Lo mire por donde lo mire, soy incapaz de comprender por qué el PSOE ha sumado sus votos en el Congreso a los de PP y Ciudadanos para tumbar la propuesta de Unidos Podemos de reformar la Ley de Amnistía de 1977 de modo que deje de ser el freno para investigar y juzgar los crímenes del franquismo. O, bueno, sí, acabo comprendiéndolo, pero casi me gusta menos por lo que implica: dar carta de naturaleza al atado y bien atado y, en definitiva, reeditar cuatro decenios después el cambalache para dejar que se fueran de rositas los perpetradores de lo que Celso Emilio Ferreiro llamó “la larga noche de piedra”.
Fíjense que pocas veces la Historia da una segunda oportunidad como esta. El que a duras penas sigue siendo primer partido de la izquierda española (o así) tenía en su mano corregir la flaqueza que cometió cuando tragó con aquello. Y sí, entonces quizá fuera entendible por el ruido de sables permanente, por la inyección de pasta de la socialdemocracia alemana, por los dedos hechos huéspedes ante la eventualidad de superar al PCE como oposición real a los sucesores del viejo régimen. Incluso cabe la hipótesis de la buena fe, el hecho de que, como tantos otros, no cayeran en la cuenta de que la misma ley que sirvió para aligerar las cárceles era una inmensa añagaza para salvar el culo de los incontables criminales de la Dictadura. Pero, ahora, ¿qué excusa hay? Desde luego, nada de lo que llevan dicho los portavoces socialistas resulta ni remotamente creíble. A más de uno se le nota la incomodidad al defender una actitud que en su fuero interno saben que no tiene defensa. ¿Tanto sigue pesando el pasado?