Viaje a Navarra durante la insurrección de los vascos. Sabino de Arana en Castejón

Sabino de Arana lideró una comitiva que desde Bizkaia viajó a Castejón en 1894 para participar en las protestas de los navarros por el intento de la abolición foral absoluta

Un reportaje de Luis de Guezala

Tras el final de la última guerra carlista, ocupado militarmente el País Vasco peninsular, el Gobierno de la monarquía aprovechó, manu militari, para culminar el proceso desarrollado a lo largo del siglo XIX de unificación, uniformización y centralización de todos los territorios del reino con la abolición de las últimas instituciones forales que quedaban en Álava, Bizkaia y Gipuzkoa. En Navarra este proceso se había adelantado a 1841, tras el final de la primera guerra carlista, por acuerdo de sus élites con el Gobierno central. Únicamente se mantuvo tras 1876, como residuo foral, la vigencia de las haciendas vascas que siguieron recaudando los impuestos y concertando o conviniendo con la hacienda del Estado el pago de unas cantidades anuales en concepto de aportación vasca a los gastos de la administración general del reino.

Sabino de Arana y Goiri.

El 11 de mayo de 1893 se hizo público en el boletín oficial del reino, la Gaceta de Madrid, un proyecto de ley por el que el Gobierno español pretendía eliminar este residuo en Navarra. Esta iniciativa se le atribuyó al ministro de Hacienda Germán Gamazo por lo que la reacción en su contra se acabaría conociendo como la Gamazada. La resistencia al proyecto la comenzó cinco días más tarde la Diputación de Navarra con una nota de protesta a la que rápidamente se adhirió toda la sociedad navarra. Ayuntamientos, merindades y parlamentarios se expresaron en idéntico sentido que la Diputación y en Pamplona el 4 de junio se desarrolló una multitudinaria manifestación. Se llegaron a reunir 120.000 firmas en contra del proyecto, cuando la población navarra de la época se estimaba en 300.000 personas. Incluso se dio una episódica sublevación protagonizada por el destacamento en Puente la Reina comandado por sargento López Zabalegi, que junto a los cuatro soldados bajo su mando se dirigió al grito de ¡Vivan los Fueros! hasta Arraiza, donde fueron detenidos.

Todo esto no pasó lógicamente desapercibido en el resto del País Vasco. En agosto hubo importantes disturbios en Vitoria y a mediados de este mismo mes, con motivo de la visita del Orfeón Pamplonés a Gernika se dieron los hechos conocidos como la sanrocada, entre los que el más destacado y comentado fue la quema de una bandera española. El día 20 hubo incidentes en Laguardia con el resultado de un muerto y varios heridos. Y una semana más tarde, el día 27, se produjo en Donostia el asalto de una muchedumbre encolerizada al Hotel Londrés en el que acababa de alojarse el presidente del Gobierno español, Práxedes Mateo Sagasta. En esta circunstancia la Guardia Civil realizó una carga a consecuencia de la cual resultaron dos muertos y numerosos heridos. Por toda la costa de Bizkaia y Gipuzkoa hubo numerosos enfrentamientos a finales de este mes de agosto y el encargo del Gobierno de nuevos buques de guerra a los astilleros de El Ferrol en lugar de a los de la ría bilbaina aumentó aún más, si esto era todavía posible, las antipatías vascas y las movilizaciones, en este caso obreras, contra este ejecutivo.

Tras aprobarse el proyecto en el Parlamento español el Gobierno de Sagasta llamó en febrero de 1894 a los componentes de la Diputación de Navarra para negociar, que, tras negarse en un primer momento, acabaron acudiendo a Madrid.

La reina regente María Cristina consultó con el general Martínez Campos la posibilidad de utilizar la fuerza. La respuesta que recibió parece ser que fue la siguiente: “Señora: Si se tratase de otra provincia, podíamos pensar en imponer la ley general, empleando la fuerza si fuere preciso; si se tratase de Navarra aisladamente, aún podíamos ir por ese camino, pero debemos comprender que Navarra tiene a su lado a las tres Vascongadas, y que si se apela a la fuerza contra aquella, harán causa común todos los vascos, y con ellos todos los carlistas de España, que provocarían un levantamiento en aquellas provincias para darle carácter general, y en tal caso se encadenará nuevamente la guerra civil”.

Recibimiento en Castejón Los diputados navarros no aceptaron ningún acuerdo con el Gobierno español y decidieron regresar a Navarra. Conocida su postura se les organizó un gran recibimiento en Castejón, primera localidad del antiguo reino a la que llegarían por ferrocarril. Con este motivo viajó a Navarra un grupo compuesto por Sabino de Arana, su hermano Luis, otros tres vizcainos y cinco navarros residentes en Bizkaia. Eran algunos de los primeros miembros del partido nacionalista vasco cuya constitución estaba organizando Sabino de Arana, articulados en torno al periódico Bizkaitarra, que dirigido por él había empezado a publicarse el año anterior tras su discurso de Larrazabal, y por cuyo título comenzaban a ser conocidos como bizkaitarrak. Entre los navarros del grupo estaban Daniel de Irujo, abogado que acabaría defendiéndole en los procesos represivos que sufriría Arana, y padre de Manuel de Irujo, y, casi con seguridad, Miguel Cortés.

El sábado 17 de febrero, víspera del recibimiento en Castejón, llegaron a Iruñea y allí Juana Irujo les bordó un estandarte blanco con el siguiente texto en letras rojas: Jaungoikua eta Lagizarra. Bizkaitarrak agurreiten deutse naparrei. Dios y Ley Vieja. Bizkaya abraza a Nabarra.

En el reverso bordó un aspa roja de San Andrés. El mismo motivo que figura en un lienzo sobre el altar frente al que Jaun Zuria jura defender la independencia de Bizkaia en un cuadro historicista con este título que Anselmo de Guinea había presentado en la Exposición Provincial de Bizkaia organizada por la Diputación vizcaina en 1882, y que fue elogiado, por su tema, por Sabino de Arana. Este fue el portador del estandarte por su condición de director del Bizkaitarra.

Al día siguiente se dirigieron a Castejón a donde llegaron también en un tren especial otros treinta vizcainos más, entre ellos Fidel de Sagarminaga, último diputado general foral de Bizkaia y presidente de la Sociedad Euskal Herria, muchos de cuyos miembros tras su fallecimiento, un mes más tarde, acabarían uniéndose al movimiento liderado por Sabino de Arana. Su grupo se presentó con su estandarte en esta localidad a la Diputación de Navarra representada por su vicepresidente, en funciones de presidente, Ramón María Eseverri, y por el diputado Yanguas y, posteriormente, retornó a Iruñea junto con todos los congregados. En la capital navarra, Eseverri se dirigió a los asistentes a la manifestación pidiéndoles que se retiraran a sus casas y que confiaran en la Diputación.

Esta experiencia de los primeros nacionalistas vascos que se puede titular como la obra del suletino Joseph-Augustin Chaho, Viaje a Navarra durante la insurrección de los vascos, tuvo para ellos una gran importancia. Bizkaitarra dedicó a este acontecimiento dos números, el 6 y un suplemento, en los que reflejan con mucha viveza y detalle todas las circunstancias y emociones que vivieron.

De todo lo visto hemos deducido que en Nabarra hay mucho más patriotismo que en Bizkaya. ¿Cuál será la causa? Entra, lector, dentro de ti mismo, y a poco que reflexiones, has de confesar que los bizkainos estáis absorbidos y dominados por los intereses particulares de los partidos extranjeristas o por los de tres o cuatro caciques que se sirven de vosotros para sus interesados fines.

(…) Una admirable unidad de pensamiento es lo primero que le distinguió: todos los navarros, y no solo ellos, sino hasta sus huéspedes todos, tenían la mente adherida a una misma idea inmediata, a saber, de resistencia radical o absoluta intransigencia respecto de toda ingerencia extraña que pudiese empeorar la situación político-económica de Nabarra. Revistióse también una firme unión de voluntades: pues que personas de cualquier condición y partido, ricos y pobre, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, niños y ancianos, doctos e ignorantes, católicos y liberales, republicanos y monárquicos, nacionalistas, regionalistas y unitaristas, todos sin excepción demostraron por el momento unos mismos deseos, una misma aspiración.

Volvieron a reunirse al día siguiente, lunes, con José María Eseverri que les expresó su gratitud por su asistencia. Los bizkainos manifestamos que la gratitud debíamos sentirla nosotros (…) no hacíamos mas que cumplir con un deber de fraternidad y que la inmensa mayoría del pueblo bizkaino está, como nosotros, de parte de Nabarra en este asunto”.

(…) ¡Qué dichosa unión de representantes y representados! Así se representa al pueblo, Aprended, Diputados bizkainos.

Estas y otras expresiones semejantes se recogieron en el periódico Bizkaitarra por cuyo contenido fue, una vez más denunciado, en una sucesión de procesos que acabaría con su director en la cárcel y el periódico clausurado al año siguiente.

El proyecto del Gobierno de Sagasta y su ministro Gamazo al final no se realizaría. En recuerdo de la Gamazada y por suscripción popular se acabó construyendo en Iruñea un Monumento a los Fueros, nunca inaugurado por las autoridades navarras, con la siguiente inscripción:

Gu gaurko euskaldunok
Gure aitasoen illezkorren
Oroipenean, bildu gera emen
Gure legea gorde nai
Dugula erakusteko.

Nosotros los vascos de hoy
nos hemos reunido aquí,
en recuerdo inmortal de nuestros
antepasados,
para demostrar que queremos
guardar nuestras leyes.

No cabe duda de que Sabino de Arana hubiera podido firmarlo. También él y sus compañeros de viaje pudieron haber cantado el Paloteado de Monteagudo que entonces compuso, en aquella localidad del sur de Navarra, José Jarauta Martínez, en el que se incluyen estos versos:

Antiguamente Navarra
era un reino independiente
de pagos y de soldados
y de otras cosas urgentes.


Desde el mil quinientos doce
Navarra se unió a Castilla
sin abandonar sus fueros;
así el pacto lo pedía.


La Navarra en aquel año
mucho fue lo que perdió
pues perdió la independencia
prenda de inmenso valor.
Pues hay muchos en España
que trabajan con malicia
porque sea la Navarra
como las demás provincias.


Pues si el gobierno de España
sigue en sus pretensiones
se tomarán en Navarra
serias determinaciones.


Con Monteagudo, Cascante
Ablitas, también Barillas,
Cortes, Buñuel y Murchante,
formemos una guerrilla
para marchar adelante.


Pues también se nos ofrecen
como si fueran hermanos
los valientes alaveses
vizcaínos y guipuzcoanos.


Vivan las cuatro provincias
que siempre han estado unidas
y nunca se apartarán
aunque Gamazo lo diga
Viva Navarra y sus Fueros!!!
eL AUTOR

Karmele, Iñaki, Unai, Jone, Joseba Andoni… nombres vascos acuñados por Sabino de Arana y Goiri

El fundador del nacionalismo vasco inició el camino para que los vascos y las vascas pudieran ser bautizados y registrados con sus nombres en euskera, empeño que encontró la resistencia de autoridades eclesiásticas y políticas

Un reportaje de Román Berriozabal. Fotos Sabino Arana Fundazioa

A efectos legales, todas las personas somos designadas por nuestro nombre y apellidos: el nombre nos individualiza en relación con los demás miembros de la familia; los apellidos indican nuestra filiación familiar. El nombre se rige en el ordenamiento jurídico actual por el principio de libertad de imposición, matizado con determinados límites. La imposición libre y voluntaria de nombres no siempre ha sido posible en el pasado, ya que se ha visto cercenada por la negativa rotunda de la jerarquía civil y/o eclesiástica.

HISTORIAS DE LOS VASCOS

Los usos en materia de nombres han ido variando con el tiempo. Históricamente, la primera inscripción se realizaba, por regla general, en el libro parroquial una vez que, a petición de la familia, el sacerdote administraba el bautismo y ponía un nombre al recién nacido. Las normas que la propia Iglesia se había dado en materia de nombres así como el criterio generalizado de imponer, salvo excepciones, el nombre de la santidad del día, condicionaba inexorablemente la inscripción posterior de dicho nombre en el Registro Civil. A falta de una tradición onomástica enraizada en las potencialidades del euskera y una jerarquía eclesiástica propia identificada con el hecho diferencial vasco, los vascos han tomado históricamente el nombre de sus vástagos del Santoral escrito en lengua castellana. El punto de inflexión, luego vinieron otros, lo encontramos en Sabino de Arana y Goiri. Tras tomar conciencia de su vasquidad, Sabin se inició, entre otras actividades, en el aprendizaje y el cultivo del euskera, formulando propuestas innovadoras (onomástica, ortografía, neología…), algunas de las cuales han llegado hasta la actualidad.

Respecto a la onomástica, o ciencia que estudia los nombres propios, Sabin entendía que Euzkadi no tenía que inspirarse necesariamente en el Santoral Romano, redactado exclusivamente en lengua castellana, a la hora de elegir el nombre de una persona recién nacida. Es más, pensaba que el propio euskera era capaz de generar, en base a sus reglas, tantos nombres como fueran necesarios. Así, en 1898, redactó, imprimió y difundió un calendario titulado Lenengo Egutegi bizka(i)tar(r)a. Sin menoscabo de las informaciones convencionales de ese tipo de calendarios (santo del día, fases lunares…), Arana se propuso hacer un calendario instructivo donde, entre otros aspectos, incluyó textos relativos a la historia vasca; propuestas lexicales de nuevo cuño así como un amplio repertorio de nombres de persona vascos. Dichos nombres fueron acuñados y/o establecidos por Sabino de Arana y Goiri siguiendo unos procedimientos lingüísticos para cada caso, destacando entre ellos la aplicación de determinadas normas fonéticas vascas así como la diferenciación de género.

Más allá de realizar un mero ejercicio teórico, el propio Sabin así como algunos seguidores suyos (por ejemplo, Engracio Aranzadi, Federico Belaustegigoitia…) adoptaron la versión sabiniana del nombre que les fue impuesto en el nacimiento y comenzaron a usarlo en sus comunicaciones privadas (Sabin, Ingartzi, Perderika…).

La promoción y uso de dichos nombres vascos se enmarca dentro de lo que se ha venido a denominar nacionalismo práctico, como una forma en la que los jeltzales demostraban en la práctica su vasquismo y su amor a la lengua nacional.

Debate público A escasos 10 años, Koldobika (Luis) Eleizalde recopiló los nombres sabinianos y los incluyó en una publicación bilingüe costeada por EAJ-PNV: Deun-ixendegi euzkotar(r)a edo deunen ixenak euzkeratuta / Santoral vasco ó sea lista de los nombres euzkerizados de los Santos. La propuesta dio origen a un intenso debate público. En el origen del mismo se encuentra una colaboración del vascófilo Julio de Urquijo, empeñado en demostrar que los nombres propuestos no eran genuinamente vascos sino una mera invención de Sabino de Arana y Goiri. Partidarios y detractores se enzarzaron en una espiral de réplicas y contrarréplicas que, en más de una ocasión, sobrepasó el tema debatido, llegando a zaherirse mutuamente. Según entendía Urquijo, el afán jeltzale por desterrar del léxico en general y del nomenclátor en particular los elementos latinos obedecía a razones totalmente ajenas a la lingüística. La formación de nombres vascos de nuevo cuño propuestos por los jeltzales formaba parte de ese afán. Sin negar lo anterior, Eleizalde manifestó abiertamente que para los jeltzales todo estudio relacionado con el euskera no era más que un medio de trabajar por su renacimiento y, consiguientemente, por el patriotismo vasco.

La aparición de Deun-ixendegi euzkotar(r)a no es fortuita. No sabemos si es causa o efecto, pero la misma coincide en el tiempo con dos hechos abiertamente enfrentados: por una parte, el salto cualitativo realizado por algunos jeltzales, al pedir para sus hijos e hijas un nombre vasco en el momento de su bautismo; por otra, la negativa rotunda de la Iglesia católica a admitir dichos nombres, a diferencia de la actitud tolerante del Registro Civil.

En ese estado de cosas, a mediados de enero de 1910 la ejecutiva nacional de EAJ-PNV, tras hacer suya la demanda que venían realizando numerosos jeltzales, elevó una comunicación a José Cadena Eleta, obispo de la diócesis de Vitoria. El prelado navarro estaba al frente de una diócesis que abarcaba a Araba, Bizkaia y Gipuzkoa. Los jeltzales manifestaron haber llegado a su conocimiento que en muchos casos no se ponían de acuerdo los párrocos y los padres respecto del nombre que había que imponérseles en el bautismo a sus hijos, hasta tal punto que hubo niños y niñas que estuvieron hasta tres meses sin ser bautizadas. Sin ánimo de justificar la conducta de los progenitores ni recriminar el proceder de aquellos párrocos, EAJ-PNV sólo pretendía obtener una resolución que pusiese fin a esas situaciones y que al mismo tiempo, sin perjuicio alguno del derecho eclesiástico, quedasen a salvo los prestigios y derechos del euskera, que, ciertamente, no debía ser tratado con desigualdad humillante. Es por ello que solicitaron al obispo declarara los nombres vascos contenidos en el Egutegi Bizkaitarra como válidos y, en consecuencia, fuera lícito imponerlos en la pila bautismal sin que ningún párroco lo impidiese.

El obispo no ocultó su enfado. Dicho enojo no extrañó a los jeltzales ya que estaban convencidos de que el obispo estaba al frente de la agresión más cruel e inesperada de cuantas venía sufriendo el nacionalismo vasco. La ofensiva estaba inspirada en dos fuentes: por una parte, en la hostilidad histórica de los españoles hacia los vascos y la voluntad constante de valerse de cualquier coyuntura para atacar a los vascos; por otra, en la indignación que les provocaba la actitud de los jeltzales al rechazar de lleno las sucesivas llamadas a la colaboración recibidas desde los partidos católicos españoles.

El obispo publicó una exhortación pastoral (3 de febrero de 1910), exigiendo al clero y feligresía a que huyeran de las ideas nuevas que venían perturbando el país en detrimento de la legislación eclesiástica. Tras recordar que la lengua oficial de la Iglesia era el latín así como el castellano lo era para la redacción de sus documentos y archivos parroquiales en el ámbito del Estado español, el obispo negó a EAJ-PNV todo tipo de innovación que, en todo caso, vendría siempre y cuando quien tuviera competencias en la materia así lo dispusiera. Tampoco los sacerdotes de la diócesis quedaron fuera del ámbito de aplicación del exhorto episcopal, ya que fueron llamados, bajo amenaza, a observar fielmente las normas de la Iglesia, especialmente aquellos que, tal vez por su juventud así como por sus simpatías hacia el nacionalismo, caminaban, según el obispo, por peligrosos senderos, favoreciendo la desunión y discordia entre los vascos.

Vía diplomática Los efectos de la ofensiva episcopal fueron inmediatos. Al poco tiempo, numerosas instancias (Seminario, Cabildo catedralicio, clero parroquial, órdenes e institutos religiosos…) mostraron su adhesión al obispo y, simultáneamente, ofendieron con violencia e injusticia a los jeltzales. Éstos, sin perder tiempo, acordaron la estrategia a seguir para detener el efecto nocivo de la campaña antinacionalista y, simultáneamente, reafirmar su identidad católica (mitin multitudinario en el Frontón Euskalduna, de Bilbao, para protestar contra la reapertura de las escuelas laicas; organización de peregrinaciones nacionales al santuario de Lourdes). Sin menoscabo de lo anterior, no desdeñaron la vía diplomática. Con fecha 21 de marzo de 1910 Luis de Arana visitó al Nuncio apostólico en Madrid. Aquél aconsejó a Arana que esperara a conocer la sentencia que en breve dictaría la Sagrada Congregación de Sacramentos en respuesta a una consulta realizada por el obispo Cadena sobre el uso de los nombres vascos en la administración del bautismo y su inscripción en la correspondiente partida bautismal.

La sentencia vaticana no se hizo esperar. Dicha Congregación hizo saber al obispo que el bautismo debía administrarse en latín, dado que era la lengua oficial y litúrgica de la Iglesia, y que la inscripción de la partida correspondiente debía de hacerse toda ella en castellano. No obstante, entendía que la petición nacionalista no era ninguna extravagancia. Por todo ello, y vistas las circunstancias, ordenó a los párrocos que en primer lugar exhortasen a los padres del bautizando a que admitieran que el bautismo fuera administrado sólo en latín. Añadió que, si a pesar de las exhortaciones del párroco, los padres persistiesen en su pretensión y de no acceder a ella hubiere peligro de que, o se retardase el bautismo o se rehusase, entonces y sólo entonces los párrocos bautizarían a la criatura, expresando el nombre en euskera primero y después en latín a modo de sinónimo, debiendo poner en este caso en el libro parroquial el nombre del bautizado, primero en castellano y a continuación en euskera. Tras la recepción de la sentencia, el obispo comunicó a párrocos y sacerdotes su contenido literal y exigió la observancia fiel de la misma. Asimismo, exhortó a sus diocesanos que procurasen evitar que los casos de excepción se convirtieran en regla general. Los jeltzales no ocultaron su satisfacción por lo dispuesto en la sentencia vaticana. A pesar de todo, numerosos sectores políticos y mediáticos pretendieron embrollar la cuestión atribuyendo indebidamente a EAJ-PNV unas peticiones que no había realizado. Una vez más, los jeltzales se vieron obligados a exponer públicamente su proceder, a denunciar las maniobras torticeras orquestadas en su contra y a desplegar una discreta campaña de relaciones al más alto nivel (reuniones con la Nunciatura en Madrid y el Secretario de Estado del Vaticano, y audiencia del pontífice Pío X). Encuentro tras encuentro, EAJ-PNV subrayó su condición de partido confesional, demandó el cese de la persecución contra las ideas nacionalistas así como contra los sacerdotes y religiosos nacionalistas por parte del obispo. Además, exigió el reconocimiento del euskera, su promoción, conocimiento y uso en el seno de la Iglesia católica.

El 12 de marzo de 1911 fue bautizado e inscrito en la parroquia de San Miguel Arcángel el primer niño de Gasteiz con nombre sabiniano: Purdentzi Paken, hijo de Luis Etxebarria y Juliana Rica. Dicha inscripción no fue tan sencilla, ya que tras negarse a hacerlo, el sacerdote Emeterio Abetxuko accedió a lo solicitado no sin hacer constar que lo hacía por exigencia del padre. Cabe reseñar que éste estuvo acompañado de Luis Eleizalde, presente en el acto en calidad de padrino del bautizado. Afortunadamente, a pesar de la actitud de algunos sacerdotes, la polémica fue zanjada al poco tiempo. La práctica bautismal reconocida a instancias de los jeltzales duró lo que duró. En 1938 las autoridades franquistas, manu militari, prohibieron el uso de los nombres sabinianos y ordenaron la imposición de nuevos nombres a aquellos niños y niñas con nombres declarados ilegales. Karmele pasó a ser Mª del Carmen; Iñaki, Ignacio; Joseba Andoni, José Antonio… No obstante, pese a todo, aquellos padres y madres comprometidos siguieron denominando a sus hijos e hijas en euskera, con el nombre que ellos sí habían elegido.