Bonifacio Aranguena capitaneó el navío ‘Azteca’, que partió en busca de un buque mexicano que portaba armamento para la República en plena guerra.
Un reportaje de Iban Gorriti
EL capitán Bonifacio Aranguena Acha reservaba con mimo en su estancia la ikurriña con la que esperaba ser cubierto el día que falleciera. A cambio, aquella tierra que amó ya no le recuerda a pesar de ser una pieza clave en un momento histórico para el Gobierno provisional vasco. A este capitán de la Marina Mercante se le atribuye haber logrado que un barco mexicano portara acompañado de su navío hasta Santander armas para la República durante la Guerra Civil.
Por labores como esta, Aranguena acabaría desterrado en Irlanda y Colombia. “Fue avistado por tropas extranjeras, denunciado por la Alemania nazi y más tarde, desterrado por el gobierno rebelde, perseguido con toda su familia y obligado a huir del país”, precisa su sobrino Imanol Vitores Aranguena, y va más allá: “En Bilbao, le hicieron saber que el general golpista Queipo de Llano, desde Sevilla, le condenó en rebeldía a la última pena”.
Pero no queda ahí el pesar de la familia vizcaina durante esos años: su padre y tres de sus hermanos fueron apresados y sentenciados a muerte por su condición de vascos nacionalistas. “Afortunadamente, la mediación de la Iglesia impidió que los ejecutaran”, anota.
Bonifacio Aranguena Acha desempeñó el cargo de oficial de los buques de la Naviera Sota y Aznar desde 1931 hasta el 17 de enero de 1936, medio año antes de la contienda civil. Al estallar la guerra, se presentó voluntario en el batzoki de Abando y en agosto fue nombrado por el gobernador de Bizkaia, el republicano José Echeverría Novoa, como primer oficial del navío Sebastián, matriculado en Bilbao y destinado a efectuar un viaje con material de guerra para el Gobierno demócrata.
Antes de zarpar, cambiaron el nombre y matrícula del buque y lo rebautizaron como Azteca. Esta operación fue observada por los tripulantes de una lancha de uno de los dos destructores de bandera alemana que se hallaban en la rada de Bilbao. “De toda la tripulación del buque, él era el único voluntario”, enfatiza su sobrino.
El barco atracó en Burdeos. Le esperaba Telesforo Monzón, con quien, según narra la familia, trataron de adquirir diez vagones de ferrocarril con material de guerra. Ante la imposibilidad de conseguirlos, recibieron la orden de trasladarse al puerto de Danzing (Polonia). Allí recibieron un cargamento de aproximadamente 3.000 toneladas de material de guerra, para dirigirse a Ousant, “donde iban a recibir las oportunas órdenes finales”, continúan sus allegados.
Cuando navegaban el Mar Báltico, les comunicaron que la Alemania nazi denunció en la Sociedad de Naciones que un buque de bandera de México transportaba armas para el Gobierno de la República. Desde la salida de Skagerrat y durante un largo trayecto, les acompañó un crucero italiano fascista, al que consiguieron despistar, dirigiéndose hacia el Cabo Lizard.
El 20 de septiembre del 36, se les acercó un barco del Gobierno vasco, del cual se trasladaron al Azteca de Aranguena instruyendo que se dirigiera al puerto de Santander. Antes de entrar en la bahía cántabra, avistaron al acorazado España, al servicio de los militares golpistas que “afortunadamente no les descubrió”. “Los gobernadores de las distintas regiones del norte felicitaron a mi tío ofreciéndole dinero, que rehusó, por su trabajo aceptando solamente el servicio de un automóvil oficial para ir a Bilbao a ver a sus padres”, explica Vitores.
Según la familia, ni la prensa ni gobierno alguno mencionó el nombre del buque Azteca, que trasladó las armas el 24 de septiembre de 1936 al puerto de Santander. “Mi tío siempre pensó que el Gobierno de la República no quiso comprometer al Gobierno de México por motivos internacionales”, analizan.
Como curiosidad, el histórico sacerdote Alberto de Onaindia sí lo cita en su libro Hombres de paz. “Las armas traídas en el Azteca, fueron distribuidas en el frente vasco y después al de Cantabria y Asturias”. El sobrino del capitán también cita al escritor Gabriel Jackson. “En su libro La República española y la Guerra Civil menciona la llegada de los 5.000 fusiles checos, pero no indica cómo llegaron. En realidad, el único buque que trajo armas fue el mencionado”, asegura.
Vivo o muerto La situación de Bonifacio era crítica en Euskadi. Se exilió a Londonderry, Irlanda del Norte. “Se presentaron en aquel puerto marinos franquistas con la pretensión de trasladar a mi tío a España, vivo o muerto”. Él se mudó con su familia al puerto de Belfast.
En 1948, y después de haber estado haciendo labores de todo tipo salvo la de su profesión, se afincó en Barranquilla, Colombia. Para viajar, obtuvo pasaporte del Gobierno inglés. “Hasta 1952 no obtuvo pasaporte español, expedido por la Embajada de España en Bogotá, que se hallaba marcado”.
Durante su estancia en Colombia y trabajando ya de capitán mercante, consiguió mejorar su situación económica, pero “por causas que no vienen al caso”, perdió toda su hacienda. Una de las mayores ilusiones que tuvo fue volver a su querida “Euzkadi”, sueño que no cumplió, pero sí el de despedirse abrigado por su ikurriña.