La traición de Yanguas narrada por Aguirre

El lehendakari denunció en una carta el paso al enemigo del piloto republicano con las joyas de la Virgen de Begoña

Un reportaje de Iban Gorriti

Décadas atrás se extendió la creencia popular de que valores y joyas de la Virgen de Begoña fueron robados durante la Guerra Civil. El franquismo logró hacer calar esta versión al desinformar diciendo que las habían recuperado para la Amatxu. El difunto rector del santuario Jesús Garitaonandia, fallecido en 2013, gritó siempre a los cuatro vientos que no hubo sustracción alguna. “La realidad -defendía en DEIA- es que Fortunato de Unzueta, como responsable de la parroquia de Begoña, y Eliodoro de la Torre, consejero de Finanzas del Gobierno vasco, habían protagonizado una arriesgada operación de salvaguarda de las joyas guardándolas en un banco de Toulouse”.

Aguirre, delante de José Luis Irisarri, delegado del Gobierno vasco en México, en una imagen tomada en ese país. Foto: Sabino Arana Fundazioa

A sus investigaciones hay que sumar una carta que el PNV aporta ahora a este medio. Es una misiva del lehendakari Aguirre remitida desde París a José Luis Irisarri, entonces delegado del Gobierno vasco en México. El propio presidente del Ejecutivo cita a Fortunato de Unzueta y detalla la inesperada traición de un piloto republicano a quien se le encomendó trasladar las joyas religiosas a la ciudad francesa del Garona.

Aguirre mide sus palabras para informar a Irisarri de que el párroco fue quien entregó las alhajas sagradas a De la Torre. Y en ese momento, sin embargo, quita el freno y despega: “Fueron depositadas en una caja fuerte del Banco de Toulouse, de donde luego las arrebató y robó el aviador Yanguas en unión de Joaquín de Goyoaga, que por esto apreció proclamado héroe y caballero de España”. Y ahí recuerda que no solo desaparecieron las joyas de Begoña, sino que “ese caballero no ha respondido de las joyas de varias señoras pertenecientes a Emakume Abertzale Batza, entre ellas Doña Teresa de Azkue”.

En la comunicación que data del 28 de enero de 1955, Aguirre califica al aviador como “tenido por hombre de confianza”. Él debía depositar en el destino comunicado las joyas a su nombre y al de Antonio de Irala. Sin embargo, tras volar hasta Toulouse, el piloto no cumplió en su retorno ni con su palabra ni con la trayectoria. Cambió de bando y aterrizó en Zarautz cuando debía haberlo hecho en Bilbao.

Según indagaciones del párroco Garitaonandia, José María Yanguas no viajó solo en su retorno, por lo que entregó al enemigo a quienes volaron en la aeronave junto a él, caso de Alfredo Espinosa, consejero de Sanidad del Gobierno vasco. También el capitán-militar José Aguirre.

Avería ficticia

El avión había despegado el lunes 21 de junio a las 20.17 horas de suelo francés. Tomó tierra en la playa de Zarautz a las 21.30 horas. “La causa de este aterrizaje, según el piloto Yanguas, fue una avería, pero en realidad se trató de una traición muy bien preparada de antemano”, dejó impreso Garitaonandia, quien enumeró hechos que demuestran la traición: el aterrizaje era esperado porque se habían retirado las casetas de baños, y cuando el público, extrañado, preguntó por la causa, se dijo que esperaban a Franco”. El alcalde de Zarautz, por su parte, recibió la orden de apagar las luces que se vieran desde el mar, y el crucero Cervera y otros barcos franquistas tenían órdenes de no disparar sobre el avión. El rector de Begoña fallecido hace seis años obtuvo estos datos en la Fundación Sancho el Sabio.

El relato coincide con la carta del lehendakari Aguirre a Irisarri. Yanguas “entregó al consejero Espinosa Oribe, al comandante de artillería Aguirre, que fueron ejecutados, y a algunos otros pasajeros que sufrieron prisión. No sabemos cuáles fueron las complicidades que permitieron a Yanguas retirar, con su sola firma, las joyas depositadas”.

El líder jeltzale, al comienzo de la carta, argumenta que va a hacer un “resumen general y auténtico” de la información que el Ejecutivo tenía al respecto. Es decir, de la “evacuación de valores y joyas que ha tenido tanta publicidad en México”, precisa, y agradece a Irisarri sus declaraciones para salir al paso.

En la epístola, el presidente informa al delegado en la diáspora mexicana de otros breves temas. Asegura que le enviará por medio de Martín García Urteaga el texto de Fortunato Aguirre sobre las joyas, y otros como la traducción taquigráfica de “mi conferencia en el Ateneo Español”, y “para Ogoñope mi libro Entre la Libertad y la Revolución”. Asimismo, el lehendakari quiso facilitar a Irisarri la fotocopia de los párrafos del libro en los que “el general Galand narra cómo bombardeó Guernika, siendo miembro de una de las escuadrillas atacantes”.

Recuperar las joyas

Como final a la traición de Yanguas, Garitaonandia describió que el piloto acompañado de Goyoaga realizaron un viaje relámpago en automóvil a Toulouse con el objeto de recuperar las dos cajas con las joyas. Logrado este objetivo, al pasar la aduana de Irun, el 23 de junio de 1937, las dejaron en manos de Julián Troncoso, jefe de Servicios de Fronteras, para su custodia y entrega al general franquista Dávila. “Si estos dos personajes pusieron bajo custodia militar las joyas de la Virgen, ¿adónde fueron a parar las joyas de las emakumes de Bilbao, valoradas en su época en un millón de pesetas?”, se preguntaba, e iba más allá en su enfado: “Goyoaga se convirtió en el bilbaino que descubrió las joyas en Francia y que, gracias a su sagacidad, inteligencia y tacto las rescató para su Dueña y Señora (la Virgen de Begoña) y para España”.

Por todo ello, el rector durangués de Begoña luchó por la memoria, por la verdad “en defensa de la honestidad de Eliodoro de la Torre y Fortunato de Unzueta, tantos años injustamente cuestionada, y en honor a su sacrificio”.

La bebé robada en la cárcel de Durango

Una familia de toledo descubre que Angelita, una niña arrebatada a su abuela por unas monjas en 1940, falleció en la prisión vizcaina cuando solo tenía un año

Un reportaje de Iban Gorriti

Una sala de urgencias en Toledo. A un padre le van a operar del corazón. El televisor ciega con imágenes de niños robados durante la Guerra Civil y franquismo. La familia del paciente pone en común la posibilidad de que aquella niña que unas monjas arrebataron a la abuela Plácida en la cárcel de Durango pudiera ser uno de esos casos. Los corazones se ponen a bombear y buscan con anhelo dar una solución al enigma. “A mi abuela le dijeron que le quitaban la niña porque había muerto, pero vete a saber. Ella ni la vio muerta ni que la enterraran”, afirma Óscar Lancha, nieto de Plácida y sobrino de Angelita, supuesta niña fallecida con un año. Tras diez años de búsqueda, un reportaje de DEIA les aportó novedades. La foto que conservan de Plácida y la niña en la prisión de Durango concuerda con una de grupo tomada en el exterior del inmueble que a día de hoy no existe. Óscar se puso en contacto con este diario y la investigación continúa.

Foto de presas en la cárcel de Durango. A la derecha, Plácida y Angelita. Fotos: Archivo Gerediaga / Germán Zorraquín

El archivero municipal de Durango, José Ángel Orobio-Urrutia, cierra el círculo con una información. La niña que las monjas arrebataron a Plácida falleció el 25 de abril de 1940 y se le dio sepultura con apellidos erróneos de Landa y Carmona, en vez de Lancha y Carmena “en la calle Santo Tomás, nº 16 del Cementerio de Durango”. Según el libro en el “presidio”, la causa fue una “bronconomía” (sic), y se le dio sepultura en la calle Santo Tomás, nº 16 del cementerio de Durango. Así lo atestigua el Libro de inhumaciones del Cementerio de Santa Cruz de la Villa de Durango, 1918-1953, que custodia el archivo, el mismo volumen al que los franquistas arrancaron las páginas en las que se dio registro a los asesinados en el bombardeo fascista contra la población civil de la villa en 1937 para que no quedara huella del crimen.

“Por mi profesión de bombero -enfatiza el nieto emocionado-, me considero una persona fría, tristemente acostumbrado a situaciones y noticias impactantes, siempre intentando transmitir seguridad, calma y serenidad. Pero hoy la llamada, sabiendo que mi tía no está viva, con las esperanzas que teníamos, me ha superado; me has oído llorar, no sé si de tristeza, alegría, rabia, indignación, ira… o todo a la vez”, transmite este toledano seguidor del Athletic, sentimiento que hereda “de generaciones”.

La primera mención que Orobio-Urrutia ha encontrado sobre Plácida y su hija Ángeles es del libro de bautizados de la iglesia de Santa Ana de Durango. En este tomo figuran nueve niños y niñas bautizados en lo que denominan la prisión de mujeres del barrio de San Roque. Aparece Ángeles, nacida en Polán (Toledo) el 19 de mayo de 1939. Es hija de Claudio, jornalero, y Plácida Carmen -en vez de Carmena- Alonso. Se le batea el 14 de abril de 1940, un mes después de su llegada como presa de Franco a la villa. “Como curiosidad, ese mismo día se bautizaron a otros tres niños, dos de ellos nacidos en la misma cárcel y un tercero llamado Carmelo Manuel Navarro Lancha, natural también de Polán”, detalla el archivero. El nieto confirma que no es familia directa porque “mi abuela no tuvo hermanas. Lancha es un apellido típico de aquí”, constata agradecido y comienza a desgranar sus sentimientos. “Decía tristeza, por saber que finalmente mi tía falleció, algún trocito de nuestro corazón nos hacía creer todavía que podía estar viva”, se arranca.

Tras visitar esta semana el camposanto, no hay huella de su nombre. La sepultura más antigua infantil con leyenda data de 1944. Sin embargo, puede estar aún. “Podría estar, es una zona que se ha tocado poco”, da esperanzas el enterrador Pello.

El Archivo registra once enterramientos de personas que estaban en la cárcel. Seis son “párvulos” y cinco, presas. Óscar, como su hermana Yolanda, también sienten a pesar de la tristeza, “alegría, por saber del paradero de nuestra tía y poder cerrar todos estos años de incertidumbre sobre qué había sido de ella”, continúa quien aún no ha querido comunicar a su padre, a quien operaron del corazón, la que argumentan como “triste-alegre” noticia.

Corría el año 1940. La toledana Plácida Carmena Alonso fue dispersada a Durango, con una condena “de 12 años y un día por auxilio a la rebelión”. Su delito: llevar comida a su padre, preso por pertenecer a los comités de la República. Una mujer le denunció al salir del penal y fue detenida el 9 de diciembre de 1939, es decir, acabada la guerra. Le hicieron un consejo de guerra el 25 de enero de 1940 y le trasladaron desde la cárcel de Toledo a la vizcaina. “Mi abuela Plácida partió a Durango con una niña pequeñita, mi tía Angelita”.

Al cierre de esta prisión, fue trasladada al penal de Saturraran. “Creemos que muere, es un decir, ya que en los documentos de mi abuela, fallecida en 1998, no se encontró nada que acreditase la defunción de su hija, y según su relato ni tan siquiera se le permitió ver el cadáver de su pequeña”, lamenta y va más allá: “La versión que nos dio es que con nueve meses una monja se la quitó de las manos diciéndole que se la llevaban porque estaba muy enferma… Lo siguiente que se le comunicó a mi abuela fue que su hija había fallecido, y que iba a ser enterrada en la prisión”.

Con el paso del tiempo, la familia va recopilando información con documentos, noticias, foros, con apoyo del historiador de Ondarroa Fernando Aguirre. “Ahí se pensó que cabía la posibilidad de que la niña no falleciera y fuera vendida o entregada a alguna familia”. Cuando la familia “nos habíamos atascado”, aparece en internet una noticia de DEIA y al ver la foto reconocieron a Plácida. “Mi abuela conservaba una foto que es una parte de la que se publicó”, apostilla y argumenta su “rabia, al descubrir lo frágiles que somos y de cómo la crueldad de algunas personas puede destruir familias, simplemente por llevar comida a su padre, como le sucedió a mi abuela”.

Ahora, y sabiendo ya la verdad, asegura que visitarán Durango y tal vez regresen a 508 kilómetros con los restos de Angelita, para el retorno en paz junto a sus ancestros.

Una excursión nazi truncada en Urkiola

Investigadores de la UPV/EHU sacan a la luz un suceso de abril de 1937 que evidencia la participación de la Legión Cóndor en la guerra en Euskadi

Un reportaje de Iban Gorriti

UNA metedura de pata de los pilotos alemanes llevó a que los republicanos tuvieran una evidencia más de que la Legión Cóndor apoyó el golpe de Estado que una parte de los militares españoles protagonizó en julio de 1936. El investigador Josu Santamarina resume aquel error geográfico como “una excursión que salió mal, fallida, con final sorprendente”, sonríe quien ha estudiado sucesos como este junto a otro colega de la UPV/EHU, Xabi Herrero.

El suceso ocurrió el 5 de abril de 1937. Tan solo cinco días después del bombardeo de Durango y tres semanas antes del de Gernika. La ofensiva con la que amenazó el general Mola echaba fuego. El encontronazo inesperado entre los aviadores germanos y milicianos podría ser una secuencia de cine. “Sí, tiene aire de película”, asiente Santamarina. “La foto ya muestra a un jeep con gerifaltes nazis que se topan con milicianos y hay un tiroteo. Esto lo hemos visto en películas de la Segunda Guerra Mundial, como hace poco Malditos bastardos o históricas como Doce en el patíbulo. Lo que pasa es que siempre lo hemos visto en Alemania, pero también ocurrió aquí, en Urkiola”, enfatiza el de Urrunaga.

El intérprete Paul Freese tras ser capturado por las tropas republicanas.Foto: diario ‘Euzkadi Roja’

El suceso ocurrió el 5 de abril de 1937. Tan solo cinco días después del bombardeo de Durango y tres semanas antes del de Gernika. La ofensiva con la que amenazó el general Mola echaba fuego. El encontronazo inesperado entre los aviadores germanos y milicianos podría ser una secuencia de cine. “Sí, tiene aire de película”, asiente Santamarina. “La foto ya muestra a un jeep con gerifaltes nazis que se topan con milicianos y hay un tiroteo. Esto lo hemos visto en películas de la Segunda Guerra Mundial, como hace poco Malditos bastardos o históricas como Doce en el patíbulo. Lo que pasa es que siempre lo hemos visto en Alemania, pero también ocurrió aquí, en Urkiola”, enfatiza el de Urrunaga.

Según relatan Herrero y Santamarina, un automóvil con cuatro miembros del grupo de caza 4.J/88 pasó a las líneas leales en misión de reconocimiento de un aeródromo republicano pensando que este ya estaba en poder de los golpistas. Sin embargo, al llegar a las proximidades de Otxandio, fue sorprendido en la carretera de Urkiola por la guardia republicana.

“Algunas informaciones apuntaban que, al percibir la guardia en el vehículo una bandera monárquica, comenzó a tirotear el coche con fuego de ametralladora y fusil, mientras el conductor nazi, al darse cuenta de su error y que probablemente sería capturado, o alcanzado por las balas, empezó a dar marcha atrás a toda velocidad para terminar cayendo por un pequeño barranco al ser herido por una bala”, agregan.

Cada cual sacó su pistola y el tiroteo duró minutos. Los republicanos no registraron bajas y sí los teutones, que acabaron apresados. “Sin embargo -enfatizan los investigadores-, otro relato de los hechos señaló que, mientras la guardia los apuntaba con sus fusiles, el conductor intentó virar en redondo dando la vuelta al coche. Los milicianos les hicieron levantar los brazos a los ocupantes, accediendo solamente tres de ellos, mientras que el conductor, Carsten Woolf Harling, se atrevió a disparar su pistola para defenderse, siendo alcanzado por un tiro certero que le causó la muerte”.

Los investigadores universitarios, que están concluyendo sus tesis, valoran que a los nazis en las fotos se les ve “pinta de juerguistas, de tener todo controlado, pero acabaron yendo a donde no debían”, e ilustran que entonces cada bando solía quitar las señales de las carreteras para que el enemigo se equivocara. “Este es un caso”, defienden.

Cuatro días después del incidente, el cadáver de Harling fue encontrado en la carretera de Otxandio a Mañaria tras ser abandonado por los gubernamentales. El chófer era el citado teniente primero de aviación Carsten Woolf Harling, que desempeñaba el cargo de inspector en el aeródromo de Gasteiz. Otro ocupante era el intérprete con graduación de capitán Paul Freese -llevaba 25 años residiendo en Zarautz, donde tenía una industria o era viajante de maquinaria-, que estaba conmocionado y herido grave en un brazo, falleciendo en el Hospital Militar de Bilbao donde quedó instalado. “Es curiosa la foto en la que le están dado agua. Se le ve con un shock postraumático. Siendo un traductor, se ve envuelto en un tiroteo con muertes. Es más, en un momento en el que los milicianos les tenían ganas”, manifiesta Santamarina.

Los otros dos ocupantes del vehículo eran los tenientes de Aviación de escuadrilla de caza Walther Kienzle y Godofredo Schulze Blanck. En la Comandancia de Durango prestaron declaración los detenidos sin mostrar inquietud alguna, de los que solamente Paul Freese conocía el castellano.

vivos Los dos supervivientes del suceso, Kienzle y Schulze, fueron conducidos a la cárcel de Larrinaga, donde el periodista sudafricano George Lowther Steer llegó a conversar con ellos. Entre los documentos y materiales capturados a los germanos, estaban el diario del joven Schulze, publicado de forma incompleta por la prensa internacional en un intento de cambiar la postura política francesa e inglesa respecto a la “no intervención” en España.

Este piloto había llegado a Euskadi en marzo de 1937. Su diario tras participar en la ofensiva contra Bizkaia dejaba opiniones sobre el territorio: “Fantástica belleza del paisaje, sobre todo en los alrededores de Vitoria. Salida para San Sebastián. Impresión enorme, maravillosamente situada a la orilla de un mar nimbado de montañas. Altas y bonitas casas, largas calles bien conservadas, buenos cafés, parques y plazas. Poca gente, como abandonada”.

El matadero franquista que toneladas de tierra no taparon

La verdad acaba saliendo siempre a la luz, es el caso de las fosas navarras de Franco en Ollakarizketa de 1936 con testimonios que ponen la piel de gallina

Un reportaje de Iban Gorriti

APARECIERON dos coches, el primero con bandera nacional y una camioneta con toldo. Mi padre y mis hermanas se apartaron. Yo me quedé y vi los fusilamientos. Aquel día trajeron diecisiete esposados de dos en dos. Los metían como a corderos en la primera borda, la borda Roncal. Los sacaron ya sin atar. En la parte izquierda de la fosa, un pistolero le pegaba un tiro en el corazón y caía. En la parte derecha, el segundo pistolero le pegaba un tiro de gracia. Los echaban a la fosa medio tiesos, de pies, para que cupieran más”.

Trabajos de Aranzadi en la zona de Nafarroa donde se exhumaron tres fosas con 20 cuerpos el pasado septiembre.Foto: Pablo Domínguez

El escalofriante testimonio pertenece a Félix Echalecu, navarro que en 1936 fue obligado a cavar y tapar diversas fosas en Ollakarizketa tras presenciar diferentes ejecuciones. Hicieron, según narra, una fosa de unos 100 metros de largo por 0,60 de ancho y un metro de profundidad para enterrar los cadáveres. “La gente miraba para otro lado mientras los asesinos mataban con total impunidad”, agregan los investigadores del suceso Pablo Domínguez y Aiyoa Arroita, de Ortuella.

El lugar fue elegido para ocultar las muertes de, por ejemplo, sacas que se hacían del penal provincial de Iruñea y tal vez otros producidos por “paseos” de vecinos de lugares de la zona de Iruzkun, Valle de Juslapeña. “Se ha demostrado que las historias que se contaban de boca en boca eran ciertas, no una leyenda urbana inventada por los rojos republicanos”, dice Domínguez.

En la actualidad, este “matadero franquista” es también conocido como “coto redondo”. Es propiedad de Miguel Vidart Falcón, nieto del que fue alcalde, Pedro Vidart, cuando “se produjeron los viles asesinatos en noviembre de 1936”. La orden de cavar la fosa la recibió el propio alcalde del Gobernador Militar de Navarra, según han cotejado.

Domínguez transmite que los crímenes fueron presenciados por una pastora de nueve años llamada Plácida Ibero. Nunca olvidó el lugar donde los enterraron, “tras asesinarlos impunemente”, y que indicó personalmente en 1979. Testigos de aquella primera exhumación popular recuerdan, 40 años después, la enorme emoción que sintieron y lo que vieron a medida que excavaban en la fosa. “Entonces todavía quedaban vivos muchos hijos de fusilados. A algunos se les reconocía quiénes eran por la ropa, por las zapatillas”, afirma una testigo de las exhumaciones de 1979.

A juicio del investigador, siempre se supo dónde estaban las fosas de la borda de Ollakarizketa. Pero mantiene que durante la dictadura de Franco era impensable hacer algo por rescatar los cuerpos de los familiares sepultados. “El miedo estaba latente y los que ganaron la guerra ocupaban puestos políticos y sociales que impedían las inhumaciones de personas republicanas, pero que Franco sí hizo por decreto en 1936 para exhumar a los muertos de su bando. En el mismo se pedía un censo de desaparecidos de la guerra y encargar a un grupo de expertos un protocolo de exhumación, además de preservar por ley las fosas comunes para que no se construyera sobre ellas”, explica.

Sin embargo, en Nafarroa hubo lo que se ha denominado exhumaciones tempranas, que comenzaron en la posguerra en 1939-1941 con la actuación en fosas con autorización del Gobernador Civil, tal y como consta en los archivos. Las siguientes se llevaron a cabo en 1952, 1959 y 1964 con la recuperación de restos, incluidos los del alcalde republicano de Lizarra, Fortunato Aguirre, enterrado junto al cementerio de Tajonar. “Entre ellas no estaba ninguna de las de Ollakarizketa”, matiza Domínguez.

Estas primeras exhumaciones, según los especialistas, se hicieron más con el corazón que con la ciencia médico-forense y terminaron de forma brusca tras el golpe de estado de Tejero en 1981. “Regresó el miedo a una nueva masacre y se abandonó todo hasta el año 2000, cuando regresaron las exhumaciones, pero ya por medios científicos”, pormenorizan.

Pese a todo ello, en más de 80 años el propietario de la finca nunca ha hablado. “Lo que no sabían es que después, alguien relacionado con el terreno o con permiso de éste, alteró la superficie de las fosas que se veían a simple vista y las cubrió con toneladas de tierra, hasta una altura de más de un metro en algunas zonas. La intención no era ocultarlas, pues ya se sabía dónde estaban, sino dificultar el trabajo de buscarlas”, agrega.

“Fosas del odio” Pero llegó 2019. Y llegaron al lugar los técnicos especializados de la Sociedad Aranzadi con el antropólogo forense Paco Etxeberria y la arqueóloga Lourdes Herrasti a la cabeza, siguiendo un protocolo y dentro del programa de colaboración Institucional firmado con el Gobierno de Nafarroa.

Pablo Domínguez acudió al lugar el 30 de septiembre a ayudar con las exhumaciones como miembro colaborador de Aranzadi. “Lo que presenciamos allí fue dantesco. Había tres fosas localizadas junto al edificio pastoril. Una de ellas estaba casi excavada y con los restos de nueve personas asesinadas a la vista. Detrás había otra fosa múltiple que dejaba entrever los restos de, por el momento, cinco personas y un gran hoyo central de una época antigua donde en 1979 habían rescatado los restos de dos personas de forma parcial y sin tocar al resto”.

En total localizaron 20 cuerpos en esas tres fosas y “no 16 como informaron los periódicos ese día, a causa de la falta de excavación de la segunda fosa que no estaba visible en su totalidad”, confirma.

A pesar del hallazgo de las tres fosas este año y la que se exhumó en 1979, se cree que aún quedan más enterramientos por descubrir. “Se sospecha de otra con cerca de 16 personas en las inmediaciones y varias más con un número indeterminado de cuerpos cercanas a las localizadas. Son fosas del odio de un pasado reciente de nuestra historia que nos causan vergüenza en pleno siglo XXI”, lamentan.

El miliciano preso al que liberó Goicoechea

Epifanio Guridi relata en su diario cómo tras ser apresado por los franquistas logró coincidir con el famoso comandante republicano pasado al enemigo

Un reportaje de Iban Gorriti

nO son muchos los diarios de gudaris y milicianos que han trascendido o que aquellos soldados del Euzkadiko Gudarostea llegaron a escribir. Contados han sido los que han acabado impresos como libro y otros reposan en la memoria familiar. Un ejemplo de estos últimos es el Diario de Epifanio Guridi, antifascista del batallón 8 de la UGT durante la Guerra Civil. Su relato ha sido estudiado por Jon Ander Ramos, profesor de la UPV/EHU.

Fue en estas 120 páginas de los años 80 donde el antifascista de Eskoriatza relató una paradoja. El guipuzcoano se mostró en todo momento un ferviente defensor de la fortificación del Cinturón de Hierro que comandó Alejandro Goicoechea. Este último, el 27 de febrero de 1937, se pasó al bando golpista en Arlaban, a la IV Brigada de Navarra. Años después, fue el inventor del tren Talgo.

Guridi narra con entusiasmo los planes del Cinturón de Hierro de Bilbao. “Todo el País Vasco confiábamos en la enorme fortificación. Todos los alrededores de Bilbao se encontraban con nidos de ametralladoras, construidos por el afamado Goicoechea. Pero de nada sirvió. Una noche, este comandante se fugó con todos sus planos al enemigo cruel fascista”, denunciaba molesto.

La singularidad de este hecho es que, sin embargo, Epifanio acabaría libre tras ser apresado por el bando sublevado. La curiosa razón fue que coincidió con el propio Alejandro Goicoechea y este le aseguró que conocía a su familia y que, incluso, había una casa en común, por lo que le quedaban pocos días de guerra. Y así fue a raíz de la intermediación del de Elorrio.

El diario entregado por una hija del miliciano a Ramos describe que esta noticia aconteció un lunes. Epifanio, “conductor desde los 18 años y acordeonista que tocaba en romerías” -como narra el investigador- situó su camión para que lo cargaran los soldados del bando golpista. Entonces apareció Goicoechea. “Preguntó por el chófer del camión y le contestaron que estaba en su casa, y mandó que me presentara. Me preguntó si de verdad era yo de Eskoriatza y si vivía en la casa. Contesté que sí, que vivían mis padres desde cuando se casaron. Me dijo que era la casa de sus primas. ¡Qué coincidencia! Estará usted contento. Me estrechó la mano y me dijo: suerte que ya te quedan pocos viajes…”.

Sin embargo, hay que recordar que meses antes, cuando Epifanio militaba en el bando republicano que defendió desde el primer día en el comité de defensa de su Ayuntamiento, detestaba el golpe de Estado. Denunció en su diario el paso de bando de Goicoechea porque, según sus palabras, “para Euskadi fue una desmoralización tremenda”. Y va más lejos. Asegura que el 18 de junio de 1937, un día antes de la ocupación de los ya franquistas de Bilbao, el lehendakari “José Antonio Aguirre se presentó en Artxanda gritando y animando a todos los gudaris para que se resistiera, que en término de pocas horas íbamos a recibir cantidad de aviones y material necesario, y que lucháramos en defensa de Bilbao. Pero nos fue imposible resistir. Por las Arenas, Getxo, entraron los italianos con sus tanques orugas, y coparon Bilbao muy fácilmente”, valoró. “La desilusión invadió a las tropas republicanas”, concluía al respecto.

Echando la vista atrás, el capítulo de sus primeros días de guerra es propio de una secuencia cinematográfica. Tras el golpe de Estado fue uno de los últimos en abandonar Eskoriatza, pueblo en el que se crió en el seno de una familia humilde a la que llegó procedente del hospicio donostiarra. A pesar del estallido del conflicto y tras poner su camión a disposición del bando democrático, actuó en fiestas de Marín con su acordeón. Ese día, una mujer bajaba del monte “llorando, y nos dijo que suspendiéramos la fiesta, que estaban bombardeando Otxandio”. Guridi testimonia que el día 21 de septiembre se desalojó Eskoriatza, “excepto los cuatro del comité y yo”. Pasaron la noche en un coche, en un frontón. Haciendo guardias.

Al repique de las campanas de un convento indicando la entrada en Arrasate de las tropas enemigas, Epifanio se dirigió con el coche hacia Bizkaia por Kanpazar. En Elorrio vio un mitin de Pasionaria. Se afincó en Abadiño. Tuvo el valor de volver a trasladar a una persona a Arrasate. Acabaría en Bilbao e incluso con su batallón ugetista en Gijón o Cangas de Onís. Fue apresado por los sublevados en Comillas.

APRESADO “Aparecieron 60 aparatos alemanes e italianos. Me metí en una alcantarilla dejando mi moto en una cuneta. Oía ruidos de cadenas, asomándome a la entrada de la alcantarilla vi 25 carros de combate, con la bandera en lo alto, la bandera cruel, fascista”. Guridi se sintió vendido. Al anochecer, cogió nuevamente la moto y se dirigió a Comillas para entregar el parte. La comandancia había sido abandonada. Se dirigió al puerto donde vio zarpar un barco en el que iban los directivos de la comandancia. Solo en mitad de la noche, viendo cómo nadie más quedaba, “no le quedó más remedio a Epifanio que entregarse”. En ese momento comenzaría su largo periplo en el bando enemigo hasta dar con Alejandro Goicoechea y obtener su pasaporte a la libertad.