Pablo decreta el silencio

Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir. Seguro que no sospechaba el Borbón mayor que sus balbuceos a modo de disculpa crearían escuela y serían imitados incluso por los revoltosuelos morados. Pues ahí tienen al rey Sol, Luna y Estrellas de Podemos marcándose un Juan Carlos. Ocho minutazos de vídeo para pedir perdón. Con soniquete de rap suave, carita compungida ma non troppo y un derroche de lirismo incompatible con la sinceridad del mensaje. Cuando cuidas más la forma que el fondo en algo tan primario, malo. Pero a quién va a sorprender a estas alturas el individuo, un narciso tóxico de manual de esos que expresan su amor a bofetadas.

Claro que aquí hay que aplicar otro clásico: la primera vez que me engañas es tu culpa, la segunda, la tercera, la cuarta y la vigesimonovena es mía. Allá quién se trague la enésima contrición seguida de un propósito de enmienda que nunca llega. Eso, si nos fijamos solo en los pucheritos rogando la absolución. La lectura verdaderamente política está en el resto de la plática, cuando decreta que lo que hasta ayer era sano debate en abierto es en lo sucesivo un cáncer liquidacionista. Y con un par, Kim Jong-Iglesias Turrión impone la ley del silencio a su mesnada. “Esto no va de callarse, va de contenerse”, sentencia con el morro rozando el asfalto. A la transparencia, al streaming, al rico intercambio de opiniones, a la sana confrontación de pareceres, que les vayan dando. Lo dice él, punto en boca.

Desde mi butaca de patio, aguardo entre divertido y curioso el nuevo capítulo del psicodrama. Dos plateas más arriba, Rajoy se orina encima de la risa.

¿Hasta cuándo, Errejón?

En mala hora Iñigo Errejón quedó a dos puntos y medio del líder supremo en la votación interna de la semana pasada. Lo suyo era palmar por goleada, siguiendo el pronóstico general, por mucho que ahora salgan Nostradamus retrospectivos a proclamar que lo veían venir. El severo correctivo previsto habría dejado al número dos de Podemos como el Pepito Grillo de tamaño pin o llavero que Pablo quiere. Siempre que esté claro que el macho alfa es él —a Vistalegre I nos remitimos; la terminología es suya—, Iglesias está dispuesto a permitir una disidencia de bolsillo que le sirva a un tiempo para vender la imagen de la deseable pluralidad y como escupidera. Insisto en pedirles que repasen los presuntos “debates en abierto” para comprobar el reparto de papeles: el de la coleta da, el de las gafas recibe.

Pero de pronto, cuando las propuestas —que en realidad, son los nombres— se someten al escrutinio anónimo de los militantes (o como se llamen), David está a punto de dejar grogui a Goliath. De hecho, a efectos prácticos, lo hace. Casi todos leemos la derrota por la mínima como una victoria. También parece verosímil pensar que muchos de los votos no vienen solo de errejonistas sino de antipablistas. Se revela la toxicidad del kaiser morado y sus adláteres: producen damnificados a un ritmo endiablado.

Ahí es donde cobra sentido lo de la mala hora que anotaba al principio. El jijíjajá se va tornando en purga inminente. Los palmeros de Pablo, empezando por Echenique, se lanzan a Twitter bajo el lema #AsíNoIñigo. El pelo de la dehesa estalinista. ¿Hasta cuándo seguirá bajando la testuz el señalado como traidor?

La tercera está al caer

Todo muy pulcro y democráticamente aseado. Su excelencia el jefe del Estado larga quince minutejos en nochebuena, y al día siguiente, los viejos y nuevos políticos se ejercitan en el arte del canutazo. Mayormente, no nos engañemos, para llenar los telediarios, que solo con gachupinadas navideñas, catástrofes aéreas y óbitos de artistas no llega. Ahí aparecen unos cortesanos aplaudiendo con las orejas —pongan PP, PSOE y Ciudadanos— haya dicho lo que haya dicho el piador con corona. Novedad de un tiempo a esta parte, salen luego los tibios morados a dar sin dar o no dar dando, nunca se sabe. Y cierran el ritual los republicanos con trienios, categoría que incluye a soberanistas de aquí y allá, impepinablemente disconformes con el mensaje del huésped de Zarzuela.

“El día de la marmota”, sentenció, no sin razón, Aitor Esteban. El año que viene, otra de lo mismo. El siguiente, igual, y así hasta… ¿cuándo? Cuidado, que la respuesta puede ser incómoda, pero contiene la esencia de lo que venía a contarles. Aquí lo de menos es el blablablá del preparado y las consiguientes reacciones a favor, en contra o entreveradas. Los sustantivo es que la monarquía española sigue ahí, marchando contra la lógica de la Historia viento en popa a toda vela. Si tuviéramos la mitad de memoria de lo que pronunciamos tal palabra, recordaríamos que apenas anteayer, en época del Borbón que ha pasado a la reserva activa, parecía que a la institución le quedaban cuatro padrenuestros. Blandiendo encuestas y titulares escandalosos, se anunciaba sin dejar lugar a dudas que la tercera estaba al caer.  Un siglo de estos, tal vez.

Sociedad civil

Como no teníamos suficiente con el empoderamiento, la performatividad y demás palabras o expresiones tan sonoras como de difuso significado, resurge de sus cenizas el viejo (viejuno, apuraría) concepto sociedad civil, escrito con o sin mayúsculas iniciales según la pompa que se le quiere dar a la cosa. Aunque nunca había desaparecido del todo, de un tiempo a esta parte se ha hecho un sitio en los labios de varios líderes políticos y en los argumentarios de los respectivos partidos. Y como lo mismo sirve para roto que para descosido, ahí está dando nombre a una organización nacionalista española en Catalunya o, por lo que nos toca más cerca, en diferentes declaraciones sobre cómo salir de nuestro bucle infinito.

Así, tras la operación policial que arruinó un intento por mostrar la voluntad de desarme de ETA, Arnaldo Otegi sentenció que el “camino hacia la paz” debía liderarlo la sociedad civil. Para que no me acusen de lo de siempre, me apresuro a añadir que ideas parecidas las he oído a representantes del PNV, Podemos y, quizá en menor medida, el PSE. También es filosofía aventada por meritorios filántropos sin sigla concreta.

El primer problema que le veo al planteamiento es identificar a la tal sociedad civil. Lo habitual es que cada cual se refiera, básicamente, a aquellos convecinos que comparten ideología. Estos sí, pero aquellos no. Allá películas si los segundos son muchos más que los primeros. Tiremos por lo alto, que es por donde me da que va esto, y pensemos que sociedad civil es toda la sociedad. La vasca, en este caso. ¿De verdad creen que está por la labor de liderar lo que se dice?

El portazo de Aznar

Qué oportunidad para Rajoy, soltarle a un ramillete de alcachofas que lo bueno del PP es que se puede debatir en abierto con su amigo José María. Si a Errejón le cuela con Iglesias Turrión (y viceversa), por qué no a él. Y con la carrerilla cogida, embarcarse en un intercambio epistolar entre lo empalagoso, lo impúdico y lo desleal. Visto con egoísmo de oficio, sería un chollazo alternar el folletón morado con la pimpinelada gaviotil. La de tertulias y columnas que tendríamos resueltas. Pero mucho me temo que los protagonistas de este lance no son de esos. Cuando el de las Azores se enfurruña, se enfurruña de verdad y no hay marcha atrás. Lo divertido es que al Tancredo de Pontevedra, plín. A buenas horas va a derramar una lágrima por su antiguo jefe. ¿Que ya no quieres ser presidente de honor de mi partido? Favor que me haces.

El portazo resentido y destemplado de Aznar tiene como destino el inventario de gestos inútiles. Da quizá para escribir un tango cutre, o mejor una milonga, pero no mucho más. O vaya, sí, un manual de psicopatología con extensos capítulos sobre el narcisismo, la intolerancia a la frustración y el resquemor.

Habría que dejar, eso sí, páginas en blanco. Me da a la nariz que este no va ser el último numerito. Aún habrá de darnos jornadas de gloria (o sea, de infamia) el antiguo señor de Moncloa. Por fortuna, con escasa capacidad para hacer ni una milésima del daño que ha hecho. Bastante será si logra indignarnos. Estadísticamente, es más probable que se limite a divertirnos o, si nos pilla en el día tonto, a provocarnos lástima. Ya no le van quedando ni perros que le ladren.

Disolución

Sigo, poco más o menos, donde lo dejé ayer. El desarme lleva a la disolución. Por lo menos, esa es la lógica que se está vendiendo, que sin lo uno no es posible lo otro. Y hasta donde sabemos por la correspondencia de la banda con las personas vergonzosamente maltratadas por los aparatos judiciales y policiales franceses, la intención de ETA es bajar la persiana de aquí a doce meses. ¿Lo hará? Ya iría siendo año. De hecho, el sexto desde que anunció lo verdaderamente importante, es decir, la decisión de dejar de matar y extorsionar.

Podemos engañarnos lo que queramos. El auténtico fin estuvo ahí. Lo demás han sido epílogos y mareos de perdiz. Esa sociedad civil tan mentada en este asunto lo tuvo claro desde el primer momento. Pasó página y se dedicó a sus mil tribulaciones. ¿Olvidando todo lo que había pasado? ¿Obviando lo muchísimo que queda pendiente? No exactamente. Tampoco somos tan ombliguistas ni insolidarios. Simplemente, la cuestión se ha relegado en el orden de prioridades de cada cual, pero eso no significa que haya dejado de importar. A estos más y a aquellos menos; la condición humana.

La conclusión es que a efectos prácticos ETA está disuelta. Diría que la inmensa mayoría tiene esa convicción. Si hay un comunicado definitivo, se recibirá con el correspondiente júbilo y la Historia señalará su fecha de emisión como la del final oficial. Pero no mucho más. Quedará por ver, eso sí, el comportamiento de los únicos que han convertido la disolución en tótem, condición sine qua non y punto definitivo de inflexión. Conociendo el paño, apuesten a que encontrarán un nuevo requisito que exigir.

Más sobre el desarme

Venga, va. Hablemos del desarme. Sin consignillas de todo a cien, a poder ser. Quizá habrá que empezar señalando lo obvio. Si ahora hay que deshacerse del material de limpiar el forro al prójimo es porque se ha estado acumulando durante (hagamos precio de amigo) cuarenta años. Y ojalá se hubiera quedado la cosa en el almacenaje. Pero es que buena parte de toda la cacharrería que hoy parece que no hay forma de quitarse de encima se utilizó para matar. Roza lo macabro que quienes se dedicaron a coleccionar el instrumental, a usarlo y a aplaudir y/o justificar las consecuencias se afanen en dar lecciones. Joder, con los conversos, qué prisas y qué a destiempo.

Y qué capacidad de análisis político. ¿A qué vienen los lamentos por la actitud de esa entelequia que llamamos El Estado? ¿Alguien esperaba seriamente algo que no fuera torpedear el fin de ETA? Esa es la perversa gran paradoja y, al tiempo, siniestra factura que se le debe por aquí a la banda, más allá del enorme sufrimiento que provocó. Si, incluso en los años más duros, ETA resultó un chollo para su supuesto enemigo, ahora que es solo un nombre evocador sin capacidad de hacer daño, los representantes de ese tal Estado van a hacer lo imposible por la continuidad de su bicoca. Esta operación fantasmal incluyendo la detención injusta de personas que actuaban guiadas por las mejores intenciones o, sin ir muy lejos, la descomunal exageración del episodio de Altsasu para convertirlo en terrorismo son la prueba de lo que señalo. Es descorazonador pensar quién celebraría la vuelta a las andadas y a quién le entran sudores fríos solo de imaginárselo.