Y ahora, pucherazo

Pasan las horas desde el baño de puñetera realidad de las urnas, y no deja de asombrarme la nula capacidad para asumirlo y mirar hacia adelante. Hay que joderse con la intolerancia a la frustración que gasta el personal. Lo penúltimo, para bochorno y al tiempo autorretrato, plañideras insinuaciones de pucherazo programado a gran escala. Muchos de los que se despatarraban con razón de los conspiranoicos del 11-M andan ahora berreando por las esquinas que la mortificante victoria del PP obedece a turbias maniobras de las cloacas del Estado. No faltan diarios comprometidos que difunden las especies, y hasta se ha puesto en marcha una petición de firmas en internet para que —cito textualmente— “las autoridades españolas y europeas” hagan una auditoría sobre las elecciones ante el hecho de que “los resultados no se corresponden en absoluto con ninguna de todas las encuestas”. Pueden creer que a la hora de escribir estas líneas se habían sobrepasado las 140.000 adhesiones y seguía subiendo la cosa.

Que sí, que conocemos cómo las gastan determinados responsables del orden y la ley. También son palmarios los casos de carretadas de ancianos —ojo, asimismo amorosos abuelitos llevados de a uno por sus nietos alternativos— a ejercer determinado voto inducido. Todo eso merece su denuncia, su investigación y, aunque esto ya es esperar peras del olmo judicial español, su castigo. Sin embargo, roza el patetismo indecible convertirlo en fraude sistemático para explicar una pura y dura bofetada electoral que tiene un origen bastante más probable. Por ejemplo, una estrategia equivocada sostenida contra viento y marea.

Gracias, Pablo

No era fácil prever los resultados, pero sí lo que ocurriría si no salían al gusto de la creciente cofradía de los enfurruñados demócratas selectivos. De manual: la culpa es del jodido pueblo que no sabe abanicar, o sea, votar. Me cuento entre los desazonados por la contundente victoria del PP, y si bien no fui capaz de olerla en su dimensión completa, una vez convertida en hecho, se me antoja perfectamente explicable. ¿En el natural rebañego y sumiso de determinados votantes que, al parecer, no son cuatro ni cinco? ¿En el voto del miedo? No les voy a decir que no hay algo de eso, aunque inmediatamente después añado que tampoco sé de partido que no agite estos o aquellos espantajos. ¿O es que acaso cuando se mentaban los recortes que vendrían si Rajoy repitiera no se apelaba al canguelo?

Por lo demás, y más allá de la comprensible frustración por las expectativas largamente incumplidas, quizá mereciera la pena que quienes están en ese trance no busquen todos los errores fuera. ¿Les parece muy descabellado pensar que uno de los principales aliados del Ícaro de Pontevedra ha sido el mismo que se postuló como su único rival, ayudado por un sinnúmero de heraldos de ocasión que lo piaban de tertulia en tertulia? Por ahí tengo anotada mi sospecha de que por cada equis simpatizantes que seduce Iglesias Turrión para su causa, consigue ene adeptos para la contraria.

Hay motivos para que Génova reconozca al líder de Podemos los servicios prestados. Y de rebote, para que también lo haga Ferraz. El sorpasso no consumado ha convertido en triunfo el nuevo tortazo del PSOE. Qué menos que un Gracias, Pablo.

26-J, que se note

Nada, pues aquí estamos, seis meses y seis días después, volviendo a votar lo que, según quieren convencernos, no supimos. ¿Qué va de entonces a hoy? Citaré en primer lugar el cabreo del personal. La versión canónica, la de soltar en las tertulias, es que la peña anda que fuma en pipa contra los líderes y subalternos de los partidos. Luego uno mira alrededor y ve que no es para tanto. El interés político de la gente se enciende a ratitos y dura lo que dura. Después del cagüental de rigor, pasa a los asuntos en los que le va la vida: si marianito (del de beber, digo) o txakoli, si Conil o Las Landas, si Morata o Aduriz. Y hoy la inmensa mayoría echará en la urna las papeletas de las formaciones que con más ahínco buscaron la repetición de las elecciones, aquellas que, como ya se ha comprobado, hacían como que negociaban mientras grababan los vídeos de la nueva campaña.

Libres son, por supuesto, de hacerlo. A diferencia de tanto demócrata de pitiminí que cuando no sale lo que le mola se lía a llamar tontos del culo a los votantes —véanse las regañinas a los británicos por haber mandado al guano a la Unión Europea—, yo sí aceptaré lo que salga. Como recuerdo tantas veces, el principio de la democracia representativa es el que enunciaba Mayra Gómez Kemp en el “1,2, 3”: si coche, choche; si vaca, va; si… (completen ustedes mismos la frase). Sí pediría a quienes van a provocar que las cosas sigan igual o que cambien para seguir igual —tanto me da— que después no vengan cagándose en el gobierno si llueve.

Y por lo que me toca más cerca, cuánto quisiera que si de verdad nos creemos diferentes, se notara.

Nada nuevo

Pierdo la cuenta de las veces que cito en estas líneas al capitán Renault. Va una más. De nuevo anda el personal imita que te imita al gendarme de Casablanca impostando —ahora se dice postureando— escándalo porque ha descubierto que se juega… ¡en el mismo garito donde él se echa sus timbas! Menos lobos. Efectivamente, lo de Fernández y el baranda del chiringo catalán contra el fraude es de una gravedad extrema. De cárcel, como escribía ayer. Sin embargo, la única novedad respecto a las otras tropecientas mil ocasiones en que ha ocurrido algo similar es que alguien grabó el trile y lo ha difundido.

Esa es otra, y no menor: si lo piensan, ni siquiera podemos celebrar que la publicación del atropello obedezca a causas nobles. Ustedes y yo, que llevamos unas cuantas renovaciones del carné de identidad, sabemos que aquí no hay un alma pura exponiendo el bigote para denunciar una injusticia. Es algo bastante más prosaico. De saque, una bronca entre Mortadelos y Anacletos del CNI y alcantarillas aledañas. Como segundo, un juez, el tal Daniel De Alfonso, tratando de salvar su culo porque, según su propia expresión, “Yo soy español por encima de todo, pero a mí me hunde, tengo familia”. Y como resumen y corolario, intereses pura y duramente electorales.

Si el domingo no tuviéramos cita con las urnas, la grabación habría seguido en la nevera donde llevaba un par de años. Noten el paralelismo con la propia conversación de marras, que básicamente trata de filtrar dossieres de conveniencia a la prensa adicta para que los haga reventar contra los enemigos en momentos muy precisos. Moraleja: todo es una m…

Fernándezgate

Nos equivocamos al pedir la dimisión del ministro Fernández. Lo que debemos exigir a voz en grito es su detención e ingreso en prisión a la espera de un juicio del que no cabe esperar sino una condena de una porrada de años. Y a poco que las cosas sean como parecen —benévolo que soy, concederé la presunción de inocencia—, Mariano Rajoy Brey debería correr exactamente la misma suerte, como conocedor (dejémoslo ahí) de la turbia maquinación contra los líderes del proceso soberanista de Catalunya.

No creo que exagere ni un gramo. Es posible que la torrentera de latrocinios y pisoteos de derechos que se han sucedido en los últimos tiempos nos haya endurecido la piel y la sensibilidad ante los atropellos. Es muy complicado, efectivamente, establecer un ránking de desmanes, pero no hay la menor duda de que estamos ante uno de los escándalos más graves de los cuatro decenios de postfranquismo que llevamos. Claro que tampoco es nuevo ni mucho menos, no nos engañemos.

Una vez más estamos ante la fetidez y la inmundicia de las cloacas del Estado —el español, por descontado— siguiendo al pie de la letra la peor versión de Maquiavelo, aquella que proclama, con aroma a Varon Dandy y copazo de Sol y Sombra, que el fin justifica los medios. De propina, con una mezcla de torpeza y vileza dignas de Nobel de la mendruguez. Hay que ser inepto a la par que malvado (o viceversa) para grabar una conversación llena de pelos y señales sobre propósitos claramente delictuosos. ¿Qué tenía en la cabeza esta manga de truhanes de tres al cuarto, paletos aprendices de Richard Nixon? Seguramente, la certidumbre de la impunidad.

Mentiras y gordas

Pedro Sánchez asegura que el PSOE no va a hacer presidente a Pablo Iglesias. Con mayor contundencia si cabe, proclama que tampoco va a facilitar la continuidad de Mariano Rajoy, compromiso que extiende a cualquier otro candidato o candidata del PP. Pero no se queda ahí. También ha descartado tajantemente la convocatoria de unas terceras elecciones.
¿Cómo cuadra todo eso? La única y remota opción de que las tres promesas resulten cumplidas se reduce a que sean las otras fuerzas las que lo eleven a él a Moncloa. Si tras los resultados de hace seis meses lo tuvo en sánscrito, ahora que todo apunta a que su formación quedará relegada al tercer puesto, se antoja todavía más complicado que reciba los apoyos para gobernar. Resumiendo, el secretario general y candidato socialista está mintiendo.

Sí, y no es el único. El mentado Iglesias anda por ahí porfiando que jamás dijo que la consulta catalana fuera condición imprescindible para llegar a un acuerdo con Podemos, cuando está grabado que el mismo 20 de diciembre por la noche lo soltó tal cual. Ni siquiera está dispuesto a admitir que el cambio de postura obedece a unas circunstancias diferentes. Simplemente niega, y hasta se permite engorilarse con quien se lo recuerde.

Volvemos a estar en las mismas que enunciábamos ayer. Todo vale, y eso incluye el uso indiscriminado —incluso como herramienta preferente— de la mentira. Antes de sacar el lanzador de sapos y culebras, reflexionemos media gota. Si eso es así, no es solo porque muchos políticos consideren la verdad algo prescindible. El motivo es que sus embustes casi nunca les acarrean consecuencias.

Sí vale todo

Yo tampoco sé a qué vino el gesto de Pedro Sánchez después de saludar a una mujer negra. No fue, desde luego, estético. A primera vista, sí parece que se limpia la mano que le acaban de estrechar. Sin embargo, salvo que sea a base de echarle toneladas de mala fe, cuesta trabajo interpretarlo como una muestra de racismo. Al margen de la opinión que se tenga del secretario general del PSOE, nada en su trayectoria conocida invita a pensar que derrote por ahí.

Ocurre que a una semana de las elecciones no cabe el beneficio de la duda. No hay rival que se resista a meter el morro en tal merengue relleno de demagogia facilona. Y ahí se fueron a degüello Podemos y el PP, componiendo esa perfecta pinza que tanto les cabrea que les nombren, a retratar a Sánchez poco menos que como miembro del Ku Klux Klan.
La dolida respuesta de las huestes socialistas fue de carril. Se lanzaron a las mismas redes sociales donde se vituperaba a su candidato a rasgarse las vestiduras al grito de “¡No todo vale!”. Seguramente, razón no les faltaba. Otra cosa es lo fácil que resulta imaginar lo que habría ocurrido si el protagonista del vídeo viral hubiera sido, pongamos, Mariano Rajoy. Ahí sobrarían las minucias. El linchamiento habría marcado época y, desde luego, en primera fila de acollejamiento tendríamos a los compañeros del actual saco de las hostias… si no a él mismo.

Moraleja: por desgracia, sí vale todo. En la política actual en general y en el fragor de la contienda electoral en particular. Hace ya mucho tiempo que dejó de haber límites. Es un juego comúnmente aceptado. Y lo peor, con el que nadie quiere terminar.