¿Todo sigue igual?

Tirando del clásico manido, la ciudadanía catalana ha hablado. Otra cosa es que vayamos a ponernos de acuerdo sobre lo que ha dicho. Por lo que voy viendo en los apenas minutos que han pasado desde que el escrutinio ha quedado visto para sentencia, casi todos pueden cantar su trocito de victoria. El que más, claro, Carles Puigdemont, a quien ya nadie podrá discutirle que es el líder del independentismo. Será difícil toserle, aunque tampoco está muy claro cuál es su futuro. ¿La cárcel? Con el batacazo que se ha pegado el PP, Rajoy le tendrá más ganas que antes.

En cuanto a Esquerra, para declararse ganador, deberá contarse en bloque. Es verdad que los soberanistas vuelven a ser mayoría absoluta. Pero con menos votos, y de nuevo dependiendo de una capitidisminuida CUP, que va a hacer valer sus cuatro escaños como si fueran oro.

Al otro lado, el constitucionalismo encabezado sin la menor duda por Inés Arrimadas dará por cautivo y desarmado al Procés. Lo que no podrá será hacer efectiva su victoria numérica. El éxito no le dará para ser presidenta. De los Comunes y el PSC, poco que decir. Poco pintaban y menos parece que van a pintar. No están los tiempos para los grises. O para las medias tintas, no sé bien.

¿Estamos donde estábamos el 27 de septiembre de 2015? La tentación es pensar que sí, pero luego uno se consuela pensando que no nos bañamos dos veces en el mismo río y que la experiencia es un grado. Muy pronto vamos a saber si se ha aprendido algo por el camino o si estamos condenados al día de la marmota en un bucle infinito. ¿Reservo hotel para dentro de seis meses? Más de uno me lo recomienda.

Ya es 21-D

Mañana a estas horas, todo quisque andará proclamando que ha pasado lo que había dicho que pasaría. Lastrado por un inconmensurable sentido del pudor, me declaro incapaz de sumarme a la legión de adivinos retrospectivos. Suerte tendré si soy capaz de comprender lo que sea que deparen estas urnas extemporáneas que no figuraban ni como plan Zeta en la archicacareada hoja de ruta, esa que, según se nos aseguraba, contemplaba hasta el menor de los detalles.

Sé que resulta incómodo y hasta rompepelotas, pero empezaré por ahí, porque del mismo modo que no sé leer el porvenir, sí se me da razonablemente bien poner en fila india los hechos que han sucedido. No es perspicacia, sino memoria. Y sorprende que algunos la tengan, con perdón, tan corta, pues fue apenas anteayer cuando tuvo lugar el último arreón de acontecimientos presuntamente históricos.

Qué tarde la de aquel viernes, 27 de octubre, que comenzó con una DUI a la remanguillé que hubo quien ni aplaudió y que terminó con unas elecciones salidas del escroto del presidente del Estado al que se había mandado a hacer gárgaras. Un tanto extraño, ¿no?, hacer cola para presentarse, mientras la metrópoli abandonada se hinchaba a empapelar judicialmente o, sin más rodeos, a encarcelar a los dirigentes de la secesión ahora mismo pendiente. Y los otros, en fuga a Bruselas, que es casi tanto como decir a ninguna parte, salvo que el objetivo fuera convertirse en extravagancia internacional, como en su día lo fue, qué se yo, el recién difunto Miguel de Rumanía.

Hoy, ocurra lo que ocurra, habrá que tener en cuenta ese pasado reciente. ¿O se está dispuesto a repetirlo?

Tragicomedia del tesoro

Berlanga vive. Decenas de seres humanos trasnochan frente a un museo para evitar que unas (supuestas) obras de arte por las que casi nadie había mostrado gran interés sean llevadas al lugar donde estuvieron durante centenares de años con más pena que gloria. Junto a los agrestes defensores del tesoro, hacen guardia en la fría madrugada de Lleida mis colegas del gremio plumífero, cada cual con su parroquia que atender y sus huestes que enardecer. Así, unos narran la berroqueña resistencia a lo que califican como expolio español —botín de guerra, nada menos, según el president arraigado en Bruselas—, mientras los de enfrente, enfervorecidos de españolidad, dan la buena nueva del entuerto desfacido y la gozosa vuelta de los cachivaches afanados a la localidad de procedencia. Como ayudantes y garantes del traslado, mire usted por dónde, los mismos mossos que pasan de héroes a villanos y viceversa, según el costillar que muelan con sus porras. Esta vez, gajes del oficio o del 155, tocó atizar a los de las esteladas.

Lo patético vuelve a suplantar a lo épico en esta tragicomedia de Sigena (o Sijena, que hasta la ortografía es confusa), cuando lo que hay de fondo es bien poco. Esto empezó con unas monjas, no sé sabe si caraduras o muy necesitadas, que vendieron por una cantidad ridícula lo que no era suyo a quien no debió comprarlo. No hay modo de defender el expolio, y menos, cuando se ha sido expoliado en tantas y tantas ocasiones como le ha ocurrido a Catalunya. Es para llorar que los argumentarios que escuchamos con los papeles de Salamanca se estén calcando ahora a la inversa. ¿Nadie se acuerda?

Rusos, ¿para qué?

Risas con los rusos. Aunque se comprende que parece como puesto a huevo, no sé yo si las haría. ¿Nadie recuerda ya el descojono con el Comando Dixán? Pues luego vino el 11-M, y de ahí en adelante, la oleada de matanzas en nombre del Islam en el infiel Occidente. Vamos, que dicen en la tierra de mi padre que haberlas, haylas. Por lo demás, con una docena de lecturas no necesariamente de ficción sabríamos cómo las gastan las huestes putinescas. ¿Teoría de la conspiración? Como para fiarse y no correr. Nadie mejor para contarlo, si quisiera, que el avezado catalanista Julian Assange.

Otra cosa, de acuerdo, es que en la tragicomedia del nordeste estén de más los mercenarios profesionales de la manipulación. Nos bastamos y nos sobramos con los amateurs, igual en Independilandia que en Hispanistán o en la inmensa Babia intermedia de los equidistantes, los ni carne ni pescado, los que pretendemos no hacernos trampas al solitario y, en general, cualquiera no dado a las adhesiones inquebrantables.

Ahí iba yo. ¿Quién necesita que le lave el cerebro un ruso cuando se lleva de serie inmaculado a la medida exacta de la causa en que se milite? El descaro llega a tal extremo, que se miente utilizando la verdad. Ahí tienen, por ejemplo, a los que están confesando en fila india que se declaró la República cuando no estaba ni a medio hacer, e inmediatamente después aseguran que no han dicho lo que han dicho, pero vuelven a repetirlo ante la siguiente alcachofa que les ponen. Lo tremebundo es que las teóricas víctimas del trile no se revuelven contra quienes se la han pegado sino contra quienes constatamos el engaño.

Ayer… como hoy

Desconozco si fue casualidad o causalidad, pero el caso es que el pasado domingo, los diarios del Grupo Noticias traían dos piezas que yo diría estaban cosidas por hilos espacio-temporales y afectivos invisibles. Por una parte, Iban Gorriti rescataba del no tan lejano anteayer cómo el lehendakari José Antonio Aguirre cumplió la palabra dada al president Lluís Companys de acompañarlo cuando le llegara el momento de salir al exilio. Le faltó tiempo a mi muy apreciado senador Jon Inarritu para tuitear la página correspondiente —sin que se viera el medio de procedencia, ejem—, acompañada del latinajo “O tempora, o mores”, que viene a querer decir que cómo cambian las cosas.

Podría caber la carga de profundidad si no fuera porque a unas páginas de distancia, amén de destacadísima en primera, venía la extensa crónica en la que Humberto Unzueta detallaba al milímetro cómo fue la mediación de Iñigo Urkullu que estuvo a punto de cambiar el guión del procés. Mediación pedida expresamente y con apremio por un agobiadísimo president Carles Puigdemont en un instante en el que veía que se le venía encima todo el peso de la Historia.

Es verdad que, como sabemos y como se cuenta de forma fidedigna, el intento se fue al garete en 18 minutos más histéricos que históricos. Sin embargo, la esencia de lo sucedido, ese hilo que une presente y pasado que mencionaba al principio, está ahí: de nuevo, en un momento crítico, un lehendakari está al lado de un president que le ha requerido su ayuda. Es lo que va de predicar a dar trigo, o en términos actuales, de hacer politiqueo de selfi y pancarta a hacer política de verdad.

Lo que preocupa

La respuesta está en el último CIS. Y no, por supuesto que no me refiero a la parte de tiovivo electoral, con subeybajas cocinados al gusto del encuestador, o sea, de quien controla el gabinete demoscópico presuntamente público. ¿El ascenso estratosférico de Ciudadanos? Meno lobos. Invito a quien tenga humor y tiempo a comprobar cuántas veces el CIS —o cualquier otro barómetro— ha acertado con los naranjitos, da igual prediciendo que se salen del mapa o que se hostian. Ya se lo digo yo: las mismas que en los sorpassos de Podemos al PSOE, es decir, cero.

Por eso digo que no es en esa parte entretenida para las tertulias o los onanismos mentales donde debemos fijarnos. Me parece mucho más relevante el capítulo de lo que la población percibe como principales problemas. Ahí comprobamos ya que inmediatamente después del comodín del paro se ha situado lo que en el cuestionario aparece como “La independencia de Catalunya”. Aparte de que el enunciado da para una tesis —¿Se da por hecho que ya se ha consumado, quizá?—, nos encontramos ante una perfecta y perversa mezcla de causa y consecuencia. Es lo que explica y al tiempo justifica la actuación del Gobierno español.

Haber conseguido que la preocupación tape las otras, empezando por la corrupción, es el primer triunfo. El segundo, más jugoso si cabe, es que esa inquietud de los ciudadanos es traducible en comprensión hacia las medidas más contundentes que se tomen contra los que son identificados como causantes del quebradero de cabeza. ¿Intervención del autogobierno? ¿Cárcel? ¿Huida? Lo que sea, con tal de acabar con lo que quita el sueño a los españoles.

Informe cavernario

Después de varios años limpio, he vuelto a enviciarme con las ondas cavernarias. Nada grave, espero. Una vaina a medio camino entre el divertimento tontorrón e inocuo —digan lo que digan, no me hacen el menor daño—, el curro necesario para servir a los oyentes de Euskadi Hoy unos minutos de lo que muchos siguen añorando y, como resumen y corolario, el espionaje de la carcunda. Es justamente esta última faceta la que da origen a las próximas líneas, en las que comparto con ustedes mis informes sobre cómo respira el bando carpetovetónico tras los últimos acontecimientos, es decir, el encarcelamiento por las bravas de más de medio Govern y la declaración en rebeldía de los fugados a Bélgica.

Como imaginarán, no han derramado una sola lágrima, ni se les ha hinchado la carótida como cuando, por ejemplo, los políticos entrullados son venezolanos. Al contrario, entre los más recalcitrantes, se han escuchado vivas a la jueza campeadora, al tiempo que han empezado las rogativas para que la faena no se quede ahí: quieren ilegalizaciones y las quieren ya.

No crean, sin embargo, que en todo el ultramonte crece el mismo orégano. Un buen número de los predicadores ejecutan todo tipo de cabriolas sobre el alambre. Después de soltar la melonada de rigor sobre el trato que elestadodederecho (pronúnciese así, de corrido) dispensa a quienes infringen la ley, dejan caer por lo bajini que, hombre, a lo mejor no había que llegar a tanto, que bastaba con un susto, y que con lo bien que estaba yendo el encalomamiento del 155, a ver si ahora los de enfrente se encabronan y vuelven a ganarles de calle el 21 de diciembre.