Marranónimos

No a las colillas en la playa.

No hay nada como el anonimato para hacer el marrano. A esta certeza se llega lo mismo en un baño público nauseabundo que en la intimidad de un ascensor garabateado. El segundo caso ofende, sobre todo, si al elevador le precede una lucha titánica contra los vecinos del bajo. Aún no ha acabado uno de pagar derramas y aparece el primer rayado: Gora ETA. Además de capullo, desinformado. Más le valdría leer el periódico. A nada que hubiese echado un vistazo, se habría topado con alguno de los fascículos del comunicado.

El bobo anónimo confirma haberse quedado anclado en el pasado con un CxS grabado a llave entre los botones del tercero y el cuarto. ¿No se habrá enterado de que lo último en romanticismo barato es colocar por ahí un candado? Tras escrutar las iniciales de todos los buzones, uno se da por vencido y dirige sus iras contra los del piso alquilado. ¿Quién si no? El último en llegar, está claro.

Lo más traumático aconteció hace semanas, con la aparición estelar de un excremento. «Hay una caca en el portal», anuncio al llegar a casa. «¿De persona o de perro?», indaga el de siempre, intrigado. Es como cuando le dije que se había muerto el panadero y me preguntó si antes o después de darme la txapata. «Me imagino que de perro», contesto. «¿Estás segura?», insiste. «No la he analizado, pero ¿qué más te da? Sea de quien sea, aquí hay un guarro». También hay marranónimos en los trabajos. ¿O no se han encontrado algún vaso de café lleno de colillas? A veces se acumulan tantos que parecen una obra del museo de titanio.

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