Martin de Ugalde, el gran escritor del exilio y la transición

Hoy hace diez años murió el escritor de Andoain Martin de Ugalde, un abertzale que dedicó toda su vida a la causa y la cultura vascas

Un reportaje de Iñaki Anasagasti

eL franquismo en 1974 iniciaba su recta final. El decrépito dictador estaba enfermo y lo que decía no era entendible. Se vislumbraba un cambio histórico y la oposición se movilizaba mientras ETA actuaba y los estados de excepción se sucedían. En ese clima el Aberri Eguna, como fecha simbólica, tenía mucha importancia.

En Caracas, el Aberri Eguna era, asimismo, el gran día del Centro Vasco. Esa jornada, tras la misa, el izamiento de la ikurriña, el acto político y la comida popular, era el día de encuentro de todos los vascos. Y ese 14 de abril, nos dijeron que desde el Gobierno vasco, nos iban a llamar.

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Y la llamada se produjo, desde Donibane Lohitzune. Era el vicepresidente del Gobierno vasco en el exilio, Martin de Ugalde. “Iñaki, te transmito una gran noticia para que la deis en Radio Euzkadi y la divulguéis. El lehendakari Leizaola acaba de volver de Gernika donde ha pronunciado un mensaje dirigido a los jóvenes y a todo el pueblo vasco, diciendo que está presto en dar cuenta de lo hecho en estos cuarenta años por la Institución que preside y que la antorcha pase a una nueva generación”.

Fue aquella una acción arriesgada, pero había que romper el muro de silencio y enviar un mensaje claro que el nacionalismo no era solo ETA, que existía un Gobierno vasco en el exilio y un lehendakari que representaba una institución que había sido aherrojada. Y detrás de esa operación de presencia estaba Martin de Ugalde, que había sustituido a Joseba de Rezola como vicepresidente tras su fallecimiento. A él le sustituyó Mikel Isasi.

Yo tuve la suerte de conocerle en Caracas y viajar con él a Cumaná a la inauguración de su Centro Vasco. Había sido el primer presidente de Euzko Gaztedi del Centro Vasco y casualmente yo fui el último. Y en aquellos años había creado una influyente publicación, Euzko Gaztedi, así como dirigido la revista Euzkadi. Más tarde colaboró con revistas venezolanas como Momento y fue el jefe de redacción de la revista Elite donde siguió muy de cerca los viajes del lehendakari Aguirre y el secuestro de Galíndez, con gran incomodidad y protestas de la embajada franquista. Había llegado, asimismo, a ser presidente del Centro Vasco de Caracas y presidente de la Junta Extraterritorial del PNV en Venezuela. Escribió en la revista Nacional de Cultura así como cientos de artículos, cuentos, reportajes, tanto en euskera como en castellano. Sus colaboraciones en Euzko Deya, Tierra Vasca, Alderdi y Zeruko Argia eran habituales.

El trabajo y la dedicación del joven Ugalde se vio refrendado por el reconocimiento, ya que ganó el primer premio de El Nacional (1964) y obtuvo el premio Sésamo de Madrid con el cuento Las manos grandes de la niebla (1961).

El exiliado Martin de Ugalde había nacido en Andoain en 1921. Estudiaba en La Salle, pero la guerra le estalló con 15 años. Abandonó con su familia Andoain para dirigirse a Mundaka y Bilbao y más tarde saltó a Francia a través del puerto de Santander y llegó a Chateau Chinon (Nievre) para recalar en Donibane Garazi (Colonia de la Citadelle) y en Donibane Lohi-tzune. Durante este período estudió en las Escuelas organizadas por el Gobierno vasco. Allí termina el Bachillerato. Contó con excelentes profesores: Barandiaran, Adrián de Ugarte, Dorronsoro…

En 1940 con la ocupación de Francia por parte de los alemanes volvió a Andoain donde vivía su ama. Su aita estaba exiliado en Venezuela y el hermano menor, Joseba, después del bombardeo de Gernika, había sido evacuado a Rusia. La guerra había deshecho una familia. Tuvo que hacer tres años en Tetuán de servicio militar obligatorio.

En 1947, viajó en compañía de su ama y lograron reunirse en Caracas con su padre y hermano. En 1948 fue elegido primer presidente de Euzko Gaztedi de Caracas. En Venezuela empezó a publicar sus primeros libros muy pegados a la realidad venezolana.

Pero Martin Ugalde no solo irrumpió en la literatura venezolana con un estilo propio, sino que también mantuvo militantemente el euskera. En 1961 su libro Iltzalleak ganó el primer premio otorgado por el Gobierno vasco en el exilio. Iltzalleak fue el primer libro de cuentos de la historia de la literatura en euskera. En 1997 el jurado del Premio Ricardo Arregui de Periodismo de Andoain decidió darle una mención honorífica por su labor en favor del desarrollo del periodismo en euskera. Publica igualmente la obra teatral Ama gaxo dago, en 1964, y en 1966 da a conocer un nuevo libro de cuentos para niños Umeentzako kontuak y con afán polemista publica en la editorial Ekin de Buenos Aires su Unamuno y el vascuence (1966).

En lo que se refiere a sus novelas en euskera, Itzulera baten istorioa tiene un trasfondo autobiográfico claro, pues narra el exilio y el desarraigo cultural de una familia vasca tras la guerra civil. La siguiente novela, Pedrotxo, está situada en los años 1948-1950 y narra la vida de un joven nacido en 1933 que vive en la Casa de la Misericordia donde se muestra lo que fue la represión contra lo vasco del régimen franquista. Su última novela Mohamed eta parroko gorria, tiene como protagonista un chaval todavía más desfavorecido, un marroquí que trabaja en una granja de cerdos que abastece a un cuartel y que cuando estalla la guerra en 1936 se ve obligado a tomar posición en el conflicto. Martin de Ugalde escribió ésta novela aquejado ya de la enfermedad de Parkinson.

En Estados Unidos En la década de los 50, Martin de Ugalde completó su formación en Estados Unidos. Tras regresar a Caracas, dos años después, volvió a Nueva York para seguir sus estudios de literatura. No hay que olvidar que trabajó en la petrolera Creole donde dirigió la revista El Faro y que la Creole le becó en 1960 para cursar una especialidad de Periodismo. Se especializó en Opinión Pública y Comunicación de Masas en Northwester University y, posteriormente, impartió clases en la Universidad Católica de Caracas.

El regreso en 1969 Con todo este bagaje cultural y de experto en comunicación regresó definitivamente a Hondarribia en 1969. El PNV le encargó la dirección de la revista mensual Alderdi que se hacía en el viejo caserón de Beyris y tenía un formato de revista. Él transformó Alderdi en una publicación de bolsillo tipo Reader’s Digest e incorporó una serie de firmas y temas muy interesantes y firmas rompedoras como la de Xabier Arzalluz que escribió bajo el seudónimo de Peru Egurbide.

Esos años tuvo que refugiarse nuevamente en Baiona donde vivió entre 1971 y 1973. Sus libros fueron censurados por la represión franquista por lo que se vio obligado a escribir entre líneas. Recuerdo aquellos años de gran actividad de Martin su magnífico libro Hablando con los Vascos donde entrevistaba a personalidades vascas de todo tipo como Ramón de la Sota, José Miguel de Barandiaran, Koldo Mitxelena, Agustín Ibarrola, el padre Pedro Arrupe (le censuraron varias respuestas) e Isidoro Fagoaga. Con sus entrevistas intentó demostrar diferentes dimensiones de lo vasco y del ser vasco recuperando personalidades silenciadas durante cuarenta años. Participa asimismo en la controversia en torno a la unificación del euskera y a la polémica cuestión de la h, solicitando opinión al respecto a diversos especialistas para, mediante el diálogo, dar una respuesta lo más adecuada y consensuada posible. Le recuerdo pidiéndome documentos sobre los lehendakaris Aguirre y Leizaola para las obras completas de los dos primeros lehendakaris que él coordinó. Preocupado, asimismo, por la historia vasca y tratando de que se respete la misma escribió Síntesis de la Historia del País Vasco, en 1974, y Hablando con Chillida, escultor vasco (1975). Escribió, asimismo, Las Brujas de Sorjin, donde analiza la problemática de Euzkadi en cuarenta años, sus luchas, la resistencia vasca, la creación y el porqué de ETA. “Se trata de un libro fundamental para entender mi vida y poder comprender la problemática, la cultura y las raíces del pueblo vasco”, decía de esta novela el propio Martin de Ugalde.

En los años inmediatos posteriores a la muerte de Franco trabajó en El Libro Blanco del Euskera y a la salida del periódico DEIA, en junio de 1977, fue nombrado subdirector y responsable de euskera en este diario. En 1978 publicó su Herri baten deiahadarra/El grito de un pueblo y en 1980 El Problema Vasco y sus profundas raíces culturales y políticas, etc. Todos estos títulos y algunos más ilustran sobre la dedicación de Martin de Ugalde a la literatura, al estudio de la historia vasca y de su cultura. En 1986, tras la división del PNV, optó por afiliarse a Eusko Alkartasuna, del que fue uno de sus militantes más significados y respetados.

Los últimos años, como le ocurrió en Venezuela, los reconocimientos se suceden: Vasco Universal, doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco… y él, sin alardes, ni vanaglorias termina sus días rodeado del respeto unánime, salvo de la justicia española, ya que siendo presidente honorario de Egunkaria y ya con mucha edad fue irrespetado por el juez Baltasar Garzón. El juez bloqueó sus cuentas bancarias dentro de la actuación contra el periódico Euskaldunon Egunkaria, del que fue fundador. Falleció el 4 de octubre de 2004 a los 83 años. Se cumple, pues, una década de su fallecimiento.

A recuperar Martin de Ugalde es una personalidad puntera a recuperar. “Este momento es para mí muy emotivo”, dijo en la presentación el escritor Anjel Lertxundi, impulsor de la reedición de los cuentos que Martin de Ugalde escribió en castellano en su exilio en Venezuela. “Cuando cerraron Egunkaria, la mayor parte de los euskaldunes nos sentimos heridos y particularmente sentimos dolor al ver cómo injuriaron a una persona de la talla de Martin. Pensé que había que reaccionar ante ese insulto y que una de las mejores maneras era mostrar una faceta bastante desconocida de este gran escritor”. Y es que la democracia vasca sigue en deuda con este gran escritor del exilio y de la vida vasca que encendió varias llamas de dignidad y ética cuando tan difícil era hacerlo.

Mariano Luis de Urquijo, entre la Ilustración y los fueros

Las gestiones que Mariano Luis de Urquijo hizo ante Napoleón Bonaparte permitieron el reconocimiento y mención a los fueros vascos por primera y única vez en un texto constitucional español del siglo XIX

Un reportaje de Aleix Romero Peña

eN el ensanche bilbaino encontramos una alargada vía de más de cien portales y dilatada historia llamada Alameda Urquijo. Su nombre se debe a un estadista vasco, Mariano Luis de Urquijo, que vivió a caballo entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. A pesar del magno reconocimiento que le tributó su villa natal, la vida de este no es muy conocida, y eso que en su día concitó los elogios de personalidades tan políticamente divergentes como Camilo de Villavaso o José Félix de Lequerica. El primero, foralista liberal, le asoció a la defensa de los fueros. El segundo, en cambio, relacionado el nacionalismo español, le reconoció un empeño patriota como secretario de Estado de la Monarquía española. Dos realidades, dos lealtades discordantes, que Urquijo compatibilizó arrostrando las contradicciones inherentes. Veámoslo.

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Según Javier Fernández Sebastián, los ilustrados tenían una concepción patriótica de la nación-estado basada en la identificación entre la patria y el rey, apoyando ideológicamente la extensión de las estructuras administrativas a todo el territorio donde el monarca ejercía su soberanía. La patria grande. Armonizaban este sentimiento con otro de afección a la patria pequeña, encarnada por la villa, la ciudad o la provincia. En este orden de cosas, los ordenamientos e instituciones forales constituían la prosperidad de las entonces llamadas provincias vascongadas, es decir, eran útiles para su provecho e interés general. Para Urquijo el amor a la patria chica y el respeto a los fueros iban inexorablemente unidos.

Nacido en Bilbao en 1769, nuestro personaje acompañó con ocho años a su padre, un abogado alavés natural de Zuhatza que esperaba medrar en Madrid. Desde niño comprobó cómo el elemento de paisanaje jugaba un papel relevante en las relaciones de poder, plasmado en la abultada presencia de vascos -bastantes de ellos oriundos como su progenitor de Aiaraldea- ocupando empleos en la corte. En la Universidad de Salamanca fue consiliario de la nación vizcaina, que agrupaba a los estudiantes procedentes de los obispados de Pamplona y Calahorra, así como a parte de los que provenían de los de Osma y Tarazona y del arzobispado de Burgos. Al no poder proseguir los estudios universitarios por las estrecheces económicas, regresó a Madrid con una nutrida agenda de contactos ilustrados.

Neoclasicismo A finales de 1791 se atrevió a traducir una obra de Voltaire insertando un prólogo donde abogaba por la adopción del neoclasicismo. Gracias a sus amistades conseguiría al año siguiente que el conde de Aranda lo incluyera en la lista de candidatos a oficiales en la Secretaría de Estado. Mientras Bizkaia y el resto de las provincias vascas sufrían los diversos avatares de la Guerra de la Convención, la carrera de Urquijo como burócrata progresaba. El 13 de agosto de 1798 -después de una breve experiencia como secretario de embajada en Londres- fue habilitado para despachar los asuntos de la Secretaría de Estado, entonces el ministerio más importante de la Monarquía hispánica. Se ha descrito a su labor de gobierno, que se dilataría por dos años, como la más ilustrada del siglo XVIII. Trató de impulsar todos aquellos proyectos de reformas que habían sido frenados bien por miedo o esperando un contexto más idóneo. Como el otorgamiento a los obispos españoles de la facultad de otorgar dispensas matrimoniales, una nacionalización expropiadora con la que se enajenaba al Papa un privilegio que costaba cada año varios miles de ducados a las arcas españolas. Censuró los abusos de celo de la Inquisición, en la idea, seguramente, de suprimir el odiado tribunal. Impulsó la investigación científica y las actividades culturales con la pretensión de instrumentalizarla al servicio de la Monarquía, como quedaría suficientemente demostrado en su patrocinio de la expedición de Alexander von Humboldt por las Américas españolas. En política exterior estuvo con las manos atadas por las aspiraciones dinásticas de los reyes, que justificaron el mantenimiento de la alianza militar con Francia.

Además, se convirtió en protector de los intereses del Señorío de Bizkaia. Prometió a la Diputación que su «entrañable afecto patriótico» se verificaría en «promover por cuantos medios sea posible la conservación, aumento y prosperidad de los leales vasallos que S. M. tiene en ese Señorío». No solo protegió los intereses vizcainos, sino que también consiguió disipar la amenaza que se cernía sobre las Conferencias Forales -las reuniones que celebraban los representantes de las tres provincias vascongadas y Navarra para tratar asuntos de carácter político, económico e institucional-, como recuerda Joseba Agirreazkuenaga. Por ello recibió como premio el nombramiento de diputado y Padre de la Provincia de Bizkaia. Caído en desgracia a finales de 1800, Urquijo fue confinado en Bilbao, donde asistió con preocupación a las polémicas y parcialidades que se desataron como consecuencia de la construcción del Puerto de la Paz en Abando. Predicó la paz y la unión general, advirtiendo que de lo contrario «el país se perdería», pero sus palabras no fueron escuchadas. Tras las juntas generales celebradas en julio de 1804 se desató una matxinada que fue extendiéndose por los pueblos y anteiglesias vizcainas, conocida como el motín de la Zamacolada. Nuestro personaje adoptó ante la rebelión una postura clara: «Soy un español, soy un vizcaíno y no quiero que el país se pierda por cuatro cabezas infelices». Arriesgó su vida rescatando a los miembros de la Diputación que se hallaban retenidos en Abando y albergándolos en su casa. Abogó por la convocatoria de unas juntas generales extraordinarias en Gernika, que revocasen el plan militar contrario al fuero adoptado en las ordinarias, evitando la intervención de la corona. Aunque aquellas cumplieron todos los requisitos formales, como recalca Luis de Guezala, los ejércitos reales terminaron invadiendo el Señorío y Urquijo fue denunciado por la facción zamacolista como instigador del tumulto. Había conseguido evitar un derramamiento de sangre, pero este servicio no fue óbice para que, con otros prohombres vizcainos, fuese condenado en una clara muestra de despotismo. Aun reducido a la clase privada, sus enemigos en Madrid temían su ascendiente e influencia.

Napoleón le pidió consejo En 1808, con la crisis política y dinástica desatada en España, Urquijo volvió a cobrar protagonismo. Después de intentar evitar que Fernando VII viajara a Baiona, Napoleón le pidió consejo sobre las reformas constitucionales necesarias para el reino. Aunque había condenado el «edificio gótico», repleto de fueros, que era España, en sus reflexiones señaló que los derechos vascongados y navarros debían ser considerados. A diferencia de otros ordenamientos particulares, destacaba en estos su labor histórica positiva al propiciar la división de la propiedad y su comercio, evitando la amortización de la tierra. Pero además, si se suprimían poniéndolas «al nivel de las demás», era de temer alguna agitación. Con estos argumentos, Urquijo, con la complicidad de los diputados vascongados y navarros, defendió el reconocimiento de los fueros en la Constitución de Baiona tratándolo directamente con los Bonaparte. Fue una gracia del emperador la que permitió insertar en una Constitución de tono centralista un artículo, el 144, que remitía a las siguientes Cortes su destino. Es la primera y única mención a los fueros en un texto constitucional español del siglo XIX. Fue una victoria pírrica.

De 1808 a 1813 colaboró desde su posición de ministro de Estado en la instalación de la Monarquía josefina, estimulando la adopción de medidas antifeudales y anticurialistas. Su empeño, con un país desgarrado por el conflicto, tuvo un aire quijotesco, a la vez que el apego de las provincias vascas disminuía como consecuencia de las frecuentes exacciones de los ejércitos napoleónicos. En 1810 Napoleón desgajó los territorios situados a la orilla izquierda del Ebro, causando un hondo pesar en nuestro personaje, quien envió varias misiones diplomáticas a París para convencer al emperador de que desistiera de su empeño expansionista. En vano. Urquijo descubrió demasiado tarde que Bonaparte le había engañado con sus promesas de no injerencia política. En 1817 Urquijo moría precozmente en el exilio, en París. Terminaron los días de un ilustrado que, pese a mantener la pretensión de universalidad y de uniformidad, defendió el particularismo como excepción, siempre que supusiera un elemento de progreso. Incapaz de vislumbrar las consecuencias últimas del liberalismo, o tal vez aminorándolas, su modelo territorial es el de una Monarquía centralizada -patria grande-, donde unas pocas provincias mantendrían su propio estatus jurídico como garantía de lealtad y buen gobierno -patria pequeña-. Un legado que posteriormente sería retomado por el fuerismo liberal.

La avanzadilla de Aguirre en Nueva York

Anasagasti y Erkoreka desgranan en su libro las peripecias de Jose Luis de la Lombana, el primer jeltzale que llevó la causa vasca a Estados Unidos.

Un reportaje de Iban Gorriti.

De la Lombana, con bigote y gafas, junto a Teodoro González de Zarate y José Luis Abaitua, fusilados por los franquistas. (Foto: Sabino Arana Fundazioa).
De la Lombana, con bigote y gafas, junto a Teodoro González de Zarate y José Luis Abaitua, fusilados por los franquistas. (Foto: Sabino Arana Fundazioa).

EL próximo miércoles Josu Erkoreka e Iñaki Anasagasti presentarán su libro Un patriota vasco en Nueva York: José Luis de la Lombana en la sede de Sabino Arana Fundazioa. Editado en inglés por el Centro de Estudios Vascos de la Universidad de Nevada (Reno, Estado Unidos), el tomo narra la historia de un joven jelkide que en 1938 viajó a Estados Unidos «para pedir la paz en Europa y se quedó en el exilio trabajando con republicanos españoles y nacionalistas vascos, catalanes y gallegos», subrayan los autores de la publicación.

Anasagasti y Erkoreka basan su relato en un «informe inédito» que, señalan, descubrieron en su intento de recabar más información del protagonista de la historia. Lo explica el senador del PNV en Madrid: «Encontramos un informe singular. Se trataba del descargo que un joven alavés nacido en Kanpezu llamado José Luis de la Lombana había hecho tras su viaje a Nueva York en 1938 enviado por el Euzkadi Buru Batzar del PNV al Congreso Mundial de Juventudes por la Paz en plena Guerra Civil», valora el tribuno jeltzale. De la Lombana recaló en la urbe estadounidense tres años antes de que lo hiciera el lehendakari Aguirre escapando de la Segunda Guerra Mundial.

El informe les pareció «sugestivo» a los autores de este libro. Lo contextualizaron y les quedó «un librito interesante» que no halló editor hasta que el historiador Xabier Irujo, docente y estudiante de la Universidad de Reno lo tradujo al inglés». El título original del libro es A Basque Patriot in New York: Jose Luis de la Lombana y Foncea and the Euskadi Delegation in the United States (Un patriota vasco en Nueva York: De la Lombana y la Delegación de Euskadi en los Estados Unidos).

Esta edición se presentará con el presidente de Sabino Arana Fundazioa, Juan María Atutxa, como anfitrión y Xabier Irujo como editor. «Erkoreka y yo contaremos las peripecias de este original jelkide que contrató los servicios de un intérprete y visitó varias universidades explicando las razones de la lucha de un pueblo vasco sin armas ante aquella brutal ofensiva», adelanta Anasagasti.

A juicio de los autores, este trabajo aporta conocimiento de lo ocurrido aquellos años, lo que se trabajó en los Estados Unidos en relación con el catolicismo y la Guerra Civil española. Asimismo, da a conocer las relaciones existentes en Nueva York en 1938 entre los republicanos y los nacionalistas vascos, catalanes y gallegos.

El tomo ofrece información sobre las difíciles relaciones entre aquellos que hubieron de recaudar fondos para «causas perdidas», apostilla Anasagasti. Además, el trabajo expone las relaciones entre el catolicismo francés, y los católicos vascos y la estrategia del PNV para asentar una presencia en Estados Unidos sustentada en este sector de la sociedad norteamericana. Y saca la luz «el viaje de un joven intrépido como Lombana que, sin saber una palabra de inglés, tuvo la osadía de viajar a Nueva York en plena guerra y con un discurso muy nacionalista trabajar con los republicanos españoles así como el complicado viaje que hizo por distintas universidades y centros de estudio de aquel inmenso país cargado de ilusión, certezas y una buena dosis de ingenuidad. Y todo ello en el año 1938», subrayan.

GOBIERNO VASCO EN NUEVA YORK El trabajo, según sus impulsores, quiere ser una aportación a la hora de describir un contexto histórico sobre lo que ocurría en los Estados Unidos, en Europa y en la España republicana en guerra. Dar a conocer quién fue José Luis de la Lombana y estudiar la política de no intervención del Gobierno presidido por Roosevelt.

Asimismo, pretenden analizar el clima de confusión en el que vivía el catolicismo norteamericano y describir los primeros pasos de la Delegación del Gobierno vasco en Nueva York, tres años antes de la llegada del lehendakari José Antonio Aguirre escapando de la guerra mundial. Enumerar las instancias republicanas y vascas que funcionaban en aquellos años, para terminar con el Informe Lombana que habla por sí mismo y al que hemos, simplemente, dotado de un índice así como ordenado sus cuentas.

Leizaola, ministro de Justicia

Mañana se cumplen 25 años de la muerte de Jesús María Leizaola, quien fuera consejero de Justicia con Aguirre y, posteriormente, lehendakari. Su gran preocupación durante la guerra fue evitar las ejecuciones de enemigos

Un reportaje de Xabier Irujo Ametzaga

mañana, 16 de marzo, se cumple el 25 aniversario del fallecimiento de Jesús María Leizaola, ministro de Justicia y de Cultura del Gobierno de Euskadi durante la guerra y lehendakari en el exilio tras la muerte de José Antonio Aguirre en 1960. Es una tarea muy difícil resumir en un artículo cuarenta años de carrera política activa y expresar todo el dolor que se condensa en aquellos años de guerra y destierro. No obstante, de todas las facetas de este político y humanista vasco, la figura de Leizaola destaca por su inquebrantable fe en la justicia y los derechos humanos que hicieron de él un político de talla universal.

El periodista británico George Steer conoció bien a Leizaola. De él dice en su obra El árbol de Gernika que trabajó denodadamente para crear un sistema de justicia que viera los delitos evitando el innecesario derramamiento de sangre y la demagogia política. La labor del ministro de Justicia en tiempos de guerra no fue fácil. Leizaola tuvo que conducir la ira pública a través de los estrechos canales legales. Tal como señalaron Steer y el embajador norteamericano Claude G. Bowers, Leizaola, el antimarxista, creó un tribunal de justicia vasco formado por dos representantes de cada uno de los partidos políticos que formaban el Frente Popular, por lo que sólo había en el mismo dos miembros de su partido, el PNV. Un tribunal cuyas decisiones fueron justas, y sus ejecuciones escasas. Ningún otro tribunal fue tolerado en Bizkaia.

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Pero las circunstancias de la guerra pronto se hicieron patentes. El 25 de septiembre de 1936 la aviación rebelde bombardeó Bilbao y, en represalia, la multitud abordó los barcos prisión Cabo Quilates y Altuna Mendi, fondeados en el muelle de la ría. El balance: setenta personas asesinadas. Días después, el 2 de octubre, un grupo de marineros del acorazado Jaime I abordaron el Cabo Quilates y asesinaron a 38 presos más. A esto se sumaban las ejecuciones de las penas de muerte del tribunal de justicia. Fueron un total de veinte. Especialmente amarga fue la que recayó sobre el espía austriaco Wilhelm Wakonigg. Tal como relata Steer, Wakonigg fue juzgado en audiencia pública el 18 de noviembre, bajo la presidencia del juez decano de Bilbao y, declarado culpable de espionaje, fue condenado a muerte. Tanto Leizaola como el yerno del reo y responsable de la Ertzaña, Luis Ortuzar, lo visitaron la tarde anterior a su ejecución. «A las 7.15 de la mañana siguiente -continúa Steer-, después de vestirse muy cuidadosamente y de dar un tirón de despedida al nudo de la corbata en el espejo antes de salir de la prisión, fue fusilado en Zamudio con los ojos sin vendar. El pelotón de fusilamiento le estrechó la mano antes de la descarga, y su muerte fue inscrita en el padrón municipal de esa localidad».

Los hechos de septiembre y octubre de 1936 convencieron a las autoridades vascas de la necesidad de trasladar a los presos a las prisiones de El Carmelo y Larrinaga de Bilbao a fin de asegurar su seguridad y mejorar su calidad de vida. En colaboración con Antonio Careaga, director de Justicia; de José Aretxalde, secretario general de Justicia y director de Prisiones, y de Joaquín Zubiria y Venancio Aristegieta, la situación de las prisiones vascas mejoró radicalmente. Tal como relata José Ignacio Salazar en su libro 1937: Bilbao conquistada, el Ministerio de Justicia optimizó las condiciones sanitarias y el régimen alimenticio. En estrecha colaboración con la Cruz Roja internacional, se fomentaron las visitas de los inspectores internacionales y el contacto permanente de los presos con sus familiares. Una de las primeras medidas adoptadas por el nuevo ministro de Justicia fue la puesta en libertad en octubre de 1936 de todas las mujeres detenidas en las prisiones vascas, un total de 156.

Marcha a las cárceles No obstante estas medidas, el 4 de enero de 1937 se produjo un nuevo bombardeo sobre Bilbao. Tras este hecho se organizó una manifestación que marchó por el centro de la ciudad, pasando delante de la Sociedad Bilbaina, sede del ministerio de Gobernación del Gobierno vasco, donde el ministro Telesforo Monzón salió al encuentro de los manifestantes y pidió su disolución. Algunos se disiparon pero otros marcharon contra algunas de las cárceles de Bilbao, penetrando hacia las cinco de la tarde en las prisiones de Casa Galera, Carmelo, Larrinaga y los Ángeles Custodios. Tan pronto se tuvo noticia de los desórdenes, el Ministerio de Defensa envió unidades militares y de la Ertzaña para detener a los manifestantes. Junto a estas fuerzas, se envió un batallón de la UGT algunos de cuyos miembros, lejos de detener la masacre, participaron activamente. Por fin, la presencia física de los ministros Juan Astigarribia, Juan Gracia y Monzón -junto con la de Leizaola y Aguirre- pudo detener la matanza hacia las 8 de la tarde. Un total de 224 presos habían sido asesinados. El Gobierno de Euskadi abrió una investigación, se procedió a arrestar a los presuntos culpables y en marzo de 1937 se dictó auto de procesamiento contra 61 personas. Se tomaron medidas de todo orden, empezando por la depuración de los funcionarios de prisiones y se evitaron más derramamientos de sangre. Y se decidió suspender la aplicación de las penas de muerte.

La guerra de 1936 había comenzado como un alzamiento militar contra el Gobierno de la República. En aplicación de los artículos 237 y 238 del código militar, los participantes en dicho golpe de estado eran responsables de conspiración y rebelión. Asimismo, los pilotos alemanes capturados por las tropas vascas fueron juzgados y sentenciados por bombardear y ametrallar poblaciones abiertas. El aviador alemán Hans Joachim Wandel, capturado el 13 de mayo cuando su Heinkel He51 fue derribado, admitió que había participado en el bombardeo de Gernika. La causa se vio en la sala segunda de la audiencia de Bilbao de la calle María Muñoz. Tal como expresó el reportero del Nevada State Journal, «se considera que las posibilidades de escapar de la muerte de Wandel son mínimas después de haber admitido su participación en la destrucción de Gernika». De hecho, Wandel fue condenado a muerte el 25 de mayo. Sin embargo, la pena de muerte no fue firmada por el lehendakari. Pero los miembros nacionalistas vascos del Gobierno de Euskadi se opusieron a la ejecución de penas de muerte, movidos fundamentalmente por razones de orden ideológico y religioso.

También la fiscalía del Tribunal Popular de Bizkaia se había mostrado reticente a aplicar penas de muerte. Tal como refiere el fiscal Germán Iñurrategi en sus memorias, «lo pensé mucho antes de aceptar el cargo. No había nacido para pedir penas de muerte y en aquella situación algo me decía que tenía que pedir algunas». Y cuando Manuel Irujo fue nombrado ministro de Justicia en mayo de 1937, detuvo por decreto la aplicación de las ejecuciones favoreciendo el intercambio de prisioneros de guerra y presos políticos, entre ellos el de los pilotos alemanes. Y así le fue condonada la pena al único piloto alemán juzgado y condenado por participar en la masacre de Gernika. Y si estas medidas son extraordinarias, y lo son más aún en tiempo de guerra, más lo es la aceptación de las mismas por la población vasca, que asumió sin protestas la condonación de sentencias.

Un precedente Desde un punto de vista jurídico, los casos contra los pilotos alemanes representan un importante precedente en el ámbito de la jurisprudencia referente a los bombardeo de terror. Los juicios que tuvieron lugar en Bilbao en primavera de 1937, cuyos dictámenes se basaron en los principios contenidos en las convenciones de La Haya de 1864, 1899 y 1907 sobre bombardeos aéreos y en la declaración del Comité de No Intervención de mayo de 1937, tienen mucha relevancia, ya que se trata de los primeros y únicos juicios en los que los encausados fueron sentenciados y condenados por participar en episodios de bombardeo de terror.

En junio de 1937 el Gobierno vasco se retiró a Turtzios, dejando Bilbao a cargo de la junta de defensa encabezada por Leizaola. A fin de evitar represalias, Leizaola decidió quedarse en Bilbao hasta pocas horas antes de la caída de la ciudad, con pleno conocimiento de que si era capturado se enfrentaría a un pelotón de fusilamiento. Ordenó la liberación de los más de mil presos que se albergaban en Larrinaga y El Carmelo. Tal como apuntaron Steer y Bowers, Leizaola permaneció toda la noche en la prisión para asegurarse de que los presos no fueran linchados. Las tropas rebeldes controlaban ya la margen derecha y la mayor parte de la izquierda. Los presos fueron así liberados y trasladados hasta la cuesta de Begoña, para que pudieran reunirse con los suyos. Tal como narra el propio Patxo Gorritxo en No busqué el exilio, retazos de las cuales conservamos en el Basque Archive de la Universidad de Nevada, esta operación la realizó este comandante de gudaris del batallón Kirikiño, asistido por Zubiria, con un grupo de gudaris de los batallones Otxandiano e Itxas Alde. Es preciso subrayar que los gudaris a cargo de esta operación habían perdido más de 200 compañeros en dos semanas. Cuando por la mañana los reclusos estaban siendo conducidos a las filas del bando rebelde algunos agitadores salieron al paso de la columna de presos para protestar. Leizaola se presentó y, colocándose entre aquéllos y la multitud, anunció que él personalmente había ordenado su liberación. Ningún preso fue linchado. Terminado su trabajo, el ministro tomó camino del exilio, hacia Santander, poco antes de caer Bilbao.

Steer concluyó el capítulo 34 de su obra refiriéndose al ministro vasco en estos términos: «Sería difícil exagerar el valor y la sangre fría de Leizaola aquella noche. No era él, como el resto de nosotros, un hombre de guerra o un hombre que amara el peligro. En el fondo de su corazón detestaba la guerra: a nosotros nos gustaba. Leizaola era un abogado de reconocida integridad. Los rasgos simples, alargados, de su rostro, la tez oscura, sus ojos melancólicos de mirada fija y sincera, todo en él era sobrio, poco militar, en el sentido más refinado y religioso del término. Incluso sus ropas eran negras, y siempre llevaba una boina oscura…»

Ese era Leizaola.

Nestor Basterretxea, cineasta

Nestor Basterretxea es un artista poliédrico y polimorfo. Su actividad cubre todas las facetas de las artes visuales: pintura, dibujo, grabado, escultura, diseño y, ¡por fin!, cine. El cine es para Basterretxea, así como la ópera, una fusión de todas las demás artes.

Un reportaje de José Julián Bakedano

La oportunidad de hacer cine le llegó a Basterretxea de la mano del industrial y mecenas navarro Juan Huarte, quien quería realizar una película sobre el conjunto de empresas del grupo que dirigía. Para ello encargó un guion a Nestor y otro a Jorge Oteiza, con la condición de que el autor del guion que más le gustara sería el que dirigiera la película. Ganó Nestor, que en 1963 realizó una obra maestra, convirtiendo una obra de cine industrial en cine experimental.

Solo un pequeño texto en off al comienzo explica la película y el resto de la banda sonora es música de Luis de Pablo, en su primer trabajo para el cine. En sus títulos de crédito podemos leer Montaje y esculturas de Oteiza, Fotografía de Marcel Hanoun, entre otros. Son 12 minutos, en los que se trata de unir el arte y la investigación estética con el diseño industrial realizado en las empresas del grupo Huarte, titulados Operación H. Con su ayudante Fernando Larruquert creó, lejos de la órbita de X Films, la productora de Huarte, una nueva productora, a la que denominaron Frontera Films, localizada en Irun, donde ambos realizadores crearon, en codirección, sus siguientes tres películas.

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En 1964 realizaron Pelotari (12′), cortometraje documental sobre la pelota vasca. En la película se exhiben todas las modalidades de la pelota en un ritmo palpitante y cambiante, conformando los movimientos de los pelotaris una coreografía. Es clara la intencionalidad estética en el color, montaje y banda sonora. Hasta cuarenta pelotaris aparecen en esta realización en 35 mm Techniscope, que ganó la Medalla de Plata de la Sección Iberoamericana en el Festival de Bilbao de 1964.

En 1966 Basterretxea y Larruquert dirigieron Alquézar (15′), cortometraje documental sobre la villa medieval del mismo nombre, situada en las estribaciones del Pirineo de Huesca. En la película, Alquézar parece detenida en el tiempo, en un espacio religioso con una constante temporal religiosa. También fue rodada en 35 mm y en color.

El hito de ‘Ama-lur’ Basterretxea y Larruquert, a continuación quisieron rodar un largometraje que recogiera el sentir y la vida del pueblo vasco y para ello idearon Ama-lur (Tierra madre) (1968) (103′). El resultado fue una película que marcó un antes y un después en lo que luego sería el cine vasco. En la cinta, entre infinidad de caras anónimas, aparecen famosos y conocidos personajes, entre los que destacan Juan de la Cosa, Juan Sebastián Elcano, Francisco de Vitoria, Juan de Garay, Mauricio Zabala, Domingo de Irala, Legazpi, san Francisco Javier, fray Juan de Zumarraga, Urdaneta, Churruca, Javier de Munibe, Maurice Ravel, san Ignacio de Loyola, Pío Baroja, Miguel de Unamuno, Eduardo Chillida, Oteiza, Xalbador, Muniategi, Artze anaiak, Agustín Ibarrola, etc.. El euskera estaba presente en el film y la locución la realizó Lourdes Iriondo.

Se rodó en 35 mm., en Techniscope y el cartel anunciador reproducía el apóstol 5 del monasterio de Arantzazu, obra de Jorge Oteiza. Ganó el premio Conde de Foxá en el Festival de Bilbao de 1968.

La película Ama-lur se presentó por primera vez en las pantallas de cine en el año 1968, dentro de la Sección Oficial del Festival de San Sebastián. En los oscuros y difíciles tiempos del más duro franquismo, Basterretxea y Larruquert lograron componer una proeza visual enorme, una creación poética plena de elementos simbólicos, que apela a la sensibilidad del espectador, y presenta a través de un enfoque exquisito y una fotografía cautivadora un país y su identidad.

El combate que ambos artistas libraron contra la tortuosa maquinaria de la censura franquista fue tan lúcido y brillante como su resultado final: una película mítica, una obra de vanguardia de gran calidad estética, en la que el paso del tiempo añade, si cabe, más valor que el que tuvo en el momento de su realización. En el año 2007 se restauró el filme editándose en DVD por EKHE, SA. Una de las características más importantes de Ama-lur fue su financiación. Se promovió una cuestación popular con la venta de acciones de la denominada Distribuidora Cinematográfica Ama-lur SA. El proyecto fue liderado por José Luis Echegaray, Andoni Esparza, Cástor Uriarte e Iñaki Cendoya. El lector puede informarse de una manera exhaustiva leyendo el volumen Haritzaren negua. Ama-lur y el País Vasco de los años 60, que editó Euskadiko Filmategia-Filmoteca Vasca en 1999, edición a cargo de José María Unsain y textos de varios autores.