Los vascos se ven en el mapa

El ‘Civitates Orbis Terrarum’ recogió en 1572 las primeras imágenes cartográficas de enclaves de Euskal Herria.

Un reportaje de Marian Álvarez.

Imagen de Bilbao recogida en el 'Civitates Orbis Terrarum' realizado por Franz Hogenberg a partir de un dibujo original de Johannes Muflin.
Imagen de Bilbao recogida en el ‘Civitates Orbis Terrarum’ realizado por Franz Hogenberg a partir de un dibujo original de Johannes Muflin.

El Museo Guggenheim Bilbao, el festival de cine de San Sebastián y el de jazz en Vitoria-Gasteiz, la cocina vasca… son sólo algunos ejemplos de lugares, acontecimientos o realizaciones a los que comúnmente se asocia la expresión poner en el mapa, queriendo indicar con ello la relevancia y repercusión a nivel internacional que alcanzan y su contribución a divulgar a los cuatro vientos quiénes somos y dónde estamos los vascos. Y, sin ningún género de dudas, podemos afirmar que efectivamente así es. Su excelencia es la mejor tarjeta de visita que podemos emplear, pero no conviene olvidar que ésta no es sino una tarjeta renovada, modernizada, para un espacio, Euskal Herria, presente desde antiguo en los mapas del mundo. Y mostrar aquella presencia es, precisamente, el objeto de este artículo.

Hace ahora 442 años, en 1572, en la ciudad alemana de Colonia, ve la luz la obra titulada Civitates Orbis Terrarum, primer volumen de una serie de seis, aparecidos sucesivamente en 1575, 1581, 1588, 1598 y 1617, que conformaron lo que cabe calificar como el primer gran atlas de las ciudades del mundo y al que la Editorial Taschen, en una moderna reedición, no duda en publicitar como el Google Earth del año 1600.

Este gran proyecto editorial nace de la mano de Georg Braun (1541-1622), canónigo de la catedral de Colonia, y de Franz Hogenberg (1535-1590), correspondiendo al primero la recopilación de datos geográficos y estadísticos para la redacción de los textos y la promoción editorial de la obra; y al segundo la responsabilidad de grabar la mayoría de las representaciones, vistas y plantas de ciudades que un numeroso plantel de pintores y dibujantes, a modo de corresponsales, realizaban sobre el terreno. El resultado fue una notabilísima colección compuesta por 363 planchas, grabadas con una o dos imágenes, alcanzando el conjunto un número superior a 500 representaciones de ciudades de todo el mundo, en su mayoría europeas, aunque contando también con una importante presencia de localidades de Oriente Medio, África, las costas del Índico y Latinoamérica.

Las imágenes publicadas respondían en general a dos diferentes modelos de representación, las plantas o vistas cenitales y las vistas de pájaro, una suerte de visión aérea que mostraba la ciudad desde un lugar elevado y reconocible, próximo a la urbe, siendo indudablemente estas últimas las que mayor éxito cosecharon entre el público dada su fácil lectura y comprensión. Precisamente para acrecentar su popularidad las vistas se presentaban adornadas con orlas y escenas de carácter costumbrista, con tipos y personajes que recreaban ambientes e indumentos característicos, proporcionando al lector informaciones adicionales sobre lugares que podía visitar y conocer sin salir de casa.

Finalidad militar

No era, sin embargo, la curiosidad científica renacentista la razón única de estas publicaciones. En un momento de continuas tensiones entre los grandes Estados en su lucha por el dominio del mundo, los atlas constituían una magnifica fuente para el conocimiento del territorio, que podían emplearse como herramienta para el diseño de estrategias en campañas militares. En relación con esa posible utilización militar, es el propio autor del Civitates, Georg Braun, quien en la introducción de la obra explica que el propósito de las escenas costumbristas a que aludíamos más arriba, no era otro que el de impedir que los turcos, en su avance por Europa, pudiesen valerse de las informaciones sobre la forma y estructura de las ciudades que las vistas proporcionaban, y ello porque como musulmanes les estaba vedado tanto la representación como el uso de dibujos con figuras humanas.

Las vistas del Civitates se acompañaban de textos en latín que describían aspectos históricos, sociales y económicos de las ciudades, redactados en tono ciertamente elogioso, puesto que, conviene no olvidar, la finalidad primera de la obra era la comercial y convenía, por tanto, estimular a la posible clientela. Su éxito fue enorme, reimprimiéndose y reeditándose en numerosas ocasiones, no sólo en la versión latina, sino también en francés y alemán, lenguas más accesibles a la pujante burguesía mercantil de la época. Sus vistas se convirtieron en arquetipos, imágenes copiadas con ligeras variaciones y reutilizadas en publicaciones posteriores, hasta bien entrado el siglo XVIII.

En este gran mapa de las ciudades del mundo del siglo XVI, el País de los Vascos ya tenía su lugar. Eran tres, concretamente, las imágenes de nuestra tierra allí reproducidas, dos de ellas (Bilbao y Donostia) en cierta medida lógicas y más sorprendente la tercera, centrada en una vista del túnel de San Adrián. Todas ellas se convertirán en estereotipo mil veces repetido, pero también en referente ineludible para cualquier estudio relacionado con la fisonomía y el aspecto de las urbes, en tanto en cuanto ellas son las primeras imágenes impresas de nuestro territorio de que tenemos noticia.

Donostia, sin el Urumea

La vista de San Sebastián aparece publicada en el tomo primero del Civitates, compartiendo la plancha con una vista de la ciudad de Burgos. Tomada desde el cerro de San Bartolomé, donde, a mano izquierda, se sitúa la figura martirizada del santo que da nombre a la ciudad, la panorámica fue dibujada por Joris Hoefnagle, ofreciendo una bella imagen de las bahías de La Concha y la Zurriola, con la ciudad amurallada al cobijo del monte Urgull y algunos detalles que nos hablan de su dedicación comercial y marinera: naos en construcción, mástiles en el puerto, lancha de pesca… Si bien, a rasgos generales, la morfología de la villa resulta correcta, son evidentes algunos errores en la representación (el más notorio, sin duda, la ausencia del río Urumea) y en el texto que la acompaña. En él se dan datos ciertos, que hablan de su gran pujanza mercantil (frecuentado por gran número de mercaderes germanos, aunque sobre todo cántabros, que allá transportan diversos géneros de mercancías y de allí las exportan a otras partes del mundo), combinados con otros más cuestionables, relativos a la absoluta seguridad de su puerto (muy espacioso, en el que las naves obtienen refugio seguro y resguardadísimo de las enfurecidas olas y del soplo inclemente de los vientos) o a la riqueza agrícola de su entorno (un campo rico en vino, trigo y lana), debidos quizás a la inexactitud de las fuentes empleadas o a la confusión con lugares más o menos próximos (podría ser el caso de, este sí, seguro puerto de Pasajes) que, desde la distancia y para un no iniciado, pueden acabar siendo lo mismo.

La villa de Bilbao, grabada por Hogenberg a partir de un dibujo original de Johannes Muflin, se ofrece a la vista tomada desde el alto de Mirivilla y fechada en el año 1544, si bien su publicación no tendrá lugar hasta 1575, formando parte del volumen segundo del Civitates. La imagen presenta una perspectiva que alcanza todo el curso de la ría hasta la desembocadura, mostrándonos a ésta como la gran arteria vital de la villa, surcada por embarcaciones de alto porte que testimonian su carácter eminentemente comercial, como bien se describe en el texto que la acompaña: Por aquí pues, por lo común, suele importarse cualquier cosa que Inglaterra, o Bélgica o Galia manda. Y cuanto España con otros comunica, por aquí mismo suele exportarse. Entre las demás cosas que son transportadas está la lana (…) cada año se cargan cincuenta naves, en las cuales confirman que son transportadas cincuenta mil sacos y más. Puerto, pues, de salida de la lana castellana, embarcada en navíos construidos también en el territorio, Bilbao es todavía el pequeño núcleo de las siete calles, rodeado por las anteiglesias de Abando, Begoña y Deusto, terrenos de huertas y caserías dispersas a las que Braun describe, como ya lo hiciera en Donostia, como un paraíso agrícola y ganadero, rico en grano, vinos, frutas y carnes. Muestra, en cambio, su sorpresa, y no será ni la primera ni la última vez a lo largo de la historia, por el aspecto de las jóvenes vascongadas que avanzan con la cabeza alta y desnuda, y con el pelo cortado y sin embargo, no sin elegancia. Aquí es costumbre que las doncellas antes de casarse no cultiven ni cubran sus cabellos.

Tipos, trajes y tocados

Quizás fuera esta singularidad del peinado y tocado de las mujeres vascas la que despertó la curiosidad y el interés de los autores y la que explicaría la tercera estampa que en el Civitates se nos dedica, una anomalía para la obra, ya que no se trata de la vista de una ciudad, sino de una colorista galería de tipos femeninos que enmarcan un paraje natural de nuestra geografía, la Sierra de San Adrián. Publicada en 1598 en el quinto tomo de la obra, responde también a un dibujo de Joris Hoefnagle fechado en el año de 1567. La imagen central de la estampa, el túnel de San Adrián, situado entre las sierras de Aizkorri y Altzania y enlace entre el Goierri guipuzcoano y tierras de Araba, nos acerca a un camino que, desde época romana y hasta entrado el siglo XIX, fue la vía de comunicación entre Francia y Castilla, lugar de tránsito de reyes y ejércitos, bandoleros y prófugos, peregrinos en ruta a Santiago y, por supuesto, naturales de la zona. Es este trajinar de viandantes lo que sirve de excusa al autor para deleitarnos con una extraordinaria panorámica de costumbres sociales y civiles, de tipos, trajes, tocados, armas y enseres varios, representativos de un marco geográfico que va de Gasteiz a Baiona, que, por sí sola, merecería un artículo completo en esta sección. Será en otra ocasión. Este ha sido el momento de divulgar, recordar y valorar, una vez más, nuestra presencia en la historia, a través si se quiere de un hecho menor pero que en su día constituyó el gran proyecto editorial del siglo XVI. Y allí también estuvimos presentes.

El arte vasco en la guerra: Eresoinka

Hace 75 años, el Teatro de Chaillot de París acogió una velada que puso broche de oro a una gira por Europa para dar a conocer el alma vasca: su cultura.

Miembros del grupo Eresoinka.
Los miembros del grupo Eresoinka, cantantes y bailarines que protagonizaron la gira que culminaría en París el 26 de mayo de 1939 ante tres mil espectadores.

El 26 de mayo de 1939 el grupo Eresoinka actuó por última vez en un escenario parisino, en el Teatro de Chaillot, en compañía de los niños de Elai-Alai. Esa velada, presidida por François Mauriac, y a la que asistió el lehendakari José Antonio Aguirre, fue el apogeo de las actuaciones organizadas con motivo de la semana de presentación de la LIAB (Liga Internacional de los Amigos de los Vascos). Se completó con la exposición Cincuenta años de pintura vasca, que estuvo expuesta del 22 de mayo al 10 de junio en una galería de la calle Faubourg Saint-Honoré, y con la organización de grandes partidos de pelota que se celebraron el domingo 28 de mayo en el frontón de París.

Para los vascos exiliados, la puesta en marcha de la LIAB se vivió como un verdadero reconocimiento. Poco después de su creación el 16 de diciembre de 1938, dos comités vieron la luz: el Comité de Ayuda a los Vascos, presidido por Monseñor Clément Mathieu, obispo de Dax; y el Comité de Intereses Generales de Euzkadi, presidido por François Mauriac, ambos formando la sección francesa de la LIAB.

La Liga contó con la participación de personalidades eclesiásticas y políticas de primer plano y fue la gran obra de Manuel Ynchausti, quien contribuyó con fuerza a la organización del exilio y acogida de población en Iparralde. Gracias a la eficacia de la Liga y al apoyo de semanario Euzko Deya, que presentó los objetivos de la Liga el 21 de mayo, la prensa parisina anunció el acontecimiento en el periódico Le Figaro del 25 de mayo:

Mañana viernes por la tarde, en el Teatro Chaillot, doscientos cantantes y bailarines vascos ejecutarán un programa de calidad: Tierra y mar, verdaderos fragmentos de ópera, escenas de la vida vasca, con unos decorados inéditos realizados por artistas de gran talento. Dentro del programa, los coros y danzas de la célebre coral Eresoinka, a la que la prensa aplaudió unánimemente por sus representaciones del año pasado en la sala Pleyel. Además, Lide Olaeta, la bailarina más joven del mundo, acompañada de 25 jóvenes artistas de Elai-Alai, ejecutará danzas célebres de Gipuzkoa y Bizkaia.

Así, al día siguiente, ante 3.000 espectadores, José Antonio Agirre, François Mauriac y los principales responsables de la LIAB, los txistularis entonaron el Mendiko Soñuak, de Jesús Guridi. Después, el espectáculo se desarrolló equilibrado entre la Academia Coreográfica y el coro, que interpretó las siguientes obras del repertorio vasco: Agur Jaunak, Udaberria, de J. Olaizola; Ama begira zazu, de Zubizarreta; Dringilin-dron, Loa loa, de Esnaola; Akerra ikusi degu, Amatxo, de Guridi; Arranoak, de E. Jordá;, Bigarren Kalez Kale, de Sorozabal, y Aurtxoa seaskan, de G. Olaizola. La segunda parte estuvo reservada al conjunto Elai-Alai de Segundo Olaeta, que conoció en Francia una aventura similar a la de Eresoinka, con un programa de cantos y danzas. En la tercera parte Larrun Kresala presentó sus escenas de vida popular cantando y bailando, entre otras: Itxasoan y Ama, obras del Padre Donostia, para finalizar con Ator Mutil de Guridi.

Esa velada marcó la apoteosis de una aventura artística y humana que había comenzado en Santander. El 19 de agosto de 1937, cuando todo parecía perdido, el lehendakari Aguirre pensó que había que continuar la lucha por medios pacíficos. Convocó a Gabriel Olaizola y le confió la misión de embajador cultural de la paz, frente a una Europa presa del fascismo:

Le dije así: es posible que no podamos salir de aquí. Sin embargo, nuestra tarea no ha terminado y deseo que llegue también al terreno artístico. Te pido que salgas inmediatamente hacia Francia y formes, entre nuestros refugiados, el mejor coro posible para que lleve, por todo el mundo, gracias a nuestras melodías, el recuerdo de un pueblo que muere por la libertad.

Gabriel Olaizola, bajo de ópera, era un artista emblemático de Gipuzkoa y dirigió el coro Eusko Abesbatza de San Sebastián desde 1931. Marchó hacia la zona de Baiona y buscó intérpretes de renombre refugiados en Iparralde. Se rodeó de los mejores especialistas musicales y elaboró un repertorio basado en las tradiciones de Euzkadi, completándolo con grandes obras polifónicas modernas y religiosas. Así, llegaron a Sara los músicos José Uruñuela, José Olaizola y Alejandro Valdés; después los colaboradores de Olaizola: Aurora Abasolo, José Etxabe y Txomin Olano. El Padre Donostia asesoró a distancia en la elección del repertorio, mientras que Olaizola recurriría a las obras ineludibles de Guridi, Sorozabal, Esnaola, Sagastizabal, Ravel y Debussy… y los grandes polifonistas de los siglos XV y XVI.

El calor de Sara Durante el exilio de la población del sur de Euzkadi, la acogida de los pueblos fronterizos de Iparralde fue ejemplar. El pueblo labortano de Sara fue elegido para la preparación del coro y aportó su parte de humanidad hacia sus hermanos del sur. El renombre del alcalde, Michel Leremboure, la presencia de refugiados de Gipuzkoa, como Antonio Labayen, y las relaciones del Padre Donostia y de José Miguel Barandiaran con los habitantes de Sara fueron, sin duda, determinantes en esta elección.

Entre los intérpretes que llegaron al pueblo se encontraban futuras personalidades del mundo cultural: Jesús Elosegui, creador de Aranzadi; el txistulari y lingüista Jon Oñatibia; el arquitecto Juan Madariaga; y del mundo del espectáculo, Pepita Embil (madre de Plácido Domingo) y el tenor Luis Mariano, entre otras personalidades tales como el sacerdote tenor Ramón Laborda, Teodoro Hernandorena y Pablo Eguibar.

Los ensayos tuvieron lugar entre el 22 de septiembre y el 17 de noviembre y prepararon 43 obras. Jesús Luisa Esnaola, antiguo bailarín del grupo Saski-Naski, dirigió un conjunto coreográfico. Son numerosos los recuerdos que permanecen en Sara, tanto en la memoria colectiva como en ciertos lugares. Especialmente en el frontón, donde los bailarines ensayaban durante las bellas jornadas del otoño de 1937; en el hotel de La Poste, donde el grupo hacía vida y donde aún permanecen las firmas de los miembros de Eresoinka. Pero si hay un testimonio único, es el de la casa Ihartzeartea, en la que se puede admirar el fresco del pintor Gaspar Montes Iturrioz, realizado a principios del año 1937 en agradecimiento por la acogida de los habitantes de Sara. Lugar de ensayo de los bailarines, txistularis y de parte de los cantantes, esta sala emociona y está impregnada de serenidad.

La preparación del espectáculo se prolongó un mes en París, para debutar el 18 de diciembre en la sala Pleyel. Simultáneamente, un equipo parisino, dirigido por Manuel de la Sota y compuesto por el director de orquesta Enrique Jordá y los pintores José María Uzelai, Antonio de Guezala, Ramiro Arrue y Julián Tellaeche, realizó un trabajo considerable. Imaginaron un espectáculo de tradiciones populares, compuesto de cuadros escénicos musicales, de entremeses cantados y bailados, además de realizar los decorados y el vestuario. Buscaron una sala de espectáculos prestigiosa, siguiendo el deseo del lehendakari Aguirre, que asegurara la promoción del espectáculo, así como el alojamiento para un grupo tan numeroso. Ramiro Arrue y Manu de la Sota elaboraron un bello programa mientras que Antonio de Guezala realizó el espléndido cartel titulado: Eresoinka, espectáculos de Arte Vasco.

Gira por Europa Seis meses después de la caída de Bilbao, el pueblo vasco levantó la cabeza y el éxito logrado tras las actuaciones de los días 18, 19, 20 y 23 de diciembre de 1937 estuvo a la altura de la ambición del lehendakari Aguirre, es decir, ¡la excelencia! Durante los seis meses siguientes realizaron una gira de seis semanas de Bruselas a Rotterdam, pasando por Amberes, Gante, Amsterdam y La Haya. El mes de abril lo dedicaron a las representaciones en el Teatro de París, donde Pepita Embil interpretó la canción de cuna Aurtxoa seaskan dago. En junio, los espectáculos en el teatro Aldwich de Londres duraron dos semanas, siempre con el mismo éxito, con un espectáculo imaginado por J.M. Uzelai y Manu de la Sota: Larrun Kresala.

A su vuelta, la cuestión económica se impuso ante la dificultad para alojar y alimentar a más de cien personas. La dirección de Eresoinka descubrió el castillo de Belloy, cerca de Saint Germain-en-Laye, que se convirtió, a partir del mes de julio, en su residencia principal. Vivieron en la autarquía hasta la disolución del grupo, aportando cada uno su contribución a la vida grupal.

En septiembre de 1938 realizaron una serie de representaciones por tierras vascas, en Baiona, Biarritz y Donibane Lohizune. Un año después de la creación del grupo, los eventos internacionales marcaron una pausa en la vida artística de Eresoinka. El segundo año lo dedicaron a la organización de conciertos de prestigio y de música sacra, así como a la realización de grabaciones del repertorio vasco. El 9 de abril de 1939, el segundo Aberri Eguna del exilio fue la ocasión para organizar una fiesta en el castillo de Belloy con los jóvenes bailarines de Elai-Alai, en presencia del lehendakari Agirre.

Eresoinka se implicó en las manifestaciones de la LIAB, lo que les llevó hasta aquella velada del 26 de mayo de 1939, antes de la disolución del grupo ante la escalada de la tensión. ¡Qué emoción debieron sentir los protagonistas de aquella velada al ver el resultado del trabajo realizado durante dos años! Especialmente el lehendakari Agirre, que sabía que la aventura se terminaba, no sin cierto orgullo por la misión cumplida.

Eresoinka fue una aventura incomparable y una etapa importante para la difusión de la cultura vasca. Por los cantos armonizados para la ocasión y el principio de un espectáculo basado en la tradición popular, se trata de un acto fundador y federador de la cultura de las provincias del sur y del norte, que todavía practicamos nosotros. ¡El legado es considerable!

Los vascos de Eresoinka encontraron en el exilio la manera de continuar combatiendo, poniéndose a disposición del más bello compromiso: que no muriera el alma del País Vasco. Dos miembros del coro viven aún: Inazita Olaizola y Miren Derteano. Agradezcámosles en nombre de sus compañeros el haber escrito esta bella página de la historia del País Vasco.

El autor

Ezkaba, la gran fuga de una cárcel franquista

Hoy se conmemora el 76 aniversario de la evasión de 795 presos del fuerte navarro de San Cristóbal en Ezkaba con la presentación de un libro de Txinparta y Aranzadi, que recuerda una fuga épica reprimida por el fascismo.

Grupo de prisioneros abertzales.
Un grupo de prisioneros abertzales y republicanos en el Fuerte de San Cristóbal.

El jueves 22 se cumplirán 76 años de la que fue considerada una de las fugas carcelarias más importantes de la historia mundial por el número de personas que huyeron y por sus funestas consecuencias. A nivel de Estado está catalogada como la mayor evasión con 795 presos, de los cuales 221 hombres fueron muertos a tiros por los fascistas. Entre ellos, al menos, veinte vascos demócratas de Hegoalde, defensores de la República, fueron asesinados por los franquistas en su salida del fuerte San Cristóbal del monte de Ezkaba: fueron cinco vizcainos, cuatro alaveses, tres guipuzcoanos y ocho navarros. Según narraban los testigos, se urdió el plan con el esperanto como idioma, lengua que no entendían los centinelas y el resto de franquistas.

La entrada a este penal militar aún en pie, llamado de forma oficial Fuerte de Alfonso XII, será el lugar de encuentro de las personas que acudirán a los actos de conmemoración que se organizan en recuerdo de los prisioneros de guerra. En el acto también se presentará un nuevo libro sobre este episodio histórico.

Lo publica la agrupación Txinparta con la Sociedad de Ciencias Aranzadi. «Es un recorrido participativo sobre el fuerte de San Cristóbal y lo que allí aconteció. Articula en capítulos la historia del fuerte, los recuerdos, la aportación de familiares, el homenaje anual que se hace… Es un libro representativo a partir de lo que Txinparta ha organizado y las exhumaciones que hemos llevado a cabo Aranzadi», aporta a DEIA Jimi Jiménez, geógrafo e historiador, así como técnico especializado en arqueología forense de Aranzadi. El volumen lleva por título La memoria del fuerte San Cristóbal. El cementerio de las botellas.

El programa de actividades dio comienzo el pasado día 9 en el espacio cultural del Ayuntamiento de Antsoain. El acto de recuerdo tendrá lugar hoy a las 12.00 horas en las mismas puertas de la cima del monte Ezkaba, con subida por Artika. El grupo de memoria histórica Txinparta organiza la jornada pública. «Mayo avanza primaveral por las faldas del monte Ezkaba cubriendo de colores sus vergüenzas, colocando alguna flor en las ocultas fosas de asesinados que siembran sus laderas, cubiertas por la tierra, el silencio, la desvergüenza de sus asesinos y la complicidad y la pasividad de sus descendientes y herederos políticos», proclama estos días tan prosaico como poético Venancio Pla, de Txinparta. Su hermano Koldo, cuando recuerda este episodio histórico, asegura que a aquellos prisioneros asesinados «la sinrazón les arrebató los sueños y les cerró los ojos».

La fuga del Fuerte de Ezkaba en mayo de 1938 ofreció la fascinación de los acontecimientos épicos y ocupó en su momento las portadas de la prensa republicana e internacional, antes de caer en el olvido y el interesado ocultamiento de los vencedores. Tres fugados, entre 795, alcanzaron la frontera que divide Hegoalde de Iparralde: Amador Rodríguez, Jacinto Ochoa y Leopoldo Picó. Hay un investigador, el escritor Fermín Ezkieta, que sopesa que hubo un cuarto -oriundo de Azagra- que lo consiguió, pero no está documentado. Además, desmonta la tesis del enfrentamiento entre fugados y perseguidores que pretendía encubrir una matanza: 206 fugados, más 14 fusilados en agosto como dirigentes, a los que sumar los 46 capturados, que fallecerían en el fuerte hasta 1943.

falangistas La agrupación Txinparta, en sus 25 años de duro trabajo, digno de reconocimiento social, ha dado pasos muy importantes. Ha conseguido desmontar creencias ya asentadas en la sociedad local. Una pasaba por afirmar que los mandos habían abierto la puerta del fuerte para que salieran y cargar contra ellos. «Tenemos la seguridad de que no fue así», confirma Pla. Existen también periódicos de la época que citan que fueron los falangistas los que habrían promovido la fuga, hecho tampoco real. Se conoce que fue un pequeño grupo el que ideó la salida con Leopoldo Picó a la cabeza, un hombre que vivió en Ezkerraldea, y era amigo de Dolores Ibarruri, La Pasionaria. «Al parecer, se llegaban a comunicar en esperanto», aportó Pla.

A día de hoy, queda vivo como único superviviente que se conozca el comunista Ernesto Carratalá, hijo de un teniente coronel republicano que se opuso a los golpistas y fue asesinado por ello. Carratalá asegura que su padre fue el primer militar muerto por el golpe de Estado. «Además, sabíamos que hace tres años estaba vivo un hombre de Cáceres, en San Martín de Trebejo», confirma a este diario Venancio Pla.

La boina de los vascos: ‘Txapela buruan eta ibili munduan’

La boina o txapela es identificada como el tocado ‘natural’ de los vascos. Las hay de todos los colores y tamaños, al igual que múltiples son las formas de colocarla. Hoy, su uso como prenda de vestir cotidiana es cada vez más escaso.

La hora del aperitivo en el Hotel Eguia, de Algorta.
La hora del aperitivo en el Hotel Eguia, de Algorta.

Amaia Mujika Goñi. La txapela, boneta, boina o béret utilizada en Zuberoa y Bearn, al menos desde el siglo XVIII, se generalizó como tocado civil en el País Vasco peninsular a partir de la Primera Guerra Carlista, magníficamente encarnada en la figura del general Zumalakarregi, quien cubría su cabeza con una boina de amplio vuelo. Sus múltiples cualidades de textura, color y versatilidad la convirtieron rápidamente en el tocado preferido de los jóvenes y, paulatinamente, de los mayores, relegando el uso de los tradicionales sombreros al traje de ceremonia y provocando, a partir de mediados del siglo XIX, su fabricación semiindustrial en diversos puntos del país -Azkoitia, Tolosa y Balmaseda- a remolque de las vecinas manufacturas bearnesas de Oloron Sainte Marie y Nay. Su perfecta adaptabilidad al gusto y comodidad de quien lo lleva permite un sinfín de maneras a la hora de colocarla, y hay quien en ello ha visto reflejado el carácter de su portador, pero de lo que no cabe duda es de que la boina, a pesar de su tardía implantación en el país, se convirtió en el símbolo por antonomasia de la fisonomía del vasco.

Txapela nahi dut buruan

Mingañean berriz euskera

Bihotzan barru-barruan

Biak daukadaz batera.

Así, la estampa del vasco vestido a la usanza tradicional se caracterizará por llevar siempre la cabeza cubierta con una boina, usándola desde la niñez hasta el ocaso y, aún en el tránsito al más allá, le escoltará sujeta respetuosamente entre los dedos de la mano, erigiéndose así en fiel y exclusiva compañera, únicamente abandonada en la cabecera de la cama o el banco de la iglesia. Hubo un tiempo en las iglesias labortanas en el que al levantar la vista hacia lo alto de las galerías destinadas a los hombres, te encontrabas con la pared atravesada por una larga hilera de boinas colgadas durante la misa mayor. De igual manera, los espacios de reunión y esparcimiento masculino como la plaza, el frontón o la feria, serán, a los ojos de propios y extraños, un mar de boinas, una imagen una y otra vez captada por las primeras generaciones de fotógrafos.

Abarkak oinetan

Tsapel bat buruan

Gerrestua gorputzean

au da nire apaindura guzia.

Sí, en un primer momento, la boina se identificó por ser el tocado de las últimas generaciones que vistieron el traje popular, no concibiéndose baserritarra, artzai o arrantzale sin txapela, este cubrecabezas trascendió, a finales del siglo XIX, al ámbito urbano, siendo adoptado por los reyes y aristócratas que visitaban las playas de Biarritz y La Concha, por los hijos de la burguesía local que lo alternaban con el sombrero, por los comerciantes e industriales en su devenir diario, y por la clase obrera, que lo convierte en uniforme de trabajo junto con el mahón y la alpargata, extendiendo con ello su área de influencia a los pueblos de alrededor y, paulatinamente, al resto de la península. Cruzará también el Atlántico, con las sucesivas diásporas, llegando a lugares donde jamás se había visto prenda tan rotunda y sencilla a la vez, convertida, según L. de Castresana, en «la tarjeta de visita con la que el vasco, desde lo alto de su pequeño mástil negro, saluda al mundo pregonando su identidad». Una vez conocida, la moda y la personalidad de algunos de sus famosos portadores hicieron el resto, convirtiéndola en un complemento de uso universal y unisex, calificada según el contexto como prenda revolucionaria (Che Guevara), chic (Coco Chanel), literaria (Hemingway), deportiva (René Lacoste), patriótica (Francia ocupada), glamurosa (Ava Gardner) o militar (boinas verdes).

gorra nacional vasca Este largo periplo ha sido el responsable de que la boina se identificara, a partir de la Primera Guerra Carlista, como gorra nacional de las provincias vascas, llamándose de igual manera en otros idiomas: béret basque, beretto dei basque, basque cap, basken mütze. Sin embargo, y aunque indudablemente nos cabe el mérito de haber sabido darle carta de naturaleza al adaptarla perfectamente a la idiosincrasia del Pueblo Vasco, la boina no deja de ser un cubrecabezas sencillo, práctico y de fácil elaboración, tricotada en lana y con muchos primos hermanos entre los tocados masculinos europeos, dispersos en el espacio-tiempo.

Empezando por los más antiguos de Cerdeña, Eslovenia, Dinamarca e Iberia, datados a partir de la Edad del Bronce y estudiados por Manso de Zuñiga, y continuando por los que se pueden ver entre la gran variedad de formas reproducidas en los códices medievales, al coincidir con la generalización del uso del tocado masculino, la evolución nos lleva hasta la Edad Moderna, periodo en el que la especialización gremial diferenciará el oficio de los boneteros, dedicados a la elaboración a punto de aguja de cubrecabezas redondos de lana y que, al igual que las boinas modernas, someterán al abatanado, moldeado, teñido y prensado. Este bonete es el que evolucionará y adoptará una gran variedad de formas, hechuras y texturas que bajo la influencia de los sucesivos estilismos y modas se irán utilizando hasta el siglo XIX: copa sencilla o doblada, birrete, carmeñola, galota y gorra… lo que ha generado que se confundan términos y modelos a la hora de explicar los antecedentes históricos de la boina y sus congéneres europeos, como los scottish bonnet o alemanes, las gorras de la guardia suiza o la faluche de los estudiantes franceses, entre otros.

Según Unamuno, la boina fue para su generación niveladora, pero su versatilidad a la hora de colocarla sobre la cabeza trasmite carácter, coquetería, impertinencia, desafío o desenvoltura; su paleta cromática señala estéticas, ideologías o dualidades y el tamaño nos habla de procedencias y connotaciones sociales, por todo lo cual se puede decir que la boina lejos de uniformizar distingue e identifica a su portador. Sirva como apunte lo que se decía en Donostia allá por los años 50: «El navarro en Pamplona usa la misma boina que en Madrid, el donostiarra la lleva en la ciudad y para ir a Madrid se pone sombrero; y el bilbaino viste con sombrero en Bilbao y con boina cuando va a Madrid».

hoy, multicolor La boina, hoy multicolor, ha sido tradicionalmente blanca, roja, azul y negra. Será la boina de este último color la que se generalice con la industrialización, pero las fuentes históricas nos remitirán a la azul como la más utilizada, a ambos lados de la frontera, durante todo el siglo XIX; una tonalidad, por otra parte, muy arraigada en la estética vasca. El color es también lenguaje y así la boina blanca o roja significó a su portador como carlista o liberal durante la Primera Guerra Carlista, intercambiadas en la Segunda y heredada la colorada por los requetés en la guerra del 36 y, por derivación, por los miembros de las FET y las JONS en época franquista. En la actualidad, la boina roja participa del uniforme festivo de Iruñea y Baiona, singulariza a tamborileros y danzantes de nuestro folclore y distingue, cada vez menos, todo hay que decirlo, a las fuerzas del orden que repiten el tocado de sus predecesores forales. La negra sigue siendo la reina entre quienes la han llevado tradicionalmente como parte de su atuendo y la azul es la elegida por aquellos que pasean sus años con coquetería por calles y plazas.

Gaur Euskadi modernoa heldu dela eta

Ertzainak txapelaren truke gorra du buruan

Zure jantziarengatik ezagutuko zaitut.

Orain nola egin?

Si el color identifica, el tamaño importa y a mayor vuelo más prestancia, al menos en Bilbao, siguiendo la estela de las amplias boinas carlistas que tanto en el país como en el Pirineo se usaban y que aún hoy define, en palabras de Emilio Pirla, de la bilbaina Sombrerería Gorostiaga, la procedencia del cliente. Cuando más al este, más grande y cuanto más al sur, más pequeña, con tamaños que oscilan entre diez y catorce pulgadas, con una equivalencia aproximada de entre 23 y 32 centímetros de vuelo, al utilizar como unidad de medida la media pulgada de vara castellana que, a groso modo, supone un centímetro por talla, presentando un amplio abanico desde la encogida y escasa soso-kabi, relegada para el trabajo, a la airosa y de vuelo para salir a la calle, sin olvidar la de talla gigante que alcanza los 36 centímetros (16 pulgadas), destinada a coronar a los campeones con el título de txapeldun o para ir a San Mamés.

El uso de la boina como prenda del vestido cotidiano ha caído en desuso, al igual que la mayoría de los cubrecabezas que hasta los 60 eran considerados complemento ineludible del buen vestir y hoy son vistos como una convención o incluso un estilismo caduco. Relegada a la cabeza de nuestros mayores y suplantada, en el caso de algunos jóvenes, por gorras y gorros foráneos (que paradójicamente recuerdan a los antiguos txanos de marineros y labradores), es utilizada principalmente como prenda identitaria y, al tiempo, rechazada por lo mismo, pero también adoptada por jóvenes diseñadores locales con el fin de dotarla de una imagen moderna, como las boinas de tela reciclada de Truca Rec o la colaboración de Loreak Mendian con Boinas Elosegui, de Tolosa, para su línea otoño-invierno 2013. Su declive ha ido acompañado por un movimiento asociativo prodefensa y promoción del uso de la boina que, repartido por los estados de Francia y España, organiza actividades y premios en torno a la significación o concepto que de ella tienen. En Euskalerria las primeras manifestaciones se iniciaron en los 60, con la celebración de concursos mundiales en las localidades de Otxandiano y Tolosa, premiando la colocación, la estética, el tamaño y la originalidad de la chapela, hoy extendidos a numerosos puntos del territorio, certificando una vez más la singularidad que tan sencillo cubrecabezas tiene entre los vascos.

Mucho se ha escrito sobre la txapela y de todos hemos aprendido algo pero sirva este artículo como recuerdo al último que le ha dedicado una monografía, el etnógrafo Antxon Aguirre Sorondo (G. B.), que hizo suya la máxima de txapela buruan eta ibili munduan siguiendo la senda abierta por Joxe Miel de Barandiaran.

40 años del ‘Hotel Carabanchel’

El ex preso político de ETA V asamblea Fernando Garate recibe unas fotos históricas que no sabía que existían y que muestran a compañeros encarcelados en la Prisión Provincial de Madrid, que fue demolida en el año 2008

Carabanchel

Cuarenta años después, le remiten unas fotos que no él esperaba. Firma acuse de recibo de una imágenes que nunca pensó que pudieran existir. Se cruzan los recuerdos del pasado, sin perceptible nostalgia, en la mente de Fernando Garate. EGI. Carabanchel (prisión que mandó construir Franco por 700.000 pesetas y demolida en 2008). Madrid. ETA-V Asamblea. Amigos. Cárcel de Basauri. Apellidos. Camisas de cuadros. En resumidas cuentas, vidas (y muertes) cruzadas. «Nunca habría pensado que en el Hotel Carabanchel, como la llamábamos, alguien metiera una cámara de fotos. No recuerdo haber visto una allí. No nos dejaban ni tener radio. Eran muy estrictos. Solo había una tele comunitaria y a unas horas», evoca el ex preso político vizcaino.

Fernando Garate es memoria histórica paseante y activa en Gernika-Lumo. La mayoría le conoce. Le saluda. Algunos se vuelven para decirle retazos como que «ya te vi en la tele». Él siempre hace gala de una sonrisa. Un café. El cristal de un bar separa esa vida palpitante de la villa con sus recuerdos: los más contables y las materias por él reservadas o sorteadas. Los primeros quedan aquí y hoy impresos.

Latía el día 2 de julio de 1946 en Gernika-Lumo. En el barrio de Renteria, entonces Ajangiz, nacía Fernando Garate, hijo de uno de aquellos primeros ertzañas. Benito Garate fue uno de los agentes que escoltó a Lauaxeta en su entrada a la aún humeante y bombardeada localidad en 1937. «Él siempre contó que Lauaxeta le dijo que yendo con un periodista francés no le harían nada. Y no fue así. Mi padre pudo escapar a Bilbao. Después de ser hecho preso le llevaron a El Puerto de Santa María». La madre de Fernando, Elvira Zubizarreta, nacida en Boise (Estados Unidos), ciudad con la que nuestro invitado aún guarda lazos de unión y visitas. «Quieren que el Athletic vaya Boise para la próxima fiesta», avanza. Del matrimonio nacieron, por orden, Evita, Javi y Fernando.

El benjamín recuerda cómo en su casa de San Juan, portal 13, se vivieron las primera reuniones clandestinas del PNV del municipio en los 60. En su hogar, se eligió como líder jeltzale local a Dionisio Abaitua, que llegaría a ser alcalde. Fernando, por entonces, se encargaba de propaganda, pintadas… y fue portavoz de EGI. «Pero los jóvenes queríamos más acción que los mayores del PNV y algunos nos marchamos a EGI-Batasuna, acabando en ETA V asamblea», argumenta.

1964 fue el año del recién conmemorado Aberri Eguna de Gernika. «Los días de víspera nos encargamos de la propaganda del PNV para incitar a que la gente viniera. Las medidas de seguridad eran muy fuertes. Habría grises por todas partes, policías de paisano vestidos con kaiku. Muchas personas mayores… Día de emociones y detenciones».

Ferando Garate

Ocho años después fue detenido por presunta vinculación a ETA. Fue el 2 de septiembre de 1972, cuando salía del taller en el que trabajaba como ajustador. «Sabíamos que íbamos a caer, pero no escapé porque no tenía nada importante», valora. Le trasladaron a Indautxu donde estuvo retenido diez días. De allí a Basauri. «Nos dijeron que nos detenían por colaboración con banda armada», argumenta.

Estuvo preso dos veces en Basauri y una en Carabanchel. La Prisión Provincial de Madrid, en su recuerdo, era «inmensa». Todo voces. Cuatro pisos. Galerías enormes. Impresionante. «Los presos estábamos en condiciones jodidas. Una taza de váter para los cuatro, y con ellos delante», narra. Los presos políticos estaban aparte. Los vascos vestían camisas a cuadros para distinguirse de los demás.

«Por allí estuvimos el hoy vicerrector del campus de Bizkaia de la UPV/EHU, Carmelo Garitaonandia, el actor amiguete Patxi Bisquert; Jon Idigoras, de nuestro mismo sumario; los sindicalistas de CC.OO. Marcelino Camacho o Francisco García Salve; Goyo López Irasuegui, del Proceso de Burgos o Joseba Elosegui, amigo íntimo y de ideas fijas. Era muy duro. Como anécdota, su concuñado era el jefe de la prisión», explica sobre esta figura histórica del PNV que se quemó a lo bonzo ante Franco en Donostia el 18 de septiembre de 1970. «Tenía aún todas las marcas del cuerpo del fuego».

¿Ustedes sufrieron torturas?

-Que yo sepa no hubo torturas. Por las noches había muchos gritos. Sabíamos que había violaciones a chavales. Nosotros no estábamos tan mal. Sí lo pasé mal en Basauri, más adelante.

A su salida de Carabanchel, volvería ser detenido y hecho preso en Basauri. «En total, fui como cinco o seis veces detenido. En Basauri estuve dos meses más y lo pasé fatal. La Guardia Civil había encontrado unos papeles de ETA-pm. Uno cantó y debió decir mi nombre, sé quién es pero no voy a hacerlo público. No interesa aquí. Me llevaron a Durango y allí me drogaron hasta el punto de que vino mi madre a visitarme y ni la conocí. Lo pasé muy mal de los nervios. Muy mal. Entonces andábamos montando LAB aquí en Gernika», manifiesta queriendo pasar página.

carrero blanco: ¿eta o cia? ETA atentó contra el presidente del Gobierno de España franquista Luis Carrero Blanco el 20 de diciembre de 1973. «Recién salido, pensé que con lo de Carrero Blanco me metían otra vez. Había mucho miedo. Es más, me pareció una acción muy fuerte para ser ETA. Yo mismo llegué a dudar. Se dijo que la CIA podía estar por medio. Carrero Blanco era una continuación muy dura del franquismo», analiza.

Cuatro años después, en 1977, Garate formó parte de EIA, Eusko Irakultzarako Alderdia, de Mario Onaindia, y el denominado brazo político de ETA-pm. Y, de allí, a Euskadiko Ezkerra. «Estuve bastantes años encargado de pancartas y carteles en Gernika».

Otra fecha que resuena en la mente de Fernando es 10 de septiembre de 1986, día en el que cayó Yoyes asesinada. «Fuimos a su entierro. Fue muy duro», sintetiza quien a mediados de los 80 abandonó Euskadiko Ezkerra y fue cofundador de LAB en Gernika. Pasados los años, continuó y sigue con su labor desde un ámbito más social, en el Txoko Bake Leku, organizador de actividades.

Otro episodio que recuerda es el día en el que ETA anunció el cese definitivo del uso de las armas en 2011. «Lo vi positivo -subraya-. Estaba en un bar tomando algo, y me pareció no solo bueno para el país, sino que también para los partidos abertzales. Creo en el derecho a decidir de cualquier sociedad demócrata. Que el pueblo decida. Es fundamental, por ello me gusta el proyecto Gure Esku Dago. Es la calle la que tiene que empujar a los políticos de forma civilizada y democrática», aboga quien vio positivo los avances del Plan Ibarretxe. Coincidía en mucho con él, en la soberanía económica y política». Fernando Garate espera que se haga realidad sus sueño, el de que llegará el día en el que «los abertzales caminen juntos», concluye.

Un reportaje de Iban Gorriti