El arte me confunde

Ya sé que es un sacrilegio y prometo flagelarme con el ratón del ordenador mientras veo Intereconomía esta noche, pero miro la porción de tarta gigante de Claes Oldenburg que se expone en el Museo Guggenheim Bilbao y no puedo evitar pensar que es un puf de Ikea. Y que conste que me encantan los diseños suecos.

De todos modos, creo que últimamente tengo las facultades estéticas mermadas porque cada vez entiendo menos a algunos artistas. Pongamos que hablo de Sabina, que vivía en el número siete, calle Melancolía, quería mudarse de barrio hace años y por fin ha cogido el tranvía. En el equipaje de mano llevaba la letra del himno de España para Ciutadans.

 Tampoco le pillo el punto al tipo ese que pretende recrear el secuestro de Ortega Lara encerrándose ocho días en un zulo y retransmitiéndolo. Aunque ahora que lo pienso, su idea no es tan mala. Propongo a quien le competa que esta performance temporal se convierta en permanente y el videoartista se quede ahí recluido sine díe por listillo.

Luego hay quien se echa las manos a la cabeza porque un municipio de Londres quiera vender, por la crisis, una obra de Henry Moore. Oye, si pueden… Otra cosa es que en Castellón se intentaran deshacer de la escultura de Fabra, porque ni para chatarra.

Ahora, para artistas, los diputados, a los que los iPads se los quitan de las manos, como las bragas tres por dos del mercadillo. Pues ale, majetes, a resolver los sudokus a boli, como todo hijo de vecino.

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