La consulesa de ‘Vasconia’

La irunesa Felipa Domínguez Taguada pudo ser la única mujer miembro de las Milicias Vascas Antifascistas (MVA)

Un reportaje de Iban Gorriti

‘Domi’, en la entrevista que publicó ‘Estampa’. Foto: Benítez Casaux (’Estampa’)
‘Domi’, en la entrevista que publicó ‘Estampa’. Foto: Benítez Casaux (’Estampa’)

el papel de la mujer aún es motivo de investigación en aquella guerra del 36 que no fue ni civil ni únicamente española, sino incivil y de aliados internacionales. Felipa Domínguez Taguada pudo ser la única muchacha integrante de las Milicias Vascas Antifascistas (MVA) que se gestaron en Madrid y Barcelona. Sin embargo, también pudiera ser que junto a ella hubiera más. El estudio para conocer más datos, como el tiempo, no se detiene.

La asociación Sancho de Beurko ha sido quien ha puesto el foco en la existencia de esta enfermera de Irun que fue entrevistada por la publicación de la época Estampa bajo el apelativo de Domi y que en el reportaje posaba sonriendo con una pistola. “Nuestra Domi no puede sino ser Felipa Domínguez Taguada, la única chica que responde a ese diminutivo de las siete que formaban parte del comité de milicias de Irun. Las otras seis eran Gabriela Zuazo del Tuero, Francisca Estomba Ayesta, María Luisa García Berrio, las hermanas María y Juana Arregui Urteaga y Benita Sánchez Laso”, detalla Guillermo Tabernilla, miembro de Sancho de Beurko, quien va más allá en su reflexión: “Es la única mujer de las Milicias Vascas Antifascistas, por el momento”.

Y es que, ¿quién dice que entre aquellos grupos de personas que evacuaron de Irun por la frontera y que regresaron en tren, vía Francia, a la España Republicana y entraron por Catalunya no había más mujeres? “Recordemos que en las milicias de Irun había las siete citadas”, enfatiza Tabernilla.

Partiendo de su relato, es muy probable que el paso del tiempo, y quedar relegadas al anonimato, “salvo a Domi, las ha invisibilizado a todas”. El periodista que hizo la entrevista fue Eduardo de Ontañon. El texto comienza descriptivo: “La vasca rubia. La rubia de la Cruz Roja. La consulesa de Irun…”. Tras el golpe de Estado, el 20 de julio de 1936 Felipa ya se presentó voluntaria para curar de urgencia a heridos en el frente. Entre las primeras vendas y bombonas de oxígeno un hombre se extrañó al verla allí. “¿Qué haces aquí sola? ¿No tienes miedo?”, le espetó. Ella, “ingenua”, detalla la divulgación, les respondió: “No he tenido tiempo…”.

Y no quiso perder tiempo en el hospital. Supo que un miliciano estaba herido y acudió monte arriba junto a dos soldados. Entre zarzas consiguió llegar al “exangüe”. Estampa aseguraba que durante los 54 días de asedio, la guipuzcoana no cesó en su entrega. “El médico que me habían mandado al botiquín se me volvió loco”, valoró al cronista.

Sabedora de que la ocupación facciosa era inminente, Domi buscó una pequeña lancha para pasar a Iparralde. Una vez, en tierra en paz, en el Estado francés no hizo caso a su familia, vecinos y compañeros que le pedían que se quedara allí. “Mientras haya un trozo de tierra nuestra donde se pueda luchar, allí estaré”. De ese modo, pasó a Barcelona, donde estaban sus paisanos formados en columna vasco-catalana, “también conocida como Ramón Casanellas en homenaje al comunista catalán fallecido en 1933”, ilustra Tabernilla. Y de allí a Madrid. Según Ontañón, “aquí, sus episodios de heroína de la independencia se repiten. Aseguran que consiguió ella sola dar una segunda vida a medio centenar de heridos y ante un fascista que le denunció”.

Su periplo continuó, según Estampa, en Brunete. “La actividad de Domi lo abarca todo. Sus vascos parece que andan quejosos, sin una dirección firme, sin una voz conciliadora. Domi la adquiere. Les habla, alienta. Lo necesario es luchar. Ella se encarga de resolver lo demás”.

Felipa llega al Madrid sitiado de 1936-1937. Habla con Manuel Irujo y con el militar Ortega, con quien va a Sevilla, a un hospital de sangre. “Se presentó voluntaria para la transfusión de sangre a un herido”. “Me ofrezco esa vez y cincuenta que hiciera falta”, aseguró.

El periodista le cuestiona lo siguiente: “¿Y por qué es eso de concretar en tu título consulesa de Irun? ¿Por qué? Si eres consulesa de toda Vasconia…”. El reportaje continúa: “Domi ríe, un poco avergonzada”.

La curiosa respuesta no se hace esperar: “¡No, hombre, no! Me llaman la consulesa de Irun porque todo vasco, sobre todo de allí que se presentaba en Madrid, solía tener la atención de venir a saludarme. Y claro, si no tiene recursos o le hace falta dirección, yo le atiendo siempre”.

El encuentro entre Eduardo de Ontañon, Felipa y el fotógrafo Benítez Casaux pone fin con declaración de intenciones ideológicas: “Yo era de Izquierda Republicana antes del 19 de julio, pero ahora soy comunista; por menos no lucho”.

A este respecto, Tabernilla hace un inciso. “Sobre la cuestión de las mujeres y los diferentes roles que los partidos de la España republicana les asignaban ya han corrido ríos de tinta. Solo añadir que el PCE, donde terminaron muchas, incluida ella, al producirse una ascenso tremendo de este partido, promulgaba que fuesen retiradas del frente y relegada a un papel secundario. Desde luego no parece el caso de Domi”.

Hoy vuelve a ser una realidad aquella enfermera por vocación que sirvió con el doctor Gayano en el hospital de Txarodi, desde donde se desplazaba al frente siempre que se le requería y quien acabaría vistiendo el uniforme de la Sanidad Militar del Ejército de la República, como aparece en las fotografías. En cuanto a la que se le ve de civil con una pistola en sus manos , la revista puntualiza la imagen con un pie de foto que enuncia: “El entusiasmo de Domi son las armas, pero no sabe más que curar”.

La CNT, ante el horror del nazismo

El sindicato en Bilbao perfila una lista de 24 de sus miembros de Euskadi que sufrieron el terror de los campos de concentración nazis

Un reportaje de Iban Gorriti

Por nuestras mujeres de CNT que combatieron al comienzo de la guerra en batallones vascos en Gipuzkoa; por nuestros hombres que también lo hicieron contra los fascismos y por la libertad y unos ideales”. Las palabras de Iñaki Astoreka continúan como aquellos trenes que llevaban a la muerte. “Muchas de ellas y ellos acabaron en campos de exterminio nazis”, particulariza.

Sabedor de esto, el Comité de Memoria Histórica de CNT Bilbao al que Astoreka pertenece trabaja de forma minuciosa un muy avanzado listado de personas que fueron militantes del sindicato mayoritario en el Estado en 1936 y que acabaron con sus huesos -sin apenas carne ni fuerzas- en almacenes de humanos como Gusen, Dachau, Mauthausen o Feldkich, entre otros muchos.

Hasta la fecha, la Confederación Nacional de Trabajo ha registrado 426 personas afiliadas a sus siglas que fueron hacinadas en campos nazis. De ellas, 24 provenían de la CAV y Nafarroa. Es decir, el 5,63%. “Hay que reconocerles que antes de comenzar la guerra de 1936, antes del golpe de Estado, ya denunciaron que el fascismo estaba en auge, como ocurre ahora en Europa y aquí”, lamenta Astoreka. Agrega que “los cenetistas combatieron hasta el límite de sus fuerzas y muchos se vieron obligados a exiliarse. Continuaron, sin embargo, luchando en Francia en la resistencia. Algunos regresaron a España y fueron represaliados, y otros acabaron en campos de concentración donde muchos conocieron la muerte”.

Ahora, esos hombres y esas mujeres englobados en el término genérico de republicanos del Estado en aquellos barracones han visto rescatados sus nombres, en una lista “siempre sujeta a errores u omisiones, para que permanezcan en la memoria histórica. Queremos rendir homenaje a nuestras compañeras y compañeros de la CNT, víctimas del fascismo europeo”, enfatiza. Hace a su vez un doble llamamiento para que “quien lea este reportaje se ponga en contacto con CNT Bilbao para darnos pistas sobre familiares suyos que estuvieron en aquellos campos. Y queremos colaborar con el banco de ADN del Gobierno vasco por si aparecen exhumados más cuerpos de cenetistas”, lanza el guante Astoreka.

Los cenetistas prisioneros en campos de exterminio nazis fueron diez vizcainos, siete guipuzcoanos, seis navarros y un alavés. Todos fueron hombres. “Estamos seguros de que no son todos, que hubo más. Por eso pedimos la colaboración de familiares”, insiste.

Uno de aquellos vascos fue el vizcaino Marcelino Bilbao Bilbao, con una vida digna de película porque fue trágica desde su nacimiento cuando sus padres lo tiraron al río de Alonsotegi. Acabaría siendo un experimento humano del nazi Aribert Heim, conocido como Doctor Muerte, quien le inyectó benceno en el corazón.

Vicente Moriones Belzunegui era de Sangüesa. Pertenecía a la Red Ponzán. Utilizó pasaportes falsos gracias a la habilidad de compañeros de la organización bajo las identidades de José Luis Márquez Boya o Enrique Martínez. “El 14 de octubre de 1942, debido a la traición de un amigo zaragozano, la Policía irrumpió en la casa de Ponzán, en Toulouse, y detuvo a todos los presentes, entre ellos Moriones y el propio Ponzán”, relata Antonio Téllez en Cultura Libertaria.

EN FRANCIA A juicio de Iñaki Astoreka, estos cenetistas que cruzaron el Bidasoa durante la mal llamada Guerra Civil “huían de las bestias fascistas, tanto nacionales como internacionales, a las que habían combatido. Esos hombres y mujeres intentaron acogerse al país de la libertad y fueron recibidos como diablos que encarnaban una plaga”, valora, y va más allá: “Fueron internados en Francia en campos de concentración inhumanos y tratados como bestias, salvo excepciones. Muchos, además, fueron capaces de engrosar las filas de la resistencia, pagando con su muerte o sufriendo los campos de exterminio de Hitler”.

A pesar de su entrega total en batallones vascos de la CNT y en el resto del Estado, su ideología fue perdiendo adeptos. “Era muy difícil para aquellas personas transmitir unas ideas que estaban muy perseguidas, más con todo lo que había pasado en España con la guerra. Era un handicap, una barrera infranqueable. Por eso, hubo miedo a hablar a los descendientes sobre ello. Fuimos y somos rehenes de quienes firmaron los Pactos de La Moncloa”, analiza Astoreka.

El miembro de CNT Bilbao recuerda a otras personas que engrosan su lista, como el santanderino Luciano Allende Salazar, conocido como Toto, que protagoniza una fotografía que corta la respiración. “Es el hombre que carga en sus espaldas con un compañero exhausto”, subraya. Allende participó en diversas acciones armadas contra las tropas alemanas hasta ser detenido por la Gestapo en marzo de 1944.

“No pudieron sacarle nada y lo deportaron a Neuengamme, una antigua fábrica de ladrillo utilizada como fábrica de horror por las SS”, agrega. Murió en 1983. Tampoco quiere olvidar, por ejemplo, al bilbaino Francisco Foyo, que fue liberado de Mauthausen en mayo de 1945, o a la aragonesa Alfonsina Bueno, que fue condecorada por las autoridades británicas, estadounidenses y francesas por su participación en la resistencia. Falleció en Toulouse en 1979. Astoreka concluye orgulloso de estas figuras ya históricas: “Nuestros compañeros y compañeras fueron personas que nunca se rindieron”.

EGI, la antorcha de los gudaris del 36 de grafía celta

El catalán independentista Juan Queralt creó el célebre logotipo picassiano de Eusko-Gaztedi en 1960.

Un reportaje de Iban Gorriti

El logotipo de EGI es posterior a la guerra de 1936 a pesar de que la fundación de Euzko-Gaztedi data del 14 de febrero de 1904. No obstante, la manufactura del histórico símbolo parte de aquel conflicto bélico surgido tras un fallido golpe de Estado militar contra la legítima democracia de la Segunda República, y nacerá impreso en 1960 como Eusko-Gaztedi. Es decir, se abandona la z y pasa a ser Eusko-Gaztedi.

“El logo es posterior y cuenta con la mano y la antorcha, idea tomada del cuadro Guernica de Picasso. Además, era el logo de la revista Gudari, trabajo de personas exiliadas por la guerra civil en Venezuela. Era la forma de continuar la lucha desde la trinchera de la propaganda”, abrevia el exsenador jeltzale, Iñaki Anasagasti.

Logotipo de EGI, con la antorcha que simboliza la transmisión generacional del nacionalismo. (Foto: PNV)

Euzko-Gaztedi -primero Juventud Vasca- fue refundada en Venezuela, donde quedó integrada en la estructura política del PNV en el exterior. Cabe confirmar que las siglas de EGI surgieron tras haber editado la revista Gudari y ver la necesidad de crear una nueva organización juvenil. El catalán independentista Juan Queralt fue el creador del famoso logotipo, y como bien apunta Anasagasti tomando como idea el testigo de los antiguos gudaris pasado a las nuevas generaciones e inspirándose en la antorcha del cuadro Guernica, icono que se convirtió en su símbolo. Alberto Elósegui fue uno de los hombres que impulsaron este emblema y “alma de la revista Gudarien Venezuela”, de la que fue cofundador y editor hasta que desapareció en los años 70.

Este donostiarra -preso en Martutene durante la guerra- mantiene que históricamente siempre ha habido “cierto confusionismo” creado en torno a las siglas de EGI, a sus símbolos y a su acción.

Él atracó una mañana muy calurosa de 1956 al puerto venezolano de La Guaira, en un exilio sin esperanzas de retorno. “Me estaban esperando dos miembros de Euzko- Gaztedi”, rememora. Uno, el encartado Isaías de Atxa y el segundo, uno de Bergara. Comieron en Macuto. “Después de oír mi exposición de la situación de Euzkadi, tal cual la había experimentado, hicimos la firme promesa, casi el juramento, de intentar una reorganización a fondo de Euzko-Gaztedi (Juventud Vasca) a nivel internacional y alentar y apoyar su recuperación en el interior dotándola de los medios precisos. Era como para reírse de nuestra audacia”.

El nombre de EGI fue, a juicio del periodista Elósegui, “más el producto de una casualidad que el de una larga meditación”. Y es que existía por entonces en la capital una organización juvenil vasca, local, en el seno del Centro Vasco, que se llamaba Euzko-Gaztedi de Caracas. Era una organización política pero no partidista con integrantes de Acción Nacionalista Vasca, Jagi, PNV… “Sin distinción”, enfatiza.

Partiendo de ello, y tras conversaciones con los directivos de Euzko Gaztedi de Caracas se estableció la conveniencia de que en los recibos y documentos que se les pasara, como organización que era del PNV, se añadiera “algo que nos identificara plenamente, para evitar la confusión entre el Euzko-Gaztedi local y el Euzko-Gaztedi (Juventud Vasca) Resistente”. De ahí surgieron leyendas como Pro Juventud Resistente de Euzkadi. La aparición, además, de EKIN que acabaría adoptando las siglas de ETA, hizo que los recibos en 1957 y 58 fueron impresos como Euzko-Gaztedi del Interior, es decir, Euzko-Gaztedi Resistente, que fue ganando adeptos en Venezuela, México, Colombia y Argentina y reforzando no solo sus cuadros en América sino también en Iparralde y Hegoalde. “Basta echar una ojeada a nuestro órgano da prensa Gudari -creado también por un servidor en 1960-, para cerciorarme de que Euzko-Gaztedi (Juventud Vasca) o Euzko-Gaztedi (del) Interior estaba en marcha, tal como habíamos proyectado en aquella ahora histórica reunión de 1956”, ordena.

diseño de un catalánPronto, a Elósegui, redactor-jefe de la revista venezolana Momento y compañero en ella del periodista y literato a la postre Nobel Gabriel García Márquez, se le ocurrió que hacía falta dar un paso al frente: “Necesitábamos unas siglas que sintetizaran no solo la acción de apoyo nuestro hacia Euzko-Gaztedi del Interior, sino de grito activista digno de ser escrito con brea en las paredes de Euskal Herria. Entonces, no existía el cómodo spray”. Fue en ese momento cuando recuerda que lanzó las siglas EGI. A Peli de Irizar, Lucio de Aretxabaleta -Delegado del Gobierno Vasco en Venezuela- y al otro lado del Atlántico a Joseba Rezola les pareció bien. Como curiosidad, los símbolos de EGI no fueron diseñados por un vasco sino por un catalán, compañero de Elósegui y Gabo en la revista Momento. Fue en 1960 cuando Interior solicita al PNV logotipos para la propaganda. “Hablé con Queralt”. Era catalán nacionalista, exiliado del tiempo de la guerra que había luchado contra Franco y que se sumó al maqui en Francia contra los alemanes.

Propuso que la imagen de EGI fuera una mano con una llama para significar “el paso de la antorcha de la generación de los gudaris de la guerra a la nuestra”. Y, con arreglo a ello, el catalán recordó a Picasso. “No era tomado del Guernica real, sino de un boceto anterior publicado en un libro sueco que detallaba, paso a paso, cómo había ido haciendo el pintor su obra. Pronto vino a la redacción con los símbolos a gran tamaño”.

Al recibir el original -que ya lleva escrito Eusko-Gaztedi con s- lo entregó en la siguiente reunión. “El precio de los símbolos fue de una taza de café que nos tomamos en la cafetería de la revista y que costó 0,25 de bolívar. Al cabo de unas semanas pasaron a ilustrar la revista Gudari y a ser reproducidos en hojas multicopiadas que EGI sacaba clandestinamente en Bilbao”.

La tipografía, como Queralt, tampoco era vasca, como algunos presuponían. El autor confirmó que era “celta, pero dada la urgencia del asunto y la aceptación que desde el primer momento tuvieron en el interior, nunca cambiamos las letras”, agrega.

Elósegui desea que no se creen más dudas al respecto. “Esta es la historia simple de unos símbolos que, buenos o malos, sirvieron en unos momentos muy azarosos y que registró legalmente el partido. Y sobre cuya pertenencia, espero, no haya la menor duda en el futuro”.

De protector a ser fusilado

El sindicalista abertzale Juan Eskubi Urtiaga protegió a derechistas, pero, al mismo tiempo, su labor en el Comité de Defensa de la bombardeada localidad de Durango le llevó al paredón de Derio con apenas 31 años

Iban Gorriti

DOS bombardeos fascistas hicieron temblar en solo seis meses los cimientos de Durango y a familias de la villa durante la guerra aún calificada por algunos como civil. Bien lo supo el abertzale Juan Eskubi Urtiaga, representante del sindicato SOV (Solidaridad de Obreros Vascos) en la Junta de Defensa local, de la que fue presidente desde agosto de 1936. Es decir, solo un mes después del fallido golpe de Estado que militares españoles dieron en julio y que derivó en un finalmente conflicto bélico internacional.

El primer bombardeo sobre Durango que Eskubi conoció ocurrió el 25 de septiembre de 1936. El otro, el 31 de marzo de 1937 y días posteriores. En el inicial, los a la postre franquistas lanzaron unas bombas sobre el frontón descubierto de Ezkurdi en el que jugaban a pelota y descansaban algunos soldados republicanos. Murieron doce soldados y como venganza, se cree que fue el Batallón Rusia (JSU) quien sacó del calabozo local a 22 derechistas y los fusiló en el cementerio municipal.

Eskubi, en el centro de la imagen de camisa blanca y sin corbata, con amigos en 1930.Foto: Durango Kultur Elkartea
Eskubi, en el centro de la imagen de camisa blanca y sin corbata, con amigos en 1930.Foto: Durango Kultur Elkartea

Medio año después, el último día de marzo de 1937, llegó el banco de pruebas ya amenazado por el general golpista Mola. La aviación fascista italiana en operación coordinada por la Legión Cóndor nazi y aprobada por los sublevados contra la legítima Segunda República atentaron contra la población civil de la villa a cielo abierto. Asesinaron a, al menos, 336 personas ya registradas y destrozaron tanto casas particulares como patrimonio eclesiástico.

Eskubi acabaría fusilado con solo 31 años el 24 de octubre de 1938, hace 80 años. “El fusilamiento de Eskubi impactó por la relevancia que tuvo en la Junta de Defensa, organizando Durango bajo los escombros”, subraya Maria González Gorosarri, docente en la UPV/EHU e integrante de la asociación memorialista Durango 1936 Kultur Elkartea.

La entrega de este sindicalista afiliado a EAE-ANV tuvo consecuencias. “Fue uno de los primeros sindicalistas del Duranguesado. Él evitó fusilamientos de derechistas en 1936 y por los no evitados lo fusilaron”, mantiene el investigador iurretarra Jon Irazabal de Gerediaga Elkartea.

Como jefe de Orden Público, Eskubi, nacido en Begoña, cumplió funciones de policía, vigilancia de carreteras y edificios, emitió y pidió salvoconductos… “Protegió a derechistas de Durango, incluso hizo algún salvoconducto como al director del colegio San José Jesuitak”, aporta Jiménez, quien va más allá: “sin embargo el Ayuntamiento emitió informes negativos en su juicio como partícipe de los fusilamientos tras el bombardeo del 25 de septiembre”.

El también representante de las juntas de defensa de Lemoa y Ugao-Miraballes acabaría fusilado en Derio. No obstante, el técnico de la Sociedad Aranzadi matiza que “en la causa general no aparece su nombre por ninguna parte como partícipe de los hechos de fusilamiento en el cementerio”.

La asociación Durango 1936 Kultur Elkartea cuenta con un banco de entrevistas en su ejemplarizante web. Uno de los testimonios es de Juan Mari Eskubi Arroyo. El hijo del fusilado por los franquistas asegura que le acusaron “de tener influencia para hacer el mal”. Hace referencia al jaimista Adolfo de Uribasterra (carlista por el Partido Tradicionalista), quien según información del Archivo Municipal de Durango, desde 1931 hasta 1936 fue regidor y el 4 de agosto de 1937, en la primera sesión del Ayuntamiento tras la entrada de las tropas leales al golpe de Estado, volvió a ser nombrado alcalde. Su hermana estuvo casada con Esteban Bilbao, presidente de las Cortes.

“Adolfo -apostilla Eskubi hijo- manda un par de escritos y un telegrama al consejo de guerra para insistir que mi padre era una malísima persona y que merece el peor castigo. Que valiéndose de su influencia en el partido, sindicato y junta de defensa ordenó matar a aquellos 22 derechistas y a más gente”, lamenta, pero aporta el pensamiento contrario de otras personas de la localidad. “El doctor Navarro, tradicionalista, hace un certificado donde dice que tomaba decisiones que servían para salvar a la gente, que era una bellísima persona. Un director de Maristak también dice lo mismo, que daba salvoconductos para moverse con total tranquilidad. Capelastegui, de Hijos de Mendizabal, también hace un escrito a favor de mi padre. De Olma, también un tal Arieta no se qué… también dijo que era una bellísima persona”.

Mientras tanto, la familia que había sido exiliada por el Gobierno vasco a Burdeos tras la emigración interior en Bilbao y Santander, conoció la pena de muerte decretada en Santoña y su traslado a la cárcel vizcaina de Larrinaga.

Monseñor Laucirica, por su parte, echó al traste los intentos de la madre de Eskubi y su esposa de recabar apoyos para salvar su vida. “Una firma de este excelente representante de la Santa Cruzada de la Santa Madre Iglesia y del nacional-catolicismo que imperaba entonces era suficiente para salvar a mi padre y no se dignó en recibirles. Las despreció. Lo he oído contar siempre y no sé qué aspecto tenía pero yo le veo con cuernos y rabo en mis pesadillas”.

Juan Mari, además, evoca una llamada telefónica que recibió. “Me llamó por teléfono. Yo debo mi existencia a tu padre. ¿Cómo es eso?, le dije. Mi padre iba en aquella fila de prisioneros de la cárcel al cementerio para fusilarlos. Tu padre sacó de la fila al mío y dijo: ‘De este me encargo yo’. Mi padre, siempre según su versión, pensó que el tiro se lo iba a dar tu padre, pero qué va, se lo llevó al batzoki y le tuvo en la carbonera protegiéndole. Su madre le dio por muerto, pero el protegido le dio una foto con una nota al dorso para que supiera que seguía vivo. Nací en 1942, gracias a tu padre que le salvó de la muerte al mío”.

La diáspora de aviadores vascoamericanos

Un libro revela que más de 60 pilotos de origen vasco combatieron durante la Segunda Guerra Mundial defendiendo la bandera de los EE.UU.

Un reportaje de Iban Gorriti

uno solo. Un único aviador vascoamericano planea aún con vida de entre los más de 60 pilotos de esta comunidad que combatieron en la Segunda Guerra Mundial. Ellos no son más que la punta de lanza del cerca del millar de vascos que bregaron con Estados Unidos en aquel conflicto militar global que se desarrolló entre 1939 y 1945. El dato sale a la luz gracias a un riguroso estudio de la asociación Sancho de Beurko que se ha materializado tras tres años de arduo trabajo y entusiasmo en el libro publicado bajo el título Combatientes vascos en la Segunda Guerra Mundial (Desperta Ferro, 2018), trabajo que lleva las firmas de Guillermo Tabernilla y Ander González, así como con excelsas fotografías tomadas ex profeso por Jesús Balbuena Maeso.

Recreación de una escena bélica protagonizada por aviadores que aparece en la publicación.Jesús Balbuena
Recreación de una escena bélica protagonizada por aviadores que aparece en la publicación.Jesús Balbuena

Tabernilla, que ha escrito el capítulo dedicado a los aviadores vascoamericanos de los cuatro que tiene el libro, pone en valor a esta comunidad migrante porque es de las pocas minorías de Estados Unidos que cuentan con un estudio que reivindica su papel durante aquella guerra total. “Para la comunidad vasca reivindicar su papel en la llamada generación del sacrificio es muy importante porque de ese modo se cohesiona, se enorgullecen y pueden esgrimir que cuando su país de adopción les necesitó los vascos dieron un paso al frente, como antes lo habían hecho sus padres durante la Primera Guerra Mundial”, pondera.

La inmensa mayoría de estos aviadores nació en Estados Unidos y formó parte de la primera generación de vascoamericanos de progenitores -o progenitor- originarios de Euskal Herria. “No soy yo -matiza Tabernilla- quien les pone la etiqueta de vascos, sino que son miembros de la comunidad vasca en los Estados Unidos, en su mayoría en los condados ovejeros, criados en euskera una mayor parte y alfabetizados en inglés al llegar a la enseñanza primaria. No he cogido a los mexicanos con apellidos vascos ni mucho menos, pues estos últimos no entran en el proyecto, sino personas que se definen a sí mismas como vascos”, dista.

Sus perfiles son diversos. Los hay de las comunidades más grandes de vascos como Idaho, Nevada y California, pero también de otras más pequeñas, caso de Jordan Vallley (Oregón), Montana… “Se trata de pilotos y personal de vuelo de todos los aparatos que puso el Ejército, la Marina y el Cuerpo de Marines de los Estados Unidos en vuelo durante la Segunda Guerra Mundial”.

Esta aportación en esta obra de investigación no había sido estudiada hasta la fecha, salvo alguna biografía en concreto. “Efectivamente, la prueba está en que a esta gente, salvo a Aldecoa, no le conocía nadie. Si reivindicamos el papel de la diáspora tenemos que apoyar trabajos como estos, además absolutamente desinteresados y sin lucro económico por parte de la Asociación Sancho de Beurko”, acentúa Tabernilla quien hace referencia a Manuel Aldecoa, “piloto derribado en Francia, ya que de los demás no se ha estudiado nada”.

El perfil medio es, salvo en el caso de León Indart y Valentín Berriochoa que son nacidos en Euskal Herria, llegados al mundo en Estados Unidos y de formación de secundaria y/o universitaria y “grandes cualidades para ser destinados a tareas tan especializadas”, enfatiza. En cuanto a sus carreras en la postguerra, Cobeaga, Etchemendy y Arriaga llegaron a coroneles de la USAF (Fuerza Aérea de Estados Unidos), Juanarena y Etchart alcanzaron los grados de tenientes coroneles, Bideganeta fue mayor y jefe de operaciones de un grupo de bombardeo en Inglaterra y Pete Cenarrusa, “el vasco más prominente de Idaho, piloto de los marines, califica. Etchemendy y Asla cumplieron la labor de jefes de grupo de caza durante la guerra de Corea, con grandes historiales de vuelo”.

El esquiador Eusebio Arriaga De entre los 60, Guillermo Tabernilla destaca la vida de Eusebio Arriaga. “A mí me chifla. Fue un mítico esquiador del Sun Valley de Idaho que incluso salió en algunas producciones de Hollywood antes de la guerra y después se destapó como un extraordinario piloto”. En cuanto a los condecorados, José María Malaxechevarría, quien al llegar su padre al continente americano simplificó el apellido como Echevarria, Charles Ugaldea, Cobeaga, Etchemendy, James Vidal Echevarria se cambió el nombre por el de James Vincent Powers. “Este tiene una novela autobiográfica escrita en la postguerra”. Otros son más desconocidos, como el otro vasco que se mató volando el P-38, además de Manuel Aldecoa; Joe Sara, que murió en un vuelo de pruebas. “En esta lista hay un total de 61, ya que he suprimido todos los que formaron parte de las Fuerzas Aerotransportadas como paracaidistas y el personal de tierra”, dice.

El autor ha consumado el proyecto trabajando en bases de datos de todo tipo: alistados en las Fuerzas Aéreas, obituarios, historiales de escuadrones y grupos de vuelo, prensa de Nevada, Idaho y California. De los aviadores vascoamericanos queda uno vivo: Raymond Ray Mansisidor que nació en 1924 en Boise (Idaho), donde ayudaba a su padre en el negocio de las ovejas. “Nos congratulamos de que aún esté entre nosotros. En 1960 se unió al grupo de danzas vascas Oinkari Dancers, en el que tocaba el acordeón junto a Jimmy Jausoro. En breve, se reunirá con otros veteranos de Idaho en un emotivo acto conmemorativo”.