Llarena for president

Como faltaban astros en el firmamento judicial, acaba de irrumpir la supernova con toga que atiende por Juan Pablo Llarena. Apenas anteayer todavía nos liábamos con su apellido y escribíamos de oído Llanera o Llaneras. Pero ya no hay lugar a confusión, a fuerza de verlo en quintales de titulares, cada vez más psicodélicos. Y fíjense que la primera leyenda que lo acompañaba era la de tipo prudente y razonable a carta cabal, en contraste con la legionaria ideologizada Carmen Lamela, condición que pareció confirmar mandando a casa a Carme Forcadell.

Ya ahí debimos ver que tal puntada no carecía de hilo. Libraba de la cárcel a la anterior presidenta del Parlament, no por bonhomía o espíritu de ecuanimidad, sino al precio de pasar a tercera fila de la política. Conquistada esa playa, repitió la jugada —corregida y aumentada— cuando en una imitación de andar por casa de su colega Salomón, excarceló a unos consellers y dejó entre rejas a Junqueras.

Solo era la preparación para su gran pirueta judiciosa, de momento, la más reciente. Es puro encaje de bolillos, atiendan: desoye la petición de la Fiscalía de ordenar detener a Puigdemont en Dinamarca bajo el argumento de que es el president expatriado quien busca ser detenido. ¿Para qué? Pues para ser enviado a prisión y, de ese modo, tener derecho a delegar el voto y, sobre todo, a ser elegible de nuevo como cabeza de la Generalitat. Y todo eso se lo guisa y se lo come solo el Juan Palomo de la Judicatura hispana, que aun tiene el desparpajo de dejar por escrito en el correspondiente auto que —poco más o menos— ha parado un golpe a la nación española.

No ha sido la sociedad

Que no. Que se pongan como se pongan, esta vez la sociedad no ha sido la culpable. A Lucía y Rafael los han matado —presuntamente, según manda precisar el catecismo— un par de asesinos alevines perfectamente conocidos en el barrio por su amplísimo historial de hazañas delictivas. Exactamente los mismos que ya el viernes estaban en labios de la mayoría de los vecinos. Si la vaina va de buscar responsabilidades más allá de las de los propios criminales, podemos empezar a mirar entre los y las que voluntariamente se han puesto una venda y no han movido un dedo ante la retahíla de atracos, principalmente a personas mayores, cometidos por estas joyas a las que aún hoy se empeñan en proteger y disculpar con las monsergas ramplonas que ni me molestaré en enunciar.

Repitiéndome, diré simplemente que soy incapaz de imaginar qué catadura hay que tener para saltar como un resorte a defender a los autores de semejante acto de barbarie. Tanta compresión hacia los victimarios y ninguna hacia las víctimas, que a la postre acaban siendo las culpables de su propia muerte por haberse cruzado en el camino de unos incomprendidos a los que no se les puede pedir cuentas sobre sus fechorías. En sentido casi literal, por desgracia.

Bien quisiera estar exagerando la nota, que mis dedos tecleasen impelidos solo por la impotencia que me provoca la muerte a palos de quienes perfectamente podrían haber sido mis padres o mis suegros. Pero ustedes, que tienen ojos y oídos como yo, llevan horas leyendo y escuchando idéntico repertorio de pamplinas de aluvión. No nos queda, por lo visto, ni el derecho a lamentarnos en voz alta.

Tantos cómplices

Lo terrible es pensar que aunque no sepamos quiénes asesinaron a golpes y cuchilladas a Lucía y Rafael, si tenemos perfectamente identificados a los innumerables integrantes de su legión de cómplices. Qué impotencia indescriptible, asistir a otro crimen anunciado —doble, con una saña salvaje y con unas víctimas extremadamente vulnerables, para más inri— y no poder siquiera decir por lo bajo que hasta los ciegos de Otxarkoaga lo veían venir, no sea que te aparezca una patrulla de la totalitaria policía del pensamiento ortodoxo a leerte la cartilla.

Ya les dije que me da igual. Hace mucho tiempo que ha llegado el momento de acabar con esa nauseabunda perversión que supone que —¡en nombre del progreso y la justicia!— se aliente, se justifique y se ampare a los vulneradores sistemáticos de los derechos más básicos. Empezando por el de la vida, pero siguiendo por otros tan simples como poder pasear por tu barrio. En este caso y en tantos, un barrio humilde, castigado desde su mismo nacimiento por todo tipo de abusos y atropellos, a ver quién se lo explica a los señoritingos que pontifican sobre los pobres sin distinguirlos de una onza de chocolate.

Debería sobrar la aclaración, pero subrayo que no hablo de razas, etnias, orígenes ni colores de piel. Esos son los comodines de los holgazanes y los beatos. Esto va de comportamientos radicalmente inaceptables al margen de la filiación de quien los cometa. No es tan difícil de comprender. Es verdad que carezco de datos contrastados, pero estoy por apostar que la inmensa mayoría de mis convecinos lo tienen claro. Y creo que también los que deben actuar… ya.

España acercará presos

Se me dan fatal las profecías, pero me aventuro con una: algo me dice que en no demasiado tiempo veremos ceder al gobierno español en su hasta ahora obcecación berroqueña en materia penitenciaria. No sé concretarles si será en dos, en cuatro o en seis meses, pero sí que todo apunta a que esta vez Rajoy está por la labor de empezar a desmontar la vengativa dispersión. Aclaro que hablo de acercamiento de presos de ETA; quien conciba o haga concebir una esperanza mayor se estará engañando o, peor todavía, participará conscientemente en una mentira a los afectados, a sus familias y a la ciudadanía.

Tampoco piensen que se trata de un pálpito o de la expresión de un deseo. Para empezar, y aunque a algún opinador de corps le sirva para hacer chacotas de esas que generalmente acaba comiéndose, me consta que hay quien está realizando una sorda labor de zapa. Y no solo en Moncloa, sino en el corazón de organizaciones que van a ser clave en la digestión de lo que, inevitablemente, resultará una bomba informativa.

Los demás elementos no son difíciles de situar en el escenario. Francia, me apuesto a que por petición de Madrid aunque sea más bonito pensar en otros románticos motivos, ha abierto el camino. El evidente cambio de música y letra en las recientes declaraciones y actitudes de PSE y PSN —con Ferraz dejando hacer, de momento— no son fruto de la casualidad. Incluso algún líder del PP vasco ha bajado unos diapasones su discurso. El único riesgo tangible, que en realidad no es pequeño, es que que la supernova naranja hinque el diente al asunto como hizo con el Concierto. Pero démosle tiempo al tiempo.

Los tabarñoles

Asisto, más divertido que indignado, al crecimiento de esa bola de nieve rojigualda llamada Tabarnia. Manda pelotas cómo una aparente tontuna de cuatro gañanes con mucho tiempo libre puede llegar a convertirse, amén de otras muchas cosas, en encabronadera de procesistas de salón que muerden el cebo como panchitos y se lanzan en pijama a cagarse en lo más barrido a través de Twitter. ¿No se dan cuenta de que los otros dirán que si ladran es señal de que cabalgan?

Más que eso. Se diría que los tabarnarios, tabarneses o (me cuadra más) tabarñoles galopan a lomos de su exitosa ocurrencia. Poca broma, cuando en los bazares chinos o los badaluques te ofrecen a euro el metro la bandera de la entelequia recién parida. La historia es pródiga en chorradas del quince devenidas en religión, régimen, movimiento social, corriente política dominante o, ya que nos ponemos, realidad nacional. Barrunta servidor que esto no llegará a tanto, pero tampoco me apostaría más de un café con sacarina.

Sigo, como les cuento, con resabiada atención la evolución de lo que ya nadie puede negar que es un fenómeno. ¿Multiplicado por las terminales mediáticas del antiindependentismo? Pero también (o sobre todo) por el infantil sulfuro que provoca justamente donde es su intención provocarlo. Por lo demás, y ya tirando de escama de galápago, tiene hasta su puntito de cabriola intelectualoide mirarse en el espejo deformado frente al que pretenden colocarnos los creadores del engendro. En todo caso, no hay gran cosa que temer, porque esta panda de diletantes no se van a arriesgar ni a la cárcel ni al exilio por conseguir sus objetivos.

No todos los corruptos

Como casi todo, la corrupción va por barrios. ¿Porque todos, incluidos los que van de impolutos —a veces llegaban cartas…— tienen uno, dos o veinte casos y lo niegan o se justifican con similares paparruchas dialécticas? Desde luego, pero no solo por eso. También, o mejor dicho, especialmente porque la denuncia de los marrones no atiende a motivos éticos. Vamos, pero ni de lejos. Antes al contrario, cada chanchullo que sale a la luz, da igual en calidad de presunto o de probado, no es más que una oportunidad para atacar al rival político.

¿Y si, por los avatares de la historia y el destino manifiesto, ya no es rival sino compañero de fatigas? Pues nada, pelillos a la mar, al mejor latin lover se le escapa un pedo, como acabamos de ver en las divertidas y altamente reveladoras reacciones a la sentencia del Caso Palau. Por si nadie se ha dado cuenta, incluso en su aguachirlado final, ha quedado demostrado que lo del 3 por ciento (4, en realidad) no era una leyenda urbana ni una acusación al tuntún. Y eso da de lleno y sin remisión a la antigua Convergencia Democrática de Catalunya, convertida hoy, justamente para tratar de huir hacia adelante, en PDeCAT o, en su última versión electoral, Junts Per Catalunya, oséase, la formación o movimiento que ahora lidera el mismo Carles Puigdemont que en la época de autos no era precisamente un bedel del partido.

Siguiendo el manual al uso de los castos y puros, tal circunstancia significaría asumir la responsabilidad correspondiente, pedir perdón, y hacerse a un lado. Por supuesto, en esta ocasión no procederá. En mi cinismo, no lo denuncio. Solo lo apunto.