Senderos de resistencia. El nacionalismo vasco y su oposición interior a Franco

El nacionalismo fue extendiendo su ideario en la sociedad vasca durante los duros años del franquismo a través de boletines informativos y de grupos que impulsaban la lengua y el folclore del país sin que el régimen detectara su trabajo

Reportaje de Adrián Almeida Díez

EN 1947, el escritor y reportero estadounidense Irving Wallace publicó un pequeño artículo de su estancia por tierras vascas. En su reportaje, titulado Los vascos quieren ser libres, describía la afanosa mañana de un grupo de policías franquistas por descolgar una bandera vasca del campanario de una iglesia y cómo estos sucesos eran recogidos, para regocijo de los lugareños, por el periódico clandestino del Gobierno vasco en el exilio repartido entre la población, el Eusko Deya, de edición parisiense. La resistencia al franquismo, expresada en el acto de la ikurriña, se comentaba así a través de un boletín cuya edición, reparto y lectura eran, en sí mismos, actos de resistencia. En las propias publicaciones, la resistencia como concepto se significaba de una determinada manera, lo cual, como se verá a continuación, invitaba a la población a resistir, a oponerse, al franquismo según los criterios previamente definidos.

De acuerdo con la tipología sobre resistencias al poder desarrollada por el antropólogo James C. Scott, puede decirse que en el período que va 1937, año de la caída de Bilbao, a 1959, año que surge la organización ETA, el nacionalismo vasco desarrolló dos tipos de resistencia al franquismo. Estas resistencias a la dictadura franquista pueden denominarse como: discursos públicos de resistencia y discursos ocultos de resistencia. Bajo este prisma, los discursos públicos -aunque trabajados desde la clandestinidad- englobarían las manifestaciones autoevidentes de oposición política como la confrontación directa militar, teórica y propagandística al Régimen. Por su parte, el discurso oculto de resistencia describiría la estructura de comunicación e interacción simbólica establecida entre los distintos actores que, inmersos en una sociedad silenciada, es capaz de generar un nosotros segregado de la comunidad oficial y oficializada por el franquismo.

El ‘otro’ y el ‘nosotros’ Al respecto del discurso público, el nacionalismo vasco desarrolló desde la primera hora de su derrota frente al franquismo una labor de resistencia clandestina aunque evidente al editar, un grupillo de significados líderes del PNV, el boletín Espetxean desde su encierro en la prisión santanderina de El Dueso. El boletín, elaborado desde 1937, resultaba importante porque evocaba al sentido de la propia resistencia que llevaría a cabo por parte del movimiento nacionalista para oponerse a la dictadura. El franquismo se imaginaba, desde sus hojas, como la última etapa doliente, de calvario, de Pasión que acontecía a la definitiva resurrección de la patria vasca. Esta era vista como el reverso de un presente moderno humillante y la realización futura de los excedentes utópicos del pasado roto por la dictadura. El martirio era pues el factor que determinaba la resistencia como espera a un futuro insoslayable de libertad.

Precisamente en la preparación de este futuro, comenzarían a incentivarse acciones como la Red Álava, que de ser una ayuda a los presos nacionalistas, se transformó rápidamente en una importante red de espionaje al franquismo. Tras la ocupación alemana de la República Francesa (1940), la red fue desarticulada, pero resultó ser también el abono para nuevas iniciativas organizacionales en el interior. La vista estaba siempre puesta en constituir las bases de esa espera que se resolvería siempre positivamente gracias a la ayuda de los Aliados de la coalición anti-Hitler. Desde este punto, y en 1943, se estructuró en el interior, y bajo la captación de viejos gudaris salidos de las prisiones, la organización Eusko Naia (Voluntad Vasca), que se configuró como un aparato militar de apoyo a la retaguardia de los aliados para cuando estos se decidieran a entrar en el Estado Español. El objetivo era afirmar un poder nacional vasco una vez liberados los territorios vascos sometidos al franquismo. En 1944, la red cayó tras la interceptación por parte de la policía franquista de una circular en que se pedía a los miembros de la red la descripción exacta de la presencia y armamentos del enemigo.

Aquel mismo año, se formó también en el interior a iniciativa del PNV la Junta de Resistencia que se fusionaría en la primavera del año siguiente con el Consejo Delegado del Gobierno de Euzkadi, para aunar esfuerzos con las otras fuerzas políticas formantes del Gobierno vasco y los sindicatos ELA-STV, UGT y CNT. Sobre las bases del Documento de bases para un Bloque Nacional Vasco, se selló en 1945 el Pacto de Baiona que dio impulso a coordinación intrafuerzas y que consiguió aunar bajo su articulado a los Mendigoizales. Mientras, el PNV comenzó a reorganizar sus juntas municipales en el interior, y a editar el llamado Boletín Interior para su militancia en la clandestinidad y el Euzkadi, que debía complementar al Eusko Deya en las tareas informativas a la población, esta vez desde un claro posicionamiento nacionalista. Con el objetivo de granjearse el apoyo aliado a la causa vasca, los denominados Servicios de Inteligencia Vascos fueron en buena medida instrumentalizados. De esta forma, el aparato de información, que venía trabajando ininterrumpidamente desde 1936, selló, posiblemente en mayo de 1942, un acuerdo mediante el cual los Servicios pasaron a colaborar con las agencias norteamericanas del FBI y la Oficina de Servicios Estratégicos, posteriormente conocida como CIA.

Al tiempo que estas iniciativas tenían lugar, comenzaron a estructurarse en el interior agrupaciones de jóvenes nacionalistas, para las cuales la derrota, más que una experiencia propia, era una vivencia cotidiana. Consiguientemente, la resistencia será en esta juventud una oposición a la normalidad de sus vidas. De esta forma, los mismos conceptos religiosos y las obras de Arana adquirirán una mayor literalidad y una sincronía con el tiempo presente. Desde esta perspectiva germinante, se formó en Bilbao en 1942, y desde la independencia orgánica con el PNV, la organización aconfesional y abertzale estudiantil Eusko Ikasle Alkartasuna (EIA). A través de sus boletines clandestinos -Azkatasuna, Erne o Ikasle- expresaron, en concomitancia con sus lecturas de Sartre, que había publicado en 1943 El ser y la nada, la necesidad de resucitar ellos mismos a la patria vasca. Esto es, la libertad, la resurrección de la patria vasca, no podía estar condicionada ni a la represión, ni a la espera, ni tampoco a la voluntad de los aliados. La libertad carecía de condicionantes y su acción de resistencia debía encaminarse a lograrla de forma directa. Surgieron además otros pequeños grupos juveniles no siempre vinculados al PNV, como Beti Gazte! Gu! o Eutsi!, generalmente bajo el mismo marco de acción y con una creciente preocupación por la llamada cuestión social. Significada de una o de otra forma, la expresión pública de la resistencia comenzó a evidenciarse para el franquismo, al aparecer pintadas rojo separatistas, al sufrir un atentado la estatua del general golpista Mola, o constatar la aparición de dos cargas explosivas -que no fueron detonadas- en la Delegación Provincial de Abastecimientos de la Gran Vía de Bilbao. Las huelgas políticas vascas de 1947 y 1951, significadas esta vez bajo la necesidad de recabar apoyo a unos aliados que ya no eran tales por la emergencia de la Guerra Fría, delimitaron el fin de una estrategia enmarcada en la espera a ese gran otro. El giro de Estados Unidos, y la continuidad vaticana, en el apuntalamiento internacional a Franco y el desmantelamiento de las organizaciones nacionalistas en el interior, incluida EIA, trajo consigo el desvanecimiento momentáneo de la resistencia pública a Franco. Cuando esta se reestructure a partir de los años 50, de la mano de grupos juveniles como EGI, Ekin o Zabaldu, la idea de la libertad incondicionada, la necesidad de la resistencia, de la acción desde el nosotros, adquirirá una mayor significación, al haberse constatado la imposibilidad de recabar el apoyo internacional.

la no-identidad La pública contestación nacionalista vasca al régimen de Franco se iniciaba y se sustentaba a partir de la transmisión de un código nacionalista desde las esferas de una realidad social la cual, fruto de la pretensión racionalmente totalitaria del franquismo, había sido desgajada de la sociedad oficial. Esta realidad social del vencido se constituyó así en el receptáculo y significador único de los elementos perseguidos por el franquismo, que se afanó en destruir la pluralidad del tejido social y elevar una única identidad española ideal. De esta forma, el euskera, o la necesidad de aprender el folclore, se instituyeron progresivamente, y casi naturalmente, en formas inherentes a la transmisión de un código nacionalista, pues formaban elementos que activaban la conciencia de la no-identidad, de lo que no-cabe en la proyección unitarista del Estado-nacional franquista.

La sociedad silenciada se replegó a las esferas de la intimidad, a la periferia de lo público. En las familias, en las cuadrillas, en las parroquias o en las sociedades culturales y deportivas comenzó a transmitirse esa cultura casi naturalmente disidente, en donde las nuevas generaciones descubrieron que el idioma de sus padres era una realidad que casi siempre había que esconder o disimular. Su negación pública era pues la vía para su politización. Para su conversión en un discurso oculto de oposición al régimen. Las parroquias vascas, por ejemplo, bajo cuya protección se fundaron multitud de asociaciones folclóricas, se convirtieron en un espacio para la transmisión del código y para hacer emerger el discurso oculto de resistencia. Para cuando el régimen quiso aflojar la coacción sobre lo vasco, su politización como elemento de resistencia era ya incontrovertible. De esta forma, la cultura hecha disidente a fuerza de su represión, logró a partir de la captación parcial de las esferas públicas permitidas por el régimen, transmitir y extender el discurso oculto de resistencia significado desde el código nacionalista. Así, por ejemplo, en las permitidas actuaciones de los numerosos grupos de dantzaris, se colaban ciertos mensajes de ese discurso, que eran fácilmente leídos por todos aquellos ojos receptivos. Se creaba de esta manera, y a partir de una simbología equívoca al régimen y evidente al ojo entrenado, un vínculo comunicativo del que se fue configurando una relación comunitaria opuesta al sistema político totalizador. Begoña Arroyo, miembro del grupo de danzas vascas Dindirri, el cual había sido fundado en los años 40, relató: “Cuando bailábamos en aquella época y un dantzari se ponía con la bandera de la cruz verde -de Acción Católica- y le habían puesto un lazo rojo, se tocaba la música -el Aginterena- y cada uno pasaba y saludaba, a los chavales se les veía a muchos casi llorando”.

En aquella combinación del verde, el rojo y el blanco veían la ikurriña.

Franco en Bilbao: dos visitas dictatoriales y sus libros

Franco realizó dos visitas a Bilbao en los primeros años de su dictadura que fueron recogidas en sendos libros que describen los actos y protocolos ‘propios de un rey’

Un reportaje de Luis de Guezala

Franco quita y Franco da. Entrega de llaves de viviendas en San Ignacio.
Franco quita y Franco da. Entrega de llaves de viviendas en San Ignacio.

Recientemente hemos recibido en la biblioteca de Sabino Arana Fundazioa la donación de un libro que viene a hacer pareja con otro que ya teníamos. Se trata de Vizcaya por Franco, publicado en 1950, que acompaña a partir de ahora a su hermano mayor, titulado Bilbao. 19 Junio 1937-19 Junio 1939. De estos dos libros y los relatos que cuentan van a tratar las siguientes líneas e imágenes.

La primera visita triunfal que realizó el dictador Francisco Franco tras el final bélico de la Guerra Civil (el final civil no ocurrió nunca) se organizó con motivo del segundo aniversario de la ocupación de Bilbao, que los ocupantes denominaron liberación y convirtieron, con el nombre de día de la liberación, en efeméride festiva en la villa.

Para hacer propaganda y memoria de este acontecimiento se publicó el libro mencionado que pretendió ser además (sin conseguirlo) un contrapunto al Libro de Oro de la Patria que desde el nacionalismo vasco se había publicado en Donostia en 1934, por lo que se tituló también Libro de oro de Bilbao. Se encargó de intentarlo Nicolás Martínez Ortiz de Zarate, colaborando con los vencedores como antes había colaborado con los vencidos, por ejemplo, diseñando por encargo del Gobierno vasco los billetes que se emitieron en Bilbao durante la guerra.

Esta visita duró tres días y para cada uno de ellos el tirano se atavió de manera diferente. Para el primer día, 18 de junio, eligió el uniforme de capitán general. Los actos comenzaron aquel sábado con una corrida de toros y pruebas de ciclismo y motorismo, entre la plaza del Sagrado Corazón y el Ayuntamiento, desde donde partió después una procesión hasta la basílica de Begoña, en la que Franco y su mujer, Carmen Polo, fueron recibidos por todas sus autoridades, civiles, religiosas y militares. Tras la ceremonia religiosa los miembros de su guardia mora a caballo les escoltaron al Ayuntamiento bilbaino, en cuyo Salón Árabe Franco se subió a un trono que le habían instalado para recibir un pergamino con el nombramiento de alcalde honorario, escuchar un discurso de adhesión inquebrantable del alcalde efectivo y responderle con unas breves palabras. Tras este acto el matrimonio viajó hasta Algorta, donde pasó la noche.

La guardia mora Para el segundo día, el de la efeméride, domingo 19 de junio, el dictador eligió el uniforme azul y rojo de Jefe del Movimiento (partido único). Comenzaron los actos con una misa de campaña que presidió desde un templete y escenario propio de la escenografía fascista instalado en el principal parque bilbaino bautizado como De las tres naciones en honor a Portugal, Alemania e Italia, países donde sus gobiernos compartían la misma ideología. De allí, en desfile triunfal y coche descubierto, siempre escoltado por su guardia ecuestre, se dirigió al palacio de la Diputación, desde cuyo balcón presidió un desfile militar de dos horas de duración y pronunció un discurso.

Después de un banquete Franco se trasladó por la tarde a San Mamés donde presidió un Festival de la OJE (juventudes del partido único) compuesto de ejercicios gimnásticos multitudinarios y danzas vascas.

Van trenzándose los pasos sentimentales o guerreros de las viejas danzas vascongadas, vueltas a su simbolismo auténtico de españolismo entrañable, cuenta el libro. Después volvería a la Diputación para presidir otro desfile fascista, no militar sino político, que duró hora y media.

El tercer y último día el uniforme elegido fue el de almirante. El primer acto se dedicó a la industria, con una visita a las instalaciones de Altos Hornos. Allí los obreros fueron obligados en formación a saludar de la manera fascista al tirano, así como a escuchar un discurso dirigido a ellos para mayor regodeo de los vencedores. La expresión de un veterano obrero que se ve en una de las fotografías dice más que cualquier descripción. Tras pronunciar su perorata, Franco cruzó la ría para disfrutar de un banquete en el Club Marítimo del Abra y después sesteó junto al puente colgante presidiendo una regata en su honor.

El final de la visita y salida de Bizkaia del dictador vestido de almirante se produjo utilizando el crucero pesado Canarias. El mismo buque de más de 10.000 toneladas que dos años antes había hundido frente a Matxitxako al bou Nabarra en el combate naval más desigual que se pueda imaginar. Y que después masacró con sus cañones a miles de civiles que huían en desbandada de Málaga a Almería. Un barco bien elegido.

Once años después El segundo viaje que nos recuerdan estos libros se realizó en 1950, once años después del primero. El contexto era diferente, ya no posbélico y previo a la Segunda Guerra Mundial, sino cinco años después del final de este conflicto, con la dictadura asentada y necesitando tan solo un respaldo internacional que se veía ya muy próximo en el nuevo orden mundial establecido.

Esta visita tuvo una mayor duración, cinco días entre el 18 y el 22 de junio. Se inició por la tarde del domingo 18 con la llegada por carretera del dictador y su séquito por el alto de Miraflores, que, por la Ribera y Bidebarrieta llegó vestido de almirante hasta la catedral de Santiago, patrón de España, donde entró bajo palio junto a su mujer, para pasar a ocupar sendos tronos que les instalaron en el interior del templo. Tras esta ceremonia, ya de noche, se dirigieron en coche descubierto y con escolta a caballo al palacio de Chavarri, entonces Gobierno Civil y hoy subdelegación del Gobierno español, donde tuvieron la residencia durante toda su estancia.

Al día siguiente Franco se vistió de capitán general, uniforme que utilizaría hasta el último día, en el que volvería a emplear el de almirante. El dictador se encontraba mucho más consolidado en su Jefatura del Estado y ya no consideraba necesario utilizar el uniforme de jefe político del Movimiento.

El primer acto que presidió fue una misa para la que se instaló un altar gigante a los pies del monumento al Sagrado Corazón, repitiéndose en graderíos y tribunas la escenografía fascista de masas y culto al líder. Tras la ceremonia el dictador se trasladó al palacio de la Diputación para volver a presidir desde su balcón un desfile militar, pronunciar un discurso y presidir y clausurar una asamblea de periodistas en el interior del edificio. Después se dirigió al Ayuntamiento donde pronunció otro discurso y posiblemente comería, aunque de esto no nos informa el libro.

Por la tarde presidió una corrida de toros y después la jornada terminó con una fiesta-gala-banquete en la Diputación en la que se celebró su nombramiento como primer vizcaino de honor.

El martes día 20 tras pronunciar un discurso en la Diputación tocó por la mañana visita a la industria, en este caso las instalaciones de Firestone, en lo que se evidenciaba unas magníficas relaciones con los Estados Unidos de América que iban a posibilitar el mantenimiento de su dictadura mientras viviera, todavía un cuarto de siglo más. Después comenzó una serie de inauguraciones, que caracterizarían este viaje, con la de un monumento a los caídos (solo los de su bando) en el parque de Casilda Iturrizar y todavía le quedó tiempo por la mañana para recibir en el Gobierno Civil las medallas de oro que le otorgaron el Ayuntamiento de Bermeo y el Club de fútbol Atlético (de Bilbao).

Por la tarde, tras un nuevo recorrido por instalaciones industriales el caudillo inauguró el aeropuerto de Sondika, bautizado Carlos Haya. Después inauguró una gran exposición, situada en el patio y la entonces existente pérgola del Instituto Central de Bilbao, titulada Vizcaya 1937-1950, de propaganda sobre los logros y actividades de las instituciones franquistas en este territorio en esos trece años. Más tarde inauguró el ambulatorio situado en la calle doctor Areilza y concluyó las actividades del día con una visita a las instalaciones del Instituto Provincial de Higiene.

El miércoles 21 el dictador se desplazó a Barakaldo para celebrar el aniversario de su ocupación. Pronunció un discurso en el Ayuntamiento, donde le impusieron otra medalla de oro, y en el barrio de Begaza repartió llaves de las casas construidas por el Instituto de la Vivienda. Después visitó las instalaciones industriales de Sefanitro y en un gasolino viajó al Club Marítimo del Abra, donde le fue ofrecido un almuerzo por representantes de la industria que no eran precisamente obreros. Después visitó las instalaciones de otra empresa norteamericana, General Electric, en Galindo, mientras su mujer, en funciones de primera dama, inauguraba un centro antituberculoso destinado a los mineros vizcainos, que recorrió con “curiosidad femenina y solicitud maternal”. Como sin duda también la falangista femenina Pilar Primo de Rivera, con quien coincidió allí.

El último día de la visita Franco lo aprovechó para inaugurar la Estación del Norte y “la obra gigante de la Falange en Vizcaya: la barriada de San Ignacio de Loyola”. Hubo otra ceremonia de reparto de llaves de sus propias manos mientras su mujer realizaba una visita a la Casa de Misericordia. El matrimonio finalmente se reunió en la basílica de Begoña, donde volvió a entrar bajo palio y tras la ceremonia se dirigieron al Gobierno Civil, desde donde marcharon en coche despedidos por la banda de música del regimiento Garellano.

Estas fueron las dos visitas de Franco a Bilbao y Bizkaia cuyas imágenes ilustran este artículo. Estos viajes triunfales fueron una expresión pública más de una dictadura fascista y totalitaria que bajo una misma jefatura mandaba en lo militar, en lo político, en lo religioso, en lo económico, en lo cultural y en todos los órdenes de la vida por el hecho de haber ganado una guerra. Organizaron unos espectáculos de adhesión popular al dictador y de propaganda de su ideario inimaginables en los tiempos en los que se ha podido disfrutar de alguna Libertad, antes o después de la criminal dictadura franquista. Que fue un reino sin rey pero con un dictador regente que asumió de forma personal prácticamente todas las prerrogativas de los reyes con tronos, palios y hasta la expedición de títulos de nobleza. Llegando su monopolio del poder incluso a permitirle instaurar la dinastía hoy reinante.

Sangre, niebla y crimen de Estado

Tras la muerte de Franco, Montejurra acogía la celebración anual de los carlistas. Como se temía, la fiesta acabó en tragedia en lo que se llamó el “primer paso de la ‘guerra sucia’ de los GAL”

Un reportaje de Fermín Pérez-Nievas

como en Crónica de una muerte anunciada, todo en aquel Montejurra del 9 de mayo de 1976 invitaba a pensar que algo grave iba a suceder. Los numerosos llamamientos de los periódicos de derechas a “reconquistar Montejurra” preparaban el terreno para que el Gobierno provisional, que ocupaba el poder tras la muerte del dictador, dibujara una de las páginas más oscuras de la Transición. La espesa niebla que todo lo cubría y empapaba, en aquella fría mañana, se convertía en el aliado perfecto para la acción armada organizada por la ultraderecha española con el beneplácito de Manuel Fraga y altos cargos del Estado. Medios franceses, holandeses y españoles habían llegado hasta la ciudad del Ega centro de las reivindicaciones contra los estertores de la dictadura y donde Carlos Hugo pensaba decir en su discurso en la cumbre que “el carlismo busca alcanzar la libertad por caminos de paz y diálogo para llegar sin traumas ni violencias al establecimiento de la Democracia y de la justicia en España. A pesar de eso al carlismo se le somete a un proceso represivo muy peligroso”. Los días previos a los sucesos de Montejurra, el dirigente carlista José Ángel Pérez-Nievas había recibido un recorte de prensa en el que bajo el título “Montejurra o las virtudes de una raza” habían escrito a mano “lea usted, mamarracho jefe regional rojo-carlista. Unos tudelanos del 18 de julio”.

Fotografía Prensa de 1976 y Sumario de Montejurra
Fotografía Prensa de 1976 y Sumario de Montejurra

 

Desde tres semanas antes del 9 de mayo, en las páginas de El Alcázar y El Pensamiento Navarro se hacían llamamientos para recuperar Montejurra “para el tradicionalismo y el verdadero carlismo” y alejarlo de la “profanación marxista y separatista” que, a su juicio “había profanado el monte sagrado”. Además el ministro de Asuntos Exteriores, José María de Areilza, entregó un mensaje verbal al embajador de los Países Bajos en Madrid, para que comunicara al gobierno holandés que si Carlos Hugo y su mujer, la princesa, Irene (líderes entonces del Partido Carlista) asistían al acto de Montejurra, no respondían de su seguridad personal. Las pintadas, en Iruñea, de Montejurra rojo, no o Moriréis, EKA, no eran un buen presagio.

Hasta veinte habitaciones fueron reservadas y pagadas por el que era Gobierno Civil de Navarra, en el hotel Irache, donde se reunieron un complejo entramado de ultraderechistas compuesto por militares descontentos por la reforma democrática, militantes de Fuerza Nueva, miembros de Comunión Tradicionalista, activistas violentos de la Triple A, Batallón Vasco Español, Guerrilleros de Cristo Rey, mercenarios argentinos, italianos y franceses y miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado que, por su ideología, no encajaban las reformas hacia las que caminaba el país. Semejante cóctel contaba además con la presencia del hermano de Carlos Hugo, Sixto, que abanderaba todo el entramado gestado para la Reconquista de Montejurra.

A los sones de tambores y cornetas, y con uniformes paramilitares, alrededor de 250 hombres marcharon en formación militar desde el hotel en dirección al Monasterio de Irache, desde donde partía el Vía Crucis que, tradicionalmente, recorría Montejurra en dirección a la cima. Muchos de ellos portaban no solo unas porras amarillas sino, varios de ellos, incluso pistolas. Al llegar a las inmediaciones del monasterio comenzaron a oírse gritos e insultos. Como en una operación militar sonó un silbato y dos columnas se abrieron en los laterales, al tiempo que las del centro arremetían. Las piedras volaban y las agresiones cuerpo a cuerpo se produjeron en un primer ataque de los ultraderechistas que golpeaban con sus porras de hierro, de las que los carlistas se defendían con sus makilas (bastones). Tras un primer envite se recuperó cierta calma, que precedió a la tempestad.

El carlista Josep Aluja se encaró a un hombre vestido con una gabardina, una boina roja y las letras RS, como muchos agresores, en su brazo. Era José Luis Marín García Verde (el hombre de la gabardina) que le aseguró que venía a “limpiar Montejurra de comunistas”, a la vez que extraía una pistola. A la izquierda de Aluja se destacó Aniano Jiménez Santos, militante carlista de Santander que alzó el bastón y le gritó “cobarde”. Sin mediar palabra, Marín se giró 45 grados y, sin pestañear, le disparó un tiro en el vientre. Aniano se dobló y cayó. Semiinconsciente, dijo que no podía dar su nombre porque estaba fichado por la policía por repartir propaganda. Tres días más tarde falleció en el Hospital de Navarra. Temiendo una matanza, varios carlistas sacaron de su Land Rover a los guardias civiles que, inmóviles, asistían desde el coche al enfrentamiento.

Hacia la cumbre

Tras los disturbios, el Vía Crucis se inició y se dirigió hacia la campa de Montejurra, donde se unió a todos los que subían a la misa en la cima. A la comitiva se unió Carlos Hugo que siguió los pasos de su mujer, la princesa Irene. En la cumbre, entre la niebla, un grupo de unos 20 hombres se habían hecho fuertes, después de haber pasado la noche. La Guardia Civil hizo caso omiso a dos jóvenes carlistas que lo denunciaron la noche anterior y los mantuvo detenidos todo el 9 de mayo.

Cuando los primeros carlistas llegaron a cincuenta metros de la ermita increparon a Sixto que se disponía a dirigir unas palabras. Entonces Márquez de Prado, empuñando una pistola ordenó, “¡haced fuego raso!”. Primero se oyó una ráfaga del arma automática, seguida de disparos sueltos, y una nueva ráfaga. Entre la muchedumbre, alguien gritó, “¡un médico, por favor, un médico¡”. Un joven sostenía entre sus brazos a un muchacho pálido. Pese a que le practicaron la respiración artificial no se pudo hacer nada. Ricardo García Pellejero, obrero de Lizarra de 19 años, descendió de Montejurra ya cadáver, con un disparo en el costado y otro en el corazón.

El presidente del Consejo de Estado, Antonio María de Oriol y Urquijo, acudió al hostal Irache para telefonear al general Campano, director general de la Guardia Civil, y decirle que la operación había sido un fracaso total y que lo conveniente era que Sixto desapareciera. A pocas horas de los hechos, la fuerzas de seguridad del Estado llevaron a Sixto de Borbón hasta la frontera sin hacer que prestara declaración y a los pocos días concedió una entrevista.

Memoria histórica vasca: Joseba Elosegi, a lo bonzo ante Franco

  • La figura de Joseba Elosegi es una de las olvidadas de las páginas de memoria histórica de Euskadi
  • El gudari se prendió fuego en un acto ante el dictador español en el Mundial de pelota de Donostia
import_16165297_1Joseba Elosegi con el lehendakari Leizaola durante la celebración del Gudari Eguna de 1984 en Andoain. (Foto: archivo de sabino arana fundazioa)
Por Iban Gorriti

MUCHAS veces me he encontrado incómodo allí donde me han obligado a estar», la frase es obra de Joseba Elosegi, político del PNV que un día se quemó a lo bonzo intentando caer sobre el dictador Franco en una acción antifascista en Donostia. Su figura es una de las muchas que el cambio de generaciones va olvidando en Euskadi. Elosegi sobrevivió al bombardeo de Durango y al de Gernika-Lumo, fue gudari, luchó en el bando republicano en España, y contra los nazis en Francia. Fue senador en Madrid y murió en 1990.

Su acción más recordada aconteció cuando decidió quemarse a lo bonzo ante Franco. El senador por el PNV en Madrid Iñaki Anasagasti también lo evoca: «Supe de Elosegi cuando se arrojó en llamas ante Franco en acto de valentía, original, peligroso y que le pudo costar la vida. Era una generación valiente y bregada», enaltece. Anasagasti recuerda cómo le llegó a Venezuela, donde residía el primero, una película que Granada Televisión realizó en el Reino Unido. Se titulaba El hombre en la ventana. Y era porque su verdadera imagen fue sacada por esta cadena cuando estaba en el hospital encarcelado y curando sus heridas. Pudo aparecer breves momentos en la ventana. El resto del reportaje lo hacía un amigo de Joseba, pasándose por él, aunque su esposa actuaba en el reportaje. «Nosotros en Caracas la tradujimos y recuerdo que era mi voz la del que hacía el reportaje traducido al castellano. Aquella película junto a Los hijos de Gernika fue el trabajo audiovisual que clandestinamente movíamos en los últimos años de la dictadura».

activo militante Pero, para la mayoría de los lectores que descubren hoy la figura de Elosegi, ¿quién era esta atrevida persona? Desde Sabino Arana Fundazioa le presentan como un activo militante nacionalista vasco que protagonizó una «importante labor clandestina» y que será recordado «por la audacia de sus acciones». Joseba Elosegi nació en Donostia el 6 de diciembre de 1915. Estudió profesorado mercantil y Bellas Artes. Tras el golpe de estado contra la Segunda República que derivó en guerra civil, Sigue leyendo Memoria histórica vasca: Joseba Elosegi, a lo bonzo ante Franco

La visita ejemplarizante de Franco a Begoña el 20 de junio de 1937.

El apoyo de la Iglesia a los sublevados fue total y entusiasta

La Amatxo de Begoña y su santuario han sido siempre un mito emblemático del nacionalismo vasco confesional y un lugar para buscar ayuda en los momentos duros

Por Jesús de Garitaonandia

BILBAO-BEGOÑA. EL culto mariano en el País Vasco tiene una larga y profunda tradición que se plasma en los santuarios dedicados a la Virgen como patrona de las diversas regiones y municipios de Euskal Herria. Yo añadiría que en todos estos santuarios se respira un espíritu regionalista y vasquista muy profundo. De ese espíritu vasquista da buena cuenta el bello himno compuesto por la pluma de Juan José Pérez Ormazabal (posteriormente conocido por sus exaltadas loas patriótico-españolistas) que canta las glorias marianas de Euskal-Herria: «Reina y Madre de Vasconia / que en Aranzazu reináis sobre un espino/ y en Begoña sois estrella del marino / y en Estíbaliz sois miel…/ En solemnes Asambleas / y ante el árbol de los Fueros / renovaban sus Junteros / su fidelidad a Vos; / también hoy los vascos tienen/ sus amores en Vos fijos…/ Firme y recia como el tronco / de los robles de la sierra/ la fe de la vasca tierra / se mantuvo siempre en pie. / Vientos de falsos errores / hoy la baten a porfía, / oh, Reina de Euskal Herria, / vigorizad nuestra fe… (BOOV,15-XI-1935).

Aquí en Bizkaia, la Virgen de Begoña y su santuario han sido siempre un mito emblemático del confesional nacionalismo vasco. Ni las adversas circunstancias de la guerra amortiguaron su atracción y vigencia. Todo lo contrario, las tristes circunstancias de la guerra animaban más a los vizcaínos a visitar a la Madre de Dios de Begoña para pedir su ayuda y protección:

El día 6 de octubre de 1936, en la iglesia de Santa María de Begoña y, concretamente en su camerino, ante el Santísimo Sacramento, don José Antonio de Agirre y Lekube, formuló un juramento solemne de fidelidad a la Iglesia y a Euskadi, y de ofrenda de su vida a esta causa, horas antes de ser elegido Presidente del Gobierno de Euskadi en Gernika.

El 28 de marzo de 1937, dos días antes del comienzo de la feroz ofensiva de Mola y tres meses antes de la caída de Bilbao, el santuario de Begoña convoca en sus aledaños a miles de ciudadanos vascos que celebran el Vº Aberri Eguna a los pies de la patrona de Bizkaia.

Muchos gudaris antes de salir al frente acudían a Begoña a bendecir las banderas de sus batallones y a pedir la protección de la Amatxo de Begoña.

Llegada de FRanco a Begoña el 18 de junio de 1939

Normalidad Esto lo confirma un sacerdote que debe su vida a los nacionalistas vascos y que más tarde llegaría a obispo, Rafael García de Castro, escribe así: «La barbarie roja y separatista, que durante once meses ha sometido a la Villa a su yugo tiránico, respetó la imagen para continuar la abominable farsa del pretendido catolicismo de la llamada República Vasca y hasta pretendió teñir de cierto tinte separatista vasco la devoción a la Virgen de Begoña, celebrando, bajo el dominio del Gobierno de Agirre, diversas solemnidades religiosas en aquel santuario, con motivo de la salida al frente y bendición de banderas del llamado ejército vasco».

En este momento histórico ocurrieron una serie de hechos que sacaban de quicio a los franquistas y a todos los que se pusieron a favor de la rebelión militar del 18 de julio. Enumero aquí algunos de estos hechos:

Durante once meses seguidos, a partir de la rebelión militar franquista, el culto y la vida religiosa parroquial se desenvolvieron en la iglesia de Begoña con absoluta normalidad. Esta normalidad se podía extender a todo Bizkaia.

El Gobierno vasco se puso del lado de la República porque era un gobierno legítimamente Sigue leyendo La visita ejemplarizante de Franco a Begoña el 20 de junio de 1937.