Sombrío panorama

Pleno monográfico sobre pensiones en el Congreso de los Diputados, piensen lo peor y se quedarán cortos. Pura prestidigitación: nada por aquí, nada por allá. Pero literalmente nada. Una promesa de paupérrimo aguinaldo fiscal condicionada, para más inri, a la aprobación de unos Presupuestos que, de momento, dormitan en un cajón. Como no tenía suficientemente encabronados a los que protestan en las calles, el presidente Eme Punto les ha puesto la puntilla demostrándoles que, como sospechaban, los toma por parvos. Una ristra de ramplonas excusas de mal pagador; esa fue toda su artillería para calmar los ánimos crecientemente enardecidos. Apuesten lo que quieran a que las manifestaciones del sábado van a ser históricas.

Claro que si hay que decirlo todo, el fenómeno de Pontevedra tuvo enfrente unos adversarios a su misma altura, es decir, a su bajura. Los y las portavoces de la supuesta oposición no pasaron de sobreactuadas peroratas para la galería. Frases tan efectistas como vacías, espolvoreadas desde la ventajista comodidad que da saber que las propuestas no se van a confrontar con la realidad, que es lo bueno que tiene no gobernar. ¿Un impuesto a la banca (que acabarán apoquinando los paganini de costumbre)? ¿Reducir en tanques y/o quincallería varia de la Casa Real? ¿Cargarse la Reforma laboral de modo que el empleo no sea precario y así haya pasta a manta para repartir? No pasa ni como cuento de la lechera. Haciendo la media de los discursos de los que mandan y de los que aspiran a mandar, el panorama es para llorar mil ríos. Ni pájaro en mano ni ciento volando. No queda otra que protestar… más.

Íñigo Alli, qué rostro

Vengo a proponerles una ola gigante por Iñigo Jesús Alli Martínez, quinto culiparlante más pirulero del actual Congreso de los Diputados y recordman sideral de la dureza de jeta. Si los tendrá de titanio el vividorzuelo de UPN, que tras la pillada escandalosa con el carrito del helado, todavía tiene el desahogo de poner cara de cordero degollado y hacerse la víctima.

Qué figura, el regionalista beatón. Sale en los papeles, incluidos algunos de los que le bailan el agua, que el gachó se ha fumado una quinta parte de las sesiones completas de la legislatura y se ha pasado por el arco del triunfo nada menos que 77 votaciones, y todo lo que tiene que decir es que vale, que igual no ha estado muy bien por su parte, pero que, ya si tal, devuelve el dinero. Bueno, ni eso. Solo la parte de la pasta que corresponde a las ausencias que empleó en hacerse un máster para directivos privados de la Universidad del Opus —a 27.900 leureles la pieza, oigan—, pero que se queda con la de las pellas que hizo “para ayudar en casa a mi numerosa familia porque creo en la conciliación real de la vida personal y profesional”. Como lo leen. Imaginen a cualquier currela de a pie faltando al tajo y saliendo por la misma petenera.

Así las gastan los que luego van de la rehostia en verso de la pulcritud moral. Las que habrá soltado por esa boquita contra el rojoseparatismo desde la tribuna de oradores las veces que sí ha tenido a bien fichar en la Carrera de San Jerónimo. Solo Carlos Salvador, su compadre de hemiciclo, le hace sombra en el innoble arte del exabrupto al peso. Retratado queda como el bribón que se embolsa un potosí sin sudarlo.

Nada cambia (parece)

¡Y después de día y medio de pressing catch parlamentario, el ganador es…! El que cada cual tenía en mente mucho antes de que los contendientes subieran al cuadrilátero de las Cortes. He ahí la primera enseñanza de la tercera moción de censura desde que justo hoy hace 40 años se volvió a la más o menos sana costumbre de votar. La iniciativa no parece haber cambiado nada ni a favor ni en contra. Las opiniones están donde estaban. Iba decir “exactamente donde estaban”, pero ni eso. Siguiendo los usos habituales, las posturas se han cerrilizado un par de grados. Los de Pablo son más de Pablo. Los de Mariano, más de Mariano. Y los otros, entre los que me incluyo, somos más de tener la sensación de inmensa pérdida de tiempo y de haber asistido a un show a mayor gloria del que se proponía como candidato alternativo sabiendo que no le daban los números ni por casualidad. A todos se nos ha cumplido la autoprofecía.

Claro que si hay que ser sincero, habrá que reconocer que el espectáculo estuvo orlado de una docena de destellos. Por lo que nos toca más de cerca, y para que vean lo ecléctico o lo bienqueda que soy, me gustaron mucho las intervenciones de Marian Beitialarrangoitia y Aitor Esteban, defendiendo el sí condicionadísimo en el primer caso y la abstención porque no hay más bemoles en el segundo. En el lado opuesto, el vocero por turno de UPN, Iñigo Alli, traspasó los límites de lo patético rebozando su “no” sumiso con las habituales alusiones a ETA y los pérfidos vascones que en su comunidad les han quitado el juguete de gobernar. Y luego, sí, el señor ese del PSOE tan encantado de conocerse.

Foco y alcachofa

Pasen y vean. La política convertida en espectáculo por los mismos que dijeron venir a recuperar su digno nombre. ¿Hace una moción de censura, Don Camilo? ¡Venga! Y desde el anuncio hasta hoy, en que la gachupinada toma cuerpo en el Congreso de los Diputados, semanas de cháchara sin más objeto que acumular minutos de foco y alcachofa. Qué inmensa excusatio non petita, cuando tienes que montar quintales de actos en cada esquina para explicar lo que sabes inexplicable. Incluso el gurú en cap tiene asumido que el destino del birlibirloque es un rechazo como la copa de un pino.

¿Y entonces? Pues verán ustedes el tal entonces convertido en parrapla desde el atril. Apuesto y creo que gano, que esta vez no habrá lugar para los chistes de cinco duros. Saldrá con cara de vinagre el cid vallecano a cantarle las cuarenta al baldragas de Moncloa. Le pondrá a bajar de una manada de burros con su incisivo piquito de oro. Y al otro, plim, puesto que duerme en el Pikolín de la aritmética parlamentaria. En el caso que nos ocupa, con tal holgura, que no le va a hacer falta negociar nada con nadie. El fuego fatuo se desvanecerá por sí mismo, y en cuanto los números canten, a otra cosa, mariposa.

¿Que Mariano Rajoy y su partido corrupto no puede estar ni un minuto más en el gobierno? Puede ser, aunque es difícil pasar por alto que no ha transcurrido ni un año desde las últimas elecciones en que bailó al partido que ahora le sitúa en la picota. Por no mentar, y ahí sí que escuece, que apenas tres meses antes de esos comicios, Podemos pudo haber mandado al banquillo a Rajoy… apoyando la investidura de Pedro Sánchez.

Inútil investidura

Lo del martes y jornadas sucesivas en el Congreso va a ser una meada en toda regla en el abrigo de la ciudadanía. Nos dirán, claro, que llueve, pero como escribí hace unos días aquí mismo, allá quien sea capaz de meterse entre pecho y espalda esa rueda de molino. Algo me dice, qué espanto, que los mansos (por voluntad o por forma de ser) son más de los que uno imagina. A ver lo que nos reímos o lloramos a finales de junio, cuando haya que volver a evacuar una papeleta en una urna. Voy poniéndome en lo peor.

De momento, hasta el sábado, sus bien remuneradas señorías —viáticos aparte incluso para los cuneteros que tienen asiento real en Madrid, por supuesto— van a hacer absolutamente nada, solo que con mucha pompa y circunstancia. Vociferarán, agitarán los brazos, se mesarán los cabellos, pondrán a Dios por testigo de esto o lo otro, prometerán, jurarán, negarán… Eso, los que tienen papel en el pésimo melodrama bufo de imposible libranza. El resto, los figurantes o culiparlantes de aluvión, murmurarán, aplaudirán, patearán, silbarán —no faltará algún rebuzno— y, como resumen y corolario, votarán. Oh, qué sorpresa, en todas y cada una de las oportunidades que lo hagan, el resultado señalará que estamos exactamente igual que el 20 de diciembre a las once de la noche.

Lo tremendo y a la vez revelador es que eso se sabe desde el mismo instante en que el aspirante Sánchez selló con Ciudadanos un acuerdo que no alcanza ni de coña los votos necesarios. ¿A santo de qué, entonces, esa pachanga penosa, ese pressing catch de cuarta regional que nos van a largar como si de verdad se estuviera decidiendo algo?

Pablo y el benemérito

La conmemoración del 23-F hace ya tiempo que es la continuación del propio golpe de estado por otros medios. Cada aniversario desde el primero, y con especial ahínco en los redondos, el personal se lanza al desbarre, la hipérbole, la memoria desmemoriada, el concurso de odas y topicazos, la impostura de toda la vida que ahora llaman postureo y, como novedad reciente, esos ejercicios de onanismo sin matices que decimos selfies.

A esta última modalidad pertenece la milonga que más me ha enternecido en esta edición de los juegos florales del tejerazo. Su autor no podría ser otro que quien ha hecho de la gallarda pública una de las bellas artes. Van a apuntar, lo sé, que es fijación, pero como diría aquel que le echó un par de narices en la tarde-noche de autos, puedo prometer y prometo que el tuit de Pablo —rebautizado Pueblo por un pérfido concejal donostiarra a quien no delataré— Iglesias convierte en prescindible todo lo que podamos farfullar los demás en torno a la efeméride de marras.

El prodigio comunicativo consta de dos imágenes y un texto. Las instantáneas muestran al susodicho —cómo no— en compañía de otro individuo. En ambas señalan con espontaneidad manifiestamente mejorable los puntos del Congreso de los Diputados donde se conservan, cual si fueran el brazo incorrupto de Santa Teresa, los impactos de bala que dejó la picoletada insurrecta. Como coralario, la emocionante leyenda que copio y pego para su solaz: “Hace 35 años un guardia civil entró aquí con pistola en mano; ahora otro lo hace de la mano de la gente”. No me lo digan. Se les ha puesto un nudo en la garganta. Y a quién no.

El gallinero

Vaya por San Jerónimo, así que el Congreso de los Diputados no es diferente del cine Fantasio o el Coliseo Erandio —ponga aquí cada cual el de sus recuerdos infantiles—, y tiene gallinero. No me me digan que la imagen no es inspiradora: un puñado de representantes de la voluntad popular ocupando esas butacas que lo mismo servían para echarse un sueño, putear a los de abajo a base de cáscaras de pipas (o caramelos y chicles chupados), montar bulla o, si había suerte, meterse mano. En resumen, para cualquier cosa que no fuera ver la película en condiciones.

Tiene su guasa, y seguro que su moraleja, que de saque no todas las señorías estén en las mismas circunstancias auditivas y visuales. También da mucho que pensar que después de once legislaturas —sumo solo desde 1977 hacia acá— nadie se haya planteado buscar una disposición física que no deje fuera del supuesto juego democrático a prácticamente la mitad de los electos.

Muy significativo, lo mismo que el modo propio de instituto casposo de secundaria en que los veteranos del lugar han despachado a los novatos —también llamados manzanillos— de Podemos al culo del hemiciclo. Sin derecho a quejarse, claro, porque si lo hacen, les berrean que hay cosas más importantes que dónde sentarse, o traducido, que si no aguantan una broma, mejor que se vayan del pueblo. Y para colmo, por parte de las siglas que se repartieron la Mesa de la cámara como si fuera un botín, con la cobardía estomagante de acusarse mutuamente de la fechoría. Hasta desde el punto más alejado de ese gallinero, salta a la vista que una vez más han actuado como el sindicato que son.