La palabra cumplida de Aguirre a Companys

El primer lehendakari, agradecido por cómo le acogió Catalunya en la guerra, prometió al president que le acompañaría si tenía que salir al exilio. y lo cumplió

Un reportaje de Iban Gorriti

Aguirre y Companys, en un acto público celebrado en octubre de 1938 en Barcelona. Foto: Archivo de Jesús Elosegi
Aguirre y Companys, en un acto público celebrado en octubre de 1938 en Barcelona. Foto: Archivo de Jesús Elosegi

Las palabras del vicesecretario de comunicación del Partido Popular, Pablo Casado, pusieron la piel de gallina a más de una persona que las oyeron, leyeron, en definitiva, sintieron semanas atrás: “No tenemos nada que ceder ni negociar con los golpistas. El que la declare (por la independencia en Catalunya), lo mismo acaba como el que la declaró hace 83 años”.

Ocurrió el pasado 9 de octubre. Pablo Casado -de forma paradójica, nieto de un médico republicano de UGT que sufrió el franquismo- envió el mensaje al presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, al que comparó con su homónimo Lluís Companys (1882-1940). El histórico president catalán declaró la independencia de Catalunya el 6 de octubre de 1934. Desde entonces han transcurrido poco más de 83 años. Por ello fue encarcelado y tras ser detenido por la Gestapo fue fusilado por el régimen totalitarista de Franco el 14 de octubre de 1940, en Montjuic. El malogrado político se convirtió en el único presidente en toda Europa asesinado por el fascismo. “Fue falsamente acusado de sedición, juzgado sin garantías procesales, condenado a muerte y fusilado”, valora en un estudio Marc Pons.

Sin embargo, 77 años después de aquel asesinato de Estado aún resuena el apoyo agradecido del lehendakari José Antonio Aguirre (1904-1960) a Companys. Todavía nuestros mayores retienen frases del presidente natural de Getxo como: “Siempre con Catalunya”. De hecho, prometió al president catalán que si este último algún día tenía que poner rumbo al exilio, él le acompañaría. Y cumplió su palabra.

Lo hizo quien tras estallar la guerra el 18 de julio de 1936 ya difundió el siguiente recado: “La causa de la libertad catalana era la causa de la libertad vasca. Así lo había de entender un espíritu recto”.

En 1939 Aguirre se unió a Companys y acompañados por sus gabinetes cruzaron la frontera para llegar al Estado francés. El lehendakari viajó de París -donde estaba exiliado- a Catalunya en la noche del 24 al 25 de enero. Como curiosidad, días antes, el 22, se publicó por última vez en Catalunya el diario Euzkadi, editado en Barcelona por el PNV desde diciembre de 1937, y ese mismo día se dio orden a los hospitales que gestionaba el Gobierno de Euzkadi para el cierre de los mismos y la evacuación del personal y enfermos.

El 23, Companys había cenado con Josep Andreu i Abelló, presidente del Tribunal de Casación de Catalunya. Ambos recorrieron en coche las calles desiertas de Barcelona. Andreu narró ese último paseo nocturno de Companys por la capital: “Fue una noche como nunca olvidaré. El silencio era total, un silencio terrible, como solo se advierte en el punto culminante de una tragedia. Fuimos a la plaza de Sant Jaume y nos despedimos de la Generalitat y de la ciudad. Eran las dos de la madrugada. La vanguardia del ejército nacionalista estaba ya en el Tibidabo y cerca de Montjuict. No creíamos que volviésemos jamás”. Companys salió de Barcelona a las tres de la madrugada del día 24.

Según narra el historiador de Sabino Arana Fundazioa, Iñaki Goiogana, Manuel Irujo acompañó a Aguirre. “La misión que se habían impuesto era, por una parte, coordinar las labores de evacuación y, por otra parte, asistir a la que resultaría última sesión plenaria de las Cortes de la República”, subraya.

El 26, la ciudad condal fue ocupada por los sublevados. El lehendakari, ante la imposibilidad de llegar a Barcelona, se instaló en Port de Molins. El 4 de febrero, el lehendakari decidió abandonar Catalunya y partir hacia Francia, “pero no quiso hacerlo solo”, enfatiza Goiogana. Quiso hacerlo acompañando al president de la Generalitat, Lluís Companys.

cruzar la frontera Los dos presidentes supieron que Manuel Azaña, Juan Negrín y Diego Martínez Barrio, presidentes de la República, del Gobierno y de las Cortes, respectivamente, también querían pasar a Francia. “Los cinco acordaron cruzar juntos la frontera y hacerlo por un punto poco frecuentado. Sin embargo, cuando al día siguiente, 5 de febrero, los presidentes vasco y catalán se acercaron a la casa donde habían pasado la noche los más altos cargos de la República se encontraron con que estos habían marchado ya, sin esperarles como habían convenido, y no les quedó otra que emprender el ascenso del collado de Manrella y, una vez coronada la cima, bajar a Les Illes, primer municipio francés”, agrega el investigador.

A juicio de Goiogana, el recorrido que hicieron juntos el lehendakari Aguirre y el president Companys venía a ser una metáfora de la situación del momento y de lo que vendría más tarde. “Se dice que Companys, al llegar a Les Illes, llevaba el dinero justo para pagarse una tortilla. No tenían más, ni él ni su Ejecutivo, despojados por parte del Gobierno de la República de las cantidades de dinero previstos para la evacuación cuando los camiones de la Generalitat que lo transportaban a la frontera pasaron por Figueres”.

Cuatro años después y tras haber sido ejecutado Companys, del puño de Aguirre quedaron escritas las siguientes reflexiones en su libro De Gernika a Nueva York, pasando por Berlín (1943). “Salía el presidente de Cataluña señor Companys por el monte, camino del exilio. A su lado marchaba yo. Le había prometido que en las últimas horas de su patria me tendría a su lado, y cumplí mi palabra. También el pueblo catalán emigraba, y también la aviación de Hitler, Mussolini y Franco, asesinaba a mansalva a aquellos peregrinos indefensos. (…) Yo miraba con dolor a los fugitivos, porque para nosotros los vascos se había guardado en Francia aquellas normas de pudor que impone la desgracia. Se nos atacó y calumnió por los bien pensantes, pero vivimos en nuestras propias instituciones y fuimos distinguidos con afecto por las autoridades y personalidades de todas las ideas”.

Un siglo de concejales abertzales en Iruñea

Los tres primeros concejales jeltzales accedieron al Ayuntamiento de Iruñea en 1917; su gestión hizo que en 1922 se les unieran otros cinco ediles abertzales más

Un reportaje de Josu Chueca

Francisco Lorda, pintado por Ciga.
Francisco Lorda, pintado por Ciga.

Era la cuarta vez que lo intentaban. Habían presentado candidaturas en 1911, 1913 y también en 1915, pero hasta las elecciones del 11 de noviembre de 1917, no pudieron conseguir las ansiadas primeras actas de concejal en el Ayuntamiento de Iruñea los candidatos jeltzales Francisco Lorda Yoldi, Felix García Larrache y Santiago Cunchillos Manterola. Aunque en las anteriores convocatorias citadas, habían presentado gente muy cualificada y conocida -Manuel Aranzadi, Cipriano Monzón, Serapio Esparza- la hegemonía liberal y carlo-integrista solo fue acompañada por representantes de las distintas facciones derechistas de ámbito estatal (mauristas, romanonistas…).

Tan solo a partir de 1913, con la puntual entrada de concejales socialistas, un atisbo de heterodoxia empezó a fisurar el bloque conservador de la capital navarra. Esta fina veta de pluralismo, en la Iruñea de principios del siglo pasado, se agrandó cuando la alternativa nacionalista irrumpió con los citados Lorda, García Larrache y Cunchillos en el Ayuntamiento de la capital navarra.

Sin duda, de los tres, el más destacado era Santiago Cunchillos, quien, abogado de profesión, había sido secretario de la Diputación navarra en los años 1909-1913. Dimitido, en circunstancias aún no esclarecidas (oposición a un contrafuero o enfrentamiento con algún diputado) le daba a la candidatura de 1917 un relieve muy cualificado en el plano político administrativo. Cunchillos, originario de Aoiz (1882), se había vinculado desde su juventud a actividades y organizaciones vasquistas de corte cultural. Como militante del PNV presidió el Centro Vasco en 1915, año en el que se presentó por primera vez a las elecciones municipales. Tras su entrada en el Ayuntamiento, repitió cargo en las elecciones de 1922. Desposeído de su acta por la dictadura primorriverista no la recuperó hasta el breve periodo de 1930-1931.

Proclamada la República, participó en la Comisión dinamizada por Eusko Ikaskuntza para la redacción del Estatuto General del Estado Vasco, popularmente conocido como el Estatuto de Estella. Exiliado en 1936, integró la Delegación del Gobierno vasco, constituida en Buenos Aires en 1938, donde fallecería en 1953.

También padeció el exilio Felix García Larrache. Originario de Iruñea (1880) era el hermano primogénito del luego dirigente republicano Rufino G. Larrache. Félix, nacionalista desde su juventud, compartió estudios y afinidades en Tolosa, con sus amigos y luego significados dirigentes peneuvistas Jose Eizaguirre y Doroteo Ziaurriz. Tras realizar la licenciatura de Farmacia en Madrid y de Análisis Biológicos en el Instituto Pasteur de París, abrió farmacia en Iruñea, en los bajos de la casa familiar. La guerra lo llevó al destierro, junto al resto de su familia, siguiendo el camino de algunos de sus progenitores, ya instalados en Baiona desde el siglo XIX, con una continuidad hasta el presente, como lo atestigua el largo exilio de su sobrino recientemente fallecido en la capital labortana, Javier García Larrache.

El último de ellos, Francisco Lorda Yoldi (Iruñea, 1877) era empleado administrativo en el Instituto Provincial de Enseñanza. Vinculado al PNV desde su fundación en Iruñea, fue presidente del Centro Vasco en 1926 e integrante de la Comisión pro Reunificación PNV-CNV en 1930. Fue, sin duda, el más relevante y activo de los tres en la política municipal. Seguramente por ello se intentó inhabilitarle, sin conseguirlo, argumentando la supuesta incompatibilidad con su actividad profesional. Por el número y por la variedad de temas planteados por Lorda, en el Ayuntamiento pamplonica, fue en sus periodos como concejal el más activo y relevante de la minoría nacionalista y del conjunto de ediles allí representados.

Ambiente ‘caliente’ Las elecciones en las que fueron elegidos, celebradas el domingo 11 de noviembre de 1917, eran comicios municipales ordinarios, para la renovación bienal de los ayuntamientos, pero se dieron enmarcadas por la situación muy especial que se vivía en todo el Estado desde el reciente verano-otoño calientes de 1917.

A la convocatoria de huelga general por parte de las organizaciones de izquierdas como el PSOE, UGT… y la consiguiente represión gubernativa, se sumaba la abortada asamblea de parlamentarios intentada en Barcelona. En el ámbito vasco destacaba el rebrote de la reivindicación nacionalista que vino materializado por el Mensaje de las Diputaciones de Bizkaia, Gipuzkoa y Araba a la monarquía española, pidiendo la reintegración foral o en su defecto un amplio reparto de competencias autonómicas a favor de las diputaciones citadas.

En este especial contexto, cuatro candidaturas concurrieron a las urnas para completar la máxima entidad municipal navarra. Tres lo hicieron mediante coaliciones: la Alianza Liberal, agrupando a los partidos liberal democrático y conservador y al Partido Republicano; una segunda entente, conformada por mauristas y liberales albistas, flanqueados por la izquierda por el más significado dirigente socialista local, Gregorio Angulo, y la tercera de ellas, la conformada por los militantes peneuvistas Lorda, G. Larrache y Cunchillos y los integristas V. Lipuzcoa y E. Ariz. Completaba estas opciones electorales, el único partido que no concurrió coaligado, el carlista, que aún yendo en solitario se hizo con la mayor parte (7) de las actas en litigio.

La entrada en el Ayuntamiento, por parte de los jelkides Lorda, Cunchillos y García Larrache era la consecuencia de la política de implantación y desarrollo que su corriente venía experimentando en Nafarroa en general y en Iruñea en particular, desde su aparición en la primera década del recién iniciado siglo XX. Enlazando con el ya finiquitado impulso de los euskaros, quienes, a través de la Asociación Euskara de Navarra, habían acercado al vasquismo cultural y nacionalismo político a algunos de los primeros conspicuos nacionalistas -Estanislao Aranzadi- y sobre los ecos de la extraordinaria y pionera movilización de la Gamazada, la apertura de los primeros Centros Vascos (plazuela de San José, 1910; Palacio de Marqués de Guirior en Zapatería 50, 1913) les había dado un extraordinario soporte organizativo, complementado en el plano político con la aparición de organizaciones locales y con su coordinación desde 1911, a través del Napar Buru Batzar. La aparición en ese mismo año del semanario Napartarra les dotó, hasta el surgimiento del diario La Voz de Navarra (1923), de la más importante herramienta de popularización de la alternativa jelkide en la sociedad navarra de la Restauración.

Su acceso al Ayuntamiento iruñearra iba a multiplicar cualitativamente su audiencia e incidencia política, tanto en los grandes ejes de la misma, como en las áreas más a pie de calle. Así, en la sesión constitutiva del Ayuntamiento, verificada el día 1 de enero de 1918, la moción presentada por Santiago Cunchillos fue una declaración de intenciones programáticas en toda línea. En ella, además de criticar la inhibición de las autoridades navarras, tanto municipales como provinciales, en la reivindicación de la reintegración foral ya puesta en marcha por parte de las diputaciones de las provincias vascongadas, se protestaba directa y claramente “contra la ley de 25 de octubre de 1839, abolitoria de los fueros o derechos vascos y, por tanto, la Constitución del Reino de Navarra y contra todas las disposiciones emanadas de las Cortes y de los Gobiernos Centrales atentatorias a dichos Fueros”. Como consecuencia de esta moción y tras ese planteamiento, un extraordinario movimiento municipalista se dio por toda Navarra, hasta su culminación en la Asamblea del 30 de diciembre de 1918, donde a nivel de toda la comunidad provincial se planteó “la derogación de la ley abolitoria de los Fueros y la reclamación de la más amplia autonomía posible”.

El día a día Pero, además de esta política general, que confluía con las reivindicaciones entonces planteadas en las distintas capitales vascas, de la mano y voz de estos concejales, cuestiones que atañían a la lucha a favor del abaratamiento del precio del pan, a través de la bajada de su precio por parte de la Tahona municipal del Vínculo; la pavimentación de las calles; la regularización y control efectivo de las contrataciones por parte del ayuntamiento; la oposición a sufragar la construcción de instalaciones militares para el ramo de guerra… multiplicaron la incidencia de esta minoría, mucho más allá de sus tres escaños municipales.

Seguramente por ello, la siguiente renovación parcial del Ayuntamiento, verificada en las elecciones de 3 de febrero de 1922, aumentó su implantación, con la entrada como concejales de otros cinco jelkides más, entre los que se encontraban el renombrado geógrafo y profesor Leoncio Urabayen, el arquitecto Serapio Esparza y el pintor Javier Ciga. Todo ello le dio un relieve al grupo municipal del PNV, segunda fuerza en el Ayuntamiento, que solo la inhabilitación de todos ellos, en la dictadura primorriverista, pudo eliminar. Abundando en esta desaparición como alternativa política municipal, la especial bipolarización de las elecciones parteras del régimen republicano, el 12 de abril de 1931, dejó sin grupo municipal al PNV en el consistorio iruindarra.

Cuando en la transición postfranquista, en las primeras elecciones de abril de 1979, irrumpieron de nuevo, hasta el punto de casi alcanzar la vara de mando los concejales abertzales, alguien con poca información y peor fe pudo pensar que eso era algo novedoso y circunstancial. Pues no, actualmente, a un siglo de los primeros concejales abertzales en Iruñea, en la primigenia ciudad de los vascones, tal como en Donostia, Bilbao o Gasteiz, la máxima makila municipal hace honor a aquellos pioneros como Felix Garcia Larrache, Santiago Cunchillos y Francisco Lorda que, tal día como hoy, entraron en el Ayuntamiento iruindarra por la puerta grande de las urnas.

Un acuerdo de abajo a arriba: El Pacto Federal de Eibar

El federalismo pactista de Francisco Pi y Margall tuvo su reflejo en los pactos federales firmados en 1869

Un reportaje de Jon Penche

Prospecto del Pacto Federal de Eibar, rubricado el 23 de junio de 1869 por 28 representantes de comités republicanos de los cuatro territorios vascos. Foto: euskomedia.org
Prospecto del Pacto Federal de Eibar, rubricado el 23 de junio de 1869 por 28 representantes de comités republicanos de los cuatro territorios vascos. Foto: euskomedia.org

en estos tiempos de tensión entre Catalunya y España merece la pena echar la vista atrás para revisar las propuestas que en el pasado se formularon sobre la organización territorial del Estado español. Uno de los políticos que, desde las filas del republicanismo histórico, elaboraron una idea más acabada de una España en la que se compatibilizasen las características propias de cada territorio con la existencia de un poder central fue Francisco Pi y Margall (Barcelona, 1824; Madrid, 1901). Pi, además de catalán, era buen conocedor de Euskadi, puesto que pasó varios meses estudiando los fueros y las costumbres vascas en la época del Bienio Progresista en la zona de Bergara, de donde era oriunda su esposa, Petra Arsuaga Goikoetxea. El estudio del foralismo vasco a buen seguro le influiría para formular su idea de federación, la cual dejaría plasmada en el libro Las nacionalidades, publicado en 1877.

Pi y Margall desarrolló el ideal federativo que profesaba, y que proponía para España, en torno a dos conceptos que iban unidos en su pensamiento: el Pacto y la Federación. Este modelo de Estado debía de ser construido de abajo hacía arriba, es decir, partiendo de los municipios y pasando por las regiones históricas hasta el poder central, el cual nacía del contrato entre las diversas provincias y tenía por este limitadas sus atribuciones y facultades. Según Pi, la base de cualquier régimen federal descansaba en pactos sinalagmáticos, es decir, en acuerdos logrados entre todas las partes firmantes.

Tras la consecución de la revolución democrática de septiembre de 1868, el Partido Republicano Democrático Federal, del que Pi era su líder más destacado, procedió a organizarse de acuerdo a una estructura a imagen y semejanza de la concepción pimargaliana del Estado federal. Se trató de los denominados pactos federales, en los que varias provincias se unían en torno a un acuerdo para posteriormente federarse todos ellos y crear un poder central republicano.

El primero de los pactos se firmó en Tortosa, el 18 de marzo de 1869, entre los territorios de la antigua Corona de Aragón, al que le siguieron el de Córdoba, entre las provincias de Andalucía, Extremadura y Murcia; el de Valladolid, entre las provincias castellanas; el de Eibar, entre las provincias vasconavarras, y el de La Coruña, entre las provincias gallegas y Asturias.

Eibar, 1869 El Pacto de Eibar se celebró el 23 de junio de 1869, vísperas del día de San Juan, las fiestas patronales eibarresas. Reunió a 28 representantes de los comités de republicanos de Bilbao, Tolosa, Gasteiz, Iruñea, Eibar y Tutera. Así, por Araba firmaron el pacto Pedro de la Hidalga, Juan Bautista de la Cuesta, Daniel Ramón de Arrese, Ricardo Becerro de Bengoa, Juan Roca, Hilario Martínez, Cayetano Letamendi y Abelardo de Sagarminaga; por Gipuzkoa lo hicieron Justo María Zavala, Blas Irazueta, Felipe Ariotegui, Manuel Ezcurdia, Vicenta Aguirre, Celestino Echevarria, Inocencio Ortiz de Zárate y José Cruz Echevarria; por Nafarroa participaron Ignacio Aztarain, Antonio Velasco, José Lorente, Félix Utray, Baldomero Navascués, Pedro Fraizu y Julián Garay; mientras que por Bizkaia tomaron parte Cosme Echevarrieta, Horacio Oleaga, Antolín Gogeascoa, Joaquín Mayor, Julián Arzadun y José Ramón de Ibaceta.

El pacto constaba de seis puntos. En el primer punto se incluía la interpretación en clave democrática que los republicanos hacían de los fueros, afirmándose que las provincias “vascas” gozaban de un “régimen democrático republicano” y que la federación constituida mediante este pacto entre los republicanos de las cuatro provincias vasconavarras, aspiraba, en primer lugar, a “conservar y defender las instituciones a cuya sombra han vivido, y a restaurar las libertades de que han sido privadas, durante la larga dominación monárquica”, y en segundo término a preservar “al mismo tiempo, el más estrecho y perpetuo vínculo de la unidad con la madre patria en el lazo federal republicano”; es decir, venían a identificar República y democracia con el código foral, siendo este un sistema compatible con la unión con el resto de pueblos peninsulares. Era este un punto que ya había enunciado en 1865 Cosme Echevarrieta, sobre el que ya tratamos en esta misma sección hace un tiempo, en un artículo en prensa con el título de Solo la democracia es compatible con los fueros.

En el segundo punto declaraban su ideal de un Estado español republicano y federal, el cual era el único sistema con el que los fueros estarían a salvo, aseverando que podía no ocurrir lo mismo con el régimen monárquico: “El partido republicano de las provincias vascas y Navarra se declara solidario en cuanto hace relación a su conducta política y a la propaganda del principio de que su actual régimen está completamente garantizado constituida España en República federal, y peligrará siempre bajo las monarquías”.

Por su parte, en el tercer punto se invitaba a todas las demás regiones de España a que “asimilaran” el código foral vasco, en otras palabras, que se extendiesen los fueros al resto de regiones españolas: “No moviendo a la Asamblea un interés exclusivista y local, sino el deseo de asimilar las condiciones de España a las nuestras, a fin de que alcance a todas las provincias el tesoro ofrecido por las libertades democráticas”. Será esta una idea sobre la que teorizaron, en este mismo período, destacados republicanos como los alaveses Ricardo Becerro de Bengoa y Julián Arrese o el guipuzcoano Joaquín Jamar, los cuales defendían la idea de desarrollar los fueros vascos más allá del Ebro, de vasconizar España.

Federación vasconavarra Por lo que respecta al cuarto punto, se defendían las vías legales para la consecución de dicho proyecto mientras se respetasen los derechos consagrados en la constitución de 1869: “Puesto que la forma monárquica de la Constitución promulgada es hija de una Asamblea nacida del sufragio, el partido republicano cree no debe salir de una propaganda pacífica y legal».

En el quinto punto se llamaba a impulsar la creación de comités republicano-federales, locales primero y provinciales después, en las localidades de las cuatro provincias vasconavarras, con el objeto de constituir en un futuro cercano una federación vasconavarra. Esa futura federación estaría dirigida por un Consejo Federal que cambiaría sus miembros cada año, como se recogía en el punto sexto, y los seis acuerdos o puntos firmados en el pacto serían, la base del nuevo Estado vasco-navarro dentro de la República federal española. El proceso de los pactos federales se culminó, a instancias de Pi y Margall, con la reunión en Madrid de una Asamblea General de los pactos federales con el objeto de formalizar un gran pacto nacional. Este pacto se firmó el 30 de julio de 1869, creándose un Consejo Federal compuesto de tres individuos de cada uno de los pactos regionales. Entre los tres representantes del pacto vasconavarro destacaba la figura del propio Pi y Margall, que certificaba su cercanía con la tierra vasca.

Consecuencia directa del pacto federal de Eibar fue la creación del periódico Laurac-Bat: órgano del pacto vasconavarro que, editado en Bilbao, contaba en su plantilla con la plana mayor del comité republicano de Bilbao, mientras que los republicanos del resto de las provincias vasconavarras que habían firmado el texto de Eibar figuraban como colaboradores junto a grandes figuras del republicanismo estatal, como el propio Pi y Margall o tribunos como Emilio Castelar, José María Orense y Estanislao Figueras. En el prospecto de este periódico se desgranaba la ideología republicana federal vasca del período, insistiéndose en los mismos argumentos del fuerismo leído en clave democrática que acabamos de ver: “En nuestros Fueros, usos y costumbres, existen grandes gérmenes de República y federalismo, espontáneas producciones de la primitiva sociedad Euskara”. “Nosotros, somos, pues, fueristas; pero nos distinguimos de los fueristas históricos en que estos lo son precisamente por los elementos de feudalismo e intolerancia que en sí encierran, al paso que nosotros lo somos por sus gérmenes de republicanismo”.

Tanto el pacto de Eibar como el resto quedaron en suspenso al poco tiempo, ya que a pesar de que podía ser un buen sistema para organizar el Estado, no lo era así para organizar un partido político, que necesitaba una estructura mucho más eficaz y centralizada. Sin embargo, supusieron la puesta en práctica, siquiera de forma fugaz y restringida, del pensamiento de Pi y Margall, una teoría de organización del Estado que tendía a armonizar la unidad con la variedad.

Y los marinos de las siete provincias vascas formaron juntos

Entre 1940 y 1943, profesionales de la mar de un lado y otro del Bidasoa participaron en el tercer batallón de las Fuerzas Navales Francesas Libres, que no entró en combate

Un reportaje de Iban Gorriti

Los marineros de Hegoalde e Iparralde que formaron la unidad militar vasca denominada ‘3er. Batallón de Fusileros Marinos’. Foto: Juan Pardo San Gil
Los marineros de Hegoalde e Iparralde que formaron la unidad militar vasca denominada ‘3er. Batallón de Fusileros Marinos’. Foto: Juan Pardo San Gil

PERDIDA la Guerra Civil española por el bando republicano y sometido el Estado al totalitarismo franquista, durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) marinos vascos de Hegoalde e Iparralde formaron juntos, por primera vez en muchos siglos, en un mismo bando y en una misma unidad: las Fuerzas Navales Francesas Libres (FNFL).

Fue la eminencia en la materia Juan Pardo San Gil -querido investigador fallecido en 2013- quien estudió con mayor mimo este capítulo de la historia de Euskadi. En el seno de estas fuerzas navales se organizó además una primera unidad militar vasca, el denominado 3er. Batallón de Fusileros Marinos, fruto del acuerdo entre el Consejo Nacional de Euzkadi y la Francia Libre. “Presiones inglesas obligaron a disolver el batallón, pero tanto este intento de participación colectiva como el acuerdo firmado tuvieron una gran significación histórica”, mantenía en sus investigaciones el malogrado historiador.

Siempre según sus indicaciones, los marinos vascos estuvieron presentes en casi todos los escenarios bélicos: ya fuera en tripulaciones de la España franquista o en el exilio, sirvieron en el bando aliado durante toda la contienda.

Una presencia importante de marinos de un lado y otro de los Pirineos tuvo lugar en las Fuerzas Navales Francesas Libres (1940-1943). Las creó el vicealmirante Muselier. Su objetivo fue “seguir combatiendo contra el Eje, cuando la Francia de Vichy firmó el armisticio con Alemania en 1940”, publicó Pardo. En ellas se alistaron unos pocos marinos vascos refugiados en Francia e Inglaterra después de la Guerra Civil, a la par que lo hacían varias decenas de compañeros labortanos, bajonabarros y suletinos. Por primera vez en varios siglos combatían juntos, sin fronteras y todos vascos.

De su paso por las FNFL nos queda además el primer intento de organizar una unidad militar vasca para combatir con los aliados. Por acuerdo entre el Consejo Nacional Vasco -organismo que sustituyó temporalmente al Gobierno vasco- y la Francia Libre llegó a organizarse una unidad militar vasca dentro de las FNFL en 1941, bautizada 3er. Batallón de Fusileros Marinos.

Las presiones de los ingleses, que querían evitar cualquier acción que pudiera animar al Gobierno de Franco a entrar en guerra, obligaron a disolver la unidad en 1942, sin haber llegado a entrar en combate. Sus componentes pasaron entonces a otras unidades de las Fuerzas Navales y del Ejército de la Francia Libre a título individual. No obstante, el acuerdo firmado tenía una gran significación histórica por tratarse del primer tratado internacional de la era moderna, suscrito por un organismo representativo del pueblo vasco y que, además, tenía una versión en euskera.

La mayor parte de marinos era de Iparralde, pero también hubo presencia de combatientes de Hegoalde, de localidades como Bilbao, Gasteiz, Sestao o Donostia. Así por ejemplo, Ángel de Agirretxe Goikoetxea era natural de Bilbao, médico, exdirector de la revista Jagi-Jagi y uno de los dirigentes de Euzko Mendigoizale Batza. Durante la Guerra Civil había sido capitán médico del Batallón Zergaitik Ez, ascendiendo hasta teniente coronel. Sirvió luego como médico de los refugiados en Francia. Al producirse la invasión alemana escapó de Donibane Lohi-tzune en el langostero bretón Solangane. Fue a Irlanda y luego a Inglaterra. Acabó siendo médico de primera clase de las FNFL y médico del 3er. Batallón.

Chófer de estrellas De la villa capitalina vizcaina también era Juan Antonio de Basabe Arrazola. Había servido como teniente de Infantería en un batallón de gudaris y después pasó a Francia. A raíz de la invasión alemana escapó de Donibane Lohi-tzune en el transporte polaco Baron Nairn con Antonio Gamarra y otros. Fue alférez de Navío de 2ª de las FNFL (septiembre 1941).

El citado Antonio Gamarra era gasteiztarra y miembro del Araba Buru Batzar del PNV. Al producirse la invasión alemana de Francia partió de Donibane Lohitzune en el Baron Nairn y llegó a Inglaterra con otros dos compañeros del EBB, Juan Basabe y varios miembros de los Servicios Vascos de Información. Fue oficial de Administración de 2ª de las FNFL. El bilbaino Juan Cotano fue instructor de los Comandos del Ejército de Tierra. Y como curiosidad histórica, el marino de Baiona Gaston Sanz se hizo muy popular en los años 60 por ser el chófer de los actores estadounidenses Liz Taylor y Richard Burton, a los que acompañó en incontables actos públicos. El labortano falleció en 2005.

El canto del cisne de los Fueros vascos Los discursos de Mateo Benigno de Moraza

Este año se cumplen 141 años de la Abolición Foral por la Ley Abolitoria de 19 de julio de 1876, un hecho cuyas consecuencias aún hoy padecemos, y 200 años del nacimiento del patricio alavés Mateo Benigno de Moraza

Un reportaje de Xabier Ormaetxea

Monumento a Mateo Benigno de Moraza en la Plaza de la Provincia de Vitoria-Gasteiz.
Monumento a Mateo Benigno de Moraza en la Plaza de la Provincia de Vitoria-Gasteiz.

De entre las páginas históricas que la lucha en contra de la abolición foral contiene, destaca sin duda alguna la última defensa de nuestros fueros, los discursos legendarios que el diputado alavés Mateo Benigno de Moraza pronunció en el Congreso de los Diputados los días 13 y 19 de julio de 1876, dos piezas oratorias que han pasado a formar parte de nuestra historia, llevando a su autor al reconocimiento unánime de sus contemporáneos y de las generaciones posteriores como un auténtico campeón de la causa vasca.

Mateo Benigno de Moraza nació en la calle Cuchillería de Vitoria-Gasteiz en 1817, estudió Filosofía en la Universidad de Oñate y Derecho en la de Valladolid y ya en 1842 fue nombrado secretario del Ayuntamiento de Gasteiz, y en 1848 consultor de la provincia de Araba. Fue decano del Colegio de Abogados de Araba entre 1855 y 1872 y en 1861 fue designado primer consultor vitalicio de Araba siendo nombrado padre de la provincia en 1862.

Moraza fue íntimo amigo del gran patricio alavés Ramón Ortiz de Zarate, con quien colaboró en publicaciones como la revista El Lirio y con quien escribió en 1852 Vindicación de los ataques a los fueros de las provincias vascas insertos en el periódico La Nación. Juntos lideraron durante varias décadas la vanguardia del fuerismo radical defensor de la integridad de los fueros y la soberanía de las Juntas Generales en el ámbito de su competencia en pie de pacto de igualdad con la soberanía nacional de las Cortes, enfrentada a los partidarios de transigir y fomentando un notable renacimiento cultural y social en la Vitoria de las décadas 50 y 60 del siglo XIX. En 1869 Moraza llegó a ser rector interino de la Universidad libre literaria de Vitoria.

A diferencia de su amigo Ortiz de Zarate que evolucionó del liberalismo radical al neocatolicismo carlista, Mateo Benigno de Moraza nunca tomó partido por el carlismo y a decir de sus contemporáneos se mantuvo fiel a la ideología foral como única bandera política lo cual le sirvió para ser reconocido por todos sus conciudadanos de uno y otro lado. Pese a no haber tomado partido por el carlismo, al principio de la segunda guerra carlista en 1873 fue detenido y encarcelado durante 14 días, manteniéndosele incomunicado, por el único motivo de ser amigo de Ramón Ortiz de Zarate. Durante su cautiverio la población vitoriana, consciente de la injusticia que se estaba cometiendo, acudió en masa a la cárcel para rendirle homenaje.

En febrero de 1876 su vida dio un giro radical, cuando previéndose la intención de promulgar en las Cortes españolas una Ley abolitoria de los fueros, Moraza fue elegido por unanimidad y sin oposición alguna como diputado al Congreso encargado de realizar la defensa de las instituciones vascas; trabajó en precarias condiciones de salud durante tres meses en la preparación de sus legendarios discursos, que tendría ocasión de exponerlos en las sesiones del Congreso de los Diputados de 13 y 19 de julio de 1876.

Sesión del 13 de julio de 1876 Comenzó su discurso exponiendo el convencimiento de que lo que se estaba debatiendo era la abolición jurídica de la ley que amparaba las libertades vascongadas y por tanto de modificar las estructuras sociales y el modo de ser del pueblo, y el País Vasco era reconocido universalmente como asilo de la libertad y de la industria.

En su discurso defendía que los fueros vascos nacen de la costumbre popular y de los pactos de los vascongados con sus señores, el Pueblo Vasco mantiene intactas sus características de raza y lengua y se ha mantenido independiente a lo largo de los siglos, eligiendo libremente señores y pactando libremente con los reinos vecinos, agregándose como estados independientes posteriormente a la Corona Castellana mediante pactos, pero conservando su independencia que fue jurada por todos los reyes posteriores, y manteniendo el derecho a desnaturalizarse del señor.

Los fueros y ordenanzas fueron redactados por los representantes en las Juntas Generales, y sometidos posteriormente a la sanción real, y se equiparan por tanto a lo que son las modernas constituciones.

La independencia del País Vascongado está igualmente confirmada por el sistema económico independiente y separado del resto de la nación e incluso por el derecho internacional ya que las provincias han celebrado a lo largo de la historia tratados internacionales.

La posesión y prescripción de un régimen ininterrumpido de más de 700 años, confirmada por reyes y tribunales no puede ponerse en cuestión por el Parlamento o por la Monarquía, la agregación por pactos libres no permite a una de las partes pactantes modificar o anular lo pactado sin el acuerdo de la otra, es decir solo puede hacerse en las juntas generales y con consentimiento de los vascongados, pues son pactos y en ningún modo privilegios.

Los vascos han participado como aliados de España movidos por su patriotismo en todas las grandes gestas históricas.

Los fueros contienen principios democráticos y ponen límite al poder político, y muestran respeto a las libertades civiles poniendo coto a las arbitrariedades, siendo un ordenamiento garantista.

Las Diputaciones Forales no han sido la causa de las guerras carlistas sino que han defendido la legalidad y el orden, y los ayuntamientos de las capitales vascas han sido en estas guerras bastiones inexpugnables de la defensa contra los carlistas, salvando los fueros.

Es injusto achacar a los fueros el ser la causa de la guerra, que se ha debido a causas religiosas y del pensamiento reaccionario.

Habiéndose demostrado que la guerra no fue por causa de los fueros sino por razones religiosas y políticas, debe de respetarse la ley confirmatoria de 1839 que nunca ha dejado de estar en vigor. La abolición de los fueros conducirá a la ruina inefable de las provincias Vascongadas.

“Los vascongados aman con idolatría sus fueros, para los vascongados son la vida, el aire, su modo de ser, su pasado, su presente el motivo de todo su orgullo, el motivo de todo su interés en la tierra. La mayor satisfacción que podéis darles es conservárselos, para que los puedan transmitir ilesos a las generaciones venideras, este es el ruego que os dirigimos; a la sombra de los fueros hemos nacido, y a la sombra de ellos quisiéramos morir”.

Discurso del 19 de julio de 1876 Moraza negó la exactitud de la afirmación del Sr. Roda de que las provincias tenían la pretensión de tratar con la nación española de potencia a potencia, sus relaciones siempre han sido corteses, defendiendo sus derechos con respeto, ya que se habían entregado voluntariamente a la corona guardando sus fueros.

Rechazó Moraza la afirmación de que la victoria y la fuerza son las fuentes del derecho moderno, pues si se aceptaba eso habría que admitir que la abolición de los fueros era un castigo que se extendía no a los culpables de las guerras carlistas sino a toda la población incluyendo a los liberales que combatieron al carlismo.

El discurso prosiguió con citas históricas sobre el comportamiento leal de los vascongados, y Moraza finalizó su discurso con un último ruego, afirmando que si la abolición de los fueros era la resolución irrevocable de las Cortes, regresaría a sus montañas a pedir resignación pero manteniendo la fe ciega y la esperanza en la justicia, la bondad y la hidalguía de la nación y del joven monarca, y reclamando una y cien veces para que al fin sus ruegos fueran escuchados por ser los ruegos de la razón y del derecho. “La causa que hemos sostenido ha sido, es y será la causa de la razón, de la historia, de la justicia y de la humanidad.”

De poco sirvió esta heroica defensa, que vino a minar la ya menguada salud de nuestro personaje. Como había expresado Cánovas “cuando la fuerza causa Estado, la fuerza es el Derecho”, los argumentos cargados de razón y de justicia de Moraza chocaban contra un muro de incomprensión y de maldad.

Llama poderosamente la atención que el discurso de Moraza, al igual que muchas de las defensas del sistema foral, reivindicaban la independencia de las provincias y a la vez contenían mensajes de acendrado patriotismo español. Ello solo se explica desde el llamado “doble patriotismo” que concebía y defendía la idea de España como una “monarquía compuesta” formada por Estados soberanos que compartían una misma corona. La incomprensión española de esta concepción puede explicarnos por qué los británicos tienen una Commonwealth de la que forman parte 52 países, y que sin embargo ese modelo sea inconcebible en estas latitudes.

Dimisión y reelección Moraza, pese a regresar a su amada Vitoria con su salud muy maltrecha, presentó su dimisión como diputado para someterse al juicio de sus conciudadanos, que volvieron a elegirle nuevamente sin oposición alguna. Su salud había decaído, pero no su ánimo que le llevo a fijarse el objetivo de “Ir al congreso, hacer la más amplia, completa y poderosa defensa de los fueros y morir”, heroico objetivo que no pudo llegar a cumplir pues en enero de 1878 falleció.

Los funerales de Moraza en Vitoria y muy especial el de Bilbao celebrado en la catedral de Santiago y con todos los establecimientos de la ciudad cerrados fueron una manifestación de masas en homenaje a los fueros vascos y a su último y heroico defensor.

Acabaremos este homenaje al gran Moraza con unos versos de su amigo Antonio de Trueba:

Dicen que el cisne al morir canta

y hoy tanto de mortal mi canto tiene

que parece del cisne mi garganta.