De todos los personajes y personajillos de la tragicomedia del PSOE, pocos resultan tan patéticos y a la vez miserables como el Judas de las gafas de montura azul. Hasta ahora, para distinguirlo del otro pájaro con acta de diputado con que comparte apellido —el repelente Rafa del PP—, se le nombraba como el Hernando regular en oposición al Hernando malo. Tras sus últimas fechorías acreditadas, la cosa no está nada clara. Procede foto finish en la línea de meta de la ruindad. Suerte tuvo, en el tenso cruce con Pedro Sánchez en la bancada socialista, de que el objeto de su traición se conformara con darle una mano de mantequilla y mirarlo con desprecio. Alguien menos templado que el descabalgado secretario general le habría calzado una hostia. Y seguro que el otro, cobarde de cuna y formación, se la habría quedado sin rechistar.
Qué bochornoso papelón, el de Antonio Hernando Vera, arlequín al servicio de quien sea que tenga el poder. Portavoz a grito pelado y con cara de cistitis del ¡No es No! cuando mandaba el de las camisas blancas inmaculadas, vocero de la abstención responsable y testicular en el interregno de la gestora susánida. Siempre, en todo caso, sumiso, ovejuno y lamelibranquio, como corresponde a esa clase de individuos, desgraciadamente extensa, que no tienen más fin en la vida que salvar el culo propio al tiempo que trepan por el organigrama clavando el piolet sobre las cabezas de sus congéneres. Lo que no calculan muchos de ellos, y algo me dice que será el caso del perillán que nos ocupa, es que en cuanto dejan de ser útiles a sus barandas, son expedidos a la nada sin compasión.