Que le duela a Rivera

Aunque hasta el rabo todo es toro y los precedentes no invitan al excesivo optimismo, se diría que la mayoría de los indicios apuntan a la muerte por causas naturales del 155. Otra cosa es que pasado mañana se le haga resucitar en versión corregida y aumentada, pero a los efectos que nos ocupan, que son los del acuerdo sobre los presupuestos generales del Estado, parece que el PNV podrá decir que ha cumplido su promesa. Entra en la negociación efectiva con el Gobierno español una vez que la aplicación del perverso artículo queda en suspenso.

Seguramente, me vendría mejor callarme, pero soy incapaz de dejar de anotar que no tengo claro que fuera buena idea convertir la retirada en condición irrenunciable. Me consta que lo popular es aparentar una firmeza del quince y medio y exhibir unos principios de granito. Lo que no me cuela es que eso solo fuera exigible a una formación (ya puse ejemplos de acuerdos de otras siglas con el malvado PP), del mismo modo que no se me escapa la escasa reciprocidad del gesto por parte de sus destinatarios. Tengo la impresión de que el PNV ha estado a un tris de ser ese tipo que le presta una escalera a un amigo y acaba quedándose sin escalera y sin amigo.

En cualquier caso, llegados a este punto, digamos que bien está lo que bien acaba, y ahora a los jeltzales les toca rematar la faena. Y sí, muy bien lo de las pensiones, pese al desprecio de que ha sido objeto incluso por sus beneficiarios, pero habrá que aprovechar la extrema necesidad al otro lado de la mesa para arrancar todo lo que se pueda. Cuanto más veamos berrear a Albert Rivera, mejor síntoma será.

‘El Estatuto de Kanbo’

Lástima para Borja Sémper que a estas alturas del requetenuevo tiempo, el respetable esté a otras cosas. En circunstancias diferentes, la penúltima ocurrencia del (a veces) incisivo portavoz parlamentario del PP vasco quizá hubiera hecho fortuna y andaría de boca en boca, como motivo de encabronamiento para unos y de jolgorio para otros. Reconozcamos que lo de bautizar la propuesta del PNV en la Ponencia de autogobierno como “Estatuto de Kanbo” tiene su puntito. A los que hemos renovado unas cuantas veces el carné, nos trae los ecos de aquella martingala de la “Tregua-trampa de Lizarra” que parió Mayor Oreja y tan celebrada fue en el ultramonte español. Pero ya digo que los calendarios no pasan en balde. Esta vez el dardo dialéctico se ha quedado para consumo de los más cafeteros y para alimentar el politiqueo de réplicas y contrarréplicas con el que nos engolfamos sin remedio.

Ahí iba yo, porque pasarán de media docena de veces las que en las (casi siempre) sabrosas entrevistas que le he hecho a Sémper, ambos hemos coincidido en abogar por una política más sincera, de menos pico de oro y más hechos contantes y sonantes. Algo perfectamente compatible, ojo, con la defensa firme y honesta de cualquier posicionamiento ideológico. Ahora, a caballo entre la sorpresa y la resignación, señalo en estas líneas la contradicción entre lo teorizado y lo practicado por mi interlocutor. Como inútil nota al margen, añado mi sentimiento de cierta decepción y dejo en el aire mi duda sobre si sus florituras verbales mirando al tendido se corresponden de verdad con su pensamiento. En realidad, ni sé si quiero saberlo.

Rajoy se revuelve

Grandes momentos de la (tragi)comedia española: A Rajoy se le hinchan los pelendegues y le espeta en pleno Congreso de los Diputados al figurín figurón Rivera que es un aprovechategui o, si los puristas lo prefieren, un aprobetxategi. Al presuntamente ofendido le faltó cintura para ver en el epíteto el enésimo guiño del claudicante monclovita al nacionalismo vasco disolvente de patrias. “¡Al menos, insúlteme en buen español!”, podría haberle replicado el chaval del Ibex. Se contentó, empero, con fingir gesto de cabreo y amenazar al indolente fajador gallego con retirar su apoyo al Gobierno en la aplicación del 155, signifique eso lo que se signifique, que más bien es nada de nada. “Uh-uh, qué miedo, mira cómo tiemblo”, debió de ser la respuesta imaginaria de quien, a pesar de las encuestas que le vaticinan el castañazo del siglo, sigue teniendo la vara de mando.

En esas está el politiqueo hispanistaní, en un pressing catch de cuarta regional entre la vieja derecha y su marca blanca, es decir, naranja. Venga y venga amagar para no acabar dando nunca. Todo de boquilla, tal vez porque el joven heredero no se atreve a dar el zarpazo final, o quizá solo porque quienes lo financian no le dejan hacerlo. Estaría divertido el astracán si no fuera porque esta esgrima simulada se produce cuando hay políticos que chupan cárcel sin tener que hacerlo mientras otros que sí deberían estar entre rejas, o como poco, en un banquillo, siguen campando a sus anchas. Claro que uno mira en la acera ideológica de enfrente y todo lo que encuentra es una mezcla de resignación y galbana que, en parte, explica lo descrito.

Del selfi al hecho

En el principio fueron ojos como platos y bocas abiertas hasta el esguince de mandíbula incapaces de balbucear nada que no fueran obviedades de aluvión. ¿Cómo carajo había que reaccionar al ver que ese partidito del extrarradio con cinco votos le había sacado al ogro de la Moncloa lo que hasta un cuarto de hora antes era absolutamente imposible? ¿Quién se iba a imaginar que los malvados sacamantecas periféricos pondrían como condición indispensable para aprobar los presupuestos de Rajoy una que ni el más cabestro de los extremocentristas podría (des)calificar con la habitual sarta de bramidos sobre los privilegios, el egoísmo y la mancillada unidad de la nación española?

Y si a la piara naranja se le había quebrado la cintura, qué decir de la perplejidad en las amplias llanuras progresís que empiezan donde habitan los cofirmantes del 155 y terminan en los diversos mundos de Yupi. Vaya gol entre las piernas a los cazapancartas de lance. Del selfi al hecho va un buen trecho.

Era de cajón que la cosa no podía quedar así. Es el relato, amigo, se dijeron a lo Don Rodrigo los argumentistas de guardia. De entrada, también es verdad que porque el PNV lo había puesto a huevo, el recuerdo en bucle a la línea roja catalana como presunta muestra de falta a la palabra dada. Un tanto endeble el dardo, si se tiene en cuenta que la votación real de las cuentas será dos días después de que expire el plazo definitivo para convocar (o no) nuevas elecciones. Restaba, entonces, agarrarse a las enseñanzas de la zorra y sentenciar que las uvas están verdes, o en este caso, que el compromiso arrancado es una birria. Ajá.

De Génova a Sicilia

Tres hurras por el guionista del psicodrama. O cuatro, qué narices, porque lo de atizar el acuerdo presupuestario —¡Gol en la Condomina!— en medio de la polvareda cifuentil ha sido el remate pintiparado a la trama lisérgica de un día para la histeria, que no para la Historia. La pena, en lo que me toca, es que atrasa la columna de rigor, esa en la que explicaré una vez más lo que va de predicar a dar trigo o la diferencia entre cazar pancartas y llevar al BOE un poquito de lo que se pide con toda justicia en la calle. Déjenme que presuma de haber avanzado en mi última homilía algo de lo que ocurrió.

Y ya que nos ponemos, dado que tantas otras veces mis vaticinios han devenido en vergonzosos fiascos, anotaré también que en estas mismas líneas publiqué un epitafio a cuenta de la hasta hace nada gran esperanza blanca del PP. Es verdad que en este caso, el mérito era tirando a justo, porque la mengana olía a fiambre a millas, pero que hablen ahora los que porfiaban contra toda evidencia que la individua llegaría a agotar la legislatura.

Sí reconozco humildemente que lo último que me imaginaba es que la puntilla sería un bochornoso vídeo de la doña afanando unos potingues en un Eroski de Vallecas hace siete años. Con zapatos de Prada, como describió la dependienta que le echó el ojo. El primer aprendizaje es que un choriceo menor es más eficaz para acabar con una carrera política que una rapiña multimillonaria. El segundo y más importante es comprobar que si la izquierda es cainita, como decíamos ante el enredo bobo de Podemos en Madrid, la derecha española es directamente corleonesca. Capisci, Cristina?

Pactar (o no) con el PP

De esas cosas que pasan de puntillas por la actualidad porque el foco está puesto en otro sitio. O, bueno, porque hay ciertos asuntos sobre los que es mejor no dar cuartos al pregonero. Hace unos días, EH Bildu y Elkarrekin Podemos sumaron sus votos a los del PP para colocar a Larraitz Ugarte como presidenta de la comisión que investigará en el Parlamento vasco posibles irregularidades en los contratos de los comedores escolares. No mucho después, Elkarrekin Podemos se unió a PSE y PP —esta vez sin conseguir mayoría— para votar en contra de la iniciativa de EH Bildu secundada por el PNV que exige que España respete en su totalidad el nuevo estatuto que se está elaborando en la cámara.

Se puede tomar, al primer bote, como muestra de la rica pluralidad de nuestra política: formaciones que se alían en función de unos objetivos (se supone que) perfectamente legítimos. Todos con todos contra todos. Parlamentarismo maduro funcionando a pleno pulmón. Y sí, como ven, que tire la primera piedra el que esté libre del tremebundo pecado de pactar con el malvado PP del 155, la corrupción hedionda, los mandobles a la libertad de expresión, el chuleo sistemático a los pensionistas o todo lo que no cabe en esta modesta columna.

La moraleja, creo que me pillan, es que en materia de vetos y cordones sanitarios se aplica lo de los principios de Groucho Marx. Vamos, que viene a ser como lo de predicar y dar trigo, lo de la viga y la paja o de la mano derecha y la mano izquierda. Procedería, por tanto, que los campeones de la moralidad bajaran una gota el tono conminatorio y reprobatorio ante ya saben ustedes qué.

Hasta luego, Cifuentes

Tic-tac, el reloj marca las últimas horas de vida política para Cristina Cifuentes. Taun-taun-taun, las campanas, impacientes, ya doblan por ella, tal es el hedor a cadaverina de quien antes de todo este quilombo estaba llamada a las más altas misiones. No somos nada. Un día eres la gran esperanza blanca de tu partido y medio pestañeo después, resultas carne de responso. Y todo, qué tremenda ironía, por una inmensa chorrada que, más allá de lo arriba que podamos venirnos en la diatriba, sabemos perfectamente que no va a ningún sitio. Compárenlo con los colosales mangoneos de tantísimos de sus conmilitones o de los cometidos bajo el paraguas de otras siglas. Una cuestión de ego tontorrón complicada por la humana tendencia a tapar cada mentira con una mayor, eso debería decir la autopsia sobre la causa de su (inminente) óbito para lo público. Como en la canción de Silvio, las causas la fueron la cercando y el azar se le fue enredando hasta llegar a la condición de esa persona de la que usted me habla, antesala del si te he visto, no me acuerdo.

Bonita finta, al final la interfecta (en la segunda acepción de la RAE, no jorobemos) ha sido la que nos ha regalado a los espectadores de su psicodrama un máster del copón y pico sobre el mecanismo del sonajero. Hemos aprendido —o deberíamos haberlo hecho— que cuando los dioses deciden que te ha llegado la hora, no hay escapatoria. Como mucho, te queda el derecho a patalear que un congo de los que te han empujado al abismo tienen pufos universitarios muy parecidos a los tuyos. Y luego, claro, saber que tras la caída habrá un suculento premio de consolación.