El Salto del Salime del río Navia, que anegó a 14 pueblos de Asturias y Lugo

Cuentan que el Salto de Salime del río Navia, en el Camino Primitivo, en el occidente de Asturias, fue considerado en el año 1945, al inicio de su construcción, «el pantano más grande de Europa». Fuera verdad o exageración del régimen franquista, hoy en día, esta obra de ingeniería impresiona y estremece a los peregrinos y peregrinas, que descienden por la ladera del parque eólico del Buspol hacia el muro de contención de la central hidroeléctrica. Las entidades promotoras de este embalse fueron Hidroeléctrica del Cantábrico y Electra de Viesgo. Las obras duraron  diez años, engullendo las aguas del pantano un total de 685 hectáreas y anegando a 14 pueblos de Asturias y Lugo. Muchos de los pobladores de estas aldeas se resistieron a abandonar sus hogares hasta que advirtieron como el agua del Navia ascendía hasta sus casas, viéndose obligados a olvidar sus raíces, renunciar a sus recuerdos, la pesca del salmón y sus tierras de cultivo en el fondo del pantano.


El río Navia es conocido como «El Río Grande» y aunque su nacimiento se encuentra en la provincia de Lugo, en las montañas de Cebreiro, desciende por Becerreá hacia Asturias. El río en aquellos años, era famoso por la gran cantidad de salmones que se pescaban en sus cerca de 100 kilómetros de recorrido de sus aguas camino del mar Cantábrico, pero la construcción del Salto del Salime fue el principio del fin —se levantaron, posteriormente, dos nuevas presas río abajo— y, hoy en día, tan sólo 14 kilómetros se encuentran aptos para la pesca del salmón, que ya apenas vienen a desovar al Navia.

Los 14 pueblos que «se tragó» el pantano estaban en las orillas; la mayor parte en la margen asturiana: Salime (el de mayor número de habitantes), Subsalime, Sanfeliz, Salcedo, Loade, Vega Grande, Saborit, La Quintana, Albeiroa y Barcela. Y en la ribera de Lugo: Rio do Porto, Vilagudín, Abarqueira, y San Pedro de Ernes. 

En aquellos años del comienzo del inicio de la edificación del muro de contención de las aguas, Salime era un lugar inhóspito, entre montañas, sin apenas rutas de comunicación. Los ingenieros pensaron primero realizar 40 kilómetros de carreteras desde la población de Navia en la costa hasta el lugar de la construcción para trasladar en camiones los materiales y suministros necesarios, pero esta opción era muy costosa y, finalmente, optaron por construir un teleférico de 37 kilómetros de recorrido con 650 vagonetas, desde la costa hasta el Salto del Salime, las cuales tardaban tres horas en realizar el trayecto completo. En total fueron 3.500 los obreros empleados desde el inicio de la construcción, que fueron reclutados en Andalucía, Extremadura y Galizia, siendo en su mayor parte, presos de la Guerra Civil condenados a trabajos forzados. 

Hoy en día, el Santo del Salime consta de 4 grupos de turbinas de 40 MW, con un total de 160 MW que producen 350 millones de Kw/hora/año. 

En el pueblo de Grandes de Salime, construido para los desplazados por las obras, se puede contemplar un precioso museo etnográfico, que merece la pena visitar, donde se encuentran reunidas tiendas de ultramarinos, escuela, barbería, taller de zapateiro, cantina y otras muchas dependencias de los pueblos de aquellos años.

https://www.museodegrandas.es

La Leyenda de San Virila, el mito del monje hechizado por el canto de un pájaro

Cuentan que en los incontables caminos a Santiago suele repetirse un mito de origen celta, cristianizado, como es la «Leyenda de San Virila», el monje hechizado por el canto de un pájaro, que relata lo que aconteció a este fraile al escuchar y deleitarse con el gorjeo de un petirrojo. Según el lugar, donde se escucha la leyenda, suele ser un ruiseñor, una alondra, un mirlo u otro pájaro, el encargado de «embobar» a cada protagonista de la historia; como al religioso gallego Era, fundador del Monasterio de Armenteira (Pontevedra); el monje bretón Yves o el caballero Camilo de Carvajales del Castillo de los Templarios en Castro Urdiales, como ejemplos de otras muchas leyendas repartidas por todo el mundo. En este caso, nos referiremos al abad San Virila, religioso del Monasterio de Leyre, en el Camino Aragonés, que se une al Francés en Puentelarreina Gares. Todas las historias son similares con variantes en sus matices, pero con una semejanza y paralelismo único. Este es el cuento de «La Leyenda de San Virila».


Virila era un bondadoso monje del Monasterio de Leyre, preocupado por saber si sólo con la vida contemplativa alcanzaría la vida eterna; pues el piadoso fraile temía que no fuera suficiente para lograr el Paraíso. Todos los días le embargaba la duda y trataba, continuamente, de apartar estos pensamientos de su mente porque los consideraba influencias del Diablo. Así, una agradable tarde de primavera, estaba realizando sus oraciones junto a un árbol en el jardín de la comunidad cuando un sugestivo petirrojo se posó cerca de él y comenzó a lanzar sus trinos y gorjeos, los cuales obligaron a San Virila a cerrar sus ojos, fascinado por el delicado instante. 

El santo monje quedó prendado de tan agradable momento y alargó su mano intentando alcanzar al pajarillo, pero este, asustado, voló hacia el bosque cercano y el fraile fue en su búsqueda, tratando de continuar con la atractiva situación; una y otra vez San Virila intentaba acercarse a la cantarina ave, pero no lo lograba, y mientras tanto ambos se iban adentrando cada vez más, en la frondosa arboleda. Finalmente, el religioso, cansado, decide volver al monasterio para asistir a la oración de vísperas.

San Virila, durante el camino de regreso, apreció que el sendero hacia el convento, se encontraba cambiado y que, además, su barba se había vuelto blanca, pero continuó y entró en la recepción del claustro donde se topó con un joven novicio, que no conocía, el cual preguntó al «viejo fraile» quien era. San Virila se identificó una y otra vez, pero ninguno de los monjes le reconoció, hasta que el bibliotecario recordó la desaparición de un religioso hacía ya 300 años. 

El episodio de éxtasis para San Virila sólo transcurrió durante poco menos de una tarde, mientras que la realidad se había convertido en 300 años; una parte de la eternidad que explicaba las dudas del piadoso fraile y el enigma de cómo pasar toda la vida en el Paraíso. El sencillo canto de un pajarillo fue capaz de demostrar el infinito paso durante la serena dulzura de la vida eterna.  

La Colegiata de San Pedro de Cervatos, la fórmula medieval de enseñar la religión

En el Camino de la Montaña, en las cercanías de Reinosa, se encuentra la Colegiata de San Pedro de Cervatos, una maravilla del románico, que guarda una valiosa iconografía erótica, además de monstruosos engendros, animales y frutos; esta era la fórmula ideada por la Iglesia para enseñar y «hacer ver» a los católicos del siglo XI las lecciones de religión. En las diferentes partes del templo se pueden contemplar escenas sensuales —algunas repetidas en el arte románico—, como el acto de una mujer cuyos pechos son mordidos por dos reptiles y otras secuencias en los capiteles mostrando figuras humanas exhibiendo el miembro viril u otras posturas que personifican los siete pecados o vicios capitales como la lujuria, la gula la avaricia o la pereza. Es la fórmula para reflejar la lucha entre el Bien y el Mal mediante un mensaje descomunal, pedagógico y evangelizador para las gentes del siglo XII. Esta era la «receta» para que los cristianos superasen las tentaciones en la vida terrenal y, así, lograr la vida eterna. 


Aunque no sólo se observa la temática sexual de muchos de los canecillos en la Colegiata de Cervatos. También encontramos evidencias con representaciones de oficios y vagabundos como las de un saltimbanqui, un contorsionista, un ser con cabeza de cabra, un músico con arpa y otros sonando un cuerno, además, de hombres con toneles de vino, bebedores, sujetos comiendo y con cabeza y boca gigantesca. Todo un catálogo de mensajes sobre lo que es el bien y el mal.

Incluida la presencia del apóstol San Pedro, con las llaves del cielo, en la entrada indicando que sólo podrán entrar en la gloria aquellos que se encuentren libres de pecado

La Colegiata de Cervatos se encuentra en un cruce de caminos —la calzada romana de Juliobriga pasaba por allí— por el que atravesaban, no sólo los peregrinos, sino que, también, muchos comerciantes y buhoneros, pues Cervatos era en la Edad Media un ancestral paso obligado entre la Meseta y Cantabria, a través del puerto del Pozazal, en el tramo palentino y los valles pasiegos cántabros. Posiblemente, por estas circunstancias, los mensajes de las esculturas encontraban un público mas receptivo a las comunicaciones cristianas.

Inicialmente, fue un monasterio habitado por un abad y sus canónigos, que adquirió su máxima gloria cuando Doña Urraca y Alfonso VII cedieron numerosas posesiones a la abadía, la cual se convirtió en una de las más importantes de la región. Luego, siglos más tarde, fue quedando en el olvido paulatinamente.

El exterminio de los cátaros en Béziers: «Matadles a todos, que Dios reconocerá a los suyos»

En la foto, la nueva catedral de estilo gótico, construida sobre los restos de la antigua

Cuentan que La Via Tolosana o Camino de Arles atraviesa, en la región del Languedoc francés, el País de Los Cátaros, donde se practicaba en los siglos XII y XIII un Cristianismo dualista que pretendía representar a la auténtica iglesia de Dios; una historia marcada por la tragedia, barbarie y exterminio de todos aquellos que fueron marcados como «herejes» por la iglesia de Roma, durante la Cruzada Albigense, que suprimió, casi por completo, no sólo a los apóstatas sino todos los vestigios de la religión cátara. Esta región era una comarca gobernada por una docena de familias nobles e ilustradas, todas ellas, de una u otra forma, unidas entre si, que practicaban la tolerancia religiosa a diferencia de la intransigencia en otras partes de Europa. Además, para los Cátaros la lujosa y fastuosa iglesia de Roma era la personificación evidente del mal existente en el mundo.   

Los Cátaros encuentran en el Languedoc su arraigo y el reconocimiento de sus valores, por parte de los nobles, que miran con buenos ojos, entre otras cosas, su trabajo diario, su sencillez, su vida ejemplar y el papel igualitario de la mujer en el mundo cátaro. Pero toda esta nueva forma de sociedad no gusta al recién elegido Papa, Inocencio III quien emprende en 1198 una metódica lucha contra el catarismo. 

Lo primero que hace el Papa Inocencio III es nombrar al abad del Císter, Arnau Almaric, inquisidor y jefe de los ejércitos papales. Las milicias vaticanas entran en el Languedoc y pasan a cuchillo a toda la población que encuentran a su paso, arrasando y saqueando pueblos y ciudades. Los miembros de varias comunidades cátaras son quemados en la hoguera de la inquisición, obligando a que otros huyan a lugares que consideran seguros. 

Así, el 21 de julio de 1209 Arnau Amalric con sus cruzados papales llega a las puertas de la ciudad de Béziers donde se habían refugiado poco más de dos centenares de cátaros. El inquisidor pide a los gobernadores de la población que se rindan y entreguen a los cátaros, pero  los lideres de Béziers rehusan la capitulación y las tropas papales entran en la ciudad para exterminar a los cátaros. Pero de los, aproximadamente, 20.000 habitantes de Béziers, varios centenares se habían refugiado en la catedral románica de San Nazario. Cuentan que, en ese momento, un capitán pregunta a Arnau Amalric cómo distinguirían quienes eran herejes y quienes no, obteniendo por respuesta:  «Matadles a todos, que Dios reconocerá a los suyos». Los soldados incendian la catedral de Béziers con todos los refugiados en su interior cumpliendo la orden del inquisidor Arnau Amalric.

Los tropelías de las huestes papales no finalizan con la de Béziers sino que se reparten por toda la región del País de los Cátaros: en Carcassone el noble Trencavel es hecho prisionero y encerrado en una mazmorra donde muere de disentería; en Castres, muchos cátaros mueren en la hoguera y en Bram, se ordena mutilar a un centenar de prisioneros en una atroz amputación de ojos, nariz, orejas y labios y ser conducidos, por el que había quedado tuerto, hacia la fortaleza de Cabaret, que es tomada, finalmente, por Simón de Monfort después de un mes de asedio; 80 caballeros son colgados y 400 cátaros son quemados en la hoguera más gigantesca de la cruzada papal.

Monolito del Prat del Cremats

Los combates entre ambos bandos se prolongan durante varios años hasta que en 1243 el Concilio de Béziers ordena: «cortar la cabeza del dragón» en referencia a la fortaleza de Montsegur, un peñasco rocoso, prácticamente inaccesible, donde se han refugiado unos  quinientos cátaros. El asedio dura diez largos meses hasta que, una noche, un grupo de vascos escala por la noche hasta una de sus cimas donde los sitiadores logran instalar sus catapultas. Montsegur capitula y más de 200 cátaros son quemados vivos en la hoguera, en un prado —Prat del Cremats— al pie de la fortaleza.

Los pocos cátaros supervivientes se exilian por Lombardía, Cataluña y el Pirineo, pasando a la clandestinidad. Mas tarde, la región del Languedoc entra en el Reino de Francia en 1271.