En el cambio de siglo del XIX al XX si algún lugar de peregrinación católico y mariano destacaba a nivel internacional este era, con permiso de Roma, Lourdes. Desde que en 1858 se le apareciera la Virgen en una gruta de la localidad bearnesa a Bernardette Soubirous, Lourdes se transformó en un punto de peregrinaje que atrajo a miles de católicos del mundo entero. En la laica y liberal Francia, donde el catolicismo añoraba tiempos pasados más gloriosos, Lourdes se convirtió en un punto donde las apariciones marianas reforzaban la moral de las masas católicas. Lourdes, localizado muy cerca de Euskadi, atrajo desde muy pronto a peregrinos vascos, viajes que no han dejado de realizarse hasta la actualidad. Pero hoy trataremos de dos peregrinaciones muy especiales, las que el nacionalismo vasco organizó los años 1910 y 1911, y de un estandarte, verdadera obra de arte textil, que se confeccionó para ser entregada a la Virgen y que, finalmente, no pudo ser depositado en el Santuario mariano.
A finales de la primera década del siglo XX, el PNV había demostrado que era un partido que congregaba miles de votos en las elecciones. Era una fuerza política en franca expansión cada vez más seguida por los electores vascos. El Partido Nacionalista Vasco era una fuerza política confesional. Su fundador, Sabino de Arana, había resumido su ideario con el lema Jaingoikua eta Lege Zarra. Esto significa que el PNV estaba en situación de hacer sombra a las fuerzas autodefinidas como católicas españolistas.
Por estas fechas, la política general de la Iglesia católica apoyaba lo que denominaba Unión Católica; esto es, que las fuerzas políticas católicas no se hicieran competencia en las elecciones y concurrieran en coalición. Esto, en Euskadi, dio origen a diferentes interpretaciones de la política papal, siendo aprovechado por las fuerzas integristas, carlistas y conservadoras españolas para solicitar del nacionalismo su apoyo, pero sin ofrecer una contrapartida acorde a la aportación realizada. En este escenario, las fuerzas españolistas contaron con el soporte incondicional del obispo de Vitoria, Monseñor José Cadena y Eleta. Los desencuentros entre el prelado vitoriano y el nacionalismo vasco comenzaron en 1909.
En las elecciones de aquel año, el PNV se negó a formar coalición electoral con las fuerzas católicas españolas en las municipales de Bilbao, a pesar de lo cual, logró un rotundo éxito. Ello demostró Sigue leyendo Peregrinaciones a Lourdes a finales del XIX
TENEMOS una nueva razón para alimentar la vanidad colectiva. En Bilbao, por lo común no somos ni nos gusta ser vanidosos uno por uno, individualmente, pero tenemos muy arraigada la vanidad colectiva y, aunque no lo creamos, tenemos que sostener que somos los primeros, que nada hay como Bilbao, la merluza frita y el bacalao al pilpil. No sé si este es un defecto y, a veces pienso que cuando nos volvemos locos con el Athletic, cuando disfrutamos oyendo rugir en San Mamés o cuando faroleamos con el vino de Bilbao y nos cuesta admitir que haya en ningún lugar nada como en Bilbao, debiéramos pensar un poco y quizá ser algo más humildes.
Pero también creo que esta condición bilbaína que nos obliga a estar en muchos lugares y a hacer todas las cosas mejor que nadie, es en el fondo una virtud cívica que nos agranda para emprender cualquier empresa.
Hoy es un gran día para Bilbao porque hemos inaugurado la torre. Una torre que no es la más alta del mundo y ni siquiera la más alta de España, pero es nuestra. Y nosotros nos encargaremos de hacerla la más hermosa, la más útil, la mejor.
Hay que sumarse a la alegría común. El que esto escribe nació en Barakaldo, aunque tengo a mucha honra ser hijo de Sestao y también de Bilbao, la villa en la que viví prácticamente desde los diez años y plenamente desde que tuve un cargo público. He nacido y he vivido junto a la ría.
Bilbao sabe superar los días tristes. A partir de la Guerra Civil pasamos días muy negros, pero ha pasado el tiempo suficiente para volver a la alegría de Bilbao. ¡Que vivan las canciones de Bilbao, que viva la alegría!
¡Bienvenida torre de Iberdrola! La torre de la gran empresa que sigue encariñada con la villa. Si la miramos bien nos daremos cuenta que no se parece a otras torres, que la concibió un gran arquitecto universal Sigue leyendo Bilbao: de la Carta Puebla a la Torre Iberdrola
EN estos meses se cumple el 75º aniversario de la Marina de Guerra Auxiliar de Euzkadi, una pequeña fuerza naval creada en octubre de 1936 por el Gobierno vasco para ayudar a la Armada Republicana en la protección al tráfico marítimo y la actividad pesquera en aguas propias, y para mantener libres de minas submarinas los accesos a nuestros puertos. Su acción más significativa se produjo el 5 de marzo de 1937, cuando varios de sus buques se enfrentaron al crucero rebelde Canarias, a la altura de cabo Matxitxako, para proteger la llegada a Bilbao de un mercante que procedía de Baiona. Por eso, los próximos días 4 y 5 de marzo se han escogido para realizar diversos actos de conmemoración y homenaje a nuestros marinos.
Los buques
El Gobierno vasco nombró el 15 de octubre de 1936 a Joaquín de Egia, entonces subdelegado marítimo de Bilbao, jefe de la Sección de Marina dentro de la Consejería de Defensa. La misión encomendada era la de ayudar a la Marina Republicana en su labor. La mayoría de la Flota de la República operaba en el Mediterráneo; en el Cantábrico sólo quedaban un destructor, un viejo torpedero y dos submarinos.
Para crear la Marina Auxiliar, Egia convirtió en buques de guerra a más de medio centenar de pesqueros, en su mayoría de la flota de Pasaia, que estaban refugiados en Bilbao sin ocupación. En unos casos les dotó de artillería para realizar servicios de vigilancia y escolta (bous armados) y en otros, de aparejos para el rastreo de minas (dragaminas). Todos los buques iban pintados de color gris aplomado, llevando en sus amuras, en color negro, la inicial de su nombre o el numeral correspondiente. Izaban la ikurriña a proa y la bandera tricolor republicana en el palo mayor o a popa. Tenían su base en Portugalete. La Jefatura se alojó en el segundo piso del hotel Carlton de Bilbao.
El núcleo central de la Marina Auxiliar lo constituyeron cuatro bacaladeros de la empresa PYSBE de Pasaia, que fueron rebautizados con los nombres de Gipuzkoa (ex Mistral), Nabarra (ex Vendaval), Bizkaya (ex Euzkal-Erria) y Araba (ex Hispania). A estos bous se incorporaron más adelante otros de menor porte, el Donostia, Goizeko-Izarra, Iparreko-Izarra, Gazteiz e Iruña. El Gazteiz e Iruña no llegaron a terminar la conversión prevista por falta de armamento.
Para la recogida y destrucción de minas se seleccionó hasta una treintena de parejas de arrastre que recibieron el nombre de dragaminas o barreminas. Al principio conservaron sus nombres originarios, pero en mayo de 1937 se les sustituyeron por los numerales D-1 a D-24. Para labores portuarias y cometidos especiales se militarizó también un grupo de lanchas motoras, designadas con los numerales L-1 a L-6, una docena de canoas rápidas y varias embarcaciones auxiliares. Ninguna de ellas iba armada.
Las tripulaciones
Las tripulaciones se organizaron con personal voluntario, procedente de las marinas mercante y pesquera. Para eso se creó el Voluntariado de Personal de Mar. Para garantizar su lealtad al Gobierno era necesario contar con el aval de un grupo político o sindical, aunque no era imprescindible estar afiliado. La mayoría de sus miembros militaba en Solidaridad de Trabajadores Vascos o en el PNV (57%), pero había también un importante núcleo de afiliados al Partido Socialista o la UGT (19%), y grupos menores a la CNT, ANV, el Partido Comunista, Izquierda Republicana o sindicatos profesionales; alrededor de un 10 % no estaba afiliado. Entre las afiliaciones menos corrientes estaban las Juventudes Socialistas Unificadas (4), Euzko Mendigoizale Batza (3), Socorro Rojo Internacional (1) y Estat Catalá (1 afiliado).
En cuanto a su procedencia, el 57% de los voluntarios era originario de Bizkaia (casi un 10% de bermeanos), un 28% de Gipuzkoa y un 1% de Araba y Nafarroa. Había también un grupo numeroso de Sigue leyendo La Marina de Guerra Auxiliar de Euzkadi
Los famosos fotógrafos Robert Capa, Gerda Taro y David Seymour, Chim, realizaron miles de fotografías de la contienda civil española para medios internacionales. Seymour dedicó largas semanas a inmortalizar a milicianos, niños, adultos y religiosos especialmente en Bizkaia. 4.500 negativos y algunas fotos impresas de esta arriesgada experiencia conformaron La Maleta Mexicana, tres cajas desaparecidas durante 70 años, y que el International Center of Photography expuso en 2011 en Nueva York, recientemente en el MNAC de Barcelona y, a partir del martes 28, en el Museo de Bellas Artes de Bilbao.
DEIA ha seguido las pisadas de Chim por Bizkaia y ha conseguido identificar y charlar con algunos protagonistas de aquellas imágenes.
Balbina Onaindia: «Cómo silbaban las bombas. Ya hemos pasado, ya…»
Balbina Onaindia Urionaguena, nacida en 1922 en Bolibar (entonces Anteiglesia de Zenarruza) se encuentra sentada bajo un generoso sol en su baserri Zabala Ganekua, del barrio Zeinke de Ziortza-Bolibar. Ella y su familia desconocían la historia de La Maleta Mexicana, y atienden, sorprendidos, a DEIA ante la llamada de su paisano Jesús Urkidi (Bolibar, 1926). Se muestra alucinada ante el despliegue de fotos y negativos que realizó Chim en su pueblo y en toda Bizkaia, en los primeros meses de 1937, y el hecho de ser una de sus protagonistas. «Aintzine hil zen Julia Mallea», comenta, echando la mirada atrás, la guapa nonagenaria, en referencia a la jovencita que posa a su lado en una de las fotos de David Seymour. El fotógrafo polaco inmortalizó a una serie de niñas y adolescentes una tarde de domingo entre enero y febrero de 1937, en la iglesia de Bolibar, Santo Tomás. De ello se acuerda vívidamente Urkidi, quien vivía en la casa de enfrente, pero Balbina no recuerda aquel momento. Y sostiene las imágenes de La Maleta Mexicana con gran curiosidad e interés.
Aquellos eran tiempos en que, como ha podido comprobar DEIA entre sus protagonistas, el rosario reunía «casi más gente que la misa». Y, a raíz de uno de esos momentos, David Seymour se dedicó a hacer fotos a vecinos del pueblo y a sacerdotes, especialmente al Padre Jesús Jaio, persona de gran relevancia por su valiosa labor como capellán de gudaris. Entre esas instantáneas aparece, favorecida y sonriente, Balbina. Alegre y abierta, le «gustaba mucho bailar. Y no me dejaban bailar con José (Longarte Arriola), antes de casarnos». También disfrutaba yendo de romería y de excursión. ¿Y en la guerra? «En la guerra ya no había bailes. A la iglesia y a casa», resume la mujer retratada por Seymour en su tierna adolescencia.
«Nuestro suegro estuvo en la cárcel por peneuvista. A veces quitaban dinero. A uno le quitaron 5.000 pesetas y a otra, 4.000. En las votaciones, si votabas en contra había multas de 2.000 pesetas», rememora esta vecina de Bolibar, en referencia especialmente a los nacionalistas. Ante la pregunta sobre si en la contienda civil pasaban miedo, responde con energía: «¿Miedo? ¡Menudos sustos! Cuando venían los aviones íbamos de casa al monte, a meternos en… como en un zulo. Ya hemos pasado, ya…», afirma, asintiendo con la cabeza.
Balbina va rememorando, a medida que hablamos de aquellos años. Entonces, señala un monte entre Markina y Aulestia: «Allí estuvo el frente, y lanzaban cañonazos de un lado a otro. ¡Se oían unos silbidos! Desastre fue», comenta con rotundidad y pasando del bizkaiera a un castellano aprendido en la adolescencia. Desde entonces, señala su hija Txaro, «no puede ver los fuegos artificiales. Se tiene que meter en casa, y se tapa los oídos».
«Por la política», confirma, «muchos se tuvieron que ir fuera». Además del suegro, un hermano, un cuñado y un vecino, Tomás, sufrieron cárcel. Ella y Jesús Urkidi siguen viajando en el tiempo, evocando cuando mataron a su vecino Bonifacio Egurrola porque estaba afiliado al Partido Comunista, cómo Pedro Aizpitarte Zuazo y José Jaio Bernedo se fueron al frente, los muertos en Kanpazar, la chica que mataron en el Hospital de Sangre, al ser objetivo militar… ¿Y qué hacer en el franquismo ante las represalias contra gudaris y nacionalistas de a pie? Balbina se hace una cremallera en la boca: «Callar», para salvar la vida.
Esta sonriente mujer siempre ha sido de carácter alegre y positivo -«con más vitalidad que nosotros», valora su hija Txaro- y, según dice ella misma, «nunca me he enfadado con nadie». Ella nació y vivió en un caserío de Bolibar, Alegrixe, hasta que se casó, con 27 años, con José y ya se instaló en el amplio baserri en que ahora reside su familia. Pero los años no pasan en balde, de forma que pronto la tendrán que operar de la vejiga y de vez en cuando tiene achaques. Pero ya, sin miedo.
Asensio Lekanda: «Recuerdo el fuego bajo y que no podíamos protegernos»
Pedro Argaluza mira al objetivo de David Seymour en los albores de 1937, con su familiar y vecino José Lekanda en segundo plano. Se hallan trabajando en el campo, frente a su baserri, Zugasti. Cerca, Chim recogió una imagen de María Lekanda -entonces cinco años-, que en una campa del citado caserío de Gatika sostiene en brazos a su hermano Asensio, de escasos dos añitos. Julen nacería en el 41, así que no vivió aquella cruenta guerra. Sólo la otra guerra: la que vino después.
Eran malos tiempos para los baserritarras euskaldunes, y Pedro, que además era gudari, fue apresado y salvó la vida saltando de un camión y huyendo a Francia. Pero la familia de José, a pesar de las detenciones y las palizas, sobrevivió sin salir de su Gatika natal. Julen Lekanda nos conduce al caserío en el que paró Seymour hace ahora 75 años, y su hermano Asensio, el niño pequeño de la foto, sale a recibirnos, rodeado de sus perros y gatos en sana convivencia. Su rostro está curtido por el sol que ilumina con fuerza su baserri, aunque los surcos de su rostro delatan muchos años duros. Además, María, su hermana, la niña que lo sujeta en brazos en la imagen de Seymour, acaba de fallecer el pasado 30 de diciembre. Cosas del corazón, nos explican los Lekanda, pese al garbo que la caracterizaba, y a que era esbelta.
Y es que, confirman a DEIA, todos ellos han sido siempre delgados, excepto Julen, ahora, después de haber dejado de fumar. A Asensio, ese niño retratado en la campa, no le gusta hablar de la guerra civil, y frunce el ceño al recordar las experiencias vividas. Pero, a medida que va viendo las imágenes de Seymour, relaja la expresión de su cara, y empieza a rememorar. No la foto del reportero -era demasiado pequeño cuando fue inmortalizado-, pero sí cuando «oíamos los aviones, y corríamos asustados. Hasta el ganado corría. No había búnkeres, íbamos para Lujua, para atrás y para adelante. Nos metíamos detrás de un manzano y escuchábamos las ametralladoras».
Mujeres en avanzado estado de gestación, trabajando en el campo, el fuego bajo… Asensio recuerda aquellos momentos en los que «pasábamos mucha hambre. No había nada, ni dinero tampoco (hace el gesto juntando los dedos). Molíamos el trigo a mano dentro de casa», evoca. Más adelante, haría la mili en Tenerife. Pero su vida siempre ha estado vinculada al caserío Zugasti. Nunca se ha casado ni tenido descendencia. Al igual que su hermano Julen, quien, por ejemplo, fue detenido en el franquismo por tener una ikurriña. Como otras personas consultadas en esta investigación por DEIA, el ser euskaldunes era un motivo de gran represalia. Y otro aspecto en el que coinciden nuestras fuentes: las envidias provocaban «chivatazos» de vecinos, con graves consecuencias, como detenciones y torturas.
En Gatika hay otra gran testigo ocular del tiempo en que Seymour realizó sus trabajos, Eleta Landaluce, de 95 años. Ella identificó rápidamente a los retratados por Chim. No en vano suele jugar a cartas todas las tardes en el Club de Jubilados Guztiontzat, que preside Manu Arrizabalaga, quien fue presentando a los Lekanda y los Argaluza a DEIA.
Juliana urionabarrenechea: «Desde Bolibar se veía el cielo rojo cuando lo de Gernika»
A Juliana Urionabarrenechea (Bolibar, 1928) no le gusta hablar de la guerra civil. Para ella, es agua pasada que no mueve molino. De hecho, recuerda, en su familia evitaron el hambre con la huerta, y dice que no pasó miedo. Eso sí, recuerda vívidamente el día del bombardeo de Gernika, cuando desde Lapuebla de Bolibar se divisaba un cielo rojo intenso en el horizonte. «Cada vez que hablan de aquel bombardeo, me acuerdo perfectamente de cómo me impactó aquello», enfatiza.
Eran días de máquinas Singer -sus mayores eran modistas-, y al ver las fotos hechas por Seymour de la Iglesia de Santo Tomás relata cómo ella y sus amigas saltaban el muro, entre las vigas, cuando los chicos las seguían. Para Juliana -Julitxu para sus vecinos- y su hija Conchi, las imágenes de La maleta mexicana son un recuerdo refrescante, y rápidamente van asociando ideas e identificaciones. A Juliana hemos llegado gracias a Jesús Urkidi y la directora del Museo Simón Bolívar, Ana Arriaga: se trata de la niña que aparece en varias fotos, junto con su prima Inés Illoro Guerenabarrena -ya fallecida-; Miren Karmele Bustindui Azumendi, con un txori en el pelo; creen que, en primer plano, con un dedo en la boca, Maritxu Mendibe, y de lejos, otra niña, María Illoro, hermana de Inés.
Tanto Juliana como Conchi detectan algunos lapsus en el libro de La maleta. Ya unos reporteros de Televisión Española observaron varias lagunas y ellas, rápidamente, creen que algunas fechas no son exactas, así como algunas localizaciones. Y es que Juliana es muy resuelta y tiene una mente lúcida, y en cuanto puede se va al Mediterráneo a tomar el sol y a pasarlo bien. Ella se trasladó a Bilbao pronto, con 12 años, donde estudió y se casó con Antonio Cuevas Isusi, a quien conoció trabajando en una oficina de Abando. Ahora reside en el barrio de San Inazio. Allí va hilando recuerdos de la cuadrilla, de sus maestras… pero también de cómo algunos se escondían en la torre de la iglesia y cómo «los cazas ametrallaban todos los pinares y a mi hermana no la llevaron por delante por los pelos».
Historia de «La maleta mexicana
En 1995 salieron a la luz las tres cajas que componían la conocida como LaMaleta mexicana, en la Ciudad de México. El general retirado Francisco J. Aguilar González, diplomático, había custodiado los 4.500 negativos y otros documentos que Robert Capa, Gerda Taro y David Seymour compilaron en la guerra civil española. Fue Seymour, alias Chim, quien pasó más tiempo en Euskadi, especialmente en Bizkaia. Según datos de la Asociación Sancho de Beurko, llegó en enero de 1937.
Tras el hallazgo de LaMaleta, después de estar 70 años en paradero desconocido, en 2007 fue entregada al International Center of Photography de Nueva York (ICP). Antes, Benjamin Tarver la recogió de su primo mexicano y, al comprender su valor histórico, las entregó al ICP fundado por el hermano de Robert, Cornell Capa. Una vez en el ICP y tras su clasificación, la comisaria Cynthia Young organizó una exposición que tuvo lugar el pasado año en su centro de Nueva York. Después, a finales de 2011, la muestra estuvo expuesta en el Museo Nacional de Catalunya, en Barcelona. Allí, el Periódico de Catalunya promovió una búsqueda de supervivientes de las imágenes de los tres grandes fotógrafos, y en esa Comunidad Autónoma fueron identificando a algunos niños de la guerra. El próximo martes, la exposición llega al Museo de Bellas Artes de Bilbao, donde podrá ser disfrutada hasta el 10 de junio próximo, con un total de 101 contactos de negativos ampliados; 70 fotografías (de las cuales 50 son copias de época), dos audiovisuales y material documental (publicaciones periódicas de la época, telegramas, carnets de prensa, etc.).
Retratos de gran heroicidad cotidiana, y con resonancias emotivas. Los tres reporteros coincidían, además de en su profesión, en la conciencia antifascista -eran de origen judío-, que los llevó a arriesgar su vida en no pocas ocasiones. De hecho, Taro -que compartía profesión y corazón con el mítico Capa-, falleció horas después de ser arrollada por un tanque en la batalla de Brunete. Su amor, Capa, afirmó una vez que «si una foto no es suficientemente buena es que no estabas suficientemente cerca». Gerda ejemplificó dramáticamente esa afirmación, y el propio Capa murió en 1954 al pisar una mina en Indochina.
Capa, Chim y Taro coincidieron exiliados en París y vieron en la contienda española una oportunidad para involucrarse con sus cámaras, ilustrando las crónicas de las publicaciones de la época. En el caso de Chim, la revista parisina Regards tenía un gran interés en que reflejara cómo Clero y republicanos convivían pacíficamente en Euskadi -algo que no sucedía con tanta alegría en el resto del Estado-. Como ha podido comprobar DEIA en esta investigación, de la que seguiremos informando en próximos días, distintas fuentes coinciden en confirmar que el Gobierno del lehendakari Aguirre vigiló hasta donde le fue posible que no hubiera violencia sobre colegios, iglesias y hospitales. Con todo, muchos religiosos vascos fueron ejecutados y maltratados de muchas formas por no haberse enfrentado a republicanos y a nacionalistas.
Algunas fotos de LaMaleta no son inéditas, pues pasaron a los anales de la historia. Entre ellas, la de la mujer amamantando a su hijo en un mitin cerca de Badajoz, de Chim. O algunas de Hemingway, realizadas por Capa. Las que tomó Seymour del Padre Jaio ilustran enciclopedias sobre la guerra civil y archivos como el de los pasionistas vizcainos. Desde el martes podrán disfrutar del legado de estos cofundadores, junto a Cartier-Bresson entre otros, de la agencia Magnum.
Cuando al finalizar el siglo XVII, el 14 de diciembre de 1700, las Juntas Generales de Bizkaia proclamaron como su Señor a Felipe V de Castilla, lo hicieron por primera vez con un monarca Borbón. Venido de Francia, su concepto de la autoridad monárquica distaba mucho de la de los antiguos Señores de la casa de Austria. Tenía como modelo a su abuelo, Luis XIV, que gobernaba como monarca absoluto con base a la teoría del derecho divino de los reyes.
Felipe V, considerando que no debía existir limitación alguna para su autoridad, intentaría trasladar a los territorios que había heredado en la península Ibérica el mismo modelo absolutista y centralista que se iba implantando en el Reino de Francia, sin tener en cuenta las diferentes realidades nacionales y políticas que se daban en ellos.
El consenso político secular mantenido en torno a los Fueros vascos, «cartas magnas» o «constituciones» que regulaban las relaciones, deberes y derechos del monarca y sus súbditos vascos, quedaría pronto roto. El absolutismo había llegado ya a todo el País Vasco. Durante los primeros años del reinado de Felipe V se dio una larga serie de violaciones de la letra y el espíritu establecidos en los ordenamientos forales vascos.
Son los años en los que se abolieron, tras el final de la guerra de Sucesión, los Fueros de la Corona de Aragón, que había apostado por el archiduque Carlos, pretendiente austríaco al trono español que acabó siendo derrotado por el francés. En este proceso, en Bizkaia se fue viendo claramente que, mientras que los junteros elegidos por las diferentes localidades mantenían la defensa del Fuero, la élite política dirigente del Señorío se posicionaba en clara connivencia con el corregidor y los intereses de la Corona. Nada nuevo bajo el sol. Y menos entonces, cuando estos personajes colaboradores estaban cada vez más necesitados del favor real para mantener su estatus social, con premios, títulos o nombramientos en la administración civil o en el ejército real.
A los contrafueros monárquicos, las Juntas vizcainas respondían con la aplicación de lo establecido en el Fuero de Bizkaia. Recordaron que las órdenes del monarca debían ser trasladadas, antes de ser cumplidas, a los síndicos del Señorío, para que estos dictaminaran si respetaban lo establecido por el ordenamiento foral vizcaino. Y que, en caso contrario, debían ser devueltas para que se reformularan de acuerdo al Fuero. Procedimiento conocido como Pase Foral.
Las Juntas llegaron, por esta cuestión, a desautorizar expresamente a los diputados generales y a la Diputación, cuyo fundamento, como un Gobierno actual respecto a los Parlamentos democráticos modernos, era precisamente ser una comisión ejecutiva de las Juntas mientras estas no estuviesen reunidas. El conflicto era cada vez más evidente Sigue leyendo La Matxinada de 1718 en Bizkaia
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