Judas Hernando

De todos los personajes y personajillos de la tragicomedia del PSOE, pocos resultan tan patéticos y a la vez miserables como el Judas de las gafas de montura azul. Hasta ahora, para distinguirlo del otro pájaro con acta de diputado con que comparte apellido —el repelente Rafa del PP—, se le nombraba como el Hernando regular en oposición al Hernando malo. Tras sus últimas fechorías acreditadas, la cosa no está nada clara. Procede foto finish en la línea de meta de la ruindad. Suerte tuvo, en el tenso cruce con Pedro Sánchez en la bancada socialista, de que el objeto de su traición se conformara con darle una mano de mantequilla y mirarlo con desprecio. Alguien menos templado que el descabalgado secretario general le habría calzado una hostia. Y seguro que el otro, cobarde de cuna y formación, se la habría quedado sin rechistar.

Qué bochornoso papelón, el de Antonio Hernando Vera, arlequín al servicio de quien sea que tenga el poder. Portavoz a grito pelado y con cara de cistitis del ¡No es No! cuando mandaba el de las camisas blancas inmaculadas, vocero de la abstención responsable y testicular en el interregno de la gestora susánida. Siempre, en todo caso, sumiso, ovejuno y lamelibranquio, como corresponde a esa clase de individuos, desgraciadamente extensa, que no tienen más fin en la vida que salvar el culo propio al tiempo que trepan por el organigrama clavando el piolet sobre las cabezas de sus congéneres. Lo que no calculan muchos de ellos, y algo me dice que será el caso del perillán que nos ocupa, es que en cuanto dejan de ser útiles a sus barandas, son expedidos a la nada sin compasión.

De absternerse y apoyar

“Abstenerse no es apoyar”, dice, emulando a Perogrullo, el presidente accidental de los restos del PSOE, Javier Fernández. Apenas suena a excusatio non petita, anuncio de ciaboga inminente, humillado reconocimiento de claudicación, o aun más gráficamente, pan hecho con unas hostias. A buenas horas mangas verdes, después de la reyerta pública que ha dejado al partido a un cuarto de hora de la irrelevancia, se viene a descubrir la fórmula de la gaseosa. Cuánta sangre, cuánta dignidad pisoteada, cuánta vergüenza ajena, cuántos daños a propios y extraños se habrían evitado de haber caído en esa obviedad en el momento en que hasta los pedruscos veían que ni torturándolos daban los números para un gobierno alternativo.

Eso fue tal que el 26 de junio a las once de la noche, cuando el marcador de las elecciones repetidas aullaba la victoria sin paliativos del PP. Un reconocimiento a tiempo con la promesa de entregarse desde el primer minuto de la legislatura a una oposición sin concesiones nos habría librado de estos meses de tomadura de pelo y del espectáculo final de canibalismo entre compañeros de carné. Valía exactamente la misma frase que ahora suena a todo lo que les enumeraba, porque resulta que encierra una verdad esférica: abstenerse no es apoyar.

Por supuesto que no lo es. Ni por el forro. Sin embargo, alguien se empeñó en que lo pareciera. Por cortoplacismo ramplón, por sentirse aprendiz de brujo, por el qué dirán, por ver si sonaba la flauta, por rodearse de un halo de heroísmo, porque estar en los titulares da gustito. Ocurre que los plazos acaban venciendo y la cuota se paga con intereses.

El viejo ta-pa-pá

Poco nuevo en la feria de las vanidades, los rencores y todos los demás ladrillos que conforman la (generalmente deplorable) condición humana. Corría el verano de 1972, con Franco en tiempo de descuento hacia la autopsia definitiva y la lápida de cinco toneladas. La izquierda española para entonces era el PCE, y lo demás, incluido el PSOE, menudencias anecdóticas. Solo 10 años más tarde, el partido que apenas pasaba de figurante en la escena antifranquista tomaría —¡en las urnas!— un poder casi más absoluto que el del ya fiambre dictador. ¿Cómo?

Es largo de contar, pero abrevio. Un rapaz de nombre Alfonso Guerra publicó en El Socialista un texto titulado (a ver si Iglesias Turrión se cree el único que usa palabros) El enfoque de la praxis. Entre la densa prosa, este misil: “Los socialistas tienen una doble tarea que desarrollar: la lucha contra el sistema capitalista que los oprime y la lucha contra ciertas estructuras de su propia organización, que amenazan con la esterilización de sus acciones”. Ríanse de la primera parte, pero reparen en la segunda idea, que coma arriba o abajo es la misma que transcurridos 44 años, sirve para justificar el golpe de mano contra Pedro Sánchez y sus intrépidos mozalbetes.

No es ninguna casualidad. Buena parte de los dinosaurios que, junto a sus sucesores, comandan la revuelta son exactamente los mismos que, siendo fogosos jóvenes, se pasaron los estatutos por la entrepierna para deponer a la momia sagrada Rodolfo Llopis como secretario general. 27 meses después, en el legendario Suresnes, tomaría el mando un tal Felipe González Márquez, y en lo sucesivo, ta-pa-pá.

¡Campaña y se acabó!

Al final, tampoco ha sido para tanto. La campaña que se acaba hoy, digo. Estaba el miedo a la contaminación del pifostio español, y la cosa se ha quedado en casi nada. Cierto, no porque no lo hayan intentado los recalcitrantes visitantes de las cuatro franquicias españolas. Para nota, de hecho, el intento a la desesperada de Pedro Sánchez, en fase regresiva a Ken y copiando el tono no se sabe si a Félix Rodríguez de la Fuente o a DJ Pablo, postulándose desde Portugalete como alternativa al que le suda el yameentienden que haya o no terceras elecciones. Y aun así, poco parece que va a rascar entre nosotros, más allá de unos titulares de aluvión y unos blablablás de los todólogos de guardia. Que le aproveche.

Por lo demás, y quizá habla por mi una suerte extraña de síndrome de Estocolmo, no ha faltado entretenimiento a esta quincena de veda abierta para la caza del votante. Las gildas como mejor oferta, el euskera convertido en asustabobos, el desempoderamiento más descaradamente empoderado (o viceversa), los desahucios trucados para el selfi de rigor,  y la letanía falsaria que asegura que lo que importa es la economía. Queda todo eso como tachuelas coloreadas de las que empezaremos a olvidarnos en medio rato.

Venga, va, y también el momentazo del debate, ese silencio torpón que se tornó en Pili, levántate y anda. Pena que no tuviéramos ocasión de asistir a la recíproca porque hay cosas que todavía no se pueden decir. Y como argamasa para dar sentido a todo, esas encuestas que han sonado a peligroso canto de sirenas para la fuerza señalada obstinadamente como vencedora de largo. Cualquiera se fía.

De pacto a pacto

La Historia no es lo que era. Por lo menos, la de Celtiberistán. Ya no se preocupa de dejar pasar un tiempo prudencial para repetirse. Y cuando lo hace, ni siquiera es, siguiendo el tópico atribuido a Marx, primero como tragedia y luego como farsa. Qué va. La degeneración es tal, que cada reedición no supera la broma chusca y pedorrera. Vean como enésimo ejemplo el pacto-parto entre el PP y Ciudadanos.

Han transcurrido seis meses pelados desde su primera versión, que en lugar de a los de la gaviota tenía como abajofirmantes a los de la rosa empuñada. El elemento común, el aguaplás naranjito, que se apunta al bombardeo que le digan sin mudar el gesto de solemnidad de cartón piedra. Entonces era para la investidura imposible de Pedro Sánchez y hoy lo es para la más que improbable proclamación presidencial de Mariano Rajoy.

Todos sabían cómo acababa el cuento medio año atrás y todos tenemos claro el desenlace impepinable que arrojará la votación del próximo viernes. Nadie nos ha ahorrado, sin embargo, la cansina coreografía previa, con su palabrería rimbombante, su camisita y su canesú. Que si lo acordado es la hostia en bicicleta y dos huevos duros, que si la altura de miras, que si la responsabilidad, que si el sentido de Estado. Pura farfolla cutremente reciclada de la vez anterior y destinada a encallar en exactamente el mismo resultado. Se impondrá la terca aritmética y regresaremos a la puñetera casilla de salida. Quizá más cabreados y con la entrepierna más sobeteada, pero al fin y al cabo, igual de dóciles y lanares como para propiciar en las terceras elecciones idéntica situación.

Irresponsables o algo peor

Lo de Cagancho en Almagro quedará en broma menor al lado del sofoco que se va a llevar algún estadista de cuarto de kilo cuando le toque anunciar que no hay otra que abstenerse y dejar gobernar a Rajoy. Será por responsabilidad, por altura de miras y por el resto de mandangas habituales que sueltan por la bocaza los mangarranes venidos a más, pero unos miles de contribuyentes con un par de dedos de frente sabrán que es un digodiego como una catedral. La lástima es que no faltarán palmeros con y sin carné que se encenderán en aleluyas, y que la memoria de pez que gastamos dejará sin castigo la enésima tomadura de pelo de unos tipos a los que se elige para que representen a la ciudadanía.

Parecía imposible empeorar la tragicomedia que nos hicieron vivir tras las primeras elecciones, pero en dos semanas y media que han pasado desde las segundas, hemos comprobado que los récords, incluidos los de ruindad, están para batirse. Mandan quintales de pelotas que, salvando a los partidos minoritarios, que por mucho que los señalen, ni pinchan ni cortan, los comportamientos menos deleznables estén siendo los del PP y Ciudadanos.

Sí, eso he escrito, y no sin rabia. Miente como un bellaco quien diga que Rajoy está volviendo a hacer el Tancredo. A la fuerza ahorcan, esta vez está meneando el culo a base de bien; hasta con los supuestos diablos de ERC se ha reunido. Y en cuanto al recadista del Ibex, ha sido el primero en tragar el sapo de la rectificación en público. Mientras, los de la nueva política se rascan la barriga a todo rascar y el PSOE acumula boletos para la rifa del hostión que evitó por un pelo.