Eduardo Larrouy López, bilbaino que mañana cumple 107 años, sobrevivió a dos tiroteos durante la guerra Civil
Un reportaje de Iban Gorriti
Fue herido de bala en dos ocasiones siendo miliciano, enlace del batallón número 24 del Euzkadiko Gudarostea UGT2 Indalecio Prieto. Hoy es el combatiente decano del Ejército vasco del lehendakari Aguirre, a quien conoció y estimaba desde su prisma socialista. Mañana, este esperantista cumplirá utópicos 107 años.
Descendiente por vía paterna de familia francesa, Larrouy tenía madre española, López. Eduardo José, por su parte, nació en Haro (La Rioja) en 1913, un año antes del comienzo de la Primera Guerra Mundial. Su mente prodigiosa aporta que “era el alumno perfecto”. Al llegar a Bilbao, trabajó en una tienda de calzado. Acabada la Guerra Civil, fue comercial de muñecas y de caballos de cartón hasta que acabó de presidente de la Asociación de propietarios de gasolineras de Bizkaia. No en vano, tenía a su cargo cinco gasolineras: dos en Extremadura, una en Madrid, otra en Irun y dos en Bilbao, en Mazarredo y Olabeaga.
A día de hoy es incombustible. Quizás el haber hecho frente a tantas dificultades con mente de superación le ha llevado al siglo con tanta agilidad. Él, que una vez apresado por caer tiroteado en Santander y llevado a Valdecilla, se escapó de los franquistas, se fugó del internamiento en el Sardinero. “Pero me apresaron de nuevo, era difícil que no te pillaran”, declara a DEIA, y va más lejos: “Yo en la guerra estuve siempre en el lío más gordo, me iba quedando de los últimos”, dice frisando los 107 años.
Quien vivió en la calle Goya de Rekaldeberri, de joven escuchaba las tertulias de los mayores y un día oyó por aquella única radio de un bar alrededor de la que se congregaban los vecinos que había habido un golpe de Estado y que comenzaba la guerra. Aquellos señores eran de UGT y a él le llamó la atención aquel socialismo. En aquellos días, Larrouy abogaba por un idioma con el que se comunicaran los humanos de todo el mundo. “Me dijeron que ya existía, que era el esperanto y fui a clases a Iturribide, que eran gratis. Fui esperantista antes que de UGT”, rememora.
Antes de la guerra, Eduardo conocía ya la figura de José Antonio Aguirre. “Claro, éramos del mismo tiempo”, aporta, y eleva el volumen de la conversación: “¡Yo desfilé ante él! Y le conocimos en persona porque nos recibió en el Carlton, donde estaba la plana mayor de nuestro Ejército”.
En palabras de Larrouy, Aguirre fue positivo para aquel nuevo gobierno que plantaba cara al goliat de militares golpistas. “Como hombre de Estado me parecía serio, sensato y buena persona. Si yo entré en política fue únicamente porque consideraba que los trabajadores debíamos estar agrupados. Fui socialista a la fuerza y lo sigo siendo, pero el nacionalismo vasco de Aguirre me parece natural”.
Ofensiva de Asturias Hijo y nieto de una familia “muy riquísima”, se vieron en la tesitura de empezar de cero por el episodio bélico que de alguna manera Eduardo iba a acabar superando. Primero se alistó para ser voluntario, pero “me dejaron en lista de espera”. Mientras hacía instrucción en Bilbao fue testigo de los bombardeos de la villa. “Subíamos hasta Artxanda a hacer tiro. Yo no había cogido un fusil en mi vida”, aporta en una entrevista de Kepa Ganuza y Mauro Saravia, miembros de Euskal Prospekzio Taldea y Aranzadi.
Al final, partió con el UGT2 tras hacerle entrega de una chapa redonda con un clavo sobre una correa en la que se lee el número 10.835, “nuestra seña de identidad. Creo que ni me la puse. Encargué otra artística a un joyero en plata. La estrené al ir a Asturias”, tierras en las que luchó como parte del cuerpo expedicionario vasco. “No conocí a Saseta”, agrega en referencia al malogrado comandante de gudaris que murió en aquellos prados.
Larrouy también estuvo presente en las líneas de Berriatua, Lekeitio, donde “dirigí un batallón de gimnasia a modo de instrucción militar”. Su periplo continuó por Villarreal y de allí partió a la ofensiva de Asturias con Toralpi como comandante del UGT2. “Asturias fue muy duro”.
Bala junto al corazón El 31 de marzo comenzó la anunciada ofensiva total de Mola. La unidad debe presentarse en Otxandio. En abril, “el enemigo (Larrouy evita siempre llamarles franquistas, fascistas o como se decía entonces fachis) me hiere por primera vez. De frente, me pegó un tiro en el pie. Durante un tiempo vivía cojo”. Estima que le curaron en un hospital en Areatza.
El bilbaino-riojano continuó su lucha con el fin de defender y reconquistar el Bizkargi. En ese momento, el centenario se emociona. Pide agua. “Los recuerdos…”, esgrime su hija Begoña, única nacida del matrimonio compuesto por Eduardo y la vallisoletana Carmen Norabuena. “Cada minuto había un tiro de cañón dirigido hacia Artxanda”.
El 11 junio, con la ruptura del Cinturón de Hierro, se repliegan. El UGT2 se divide. Eduardo no fue testigo de cómo su mando Toralpi fue herido y fusilado en Derio. “Nosotros fuimos por otro lado”, justifica.
Combatió en Enkarterri, Muskiz, Castro Urdiales, Puenteviesgo. “Fueron días de no dormir y estando más arriba de Reinosa, me entregan una orden del Estado Mayor para llevar una misiva a batallones colindantes. Me acompañó otro. ¡Tonto de mí! Yo, más decidido, me subí a un mojón de tierra y el primer tiro me lo llevé yo. Quedé herido por segunda vez. En el muslo y otro me rozó la camisa junto al corazón. Era el 24 de agosto”.
Le conducen al hospital de Valdecilla, pero un imprevisto más. “Iba todo ensangrentado en una ambulancia y de pronto un río. Para pasarlo tuvieron que hacer un puente”, evoca. Una mujer le vistió de gala y anduvo por Santander “como despistado”. Buscando acomodo. “Me apresaron” y fue una de las “cuatro mil personas hacinadas en un campo con tiendas de campaña. Conocí a gente de Bilbao”.
Antes de acabar sus más de tres años fuera de casa, acabó con sus huesos en un campo de concentración del Monasterio de Monte Corván. “Me mandaron a Extremadura y de allí a Bilbao. Se dijo algo de una amnistía, pero acabé en Mérida, en el batallón de trabajadores (es decir, de esclavos de Franco) número 104”. En Andalucía le declararon libre, en Jimena de la Frontera, Cádiz. “A mí nunca me hicieron un juicio o un consejo de guerra”, denuncia y continúa: “Me dieron cinco duros para ir a Madrid y de allí a Bilbao, donde cada semana tenía que presentarme”.
Llegó al hogar familiar sin avisar. “Mi madre al verme me gritaba, hijo, hijo mío…”.