El socialista ‘bilbaino’ al que el presidente Negrín confió el orden público

El burgalés Pailino Gómez Sáiz recaló de niño en la capital vizcaina y fue ministro de gobernación en la II República

Un reportaje de Iban Gorriti

EL fallecimiento del arquitecto de prestigio en Bogotá y niño de la guerra del 36 Paulino Gómez Basterra el pasado domingo a los 89 años de edad, sirve para rememorar la figura de quien fuera su padre: el histórico socialista Paulino Gómez Sáiz. Aunque llegó al mundo en la localidad burgalesa de Miranda de Ebro, vivió en Bilbao y llegó a ser ministro de Gobernación del Gobierno de la Segunda República presidida por Juan Negrín. Aquel político del PSOE protagonizó además una actuación especial contra el fallido golpe de Estado de los militares españoles iniciado el 18 de julio de 1936 que derivó en la Guerra Civil.

Paulino Gómez Sáiz, con las manos a la espalda, en el Centro Vasco de Bogotá, después de exiliarse por la Guerra Civil.Foto: Fundación Pablo Iglesias
Paulino Gómez Sáiz, con las manos a la espalda, en el Centro Vasco de Bogotá, después de exiliarse por la Guerra Civil.Foto: Fundación Pablo Iglesias

Es obligado hacer una diferenciación entre los dos políticos que en 1936 se llamaban igual en Euskadi. Uno, Paulino Gómez Sáiz, activo en el Comité de Defensa de Bizkaia y creador de las primeras unidades de Orden Público encargándose de esas tareas hasta el 7 de octubre del 1936, fecha en la que se constituyó el Gobierno Provisional de Euzkadi. Por otro lado, Paulino Gómez Beltrán, presidente del Comité Central Socialista de Euskadi.

Sobre el primero de los Paulinos, el burukide del PNV que llegó a ser ministro de Justicia del gabinete de Negrín, el jeltzale Manuel de Irujo, dijo de él que fue un “hombre íntegro, trabajador e inflexible”, según anotó María Eugenía Martínez Gorroño para la Fundación Ramón Rubial.

En conversación con Eduardo Gómez, nieto de Paulino Gómez, destaca de su abuelo que “Don Paulino siempre fue Don Paulino, hombre serio y formal, abuelo cariñoso a su manera -tal vez muy euskaldun- de grandes amigos y sobre todo gran amigo de sus hijos”. Más allá de lo personal y lo humano subraya la huella “imborrable” que dejó tras su paso por Colombia. “Decía que este país era bien raro. Contaba que aquí los padres le dicen a sus hijos papito y mamita y a sus cónyuges les dicen ‘mijito’ y ‘mijita’ (de mi hijo y mi hija) cuando los papeles se invierten es porque te toca observar más para entenderlos”, recuerda Eduardo sobre su abuelo.

Paulino nació en Miranda. Su padre, Ponciano, era maquinista de tren de la firma Caminos de Hierro del Norte de España. Por ello, la familia vivió de aquí para allá, primero en Orduña, luego en Pola de Lena, más tarde en Santander y finalmente recaló en Bilbao. Con diez años, su progenitor murió, dejando a su madre, Modesta, todo el peso para sacar adelante a sus siete hijos en Bilbao.

Paulino comenzó a trabajar como mozo en un almacén de vinos. Con 15 años ingresó en la Academia de Contabilidad Rodet. “Carente de instrucción escolar, mal vestido y poco simpático, unido al remoquete de hijo de viuda, eran los elementos que yo llevaba a la Academia para triunfar y convivir con pudientes hijos de papá”, bosquejó en unas memorias que facilita José Manuel Perea.

En 1918 aprobó oposiciones para empleado de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad Municipal de Bilbao. Debutó en política en 1917 con las Juventudes Socialistas de Bilbao; en UGT y PSOE.

Perteneció al Comité Provincial de Vizcaya durante la revolución de octubre de 1934. Su activismo le llevó a la cárcel ya que fue detenido y hecho preso hasta 1936, año en el que murió su madre en Bilbao. Paulino dejó escritos sus sentimientos por aquel trance.“No me permitieron ver ni atender a mi sufrida madre en sus últimos momentos, ni acompañarla a su última morada”. Recuperó la libertad tras la amnistía por el triunfo del Frente Popular.

Al producirse el golpe de Estado de 1936 se hizo cargo de la organización de la resistencia como delegado de Defensa de la Junta de Defensa de Vizcaya, puesto que abandonó al constituirse el Gobierno vasco. De allí pasó al frente de Los Tornos en Santander.

Fue delegado de Orden Público del Gobierno de la República en Catalunya y luego añadió a su currículum el cargo de Subinspector de Seguridad, máxima autoridad del personal de Seguridad y Policía en el aspecto reglamentario. En 1938 fue nombrado ministro de la Gobernación en el último Gobierno de Negrín y meses después accedió a la Comisión Ejecutiva del PSOE. Al perder la Guerra Civil se exilió en Francia. Pasó por Toulouse, París, Chateaux Fromage y Marsella. Embarcó rumbo a México y de allí llegó a Colombia en 1942.

En Bogotá, junto con su esposa y sus tres hijos montó la empresa de productos de limpieza Palmín y laboratorios dentales, la Central Colombiana de Vitalium. También trabajó para la Caja Colombiana de Ahorros y participó en una empresa de pesca y comercialización de productos congelados. Paulino falleció en la capital andina el 7 de febrero de 1977. “No me agradará que mis hijos se separen. Si pudiera lo ordenaría. Hagan la vida agradable a su madre. Mi experiencia de la vida es triste. No me voy con rencor ni me asusta la muerte”, dejó escrito antes de morir como última voluntad.

Cuatro décadas después de su muerte, su familia lo recuerda con cariño. “He admirado muchísimo a mi abuelo -concluye su nieto Eduardo- y su periplo de historia, que no fue nada fácil; pero nos dejó la enseñanza de levantar cabeza cuantas veces haga falta, con la dignidad de los hombres buenos”.

El órdago a los consejeros socialistas de Aguirre

Anasagasti revela las diferencias en el Gobierno vasco por la solicitud del PNV de “obediencia” a la nacionalidad vasca

Un reportaje de Iban Gorriti

EN el convulso año 1939, el PNV hizo una solicitud clara a los partidos que formaban el Gobierno vasco en el exilio. Les pidió obediencia: que aceptasen el hecho de la nacionalidad vasca y el no tener nadie de fuera de Euskadi que les mandara. Los consejeros socialistas del lehendakari se mostraron divididos ante aquel órdago jeltzale: Juan Gracia y Santiago Aznar suscribieron su acuerdo con el reconocimiento de la nacionalidad vasca, sin embargo, Juan de los Toyos no.

El lehendakari Aguirre (en el centro), junto a Leizaola (a su derecha) y el también consejero Juan de los Toyos.Sabino Arana Fundazioa
El lehendakari Aguirre (en el centro), junto a Leizaola (a su derecha) y el también consejero Juan de los Toyos.Sabino Arana Fundazioa

Estas discrepancias quedan recogidas en un inédito intercambio epistolar recogido en el nuevo libro La obediencia vasca. Santiago Aznar y aquella comida en Guéthary (1940) (Pamiela, 2018), obra del exsenador jeltzale Iñaki Anasagasti y presentada el pasado miércoles en Sabino Arana Fundazioa, Bilbao.

A aquella mesa de Lapurdi, asistieron el 14 de diciembre de 1939, los consejeros Telesforo Monzón, en representación del PNV, Gonzalo Nardiz lo hizo por ANV, y Miguel Amilibia por los socialistas. Tras la sobremesa, Amilibia cursó una carta al dirigente guipuzcoano de su partido, Sergio Echeverría, en la que, entre otras cosas, acusó de “extrema docilidad” hacia la política del Gobierno vasco a los tres consejeros socialistas en el mismo: Aznar, Gracia y Toyos. “¡Esa fue la cerilla que encendió la mecha del conflicto!”, enfatiza Anasagasti.

La misiva dejaba en situación delicada a aquellos consejeros. Y también hubo fuego a punto de prender en el seno del PNV. Aguirre se mostró molesto con Monzón por haber utilizado correspondencia presidencial y confidencial cruzada entre ambos en la reunión de Guéthary.

Así las cosas, a finales de 1939, mientras Santiago Aznar enterraba a su padre, el consejero Juan de los Toyos presentaba su dimisión al Comité Central Socialista de Euskadi (CCSE) a causa de su incidente con Amilibia y de otros acumulados.

Aznar visitó a su compañero y trató de convencerle para que reconsiderara su decisión, comunicando lo tratado a Juan Gracia y a Paulino Gómez Beltrán. El domingo 31 de diciembre de 1939 el Comité Central de los Socialistas de Euskadi se reunió con Aznar y Gracia y acordaron pedir a Toyos que se reincorporara al Gobierno Vasco y al trabajo político, cosa que hizo.

Mientras todo esto ocurre, el 10 de febrero de 1940 los líderes nacionalistas convocaron a una reunión al CCSE. Los socialistas se niegan a asistir a la misma hasta que no se aclare el asunto de Guéthary. Al día siguiente, el 11, Aguirre enviaba una carta a Paulino Gómez Beltrán, con la que se adjuntaban las versiones, por escrito, de Monzón y Nardiz sobre aquellos hechos. Los consejeros del PSOE se considerarían desagraviados y satisfechos.

Reunión en París El día 14 Aguirre, Monzón y Nardiz se reunieron en la Delegación Vasca de París con los tres consejeros socialistas, los cinco miembros del CCSE residentes en la capital francesa y Miguel Amilibia. “Los nacionalistas intervienen poco”, valora Anasagasti. Amilibia se ratifica, y esta vez en primera persona, en sus afirmaciones sobre aquella “extrema docilidad” de los consejeros de su partido con respecto a la gestión del Gobierno vasco. Aznar actuó como portavoz y rechazó las acusaciones porque “no había fundamento para que se hiciera a los consejeros tal imputación, ya que estos habían de atenerse a las instrucciones y orientaciones de su partido, y del Gobierno, cosa que siempre habían hecho”.

El CCSE se posicionó contra Amilibia. A pesar de todo, el diputado guipuzcoano no cejó en sus ataques: “Aguirre ha formado un concepto de nosotros totalmente equivocado por el contacto con nuestros débiles representantes”.

A aquella polémica comida, a juicio de Anasagasti, “siguieron otras llamas, dimisiones, reuniones tensas así como enfrentamientos”. De hecho, el lehendakari hubo de emplearse a fondo para restablecer la calma y la armonía entre ambas formaciones. “Todo ello se encuentra en las cartas que Aguirre, sus consejeros y los dirigentes socialistas escribieron y que publico en su integridad en este libro”, zanja.

Eusko Gudarostea, los últimos guardianes de la memoria

Apenas una veintena de gudaris permanecen vivos ocho décadas después de participar en la Guerra Civil

Un reportaje de Iban Gorriti

son los últimos soldados vivos del Eusko Gudarostea, ejército republicano del Gobierno Provisional de Euskadi activo entre el 25 de septiembre de 1936 y el 26 de marzo de 1937. Ocho décadas largas después de aquella contienda bélica civil, apenas una veintena de gudaris vascos quedan todavía entre nosotros para atestiguar con su sola presencia la memoria de la dignidad de la lucha contra el fascismo.

Un grupo de gudaris posa en el frente de guerra para hacerse una fotografía. Fotos: Sabino Arana Fundazioa/I. Gorriti
Un grupo de gudaris posa en el frente de guerra para hacerse una fotografía. Fotos: Sabino Arana Fundazioa/I. Gorriti

El fotógrafo Mauro Saravia ha sido quien más se ha acercado a ellos en los últimos años y, de su mano, es posible aproximarse a un censo de los últimos guardianes de la memoria, si bien está abierta a más personas que también lo fueron pero cuya identidad no ha trascendido. “Cuando esta generación se haya perdido -subraya Saravia-, partirá un pedazo del significado de libertad, resiliencia y amor. Probablemente en su ausencia volveremos a ver la guerra con perspectiva errada, romántica y heroica, pero seguiremos recordando las camisas a cuadros, los buzos y los tabardos con orgullo”.

¿Y qué opinan sobre ello el gudari José Moreno, del batallón San Andrés; el miliciano Luis Ortiz Alfau, del Capitán Casero, o Juan Azkarate, único gudari vivo de la Marina de Guerra Auxiliar de Euzkadi? El primero cumplirá 100 años en noviembre: “El Gobierno de Euskadi debe transmitir a los jóvenes lo que luchamos los gudaris. Debía enseñarse en los colegios y estar presente en los libros de texto. Y que no olviden que Franco fue un dictador, un criminal de guerra, que nos avasalló con las fuerzas aliadas internacionales. Si no se hace, caeremos en el olvido después de haber luchado por nuestro país Euskadi, por la democracia y todas las libertades”.

Azkarate, el benjamín de los gudaris con 95 años, lamenta ya la situación actual. “Hoy mismo he hablado con un amigo sobre ello. No sé qué pasará ni qué se puede hacer. Voy al poteo y hablamos de fútbol y pelota. Si saco el tema de la guerra no les importa. A mis propios hijos, tampoco mucho. Cuando me vaya al otro barrio, cuando quien sea el último gudari muera, ¿qué pasará? ¿Alguien se acordará de lo que hicimos? Tengo mis dudas”.

Como ellos, aún viven aquellos gudaris y milicianos al mando del lehendakari José Antonio Aguirre. Entre otros, son Iñaki Errekabide, Gerardo Bujanda, Mateo Balbuena, Ignacio Ernabide y Jesús Erkiaga. Completan la nómina Gregorio Urionaguena, Juan José Astobiza, Andrés Egaña, Gabriel Nogues, Sabin Gabiola, Basilio Urbistondo y Alejandro del Amo. O los gudaris del Batallón Gernika Francisco Pérez y Miguel Arroyo.

transmisión contra el olvido Preguntado sobre el legado y la memoria que quedará cuando los últimos gudaris desaparezcan, Ortiz Alfau, de 102 años, asegura que habrá relevo. “Esto ha avanzado de forma extraordinaria. Es como los pensionistas que tras estar callados, ahora no hay quien les pare. Con la memoria pasa igual. No soy nacionalista, pero el Gobierno vasco está trabajando bien en la transmisión”, afirma y a modo de ejemplo expone que en unos días el Instituto Gogora va a publicar en euskera el libro sobre su vida. “Hay interés. Si el PP no colabora con la memoria es porque ellos o familiares suyos son los mismos que los de entonces. Pero aquí hay relevo y no seremos olvidados. Ahí estáis los periodistas y las instituciones para seguir teniéndonos presentes”, explica este superviviente del campo de Gurs y que previamente estuvo en el bombardeo de Gernika, en Elgeta en la batalla de Intxorta, y en el frente de Barcelona.

En los últimos años más de una veintena de aquellos improvisados soldados ha fallecido. Por citar algunos, Usabiaga, Sagastibeltza, Padín, Izagirre, Delgado, Uribe, Etxebarria, Aranberria, Ezenarro, Landa, Condina y Biain. Muchos de ellos, habitan aún en el libro Maizales bajo la lluvia, de Aitor Azurki. “¿Qué será de ellos cuando no estén? Te diré lo que me respondió un gudari al preguntárselo: Esto será como muchas otros situaciones de la Historia, que cuando ya no esté nadie para contarlo, se quedarán en meras letras del pasado”.

Azurki apostilla que es una pregunta que todos los memorialistas se han hecho alguna vez. “La importancia de los testimonios radica en la oralidad tal y como lo recogía en una cita del periodista Francesc-Marc Álvaro: Sin figuras de carne y hueso que acrediten los hechos y levanten puentes de empatía, el significado único de ese acontecimiento irá perdiendo intensidad, hasta confundirse en fenómeno histórico. No será el olvido lo que nos asediará, sino la indistinción, forma suprema de la indiferencia”.

El ‘niño de la guerra’ de Lutxana amigo de Corbyn

El líder del Partido Laborista invitó a paco robles, un vizcaino-leónes de 91 años, al parlamento de westminster

Un reportaje de Iban Gorriti

Asus casi 92 años, Paco Robles fue uno de los niños exiliados de la Guerra Civil que huyeron de Euskadi a Gran Bretaña a bordo del histórico barco Habana. Originario de León, en 1937 residía con su familia socialista en Lutxana, Barakaldo. 81 calendarios después de zarpar desde Santurtzi a Southampton, el mes pasado recibió una invitación del líder laborista Jeremy Corbyn para tomar parte en una sesión de control en el parlamento británico. El 21 de febrero, este miembro de la asociación Basque Children 1937 se personó en el palacio de Westminster. Acudió junto a otra compañera de la agrupación, Carmen Kilner.

El laborista Jeremy Corbyn, Paco Robles y Carmen Kilner, los dos últimos de la asociación Basque Children 1937. Foto: Deia
El laborista Jeremy Corbyn, Paco Robles y Carmen Kilner, los dos últimos de la asociación Basque Children 1937. Foto: Deia

La experiencia fue “inmejorable”, según relata Robles a DEIA. “La primera ministra Theresa May no paraba de mirarme”, se ríe desde su residencia en Northolt, Londres. Tras el pleno, Corbyn les invitó a pasar a su despacho y desayunar con él. “En ese momento le pedí que, de vez en cuando, le levante la voz él también a May, una mujer que grita mucho y que se cree que posee la razón única. Su partido, los conservadores, son muy insultones”, agrega. Y es que, a juicio de Robles, en Reino Unido ocurre algo similar a lo que acontece en el Estado español. “May era ministra del Interior y está llevando a cabo muchísimos recortes… Como allí, en España, que aún gobiernan los hijos y nietos de los franquistas. ¡Nos dan una fracción de todo lo que nos han robado!”, enfatiza con actitud apasionada.

Pero, ¿quién es Francisco Robles? Nacido el 25 de junio de 1926 en una casa pegada a la histórica catedral de León, su familia se trasladó a vivir a Barakaldo cuando tenía tan solo dos años. Su padre, Germiniano Robles, era “un diputado del PSOE en Bilbao”, asegura Robles, quien agrega que “me han dicho que también somos algo de la socialista Margarita Robles, y que fijo que somos primos del torero Julio Robles”.

años de guerra Germiniano Robles era muy amigo de la comunista Dolores Ibarruri, La Pasionaria: “Eran íntimos. De hecho, yo siempre pensé que Dolores era mi tía. Venía a menudo a casa con su marido. Una vez que iba enganchándome a los tranvías me partí un labio y ella me lo curó. Incluso coincidimos en una ocasión en Checoslovaquia y me reconoció en seguida”.

Su partida de León a Lutxana se debió a que a su padre le ofrecieron un puesto en el departamento de química de Altos Hornos de Vizcaya. “Vivíamos en unas casas hechas por la República que eran muy bonitas y buenas, hasta que empezó la guerra. Mi padre fue al frente. Sé que estuvo en Otxandio. Desconozco el batallón al que perteneció”.

De los días de guerra en Bizkaia recuerda que, viajando en un tranvía, oyó un estruendo superlativo. “Fue como un trueno encima nuestro. Dijeron que tenía que ver con el bombardeo de Gernika, lo recuerdo muy bien, pero no sé dónde estábamos”. Pronto le buscaron al pequeño Francisco una salida al exilio, a tierra en paz. Tenía 9 años. Destino: Southampton, Reino Unido. Salida: Santurtzi. “Nos dijeron que iríamos para tres meses y recuerdo aún lo que sentí al notar las lágrimas de mi madre en mi cara. Todas las madres lloraban, y ya en el barco, nosotros también”, afirma.

Estuvo un mes en el primer puerto al que arribaron y después lo enviaron a otra colonia. “En ocasiones vino Negrín, el presidente del gobierno de la Segunda República, a vernos a las colonias. Le vi en dos ocasiones”, evoca. Pero la paz no duró mucho tiempo al llegar la Segunda Guerra Mundial. “En una colonia, la Luftwaffe -fuerza aérea alemana de Hitler- nos tiró un torpedo aéreo. Eso no se me olvida”.

Su padre, mientras tanto, había vuelto del frente y se encontró con que le habían quitado su casa. “Fue un falangista vestido con su uniforme. Nos quitó lo que nos había dado la República”, enfatiza con garbo. Y va más allá: “Entre eso, tanta pena y tanta muerte con Franco, una vez me arrodillé y dije que no creería nada en Dios, eso son chorradas… Es que los aviones en Barakaldo nos ametrallaban y, cuando oíamos el cuerno de Altos Hornos, íbamos al refugio corriendo con mi madre y ella en sus brazos llevaba a mi hermano”, relata con enfado.

Robles aún mantiene en su retina qué le ocurría a la carretera de Lutxana. “Yo le decía a mi madre que veía que se levantaba el suelo y me explicó que eso era que nos estaban disparando. Un horror. Mataron a muchos niños amigos míos que estaban jugando”.

Paco se quedaría a vivir en Londres. Aunque siempre quiso ser veterinario, acabó trabajando para British Airways. “En ella me jubilé”, detalla quien aún recuerda canciones en euskera. “A los amigos de Lutxana les decía: yo soy más vasco que vosotros, aunque nací en León”. Ocho décadas después de aquello, ha sido invitado por el líder laborista Corbyn y ha quedado tan contento como “cuando en la República vestía yo orgulloso un cinturón con la foto de Pablo Iglesias”.

¿Hubo un feminismo vasco en la Guerra Civil?

El franquismo trabó una emergente liberación de la mujer, que sufrió la represión y participó activamente en la guerra

Un reportaje de Iban Gorriti

POCO se ha escrito sobre la Guerra Civil en Euskadi. Menos de lo que pueda pensar la persona lectora. Todo -a pesar de excelentes trabajos de investigación- está aún por transmitir. Eso sí, de lo poco que hay lo primero que se ha reescrito ha sido el protagonismo del hombre vasco en los días de contienda entre el 18 de julio de 1936 y agosto de 1937. Y poco o nada sobre la mujer, lo que ya se presta a ser un indicador de la sociedad heredada que el pasado jueves salió convocada por el movimiento feminista en masa a las calles a reivindicar el lugar que le corresponde en la sociedad.

La Guerra Civil cortó la expansión de Emakume Abertzaleen Batza y muchas de ellas tuvieron que ir al exilio. Foto: Sabino Arana Fundazioa
La Guerra Civil cortó la expansión de Emakume Abertzaleen Batza y muchas de ellas tuvieron que ir al exilio. Foto: Sabino Arana Fundazioa

Interrogada sobre el concepto de feminismo en la Euskadi del trienio 1936-1939, la profesora de la UPV/EHU e integrante de Durango 1936 Kultur Elkartea María González Gorosarri considera que, en vez de citar ese concepto “sería más justo hablar de la liberación de las mujeres durante la Guerra Civil en Euskal Herria”.

La profesora pone el foco en que el reconocimiento de los derechos de las mujeres en la República (derecho a la educación primaria obligatoria, derecho a cobrar su propio salario, derecho al voto, etc.) obligó a la sociedad a organizarse alrededor de esa nueva situación. “Por ello, incluso los partidos de derecha se vieron obligados a tener oradoras que apelaran al voto femenino. Como consecuencia, el trabajo social y político de las mujeres se visibilizó”, subraya.

A su juicio, la guerra acarrea la eliminación de los límites establecidos y es entonces cuando las mujeres alcanzan mayores cuotas de liberación social, especialmente, cuando ocupan los trabajos de las fábricas que quienes han ido al frente han dejado libres. Y pone un ejemplo: “En el caso de la guerra de 1936, muchas mujeres participaron en la resistencia antifascista”, y cita, por un lado, a las milicianas que lucharon en el frente que eran principalmente anarquistas: “Anita Sainz y Kasilda Hernáez defendieron Irun y Donostia, y otras murieron en combate (María Garmendia Berasategi, Mertxe López Cotarelo y Pilar Vallés), antes de que el Gobierno vasco expulsara a las mujeres del frente”.

Asimismo, recuerda a las muchas mujeres que participaron en la retaguardia táctica (las emakumes de ANV confeccionaban ropas para el frente) y en la clandestinidad (tras la caída de Bilbao en manos de las tropas fascistas, Bittori Etxeberria Agerrebere organizó una red de mugalaris en el valle de Baztán, y un servicio de información entre los presos vascos y los dirigentes del PNV. “La propia Bittori Etxeberria, Itziar Mugika, Teresa Verdes y Delia Lauroba fueron condenadas a pena de muerte en 1941. Un año después, les fue conmutada la sentencia de muerte por la reclusión: treinta años de cárcel para Etxeberria y Mugika, veinticinco para Verdes y veinte para Lauroba”.

La doctora en Historia Contemporánea Julia Monje rebobina hasta el golpe de Estado dado por generales españoles en julio de 1936 contra la Segunda República y destaca que “fue concebido para aplastar los logros conseguidos en la Segunda República, incluido el importante avance que se pretendía en la lucha por los derechos de las mujeres”.

Monje, integrante de la asociación Intxorta 1937 Kultur Taldea, subraya que las mujeres sufrieron una brutal represión durante la contienda ya que fueron encarceladas, violadas, despedidas, rapadas, multadas o desterradas, lo que demuestra que representaban un desafío a la estructura de ese nuevo poder. “Aun así, miles de mujeres resistieron y se rebelaron poniendo en práctica acciones transformadoras a nivel individual y colectivo; pasaron del espacio privado al público en un contexto de discriminación y desigualdad; articularon formas de protesta para sustentar la vida de sus familiares y las suyas propias”.

La doctora en Historia Contemporánea y escritora Asun Badiola también sitúa a la mujer de aquella época histórica donde merece. “Las mujeres vascas fueron tan protagonistas como los hombres, pero de una forma diferente. La mayoría no estuvo en el frente, pero sufrieron persecución, castigo, encarcelamiento en lugares expresos para ellas, incautación de bienes, exilio, rapados de pelo, paseíllos por la calle tras tomar aceite de ricino,…”, enumera.

Acudiendo a datos objetivos, la mujer también murió fusilada. De los últimos listados publicados por el Gobierno vasco sobre mujeres pasadas por las armas en este territorio, se contabilizan 64 desde 1936 hasta 1940: 34 en Gipuzkoa, 22 en Bizkaia y ocho en Araba. “Un libro revela que en Bilbao fueron 19 de 9.000 prisioneros. El periodo de posguerra fue largo y también el encarcelamiento en sus diferentes fases”, afirma Badiola.

A modo de epílogo, González Gorosarri llama a la reflexión: “Que no conozcamos a estas mujeres no solo es consecuencia de la represión fascista, sino falta de reconocimiento político por parte de sus compañeros, que no relataron sus nombres en la historia oral de este pueblo”.