Un homenaje al trabajo de Joseba Goikoetxea y Gorka Agirre

Joseba Goikoetxea y Gorka Agirre fueron dos protagonistas fundamentales en la larga lucha del pueblo vasco por avanzar en su autogobierno y en la no menos larga por conseguir la paz; ninguno de los dos se rindió nunca

Un reportaje de Iñigo Camino García

Decenas de veteranos ertzainas se reunieron el pasado 17 de noviembre en torno a una mesa para conmemorar, en la intimidad, el 25 aniversario del asesinato de Joseba Goikoetxea Asla, sargento mayor de la Ertzaintza. Joseba fue responsable de información, investigación y operativos de la Policía Vasca contra el terrorismo de ETA en los sangrientos años ochenta. Muchas vivencias de aquellas difíciles décadas habrán sido, con toda seguridad, recordadas estos días por aquellos pioneros y curtidos Ertzainas con motivo del aniversario de la muerte de uno de sus más carismáticos líderes.

Un homenaje al trabajo de Joseba Goikoetxea y Gorka Agirre
Un homenaje al trabajo de Joseba Goikoetxea y Gorka Agirre

Un fin de semana de otro noviembre del ya lejano 1986, la Ertzaintza recibió una llamada con una información que podía tener relación con el secuestro del antiguo ertzaña del 36, industrial y promotor de ikastolas, Lucio Aginagalde. Sin pensárselo dos veces se pusieron en marcha al mando del veterano Genaro García de Andoain, delegado general para asuntos de Ertzaintza. Genaro era un antiguo resistente antifranquista, vinculado desde siempre al consejero de Interior Luis Mari Retolaza. El equipo se acercó desde Altube y se encontraron ante la exigua entrada a una cueva. Detuvieron a un supuesto setero que deambulaba por la zona y Genaro trató de negociar con los miembros del comando secuestrador, pero estos salieron disparando de la cueva y García de Andoain cayó en aquel bosque de hayas. Junto a Genaro se encontraba Joseba Goikoetxea.

A partir de entonces, Goikoetxea asumió el liderazgo de los cada vez más profesionales y mejor formados equipos de información e investigación del Departamento de Interior, así como de los principales operativos de la Ertzaintza contra los comandos de ETA. En las tareas de información y análisis, Joseba contó con la colaboración imprescindible de un equipo de confianza. Recabar información del mundo de ETA era una constante de los primeros equipos del Departamento de Interior que lideraba el veterano Luis Mari Retolaza.

RED CON VETERANOS EXILIADOS Joseba Goikoetxea mantenía una estrecha relación con Gorka Agirre desde los tiempos en que todavía solteros pasaban fines de semana en el apartamento que Gorka alquiló en Donibane Lohitzune. Al final del franquismo, muy joven se había trasladado de Lovaina a Iparralde, donde fue encargado de volver a poner en marcha la imprenta Axular, desde la que el PNV editaba su propaganda clandestina y que había sido destruida por un atentado de la ultraderechista organización ATE. Gorka, sobrino del lehendakari Aguirre, había ayudado a legalizar su situación a numerosos refugiados vascos llegados a Bélgica en los años 60, por lo que se introdujo con facilidad en los ambientes del exilio de Baiona. Conoció a nuevos miembros de ETA e inició una fluida relación con dirigentes de aquellas primeras generaciones como Etxabe, Txomin o Azkoiti.

Al mismo tiempo, Gorka Agirre reconstruía con otros militantes del PNV las cadenas fronterizas para el paso por la muga de la propaganda clandestina antifranquista. En esa labor Gorka contó con la colaboración de veteranos como el bergarés Jokin Intza, el gordo Intza, que había regresado de Venezuela; los hermanos Durañona, con su agencia en Hendaia; Hilario Zubizarreta, gudari del Batallón Gernika, el Dr. Irurita, el irundarra Jose Martin Manterola, o los contactos generados desde Villa Izarra por los Barrutia y un grupo de jóvenes mugalaris navarros. Otro de sus contactos, el irundarra e histórico nacionalista Patxi Sagarzazu, era propietario de una agencia de exportación e importación en la frontera. De aquella época viene también la amistad de Gorka Agirre con el propietario del bar El Faisán, quien a su vez tenía fluidas relaciones con los aduaneros franceses y españoles.

Durante el secuestro de Aingeru Berazadi por ETA político-militar en abril de 1976, el PNV intentó mediar sin éxito para evitar su ejecución. El asesinato de aquel empresario euskaltzale supuso un antes y un después, tras uno de aquellos inesperados saltos cualitativos que se seguirían repitiendo una y otra vez en la permanente huida hacia adelante de ETA.

A pesar de las elecciones democráticas y de la aprobación del Estatuto de Gernika, la violencia de ETA entró en una imparable espiral que causó centenares de muertos. La búsqueda de la Paz, a través del diálogo y de la lucha contra ETA de la Ertzaintza, sería una constante de los equipos del PNV, liderados por Arzalluz y Retolaza en los ámbitos político e institucional, con la colaboración, entre otros, de Gorka Agirre y Joseba Goikoetxea.

NO DEL PNV al sufrimiento Desde el inicio de la violencia de ETA, el liderazgo de Juan Ajuriaguerra había llevado al PNV a una rotunda oposición a los medios violentos. Cuentan que don Juan decía que “con la violencia se sabe cuándo y cómo se empieza, pero nunca se sabe cuándo y cómo se termina”. El PNV no quería volver a iniciar una nueva guerra contra un enemigo superior, no quería generar más sufrimiento. Había aprendido en carne propia. Durante años, jóvenes de EGI habían ido integrándose en sucesivas generaciones de la primera ETA. Uno de ellos primo del propio Joseba Goikoetxea, Ritxi González Goikoetxea, muerto años después, en 1978, en un tiroteo policial en Bilbao. En la frontera de Urdax habían matado en 1972 a Juan Antonio Aranguren Mugika, hijo del jeltzale deustoarra Juanito Aranguren, muy cercano a los burukides Juan Ajuriaguerra y Lucio Artetxe. Antes, en 1969, dos militantes de EGI, Joaquín Artajo y Alberto Azurmendi, murieron en Ulzama, cuando les explotaron en su vehículo las bombas con las que pretendían volar una carretera para boicotear la Vuelta Ciclista a España.

Volviendo más atrás en el tiempo, humanizar la Guerra había sido una constante en la acción de la generación del lehendakari Aguirre. Irujo lo supo expresar al afirmar que “cada atentado contra la vida ajena es más pernicioso que una derrota: más se pierde con un crimen que con una batalla”. Algunas frases de Aguirre ejemplifican bien aquella forma de entender la militancia antifranquista: “La violencia nunca ha sido solución permanente, aunque parezca momentáneamente triunfante” o “El rencor y el odio son mezquindades propias de hombres débiles y cobardes. La generosidad y el perdón son patrimonio de los espíritus fuertes”. Estas ideas fueron cincelando la forma de afrontar la política de los Ajuriaguerra, Arzalluz o Retolaza, y de la siguiente generación en la que se integraban Joseba Goikoetxea o Gorka Agirre.

Cuando murió Franco, Joseba Goikoetxea compartía celda en Carabanchel con dos presos del PNV y otros reclusos de ETA. Aquella mañana de noviembre del 75 los presos políticos de Carabanchel salieron de las celdas fumando unos ostentosos habanos. Ni Joseba ni sus compañeros imaginaron entonces que tendrían que transcurrir cuatro décadas de terror hasta la disolución de ETA.

NÚCLEO DURO DE lA FUTURA POLICÍA La primera ruptura pública del PNV con ETA llegó en noviembre de 1978, con una manifestación de masas que abarrotó las calles de Bilbao, reclamando Paz y Libertad frente al terrorismo de las dos ramas de ETA. Aquella manifestación provocó debate en el seno del PNV, con una tormentosa asamblea regional de Bizkaia en Galdakao. Joseba Goikoetxea fue uno de los organizadores de aquella marcha por la Paz, un paso decisivo para asentar el liderazgo de Arzalluz al frente del PNV.

Tras la abstención en el referéndum constitucional, el PNV se volcó en la negociación y el refrendo del Estatuto de Gernika como instrumento para avanzar en el Autogobierno. Fue entonces cuando Joseba fue llamado por el consejero Retolaza para poner en marcha la parte administrativa del que luego sería cuerpo de escoltas de Berrozi, germen de la futura Ertzaintza. Aquel grupo escogido fue preparado por asesores británicos. Los esfuerzos de Retolaza enlazaban con los sucesivos intentos del PNV y del Gobierno vasco en el exilio para dotarse de un cuerpo de élite que, tras el final de la dictadura de Franco, pudiera preservar en Euskadi el orden público. El mismo objetivo de los grupos de gudaris del Batallón Gernika y de jóvenes huidos de Euskadi Sur instruidos en París por militares americanos en 1945 , entre los que se encontraba el propio Retolaza.

El PNV mantuvo esta misma constante durante la transición con la puesta en marcha de un potente servicio de seguridad para sus actos y manifestaciones, la Ertzaña del PNV con sus característicos kaikus azules. Esta organización se vio fracturada por la crisis interna sabiniana a partir de 1978. Otro jeltzale, José Martin Gardeazabal, fue encargado de organizar con militantes más jóvenes un grupo preparado para cualquier eventualidad y buena parte de ellos terminarían formando parte de la Ertzaintza.

Desde París hasta Berrozi, todas estas iniciativas tenían en común la necesidad de tener activo un núcleo que pudiera ser el germen de una futura Policía vasca democrática. Con Carlos Garaikoetxea como lehendakari, Luis Mari Retolaza se puso manos a la obra con un equipo formado, entre otros, por Eli Galdos, Genaro García de Andoain o Ramón Villalonga Sota. Entre inevitables improvisaciones, el equipo de Retolaza puso en marcha la Ertzain-tza primero con el grupo de berrozis y luego en la Academia de Arkaute.

INFORMACIÓN e INVESTIGACIÓNA La información era imprescindible, entre otros objetivos, para evitar la entrada en la Academia de Arkaute de aspirantes cercanos a ETA e impedir otras infiltraciones interesadas. No siempre se lograron evitar y la más sonora fue la de De Juana Chaos. Retolaza, con personas de su absoluta confianza, puso en marcha un grupo para generar análisis e información sobre el mundo de ETA. Para entonces Joseba Goikoetxea y Gorka Agirre eran más que uña y carne en el campo político, profesional y personal.

En un reciente documental, Arzalluz desvelaba que trataron de enviar a Gorka Agirre a Argel para recabar información directa de las negociaciones entre la ETA de Txomin Iturbe y los representantes socialistas el año 1989. Ni unos ni otros aceptaron la intervención de Gorka, pero Agirre y Goikoetxea lograron activar a informantes alternativos argelinos. Antes habían trabajado para potenciar las vías de reinserción, lideradas por el senador del PNV Joseba Azkarraga con el ministro Rosón, dirigidas a miembros de la antigua ETA política militar. Propiciar la reinserción y la búsqueda de la Paz seguirían siendo constantes de su actividad, mientras la espiral de violencia terrorista de ETA seguía creciendo.

Tras la muerte de García de Andoain, Joseba Goikoetxea asumió nuevas responsabilidades en la Er-tzaintza, centradas en la lucha contra ETA. Al mismo tiempo Gorka Agirre se convertía en uno de los burukides de máxima confianza de Xabier Arzalluz, tanto en las relaciones internacionales como en el conocimiento de ETA y la interlocución con la izquierda abertzale. Gorka cuidó siempre sus fuentes y relaciones en Iparralde. Al equipo de Goikoetxea se había incorporado un joven y preparado ertzaina, el suboficial de información Montxo Doral, yerno del histórico Patxi Sagarzazu, asesinado después por una bomba de ETA en 1996.

Años atrás, acompañados por el gudari Hilario Zubizareta, Goikoetxea y Doral viajaban a menudo a Iparralde para tomar el pulso a los círculos de refugiados.

La Ertzaintza siguió pagando con sangre su lucha contra ETA, una organización que -como vaticinó Ajuriaguerra- no había sabido abandonar su estrategia armada. Díaz Arcocha, García de Andoain, Pacheco, Hortelano, Menchaca, Goikoetxea, Mendiluce, Gonzalez Villanueva, Doral, Agirre, Diez Elorza, Totorika, Uribe, Arostegi y Mijangos fueron asesinados entre 1985 y 2001. El consejero de Interior Juan Mari Atutxa fue, durante años, objetivo prioritario para sucesivos comandos de ETA.

GORKA NUNCA SE RINDIÓ Tras el asesinato en 1993 de Joseba, Gorka Agirre siguió empeñado en la búsqueda de la Paz desde un profundo conocimiento de ETA y de la izquierda abertzale. Este empeño quedó plasmado en los artículos firmados bajo el seudónimo colectivo de J. Txindoki. Gorka siguió participando en los sucesivos y frustrados intentos de diálogo con ETA, se volcó en la negociación del Acuerdo Lizarra-Garazi y en su socialización, llevándose un tremendo disgusto cuando en el verano de 1999 comenzó a observar síntomas en ETA que vaticinaban el fracaso de aquel intento de Paz. A pesar de los reveses, nunca se rindió.

El 22 de noviembre de 2013, veinte aniversario del atentado contra Joseba, su familia y amigos organizamos el homenaje Josebaren bizipoza. El objetivo era celebrar los dos primeros años sin violencia de ETA en Euskadi, tal y como a Joseba le hubiera gustado, con bertsos y música en euskera. En aquel reconocimiento no pudo participar su mejor amigo, Gorka Agirre, fallecido el 20 de marzo de 2009 tras padecer un cáncer y sufrir una injusta persecución.

Al acto en recuerdo de Joseba asistió una representación plural de los partidos políticos vascos, así como familiares de víctimas de ETA y del GAL. Al día siguiente las primeras páginas coincidieron en destacar una fotografía en la que Rosa Rodero, su viuda, era abrazada por Carmen Guisasola, antigua integrante del Comando Bizkaia de ETA. Los hombres de Joseba habían tratado de detener a Guisasola años atrás.

Aquel día realizó su primera intervención pública la joven Leire Goikoetxea, la hija que tenía 18 meses cuando su aita Joseba fue asesinado. Leire aseguró que le hubiera gustado conocer a su aita, quien “estaría muy feliz en una Euskadi sin violencia, en la que no vuelva a haber niños huérfanos que no conozcan a su padre”.

Quienes conocimos y quisimos a Joseba Goikoetxea y Gorka Agirre, a Gorka y Joseba, con sus aciertos y errores, con sus virtudes y defectos, nos los imaginamos entonces y ahora brindando con dos espumosas jarras de cerveza por el logro de la ansiada Euskadi en Paz. Felices al comprobar que, por fin, el terrorismo de ETA es solo parte de una sangrienta historia que nunca debió haber comenzado.

El franquismo y la refundación de Euskaltzaindia

Tras la Guerra Civil y durante las primeras décadas de la dictadura franquista, Euskaltzaindia tuvo que hacer frente a un periodo de refundación que se extendió de 1936 a 1954

Antón Ugarte Muñoz

Cómo pudo la Academia de la Lengua Vasca (ALV) mantenerse en pie en el seno de un Estado dictatorial ultranacionalista español? Creo que las razones principales fueron dos. Por un lado, Euskaltzaindia como corporación no se posicionó a favor del Gobierno de Euzkadi durante la guerra civil española. Parece que hubo intención de tratar ese tema en una reunión en Bilbao a finales de 1936, una vez ocupada Gipuzkoa por las tropas de Emilio Mola, reunión a la que estaban convocados los académicos residentes en Bizkaia. Según testimonio de Bonifacio Echegaray, a la sazón miembro de la Comisión Jurídica Asesora de Euzkadi, el director de Euskaltzaindia -el sacerdote Resurrección Mª Azkue- fue conducido desde su residencia en Lekeitio hasta Bilbao para entrevistarse con el lehendakari José Antonio Aguirre, pero ningún vínculo orgánico y oficial se estableció entre la ALV y el Gobierno de Euzkadi. Este hecho probablemente fue valorado de forma muy positiva por las nuevas autoridades franquistas una vez que todo el territorio autónomo cayó en sus manos en 1937.

La segunda razón, estrechamente unida a la primera, es que los monárquicos maurrasianos que ostentaron el poder en Bizkaia tras la guerra civil consideraron que una Euskaltzaindia depurada de sus académicos abertzales -pues izquierdistas no los había habido nunca- bien podría servir como elemento simbólico para maquillar la política lingüística del falangismo dominante y tratar de arrebatar de esa manera la bandera del euskera al nacionalismo vasco, el cual acusaba al Nuevo Estado de estar llevando a cabo un genocidio cultural.

La ALV había quedado diezmada por la violenta contienda que asoló España entre 1936 y 1939, tras el fallido golpe de Estado contra la República. El erudito navarro Arturo Campión y el sacerdote vizcaino Juan Bautista Egusquiza habían fallecido de forma natural, pero sin ahorrarse el miedo a ser ejecutados por alguno de los bandos enfrentados. A consecuencia de su colaboración personal con el Gobierno de Euzkadi o con el PNV, se habían visto obligados a exiliarse en Francia los siguientes académicos: Bonifacio Echegaray, Severo Altube y el jesuita Raimundo Olabide. El fraile capuchino navarro Dámaso de Inza fue destinado por sus superiores a Chile, junto a otros compañeros de orden sospechosos de ser afines al PNV. Los académicos vasco-franceses se encontraron con una frontera férreamente controlada, primero, por motivo de la guerra civil española; en seguida, por la contienda mundial, y, a continuación, por el bloqueo diplomático antifranquista.

En suma, cuando R. M. Azkue aceptó las condiciones políticas exigidas por el franquismo para reanudar las actividades de su amada Euskaltzaindia, en el País Vasco-Navarro tan solo quedaban otros dos académicos para poder llevar a cabo dicha refundación: el exdiputado carlista Julio Urquijo y el sacerdote donostiarra Ramón Inzagaray. Las exigencias más importantes que el director de la ALV aceptó fueron las siguientes: sustituir a los miembros en el exilio por nuevos académicos de ideología derechista-españolista y dejar de convocar a los vasco-franceses.

Críticas a Azkue ¿Hasta qué punto se identificó el director de Euskaltzaindia con la ideología franquista? Resurrección María de Azkue, desde antes de la fundación de la ALV en 1919, había mantenido una relación conflictiva con el PNV, cuyo sector ortodoxo lo sometía a constantes críticas y desautorizaciones, tanto políticas como académicas. Al igual que muchos otros vasquistas de tradición conservadora e incluso antiliberal, pese a su indudable autonomismo, durante la guerra civil repudió la unión del PNV con el Frente Popular, y se abstuvo de mostrar su adhesión al Gobierno de Euzkadi. ¿Qué decir de Julio Urquijo, cuyo hermano, José María Urquijo, rival ultramontano de las izquierdas y del PNV, había sido ejecutado por sentencia de un Tribunal Popular en Donostia?

Una vez que el Frente del Norte cayó en manos de los sublevados, Azkue y Julio Urquijo acudieron a Salamanca en enero de 1938 como miembros de número de la Real Academia Española (RAE) -lo eran desde 1927, a consecuencia de un decreto de la dictadura primorriverista- a la constitución del nuevo Instituto de España (IdeE), donde juraron, junto al resto de académicos allí reunidos, lealtad al caudillo de España. Está sujeta a interpretación la sinceridad de dicho juramento, pero, así como otro miembro vasco de la RAE presente en Salamanca, el escritor Pío Baroja, se apresuró a refugiarse en París poco después, Azkue y Julio Urquijo participaron activamente -el segundo como secretario provisional- en las sesiones que la RAE realizó durante la guerra civil en Donostia, retaguardia cultural golpista y sede provisional de la RAE y del IdeE.

De esta manera, a pesar de las inevitables sospechas de criptonacionalismo vasco por parte del falangismo militante, Azkue y Julio Urquijo quedaron políticamente habilitados para refundar la ALV. Con el permiso de la Junta de Cultura de Bizkaia -presidida entonces por José María de Areilza-, un nuevo órgano que dependía de la Diputación Provincial, Euskaltzaindia fue autorizada a celebrar su primera sesión de posguerra en abril de 1941 en su sede oficial de Bilbao. Los nuevos académicos nombrados para sustituir a los miembros fallecidos o en el exilio, más allá de su vasquismo cultural, cumplían con las condiciones políticas franquistas: el abogado carlista Nazario Oleaga, quien ejercería de secretario;el sacerdote Pablo Zamarripa, el heraldista Juan Carlos Guerra y el archivero Juan Irigoyen. A propuesta de Resurrección María de Azkue, también fue nombrado académico el furibundo antiabertzale Eladio Esparza, representante oficioso de la Diputación Foral de Navarra.

Precaria vida académica El exiguo apoyo económico que las autoridades franquistas vasco-navarras otorgaron a Euskaltzaindia, la censura constante en lo que al uso público del vascuence se refiere y, por último, el temor a ser tachados de colaboracionistas por el nacionalismo vasco, obligaron a la corporación a llevar una precaria vida académica durante los años 40. Reducida a reunirse alternativamente en Bilbao y en San Sebastián, sin poder publicar su boletín oficial Euskera; su principal cometido fue continuar la elaboración del Diccionario español-vasco, proyecto que quedaría inacabado tras fallecer su principal responsable, Resurrección María de Azkue, en noviembre de 1951.

El enorme vacío dejado por el alma mater de la ALV, y, un año antes, por Julio Urquijo, fundador de la Revista Internacional de Estudios Vascos, se antojaba difícil, si no imposible, de llenar, debido al prestigio que ambos habían conferido a este campo de estudios durante la primera mitad del siglo XX. Uno de los postulantes fue el académico de padre alemán Federico Krutwig, quien entonces apenas contaba 30 años. En el acto público de ingreso del también joven académico Luis Villasante, fraile franciscano y futuro director de Euskaltzaindia, celebrado en Bilbao en mayo de 1952, Krutwig quiso borrar de un plumazo las acusaciones de contemporización franquista. En lugar de atacar directamente a la dictadura, se empleó a fondo en desautorizar públicamente a los Obispados de Bilbao y Donostia, recientemente desgajados del de Gasteiz, por marginar el euskera en sus diócesis. A pesar de que el discurso fue leído en el vascuence arcaizante que Krutwig había aprendido en obras de la Edad Moderna, fue denunciado inmediatamente por las autoridades provinciales presentes en el acto. Exigir públicamente que la Iglesia vasca se separase del Estado en su política lingüística, cuando la España nacional-católica surgida de la guerra civil se basaba en un pacto entre ambos poderes, fue una temeridad y una desastrosa táctica política. El vizcaino Krutwig fue el siguiente académico vasco obligado a marchar al exilio desde la guerra civil. Volvería a hacer gala de su extremismo dialéctico en el ensayo Vasconia (1963), el cual incluye el discurso de 1952 en su apéndice documental.

Con una corporación al borde del colapso y amenazada por el gobernador civil de Bizkaia, Genaro Riestra, el eje principal de la actividad académica se desplazó de Bilbao a San Sebastián hacia 1954 y buscó el apoyo de la Diputación Provincial de Gipuzkoa, presidida entonces por el tradicionalista José María Caballero. La dirección de Euskaltzaindia fue a parar a manos de Ignacio María Echaide, ingeniero provincial donostiarra e integrista católico a macha martillo; se nombraron académicos dos abogados derechistas guipuzcoanos -Antonio Arrúe y José María Lojendio- y se fundó en Donostia el Seminario de Filología Vasca Julio de Urquijo, cuyo origen se encuentra en el valioso fondo bibliográfico adquirido por la corporación provincial a la viuda de Urquijo. Tras superar los obstáculos políticos motivados por su condición de exgudari y expreso antifranquista, la dirección oficiosa del Seminario de Filología Vasca fue confiada a Luis Michelena, un hombre de cualidades extraordinarias, quien desde una posición externa u objetiva respecto del euskera -la de su labor lingüística y académica- como desde una posición interna o creativa -la de ensayista y animador de la revista Egan- supo encarnar la promoción del vascuence a nuevos niveles de relevancia y dignidad cultural.

Euskaltzaindia pudo así recuperar poco a poco su autonomía académica, convocar de nuevo a los miembros regresados del exilio y a los vasco-franceses, renovar sus estatutos, reanudar la publicación de su boletín, iniciar la descripción científica de un patrimonio secular, así como dar los primeros pasos en el proceso de estandarización literaria. Si bien continuaría siendo una entidad sin personalidad jurídica, tan solo tolerada por una dictadura firmemente establecida en el concierto anticomunista internacional, hasta que pocos meses después de la muerte del dictador, Francisco Franco, Euskaltzaindia fue reconocida como Real Academia de la Lengua Vasca por un decreto -preautonómico y preconstitucional- del Ministerio de Educación y Ciencia (1976).

La CNT, ante el horror del nazismo

El sindicato en Bilbao perfila una lista de 24 de sus miembros de Euskadi que sufrieron el terror de los campos de concentración nazis

Un reportaje de Iban Gorriti

Por nuestras mujeres de CNT que combatieron al comienzo de la guerra en batallones vascos en Gipuzkoa; por nuestros hombres que también lo hicieron contra los fascismos y por la libertad y unos ideales”. Las palabras de Iñaki Astoreka continúan como aquellos trenes que llevaban a la muerte. “Muchas de ellas y ellos acabaron en campos de exterminio nazis”, particulariza.

Sabedor de esto, el Comité de Memoria Histórica de CNT Bilbao al que Astoreka pertenece trabaja de forma minuciosa un muy avanzado listado de personas que fueron militantes del sindicato mayoritario en el Estado en 1936 y que acabaron con sus huesos -sin apenas carne ni fuerzas- en almacenes de humanos como Gusen, Dachau, Mauthausen o Feldkich, entre otros muchos.

Hasta la fecha, la Confederación Nacional de Trabajo ha registrado 426 personas afiliadas a sus siglas que fueron hacinadas en campos nazis. De ellas, 24 provenían de la CAV y Nafarroa. Es decir, el 5,63%. “Hay que reconocerles que antes de comenzar la guerra de 1936, antes del golpe de Estado, ya denunciaron que el fascismo estaba en auge, como ocurre ahora en Europa y aquí”, lamenta Astoreka. Agrega que “los cenetistas combatieron hasta el límite de sus fuerzas y muchos se vieron obligados a exiliarse. Continuaron, sin embargo, luchando en Francia en la resistencia. Algunos regresaron a España y fueron represaliados, y otros acabaron en campos de concentración donde muchos conocieron la muerte”.

Ahora, esos hombres y esas mujeres englobados en el término genérico de republicanos del Estado en aquellos barracones han visto rescatados sus nombres, en una lista “siempre sujeta a errores u omisiones, para que permanezcan en la memoria histórica. Queremos rendir homenaje a nuestras compañeras y compañeros de la CNT, víctimas del fascismo europeo”, enfatiza. Hace a su vez un doble llamamiento para que “quien lea este reportaje se ponga en contacto con CNT Bilbao para darnos pistas sobre familiares suyos que estuvieron en aquellos campos. Y queremos colaborar con el banco de ADN del Gobierno vasco por si aparecen exhumados más cuerpos de cenetistas”, lanza el guante Astoreka.

Los cenetistas prisioneros en campos de exterminio nazis fueron diez vizcainos, siete guipuzcoanos, seis navarros y un alavés. Todos fueron hombres. “Estamos seguros de que no son todos, que hubo más. Por eso pedimos la colaboración de familiares”, insiste.

Uno de aquellos vascos fue el vizcaino Marcelino Bilbao Bilbao, con una vida digna de película porque fue trágica desde su nacimiento cuando sus padres lo tiraron al río de Alonsotegi. Acabaría siendo un experimento humano del nazi Aribert Heim, conocido como Doctor Muerte, quien le inyectó benceno en el corazón.

Vicente Moriones Belzunegui era de Sangüesa. Pertenecía a la Red Ponzán. Utilizó pasaportes falsos gracias a la habilidad de compañeros de la organización bajo las identidades de José Luis Márquez Boya o Enrique Martínez. “El 14 de octubre de 1942, debido a la traición de un amigo zaragozano, la Policía irrumpió en la casa de Ponzán, en Toulouse, y detuvo a todos los presentes, entre ellos Moriones y el propio Ponzán”, relata Antonio Téllez en Cultura Libertaria.

EN FRANCIA A juicio de Iñaki Astoreka, estos cenetistas que cruzaron el Bidasoa durante la mal llamada Guerra Civil “huían de las bestias fascistas, tanto nacionales como internacionales, a las que habían combatido. Esos hombres y mujeres intentaron acogerse al país de la libertad y fueron recibidos como diablos que encarnaban una plaga”, valora, y va más allá: “Fueron internados en Francia en campos de concentración inhumanos y tratados como bestias, salvo excepciones. Muchos, además, fueron capaces de engrosar las filas de la resistencia, pagando con su muerte o sufriendo los campos de exterminio de Hitler”.

A pesar de su entrega total en batallones vascos de la CNT y en el resto del Estado, su ideología fue perdiendo adeptos. “Era muy difícil para aquellas personas transmitir unas ideas que estaban muy perseguidas, más con todo lo que había pasado en España con la guerra. Era un handicap, una barrera infranqueable. Por eso, hubo miedo a hablar a los descendientes sobre ello. Fuimos y somos rehenes de quienes firmaron los Pactos de La Moncloa”, analiza Astoreka.

El miembro de CNT Bilbao recuerda a otras personas que engrosan su lista, como el santanderino Luciano Allende Salazar, conocido como Toto, que protagoniza una fotografía que corta la respiración. “Es el hombre que carga en sus espaldas con un compañero exhausto”, subraya. Allende participó en diversas acciones armadas contra las tropas alemanas hasta ser detenido por la Gestapo en marzo de 1944.

“No pudieron sacarle nada y lo deportaron a Neuengamme, una antigua fábrica de ladrillo utilizada como fábrica de horror por las SS”, agrega. Murió en 1983. Tampoco quiere olvidar, por ejemplo, al bilbaino Francisco Foyo, que fue liberado de Mauthausen en mayo de 1945, o a la aragonesa Alfonsina Bueno, que fue condecorada por las autoridades británicas, estadounidenses y francesas por su participación en la resistencia. Falleció en Toulouse en 1979. Astoreka concluye orgulloso de estas figuras ya históricas: “Nuestros compañeros y compañeras fueron personas que nunca se rindieron”.

EGI, la antorcha de los gudaris del 36 de grafía celta

El catalán independentista Juan Queralt creó el célebre logotipo picassiano de Eusko-Gaztedi en 1960.

Un reportaje de Iban Gorriti

El logotipo de EGI es posterior a la guerra de 1936 a pesar de que la fundación de Euzko-Gaztedi data del 14 de febrero de 1904. No obstante, la manufactura del histórico símbolo parte de aquel conflicto bélico surgido tras un fallido golpe de Estado militar contra la legítima democracia de la Segunda República, y nacerá impreso en 1960 como Eusko-Gaztedi. Es decir, se abandona la z y pasa a ser Eusko-Gaztedi.

“El logo es posterior y cuenta con la mano y la antorcha, idea tomada del cuadro Guernica de Picasso. Además, era el logo de la revista Gudari, trabajo de personas exiliadas por la guerra civil en Venezuela. Era la forma de continuar la lucha desde la trinchera de la propaganda”, abrevia el exsenador jeltzale, Iñaki Anasagasti.

Logotipo de EGI, con la antorcha que simboliza la transmisión generacional del nacionalismo. (Foto: PNV)

Euzko-Gaztedi -primero Juventud Vasca- fue refundada en Venezuela, donde quedó integrada en la estructura política del PNV en el exterior. Cabe confirmar que las siglas de EGI surgieron tras haber editado la revista Gudari y ver la necesidad de crear una nueva organización juvenil. El catalán independentista Juan Queralt fue el creador del famoso logotipo, y como bien apunta Anasagasti tomando como idea el testigo de los antiguos gudaris pasado a las nuevas generaciones e inspirándose en la antorcha del cuadro Guernica, icono que se convirtió en su símbolo. Alberto Elósegui fue uno de los hombres que impulsaron este emblema y “alma de la revista Gudarien Venezuela”, de la que fue cofundador y editor hasta que desapareció en los años 70.

Este donostiarra -preso en Martutene durante la guerra- mantiene que históricamente siempre ha habido “cierto confusionismo” creado en torno a las siglas de EGI, a sus símbolos y a su acción.

Él atracó una mañana muy calurosa de 1956 al puerto venezolano de La Guaira, en un exilio sin esperanzas de retorno. “Me estaban esperando dos miembros de Euzko- Gaztedi”, rememora. Uno, el encartado Isaías de Atxa y el segundo, uno de Bergara. Comieron en Macuto. “Después de oír mi exposición de la situación de Euzkadi, tal cual la había experimentado, hicimos la firme promesa, casi el juramento, de intentar una reorganización a fondo de Euzko-Gaztedi (Juventud Vasca) a nivel internacional y alentar y apoyar su recuperación en el interior dotándola de los medios precisos. Era como para reírse de nuestra audacia”.

El nombre de EGI fue, a juicio del periodista Elósegui, “más el producto de una casualidad que el de una larga meditación”. Y es que existía por entonces en la capital una organización juvenil vasca, local, en el seno del Centro Vasco, que se llamaba Euzko-Gaztedi de Caracas. Era una organización política pero no partidista con integrantes de Acción Nacionalista Vasca, Jagi, PNV… “Sin distinción”, enfatiza.

Partiendo de ello, y tras conversaciones con los directivos de Euzko Gaztedi de Caracas se estableció la conveniencia de que en los recibos y documentos que se les pasara, como organización que era del PNV, se añadiera “algo que nos identificara plenamente, para evitar la confusión entre el Euzko-Gaztedi local y el Euzko-Gaztedi (Juventud Vasca) Resistente”. De ahí surgieron leyendas como Pro Juventud Resistente de Euzkadi. La aparición, además, de EKIN que acabaría adoptando las siglas de ETA, hizo que los recibos en 1957 y 58 fueron impresos como Euzko-Gaztedi del Interior, es decir, Euzko-Gaztedi Resistente, que fue ganando adeptos en Venezuela, México, Colombia y Argentina y reforzando no solo sus cuadros en América sino también en Iparralde y Hegoalde. “Basta echar una ojeada a nuestro órgano da prensa Gudari -creado también por un servidor en 1960-, para cerciorarme de que Euzko-Gaztedi (Juventud Vasca) o Euzko-Gaztedi (del) Interior estaba en marcha, tal como habíamos proyectado en aquella ahora histórica reunión de 1956”, ordena.

diseño de un catalánPronto, a Elósegui, redactor-jefe de la revista venezolana Momento y compañero en ella del periodista y literato a la postre Nobel Gabriel García Márquez, se le ocurrió que hacía falta dar un paso al frente: “Necesitábamos unas siglas que sintetizaran no solo la acción de apoyo nuestro hacia Euzko-Gaztedi del Interior, sino de grito activista digno de ser escrito con brea en las paredes de Euskal Herria. Entonces, no existía el cómodo spray”. Fue en ese momento cuando recuerda que lanzó las siglas EGI. A Peli de Irizar, Lucio de Aretxabaleta -Delegado del Gobierno Vasco en Venezuela- y al otro lado del Atlántico a Joseba Rezola les pareció bien. Como curiosidad, los símbolos de EGI no fueron diseñados por un vasco sino por un catalán, compañero de Elósegui y Gabo en la revista Momento. Fue en 1960 cuando Interior solicita al PNV logotipos para la propaganda. “Hablé con Queralt”. Era catalán nacionalista, exiliado del tiempo de la guerra que había luchado contra Franco y que se sumó al maqui en Francia contra los alemanes.

Propuso que la imagen de EGI fuera una mano con una llama para significar “el paso de la antorcha de la generación de los gudaris de la guerra a la nuestra”. Y, con arreglo a ello, el catalán recordó a Picasso. “No era tomado del Guernica real, sino de un boceto anterior publicado en un libro sueco que detallaba, paso a paso, cómo había ido haciendo el pintor su obra. Pronto vino a la redacción con los símbolos a gran tamaño”.

Al recibir el original -que ya lleva escrito Eusko-Gaztedi con s- lo entregó en la siguiente reunión. “El precio de los símbolos fue de una taza de café que nos tomamos en la cafetería de la revista y que costó 0,25 de bolívar. Al cabo de unas semanas pasaron a ilustrar la revista Gudari y a ser reproducidos en hojas multicopiadas que EGI sacaba clandestinamente en Bilbao”.

La tipografía, como Queralt, tampoco era vasca, como algunos presuponían. El autor confirmó que era “celta, pero dada la urgencia del asunto y la aceptación que desde el primer momento tuvieron en el interior, nunca cambiamos las letras”, agrega.

Elósegui desea que no se creen más dudas al respecto. “Esta es la historia simple de unos símbolos que, buenos o malos, sirvieron en unos momentos muy azarosos y que registró legalmente el partido. Y sobre cuya pertenencia, espero, no haya la menor duda en el futuro”.

Los hijos de la Nación vascongada: La Hermandad de Arantzazu en Lima

La Hermandad que los vascos constituyeron en Lima en 1612 se convirtió en una referencia para el resto de personas llegadas desde Euskal Herria al Nuevo Mundo, siempre con la figura de la Virgen de Arantzazu como eje aglutinador.

Un reportaje de Luis Javier Pérez

Cuando el 13 de febrero de 1612 se reunieron en Lima un grupo de vascos decididos a poner en marcha una hermandad que agrupara a los hijos de la nación vascongada que vivían en aquella plaza, seguro que no eran conscientes de que estaban empezando a escribir una página fundamental de la historia de su Pueblo.

Basílica y convento de San Francisco en Lima, sede de la capilla y la bóveda de la Hermandad de Nuestra Señora de Arantzazu. Foto: Bruno Locatelli

Aquellos 105 vascos (49 de Bizkaia, 35 de Gipuzkoa, 9 de Nafarroa, 7 de Araba y 5 de las Cuatro Villas) constituyeron una organización soberana que acogía a alaveses, vizcainos, guipuzcoanos y navarros, junto con originarios de la Cuatro Villas (San Vicente de la Barquera, Santander, Laredo y Castro Urdiales). Su objetivo era el de atender a las necesidades materiales y espirituales de sus compatriotas. Y lo hicieron como hermanos, como iguales, y como miembros de una misma nación, la vascongada.

La ciudad de Lima había sido fundada menos de un siglo antes, un 18 de enero de 1535. La comunidad vasca se había ido asentando y consiguiendo una posición predominante, como en el resto de la América colonial y nació entre ellos la idea de que era necesaria una organización que les estructurara y que defendiera sus intereses. Escogieron la fórmula de Hermandad, una organización que sin abandonar una clara misión religiosa, tenía como objetivo clave el apoyo mutuo entre sus miembros. Apoyo que también se extendía a todos los miembros de la nación vascongada que estando en Lima, tuviesen alguna necesidad.

La Hermandad se ideó con una característica que es esencial: era una organización que no dependía ni de la Iglesia ni de las autoridades civiles. Fue creada para gobernarse a sí misma y para depender solo de la decisión y voluntad de sus miembros. Además, guardaba unos principios democráticos poco habituales en la época basados en las estructuras de decisión propias del país. Una forma de organizarse que lo impregnaba todo en la tradición vasca: el sistema foral, las reuniones de los vecinos de los municipios vascos a las puertas de las iglesias donde se trataban los temas comunes, o el auzolan donde todos colaboraban para atender las necesidades comunes. Todas esas tradiciones de gobierno comunitario marcaron su forma de organizarse y gobernarse.

Los vascos-vizcainos-vascongados-cántabros (diferentes formas de denominar a los miembros de esta comunidad nacional en aquella época) en América, eran una clara minoría con unas características sociales y económicas muy específicas, y eso fue también una de las razones que les impulsó a organizarse. Lo que ocurrió pocos años después en Potosí, la Guerra Vasco-Vicuña de 1622, demostró que esa auto-organización era una necesidad.

La Andra Mari de Arantzazu Un elemento clave de toda esta estructura asociativa vasca en América es la preponderancia de la advocación de estas cofradías y hermandades a la Virgen de Arantzazu. Hay profundas razones que lo explican.

En primer lugar, la aparición de la figura de la Virgen a mediados del siglo XV en mitad del monte tuvo una gran repercusión en el país, que se encontraba destrozado por la guerra de bandos y la sequía. Esto fue visto como una señal por parte de un pueblo cansado de los asaltos, las batallas, el pillaje y los robos a cargo de una nobleza local. Desde sus inicios, el Santuario fue un centro de peregrinaciones y de devoción para vascos de todos los territorios peninsulares (no es desdeñable la ubicación centrada de este santuario con respecto a los cuatro territorios).

Por otra parte, los vascos de Lima continuaban con la tradición tan propia del País de organizarse en hermandades y cofradías, bajo la advocación de la Virgen, que se convirtieron en importantes herramientas de la sociedad vasca de la época para parar los desmanes de los clanes banderizos.

Eso no fue una excepción en América, como explicó Miguel Irízar Campos C.P. (Padre pasionista, una orden de profunda raigambre vasca, y obispo emérito de la Diócesis del Callao), en su homilía en la misa del 400 aniversario de la constitución de esta hermandad:

Los vascos, al asentarse en las principales ciudades del Nuevo Mundo, se asociaron entre sí en hermandades y cofradías dedicadas precisamente a Nuestra Señora de Arantzazu. Es éste un hecho significativo, pues revela que la devoción a la Andra Mari gipuzkoana no solo se había propagado a lo ancho y largo de Euskal Herria, sino que también había llegado a ser un signo religioso de tal relieve en la conciencia del vasco, que fue capaz de representar sus aspiraciones más profundas en lo que se refiere a su identidad étnica y solidaridad cristiana al aunarse con sus hermanos de América Latina.

La Hermandad de Nuestra Señora de Arantzazu de Lima fue un referente y una guía para este proceso. Inspiró a los vascos del resto de la América colonial y su modelo, con adaptaciones locales, fue la guía para otras agrupaciones, como las de Santiago de Chile o de México.

El punto de encuentro y el eje de esta Hermandad en Lima se encontraba en la Iglesia de San Francisco (a cargo de los Franciscanos). En concreto adquirieron una capilla y una bóveda sepulcral, que se convirtieron en el corazón de esta comunidad.

La figura de la Andra Mari que ocupa el lugar de honor del retablo de esta capilla es una copia de la que fue coronada en 1646 y que fue destruida, como todo el retablo, en un terremoto. La actual es de 1911 y en estos momentos necesita ser sometida a una profunda restauración en la que, seguro, que algunos vascos de la ciudad tendrán un papel fundamental.

La crisis de la Hermandad La época más dura se inicia en el siglo XIX. La bóveda, un elemento fundamental y de un profundo valor simbólico, fue clausurada en 1808 debido al ordenamiento que prohibía los enterramientos dentro de las iglesias y las ciudades.

José de la Puente Brunke (director del Instituto Rivas Agüero) relata cómo fue ese momento:

Siguiendo tales disposiciones, los mayordomos de la Hermandad retiraron una lápida de bronce que tenía allí más de un siglo -se había instalado en 1693-, en la cual aparecía la siguiente inscripción: ‘Aquí yacen los muy nobles y muy leales hijos y descendientes de la Provincia de Cantabria’. (…) en el mismo documento se señalan una serie de precisas instrucciones para quienes en el futuro quisieran reabrir la bóveda (…) ‘Esta explicación y noticia se pone aquí para los venideros (…); en caso necesario es fácil quitarla y dar entrada a la bóveda’. Todo indica, en efecto, que la clausura de la bóveda sepulcral de la capilla de la Hermandad se realizó con gran pesar por los miembros de la misma, quienes de algún modo mostraron su deseo de que en el futuro pudiera ser reabierta.

Dicho pesar puede percibirse en la documentación de la Hermandad, al aludirse a los nichos que se reservaron en el Cementerio General: Para reparar en algún modo la falta de la bóveda de Aránzazu en su capilla, se han tomado en el camposanto (…) nichos que están distinguidos con la inscripción de pertenecer a la Ilustre Hermandad de Nuestra Señora de Aránzazu.

El otro gran golpe que sufrió la Hermandad fue en 1865: la decisión de su nacionalización por parte del Gobierno del coronel Prado. Los bienes y la documentación de la agrupación limense fueron requisados y trasladados a la administración de la Beneficencia pública de Lima.

Su renacimiento Esto, que parecía el final de la historia, no fue otra cosa que un punto y aparte. Las instituciones vascas tienen una inmensa capacidad de resiliencia, una capacidad extraordinaria de superar las dificultades y sobrevivir a las situaciones más traumáticas.

El espíritu que había impulsado a aquellos vascos a fundar la Hermandad seguía vivo a pesar del golpe que significó la intervención del Gobierno en 1865. Un grupo de miembros deciden mantener su idea y su espíritu, reuniéndose en el Club Nacional de Lima (fundado en 1855). Fueron ellos los que en 1912, conmemoraron el 300 aniversario.

Cien años después, también un 13 de febrero y también en el Club Nacional de Lima, se crea Arantzazuko Euzko Etxea de Lima. Una asociación cultural que tenía el objetivo inicial de conmemorar los 400 años de la Hermandad. Un vasto proyecto impulsado, y financiado, por Julio Pablo Bazán, fallecido hace un año, que asumió la ingente labor de recuperación de todo el legado de esta institución y de las instituciones hermanas creadas en otras poblaciones americanas.

Para este aniversario se organizó un acto académico en el Instituto Riva-Agüero de la capital peruana, consistente en unas conferencias a cargo de José La Puente Brunke, Oscar Álvarez Gila, Elena Sánchez de Madariaga, Elisa Luque Alcaide y Diego Lévano Medina.

Además de los actos académicos y religiosos propios de una conmemoración de esta importancia, hubo un acto lleno de profundo simbolismo, que se repite allá donde un grupo de vascos se organiza: la plantación de un retoño del Árbol de Gernika. La sombra de este roble, símbolo de las Libertades Vascas y de las Libertades de los Vascos, ha ido extendiéndose por el mundo, a través de sus vástagos, cumpliendo la misión que el bardo Iparraguirre recogió en su Gernikako Arbola: Eman ta zabal zazu munduan frutua.

En este acto, además, el simbolismo era doble. El retoño del Árbol sagrado fue enviado desde Santiago de Chile -la sede de una de las hermandades de Arantzazu-, por la Eusko Etxea de aquella ciudad. Para los vascos de Chile aquel año fue muy especial. No solo colaboraron de una forma directa en conmemorar los 400 años de la institución peruana, sino que también celebraron el centenario de la fundación del Centro Vasco de Santiago. Desde ese momento esta Hermandad y la Euzko Etxea que de ella ha emanado, mantienen una significativa actividad.

Como corolario de toda esta historia, se puede resaltar la fuerza y el vigor que la comunidad de vasco-descendientes conserva en todo el mundo. Hay algo mágico, profundo, en ese compromiso que se mantiene a través de los años y de los siglos, por mantener vivas y fuertes las raíces que les unen a su historia y a sus orígenes. Ellos son una parte fundamental, clave, de nuestra Nación.