Perplejidad naranja

Son tiempos interesantes. En el sentido chino de maldición, pero también en el puramente literal. Se está poniendo muy entretenida la cosa para los que tenemos el vicio de la observación —o fisgoneo, según— de los devenires y aconteceres políticos. Si, dejando de lado el muy sustancioso panorama que disfrutamos entre el Ebro y el Bidasoa, ya íbamos servidos con la barrena de los dos grandes [nótese la cursiva] partidos españoles, la irrupción espectacular de Podemos, la zozobra interminable de Izquierda Unida o el hundimiento a ojos vista de la chalupa de Rosa de Sodupe, el cruce de todas esas circunstancias y alguna más ha provocado la eclosión de esa cosa que atiende por Ciudadanos.

Confieso que, de entre todos los fenómenos mencionados arriba, este es el que más me cuesta comprender. Fíjense que, aunque tampoco me olí ni de lejos —como tantos que ahora presumen de lo contrario— el apoteósico éxito de la formación de Pablo Iglesias Turrión, una vez que se ha dado, me resulta perfectamente explicable. Quiero decir que puedo citar los mil y un factores que creo que han contribuido al terremoto morado y, desde luego, soy capaz de meterme en la cabeza de los muchos tipos de sus votantes potenciales. Sin embargo, con el partido de Albert Rivera, ni modo, que diría Chavela Vargas.

Se me escapa completamente qué puede empujar a alguien a respaldar un proyecto que a cien kilómetros canta a grosera operación artificial. Bien es cierto, y quizá por ahí puedan ir los tiros, que estamos hablando del lugar donde la final del cagarro televisivo llamado Gran Hermano VIP congregó a cinco millones de personas.

La casta gana

Como a veces ocurre con el sexo, lo mejor de las elecciones es el cigarrillo de después. En cuanto se cierran las urnas y van llegando primero los sondeos israelitas y luego, los resultados reales, se despliega un gran espectáculo de prestidigitación donde a la vista de todo el mundo se dan la vuelta los discursos y los hechos incontrovertibles de un minuto antes. Y no me refiero solo a las encuestas, que esta vez, ni tan mal, sino a los principios grouchomarxianos e mobili qual piume al vento de los protagonistas de la berrea electoral.

Casi da igual el partido que tomen. Si vamos por el lado del ganador, que hablando de los comicios andaluces, ha sido indudablemente el PSOE, nos encontramos con que la victoria le deja en una situación objetivamente peor que la que tenía antes de la convocatoria anticipada. Si la disolución se justificó por la búsqueda de la estabilidad, Susana Díaz ha hecho un pan con unas hostias. Pero vayan ustedes, cuélense en los fastos celebratorios, y traten de explicárselo a dirigentes, militantes y simpatizantes del partido de Pedro Sánchez.

¿Y qué me dicen de los que antes de contar las papeletas proclamaban que el 22-M marcaría el principio del fin del régimen-del-78? Jodida digestión tienen ante la evidencia de que los partidos de tal régimen —incluyendo el de nuevo cuño, con sus 9 escañazos— les vapulean por cuatro a uno en la cámara. Tremenda paradoja la de Podemos, cuyos 15 parlamentarios deberían suponer un éxito del recopón y medio, si no fuera porque habían elevado las expectativas al doble y porque ahora solo sirven para hacer pinza con el PP. La casta gana.

Monedero habla claro

Sin el menor atisbo de ironía, me quito el cráneo ante la claridad del número tres de Podemos, Juan Carlos Monedero,  respecto a la independencia de Catalunya. Allá donde algunos de sus conmilitones silban a la vía y componen figurillas dialécticas que valen igual para arre que para so, el de las antiparras redondas ha calificado la secesión primero como “sueño irreal” y luego, por si quedaba alguna duda, como “disparate”. Y en otro aparte, en el mejor estilo de María Dolores de Cospedal, Esperanza Aguirre o cualquiera de los mil y un jacobinos del PSOE, ha colocado la almibarada monserga de los “cinco siglos de aventura en común”. A veces las bromas se convierten en realidad: apenas el día anterior, la reencarnación tuitera de Sabino Arana le atribuía a Monedero la creación de la República Plurinacional Indivisible de España.

Insisto, en todo caso, en que se trata de una honestidad muy de agradecer. Máxime, si tenemos en cuenta que tales perlas no se soltaron en un mitin en Alcobendas, sino frente a las cámaras de TV3, previsiblemente ante unos cuantos miles de los cándidos soberanistas que han amamantado a sus pechos a los principales líderes de la formación emergente y organizaciones aledañas (léase Guanyem o como se llame ahora). ¿Habrán tomado nota o todavía seguirán fantaseando con la llegada de Pablo Iglesias a Moncloa como pasaporte al referéndum e inmediatamente después a la ruptura amistosa? Vale idéntica pregunta para quienes, en esta Euskal Herria de nuestros pecados, no dejan de poner ojitos sandungueros a los de los círculos por si se apuntan a la vía vasca o lo que se vaya terciando.

Ahora sí pueden

Palabrita del niño Jesús que me había hecho el propósito de no escribir en un tiempo sobre la formación emergente. ¿Autocensurándose a estas alturas, columnero? Pues un poco sí, más que nada, por instinto de supervivencia neuronal. No imaginan lo cansino que es vérselas con un puñado de fans fatales pertrechados de una escasísima variedad de exabruptos arrojadizos y/o difusas amenazas. Ocurre —y he ahí el sentido de estas líneas y de la quiebra de mi intención de mantenerme alejado del cáliz— que no es necesario publicar pieza nueva para merecer tales atenciones.

Basta una anterior, como la del pasado jueves en que me explayaba sobre la horizontalidad vertical (o viceversa) de la cosa, poniendo como ejemplo que la cúpula madrileña de Podemos había desautorizado a la sección vasca en su resolución de presentarse a las elecciones forales. Como quiera que 48 horas después el titular se dio la vuelta —ahora sí les dejan presentarse—, han comenzado a llegar a mi vera los cobradores del frac. Unos me exigen que me trague mis palabras y otros que me las meta por el conducto rectal. Alguno, más elegante, simplemente se guasea de mis dotes de adivino.

A todos les remito a la anotación que hice en mi sufrido muro de Facebook el mismo día de autos: “A pesar de lo escrito, apuesto a que habrá marcha atrás en esta decisión. El coste es demasiado alto. No veo a bastantes de los integrantes de Podemos Euskadi, veteranos de mil batallas, dejándose acogotar por unos parvenus”. Más abajo, añadía: “La publicación de la cuestión es lo que, según mi apuesta, provocará la marcha atrás”. Diría que ha sido tal cual.

Podemos Euskadi no puede

Recuerdo perfectamente, porque no ha pasado ni un año, cuando nos contaban que Podemos, entonces naciente, sería la recaraba en pepitoria de la horizontalidad y la participación. A diferencia de las rancias, caducas, decrépitas, trasnochadas (y me llevo una) formaciones del régimendelsetentayocho, que se organizan cual mazmorras verticales donde los de arriba sostienen el látigo y los de abajo dicen amén Jesús, la nueva criatura política aportaría un modo de funcionamiento por ósmosis. No habría jefes ni indios. O mejor: cada integrante del invento sería, según le placiera, conviniera o le diera por ahí, mandante y/o mandado en una suerte de armonía total basada en la perfección —¡Omm, ommm!— que simboliza el sagrado círculo.

Ha sido necesario muy poco tiempo para comprobar en qué han devenido aquellas fantásticas (y fantasiosas) intenciones. No hay un partido en la casta castosa, casposa y pastosa con una estructura jerárquica ni la mitad de férrea que el que encabezan —y la palabra no es casual— Iglesias, Errejón, Monedero, y cada uno en un escalón descendente, el resto de los componentes del organigrama. Salvo un puñado de accidentes en alguna autonomía, municipio o pedanía, la disciplina dactilar de la cúpula se ha ido imponiendo con precisión de cirujano. Y si la voluntad del gurú no se cumple de saque, lo hace en segundas nupcias. Como ejemplo cercano, la sucursal en la demarcación autonómica vasca. Salieron los que no tocaban. Pero muy pronto, en su primera decisión soberana, la de concurrir a las elecciones forales, Madrid (sí, ¡Madrid!) les ha explicado quién es Tarzán y quién es Chita.

Miénteme, Juan Carlos

Puesto que tengo ojos y oídos, no le discutiré a Juan Carlos Monedero que hay una campaña de linchamiento mediático contra su persona y su partido. Las acometidas son tan burdas como brutales, eso no hay quien lo niegue, del mismo modo que es evidente que quienes ordenan y ejecutan las andanadas no buscan nada remotamente parecido a la verdad, sino dañar un proyecto que consideran muy peligroso para sus intereses.

Empecemos a anotar ya en este punto, sin embargo, que tal objetivo, lejos de cumplirse, se vuelve contra los atacantes convertido en un constante aumento de la simpatía hacia Podemos y su cúpula. De ese efecto boomerang o pan con unas tortas, algo sabemos por aquí arriba o en Catalunya, donde el número de soberanistas ha subido al ritmo de los toscos exabruptos desde la trinchera de enfrente. Y tampoco se le escapa el fenómeno al propio aludido, que cuando le preguntaron sobre las posibles consecuencias negativas de su marrón para la formación emergente, contestó con media sonrisa que hasta la fecha, las embestidas habían hecho crecer el proyecto y que esta vez no tenía por qué ser diferente.

Sobran, por lo tanto, el regodeo en el victimismo y la sobreactuación en plan Calimero incomprendido. Primero, porque un tipo que es la rehostia en vinagre de la asesoría política —le pagan como si tuviera el Nobel de Veterinaria— era plenamente consciente de dónde se metía y de lo que le acarrearía. Segundo y más importante, porque como una parte de los demás tampoco nacimos hace tres cuartos de hora, tenemos meridianamente claro que el otro día Monedero nos mintió mirándonos a los ojos.

Operación Ciudadanos

Llevo unos días, no sabría precisar cuántos, que a la vuelta de cada esquina mediática no paro de darme de morros con ese tipo con aspecto de yerno perfecto que atiende por Albert Rivera. En cualquiera de los formatos que se les ocurra. Si no es en el moribundo papel, es en versión digital, en magazines de radio de variado pelaje, o en cualquiera de las cien mil tertulias televisivas, igual en las progresís que en las fachunas. Cual si hubiera accedido al don de la ubicuidad, ahí está el cansino fulano vendiendo su moto ante obsequiosos compañeros de mi gremio que le despliegan la alfombra y se las ponen como a Fernando VII.

Palabra que no soy dado en absoluto a las teorías de la conspiración, pero ante tal bombardeo y tan contumaz, empiezo a sospechar que hay en marcha una Operación Ciudadanos. ¿Con qué objetivo? Eso ya no lo tengo tan claro. A primera vista, se diría que se trata de construir un antídoto contra la emergencia imparable de Podemos. Plagiando descaradamente, por cierto, la fórmula que ha llevado al éxito fulgurante a la formación de los círculos.

Según las encuestas, que a saber si son cebos o estudios medianamente creíbles, la cosa está funcionando bastante bien; cuarta o quinta fuerza, y subiendo. Donde me pierdo es en si los potenciales votantes de la cosa se los arramplarían a Pablo Iglesias, como parece la intención de los que nos meten a Rivera hasta en la sopa, o saldrían de otros caladeros. Estaría por apostar que, aparte del mordisco al chiringuito infecto de Rosa de Sodupe, no pocos vendrían del PP o de lo que le reste al PSOE. O sea, un pan como unas hostias.