Desmemoriados vocacionales

Con toda la razón del mundo, llevamos agarrados dos o tres cabreos siderales con el ministro Grande-Marlaska y sus ganas de echar pelillos a la mar en el caso de Mikel Zabalza. Que bueno, que sí, que qué pena, pero que en un Estado de Derecho hay que confiar en las instituciones y no buscar el rédito político de unos hechos desgraciados, viene a decir el juez en excedencia para encorajinarnos más. No es muy diferente de la respuesta de manual del PP cuando se le pide que reprueben los crímenes del franquismo y el postfranquismo, da igual los paseíllos con empujón a fosa común que los asesinatos del 3 de marzo en Gasteiz. Inevitablemente, la reacción es torcer el morro y acusar a quien le insta a algo tan básico de guerracivilismo, de negarse a cerrar heridas y, cómo no, de búsqueda de rédito político.

Y miren por dónde, que exactamente ese es el comodín que emplea EH Bildu para anunciar que votará en contra de las mociones que PNV y PSE presentarán en los ayuntamientos vascos para pedir que se evite recibir como héroes a asesinos o cómplices de asesinatos. Que esa es la agenda de Vox y del PP, sostienen quienes ya nos dijeron que matar estaba bien o mal según el relato. Félix González, sustituto de Miren Larrion en el ayuntamiento de Gasteiz se estrenará mañana defendiendo eso. Curioso.

Lección de Lasa a Portero

Haber sido víctima de la violencia injusta y despiadada de ETA no vacuna contra la miseria moral. Tuvimos la enésima prueba el pasado fin de semana, cuando Daniel Portero, hijo, efectivamente, de una persona asesinada por la banda, vertió quintales de ponzoña contra la viuda de Juan Mari Jauregi, al que también le arrebató la vida la siniestra cofradía del hacha y la serpiente. “[Maixabel] Lasa estaba separada o divorciada cuando asesinaron al que fue su marido. No le tenía el mismo cariño”, vomitó en Twitter el fulano, que para más inri, es representante del PP en la Asamblea de Madrid. Como muestra postrera de cobardía e indecencia, borró la bárbara andanada sin mediar nada remotamente similar a una petición de disculpas.

Lo que vino a continuación pudieron leerlo en este mismo diario. Lasa, imagino que después de contar hasta cien, le regaló a Portero —sin necesidad de nombrarlo— una lección de dignidad que, por demás, se basaba en el catón del sufrimiento. Simplemente, no existe una única manera de ser víctima del terrorismo. De hecho, hay víctimas que escogen libre y voluntariamente no convertirse en profesionales del daño padecido ni vivir a cuenta de su condición. Frente a los monopolistas del dolor con sigla adosada, hay personas que optan por su propio camino. Y eso merece todo el respeto.

Una víctima que no se calla

La pandemia está mandando al córner de la actualidad hechos de enorme relevancia. Permítanme que hoy les haga una finta a los cada vez más preocupantes números para rescatar una de esas cuestiones que ha pasado de puntillas por el escaparate informativo. Ocurrió el pasado domingo, un día después de que destacados dirigentes de la sucursal autonómica del PP se fotografiaran en el cementerio de Zarautz junto a la tumba de José Ignacio Iruretagoyena, concejal popular en la localidad gipuzkoana asesinado por ETA hace 23 años. El consiguiente tuit de carril de Pablo Casado para glosar el pretendido homenaje tuvo la descarnada y hastiada réplica del hijo de la víctima, Mikel, que era un crío cuando acabaron con la vida de su padre.

“Señor Casado, efectivamente soy yo el niño que aparece en esa foto. Te quería comentar que os ha quedado muy bonito el homenaje realizado a mi aita. Tanto, que ni un solo miembro de la familia ha asistido al acto”, anotaba de saque Mikel. Era solo el aperitivo. El postre fue demoledor: ”Dejad de vivir de las víctimas, ya es hora de que vuestra política se base en algo más que en nuestros muertos. ¡Dejad a mi aita en paz, por favor!”. A la hora en que tecleo estas líneas, ni Casado ni su bienmandado Iturgaiz han acusado recibo del recado. Miran al suelo hasta la próxima foto.

Víctimas de cuarta

Para quien, como este humilde rellenador de columnas, tiene un recuerdo bastante vívido del momento en que un representante de HB echó una bolsa de cal viva en el escaño vacío del socialista Ramón Júregui, lo del otro día en el Parlamento Vasco es apenas la enésima muestra de que hay asignaturas pendientes que jamás se aprobarán. Y ni siquiera me refiero expresamente a la bronca que ocurrió en la cámara, sino a las palabras de justificación y aplauso que se sucedieron después. Creo que me conocen lo suficiente para imaginar que hablo de todos los protagonistas del encontronazo y de sus respectivas hinchadas. Nazi, pues tú más nazi, grandiosas argumentaciones, comparaciones de parvulario, y como síntesis, la certidumbre de que, como canta Aute, tirios y troyanos son tal para cual. Cuidado con tocarles a sus asesinos o sus torturadores, que se ponen como basiliscos.

Lo triste en que bajo esa polvareda no se ve la ley que se debatía y salió finalmente aprobada de un modo que también supone un doloroso retrato de nuestra realidad. Votaron a favor PNV y PSE, sabiendo que su intento para reparar a las víctimas de abusos policiales no llegaba hasta donde debería llegar. La abstención de EH Bildu y Podemos propició la aprobación como mal menor. Mientras, el PP de Alonso, que es el de Casado, votó en contra con su representación residual, pero blandiendo su gran comodín: el recurso al su primo de Zumosol, también llamado Tribunal Constitucional. Es previsible que las cuatro cuestiones mínimas que contiene la norma vuelvan a ser agua de borrajas porque, como también sabemos, hay víctimas que no tienen derecho a nada.

Tantas fotos

Me rasco la coronilla con perplejidad al ver en la página 11 de DEIA de ayer una fotografía del alcalde de Bilbao, Juan María Aburto, junto a las y los portavoces de los seis grupos con representación en el ayuntamiento de la Villa. Copa en mano —a esto también habrá quien le sacará punta— y sonrisa más o menos forzada en ristre, brindan por el 2109 electoral que tenemos ya encima. Insisto: no falta ninguna sigla. Estaría por jurar que hay instantáneas similares de multitud de instituciones que a nadie le han salido de ojo ni han provocado la polvareda de diseño que la que publicó el otro día cierto diario que nunca cita a Onda Vasca y al que, en justa correspondencia, tampoco llamaré por su nombre.

Sí les cuento, por si no están al corriente, que se trata de una imagen en que aparecen compartiendo cena navideña Andoni Ortuzar, Arnaldo Otegi, Idoia Mendia y Lander Martínez; ya ven que de saque brilla por su ausencia el PP. En realidad, la cosa debería haberse quedado en otra de esas ocurrencias que tenemos los medios porque ya no sabemos qué inventar para llamar la atención y, no nos engañemos, porque los protagonistas suelen prestarse. Ocurrió, sin embargo, que esta vez a José María Múgica, hijo del abogado Fernando Múgica, asesinado por ETA en 1996, le disgustó ver a la secretaria general del PSE en actitud amistosa con Otegi, y pidió la baja del partido en el que militaba desde hace 40 años. A lo humanamente comprensible y respetable de tal decisión, ha seguido una gresca en la que nadie, absolutamente nadie, se ha privado de chapotear. Es el minuto de juego y resultado de lo que llamamos normalización.

Herenegun, reflexionemos

Nos conocemos desde hace mucho. Es evidente que el PP y las asociaciones monopolistas del dolor no van a aceptar jamás ningún intento de aproximarse a nuestra larga noche de plomo que no sea su —por otra parte, legítima— versión de blancos y negros sin lugar para cualquier tono de gris. Es más, aunque a las aulas llegara un material que se pareciera a ese trazo grueso, no dejarían pasar la oportunidad de montar una barrila. Y vuelvo a la primera línea de este texto: por brutal que parezca, a estas alturas ya no nos asusta el aprovechamiento infame de la violencia de ETA… incluso por parte de quienes la han padecido. Resumiendo: su rasgado de vestiduras ante los contenidos del programa Herenegun estaba, por desgracia, amortizado.

Sin embargo —y aquí viene lo sustancial de lo que quiero expresar—, no podemos decir lo mismo ni del PSE, ni de otros colectivos, ni de las víctimas a título personal que también están manifestando su disgusto por el contenido de los vídeos que forman parte de las unidades didácticas en cuestión. Yo mismo, que espero no ser sospechoso del vicio del relato obligatorio, me he sentido bastante incómodo viendo algunos fragmentos. Probablemente sea un asunto más de forma que de fondo, o de medio que de mensaje. Algo tan terrible como lo que nos ocurrió, cuyas consecuencias todavía arrastramos, no se puede contar —menos, si está destinado a chavales y chavalas— entre risas ni como batallitas del abuelo Cebolleta.

Sobran, por supuesto, las postureras peticiones de dimisión. Esto se arregla de un modo más sencillo, sin dramatizar. Basta una nueva revisión con ojos y espíritus más abiertos.

El 3 de marzo, en Europa

42 años después, la matanza del 3 de marzo de 1976 en Gasteiz ha llegado al Parlamento europeo. Es decir, a uno de sus organismos casi arcanos para el común de los mortales, con un nombre, por demás, que a los que somos de natural escéptico nos hace pensar en una suerte de dispensario burocrático para el derecho al pataleo: Comisión de Peticiones. Y no se crean que es tan fácil situarse a pie de ventanilla. Por lo que contaba hace un par de días en Onda Vasca la eurodiputada Izaskun Bilbao Barandika, ha habido que batirse el cobre durante meses para que Nerea Martínez y Andoni Txasko, portavoces incombustibles e imprescindibles de Martxoak 3, fueran escuchados ayer en Bruselas.

Por lo demás, casi sonroja lo primario de la reclamación que toca seguir difundiendo a los cuatro decenios largos del asesinato de los cinco de Zaramaga. El puro catón: verdad, reparación, justicia y como resumen y corolario, fin de la impunidad. Se imagina uno la cara de pasmo del auditorio al ser informado de que hasta la fecha, ningún gobierno español —da igual su color— ha hecho absolutamente nada siquiera para reconocer que aquello ocurrió, que tuvo unos culpables en diferente grado y, desde luego, que las víctimas y sus familias merecen, además de un trato humano, la misma consideración que cualquiera de las muchísimas personas que han sido objeto de sufrimiento injusto. No se pide nada más que eso. Y nada menos. Cuesta trabajo creer, aunque desgraciadamente los hechos confirman que ha sido así, que cada gabinete que ha sucedido a aquel presidido por el inefable Arias Navarro se haya alineado sistemáticamente con los asesinos.