Bilbao e Iruña, 150 kilómetros de distancia poco más o menos. Mismo día y casi misma hora. En la capital foral, por impulso del gobierno de Uxue Barkos, se honra a las víctimas del terrorismo con la ausencia estentórea de UPN y PP, que berrean no sé qué de farsas y blanqueos. En la Villa de Don Diego, bajo la organización del ejecutivo de Iñigo Urkullu, se hace exactamente lo mismo, aunque esta vez la ausencia a gritos es de EH Bildu. Para retorcer la esquizofrenia hasta el límite, sí acuden representantes de Eusko Alkartasuna. He ahí el retrato de nuestra normalización eternamente en obras. O, bueno, si me pongo cenizo, a punto de liquidación por derribo. No hacen falta progresivas ni bifocales para ver que la resistencia está, como siempre, en los extremos, que más que tocarse, se magrean que es un primor.
Si lo miramos por el flanco navarro, la espantada de regionalistas y los rajoyanos es la prueba evidente —ya lo dijo el nada sospechoso presidente de la AVT— de la utilización carroñera de las víctimas, en teste caso, de ETA. El perfecto correlato está en el acto de la demarcación autonómica, donde la sigla que engloba lo que se presenta como izquierda soberanista hace mutis alegando que el lema contiene palabras tabú y busca su humillación. Revelador argumento, cuando resulta que el lema tan supuestamente vejatorio, además de haber sido edulcorado, es de parvulario de convivencia: “Fue injusto. Sociedad y víctimas, construyendo juntas el presente y el futuro”. Ese es el punto de dolorosa involución en el que estamos. Aún no se puede asumir ni lo más primario. Y me temo que irá a peor.