Nueve marinos vascos y el ‘Montserrat’

El 16 de julio de 1950 nueve improvisados marinos iniciaron una aventura que les llevó a cruzar el Atlántico con destino a México en busca de la libertad que les negaba el franquismo

Un reportaje de Edu Araujo

El ‘Montserrat’, con parte de su tripulación y familiares, en el muelle de Veracruz.
El ‘Montserrat’, con parte de su tripulación y familiares, en el muelle de Veracruz.

Atodos aquellos que han tenido que dejar su país y su familia, arriesgando a veces la vida, para emigrar a otras tierras, ofrendando sus talentos y su trabajo en busca de una existencia más próspera y un futuro en libertad. (Dedicatoria del libro La travesía del Montserrat, diario de Félix San Mamés Loizaga).

La corriente de la bajamar comenzaba a arrastrar hacia el Abra las rosas y los claveles arrojados por las embarcaciones en recuerdo de los marinos perdidos. La variopinta flotilla que escoltaba la imagen de la Virgen del Carmen de vuelta a su lugar en la iglesia de Santurtzi había cumplido con la parte más importante de la ceremonia y enfilaba de nuevo a puerto. Manuel Algorri echó una última mirada a tierra y empujó la caña del reluciente balandro todo a babor hasta que la proa señaló el oestenoroeste, exactamente el rumbo contrario al resto de la multitud de lanchas y botes. Sentado en la proa, el santurtziarra Félix San Mamés contemplaba el horizonte y soñaba con arribar a México y conseguir la libertad. Por delante, 5.800 millas -10.832 kilómetros- de una mar repleta de peligros. Eran las 18.45 horas del domingo 16 de julio de 1950. Pasarían al menos 24 años hasta que, agonizante el dictador que les obligó a emprender aquel viaje, Félix pudiese volver a pisar las calles de su pueblo.

Hubo quien una vez afirmó que existe un rasgo de carácter propio de los vascos que los convierte en magníficos marinos. Quizá sea objetable tal generalización desde un punto de vista puramente antropológico, sin embargo algo debe de unir el alma de los vascos al océano que pueda explicar por qué un pueblo poco numeroso ha sido capaz de escribir tantas páginas en la historia marítima de la Humanidad. Bien fuese la búsqueda de un futuro más próspero que el que les ofrecía el cultivo de una tierra difícil y montañosa, bien la asfixiante falta de libertad y la represión, la mar que agita la costa de los vascos siempre fue para ellos un camino más que una frontera, una esperanza antes que un límite.

Así pues, resulta muy propio de su condición de euskaldunes que aquellos nueve hombres a bordo del Montserrat escogiesen atravesar el segundo océano más grande del planeta en un velero de apenas trece metros, como el mejor medio para escapar de la dictadura franquista. Salvo uno, Gregorio Solano, que era ingeniero de minas y el único con alguna práctica náutica, ninguno tenía dilatada experiencia como marino y, mucho menos, como navegante de altura a bordo de veleros. Trabajaban en Astilleros ALSA, el pequeño taller naval de los hermanos Algorri y su enrolamiento había sido una decisión cuidadosamente meditada: otro 16 de julio, un año antes, Manuel y José Luis habían reunido a sus trabajadores para celebrar una comida. A los postres, quedando solo aquellos que, por su forma de ser noble, trabajadora y leal, les merecían más confianza, lanzaron su propuesta: “¿A dónde viajaríais de poder escapar?”.

El destino elegido, naturalmente, debía de estar al otro lado del Atlántico pero, ¿qué lugar? Venezuela sufría una dictadura militar y era aliada de España; de viajar a Estados Unidos corrían el riesgo de ser repatriados… Manuel Algorri les habló de México y todos convinieron en que aquel país, que con tanta generosidad había abierto sus fronteras a los refugiados políticos, sería su destino.

La trascendencia de aquella decisión no se le escapaba a ninguno: en un ambiente de feroz represión, desde aquel preciso instante, los hombres confiaban la vida a la discreción de sus futuros compañeros de tripulación (el padre de uno de ellos, Ismael, había sido detenido por sus ideas políticas, desapareciendo para siempre poco después).

El barco Al día siguiente comenzaron la construcción del barco, un balandro, de trece metros de eslora, tres metros y ochenta y cinco centímetros de manga y treinta toneladas de desplazamiento. El nombre escogido, Montserrat, formaba parte de la estrategia que los Algorri habían diseñado para ocultar el plan a las autoridades fascistas: a quien preguntara -y no fueron pocos los que lo hicieron- había que decirles que un supuesto empresario catalán les había encargado aquel velero con el nombre de su hija. A lo largo de los siguientes 364 días los sobresaltos se sucedieron: la casualidad había querido que hubiese un cuartel de la Guardia Civil a unos metros de Astilleros ALSA. Una noche, mientras trabajaban en el barco, llamaron con rudeza a la puerta. Al abrirla se encontraron con dos agentes que traían un saco con las velas del balandro. Lo habían olvidado en la calle. Los de verde no llegaron a sospechar nada y todo quedó en un tremendo susto.

El mismo día de la partida, a punto ya de embarcar, se cruzan un grupo de muchachas que les gritan en tono de broma: “¿Nos lleváis con vosotros a Argentina?”. Palidecen. No saben ellas lo cerca que han estado de acertar… Zarpan. Se suman a la procesión, en la que también participan las lanchas con las autoridades militares que ejercen, en la práctica, de carceleros de una población civil sometida por la fuerza de las armas. Destacamentos de infantería de marina patrullan por los muelles y las embarcaciones que parten, deben de ser inspeccionadas para evitar, precisamente, lo que pretende conseguir la tripulación del Montserrat.

Tratando de despistar, llegan a pintar la línea de flotación del velero por encima de la real, para que nadie sospeche que van demasiado cargados para una travesía tan corta.

Los recursos económicos no son muchos y alguno no puede aportar nada más que su trabajo. Se planifican los víveres y el agua para algo más de un mes, confiando en navegar la mayor parte del tiempo a motor y hacer una buena media de millas diarias, pero este -que era un motor de camión marinizado- se estropea al llegar frente a las Canarias y han de hacer el resto de la travesía a vela, lo que les supone otros dos meses extra de singladura. La ración de agua queda establecida en un único vaso al día por tripulante y la comida se confía a la pesca. Pero los aparejos que llevaban resultan no ser de buena calidad y no podrán pescar hasta llegar al Caribe y hacerse con unas cañas. Cuando lleguen a su destino estarán famélicos y con un hambre voraz.

Huracanes Pero la fortuna sonríe por lo bajito a estos valientes, aunque las calamidades les hagan rozar la desesperación a veces: al haber zarpado en plena temporada de huracanes, el Montserrat se cruza hasta con siete de ellos, sin embargo, todos quedan suficientes millas a barlovento como para que ni barco ni tripulación peligren por los fortísimos vientos y las olas furiosas que levantan.

Guiados por las estrellas y su intuición, a la vieja usanza, como miles de marinos cientos de años antes que ellos, van recortando las millas de mar que les separan de tierra hasta que a las dos de la tarde del día trigésimo octavo de navegación divisan la isla de Trinidad. Botan la txalupa y tratan de alcanzar la costa a remo. Las fuertes corrientes arrastran la diminuta embarcación y acaban desembarcando muy lejos de dónde ha quedado fondeado el balandro. Los que permanecen a bordo ven que pasan las horas primero y luego los días sin que regresen los del bote. Al cuarto día, cuando ya los dan por desaparecidos, los ven llegar con boga cansada, pues luchan contra la marea. Con la yola, van en su ayuda, pero los dos remeros, orgullosos, no aceptan el remolque y, aunque extenuados, llegan por sus propios medios hasta la cubierta. En esas 96 horas en tierra han vivido lo que Robinson Crusoe en veintiocho años: encuentros con nativos, lucha con tiburones, encalladas en los arrecifes… hasta, picados por el orgullo de exbogadores de la Sotera, han ganado una improvisada regata a remo contra una embarcación de pescadores locales de ocho tripulantes.

Como apenas tienen dinero, tratan de cambiar algo del alcohol que llevan por cocos y otras vituallas, pero las autoridades les prohíben el intercambio. Decididos a aprovisionarse ante los días de mar que todavía les quedan por delante, emprenden incursiones nocturnas para hacerse con todos los cocos que puedan antes de partir. A la vez, se limpia la obra viva del Montserrat, se adecenta el barco, reparan el motor y se hacen con aparejos de pesca. En la mañana del 2 de septiembre, viran el ancla y emprenden la que, confían, será la parte más breve de la travesía. Se equivocan: conocen Jamaica antes que México y a punto están de perder el barco al encallarlo en unos bajíos, hasta que, finalmente, arriban a Veracruz, su último puerto, pasados otros cuarenta y un días.

Sin cartas de navegación detalladas; sin electrónica a bordo; sin radar, GPS, sonda ni AIS, los nueve valientes que partieron de Santurtzi han sido capaces de llegar a su destino, esquivando en el camino a sus carceleros, siete huracanes y algunas de las costas más difíciles del planeta.

México les acoge y les ofrece asilo, los medios de comunicación cuentan su historia y la de su barco. Sus familias pronto reciben el consuelo de saberlos vivos, aunque en la dolorosa distancia. Comienzan a tratar de establecerse. Su capacidad de trabajo y su bonhomía harán que pronto lo consigan. Para Ismael, por ejemplo, habrán de pasar dos años hasta que consiga ahorrar lo suficiente para poder llevar con él a su familia, compuesta por su mujer y sus hijas.

Es cierto: el viaje del Montserrat no tiene la épica de las grandes epopeyas marítimas. No hay en él oro, conquistas ni descubrimientos. Es un hecho humilde, de gente sencilla que decidió arriesgarlo todo a cambio de la esperanza de libertad.

Matar en Urbasa: el derecho a la verdad no prescribe

El libro ‘¿Qué hicimos aquí con el 36?’ es una cita con la memoria: la de las víctimas y, también, la de los victimarios

Un reportaje de Balbino García de Albizu Jiménez

Homenaje en septiembre de 2012 a los civiles amescoanos represaliados. Foto: Javier Cantera
Homenaje en septiembre de 2012 a los civiles amescoanos represaliados. Foto: Javier Cantera

Ala pregunta que titula el libro ¿Qué hicimos aquí con el 36? cabe responder que, con el 36, hicimos de Urbasa un matadero para ocultar el asesinato de civiles no armados, no combatientes, lejos del frente y, únicamente, por sus ideas. Y la pregunta es procedente porque no tuvieron que venir de fuera para esta tarea. Aquí, en ayuntamientos, concejos, sacristías y cuartelillos, se decidió a quiénes, cuándo y cuánto se les hacía pagar por no ser afectos. Aquí se aplicó la pena y con recursos propios.

No hay que ocultar los hechos, ni las causas, ni las consecuencias. El derecho, individual y colectivo a conocer la verdad no prescribe. Sólo conociéndola se puede evitar la repetición de hechos similares. Placas, diplomas, homenajes… son más baratos y vistosos, pero no suplen a la verdad. Porque la Memoria Histórica o empieza por esclarecer los hechos o no es nada. Conocer lo ocurrido es higiene mental y ética y a nadie ha hecho daño nunca, como el agua y el jabón, salvo a quienes aman la mugre.

Atractivo para el asesinato Desde que se inició el Alzamiento comenzó la represión sobre los no adictos, con muchas variantes, de las que también me ocupo en el libro, y empezaron lo que, más tarde e impropiamente, se llamaron fusilamientos. En Urbasa no los hubo. Todo fueron disparos, uno o dos máximo, de arma corta en el cráneo, hechos a poca distancia.

Un asesinato es un homicidio con agravantes y Urbasa era un lugar propicio para todos los agravantes. Premeditación, alevosía, superioridad armada, discriminación ideológica, ensañamiento, impunidad, nocturnidad y despoblado.

Estos crímenes son delitos de terrorismo, en cuanto a los objetivos perseguidos, y delitos de odio, en cuanto a su motivación. Urbasa era un territorio bien conocido solo por quienes desarrollaban allí alguna actividad -ganadera o forestal-. El tránsito de vehículos por las dos carreteras existentes, construidas solo una década antes, era prácticamente nulo en aquel verano.

Pero esas dos carreteras, que discurren próximas a las simas, facilitaron a los asesinos el traslado, hasta el lugar elegido, de las víctimas, cuyos cadáveres fueron arrojados a su interior tras darles muerte. Profundas las dos utilizadas y en forma de campana una, la de El Raso de Urbasa, y de embudo invertido otra, la de El Dos, que solo se empezó a llamar de Otsoportillo, y por error, a partir de 1980.

Se subía de amanecida o ya echada la noche. Y los disparos a esas horas no incitaban a la curiosidad, sino al miedo de quien pudiera estar próximo.

Hubo dos lugares más de asesinato que añadir. Uno, puramente circunstancial, El Haya de los Maestros, y otro excepcional, El Balcón de Ubaba, sobre el Nacedero del Urederra, usado este por gente foránea para acabar con gente igualmente foránea. Y se usó excepcionalmente, porque los cadáveres caían a términos de Baquedano, lo que obligaba al concejo local a retirarlos a su costa.

Represores y víctimas De las desapariciones forzadas de Urbasa, crímenes en cualquier caso, solo hubo víctimas de dos clases, las que padecieron la pérdida en un instante, el tiro en la nuca, y las condenadas a padecer esa pérdida en lo que les quedaba de vida, los suyos, su familia. A unos y otros, los identificamos.

Los represores hicieron su aportación de forma muy variada. Los hubo entre los alcaldes, concejales, párrocos, jefes de línea de la Guardia Civil, juntas locales carlistas o falangistas, facilitadores de recursos y vehículos (imprescindibles en este caso), grupos de irregulares adictos, vecinos denunciantes. Un día determinado y por alguna circunstancia difícil de precisar, previo aviso y autorización de la autoridad militar local, se pasaba el recado y un grupo de adictos, también local, acababa con la vida de la víctima.

El objetivo no es saber quién apretó el gatillo, sino que hubo voluntades locales que decidieron, colaboraron, aceptaron y consintieron cada uno de estos crímenes. Y hay una responsabilidad retroactiva, porque la historia no se puede cambiar, pero sí se puede y se debe ser crítico con lo ocurrido y condenarlo.

Hubo víctimas de todos los colores políticos (ugetistas, socialistas, nacionalistas, Izquierda Republicana, apolíticos, comunistas, anarquistas). Incluimos a nacidos en ocho comunidades autónomas y catorce provincias, pero residentes en Navarra en su mayoría. Entre 19 y 59 años de edad. Obreros, ferroviarios, labradores, ingenieros, gerentes, rentistas, oficiales de la Guardia Civil, etc. Ningún analfabeto, pero sí cinco maestros.

El rescate de la verdad Han pasado más de siete años desde que empezamos a desarrollar este proyecto, con la participación activa de los ayuntamientos amescoanos. En total, cerca de 150 personas han hecho aportaciones al mismo. Partimos del libro de Marino Ayerra Redín, No me avergoncé del Evangelio (Argentina, 1958). De los materiales de encuesta de José María Jimeno Jurío, maestro y amigo, y de sus informes sobre las simas, personales de la que encontró abierta y obtenidos de los espeleólogos estelleses sobre el resto. De los apuntes de Luciano Lapuente, estudioso y amigo. Y de las informaciones de Eugenio Roa, espeleólogo y amigo, sobre su descenso a la sima de El Raso, en los años cincuenta. Las encuestas hechas a familiares-hijos, nietos, sobrinos y vecinos (unas ochenta personas en total). Los numerosos expedientes instruidos por los alzados que hemos podido consultar, especialmente en el Archivo Real y General de Navarra. En ellos, el represor, preñado de fundamentalismo, señala a los no afectos, con sus informes y sus conclusiones. Establece la represión a aplicar a las víctimas, en escritos, con fecha y firma. Hemos logrado así altas cotas de objetividad dándoles voz, identidad y oportunidad de condenarse a sí mismos con esas afirmaciones que dejan bien probada la inconsistencia de las denuncias y la conducta criminal practicada. Todo ello en documentación, cuyas referencias archivísticas citamos y que es accesible al público.

Y hay que añadir, aunque es obvio, que los autores de estos delitos no fueron juzgados nunca por ellos, no cumplieron pena alguna por haberlos cometido, no resarcieron a las víctimas de los daños producidos, no reconocieron el dolor causado, no mostraron arrepentimiento público, ni pidieron perdón.

Y a los expedientes de Incautaciones, Responsabilidades Políticas y Depuración de Funcionarios se unieron los de Presunciones de Muerte, en los que no se decía que las víctimas habían sido asesinadas, sino “muertas en la lucha nacional contra el marxismo”, circunstancia que los Jueces de Instrucción exigían fuera avalada por los testigos firmantes.

Los objetivos logrados Hemos publicado un libro riguroso y documentado, que contribuye a esclarecer lo ocurrido en Urbasa y en los valles amescoanos. Y lo hacemos, hasta donde ha sido posible, caso por caso, con nombres, apellidos y fechas, víctimas y victimarios, lugares y circunstancias, causas y consecuencias. Creemos haber identificado a la gran mayoría de los asesinados en Urbasa y su localización. Y descrito el desarrollo y resultados de nuestro proyecto.

Esto, reitero, sin subvención alguna del Gobierno de Navarra, ni saliente, ni entrante. Y sin que, en los siete años de tarea que llevamos, ningún partícipe en el proyecto haya sido remunerado.

Hemos demostrado que ese derecho imprescriptible a la verdad puede y debe ser satisfecho desde el poder público. Y que los archivos, los accesibles y los que quedan por abrir, pueden dar mucho de sí.

Hemos denunciado que la Ley llamada de Memoria Histórica de 2007 nació con carencias graves y que, como en todas, basta para incumplirla con no dotarla de presupuestos. Con o sin excusas. Y que el problema no son las leyes, sino la voluntad política de cumplirlas. Con la demostrada hasta el presente, nuestros muertos están próximos a ser considerados obsoletos. Hemos aclarado que, gestos aparte, en lo relativo a Urbasa, tras las encuestas de Jimeno Jurío de 1977-1978, no se había avanzado en absoluto. Y que solo el que sacudiéramos el arbolico con nuestro proyecto de 2010 ha propiciado avances sólidos y objetivos.

Pero resultamos incómodos para algunos. Por haber hecho, y con resultados muy positivos, lo que los poderes públicos no han asumido nunca. Porque a algunos, que no se cansan de vocear eso de Verdad, Justicia y Reparación, les da pereza ponerse a buscar la Verdad, porque la investigación histórica es muy laboriosa, costosa, a veces muy indiscreta y, siempre, muy poco fotogénica.

Porque hemos procurado no acoger en nuestro proyecto ni en nuestros actos, a los que tratan de obtener, de la Memoria Histórica, réditos políticos, mediáticos, económicos o curriculares. No hemos hecho el trabajo para ellos, sino para las víctimas y para los interesados en saber lo ocurrido.

Porque hemos dejado al descubierto algunos errores y falsedades, deliberados y consentidos, tendentes a adjudicar a las víctimas ideologías, afinidades, incluso orígenes, que no tuvieron. En definitiva, a reinventar la historia.

Y, como resulta difícil cuestionar el proyecto y el libro, hay quien ha optado por rodearlo de un biombo de silencio, para que no se visibilicen uno y otro. Luego derramarán lágrimas de cocodrilo por “esos muertos que siguen anónimos en las cunetas”, mientras dificultan que las noticias que damos sobre lo ocurrido y que podrían orientar a sus familiares en la búsqueda, tengan divulgación. Pero cada uno se muestra como es, en sus palabras y en sus silencios.

El periodista jeltzale del exilio

Se cumplen 110 años del nacimiento en Galdakao y 55 años del fallecimiento en Venezuela de Genaro Egileor Arostegi, un hombre que formó parte del gabinete de comunicación del lehendakari José Antonio Aguirre

Un reportaje de Iban Gorriti

Recorte de prensa sobre el funeral de Egileor. Foto: DEIA
Recorte de prensa sobre el funeral de Egileor. Foto: DEIA

la guerra del 36 en Euskadi tuvo insignes periodistas que trataron de sacar a la luz las sombras de la llegada de los sublevados contra la Segunda República que desembocaría en franquistas y sus aliados internacionales. Como la importante labor llevada a cabo por Esteban Urkiaga Lauaxeta o Cecilia G. de Guilarte, así como la de muchos otros escritores de la época, merece la atención el trabajo de ciencias de la información y el periplo vital de Genaro Egileor (Galdakao, 1908).

Diversas investigaciones le sitúan como una figura a poner en valor también en la actualidad, 110 años después de su nacimiento en Galdakao y 55 después de su fallecimiento en San Juan de los Morros, Venezuela a los precisamente 55 años. Todo ello después de 24 años de exilio, prácticamente la mitad de su vida. Y ahí está su posible mejor denominación: periodista jeltzale del exilio.

Así, el investigador de Kortezubi Gregorio Arrien le define en uno de sus impagables trabajos como notable. “Genaro Egileor, por su parte, era un notable escritor y periodista, que tras la Guerra Civil se exilió primero en Francia y después en Venezuela, donde murió en 1963. Él, junto a Monika Lekunberri, fueron los principales promotores de la conocida asociación cultural Euzkerearen Adiskideak y promotores también de la ikastola del municipio”, tal y como relata Arrien.

Hecha esa introductoria radiografía del galdakoztarra, gracias a Merche Acillona se conoce mejor la trayectoria vital de Genaro Egileor Arostegi. En un trabajo de la profesora de Filología Hispánica de la Universidad de Deusto nos ilustramos con que nació en el seno de una familia euskaldun y originaria de la localidad vizcaina, que está próxima a Bilbao. Hijo de Domingo y Martina, tuvo un total de siete hermanos. “Domingo fue un gudari destacado por su actitud heroica y tenaz al que fusilaría el ejército franquista al negarse a abjurar de sus principios abertzales. El Ayuntamiento de Galdakao le ha recordado y reconocido como vecino predilecto poniendo su nombre a una destacada calle del pueblo, la calle Txomin Egileor”, destaca Acillona.

La guerra internacional del 36 en el Estado español, tras el golpe militar de los sublevados, coge a Egileor en Donostia en unos cursos sobre lenguas minoritarias. Desde allí escribiría sus primeras crónicas, siempre bajo el sobrenombre de Atxerre. “Así será conocido entre sus compañeros de partido entre los que se encuentra el propio lehendakari Aguirre”, subraya Acillona.

Labor en prensa

Para entonces, ya de joven se comprometió con el PNV y con el sindicato ELA. Había escrito en La Tarde. Defensor de las repúblicas, hasta la caída de Bilbao, participó en la elaboración del diario Lan Deya, órgano de prensa de ELA, que celebró su primer ejemplar el 30 de diciembre de 1933, durante la Segunda República. En febrero de 1937, transcurrido apenas medio año de guerra, Egileor pasó a ocupar la dirección del citado rotativo.

Aguirre acabará agradeciendo su fidelidad llamando a trabajar a Egileor en su gabinete de prensa con trabajos en prensa y radio. En la salida del Gobierno vasco a Catalunya, Atxerre viaja junto al presidente vasco. De hecho, reside en Barcelona hasta enero de 1939. La Delegación vasca con la entrada de los franquistas debió partir hacia Francia.

Entre 1936 y 1940 se editaba en Francia el boletín de información Euzko Deya. Escrito en francés, se publicaba en París. El mismo boletín se imprimió en Londres en 1938, en Buenos Aires en mayo de 1939 y en México ya sobre el año 1943. Egileor colaboró en Euzko Enda junto a Barandiaran, en la columna titulada ‘Los vascos en América’, “siendo muy crítico con la colonización española”, según valora Acillona.

El 30 de diciembre de 1939 colaboraba en Euzko Deya de Buenos Aires. El 5 de octubre de 1942 Agirre visitó por primera vez el Centro Vasco de Caracas y Egileor vivió así un primer encuentro con el lehendakari. Este centro fue un hervidero social, político y cultural, donde se creó la primera emisora de Radio Euzkadi. Allí retomó sus anteriores trabajos en la radiocomunicación. “En un ambiente crispado y tras reiteradas alusiones personales a su cargo en la revista Euzkadi y a sus intervenciones radiofónicas, cesó en la dirección, siendo sustituido por Martin de Ugalde”, mantiene la docente.

Retorno a Euskadi

Con todo, en el verano de 1942, había salido Euzkadi, el órgano divulgativo del Centro Vasco de Caracas y fue dirigido por Juan Iturbe (1942), José María Barrenechea (1942), Blas Garate (1943-1945), Eusebio Barriola (1945-1946), José Estornés Lasa (1946), José María Bengoa (1947-1948), Genaro Egileor (1949) y Martín de Ugalde (1949- 1950). A partir de entonces, decidió dedicarse a la familia y los negocios cárnicos y ganaderos que poseía en Venezuela. Contrajo matrimonio en 1957 con Concha de Partearroyo, de familia bilbaína. Tuvieron una hija: Begoña Chiquinquirá.

Trató de retornar a Euskadi y rechazó al mismo tiempo la participación activa en política. Con viajes a Canarias y Bilbao, preparó una vivienda en la capital vizcaina para residir de forma definitiva. Sin embargo, no pudo ser. Un primer infarto en Venezuela le dejó tocado de salud y un segundo le despidió de los suyos y de Euskadi. Falleció en San Juan de los Morros en febrero de 1963. Tenía solo 55 años y había vivido la mitad en el exilio.

Su funeral se celebró al otro lado del Atlántico en una tierra, la venezolana, que además de recibirle con los brazos abiertos en su exilio, le despidió con aprecio, como dan fe las crónicas de la época, a un amante de Euskadi y a un buen comunicador.

Vistas antiguas de las ciudades vascas

Bilbao y Donostia fueron las primeras ciudades vascas que aparecieron impresas en el ‘Civitates Orbis Terrarum’, que comenzó a elaborar en 1572 el canónigo de la catedral de Colonia George Braun, en sintonía con Abraham Ortelius

Un reportaje de Jabier Aspuru

Bilbao. Joseph Antonio de Rementería, 1737.
Bilbao. Joseph Antonio de Rementería, 1737.

LA representación de nuestras ciudades o territorios ha sido una necesidad desde tiempos antiguos. La motivación ha sido diferente pero el objetivo ha sido mostrar una visión de nuestro entorno. Las ciudades guardan en su memoria colectiva sus iconos o estampas más representativas y antiguas. Durante el siglo XV y XVI, con la aparición de la imprenta y la cartografía moderna, se extendió la costumbre de dibujar imágenes con vistas de las ciudades más importantes. En un principio eran genéricas o idealizadas, es decir, iconos que podían representar a cualquier ciudad. Después, pasaron a ser vistas “reales”, es decir, con elementos identificativos de la ciudad. Hasta la aparición de la fotografía, todo se fiaba a la destreza e interpretación del dibujante o pintor. Fue en la Crónica de Nuremberg de 1493, un texto de contenido eminentemente religioso, donde aparecieron las primeras vistas de ciudades con un gran grado identificativo; espectaculares y muy reconocibles son las ciudades de Jerusalén, Constantinopla o Roma, entre otras. El primer gran proyecto editorial y estructurado sobre vistas de ciudades corresponde al Civitates Orbis Terrarum. Lo elabora entre 1572 y 1617 Georges Braun, canónigo de la catedral de Colonia, aunque en sintonía con Abraham Ortelius que, a su vez, elabora en Amberes su visión del mundo a través de su Atlas Teatrum Orbis Terrarum.

Si nos circunscribimos al ámbito territorial vasco la incidencia de este gran movimiento ha sido diversa y distinta dependiendo de las ciudades. Son Bilbao y Donostia las dos ciudades vascas que aparecen impresas en el Civitates. Espectacular, precisa y muy descriptiva es la vista de Bilbao que aparece en la segunda edición, en 1575. La vista recoge prácticamente todos los elementos distintivos de la ciudad en su cartela con rotulados añadidos y que perduraron hasta el siglo XIX, en el que las destructivas guerras carlistas y el abordaje de Abando con la irrupción del ferrocarril transformaron la ciudad. Esta vista de 1544 tiene la particularidad de que es anterior a la elaboración y diseño de la obra, para la que se dibujaron, por expreso encargo, la gran mayoría de ciudades.

La imagen anónima la dispone Joannes Mofflin, un capellán real flamenco en la corte de Felipe II, que tenía una buena relación con Plantino, el gran productor cartográfico de la ciudad de Amberes. A la vista le acompaña una descripción de la ciudad tomada de la obra de Pedro de Medina. La otra gran joya cartográfica que también describe Bilbao es la que realiza Gabriel Baudwin en 1739 por encargo de la corona británica, un auténtico tres por uno en el que aparece una gráfica descripción de sus principales edificios, el estuario de la Ría y un escrupuloso dibujo de toda la costa vasca muy en la línea de los recientemente descubiertos en el Atlas de Pedro de Texeira de 1634. Para terminar con Bilbao hay una tercera vista de la villa de 1737 correspondiente a Joseph Antonio de Rementeria, síndico de la Villa de Bilbao que perduró prácticamente hasta la llegada de la fotografía. Se trata de un minucioso dibujo con un enfoque más cercano que la imagen del Civitates y de un realismo cuasi fotográfico. No llegó a la imprenta hasta 1910 de la mano de Carmelo de Echegaray, aunque sí fue muy copiada reproducida y versionada durante todo el siglo XIX. Bilbao en su iconografía siempre tuvo más reconocimiento como villa comercial con su Consulado que como enclave militar.

Donostia, en 1572 La ciudad de Donostia aparece en la primera edición del Civitates, en 1572, en lo que es la primera vista impresa de una ciudad vasca. El dibujo más discreto y con menos precisión que el de Bilbao lo realiza expresamente para la obra Joris Hoefnagel en 1567 y se publica compartiendo página con la ciudad de Burgos. En la vista aparece la ciudad amurallada y fortificada intramuros muy en la línea de la mayoría de las ciudades medievales europeas con las iglesias de Santa María y San Vicente. También se observa el casco de un barco en construcción, testimonio de la existencia de astilleros en la villa. Aparece el marco natural de la bahía de la Concha y la isla de Santa Clara junto a las murallas de Urgull; en la ensenada de la Zurriola no hay rastros de los meandros arenosos del Urumea. Aun así, de Donostia existen vistas anteriores que no llegaron a la imprenta pero que dan una buena imagen de la ciudad. Se ha conservado una vista de 1540 del códice de Francisco d’Ollanda, que se encuentra en la biblioteca de El Escorial, donde se ve el frente de la muralla con su entramado interior. Más extraña pero no menos descriptiva es una vista anónima de 1552 que se conserva en el archivo de Simancas, con una visión en planta del interior de las murallas junto al puerto muy resguardado del exterior. Aparte de estas vistas la aparición de Donostia en la cartografía debido a su carácter de plaza de defensa fortificada y muy próxima a una zona fronteriza es muy frecuente sobre todo en la avanzada cartografía francesa. A destacar que, en su viaje hacia Donostia en 1567, Hoefnagel se detuvo a dibujar el túnel de San Adrián en una pintoresca e inédita vista del Civitates que apareció en la quinta edición de 1598.

Gipuzkoa (Guipuscoa regionis typus) fue el primer territorio peninsular que apareció en el teatrum de Orthelius en 1578 con un detalle y definición que en el resto de territorios vascos no llegó hasta dos siglos después con los mapas de Tomás Lopez. Merece mención aparte la gran cantidad de imágenes en las que aparece la ciudad de Hondarribia como fortaleza militar y fronteriza y punto de atención de cronistas y viajeros. Su protagonismo en el hecho histórico de la firma del tratado de Paz de los Pirineos en 1659 es recogido en una infinidad de documentos gráficos y punto de atención de numerosos pintores.

Gasteiz no despertó la atención de los grandes proyectos cartográficos a pesar de que Boris Hoegnagel sí debió de pasar por allí en su viaje de Burgos a Donostia. La vista más antigua de Gasteiz corresponde a una interesante historia doméstica. En 1838 el concejal del Ayuntamiento de Vitoria Benito Casas recuperó e hizo una copia de un dibujo anónimo y muy deteriorado que se conservaba en un desván municipal. La datación del dibujo por identificación de elementos del convento de San Antonio y la torre de la iglesia de San Miguel se sitúa entre los años 1623-1661 lo que le da un valor incomparable. La imagen expresa magníficamente la ciudad medieval con sus dos recintos amurallados, uno superior en el Campillo y, otro, en la parte baja con sus casas arropadas por sus edificios más emblemáticos, la catedral de Santa María y las diferentes iglesias, conventos y fortalezas. Aparece también ese gran espacio de convivencia y de urbanidad, que corresponde a lo que hoy sería la plaza de la Virgen Blanca y Plaza Nueva como espacio único.

No obstante el icono identificativo de la ciudad antigua corresponde a un dibujo que el pintor romántico escocés David Roberts realizó en el año 1833 en su viaje al sur de la península y que editó Thomas Roscoe en 1837. En el dibujo hecho a lápiz se muestra una vista de la Plaza Mayor, hoy plaza de la Virgen Blanca, con su actividad de plaza de mercado y oficios y sus personajes con los ropajes de la época. Se observa todo el frontal con los entramados de madera y las balconadas de las viejas casas torre y palacios que estaban a la entrada de la ciudad vieja y donde vivían las familias más poderosas de la ciudad. También el viajero y pintor naturalista Henry Fenn dejó un magnífico dibujo de la plaza de la Virgen Blanca en 1874. La ciudad de Gasteiz tiene una gran riqueza iconografía con motivo de las guerras napoleónicas y carlistas durante el siglo XIX.

El territorio navarro por ser un Reino muy asediado por las monarquías francesa e hispana es territorio de disputa cartográfica. Así son muy espectaculares los mapas de los Alduides del cosmógrafo portugués Pedro de Texeira de 1637 con las fortificaciones de la villa de Burguete y el castillo de Amaiur. Interesante es el mapa de Nicolás Sanson D’Abbeville de Royaume de Navarre en six merindades de 1652 en la que se incluye la merindad de ultrapuertos hoy Nafarroa Behera.

Iruñea es una ciudad con una apabullante representación cartográfica, aunque muy restringida a las diferentes fortificaciones de la ciudadela y las murallas. Recibió la atención del gran cartógrafo francés Nicolas de Fer que levantó un plano de la ciudad en 1719. Abundantes son los planos de la transformación del viejo recinto medieval en un recinto abaluartado que incluía además una importante ciudadela pentagonal, la primera de toda la península y que se inspiró en la de Amberes. Descriptivos y precisos son los planos que en 1726 realiza Jorge Prospero de Verboom para las fortificaciones de Iruñea y que marcan la transformación de la ciudad durante todo el siglo XVIII y que culminó Juan Martín Zermeño en 1576 con un innumerable despiece de preciosos mapas y planos. Curiosos y artísticos son los dibujos representativos de los juramentos de los Reyes de Navarra. Como la imagen de la Virgen, rodeada de ángeles, sobre una casa o palacio torreado, se ve al Papa con sus cardenales y a un rey con su séquito de nobles. Lleva dos escudos de Pamplona y la siguiente leyenda: “Por la leche que mamastes, hijo tres cosas quitad: guerra, hambre y mortandad”, estampa impresa en 1555 en Estella por Adrián de Amberes impresor de la doctrina christiana de Sancho Elso, primer catecismo en euskera, hoy desaparecido, que se imprime en un territorio vasco.

Para los viajeros románticos Iruñea está fuera de ruta en su viaje al centro de la península y es difícil encontrar alguna vista recreativa de la ciudad. Hallamos un par de vistas panorámicas en el año 1820, correspondientes a la obra de Alexander Laborde Voyage pittoresque et historique de l’Espagne en las que el general y pintor francés Louis-Francis Lejeune aporta una par de vistas. La primera representa en primer plano el molino de Caparroso, el río Arga, a la altura de las pasarelas y, en segundo plano, las fortificaciones con los baluartes de Labrit y del Redín, el palacio episcopal y las traseras de la Catedral.

También pasó por Iruñea el excelente pintor y viajero Jenaro Pérez de Villaamil en 1850, que publicó tres hermosas vistas del interior del claustro y refectorio de la catedral.

Las antiguas imágenes y planos de las ciudades y territorios aportan información de nuestra historia, en algunos casos desaparecida, truncada o transformada, información complementaria de la que encontramos en los documentos escritos, la propia selección y realce de una imagen o vista nos traslada a un imaginario que existió siglos atrás y que en algunos casos ha desaparecido.

El mito del embarazo de Juana Josefa Goñi que ha durado 80 años

El médico forense de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, Francisco Etxeberria, confirma a DEIA que la mujer arrojada con sus seis hijos a una sima navarra no estaba encinta

Un reportaje de Iban Gorriti

La sima de Gaztelu donde fueron arrojados la madre de los Sagardía-Goñi y seis de sus hijos. En pequeño un cartel que representa a la mujer embarazada. Foto: Itziar Munárriz
La sima de Gaztelu donde fueron arrojados la madre de los Sagardía-Goñi y seis de sus hijos. En pequeño un cartel que representa a la mujer embarazada. Foto: Itziar Munárriz

UN mito heredado oralmente y en la bibliografía memorialista cae por su propio peso. La mujer que arrojaron a una sima en Gaztelu (Nafarroa) con sus seis hijos no estaba embarazada. Ningún libro, ningún testimonio hasta la fecha lo ha dado a conocer. Sin embargo, 80 años después de aquella tragedia, la Sociedad de Ciencias Aranzadi confirma a DEIA que Juana Josefa Goñi no estaba encinta, tal y como se la representa en dibujos de carteles, otras divulgaciones e, incluso, en la escultura metálica instalada aneja a la sima.

Lo argumenta de forma científica el médico forense de Aranzadi, Francisco Etxeberria, a este diario. “No, no estaba embarazada. No existe ninguna razón para poder decir que hubo un feto en la pelvis de la mujer”, constata ahora tras el informe que se redactó en octubre de 2016 al encontrar los restos óseos de esta madre y sus seis hijos el 30 de agosto de 1936 en el territorio del municipio de Gaztelu.

Etxeberria va más allá en su matización: “El laboratorio también descartó que estuviera embarazada”. Con todo, se desmonta una leyenda que, incluso, la familia mantenía y hacía referencia a un embarazo avanzado “de 7 meses”. “La familia ya sabe que no estaba embarazada porque en el informe de la exhumación y análisis de los restos lo indicamos. De hecho, el libro La Sima, de José María Esparza, que relata este episodio, va a tener una segunda edición dentro de poco en la que también se dará a conocer este detalle, además de otros”, desvela el forense quien agrega que la escultura ubicada en la salida de la cueva ya no es real. “No lo es, porque alude a una mujer embarazada con los niños alrededor. Eso sí, los niños sí coinciden en todo, edades incluidas. El laboratorio así lo ha constatado”, apostilla el científico.

Lo que sigue intacto, ocho décadas después, es que no se sabe quién les asesinó, el cómo y el por qué. Todo son hipótesis. Etxeberria el año pasado declaró que a su juicio llevaron a esta familia muerta al lugar. “Yo creo que les mataron y les trajeron hasta aquí. No me imagino trayéndoles a todos vivos y matándolos para arrojarlos”.

A principios de septiembre de 2016 comenzaron las labores de limpieza del lugar durante una semana, a cargo del grupo de espeleología Satorrak. El lugar es una sima vertical de unos 45 metros, catalogada como fosa. A continuación, la Sociedad de Ciencias Aranzadi inició la localización y exhumación de los restos.

El matrimonio Sagardia-Goñi tuvo siete hijos. Joaquín (16 años) fue llevado a la guerra y el resto fue arrojado a la sima: Francisco Javier (14 años), Antonio (11), Pedro Julián (9), Martina (7), José María (4) y Asunción (1 año). “Bajar al fondo del pozo impresiona por sus características, pero imaginar el momento en el que fueron arrojados al mismo una mujer y sus hijos me resulta casi imposible”, valoraba un año atrás al periódico Mugalari.

En Gaztelu, según el libro Navarra 1936, de la esperanza al terror, de Altafaylla Kultur Taldea (2012), se daba cuenta de que a consecuencia de la Guerra Civil fueron movilizados el padre y un hijo de la familia Sagardía, quedando su mujer y otros seis hijos menores en situación muy precaria.

Siempre según la línea de trabajo de esta publicación, finalmente fueron denunciados por otros vecinos ante la Guardia Civil por realizar supuestos pequeños hurtos. Por tal motivo, la familia tuvo que trasladarse al monte a una chabola cercana a la sima desde donde desaparecieron.

Al parecer, estaban emparentados con el general Antonio Sagardía Ramos y ello supuso una investigación oficial con apertura de diligencias judiciales en 1937 sobreseídas en 1946, sin que los hechos fueran esclarecidos. Se interpretó que tras los asesinatos de toda la familia los cuerpos fueron arrojados a la sima con la madre embarazada de siete meses, dato este último que la ciencia ha corroborado que fue mito y que hoy por primera vez ve la luz en un medio de comunicación.