¿Vuelta a las urnas?

Qué extraña coincidencia. 24 horas después de haber anunciado las fechas de los intentos de Pedro Sánchez para ser reinvestido presidente del gobierno español, nos sale el prestidigitador Tezanos con un CIS que vaticina una apabullante victoria del PSOE en caso de repetición electoral. Está hecho tan a bulto, que en la demarcación autonómica el PACMA anda a la par del PP —¡tampoco es para tanto!—, pero a quién le importa. Como quiera que en una porra anterior el brujo demoscópico de Ferraz desde tiempos de Felipe X y Alfonso Z acertó un par de cosas, al tosco sondeo apoquinado con dinero público se le concede la condición de augurio infalible. En consecuencia, se usa como aviso a navegantes morados, naranjas y azules subidos a la parra: ustedes verán, señores Iglesias, Rivera y Casado —a Abascal lo dejamos para otro rato— a quién le conviene más que nos veamos en las urnas allá por novienbre..

Los analistas de mejor fe, que son la mayoría, aseguran que se trata de un farol o, incluso, de un teatro que, como suele ser costumbre, tendrá como desenlace un pacto de último segundo, justo al borde del precipicio. Confieso que quiero creerlo porque es difícil concebir una irresponsabilidad de tal calibre que implique meternos en otro pifostio electoral dentro de cuatro meses, pero no apostaría más de diez céntimos por el buen fin de la vaina. Quien tenga memoria, y no demasiada, recordará cómo tras las generales de diciembre de 2015 anduvimos en parecidas cábalas y, contra lo que parecían indicar la lógica y hasta el decoro, acabamos volviendo a votar medio año después. Quedan poco más de dos semanas para evitarlo.

Ping-pong eterno

¿Recuerdan la urgencia con la que se convocaron las elecciones generales? Se nos hizo creer que había una prisa loca en darle un tajo al nudo gordiano del bloqueo para afrontar no sé qué cuestiones inaplazables. Pues mañana se cumplirán dos meses de la cita con las urnas y este es el minuto en que seguimos sin novedad en el Alcázar, o sea, en La Moncloa. Mimetizado en Rajoy —¿seguro que cambió el colchón?—, Pedro Sánchez tira de cachaza y se deja llevar en la placidez de la presidencia en funciones.

El cuajo alcanza tal nivel que en este tiempo apenas hemos oído de sus labios nada que tenga que ver con su investidura. De eso se encargan sus fieles escuderos, la vicepresidenta interina, Carmen Calvo, y el chico para todo, José Luis Ábalos, que va camino de batir el récord sideral de comparecencias públicas inútiles. Según salen de su boca, las palabras caducan. Ahora está todo muy avanzado para un gobierno de cooperación, ahora las posturas están a siglos, ahora, ya si eso, hasta se le tiran a los tejos a Ciudadanos, a ver si en su zozobra muerde el anzuelo y caen unas abstenciones del cielo.

Para nota también, lo del presunto socio preferente. El inquilino del chalé de Galapagar amenaza una noche con hacer morder el polvo a Sánchez para jurar a la mañana siguiente que el acuerdo está más cerca de lo que parece. Y apostilla el mendicante de ministerios, con cinismo insuperable: “aunque tengan que pasar dos meses y medio”. Efectivamente, es lo que parece. Nos toman a los ciudadanos por el pito de un sereno. Sus vidas no van a cambiar salga el sol por donde salga. El ping-pong que dijo Iglesias puede ser eterno.

Ministro Iglesias

Es difícil escoger entre la lástima y la rechifla. Aunque quizá sea el hastío el sentimiento que más encaja con la matraca reiterada de Pablo Iglesias sobre su sueño húmedo de ser ministro. Si bien últimamente parece que el número de sus amigos —no digamos el de votantes— se reduce cual si le hubiera abandonado el desodorante, todavía deberían quedarle unos cuantos fieles para decirle, con toda la suavidad que sea necesaria, que está rozando el ridículo tirando a lo patético. El vallecano emigrado a Galapagar empieza a recordar a aquel entrañable aspirante a torero apodado Platanito que iba de feria en feria rogando una oportunidad para saltar al ruedo.

Qué diferencia, por cierto, este Iglesias con la cerviz baja y tono de voz quedo que ahora mendiga un chusco del gobierno —ya si eso, una subsecretaría o una dirección general— con aquel soberbio rey del mambo que a ritmo de rap le exigía a Sánchez tres cuartos de gabinete, incluido el CNI. Y ahí es donde procede la reflexión. En apenas tres años, el cuento ha cambiado diametralmente. Aquel PSOE al que se le llegó a administrar la extremaunción exhibe una lozanía envidiable. En contraste, la formación llamada a asaltar los cielos se acaba de estrellar en las mismas urnas que le hicieron creerse lo que Cortázar llamaba “la última chupada del mate”. Bastante éxito ha sido mantener, especialmente en la demarcación autonómica, un puñadito de lapas que sobrevivirán empotradas en el mismo sistema del que abominan y cuya humillación hacia ellos consiste justamente en subvencionarles sus vicios pequeñoburgueses mientras su líder carismático pordiosea un ministerio.

Ronda preliminar

“Ahora toca prudencia, discreción y tranquilidad”, salmodiaba Pablo Iglesias a la salida de su encuentro protocolario con su casi majestad Pedro Sánchez. Quién ha visto y quién ve al otrora residente en Vallecas ahora emigrado a Galapagar. Qué tiempos aquellos, apenas anteayer, en que porfiaba que las negociaciones debían ser transmitidas por streaming. O cuando reclamaba la vicepresidencia, el CNI, un porrón de carteras y dos huevos duros. Sería digno de estudio lo que aplaca la polipaternidad, el chalé con piscina o, siendo positivos, el realismo de quien, tras echar cuentas, ya sabe que los cielos no se toman al asalto.

Me van a perdonar que me ponga magnánimo y perdonavidas, como él mismo, y deje escrito aquí que el todavía joven Iglesias progresa adecuadamente. Con suerte, a Sánchez le salen las cuentas y le regala un ministerio. Fíjense que yo, incluso con mi innata querencia a pensar mal, estoy casi convencido de que no corremos el riesgo de un abrazo con Rivera. Menos, después del cabreo del figurín figurón porque Pedro lo relegó a la sala pequeña de Moncloa, cuando el día anterior le había agasajado con la grande a Pablo Casado, lo que en el lenguaje no verbal de la política implica reconocer al palentino hostiado como verdadero jefe de la oposición. Qué poco se parecen, por cierto, el manso líder del PP que vimos a la salida de la reunión con Sánchez y el buscabroncas perpetuo que en campaña vomitaba improperios a granel. Supongo que es lo que tiene haber recibido un meneo cósmico en las urnas. En el otro lado, el que ejercía como anfitrión puede felicitarse. Ha vuelto a ganar. Esta vez, tiempo.

Reflexión ausente

Nos hemos puestos tibios —yo el primero— de atizar al PP por su autocrítica a la remanguillé, pero no le hemos dedicado ni un párrafo a Unidas Podemos, la otra formación que salió de la última cita electoral con politraumatismos de pronóstico reservado. No descarto que me vengan con lo de mis parafilias y mis parafobias, pero como decían en los cómics de mi infancia, que me aspen si la pérdida de 29 escaños no es una morrada de pantalón largo.

De aquellos 71 que le empujaron a Pablo Iglesias a pedirse una vicepresidencia, el CNI y no sé cuántos ministerios, los morados aliados con (o lastrados por) Izquierda Unida se han debido conformar con los 42 mondos y lirondos que resultaron del escrutinio del domingo. Uno más, por cierto, de los que le otorgó el CIS de Tezanos, provocando la marichulada soberbia del residente en Galapagar: “Las encuestas están hechas antes de mi vuelta”. Pues ya ve que su participación en la contienda, incluso reconociendo que ha sido de notable alto, no ha servido para demasiado. Algo habrá que reflexionar, más allá de la sobada excusa de la polarización que ha beneficiado al PSOE.

Y si miramos a lo que nos toca más de cerca, la cavilación procede especialmente. En Nafarroa han volado 27.000 votos y 10 puntos porcentuales. En la demarcación autonómica, además de caer al tercer lugar, se han esfumado 112.000 sufragios y 12 puntos. Eso, en los comicios donde la coalición puede tener las mejores expectativas. Cada vez soy menos de pronósticos y apuestas, pero me da en la nariz que el 26 de mayo los números serán bastante parecidos. Y me temo que también los silbidos a la vía al respecto.

Debates electorales

Debate sobre el debate, he ahí un género ya muy asentado y que reverdece en cada campaña electoral. Si tuviéramos la mitad de memoria de la que presumimos, seríamos conscientes de cómo las posturas de siglas y menganos han sido diferentes según su conveniencia. En general, cuando se se es oposición, se reclama con insistencia y aspavientos el duelo dialéctico, y cuando se es gobierno, se silba hacia la vía y se trata de evitar la confrontación en la medida de lo posible.

En estas últimas anda Pedro Sánchez. Tanto que en su día buscó el lengua a lengua (perdón por la perturbadora imagen mental) con Rajoy, Rivera, Iglesias o quien le pusieran por delante, para andar ahora racaneando los careos. Manda narices, por lo demás, que siendo quien es y defendiendo lo que dice que defiende, el único que había aceptado era un sarao a cinco en una cadena priovada de televisión. Tiene guasa que haya tenido que venir la Junta Electoral Central, con su normativa prehistórica, a poner las cosas en su sitio, borrando a Vox del festejo —favor que le hacen al indocumentado Abascal, que es un manta intercambiando argumentos— y obligando prácticamente a llevar la cosa a la televisión pública, que debió ser la opción de origen. ¿Y debería ser también la única? Por supuesto que no. En esto estoy muy de acuerdo con Pablo Iglesias. Todas las personas que se presentan a unos comicios deberían tener la obligación legal de vérselas con sus adversarios en un número razonable de debates. Otro cantar sería dar con el formato adecuado para que estuvieran representadas todas las opciones sin que los mensajes se perdieran en la polvareda.

¿Podremos?

Confieso que me sobra sueño y me falta paciencia. Empiezo a teclear sin esperar a que termine el gran sanedrín de Podemos en el que la hasta no hace tanto gran esperanza morada deberá decidir qué quiere ser de mayor después de la puñalada trapera del cofundador de la cosa, Iñigo Errejón, a su socio y parece que ya examigo, Pablo Iglesias Turrión. De saque, resulta entretenido que el causante de la implosión haya preferido no aparecer por el festorrio. El otro protagonista del astracán, el aún comandante en jefe de los asaltadores del cielo en la reserva y residente en Galapagar, tampoco ha estado en carne mortal. Cuentan las crónicas que para no romper su baja por paternidad —fíjense qué memez—, ha participado por vía telefónica.

A modo de anticipo, el concienciado papá había dejado escrita su doctrina en Facebook. Se trataba de que los tribuletes tuviéramos material para entretenernos. Gran hallazgo el suyo, seguramente inspirado por sus propios churumbeles, la denominación “los trillizos reaccionarios” para referirse al tridente del extremo centro. Claro que eso era la guarnición del mensaje principal de su epístola a los corintios, los tirios, los troyanos y los vallecanos: “Iñigo no es un traidor, sino que debe ser un aliado de Podemos”. El líder carismático le perdonaba la vida —y ya van dos veces— a su particular Bruto, en lo que más tres y más de cuatro han interpretado como templanza de gaitas o, incluso, como recule en toda regla. Si verdaderamente lo fuera, ahí estaría la novedad impredecible: el macho alfa se la envaina por primera vez desde que le conocemos. Hay algo que no termina de cuadrar.