Los hijos de la Nación vascongada: La Hermandad de Arantzazu en Lima

La Hermandad que los vascos constituyeron en Lima en 1612 se convirtió en una referencia para el resto de personas llegadas desde Euskal Herria al Nuevo Mundo, siempre con la figura de la Virgen de Arantzazu como eje aglutinador.

Un reportaje de Luis Javier Pérez

Cuando el 13 de febrero de 1612 se reunieron en Lima un grupo de vascos decididos a poner en marcha una hermandad que agrupara a los hijos de la nación vascongada que vivían en aquella plaza, seguro que no eran conscientes de que estaban empezando a escribir una página fundamental de la historia de su Pueblo.

Basílica y convento de San Francisco en Lima, sede de la capilla y la bóveda de la Hermandad de Nuestra Señora de Arantzazu. Foto: Bruno Locatelli

Aquellos 105 vascos (49 de Bizkaia, 35 de Gipuzkoa, 9 de Nafarroa, 7 de Araba y 5 de las Cuatro Villas) constituyeron una organización soberana que acogía a alaveses, vizcainos, guipuzcoanos y navarros, junto con originarios de la Cuatro Villas (San Vicente de la Barquera, Santander, Laredo y Castro Urdiales). Su objetivo era el de atender a las necesidades materiales y espirituales de sus compatriotas. Y lo hicieron como hermanos, como iguales, y como miembros de una misma nación, la vascongada.

La ciudad de Lima había sido fundada menos de un siglo antes, un 18 de enero de 1535. La comunidad vasca se había ido asentando y consiguiendo una posición predominante, como en el resto de la América colonial y nació entre ellos la idea de que era necesaria una organización que les estructurara y que defendiera sus intereses. Escogieron la fórmula de Hermandad, una organización que sin abandonar una clara misión religiosa, tenía como objetivo clave el apoyo mutuo entre sus miembros. Apoyo que también se extendía a todos los miembros de la nación vascongada que estando en Lima, tuviesen alguna necesidad.

La Hermandad se ideó con una característica que es esencial: era una organización que no dependía ni de la Iglesia ni de las autoridades civiles. Fue creada para gobernarse a sí misma y para depender solo de la decisión y voluntad de sus miembros. Además, guardaba unos principios democráticos poco habituales en la época basados en las estructuras de decisión propias del país. Una forma de organizarse que lo impregnaba todo en la tradición vasca: el sistema foral, las reuniones de los vecinos de los municipios vascos a las puertas de las iglesias donde se trataban los temas comunes, o el auzolan donde todos colaboraban para atender las necesidades comunes. Todas esas tradiciones de gobierno comunitario marcaron su forma de organizarse y gobernarse.

Los vascos-vizcainos-vascongados-cántabros (diferentes formas de denominar a los miembros de esta comunidad nacional en aquella época) en América, eran una clara minoría con unas características sociales y económicas muy específicas, y eso fue también una de las razones que les impulsó a organizarse. Lo que ocurrió pocos años después en Potosí, la Guerra Vasco-Vicuña de 1622, demostró que esa auto-organización era una necesidad.

La Andra Mari de Arantzazu Un elemento clave de toda esta estructura asociativa vasca en América es la preponderancia de la advocación de estas cofradías y hermandades a la Virgen de Arantzazu. Hay profundas razones que lo explican.

En primer lugar, la aparición de la figura de la Virgen a mediados del siglo XV en mitad del monte tuvo una gran repercusión en el país, que se encontraba destrozado por la guerra de bandos y la sequía. Esto fue visto como una señal por parte de un pueblo cansado de los asaltos, las batallas, el pillaje y los robos a cargo de una nobleza local. Desde sus inicios, el Santuario fue un centro de peregrinaciones y de devoción para vascos de todos los territorios peninsulares (no es desdeñable la ubicación centrada de este santuario con respecto a los cuatro territorios).

Por otra parte, los vascos de Lima continuaban con la tradición tan propia del País de organizarse en hermandades y cofradías, bajo la advocación de la Virgen, que se convirtieron en importantes herramientas de la sociedad vasca de la época para parar los desmanes de los clanes banderizos.

Eso no fue una excepción en América, como explicó Miguel Irízar Campos C.P. (Padre pasionista, una orden de profunda raigambre vasca, y obispo emérito de la Diócesis del Callao), en su homilía en la misa del 400 aniversario de la constitución de esta hermandad:

Los vascos, al asentarse en las principales ciudades del Nuevo Mundo, se asociaron entre sí en hermandades y cofradías dedicadas precisamente a Nuestra Señora de Arantzazu. Es éste un hecho significativo, pues revela que la devoción a la Andra Mari gipuzkoana no solo se había propagado a lo ancho y largo de Euskal Herria, sino que también había llegado a ser un signo religioso de tal relieve en la conciencia del vasco, que fue capaz de representar sus aspiraciones más profundas en lo que se refiere a su identidad étnica y solidaridad cristiana al aunarse con sus hermanos de América Latina.

La Hermandad de Nuestra Señora de Arantzazu de Lima fue un referente y una guía para este proceso. Inspiró a los vascos del resto de la América colonial y su modelo, con adaptaciones locales, fue la guía para otras agrupaciones, como las de Santiago de Chile o de México.

El punto de encuentro y el eje de esta Hermandad en Lima se encontraba en la Iglesia de San Francisco (a cargo de los Franciscanos). En concreto adquirieron una capilla y una bóveda sepulcral, que se convirtieron en el corazón de esta comunidad.

La figura de la Andra Mari que ocupa el lugar de honor del retablo de esta capilla es una copia de la que fue coronada en 1646 y que fue destruida, como todo el retablo, en un terremoto. La actual es de 1911 y en estos momentos necesita ser sometida a una profunda restauración en la que, seguro, que algunos vascos de la ciudad tendrán un papel fundamental.

La crisis de la Hermandad La época más dura se inicia en el siglo XIX. La bóveda, un elemento fundamental y de un profundo valor simbólico, fue clausurada en 1808 debido al ordenamiento que prohibía los enterramientos dentro de las iglesias y las ciudades.

José de la Puente Brunke (director del Instituto Rivas Agüero) relata cómo fue ese momento:

Siguiendo tales disposiciones, los mayordomos de la Hermandad retiraron una lápida de bronce que tenía allí más de un siglo -se había instalado en 1693-, en la cual aparecía la siguiente inscripción: ‘Aquí yacen los muy nobles y muy leales hijos y descendientes de la Provincia de Cantabria’. (…) en el mismo documento se señalan una serie de precisas instrucciones para quienes en el futuro quisieran reabrir la bóveda (…) ‘Esta explicación y noticia se pone aquí para los venideros (…); en caso necesario es fácil quitarla y dar entrada a la bóveda’. Todo indica, en efecto, que la clausura de la bóveda sepulcral de la capilla de la Hermandad se realizó con gran pesar por los miembros de la misma, quienes de algún modo mostraron su deseo de que en el futuro pudiera ser reabierta.

Dicho pesar puede percibirse en la documentación de la Hermandad, al aludirse a los nichos que se reservaron en el Cementerio General: Para reparar en algún modo la falta de la bóveda de Aránzazu en su capilla, se han tomado en el camposanto (…) nichos que están distinguidos con la inscripción de pertenecer a la Ilustre Hermandad de Nuestra Señora de Aránzazu.

El otro gran golpe que sufrió la Hermandad fue en 1865: la decisión de su nacionalización por parte del Gobierno del coronel Prado. Los bienes y la documentación de la agrupación limense fueron requisados y trasladados a la administración de la Beneficencia pública de Lima.

Su renacimiento Esto, que parecía el final de la historia, no fue otra cosa que un punto y aparte. Las instituciones vascas tienen una inmensa capacidad de resiliencia, una capacidad extraordinaria de superar las dificultades y sobrevivir a las situaciones más traumáticas.

El espíritu que había impulsado a aquellos vascos a fundar la Hermandad seguía vivo a pesar del golpe que significó la intervención del Gobierno en 1865. Un grupo de miembros deciden mantener su idea y su espíritu, reuniéndose en el Club Nacional de Lima (fundado en 1855). Fueron ellos los que en 1912, conmemoraron el 300 aniversario.

Cien años después, también un 13 de febrero y también en el Club Nacional de Lima, se crea Arantzazuko Euzko Etxea de Lima. Una asociación cultural que tenía el objetivo inicial de conmemorar los 400 años de la Hermandad. Un vasto proyecto impulsado, y financiado, por Julio Pablo Bazán, fallecido hace un año, que asumió la ingente labor de recuperación de todo el legado de esta institución y de las instituciones hermanas creadas en otras poblaciones americanas.

Para este aniversario se organizó un acto académico en el Instituto Riva-Agüero de la capital peruana, consistente en unas conferencias a cargo de José La Puente Brunke, Oscar Álvarez Gila, Elena Sánchez de Madariaga, Elisa Luque Alcaide y Diego Lévano Medina.

Además de los actos académicos y religiosos propios de una conmemoración de esta importancia, hubo un acto lleno de profundo simbolismo, que se repite allá donde un grupo de vascos se organiza: la plantación de un retoño del Árbol de Gernika. La sombra de este roble, símbolo de las Libertades Vascas y de las Libertades de los Vascos, ha ido extendiéndose por el mundo, a través de sus vástagos, cumpliendo la misión que el bardo Iparraguirre recogió en su Gernikako Arbola: Eman ta zabal zazu munduan frutua.

En este acto, además, el simbolismo era doble. El retoño del Árbol sagrado fue enviado desde Santiago de Chile -la sede de una de las hermandades de Arantzazu-, por la Eusko Etxea de aquella ciudad. Para los vascos de Chile aquel año fue muy especial. No solo colaboraron de una forma directa en conmemorar los 400 años de la institución peruana, sino que también celebraron el centenario de la fundación del Centro Vasco de Santiago. Desde ese momento esta Hermandad y la Euzko Etxea que de ella ha emanado, mantienen una significativa actividad.

Como corolario de toda esta historia, se puede resaltar la fuerza y el vigor que la comunidad de vasco-descendientes conserva en todo el mundo. Hay algo mágico, profundo, en ese compromiso que se mantiene a través de los años y de los siglos, por mantener vivas y fuertes las raíces que les unen a su historia y a sus orígenes. Ellos son una parte fundamental, clave, de nuestra Nación.

El niño de la guerra que luchó contra Hitler en Finlandia

La familia de Antonio Ibáñez Laporta insta al Gobierno vasco a que medie para repatriar los restos del vizcaino que falleció en la II guerra Mundial

Iban Gorriti

SOLO tres años. Desde hace tan solo tres años, una familia vizcaina tiene constancia de que un pariente de Orduña que fue exiliado a la URSS en 1937 acabó luchando en la Segunda Guerra Mundial y murió como consecuencia del conflicto bélico en un hospital de Finlandia. Esta familia sueña con que los restos de Antonio Ibáñez Laporta puedan descansar por fin en su ciudad natal.

Con este objetivo, en este trienio uno de sus sobrinos, el getxotarra José Ignacio Ibáñez, ha tratado de tocar todas las puertas. Tras dar palos de ciego, desea poder ser escuchado y ayudado por el secretario general para la paz y convivencia del Gobierno vasco, Jonan Fernández, o por la directora del Instituto de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos, Gogora, Aintzane Ezenarro. “A ver si gracias a ellos podemos traer sus restos a Euskadi. Por ahora, el Ayuntamiento de Orduña y la Sociedad de Ciencias Aranzadi son los que más nos han ayudado. He contactado con consulados, embajadas… pero silencio”, lamenta el familiar de aquel niño que se subió a un barco el 13 de junio de 1937, sin la compañía de ningún miembro de su familia, y que nunca regresó.

Esa fecha fue la tercera y última en que el histórico barco Habana zarpó hacia Rusia. En él también partió Clara Agirregabiria, madre del a la postre famoso jugador de baloncesto internacional Chechu Biriukov por Rusia y España. El Habana salió de Santurtzi con 4.500 niños y niñas. Su primera parada fue el puerto de Paullac (Burdeos). De este contingente, un grupo de 1.610 niños protagonizó la única expedición que soltó amarras con destino a Rusia.

El libro de Jesús Alonso Carballés 1937. Los niños vascos evacuados a Francia y Bélgica, editado en 1998 por la Asociación de niños evacuados el 37, mantiene que en Paullac los menores destinados a Rusia “transbordaron directamente al vapor francés Sontay, y sin tocar tierra, se dirigieron a Leningrado -hoy San Petersburgo- donde llegaron varios días después. Desde allí fueron trasladados a Crimea, Odessa y Moscú”.

La familia Ibáñez Laporta, como la guerra, estalló en pedazos en 1936. Aquel matrimonio compuesto por un carpintero y una ama de casa de Orduña tenía ocho hijos. Tres de ellos partieron a luchar por las libertades y derechos humanos contra los impulsores del golpe de Estado militar. Se alistaron en batallones de la CNT del Euzkadiko Gudarostea como el Malatesta, Durruti, y Sacco y Vanzetti. Según avanzaba el conflicto, la madre tuvo que exiliarse a Catalunya, como antes lo había hecho su hijo Antonio en dirección a la URSS. El deseo de aquellos generales españoles de querer instaurar una dictadura quebró sus felices sueños.

Lo curioso es que la familia calló ante los suyos. Según José Ignacio Ibáñez “fue un tema escabroso. Nunca quisieron decirnos nada. Pero nada de nada. Ni siquiera conocíamos el nombre de Antonio. ¿Qué puede tener de malo? Solo nos dijeron en su día que el tío, de niño, fue exiliado a Rusia y que allí murió de tristeza, como se decía entonces”.

Campo de prisioneros Y no fue de ese modo. Antonio Ibáñez Laporta murió por luchar contra el imperio nazi de Hitler, como sus tíos anarquistas contra los Mola o Franco. “Fue en 2015 cuando nos llamaron de la policía de Indautxu y nos dijeron que el cuerpo de mi tío estaba en Finlandia. Desde aquel país nos mandaron una información de la Cruz Roja. Dicen que está en una fosa común con otros 500 muertos, pero no concuerda si al mismo tiempo nos dicen que murió en un hospital militar”, afirma José Ignacio en referencia a un listado oficial ruso de prisioneros de guerra, muertos y personas que lucharon en Finlandia entre 1939 y 1955.

Antonio Eliseo Ibáñez Laporta, nacido el 2 de diciembre de 1924 y exiliado a San Petersburgo en 1937, es uno de ellos. El Ministerio de Asuntos Exteriores de Finlandia informa de que fue soldado en el ejército de la Unión Soviética, de la unidad de infantería JVR 3, del batallón P3 y de la octava compañía. Fue capturado el 10 octubre de 1941, hace 77 años, en el lago Syväri. Su placa de prisionero era la número 05946/5.

Fue enviado a un campo de concentración de prisioneros de guerra sin identificar y después a otro campo en Jarjestelyleiri (Nastola). De allí le trasladaron a un tercero en Sotasairaala y al hospital militar del mismo enclave en Utti. Falleció el 29 de abril de 1942 por “hambre, debilidad, debilidad general e infección en el intestino. Astenia. Enteritis”, según el informe de la Cruz Roja finesa.

El enterramiento de Antonio, según estas mismas fuentes, se produjo en Hautauspaikka, en la región de Kymi, Valkeala, zona del campo de Utti. “¿Si muere en el hospital, para qué van a meterle en una fosa común?”, se pregunta José Ignacio, mientras anhela tener más apoyos institucionales para repatriar a su tío.

La familia de Antonio, gracias a la Sociedad de Ciencias Aranzadi, cuenta con la ficha del Gobierno vasco de 1937 en la que se da a conocer que Ibáñez Laporta iba a ser exiliado a la URSS. La credencial que muestra su joven rostro detalla su nacimiento y que su madre se llamaba Josefa Laporta, así como una dirección de residencia en Bilbao, en la calle Iparragirre. El Departamento de Asistencia Social le dio este primer pasaporte. La familia, ahora, sueña con que el Gobierno vasco actual le consiga otro: devolverle a su tierra.

El último vuelo de las sorginak

Hace cuatrocientos años se puso fin a la persecución de supuestas brujas y brujos en el Duranguesado, gracias al inquisidor Alonso de Salazar y Frías, conocido como el abogado de las brujas, que fue juez en Zugarramurdi.

Un reportaje de Jon Irazabal Agirre

Casa de Juntas de Gerediaga, donde se reunían los representantes de las anteiglesias del Duranguesado.Fotos Gerediaga Elkartea y Mitxi
Casa de Juntas de Gerediaga, donde se reunían los representantes de las anteiglesias del Duranguesado.Fotos Gerediaga Elkartea y Mitxi

LAS tierras vascas sufrieron un convulso inicio del siglo XVII en lo referente al tema de la brujería. Los procesos de Pierre Lancre en Iparralde (1609) y el proceso de Zugarramurdi en Nafarroa (1609-1610) generaron un clima en el que tanto las autoridades como los vecinos veían brujas y brujería en todos los rincones. En este clima fueron diversas las voces que manifestaron su desacuerdo con lo que sucedía y las sentencias que se dictaban. Uno de estos disidentes fue el inquisidor Alonso de Salazar y Frías, quien había ejercido de juez en Zugarramurdi y había logrado que la Inquisición revisara el proceso. Tras la revisión, Salazar redactó un informe sobre lo acontecido en aquellas tierras navarras y lo presentó al Tribunal de la Inquisición. En el escrito, el inquisidor afirmaba que las brujas no existían y que lo acontecido en Zugarramurdi solo había tenido lugar en la mente de las acusadas y de las delatoras.

A raíz de este informe, en 1614, la Inquisición adoptó un criterio receloso en lo que atañía a las denuncias por brujería y promulgó el conocido como Edicto del Silencio. En él se recogían instrucciones basadas en las recomendaciones de Salazar, formando la base sobre las que se asentó la jurisprudencia que regiría con posterioridad. Por su parte, las autoridades civiles, ignorando los consejos del edicto, continuaron en su guerra contra la brujería.

Fue en junio de 1616 cuando surgieron los primeros problemas en Bizkaia. Teresa de Landachua, hija de un buhonero radicado en Bermeo, declaró que de noche la llevaban como bruja a los aquelarres. A raíz de estas manifestaciones, las autoridades civiles de Bermeo iniciaron una dura caza de brujas que causó la muerte de varias mujeres a las cuales se les negó incluso la sepultura. En Gernika, se llegó a dejar insepulto el cadáver de una mujer, que fue comido por los perros. Juan de Arecheta, comisario de la Inquisición en Bermeo, se opuso a esta salvaje represión pero fue ninguneado por las autoridades civiles, por los curas y los propios familiares de la Inquisición.

Tras estos incidentes, en octubre de 1616, las Juntas de Gernika se dirigieron al rey Felipe III, señor de Bizkaia, mostrándole su preocupación por los daños que estaban causando las brujas en el Señorío. En el escrito se denunciaba la actitud pasiva, acorde con las recomendaciones emanadas tras el Edicto de Silencio, que mostraban frente al problema el corregidor Hernando de Salcedo y Avendaño, así como el Tribunal de la Inquisición de Logroño, y se solicitaba el nombramiento de un juez que se hiciera cargo de la instrucción del caso.

El señor de Bizkaia, Felipe III, nombró un juez seglar quien comenzó su labor pidiendo opinión al jesuita Diego de Medrano sobre cómo actuar en el caso. Este informó de que fueran los propios curas del lugar de procedencia de las supuestas brujas quienes trataran el tema, sin involucrar a la Inquisición y sin dar publicidad a las acusaciones. Solicitado dictamen a la Inquisición de Logroño, el nuevo inquisidor riojano, Antonio de Aranda y Alarcón, junto a Salazar y Frías respondieron que era mejor no remover el tema. A pesar de todo ello, las autoridades civiles permanecieron aferradas a criterios y creencias antiguas.

Los ‘chivatos’ En este ambiente, el rey nombró nuevo corregidor del Señorío a Francisco de la Puente Agüero, a quien comisionó para que dictara justicia también sobre el tema de la brujería. Trasladado a Bizkaia, de la Puente tomó posesión de su cargo y, en la Junta General celebrada en Gerediaga el 13 de abril de 1617, nombró teniente corregidor de la Merindad de Durango a Gaspar del Hoyo Alvear, natural de tierras cántabras y familiar de la Inquisición de Navarra. Los familiares eran los funcionarios de menor nivel de la Inquisición y su función era la de informar de todo lo que fuera de interés para esta, es decir eran los chivatos del Tribunal. Es de suponer que Del Hoyo conocía bien lo acontecido pocos años antes en Navarra y se puede decir que por su forma de actuar no era una persona cercana a las tesis de Alonso de Salazar y Frías. En este sentido, tampoco las autoridades civiles de Bizkaia estaban por la labor de aceptar el pensamiento de Salazar y persistieron en su guerra contra las brujas teniendo para ello unos magníficos aliados en las figuras de Francisco de la Puente Agüero y Gaspar del Hoyo.

En la Junta de Merindad celebrada el 3 de septiembre de 1617 so el árbol de Gerediaga se reunieron, presididos por Gaspar del Hoyo y de su alcalde (ayudante) Luis de Gamboa, los fieles de las 12 anteiglesias del Duranguesado; Pedro de Betosolo (Abadiño), Martín Ibáñez de Sarria (Berriz), Domingo de Celaya Goitana (Mallabia), Joan de Aguirre Jausolo (Apatamonasterio), Joan Ruiz de Azcarraga (San Agustín Etxebarria), Martín de Aranguren y Martínez de Jainaga (Zaldua), Iñigo de Dueña (Garai), Joan de Baraia (Mañaria), Joan de BesoitaUrien (Iurreta). Joan de Aldecoa (Arrazola), Pedro de Arceaga (Axpe) y Antón de Mendive (Izurtza). Las cuatro villas del territorio no solían participar en las Juntas de Merindad.

El acta de la sesión recoge que se trató muy extensamente acerca de los numerosos brujos, brujas, hechiceros y hechiceras de la Merindad y que se acordó pedir poderes al corregidor del Señorío para que el teniente de la Merindad, Gaspar del Hoyo, averiguase los daños que causaban y así poder castigarlos, comisionando para entender de dicho tema al fiel de Apatamonasterio, Juan de Aguirre Jausolo.

Verdad y castigo La semana siguiente, el 10 de septiembre, en una nueva Junta celebrada en Astola, Juan Aguirre Jausolo leyó los pareceres del doctor Saravia y de los licenciados Aperribay y Garren, sobre la petición formulada por la Merindad al corregidor en relación a las brujas, brujos y hechiceros. En sucesivas reuniones el tema de las brujas siguió estando presente en el orden del día de las Juntas. Así, el 24 de septiembre se leyó la carta en la que el corregidor Francisco de la Puente daba comisión al teniente Gaspar del Hoyo para perseguir a las brujas y hechiceros, ordenando que en el plazo de 6 días den los mismos noticia de las brujas y brujos y hechiceros que tuvieren noticia y sospecha que lo son y de los testigos que en razón de ello puedan decir y declarar para que su merced cumpla con lo acordado. Se acordó también que el primer domingo o fiesta de guardar se celebrara una solemne misa en honor de la Santísima Trinidad para que la misma alumbrara en la declaración de la verdad y castigo de los malhechores. El 8 de octubre se consultó sobre los castigos a imponer y se prohibió a los vecinos de la Merindad alojar en sus casas y mesones a franceses y, en especial, a los de Navarra Navarra, dado que eran de mala fama y opinión de brujos. También acordaron dar noticia de los decretos adoptados a las villas de Durango, Ermua y Elorrio.

En este sentido, el concejo de la villa de Durango el 13 de octubre, festividad de San Fausto, adoptó el mismo acuerdo, prohibiendo a mesoneros y vecinos alojar a franceses a no ser que estuvieran de paso. Franceses que, en realidad, eran habitantes de Iparralde, fugitivos de la represión de Lancre. Gaspar del Hoyo al usar el término los de Navarra Navarra seguramente se refería a los habitantes Baxenafarroa, territorio al que había dejado reducido el reino de Nafarroa tras las invasiones castellanas del siglo XVI.

En esta Junta del 8 de octubre de 1617 los fieles manifestaron no tener conocimiento de la existencia de brujos. Este acuerdo produjo fuertes discrepancia entre el poder eclesiástico y civil a la hora de enjuiciar la supuesta brujería, generándose una situación que obligó a la Inquisición a comisionar a Alonso de Salazar y Frías y enviarlo a Bilbao, donde llegó el día 1 de noviembre, festividad de Todos los Santos. En Bilbao, Salazar se reunió con el licenciado Juan de Arecheta, antiguo comisario de la Inquisición en Bermeo y que en el caso de brujería habido en la localidad costera en 1616 se había manifestado en contra de las actuaciones del Señorío.

Tras la visita, Alonso de Salazar logró frenar a jueces y autoridades locales aplicando el Edicto de Gracia, creyendo de esta manera encauzar el problema y dominar las contrariedades. Pero el clero estaba dividido entre los que creían en brujas y los que no. Tanto el corregidor como el teniente de corregidor continuaron con su cruzada.

“Hasta el tormento” En la Junta celebrada en Astola el 2 de febrero de 1618 se dio cuenta a los fieles (alcaldes) de las diligencias que se habían practicado contra los brujos y brujas de la Merindad. Puente Agüero en marzo-abril de 1618 intentó juzgar a los que él considera brujos y brujas pero sin éxito, imponiéndose el razonamiento de Alonso Salazar. Finalmente, el 5 de junio de 1618, en la reunión celebrada so el árbol de Gerediaga se acordó por orden del teniente corregidor liberar a dos de las tres brujas que hallaban encarceladas en Astola. De la que quedó en prisión se señalaba que no tenía bienes con los que sustentarse y se pedía a los fieles que solicitaran limosna en sus anteiglesias con el fin de mejorar su situación. Todavía en marzo y junio de 1619, en las Juntas de Bizkaia celebradas en Gernika, se pidió de nuevo, y con reiteración, medidas contra las brujas, llegando un juntero a solicitar que se procediera “con todo rigor y hasta el tormento”.

Las creencias religiosas obsesivas sembradas durante siglos por clérigos de muy pocas letras hallaron durante mucho tiempo eco en autoridades locales no mejor dotadas. Frente a esta situación, la gran labor del inquisidor Alonso de Salazar y Frías, conocido acertadamente con el sobrenombre de el abogado de las brujas, quien a pesar de la opinión de las autoridades civiles y de muchas mujeres y hombres del Duranguesado, ordenando que todo lo concerniente a las brujas se remitiera a la Inquisición de Logroño, logró dar terminó al último vuelo de las brujas y brujos de la Tierra de Durango.

En el cuarto centenario de los hechos, en recuerdo de aquellas mujeres invisibles para la historia, las Juntas Generales de Bizkaia y Gerediaga Elkartea, han promovido un manifiesto en favor de la libertad de pensamiento, conciencia y creencia, firmado por los alcaldes del Duranguesado el 9 de junio, así como la instalación, el 16 de octubre, en el espacio Foral de Gerediaga de una silueta de mujer.

De protector a ser fusilado

El sindicalista abertzale Juan Eskubi Urtiaga protegió a derechistas, pero, al mismo tiempo, su labor en el Comité de Defensa de la bombardeada localidad de Durango le llevó al paredón de Derio con apenas 31 años

Iban Gorriti

DOS bombardeos fascistas hicieron temblar en solo seis meses los cimientos de Durango y a familias de la villa durante la guerra aún calificada por algunos como civil. Bien lo supo el abertzale Juan Eskubi Urtiaga, representante del sindicato SOV (Solidaridad de Obreros Vascos) en la Junta de Defensa local, de la que fue presidente desde agosto de 1936. Es decir, solo un mes después del fallido golpe de Estado que militares españoles dieron en julio y que derivó en un finalmente conflicto bélico internacional.

El primer bombardeo sobre Durango que Eskubi conoció ocurrió el 25 de septiembre de 1936. El otro, el 31 de marzo de 1937 y días posteriores. En el inicial, los a la postre franquistas lanzaron unas bombas sobre el frontón descubierto de Ezkurdi en el que jugaban a pelota y descansaban algunos soldados republicanos. Murieron doce soldados y como venganza, se cree que fue el Batallón Rusia (JSU) quien sacó del calabozo local a 22 derechistas y los fusiló en el cementerio municipal.

Eskubi, en el centro de la imagen de camisa blanca y sin corbata, con amigos en 1930.Foto: Durango Kultur Elkartea
Eskubi, en el centro de la imagen de camisa blanca y sin corbata, con amigos en 1930.Foto: Durango Kultur Elkartea

Medio año después, el último día de marzo de 1937, llegó el banco de pruebas ya amenazado por el general golpista Mola. La aviación fascista italiana en operación coordinada por la Legión Cóndor nazi y aprobada por los sublevados contra la legítima Segunda República atentaron contra la población civil de la villa a cielo abierto. Asesinaron a, al menos, 336 personas ya registradas y destrozaron tanto casas particulares como patrimonio eclesiástico.

Eskubi acabaría fusilado con solo 31 años el 24 de octubre de 1938, hace 80 años. “El fusilamiento de Eskubi impactó por la relevancia que tuvo en la Junta de Defensa, organizando Durango bajo los escombros”, subraya Maria González Gorosarri, docente en la UPV/EHU e integrante de la asociación memorialista Durango 1936 Kultur Elkartea.

La entrega de este sindicalista afiliado a EAE-ANV tuvo consecuencias. “Fue uno de los primeros sindicalistas del Duranguesado. Él evitó fusilamientos de derechistas en 1936 y por los no evitados lo fusilaron”, mantiene el investigador iurretarra Jon Irazabal de Gerediaga Elkartea.

Como jefe de Orden Público, Eskubi, nacido en Begoña, cumplió funciones de policía, vigilancia de carreteras y edificios, emitió y pidió salvoconductos… “Protegió a derechistas de Durango, incluso hizo algún salvoconducto como al director del colegio San José Jesuitak”, aporta Jiménez, quien va más allá: “sin embargo el Ayuntamiento emitió informes negativos en su juicio como partícipe de los fusilamientos tras el bombardeo del 25 de septiembre”.

El también representante de las juntas de defensa de Lemoa y Ugao-Miraballes acabaría fusilado en Derio. No obstante, el técnico de la Sociedad Aranzadi matiza que “en la causa general no aparece su nombre por ninguna parte como partícipe de los hechos de fusilamiento en el cementerio”.

La asociación Durango 1936 Kultur Elkartea cuenta con un banco de entrevistas en su ejemplarizante web. Uno de los testimonios es de Juan Mari Eskubi Arroyo. El hijo del fusilado por los franquistas asegura que le acusaron “de tener influencia para hacer el mal”. Hace referencia al jaimista Adolfo de Uribasterra (carlista por el Partido Tradicionalista), quien según información del Archivo Municipal de Durango, desde 1931 hasta 1936 fue regidor y el 4 de agosto de 1937, en la primera sesión del Ayuntamiento tras la entrada de las tropas leales al golpe de Estado, volvió a ser nombrado alcalde. Su hermana estuvo casada con Esteban Bilbao, presidente de las Cortes.

“Adolfo -apostilla Eskubi hijo- manda un par de escritos y un telegrama al consejo de guerra para insistir que mi padre era una malísima persona y que merece el peor castigo. Que valiéndose de su influencia en el partido, sindicato y junta de defensa ordenó matar a aquellos 22 derechistas y a más gente”, lamenta, pero aporta el pensamiento contrario de otras personas de la localidad. “El doctor Navarro, tradicionalista, hace un certificado donde dice que tomaba decisiones que servían para salvar a la gente, que era una bellísima persona. Un director de Maristak también dice lo mismo, que daba salvoconductos para moverse con total tranquilidad. Capelastegui, de Hijos de Mendizabal, también hace un escrito a favor de mi padre. De Olma, también un tal Arieta no se qué… también dijo que era una bellísima persona”.

Mientras tanto, la familia que había sido exiliada por el Gobierno vasco a Burdeos tras la emigración interior en Bilbao y Santander, conoció la pena de muerte decretada en Santoña y su traslado a la cárcel vizcaina de Larrinaga.

Monseñor Laucirica, por su parte, echó al traste los intentos de la madre de Eskubi y su esposa de recabar apoyos para salvar su vida. “Una firma de este excelente representante de la Santa Cruzada de la Santa Madre Iglesia y del nacional-catolicismo que imperaba entonces era suficiente para salvar a mi padre y no se dignó en recibirles. Las despreció. Lo he oído contar siempre y no sé qué aspecto tenía pero yo le veo con cuernos y rabo en mis pesadillas”.

Juan Mari, además, evoca una llamada telefónica que recibió. “Me llamó por teléfono. Yo debo mi existencia a tu padre. ¿Cómo es eso?, le dije. Mi padre iba en aquella fila de prisioneros de la cárcel al cementerio para fusilarlos. Tu padre sacó de la fila al mío y dijo: ‘De este me encargo yo’. Mi padre, siempre según su versión, pensó que el tiro se lo iba a dar tu padre, pero qué va, se lo llevó al batzoki y le tuvo en la carbonera protegiéndole. Su madre le dio por muerto, pero el protegido le dio una foto con una nota al dorso para que supiera que seguía vivo. Nací en 1942, gracias a tu padre que le salvó de la muerte al mío”.

Tere Verdes una desconocida heroína vasca

En 1959, fallecía Tere Verdes, una de las componentes de la Red Álava, cuyas integrantes no han sido homenajeadas hasta 2018

Un reportaje de Marian Moreno Royo

Los alrededores de la iglesia de San Antón, abarrotados el día del funeral por Tere Verdes, en marzo de 1959. Fotos: Sabino Arana Fundazioa
Los alrededores de la iglesia de San Antón, abarrotados el día del funeral por Tere Verdes, en marzo de 1959. Fotos: Sabino Arana Fundazioa

Tere Verdes murió demasiado pronto, todavía en pleno franquismo, a finales de la década de los 50 con solo 51 años. Un cáncer de mama se la llevó muy joven. Hasta 2018 nunca había sido homenajeada ni recibido el menor reconocimiento público. Hasta ahora solo podíamos constatar que las inmediaciones de la bilbaina iglesia de San Anton aparecen abarrotadas en las viejas fotografías de su funeral en marzo de 1959, una multitudinaria despedida celebrada casi en la clandestinidad.

Como responsable de donaciones de Sabino Arana Fundazioa he tenido la suerte de contactar con muchos veteranos antifranquistas. Me hubiera encantado conocer también a María Teresa Verdes Elorriaga (Bilbao, 1907-1959). Su ejemplo y lucha se presentan en la exposición Red Álava. Mujeres invisibles. Espionaje y solidaridad que hasta finales de octubre puede contemplarse en la sede del Instituto de la Memoria Gogora. Al acercarnos a Tere y sus compañeras nos encontramos con mujeres independientes, avanzadas para entonces, adelantadas a aquella época oscura.

La sensibilidad de su familia, encabezada por su sobrino Joseba Verdes Rola, ha permitido que buena parte de su documentación, sus cartas y su diario carcelario hayan sido depositados en el Archivo de Sabino Arana Fundazioa para su estudio por investigadores y ahora formen parte de esta exposición divulgativa. Las profesoras de la UPV/EHU Gurutze Ezkurdia, Karmele Pérez Urraza y Begoña Bilbao han analizado la documentación de Tere Verdes. Entre los inéditos datos de esta biografía, nos aportan un concienzudo estudio grafológico de su letra durante su intensa vida carcelaria.

“Es una persona muy sociable, muy disciplinada, con muy buena memoria, que guarda muy bien los secretos y con tendencia a dominar en los círculos íntimos. Es correcta, tiene orgullo, oposicionista y contiene ideales que defiende con tesón”, asegura la grafóloga Irune Ibarra.

Pinceladas de un carácter niquelado para la clandestinidad y el espionaje. Estas fueron, junto a la solidaridad, las claves en las que sustentó su labor la Red Álava, pero este artículo no pretende ser una síntesis de las últimas investigaciones sobre esta organización. En estas mismas páginas han podido encontrar trabajos de Txema Montero, Iñaki Goiogana o de las profesoras de la UPV/EHU antes citadas, a la espera de un exhaustivo libro coordinado por el historiador Josu Chueca, en el que también participan Luzia Alberro y Elixabete Pérez, profesoras de la Universidad de Deusto, y Roman Berriozabal. También los lectores de DEIA pudieron adquirir el pasado domingo un DVD documental producido por Baleuko para ETB y un álbum ilustrado en el que poder visibilizar a las cuatro mujeres invisibles que vertebraron esta Red.

Invisibles por los estereotipos Supe que Tere Verdes tuvo una relación muy especial con la familia Ajuriaguerra. Marina y Rosario, poco antes de fallecer, me contaron como hicieron varios viajes con Tere a Iparralde. Solían trasladarse en taxi y lograban pasar desapercibidas para los guardias civiles y militares fronterizos. También la entonces muy joven Miren Oñate recordaba sus viajes con Tere en taxi a la Prisión Central de Burgos.

“No les entraba en la cabeza que unas mujeres jóvenes, unas chicas inofensivas, siempre alegres, bien vestidas y de buena educación, pudieran tomar la iniciativa para burlar sus controles y pasar delante de sus narices información transcendental”. Supieron aprovecharse de aquellos estereotipos.

Pude conocer también al encartado Alberto Atxa Atxa, gudari condenado a muerte, quien salvó la vida gracias a la sustracción, cambio y falsificación en la Auditoria de Guerra de Burgos de su inminente Ejecútese. Atxa era consciente de que debía su vida a aquella Red liderada en Burgos por Tere Verdes de la que también fueron piezas los Gurtubai, Aniceto Anton o el propio Primi Abad.

También he podido saber de Tere Verdes por Maite Orbe, una niña en la guerra, cuya familia rehizo después su vida en el exilio mexicano. Una adolescente Maite cruzó la frontera con los Gabonak, sin saber que era una importante cantidad de dinero, que debía entregar en Bilbao, en la mítica librería Verdes de la calle Correo. Allí estuvo con Tere, quien recogió el sobre y le recomendó llevarse un libro. El objetivo de aquellos Gabonak era ayudar a los gudaris presos con comida, ropa y medicinas.

La labor solidaria de Tere con los presos fue clave en las cárceles de Larrinaga y Burgos, adonde fue sucesivamente trasladado su hermano Pepe. Siempre me han impresionado unas fotos de presos escuálidos que parecerían tomadas en los campos nazis, reclusos famélicos por el hambre, cuando la avitaminosis (hambruna) era la principal causa de muerte entre la población encarcelada. Informes sobre la situación sanitaria de las cárceles o sobre la evolución de las causas penales y las sacas para fusilamientos eran objetivo de sus cadenas.

Solidaridad y espionaje Especialmente llamativos resultan hoy los ejemplares de la clandestina revista Espetxean que su hermano Pepe logró editar en la imprenta de la cárcel de Burgos. Recuerdo que un día nos llegó el inolvidable Jesús Insausti Uzturre con un paquete de joyas documentales, entre las que se encontraba una colección completa de Espetxean, así como las últimas poesías, dibujos y cartas de Lauaxeta antes de ser fusilado en Gasteiz o una carta manuscrita de Juan Ajuriaguerra desde Burgos a Etxenagusia (el lehendakari Aguirre). Todos aquellos tesoros habían sido conservados durante décadas por otra gran mujer, Karmele Goñi, viuda de Jesús Solaun, quien muchas décadas atrás había trabajado en la sede del PNV en Iparralde.

Las cadenas de la Red Álava permitieron que fluyera la información entre los burukides encarcelados y la dirigencia vasca en el exilio. Tere fue pieza clave en estas cadenas que pronto pasaron de la solidaridad al intercambio de documentación e información para terminar en labores de espionaje militar a favor de las potencias aliadas en los primeros meses de la II Guerra Mundial.

Hace apenas unos tres años, nos visitó Joseba Verdes, quien siempre resalta la sencillez y bondad de su izeko Tere. Nos venía con un increíble regalo para nuestro Archivo, lo que hoy conocemos como Fondo Tere Verdes, con fotos, cartas manuscritas, tarjetas, recordatorios, agendas, recortes de prensa o documentación judicial. Y, sobre todo, con varios diarios manuscritos de Tere, iniciados en 1936, y que cobran especial interés durante su paso por las cárceles españolas.

Diarios carcelarios Ya el día siguiente al bombardeo de Gernika podemos leer toda una declaración de intenciones cuando asegura que “en lo que esté a mi alcance he de hacer todo lo que pueda para que no triunfe la causa de quienes así atentan contra todo un pueblo”.

En sus diarios carcelarios podemos sentir cómo fueron aquellos duros años. “Detenidas nos llevaron a Donostia con tres polis. Nunca pensé que tendría tanta serenidad con el corazón destrozado (…) Nuestro abogado defensor, Revuelta, dice que nuestra moral es admirable, que algunos de ellos están más afectados… Cree fácil nuestro traslado al Norte. Qué alegría poder ver a los míos. Ver nuestra tierra, sentir su aire mojarse con la lluvia. Aunque a mí no me parece que lo consigamos, con la fobia que tienen a todo lo nuestro”. “Me indigna esa actitud de los que se dicen amantes de Dios y defensores de su Ley y tratan así a sus representantes dignísimos (por los dos sacerdotes juzgados en la Red Álava) y que no tienen otro delito que no profesar sus mismas ideas políticas y defender a sus hermanos contra la opresión y la injusticia.”

“¡Qué ganas tengo de abrazaros y sentarme entre vosotros para siempre! ¡Que Madrid es bonito! ¿Quién lo dijo? Nos pesa como una losa, será quizás que tenemos que estar por obligación, pero con gusto nos iríamos al más remoto monte de nuestra querida tierra (…) Hoy hace 5 años que salí de esa -escribe el 6 de enero de 1946- bien acompañada y con un paisaje precioso de copos y cumbres nevadas que no parecían presagiar lo que ocurrió después. Si se pudiese ver el porvenir por un agujerito”.

‘Uzturre’: “Casi una santa” Tere Verdes tardó más de siete años en poder volver a Bilbao. El cambio del curso de la II Guerra Mundial supuso, tras las iniciales 19 condenas de muerte y el posterior fusilamiento de Luis Álava, la progresiva conmutación de sus largas penas. Nuestro Jesús Insausti Uzturre también conoció a Tere.

“Mi mujer y yo -recordaba Uzturre- tuvimos mucha confianza con ella. Nuestra relación comenzó en Madrid, cuando me incorporé a los Servicios y ella, junto a otras compañeras, acababa de salir de la cárcel de mujeres de Yeserías. El contacto que mantuvimos no fue muy largo, fue una cosa dosificada, graduada, pero me marcó profundamente. Tere Verdes era una mujer entera, seria, y a la vez agradable y muy simpática. Yo creo que la labor que hizo fue tanto por patriotismo como por apostolado cristiano. Era una religiosa seglar, casi una santa. Tenía grandes dosis de comprensión, de sencillez. Su tono de voz era como el de una madre, novia o hermana”.

Tere volvió a su casa de Bilbao en 1947, pero siguió comprometida siempre con la Resistencia Vasca. Las profesoras de la UPV/EHU antes citadas han constatado en su investigación que en 1949 fue de nuevo detenida, junto a una treintena de jóvenes, por participar en una acción clandestina de propaganda en el Teatro Coliseo Albia.

Uzturre calificaba de “gran calvario” el “asedio policial” que siguió sufriendo, unido en sus últimos años a un duro cáncer de mama. Tere falleció un 16 de marzo de 1959, siendo despedida de forma multitudinaria en la iglesia de San Antón.

Su muerte fue recogida en publicaciones del exilio como Tierra Vasca o Euzko Deya, donde puedo leerse que “ella no podía escuchar barbaridades, ella que no se asustaba de nada, que parecía que se asustaba de todo, que era más valiente que tímida, pero parecía más tímida que valiente”.

Solo queda ser agradecidas a aquellas mujeres que, sin ningún afán de protagonismo, se convirtieron en invisibles y comprometidas heroínas. Agradecimiento muy especial a Tere y a su familia por haber conservado sus diarios, sus fotografías, su agenda con datos de enlaces de las zonas de Bizkaia y aquellas bolsitas bordadas por ella misma que utilizaba para pasar alimentos e información.