenas de búnkers que jalonaban la costa. El llamado Muro del Atlántico fue construido por prisioneros y trabajadores forzados para defender la costa entre Noruega y el Bidasoa de ataques aliados.

REGIMIENTO MIXTO

La unidad de gudaris, denominada Gernika, se integró en el Octavo Regimiento Mixto Marroquí Extranjero dirigido por el comandante polaco Jan Chodzko. Así, ocho años después del bombardeo que sufrió la villa vizcaina y que los historiadores califican de ensayo general de la Segunda Guerra Mundial, el Batallón Gernika participó en uno de los últimos combates contra el nazismo.

Javier Brosa relata que nada más empezar el combate, a mediados del mes de abril de 1945, un mortero cayó de repente cerca de dos gudaris que caminaban a su lado en la zona denominada Cota 40: Antón Múgica y Félix Iglesias, que fallecieron en el acto. «Los cuerpos estaban totalmente deshechos y los enterramos como pudimos. No murieron por pisar una mina, fue por morteros. Pasamos un miedo terrible». Natural de Villaba y de 32 años, Iglesias estaba casado y tenía dos hijos, mientras el donostiarra Múgica no había todavía cumplido los veinte años.

El día después, los gudaris Juan José Jausoro y Antonio Lizarralde se sumaron a la lista de víctimas mortales del Batallón Gernika. Naturales de Alonsotegi y Durango, tenían respectivamente 32 y 37 años. Una veintena de gudaris también resultaron heridos durante estas primeras escaramuzas. Pocos días antes de que comenzara el combate, el gudari Prudencio Orbiz, natural de Ordizia, perdió la vida cuando realizaban maniobras. Los restos mortales de los cinco soldados vascos fallecidos en el Médoc reposan en el cementerio militar de Rétaud, en Charente Maritime.

«En vez de ir siempre por los pinares, tuvimos que subir por las playas hacia el norte, hasta Soulac», recuerda Brosa. «En ocasiones, los alemanes se rendían y salían de los búnkers al grito de ‘Yo, polaco’. Tras cuatro años de ocupación y de vulnerar los derechos fundamentales, temían represalias por parte de los franceses y fingían ser prisioneros polacos». En los recuerdos de Brosa hay incluso lugar para los momentos de ocio que compartieron: «Un día el cantante irundarra Luis Mariano vino para ofrecer un recital y animar a las tropas».

En total, en la batalla de Pointe de Grave murieron 400 combatientes aliados y 680 alemanes. 850 miembros de la Brigada Carnot resultaron heridos y 3.500 soldados alemanes fueron capturados. Según Brosa, la aportación del Batallón Gernika fue humilde pero refleja la voluntad de los vascos de defender la democracia y la libertad y de luchar contra el totalitarismo y el fascismo, tanto en Euskadi como en cualquier parte del mundo. Finalizado el combate, el general Charles de Gaulle se trasladó al Médoc, donde agradeció expresamente la participación de los gudaris. Tras un saludo a la ikurriña, afirmó ante el comandante Ordoki que Francia nunca olvidaría el esfuerzo y el sacrificio que habían realizado los vascos. Setenta y cinco años más tarde, Javier Brosa recuerda perfectamente que, días después de la visita del jefe de la resistencia francesa, el Batallón Gernika desfiló por las calles de Burdeos ante una multitud que celebraba por todo lo alto el final de la Segunda Guerra Mundial y la victoria de los aliados.

«El lehendakari José Antonio Aguirre también nos visitó en dos ocasiones. Era muy cercano. Nuestro comandante Kepa Ordoki también era un hombre estupendo porque siempre se interesaba y preocupaba por nosotros. Éramos jóvenes y él era una buena persona, valerosa y con gran experiencia en la guerra civil, nunca se quedaba atrás. Siempre iba con su ayudante Carlos Igiñiz, quien fue el que colocó la ikurriña en el último búnker que cayó. Nosotros siempre íbamos con ellos. Al terminar la guerra tomamos un descanso en Xiberta, en Angelu, y luego nos fuimos de vacaciones a Bretaña porque allí vivían los parientes de un gudari».

A PARÍS 

Cuando Brosa regresó a Euskal Herria le llamaron para participar en una misión secreta que implicaba vivir y entrenar en la capital francesa. «Allí esperamos un camión militar y nos llevaron al castillo Rotschild, en Cernay la Ville, a unos 30 kilómetros de París. No era la casa Arzak, pero no pasamos hambre porque tenían comida y pan blanco baguette, mejor que el pan negro que había entonces en Gipuzkoa».

Junto con otros 113 vascos y bajo la supervisión del jeltzale Primitivo Abad, Brosa recibió entrenamiento militar por parte de algunos de los mejores miembros del Ejército norteamericano. La misión consistía en crear el embrión de la Ertzaintza y formar a un centenar de hombres que a su vez pudieran formar posteriormente cada uno a otros cincuenta agentes. El objetivo era doble: primero derrocar a Franco y luego garantizar la seguridad interna en Euskadi. «Entrenamos y aprendimos mucho y era muy gratificante», señala Brosa. No obstante, con el comienzo de la Guerra fría y tras la muerte del presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt, su sucesor Harry Truman prefirió abortar la operación. Después de la masacre de la Segunda Guerra Mundial, en la que perdieron la vida sesenta millones de personas, los aliados optaron por dejar en el poder a Franco. Tal vez porque consideraban que le podían controlar y, sobre todo, porque tampoco les gustaba la alternativa a su régimen dictatorial.

La desmovilización total y definitiva del Batallón Gernika en septiembre de 1945, supuso un duro golpe para los gudaris que ayudaron a los aliados. Finalmente, tuvieron que afincarse en localidades de Iparralde, cerca de la muga, a la espera de la caída de Franco. Durante varios meses Javier Brosa trabajó en los talleres de Garona en la construcción de barcos fluviales y más tarde se trasladó a Nueva York con varios vascos.

«Subimos al barco como polizones, algunas personas nos atendían bien, pero al final nos encontraron y tuvimos que trabajar para el responsable de la embarcación. Pasamos controles en Ellis Island y el centro vasco de México nos pagó el viaje para ir hasta ahí, en 1947. El embajador de México nos dio permiso para vivir ahí legalmente. Volví a Euskal Herria en 1978».

Javier Brosa y Miguel Arroyo son actualmente los dos últimos supervivientes del Batallón Gernika. Nacido en Burgos en 1924, Arroyo, que pasó su infancia en Bilbao antes de exiliarse en Francia y alistarse en la brigada dirigida por Ordoki, reside hoy en día en Angelu, cerca del puerto de Baiona.

Javier Brosa, que ha vivido gran parte de su vida en México, se siente plenamente integrado en su país de adopción. En las últimas décadas, ha podido volver a Euskadi en veinticinco ocasiones para pasar estancias de tres meses cada verano. En los últimos años, sin embargo, no ha podido volver a casa por los problemas de salud de su mujer, una republicana catalana con la que vivió durante sesenta y dos años y que falleció en 2019.

Cada semana, se reúne con sus hijos y nietos para comer y ver juntos los partidos de su equipo favorito: la Real Sociedad. Desde México tres generaciones cantan ante el televisor Txuri urdin, txuri urdin maitea, y en ocasiones, la derrota de su equipo del alma se convierte en un auténtico drama. Con el paso de los años, no ha perdido ni su afición por el fútbol ni su sentido del humor. Javier Brosa no es creyente, pero cuando alguien se dirige a él llamándole señor contesta irremediablemente que «el Señor está en el cielo».

«No creo que vuelva a ir a San Sebastián, porque no me apetece meterme en un avión durante doce horas. Se me hace pesado y todos mis amigos han muerto». Brosa, que tiene claro que su último aliento será en México, está muy orgulloso de su familia, de la empresa que creó, y de haber sido gudari del Batallón Gernika.

París, 1950, las I Jornadas de Estudios Europeos

HACE 70 AÑOS, LA SEDE DEL GOBIERNO VASCO EN LA PARISINA AVENUE MARCEAU ACOGIÓ LAS I JORNADAS DE ESTUDIOS EUROPEOS, NO EXENTAS DE POLÉMICA EN EL SENO DEL PNV

LEYRE ARRIETA ALBERDI

Este sábado celebramos el Día de Europa. Se cumplen 70 años desde aquel 9 de mayo en el que el ministro de Asuntos Exteriores francés, Robert Schuman, pronunciara su famoso discurso, en el que propuso la creación de una Comunidad Europea del Carbón y del Acero. Y se acaban de cumplir también 70 años de un acontecimiento relacionado con el proceso de construcción europea y el exilio vasco. Del 28 al 30 de abril de 1950 se celebraron, en la sede del Gobierno vasco en París, las I Jornadas de Estudios Europeos organizadas por el Consejo Federal Español del Movimiento Europeo (CFEME), unas jornadas que provocaron un intenso debate en el seno del PNV.

Desde que, en noviembre de 1936, una delegación del Gobierno vasco se instalara en el número 11 de la Avenue Marceau parisina, el ejecutivo liderado por José Antonio Agirre había llevado a cabo una intensa actividad en foros europeos, que se intensificó tras el final de la II Guerra Mundial. La victoria de los aliados despertó enormes esperanzas entre los vascos exiliados, que vieron en la nueva Europa democrática que se proyectaba de entre las cenizas, un escenario ideal para conseguir dos importantes objetivos: el derrocamiento de la dictadura franquista y la reivindicación de una Euskadi independiente en esa nueva Europa. No obstante, con el inicio de la Guerra Fría, el contexto internacional cambió sustancialmente y en el propio Congreso de La Haya, celebrado en mayo de 1948, quedó patente que la Europa unida no se sustentaría sobre naciones sino sobre estados.

Aun así, el Gobierno vasco decidió seguir apostando por Europa, aunque ello significara que su representación en entidades europeístas tuviera que ser en el seno de organismos españoles. Uno de los frutos de La Haya había sido la creación del Movimiento Europeo. Los representantes vascos se percataron bien pronto de que el elemento básico de esta organización lo constituían sus consejos nacionales, correspondientes a los estados. El dilema era perder el tren europeo o subirse a él, a pesar de que el viaje lo hicieran en un vagón compartido. No solo eligieron la segunda opción, sino que se implicaron activamente en la constitución de un organismo europeísta de ámbito estatal. Muestra de ello es que el nacimiento oficial del CFEME, en febrero de 1949, tuvo lugar precisamente en el hermoso palacete parisino de la Avenue Marceau, sede del gobierno autónomo en el exilio.

Las personas que más decididamente participaron en el CFEME fueron Manuel Irujo, José María Lasarte, Francisco Javier Landaburu y Julio Jáuregui. Eran quienes configuraban el núcleo del equipo de París (salvo Irujo, que vivía en Inglaterra) y quienes se encargaron de la acción exterior del Gobierno vasco. La destacada intervención de estos afiliados del PNV en la constitución del Consejo español despertó las suspicacias de algunos miembros de dicho partido. El propio Juan Ajuriaguerra, principal líder del mismo y presidente del EBB del interior, mostró rápidamente su disconformidad. A su juicio, no les interesaba entrar en el Movimiento Europeo a través del CFEME y consideraba negativo «que el PNV haya sido patrocinador del nacimiento del Consejo». El bilbaino creía que, al margen de esa vía, existían otros modos de participar, sin tener que hacerlo dentro de un organismo en el cual «se diluyan nuestras personalidades y se subordinen no sólo prácticamente, sino también teórica e ideológicamente, a lo español».

Los hombres del equipo de París, sin embargo, consideraban el CFEME un importante instrumento antifranquista, que coadyuvaría a la difusión de los ideales federalistas entre las distintas fuerzas españolas y al reconocimiento de los pueblos del Estado español. La política del PNV, además, no quedaba hipotecada porque la presencia de los vascos en el Consejo se realizaba a título personal.

Finalmente, el EBB accedió a la participación de esos nacionalistas vascos en el organismo, pero el debate siguió abierto y continuaron perviviendo posturas encontradas sobre este tema. De hecho, las discrepancias volvieron a surgir con fuerza en 1950, a raíz de la celebración de las Jornadas de estudio organizadas por el CFEME. Dichas jornadas se celebraron del 28 al 30 de abril en la sede del Gobierno vasco, que, una vez más, se convertía en lugar de reunión de políticos e intelectuales europeos favorables a la creación de una Europa unida.

INTEGRACIÓN 

Siguiendo las directrices del Movimiento Europeo, el objetivo de las jornadas fue analizar los problemas referentes a la integración de España en Europa. Participaron en las sesiones personalidades europeas como Henri Brugmans (presidente de la Unión Europea de Federalistas, UEF), Robert Bichet (secretario general de los democristianos Nouvelles Equipes Internationales, NEI), André Philip (delegado general del Movimiento Europeo y fundador del Movimiento Socialista para los Estados Unidos de Europa, MSEUE) y Józef Retinger (secretario general del Movimiento Europeo). Intervinieron, asimismo, destacadas personalidades de la oposición al franquismo, como Salvador de Madariaga (presidente del CFEME y de la Comisión de Cultura del Movimiento Europeo), Rodolfo Llopis (secretario general del PSOE y presidente del Comité Ejecutivo del CFEME), Fernando Valera (dirigente de Unión Republicana y vicepresidente del Gobierno republicano español), Carles Pi i Sunyer (dirigente catalán y exministro de la República), Juan Antonio Ansaldo (representante monárquico), Rafael Sánchez Guerra (exministro, demócrata cristiano), Enric Adroher Gironella (secretario general del MSEUE) y José María Lasarte (consejero de Gobernación del Gobierno vasco y secretario del CFEME). Los asistentes se reunieron en distintas comisiones para el análisis de la integración de España desde diferentes perspectivas. Landaburu fue nombrado ponente de la comisión cultural y Leizaola de la económica. Irujo intervino en el acto de clausura.

El boletín OPE calificó de «evidente éxito» la celebración de las jornadas que habían logrado reunir a más de un centenar de elementos destacados de los diversos sectores de opinión antifranquistas. No obstante, no lo vieron así muchos afiliados nacionalistas. Las quejas no tardaron en llegar a la dirección del partido. Se inició entonces un caluroso debate, el cual generó una brecha entre posturas que tardó mucho tiempo en cicatrizar e incluso provocó dimisiones. Los más críticos fueron los afiliados encabezados por Ceferino Jemein (Keperin), quien representaba, sin duda, la posición más extrema de la vertiente crítica. En su afán de salvaguardar las esencias sabinianas, fue quien más reprobó la forma en la que se estaba desarrollando la labor europeísta. El blanco de sus ataques lo constituyó desde el principio el equipo de París. No acusaba al partido porque, en su opinión, si bien había errado al autorizar la participación en las jornadas, no podía imaginar lo que ello conllevaría. En todo caso, el PNV había pecado de negligencia o exceso de confianza. En opinión de Jemein, si el PNV deseaba asistir a las reuniones del Movimiento Europeo o de organizaciones federalistas de carácter mundial, podía hacerlo o bien con representación propia y directa o bien a través de cualquier otro organismo que lo admitiera, una vez reconocidas su personalidad y aspiraciones.

Ante esa situación de malestar creciente, el EBB decidió investigar lo sucedido. Se dirigió a los afiliados que actuaban en el CFEME y que estuvieron presentes en las jornadas, así como a la junta local del partido en París, solicitándoles información detallada a fin de estudiar el problema con conocimiento de causa y dictar en consecuencia. Era consciente de que el detonante habían sido las jornadas, pero sabía que el conflicto de fondo y esencial seguía siendo la participación de miembros del partido en el CFEME y la actividad de esos miembros en el organismo, considerada no suficientemente representativa de la política del PNV.

ANTIFRANQUISTA Y AUTONOMISTA

Lasarte, en representación del equipo de París, manifestó que las jornadas habían sido un éxito de organización y coordinación de fuerzas, aunque reconocía que el no haber mencionado Euskadi y Cataluña en las resoluciones de la ponencia de cultura, hecho que mayor crispación había suscitado, se podía haber resuelto favorablemente si hubiese existido preparación previa. Aseguraba que en el Consejo español «hacemos una política antifranquista y autonomista». Admitía que la presencia en el organismo estatal iba «contra muchos de nuestros sentimientos», pero las difíciles circunstancias que estaban atravesando en el exilio les empujaban a ser particularmente prácticos. En su opinión, el Consejo era una pieza válida en el engranaje antifranquista, un elemento de coordinación de las fuerzas de oposición al régimen. Él estaba absolutamente convencido de que, si los nacionalistas no actuaban en ese terreno, no se lograría la unión de fuerzas democráticas.

En la misma dirección, Irujo añadió que, sin la participación vasca, ni las jornadas se habrían celebrado ni el propio Consejo habría nacido. Las jornadas se habían realizado porque los vascos habían aportado «la casa, la bolsa, la organización y el máximo concurso de todos los grupos emigrados» y un verdadero clima de tolerancia y cordialidad. Por su parte, Juan Ajuriaguerra sospechaba que en las jornadas había primado el «tono español» y que ese tono español había contado con el visto bueno de los nacionalistas vascos presentes. Pero, a pesar de las reservas, lo cierto es que las quejas no pesaron lo suficiente en los dirigentes del EBB como para decretar la salida del organismo estatal y se dio luz verde para que los miembros de CFEME pudieran seguir en sus cargos. Eso sí, para evitar que se repitieran situaciones como la vivida, el EBB estableció una condición: que la entidad tuviera una estructura federal y que la adscripción de los grupos vascos se hiciera a través de un movimiento conjunto vasco, el Consejo Vasco por la Federación Europea (CVFE). Este nuevo organismo (posteriormente Consejo Vasco del Movimiento Europeo y actual EuroBasque), fue oficialmente constituido el 1 de febrero de 1951, también en la sede la Avenue Marceau. De esta manera, el problema quedaba solucionado, puesto que los afiliados que formaban parte del organismo director del CFEME, lo podrían hacer en adelante como miembros de dicho Consejo vasco y no como particulares ni miembros del partido. Para calmar totalmente a los críticos y compensarles por la «desazón» sufrida por la «postura españolista» de los dirigentes parisinos, el EBB creó el Instituto Sabiniano (Sabindiar Batza), como organismo custodio de los principios dictados por el fundador del PNV.