Franco realizó dos visitas a Bilbao en los primeros años de su dictadura que fueron recogidas en sendos libros que describen los actos y protocolos ‘propios de un rey’
Un reportaje de Luis de Guezala
Franco quita y Franco da. Entrega de llaves de viviendas en San Ignacio.
Recientemente hemos recibido en la biblioteca de Sabino Arana Fundazioa la donación de un libro que viene a hacer pareja con otro que ya teníamos. Se trata de Vizcaya por Franco, publicado en 1950, que acompaña a partir de ahora a su hermano mayor, titulado Bilbao. 19 Junio 1937-19 Junio 1939. De estos dos libros y los relatos que cuentan van a tratar las siguientes líneas e imágenes.
La primera visita triunfal que realizó el dictador Francisco Franco tras el final bélico de la Guerra Civil (el final civil no ocurrió nunca) se organizó con motivo del segundo aniversario de la ocupación de Bilbao, que los ocupantes denominaron liberación y convirtieron, con el nombre de día de la liberación, en efeméride festiva en la villa.
Para hacer propaganda y memoria de este acontecimiento se publicó el libro mencionado que pretendió ser además (sin conseguirlo) un contrapunto al Libro de Oro de la Patria que desde el nacionalismo vasco se había publicado en Donostia en 1934, por lo que se tituló también Libro de oro de Bilbao. Se encargó de intentarlo Nicolás Martínez Ortiz de Zarate, colaborando con los vencedores como antes había colaborado con los vencidos, por ejemplo, diseñando por encargo del Gobierno vasco los billetes que se emitieron en Bilbao durante la guerra.
Esta visita duró tres días y para cada uno de ellos el tirano se atavió de manera diferente. Para el primer día, 18 de junio, eligió el uniforme de capitán general. Los actos comenzaron aquel sábado con una corrida de toros y pruebas de ciclismo y motorismo, entre la plaza del Sagrado Corazón y el Ayuntamiento, desde donde partió después una procesión hasta la basílica de Begoña, en la que Franco y su mujer, Carmen Polo, fueron recibidos por todas sus autoridades, civiles, religiosas y militares. Tras la ceremonia religiosa los miembros de su guardia mora a caballo les escoltaron al Ayuntamiento bilbaino, en cuyo Salón Árabe Franco se subió a un trono que le habían instalado para recibir un pergamino con el nombramiento de alcalde honorario, escuchar un discurso de adhesión inquebrantable del alcalde efectivo y responderle con unas breves palabras. Tras este acto el matrimonio viajó hasta Algorta, donde pasó la noche.
La guardia mora Para el segundo día, el de la efeméride, domingo 19 de junio, el dictador eligió el uniforme azul y rojo de Jefe del Movimiento (partido único). Comenzaron los actos con una misa de campaña que presidió desde un templete y escenario propio de la escenografía fascista instalado en el principal parque bilbaino bautizado como De las tres naciones en honor a Portugal, Alemania e Italia, países donde sus gobiernos compartían la misma ideología. De allí, en desfile triunfal y coche descubierto, siempre escoltado por su guardia ecuestre, se dirigió al palacio de la Diputación, desde cuyo balcón presidió un desfile militar de dos horas de duración y pronunció un discurso.
Después de un banquete Franco se trasladó por la tarde a San Mamés donde presidió un Festival de la OJE (juventudes del partido único) compuesto de ejercicios gimnásticos multitudinarios y danzas vascas.
Van trenzándose los pasos sentimentales o guerreros de las viejas danzas vascongadas, vueltas a su simbolismo auténtico de españolismo entrañable, cuenta el libro. Después volvería a la Diputación para presidir otro desfile fascista, no militar sino político, que duró hora y media.
El tercer y último día el uniforme elegido fue el de almirante. El primer acto se dedicó a la industria, con una visita a las instalaciones de Altos Hornos. Allí los obreros fueron obligados en formación a saludar de la manera fascista al tirano, así como a escuchar un discurso dirigido a ellos para mayor regodeo de los vencedores. La expresión de un veterano obrero que se ve en una de las fotografías dice más que cualquier descripción. Tras pronunciar su perorata, Franco cruzó la ría para disfrutar de un banquete en el Club Marítimo del Abra y después sesteó junto al puente colgante presidiendo una regata en su honor.
El final de la visita y salida de Bizkaia del dictador vestido de almirante se produjo utilizando el crucero pesado Canarias. El mismo buque de más de 10.000 toneladas que dos años antes había hundido frente a Matxitxako al bou Nabarra en el combate naval más desigual que se pueda imaginar. Y que después masacró con sus cañones a miles de civiles que huían en desbandada de Málaga a Almería. Un barco bien elegido.
Once años después El segundo viaje que nos recuerdan estos libros se realizó en 1950, once años después del primero. El contexto era diferente, ya no posbélico y previo a la Segunda Guerra Mundial, sino cinco años después del final de este conflicto, con la dictadura asentada y necesitando tan solo un respaldo internacional que se veía ya muy próximo en el nuevo orden mundial establecido.
Esta visita tuvo una mayor duración, cinco días entre el 18 y el 22 de junio. Se inició por la tarde del domingo 18 con la llegada por carretera del dictador y su séquito por el alto de Miraflores, que, por la Ribera y Bidebarrieta llegó vestido de almirante hasta la catedral de Santiago, patrón de España, donde entró bajo palio junto a su mujer, para pasar a ocupar sendos tronos que les instalaron en el interior del templo. Tras esta ceremonia, ya de noche, se dirigieron en coche descubierto y con escolta a caballo al palacio de Chavarri, entonces Gobierno Civil y hoy subdelegación del Gobierno español, donde tuvieron la residencia durante toda su estancia.
Al día siguiente Franco se vistió de capitán general, uniforme que utilizaría hasta el último día, en el que volvería a emplear el de almirante. El dictador se encontraba mucho más consolidado en su Jefatura del Estado y ya no consideraba necesario utilizar el uniforme de jefe político del Movimiento.
El primer acto que presidió fue una misa para la que se instaló un altar gigante a los pies del monumento al Sagrado Corazón, repitiéndose en graderíos y tribunas la escenografía fascista de masas y culto al líder. Tras la ceremonia el dictador se trasladó al palacio de la Diputación para volver a presidir desde su balcón un desfile militar, pronunciar un discurso y presidir y clausurar una asamblea de periodistas en el interior del edificio. Después se dirigió al Ayuntamiento donde pronunció otro discurso y posiblemente comería, aunque de esto no nos informa el libro.
Por la tarde presidió una corrida de toros y después la jornada terminó con una fiesta-gala-banquete en la Diputación en la que se celebró su nombramiento como primer vizcaino de honor.
El martes día 20 tras pronunciar un discurso en la Diputación tocó por la mañana visita a la industria, en este caso las instalaciones de Firestone, en lo que se evidenciaba unas magníficas relaciones con los Estados Unidos de América que iban a posibilitar el mantenimiento de su dictadura mientras viviera, todavía un cuarto de siglo más. Después comenzó una serie de inauguraciones, que caracterizarían este viaje, con la de un monumento a los caídos (solo los de su bando) en el parque de Casilda Iturrizar y todavía le quedó tiempo por la mañana para recibir en el Gobierno Civil las medallas de oro que le otorgaron el Ayuntamiento de Bermeo y el Club de fútbol Atlético (de Bilbao).
Por la tarde, tras un nuevo recorrido por instalaciones industriales el caudillo inauguró el aeropuerto de Sondika, bautizado Carlos Haya. Después inauguró una gran exposición, situada en el patio y la entonces existente pérgola del Instituto Central de Bilbao, titulada Vizcaya 1937-1950, de propaganda sobre los logros y actividades de las instituciones franquistas en este territorio en esos trece años. Más tarde inauguró el ambulatorio situado en la calle doctor Areilza y concluyó las actividades del día con una visita a las instalaciones del Instituto Provincial de Higiene.
El miércoles 21 el dictador se desplazó a Barakaldo para celebrar el aniversario de su ocupación. Pronunció un discurso en el Ayuntamiento, donde le impusieron otra medalla de oro, y en el barrio de Begaza repartió llaves de las casas construidas por el Instituto de la Vivienda. Después visitó las instalaciones industriales de Sefanitro y en un gasolino viajó al Club Marítimo del Abra, donde le fue ofrecido un almuerzo por representantes de la industria que no eran precisamente obreros. Después visitó las instalaciones de otra empresa norteamericana, General Electric, en Galindo, mientras su mujer, en funciones de primera dama, inauguraba un centro antituberculoso destinado a los mineros vizcainos, que recorrió con “curiosidad femenina y solicitud maternal”. Como sin duda también la falangista femenina Pilar Primo de Rivera, con quien coincidió allí.
El último día de la visita Franco lo aprovechó para inaugurar la Estación del Norte y “la obra gigante de la Falange en Vizcaya: la barriada de San Ignacio de Loyola”. Hubo otra ceremonia de reparto de llaves de sus propias manos mientras su mujer realizaba una visita a la Casa de Misericordia. El matrimonio finalmente se reunió en la basílica de Begoña, donde volvió a entrar bajo palio y tras la ceremonia se dirigieron al Gobierno Civil, desde donde marcharon en coche despedidos por la banda de música del regimiento Garellano.
Estas fueron las dos visitas de Franco a Bilbao y Bizkaia cuyas imágenes ilustran este artículo. Estos viajes triunfales fueron una expresión pública más de una dictadura fascista y totalitaria que bajo una misma jefatura mandaba en lo militar, en lo político, en lo religioso, en lo económico, en lo cultural y en todos los órdenes de la vida por el hecho de haber ganado una guerra. Organizaron unos espectáculos de adhesión popular al dictador y de propaganda de su ideario inimaginables en los tiempos en los que se ha podido disfrutar de alguna Libertad, antes o después de la criminal dictadura franquista. Que fue un reino sin rey pero con un dictador regente que asumió de forma personal prácticamente todas las prerrogativas de los reyes con tronos, palios y hasta la expedición de títulos de nobleza. Llegando su monopolio del poder incluso a permitirle instaurar la dinastía hoy reinante.