Que las convoquen ya

Aquí les vengo, al borde de la extenuación prevacacional, malsujetando la bandera blanca con una mano y mis tripas con la otra. Les anuncio mi rendición total sin condiciones. Me uno al enemigo con el que no puedo, y desde este instante me declaro partidario de la repetición electoral. De hecho, si por mi fuera, y en evitación de sufrimientos mayores, hasta prescindiría de la milonga de la investidura. Que pongan fecha y se dejen de sobetearnos la entrepierna con sus sobreactuados lanzamientos mutuos de trastos de porexpan a la cabeza. Como decía mi abuela, el que más pueda, capador.

Total, ¿qué puede pasar aparte de seguir otros tres meses y pico con todo manga por hombro? Personalmente, lo que más me despiporraría sería que quedasen las cosas tal cual están ahora. Sabrá Iván Redondo las cuentas que se ha hecho, pero no es descabellado pensar que, escaño arriba o abajo, resultara que los dos que no son capaces de consumar ahora la coyunda se siguieran necesitando para conseguir algo parecido a la mayoría que tampoco sería absoluta..

Y esa es la mejor alternativa. A partir de ahí, cabe temer que tras un nuevo paso por las urnas, a Ciudadanos se le curen los remilgos y, como quiere el Señor (o sea, el Ibex 35), los naranjas saquen del cajón el pacto con Sánchez de febrero de 2016. Claro que tampoco es descartable —¡al contrario!— la opción España Suma, haciendo realidad su nombre porque los votantes de izquierdas tienden a enfadarse y no respirar a la mínima contrariedad, mientras que los de derechas prefieren mostrar su cabreo a golpe de papeleta. Conste que todo esto lo escribo solo para que no ocurra. Ojalá.

Un filoetarra del PP

Impresionante magnanimidad, la del PP español. Desde su alto pedestal genovés, la banda liderada por el de los másteres de chicha y nabo asegura estar dispuesta a archivar el expediente que se le ha abierto a su único juntero en Gipuzkoa, Juan Carlos Cano. En actitud literal de perdonavidas, un tal Antonio González Terol, portavoz accidental de los gavioteros, proclama obrar en pos de rebajar la tensión, o sea, la santa y justa indignación de la sucursal del norte ante la villanía sin nombre cometida sobre uno de sus militantes más intachables. Resumiendo, aquí paz y después gloria, pelillos a la mar, circulen, que no hay nada más que ver.

Ocurre que la infamia ya está hecha, y por mucho que el auto de fe acabe un cajón, nada podrá borrar el inmenso daño que se le ha infligido a Cano por haber tenido un puñetero despiste. Todo lo que hizo, como saben, fue votar por error al candidato de EH Bildu a presidir la Comisión de Derechos Humanos del parlamento foral. Un voto que ni siquiera cambiaba nada, pues el aspirante tenía apoyos de sobra para ser elegido. Pero ahí fue cuando el ultramonte mediático olió la sangre y salió en tromba a convertir en filoetarra desorejado a un hombre que vivió tres lustros con escolta y que estuvo a un tris de ser asesinado por el mismo comando que se llevó por delante en Andoain a José Luis López de Lacalle y Joseba Pagazaurtundua.

Así las gasta la jauría cavernaria, que acabó triunfante. En lugar de poner pie en pared, la melindrosa dirección pepera se sumó al linchamiento con el oprobioso expediente. Por fortuna, el PP vasco esta vez sí ha estado a la altura. Conste en acta.

¡Despenalicen la eutanasia!

Ese Congreso de los Diputados casi en barbecho por la cachaza irresponsable de las formaciones que dicen aspirar a formar Gobierno recibió el viernes un millón de firmas a favor de la despenalización de la eutanasia. Las portaban grandes tipos que saben de primera mano lo que es asistir al padecimiento obligatorio de un ser querido, entre ellos, el portugalujo Txema Lorente, que no pudo cumplir la promesa que le hizo a su adorada Maribel.

Como tantas veces, ciudadanos corrientes y molientes demuestran ir muy por delante de sus supuestos representantes en las instituciones democráticas. De alguno de ellos, quiero decir. Sería una brutal injusticia generalizar, cuando sí hay políticos de varios de partidos que llevan años buscando el modo de introducir en la despiadada arquitectura legal española el derecho al buen morir. Pero esos esfuerzos chocan una y otra vez con el cálculo de réditos partidistas y, sobre todo, con la resistencia numantina de un catolicismo anclado en principios de una crueldad indecible. La sádica idea viene a ser que el sufrimiento es la vía directa hacia la redención del pecado, algo así como el justiprecio impuesto por un Dios al que, pese a decir que es amor, atribuyen un carácter sanguinario.

La cuestión es —y no tienen más que preguntar a su alrededor— que ya hace mucho tiempo la mayoría de quienes se tienen por creyentes e incluso practicantes está a favor de permitir que las personas, con y sin conciencia de sí mismas, aquejadas de una enfermedad irreversible y dolorosa puedan partir de este mundo con dignidad. Aunque llegue tarde para demasiados, esta vez no puede haber excusa.

Colocar a Maroto

El pasado 28 de abril, Javier Maroto, encabezando la lista del PP por Araba, cosechó los peores resultados históricos de su formación en el territorio. No solo se quedó sin el escaño que desde tiempo inmemorial se da por seguro para la sucursal vascongada de Génova, sino que esa acta fue para EH Bildu. Y ocurrió así, en buena medida, porque muchas personas que no son de la izquierda abertzale optaron por el candidato de la coalición soberanista, Iñaki Ruiz de Pinedo, solo para evitar que saliera Maroto. Me suelo tentar las ropas ante expresiones como “las urnas han hablado claramente”, pero en este caso, me parece que se ajusta a la realidad. Pocas veces ha sido tan evidente que una gran parte de la ciudadanía alavesa utilizó su papeleta con un fin determinado: que el antiguo (y nada añorado) alcalde de la capital no ocupara un puesto institucional.

Pues ya ven el respeto a la voluntad popular. Desde que el descabalgado Maroto —que también lo fue de sus responsabilidades en el partido, como culpable del tortazo electoral— se quedó al pairo, el PP no ha dejado de mover hilos para encalomarlo como fuera. La primera intentona fue endiñarlo como senador autonómico por la Comunidad Valenciana, lo que los populares locales evitaron porque tenían culos por acomodar. Fracasado ese plan y otros tan descabellados, el actual parece que pasa por colar a Maroto nuevamente como senador autonómico, pero esta vez por Castilla y León. Tal cual es la política. Un zutano al que en su tierra le han dicho que no lo quieren ni en pintura es susceptible de colocación desde un territorio con el que no tiene el menor vínculo. Ascazo.

¿Y la abstención?

En la terminología al uso, lo que Pedro Sánchez está haciendo con Pablo Iglesias se denomina troleo. Del nueve largo, además, porque el eterno presidente en funciones arrea en las partes más expuestas de su atribulado adversario. ¿No era Iglesias el que no hace tanto exigía negociaciones en streaming, o sea, transmitidas en directo? Pues ahí se va Sánchez a la televisión pública a anunciar urbi et orbi que cuando tenga un rato le va a llamar por teléfono para proponerle la penúltima ocurrencia de su hechicero, que básicamente consiste en marear la perdiz. Todo lo que le quedó al líder de Podemos, que andaba ante otra alcahofa, fue decir que no son formas, pero que bueno, que vale, y que ya procurará tener el móvil con batería. Todo, para que a media tarde, el inquilino interino de La Moncloa corriera a tuitear que ya había llamado a Pablo y que este pasa un kilo, jo qu péna.

Esa es la política en tiempos de Twitter. Como dicen que dijo aquel torero, lo importante no es hacerlo sino contar que lo has hecho. Y para que a cada capítulo no le falte su novedad, mientras sigue la trama pimpinelesca, se suelta la especie, a lo Gila, de que en las sesiones de investidura “pasarán cosas”. ¿Qué cosas? Pues, por ejemplo, que el Partido Popular se abstenga. De momento, no es más que un asustapardillos, pero si yo fuera el Iván Redondo de Pablo Casado, le animaría a darle una vuelta. De saque, quedaría como generoso hombre de estado que piensa antes en la estabilidad de la Nación que en su propio interés. A partir de ahí, tendría un gobierno débil cabreado con su sostén natural al que atizar hasta en el cielo de la boca.

Gobierno de coalición

Empiezo exactamente donde lo dejé ayer. Anoté, sin más, que sonaba creíble la filtración del PSOE respecto a la exigencia de Iglesias de una vicepresidencia. La reflexión iba sobre el error de comunicación del líder de Podemos que provocaba que buena parte de la opinión pública esté convencida de que los morados priorizan el ego y los sillones a la consecución de un programa progresista. O traducido, que en este minuto del partido, Iván Redondo, el José Luis Moreno que hace hablar a Sánchez, Ábalos, Lastra y compañía, va ganado por goleada la batalla del relato. Bien es cierto que más le vale no confiarse. La ciudadanía no es tan párvula como presumen los gurús y también empieza a olernos a cuerno quemado la estrategia de Ferraz de hacer que parezca que no hay más remedio que ir a la repetición electoral. Las urnas las carga el diablo, avisados quedan.

Cumplido el prolegómeno, voy al grano. No me parece en absoluto censurable que una fuerza política de la que depende una mayoría de gobierno quiera estar en el Consejo de Ministros. Es una aspiración del todo legítima que no cabe criticar como hambre de poltrona. Se hace política para cambiar las cosas y las cosas se cambian —en la medida de lo posible; no nos pasemos de pardillos— desde los gobiernos. Más en llano: Unidas Podemos tiene todo el derecho del mundo a reclamar un ejecutivo de coalición en el que participe de acuerdo a la proporción de votos y escaños. Naturalmente, para tratar de llevar a cabo un programa consensuado y de conocimiento general. Lástima que esta última parte, la esencial, es la que no se ha abordado en este punto de la negociación.

Vicepresidente o nada

El psicodrama de la investidura entre Sánchez e Iglesias va teniendo banda sonora de Pimpinela. El matiz acongojante es que la interpreta la orquesta del Titanic mientras el transatlántico avanza con decisión hacia el iceberg de la repetición electoral. Ninguno de los dos gallos parece dispuesto a apartarse el primero. Al contrario, la paradoja física es que con cada intento de acercamiento acaban un poco más lejos.

Hay una teoría, entre cínica, cándida y voluntarista, que sostiene que todo forma parte de un estudiado guión que concluye con la salvación en el último segundo, un suspiro de alivio y un beso de tornillo con fundido a negro. Aparte de la falta de respeto hacia la ciudadanía que implica un planteamiento así, el riesgo de que el espectáculo se vaya de las manos es demasiado alto. Humildemente les confieso que, pese a mi larga experiencia de espectador de estas pantomimas, ahora mismo soy incapaz de asegurar cuánto hay de sobreactuación y cuánto de cabreo auténtico en las posturas de los protagonistas y sus respectivos séquitos.

Por lo demás, me desconcierta que quien hemos tenido como genio de la comunicación política, Pablo Iglesias, se esté dejando comer la merienda ante la opinión pública. Fuera de los muy forofos, el común de los mortales que atiende a la representación está convencido de que el escollo del acuerdo es la obsesión ególatra del líder de Podemos por hacerse con un puesto en el gobierno al precio que sea. Su contrincante en la negociación, el PSOE, aprovecha este flanco débil. Ayer filtró que en la reunión en el Congreso se llegó a exigir una vicepresidencia. Y sonó muy creíble.