A mi, el tenis ni fu ni fa. Y ya, si añadimos el patrioterismo caspuriento que sigue a las victorias de Nadal, qué quieren que les diga, que se me arruga la nariz definitivamente. Así que no me van a pillar gritando “¡Vamos, Rafa!” y bien es cierto que tampoco haciendo como que quiero que gane su rival de turno solo porque no es español. Resumiendo, que me la traen al pairo las gestas del manacorí, al que no puedo dejar de reconocerle que como atleta es un fuera de serie y que al lado de otros que también lo son —pongamos CR7— me parece un tipo infinitamente más sano y cabal. Lo de la pasta, los birbirloques fiscales o los negocietes, ya tal.
Viene todo este preámbulo a cuento de la que le está cayendo al muchacho por haberse permitido la presunta ligereza de manifestar una opinión política. Resulta que el hombre cree que habría que convocar elecciones generales, ya ven qué tremendo delito. Pues en el código penal oficioso debe de serlo. Que si zapatero a tus zapatos, que si quién se cree que es, que si cómo se nota qué intereses defiende… y quintales de collejas del pelo.
Volvemos a la eterna y obscena doble vara. Qué trato más diferente al que reciben las rajadas progresís de artistas de altos vuelos hollywoodenses o, si vamos a lo más cercano, las soflamas encendidas de algún que otro pelotero de riñón igualmente bien cubierto. Y, ojo, que hablo de una situación cien por ciento reversible, porque los que ahora defienden a Nadal critican a los otros. Personalmente, agradezco a los personajes públicos que digan lo que piensan sobre lo que sea, incluso cuando, como es el caso, no estoy de acuerdo.